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versão On-line ISSN 1853-9912

Palabra clave vol.3 no.1 Ensenada out. 2013

 

RESEÃ'A

Reseña sobre Palabras de Archivo

Juan Antonio Ennis

Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literarias, Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales (UNLP - CONICET). Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (FaHCE). Universidad Nacional de La Plata/CONICET, Argentina.

Palabras de archivo / comp. por Graciela Goldchluk, Mónica Pené. Santa Fé: Ediciones UNL-CRLA Archivos, 2013. ‒ 270 p. ‒ ISBN 978-987-657-839-4.

En un ensayo contenido en el segundo volumen de la serie L'oeil de l'histoire, cuya excusa es el cine de Harun Farocki, Georges Didi-Huberman refiere como una de las razones fundamentales para la buena acogida de la obra de este cineasta la omnipresencia contemporánea del motivo del archivo: "Está el archivo como objeto de crítica, por un lado: el "mal de archivo" según Jacques Derrida [...], y luego, por otro lado, está el archivo como objeto de exposición" (Georges Didi-Huberman, Remontages du temps subi. L'oeil de l'histoire II, París, Les Éditions de Minuit, 2010, p. 109). Objeto de crítica y de exposición, podría decirse también, de análisis y de intervención, que no son necesariamente siempre dos opciones mutuamente excluyentes, sino muchas veces dos momentos, o incluso dos perspectivas posibles en la lectura. Crítica e intervención, sea política o teórica, es lo que se espera entonces de un empeño que nombre, otra vez, desde el título mismo, el problema del archivo y el archivo como problema.

En el prólogo a Palabras de archivo, Graciela Goldchluk y Mónica Pené, luego de tomar la pluma que un pájaro capturado por Prévert deja sacarse para este gesto de firma inicial que titularon «Instrucciones para archivar un pájaro», introducen el comentario de la serie a la que pertenece la fotografía que ilustra la tapa: el Plumario del fotógrafo mexicano Gómez de Tuddo, donde encuentran que «la obsesión por la mirada que caracteriza el trabajo de la fotografía, y en particular de este artista, pone en escena el problema del archivo: cómo atrapar algo de la verdad del pájaro como acontecimiento, sin dejar de señalar la intervención de aquel que, al archivarlo, lo convierte en memoria» (p. 7).

Si se visita la página del fotógrafo (http://www.gomezdetuddo.com/2010/11/plumario/) puede encontrarse su plumario y un comentario no por elogioso menos preciso en la descripción, realizado por Michel Butor en Roma hace una década: «La obra de Alejandro Gómez de Tuddo es una puesta en escena; otro aspecto de la fotografía. Puede fotografiar cualquier cosa que haya encontrado, o añadir algo más a la realidad: transformarlo, y entonces disparar su cámara...»; «...es una obra dividida en dos partes: las fotografías de la pluma en el lujar donde fue depositada, y la pluma con su etiqueta, lo que forma parte de una segunda composición...».

A Butor no escapa, según se lee en la breve cita del auspicio, que estas fotografías intervienen justamente el problema de su función de documentos, de memorias de algo en particular. La expresión de Butor -que sabe de diálogos, de la materialidad en la escritura literaria- tiene un gran interés en ese sentido: un escenario que alberga una intervención que llega hasta el registro, incluido en la imagen-escenario.

Palabras de archivo, que por materia y enfoque es un libro preocupado por la huella, no se ha ocupado de borrar las suyas, y nos permite no reconstruir la escena como un lector policial, sino contemplar un escenario como un espectador teatral, quién sabe si brechtiano (se necesita astucia, decía el mismo Brecht en «Fünf Schwierigkeiten beim Schreiben der Wahrheit» (1935), para que la verdad se difunda). Lo que se pone en escena es el que para este lector constituye uno de los méritos más notables y auspiciosos del trabajo: un diálogo. El texto de la contratapa lo define así, y no miente. «Este libro nos invita a recorrer un diálogo entre archivólogos/bibliotecarios y estudiosos de la literatura que leen manuscritos contemporáneos». No miente, pero se queda corto, como podrá ver quien emprenda la lectura de este volumen. La definición inicial es tan anecdótica como precisa: «Podemos decir que el libro surgió del trabajo de una archivista, Mónica Pené, quien tomó en sus manos Mal de archivo, el libro propuesto por una crítica literaria, Graciela Goldchluk, y decidió realizar un glosario de términos que podrían servirnos para discutir y para organizar esa lectura» (p. 8). Y la escena de ese diálogo es la agradable sorpresa que provee Palabras de archivo. Una palabra un tanto gastada, al menos en el ámbito del ruido público, pero quizás menos gastada entre nosotros que la interdisciplinariedad. Quiero decir que, en tiempos en los que hemos asumido como lógica inevitable el publish or perish que consagrara la academia norteamericana como política, no es fácil encontrar un volumen colecticio que, además de reunir solidariamente voces individuales o archipiélagos de pequeños grupos, ponga en escena algo así como un diálogo. Y no me refiero a la coherencia o consistencia de un conjunto de trabajos, al resultado de la labor realizada por un grupo de investigación y sus interlocutores, a las distintas perspectivas sobre un mismo objeto u objetos similares o emparentados, sino a la posibilidad de establecer un verdadero intercambio teórico, metodológico, crítico entre disciplinas y prácticas vecinas, muchas veces incomunicadas.

Esto quiere decir que, si por un lado es evidente el cumplimiento de la responsabilidad de leerse y escucharse, por el otro se hace manifiesta a lo largo de todo el volumen la pericia para hacer algo con ello. Por eso lo que parece un orden habitual con títulos cuidados (teoría y praxis, general y particular, conceptos y autores o libros o textos) demarca en realidad dos secciones amplias pero intercomunicadas. Así, el libro consta de tres partes además del capítulo introductorio: la primera, que reúne los aportes de índole teórica o general, la segunda, concentrada en los estudios que podríamos llamar «de caso», acerca de archivos y escritores precisos e individuales, y la tercera, que comprende una bibliografía comentada y la traducción al español de una mesa redonda integrada por Jacques Derrida y los investigadores del ITEM en 1995.

La primera parte, «Nociones en torno al archivo» ataca la pregunta por el archivo desde una teoría que no rehúye materialidades ni materialismos, que piensa la constitución y estudio de los archivos en su dimensión política y que nos permite dos perspectivas sobre la escena: una que nos muestra un recorrido desde las preguntas y respuestas de la archivística hasta una rigurosa discusión sobre el archivo y la exhumación en Derrida (el Derrida de las Pampas de Gerbaudo, más precisamente), que incluye el problema de las políticas de la memoria, la domicialización de los archivos, su democratización, sus nuevas formas y circuitos, entre otros.

Sería importante detenerse, entonces, en la «pretensión de manual» que se alega como relato de comienzos para esta empresa. Y es que hay algo así como una «tensión de manual» que recorre el libro, que no rehúye rigores de distinto orden a la hora de la discusión conceptual. Un manual como deberían ser los manuales, en el momento de dejar de serlo: concitando voces, trayectos, estilos diversos en una pregunta que, sobre todo, se lanza hacia el futuro: qué hacer con/ante el archivo. Las respuestas, diversas, ostentan un especial cuidado crítico y un ponderable rigor teórico, aunque me interesa destacar, más que nada, que no dejan de satisfacer las necesidades que satisface o debería satisfacer un manual. Palabras de archivo no tiene la facilidad para las definiciones que le permitirían ser un manual, pero no rehúye ese compromiso, y dedica la sección teórica a discutir, desde distintos ángulos, enfoques y corpora teóricos, la entidad y usos del archivo. Esta dinámica de la discusión de las categorías, de su puesta a prueba o en crisis para devolverlas aún vivas encuentra su coronación en la tercera parte, el bonus que ofrece el libro en la traducción de una charla imperdible entre Derrida y los investigadores del ITEM.

El primer trabajo de esta sección inicial es el de Mónica Pené, «En busca de una identidad propia para los archivos de la literatura». Abre la discusión acerca del concepto de archivo de escritor desde la perspectiva de la archivística, aunque recontextualizándola tanto desde la pregunta derrideana por el archivo que abre el trabajo como desde el diálogo establecido a través de una encuesta realizadaen el transcurso de la investigación entre investigadores del área de literatura. La forma del diálogo aquí es la de una invitación a «permeabilizar [los] límites» de la archivística «y hablar de archivos de escritores, en tanto colecciones relevantes para una determinada disciplina o grupo de interés» (p. 27), permeabilidad que al mismo tiempo obliga a la crítica literaria a replantear su reflexión sobre sus archivos (y sobre el archivo) en otros términos, como se verá en otros trabajos a lo largo del volumen.

Así, el aporte de Graciela Goldchluk ingresará también en esta discusión, ofreciendo bajo el título «Nuevos domicilios para los archivos de siempre: el caso de los archivos digitales» una discusión tan técnica como teórica y política de las posibilidades y consecuencias de las nuevas posibilidades de archivación y circulación de la escritura. Así, el problema del domicilio, la autoridad y la propiedad de los archivos se discute a partir de la mirada derrideana y pensando en casos concretos como el archivo Puig, progresivamente digitalizado y alojado en el sitio web de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata, o el affaire Potel, en torno a la difusión en la web de los textos del mismo Derrida, le permiten a Goldchluk delinear los trazos fundamentales de una discusión política del archivo de escritor.

Analía Gerbaudo, en «Archivos, literatura y políticas de la exhumación», ensaya una discusión de los tres términos en la que entrama un conocimiento minucioso y lúcido de la trama derrideana con las preguntas que la propia experiencia en la investigación/exhumación de los archivos de la literatura y su enseñanza en Argentina le permiten introducir en aras de un «reuso» del programa deconstruccionista (véase p. 59sigs.) situado aquí, en el espacio de la investigación literaria en Argentina.

La primera sección se completa con los trabajos de Marcos Alegría Polo, «De la verdad y el secreto en la consignación» y Fernando Colla, «Algunas notas sobre los archivos virtuales». Estas «Notas» ofrecen una serie de consideraciones acerca de los problemas que a la crítica genética pueden o suelen plantearse en la era de los medios digitales de inscripción y archivo, particularmente desde el marco preciso del proyecto desarrollado desde la unidad de investigación del CRLA-Archivos en Francia. Como todo buen archivista, el autor conoce y maneja bien las trampas de las clasificaciones de lo «subsidiario» y lo «suplementario», que desde el título mismo aparecen determinando los aspectos más interesantes de su intervención, en cuyo cierre se permite definir la tarea del estudio de los archivos de escritores en términos de una práctica que se ofrece ancilar pero decisiva: El estudio de los archivos puede recoger materiales subsidiarios, marginales, subalternos que explayen ese funcionamiento en términos de agentes, instituciones, mercados y mercancías, que permitan -como lo postulaba Pierre Bourdieu, tan poco amable con los geneticistas- el estudio del funcionamiento global de la literatura como campo» (p. 117).

Marcos Alegría Polo, por su parte, pensando en torno a los avatares de una imagen, en lo determinantes que puede resultar las diversas formas de su consignación, y no sólo de su archivo o destrucción, llega a partir del análisis de los mismos en la conocida imagen de la «Marcha por la vida» de 1982 en la que un policía parece estar consolando a una Madre de Plaza de Mayo, fotografía que, como se lee en el pie de la misma, «dio la vuelta al mundo portando una historia falsa» (p. 88). Más allá del interés que guarda el análisis en sí, vale detenerse en la reflexión final al que el mismo conduce, en tanto proyecta un planteo sugestivo sobre la actividad del investigador «de archivo»: «Por lo demás, es preciso señalar que esta capacidad crítica se encuentra ya presente en la potencia disruptiva del archivo. Por tanto, es factible postular que esta posición crítica puede ser ejercida con singular efectividad por algo así como una "ciencia del archivo". Una empresa genética, cualquiera sea su ámbito, bien podría reclamar este lugar, a condición de recordar, por supuesto, que no toda política de archivo es en sí misma una crítica. En el archivo siempre existe tanto la posibilidad de reafirmar en sus cimientos la unicidad, como de fracturarla. Así, es necesario que una empresa tal, si ha de erigirse en crítica, asuma en sí la superabundancia del archivo sin conceder ningún privilegio; ni siquiera, o sobre todo, a sus propios conceptos» (p. 104).

Que no sólo de escritores vive el archivista cuya palabra se empeña aquí lo pone en evidencia la aparición, en ambas secciones, de imágenes de Madres que disparan la reflexión teórico-crítica sobre el archivo. En la segunda será Florencia Bossie quien, en «Archivos personales como soportes de memoria. Los papeles de Adelina, Madre de Plaza de Mayo», persiga las alternativas e implicancias del paso de un archivo personal, vivido, al acervo de la memoria pública. Cómo el registro de la memoria personal del accionar a pesar de un Estado terrorista, la memoria traumática de la búsqueda del hijo desaparecido, es hecho archivo público, y cuáles son los dilemas que afronta en tal caso el encargado de garantizar el éxito de ese tránsito, el archivista: nos dirá, así, que estas son «tareas controversiales y difíciles de llevar adelante para el archivista; sin embargo, hacen parte sustancial de su función» (p. 161). Entre otras formas de entramarse en el diálogo abierto por Palabras de archivo, el trabajo de Bossie ofrece una posibilidad más de pensar la discusión que Goldchluk ponía en escena páginas antes, en este caso entre la fundación, la familia y la universidad, pero que funciona también para pensar los problemas de definición y procesamiento de los archivos personales en las instituciones de archivo: «Si el archivo está ordenado, resguardado y accesible a un tiempo, no es posible establecer una sola contra-firma, un solo "dueño" que haría de la nueva domicialización una ley patriárquica» (p. 50).

Tres intervenciones específicas desde la crítica literaria, o más precisamente desde la crítica relacionada con la historia de la literatura argentina, de la que toma muestras tan diversas como complementarias, son las que restan observar aquí en los trabajos de Iciar Recalde, Celina Ortale y Paula Salerno que completan la segunda sección.

La ley del archivo entra una vez más en cuestión desde la crítica en el primero de estos aportes, el de Iciar Recalde, que de algún modo da una buena muestra de lo que Fernando Colla y Marcos Alegria Polo describían como quehacer y perplejidades posibles de una ciencia del archivo, en tanto repone un archivo crítico (p. 147) de la literatura de Haroldo Conti que permite una comprensión más completa de las tensiones que habitan los comienzos del escritor y marcan su trayectoria antes de convertirse en la figura emblemática del autor comprometido, como Walsh, hasta la muerte.

Otra historia de comienzos de especial relevancia es la que interroga Celina Ortale en «La firma del autor: el nacimiento de la firma en el periodismo de José Hernández», donde, nada menos que a partir de la reconfiguración del corpus del autor del Martín Fierro, planteará a partir de la exhumación de su labor periodística -firme o atribuible- la gestación de «una nueva consignación de la firma José Hernández» (p. 177).

Finalmente, poniendo el acento en el carácter nunca cerrado del archivo (la idea derrideana, fundamental para el volumen, de que no hay un archivo, sino un proceso de archivación con distintos momentos, p. 199), Paula Salerno ofrece, a partir del trabajo sobre la colección Julio César Avanza en el Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires, un buen ejemplo del diálogo mencionado desde el comienzo entre la crítica y la archivística, modos de trabajar con los libros cuya necesidad mutua es tan grande como habitual su incomprensión.

El final del libro, como se ha mencionado antes, contiene -además de suplementarse, para volver a un término muy productivo aquí, en un volumen tan derrideado, con una «Bibliografía archivística comentada» a cargo de Flavia Giménez que completa el aporte, diálogo e intercambio que recorre todo el libro, además de realizar un aporte más a la realización y superación de sus «pretensiones de manual»- la conversación entre Derrida y un grupo de geneticistas de renombre como Daniel Ferrer, Michel Contat, Jean Michel Rabaté y Louis Hay, en traducción de Analía Gerbaudo y Anabela Viollaz. En el cierre de la conversación, Derrida plantea una suerte de petición de principios que nos devuelve al comienzo de estas líneas, al problema del archivo como lo plantea Didi-Huberman. «El archivo debe estar afuera, expuesto afuera», dice Derrida (p. 233), debe estar guardado a la intemperie, no de ella. Siempre pueden destruirse los archivos, siempre han sido destruidos, y su principio mismo es el de la selección y consecuente supresión de aquello que no ha de preservarse. Hay, en este sentido, un programa expuesto en sentido amplio, explicado y posicionado, como ex-posición, con respecto a los repositorios virtuales y el acceso abierto, o entre la dimensión privada y pública de la memoria, que constituye otro de los planos de consistencia -teórica, crítica, política- de Palabras de archivo.

El libro, dice al comienzo, parte de una lectura compartida de Mal de archivo, que va más allá del diálogo entre las editoras y atraviesa todo el libro. Esta consecuente opción teórica, que fiel a su base no consiste en la uniformidad de un método o doctrina, sino en la discusión y retorno recurrente desde distintas voces y puntos de vista al texto derrideano, se cierra en esta conversación, «Archivo y borrador», que llega a la última sección del volumen ya no como un mero anexo, sino como un cierre excepcional para la escena de este diálogo extendido, más allá de los límites de la crítica literaria, la archivística y las demás miradas o disciplinas que cruzan el libro, probablemente, por fortuna, también fuera.

En suma, el volumen compilado por Graciela Goldchluk y Mónica Pené viene a ofrecer un aporte riguroso y completo, que no es una mera suma sino un logrado conjunto en el que tanto las pretensiones de manual como las obligaciones de la teoría se ven satisfechas a partir de la integración de perspectivas, lo que a su vez significará sin dudas una contribución a las respectivas disciplinas en el trabajo desarrollado sobre el terreno común del archivo.

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