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Propuesta educativa

versión On-line ISSN 1995-7785

Propuesta educativa (Online)  no.41 Ciudad Autonoma de Buenos Aires jun. 2014

 

RESEÑAS

Des-Armando escuelas
Duschatzky, Silvia y Aguirre, Elina, Des-Armando escuelas, Buenos Aires, Paidós, 2013, 195 páginas.

 

Estanislao Antelo*

* Dr. en Humanidades y Artes con mención en Educación, Universidad Nacional de Rosario; Mg. en Educación, Universidad Nacional de Entre Ríos; Especialista en Pedagogía. E-mail: anteloe@fibertel.com.ar

En esas desorientaciones hay señales
Cualquier lector avezado en cuestiones educativas rápidamente toma cuenta de la sofisticada inventiva de Duschatzky, Aguirre y Cía. Pletórica y vivaz, la escritura avanza sin temor sorteando el hedor habitualmente rancio que impregna buena parte de la reflexión pedagógica contemporánea, acostumbrada a vanagloriarse de ese aire de grave importancia que sus usuarios le imprimen a casi todos sus enunciados.
En el nunca tan bienvenido extremo opuesto, apenas empezamos a familiarizarnos con el vocabulario de este libro (para muchos de nosotros se trata de un vocabulario enteramente nuevo) nos chocamos con una suerte de calma alegría, un pensamiento sin premura, "sin exceso de intensidad". Echando mano de una temporalidad que enfatiza el presente y describe como inciertos o baladíes al pasado y al futuro, el libro avanza libre y a sabiendas de la virtud que proporciona el arte y la dicha de pensar sin constricciones, supervisores o explicadores a sueldo. Pensar, sí, pero lo que no se sabe.
El ejercicio que nos proponen los autores consiste en interrogar lo que efectivamente creemos saber y suspender el afán por encontrar soluciones sin antes pasar por el desfiladero de los problemas y las problematizaciones. Munidos del valor suficiente para suspender los Eurekas y sospechar del culto a las inofensivas pero sempiternas innovaciones, optan por reconocer la incapacidad creciente de nuestros propios léxicos a la hora de describir lo que "no está funcionando" y se aprestan al alboroto de la invención. Los educadores sabemos muy bien que entre innovación e invención hay un abismo.
Para quienes habitan este libro, la escuela es menos una máquina de transmitir que una usina de encuentros definidos a partir de la perplejidad. "Estamos pensando -dice Marcela, una de las escritoras- la escuela que fue y no la que está siendo (...) El mejor modo de preocuparse por el futuro de los pibes es ocuparse de su presente".
Envalentonados, se mofan del as de espadas de las pedagogías de todos los tiempos y lugares: la obsesión porque los pibes aprendan. Para los autores la obsesión es un coartada que ahuyenta el interés y empuja el oficio a la "compulsión reparatoria de los déficits (...) La obsesión porque otros aprendan es el mejor antídoto para que efectivamente se aprenda". Como nos recuerda Richard Sennett en ese hermosísimo libro llamado El Artesano: "El deseo de calidad del artesano plantea un peligro motivacional: la obsesión por conseguir cosas perfectas podría estropear el propio trabajo. Como artesanos, sostengo, es más fácil que fallemos por incapacidad para organizar la obsesión que por falta de habilidad" (Sennett, 2011).
Para Dustachtzky, Aguirre y Cia, "No es igual saber sobre algo que vivir algo de lo cual extraemos un saber". Contra la pedagogía obsesiva, el libro despliega una pedagogía minimalista, sin rimbombancias, inspirada en el arte de suspender las grandes finalidades, el culto a los objetivos y a las expectativas que siempre son demasiadas y pesadas. "Lo otro es ilustración, recuerdo, información, uso de saberes, pericia, competencia". Lo otro es la vanidad estéril de los roles y las funciones, los puestos, lo que debe estar en su lugar.
En su lugar, y como todo el mundo sabe, hay agotamiento. Agotamiento múltiple, de cuerpos, almas y edificios. Hay en este libro una formidable teoría del agotamiento que diferencia cansancio de esterilidad. Cansa hacer de profesor cuando se es un joven inquieto con ansias de experimentar, cansa discutir con un padre que se siente sospechado antes de empezar a hablar, cansa constatar que en lugar de alumnos, escolares ("no son escolares, pero están en la escuela") o estudiantes hay pibes, en lugar de directores, ortivas, cansa la épica docente que gusta dicharachear con la palabra dignidad. Como dicen los escritores de este libro: Si entramos a la escuela y lo primero que vemos en un pibe es a un alumno, y al alumno como una prescripción, la distancia entre lo que vemos y ese alumno de nuestra representación se ensancha (...) Veo al otro con los lentes de lo que se supone debería ser...
Fieles a "las derivas de lo que hay, más que advertir lo que falta y cómo restituirlo" rápidamente nos empujan a pensar una pregunta incomoda pero fértil: "¿Es un aula un formato productivo?". La respuesta es diferida, la vemos a medida que avanzamos en la lectura. La respuesta es o quiere ser: no lo es o parece no serlo. Dice otro de los escritores: "Creo que el aburrimiento nos va a acechar permanentemente en las aulas; quizás sea uno de los monstruos. La escuela es una máquina que fagocita lo nuevo y lo resignifica como novedad institucional. La escuela resignifica lo noescolar en formato escolar. Y eso es lo más aburrido que hay. Los docentes pecamos de enlatar la novedad. Y nos aburrimos".
El libro toca el núcleo duro de la cosa educativa y nos empuja a preguntarnos si es realmente posible pensar una pedagogía que abandone la pretensión de transformar al otro, pretensión, megalomanía, grandilocuencia y arrogancia de jugar a hacer el hacedor (liberal o progresista). ¿Lo es? No sé.
Es que el cansancio "educativo" tiene varias caras: por un lado, lo que parece provocarlo es el estallido y/o la vanidad de los roles y funciones, la compulsión a provocar y/o suscitar algo en los destinatarios a riesgo de ser amonestados si no se presentan a tiempo las pruebas empíricas de lo realizado. Pero cansa también el peso y la ausencia institucional. No es una forma inédita de gataflorismo sino, probablemente, la esterilidad que provoca la distancia entre la energía invertida en la relación y la deriva resultante. Son pocos los no cansados, los no rendidos, los alegres, esos atletas escolares que consiguen "nuevas formas".
"¿Qué nos cansa?", se pregunta el libro... "Poner nuestra energía al servicio de tareas cuyos efectos no dejan ver ni sentir alteraciones que desplieguen en nosotros nuevos poderes. Nos cansamos de ser lo mismo (...) El agotado agota lo previsible, lo reconocido (...)". Se queda sin nafta, se detiene. No es solo "un no hay más". Tampoco es solo impotencia y lamento sino posibilidad de la prueba y experimentación.
Por otro lado, el remedio para el agotamiento (si que es preciso exorcizarlo o es mejor dejarlo allí en la gatera) parece estar en la suspensión o morigeramiento de las expectativas y en el despliegue de cierta amabilidad: "saber menos que es lo que estamos esperando para estar disponibles a lo que realmente pasa". Un obstáculo parece ser la desestimación que a veces se confunde con el desprecio o el ninguneo. Si el otro no cuenta para mí o sólo vale como "alumno" es difícil "volverse amable". El libro propone otra distinción útil, entre entrenamiento y enseñanza que evoca las figuras deportivas: "Puede haber enseñanza y no haber aprendizaje pero no puede haber entrenamiento sin afección. La enseñanza, tal como la conocemos, supone jerarquías. El entrenamiento involucra un entrenador (tal vez) que se dispone como recurso activador. El entrenamiento cambia un estado, la enseñanza (como imagen disciplinante) moldea". Mientras que el "Personal Teacher" hace culto de la ignorancia sobre los efectos de sus acciones, el maestro sobrescolarizado, el de las patas en el barro y las manos sucias de tiza, "se rige por un saber certero y busca objetivos precisos". El entrenador activa una posibilidad. El maestro, una licencia.
Otro tanto acontece, cuando se pone en la picota la noción de formación habitualmente ligada al futuro, a lo que vendrá, al después, a la salida, el trabajo, la ciudadanía, a la que se le puede oponer la figura de la escuela como "reunión". En algún lugar Derrida y Roudinesco definen al nacimiento como la "reunión alrededor de lo que nace". ¿Podemos pensar la escuela como una reunión alrededor de la apropiación del mundo? Los cognitivistas extremos y los amantes de las evaluaciones suponen que nuestra desdicha radica en nuestra ignorancia. Como dice Jacques Rancière, el primer mal intelectual no es la ignorancia sino el desprecio y el desprecio no se cura con saber sino con consideración, bien escaso, si los hay.
Sobre el final, el libro pone en cuestión las virtudes estatales y el par soledad/entusiasmo. En cuanto al Estado, los autores sugieren que suele fabricar necesitados que viven y/o precisan padres, sindicatos, líderes, y científicos de la desigualdad que exhiben sus inocuas y pretensiosas estadísticas como un trofeo. Una distorsión de este tipo es la que escenifica el docente preocupado por "mis derechos". La lógica estatal da, toma y obliga pero el efecto final parece ser la dispersión y cierto egoísmo de la propia necesidad. Con astucia, se define lo común a partir de su ausencia. En lugar del Estado se elige un "nosotros" que en cierta forma es lo contrario de un "para todos". Lo que el Estado bien podría hacer es "aportar recursos pero sin manual de instrucciones". ¿No es ése uno de los nombres de la confianza? ¿Y no es la confianza ciega, la que dice "pasá y después vemos", la que soporta lo que no sabe, la que admite sin saber, la que abre la reunión, la conexión y la relación misma?
En lo que concierne al entusiasmo y la soledad del maestro, el análisis se focaliza en el miedo y en el no poder. La sombra del fracaso se disipa cuando el "no puedo" se transforma en "no puedo de este modo", "no puedo si insisto en la reiteración, si me obsesiono con una expectativa". Por otro lado, el libro acierta en recordarnos que buena parte de nuestros anhelos pedagógicos son subproductos. Tiendo a pensar que la aporía del afán pedagógico se sintetiza a través de la noción -supongo que acuñada por Jon Elster- de subproducto.
Es decir, aquellos estados emocionales que solo se producen cuando uno abandona la pretensión de producirlos. La conciencia crítica, la espontaneidad, el amor, la amistad, la solidaridad, etc. Sin embargo, no hay pedagogo que renuncie a la tentación. Disfrazado de freiriano o de constructivista, sabe de antemano dónde habrá de llegar. No descansa hasta no identificar las marcas (que no son ciegas sino visibles) de lo que deja en los otros. La fantasía del copyright y la megalomanía concomitante. Pero además, vive de la ignorancia y/o de lo que le falta de su destinario de turno.
No se pierdan la lectura de este libro. Le hace "Pito Catalán" a buena parte de la pedagogía existente. Soporta lo que no sabe y es feliz.

Recibido el 15 de mayo de 2014

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