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Historia de la educación - anuario

versão On-line ISSN 2313-9277

Hist. educ. anu. vol.7  Ciudad autonoma de Buenos Aires. jan./dez. 2006

 

PRESENTACIÓN

Recuerdo y presencia de Gregorio Weinberg

Cuando Gregorio Weinberg pronuncia (en ausencia) estas palabras en el VII Congreso Iberoamericano de Historia de la Educación Latinoamericana estaba muy cerca del fin de su vida. Como hombre lúcido y valiente, él lo sabía, pero no hay en su exposición un solo renglón que hiciera referencia a ello. Es más, todo el texto traduce vida, alegría, confianza en el presente y más en el futuro

"Aún cuando vivimos en tiempos nublados..." (queremos) "trasmitirles un testimonio y un mensaje esperanzador". Los tiempos nublados no fueron pocos en su vida, pero a ellos los sobrellevó con entereza, con valentía, sin ceder en sus principios y en sus valores. Tal vez en esto sea en lo que se lo puede apreciar en una dimensiòn especial: la de un estestimonio de vida.

Intelectual de primera línea, preocupado por su país y por América Latina, luchador por las causas progresistas, generador de producciones editoriales, hombre afable en el trato, maestro de generaciones, todo eso junto y mucho más. La historia de la educación, de la cultura, de la ciencia fueron sus grandes preocupaciones. Y la dimensión social y política siempre presentes.

Es necesario decir que los premios no le entusiasmaban demasiado; tal vez un tanto especial fue éste -dado por sus pares como él mismo lo destaca-; su humildad y sencillez se compatibilizan permanentemente con su empuje y con su palabra potente. Escucharlo o leerlo constituye un aprendizaje irremplazable.

Me permito referirme a Gregorio usando el tiempo presente. Porque recordarlo es tenerlo presente, por sus enseñanzas, por su actualidad en los debates y por la confianza ilimitada en sus alumnos lanzados al futuro. Gregorio, gracias por el honor de conocerlo.

Edgardo Ossanna

 

Palabras del Profesor Gregorio Weinberg al recibir un premio en reconocimento a su trayectoria VII Congreso Iberamericano de Historia de la Educacion Latinamericana

13 de septiembre de 2005

Paraninfo de la Universidad Andina Simón Bolívar, Quito.

Con una emoción que no podemos ni queremos ocultar, y con la pena de no poder asistir personalmente a esta ceremonia, expresamos nuestro más sincero reconocimiento por la distinción de la que hemos sido objeto, tanto más valiosa, puesto que procede de nuestros pares. Suponemos, sin forzada modestia, que los distinguidos colegas consideraron para adoptar esta decisión, más que los supuestos valores de nuestra obra personal, la consecuencia puesta en una vocación, pues hemos destinado más de medio siglo a expresarnos a través de la cátedra, del libro, de la prensa y de la función pública, en los campos de la educación y la cultura. Conjeturamos, también, que habrán evaluado nuestros esfuerzos para abordar las distintas manifestaciones de este quehacer con criterios que posibiliten entender mejor la realidad pretérita y contemporánea, y como intento más que significativo, esencial, en la construcción del futuro.

Por otra parte, participar en el VII Congreso Iberoamericano de Historia de la Educación Latinoamericana en esta Universidad Andina Simón Bolívar no sólo es un honor, sino un buen punto de partida para hablar de historia de la educación, pues Bolívar y su obra constituyen un capítulo sustancial y fecundo de esa historia que queremos estudiar. Baste recordar algunos de sus conceptos. Así, el 17 de septiembre de 1819 decía: "Considerando que la educación e instrucción pública son el principio más seguro de la felicidad general y la más sólida base de la libertad de sus pueblos (…)". Años después, el 11 de diciembre de 2825 afirmaba que "(…) el primer deber del gobierno es la educación del pueblo (…)", para sostener, el 18 de enero de 1827: "la ilustración la como base principal de la moral pública y la prosperidad nacional (…)". Quedan así señaladas orientaciones y valores esenciales de las cuales inspirarse.

Aún cuando vivimos en tiempos nublados, con grandes desafíos como la explosión de la matrícula, la explosión de los conocimientos y la perturbadora explosión de las comunicaciones, la ausencia de una cosmovisión satisfactoria y la consiguiente distorsión de los valores, desearíamos abordar algunos de los problemas que enfrenta la Historia de la Educación, como así también los avances registrados y las expectativas en la materia. Pero sobre todo, transmitirles un testimonio y un mensaje esperanzador. En este sentido, permítasenos indicar que, durante nuestra ya prolongada historia personal, hemos asistido a adelantos inimaginables décadas atrás. En nuestro libro Modelos educativos de la Historia de América Latina, señalamos ausencias, omisiones, desatenciones, vacíos que, por fortuna, se han ido colmando. Carecíamos, entonces, de estudios nacionales o regionales sobre temas tan importantes como la educación de los indígenas, de las mujeres, del análisis del analfabetismo, de la enseñanza técnico profesional, de los movimientos docentes y estudiantiles, de las tradiciones culturales e ideológicas, de la educación sistemática informal, entre otras. Asistimos a un desplazamiento, paulatinamente registrado, de la Historia de las ideas pedagógicas, a la mucho más amplia Historia de las Ciencias de la Educación, lo que introduce una visión más abarcadora de la pluralidad de las nuevas vertientes que se han ido incorporando.

Un repaso somero de la visión pretérita indica que, en los programas y libros entonces utilizados, estaban ausentes los aspectos sociales, demográficos, económicos, políticos, culturales, etc., que impregnan el quehacer educativo. Hemos superado los esquemas nor-atlánticos. Para comprobarlo, basta ojear las Historias de la Educación de hace medio siglo, donde las de nuestros países, cuando aparecían, constituían un anémico apéndice, un capítulo agregado, nunca integrado a la nebulosa filosófica pedagógica, y no siempre bien traducida ni interpretada. Y tampoco se encontraban alusiones a las contribuciones de Simón Rodríguez, Bello, Sarmiento, José Pedro Varela, Vasconcelos y tantos otros.

Advertimos que, a través del tiempo, nuestros investigadores fueron forjando nuevas categorías de análisis y, empleando la terminología de Braudel, estudiando los procesos de larga duración para abarcar, simultáneamente, todo el espesor de la sociedad. Es decir, se va superando la fragmentación y la parcialidad de los enfoques y se dejan de lado las nocivas corrientes posmodernistas, que niegan el pasado y soslayan el futuro, amen de otras modas, no menos perniciosas, como las del caos.

La Historia de la Educación nos permite, entre otras cosas, recuperar la memoria y el pasado para, de algún modo, entender el sentido de los procesos de los cuales solíamos tener noticias fragmentadas, parciales, desorientadoras a veces; porque información no es conocimiento. También nos permite rescatar nuestros futuros y evitar que nos lo programen desde afuera, nos inventen futuros mecánicos, dramáticos, tendenciosos, etc. Nuestros futuros no están determinados, no vivimos el fin de la historia. Una sociedad democrática generará siempre alternativas y opciones. Advirtamos también que los países altamente desarrollados tienen capacidad y recursos para inventarnos futuros e imponérnoslos. Más todavía: al cabo de escasas décadas hemos asistido a un significativo progreso de los estudios de Historia de la Educación. Proceso que, no sólo nos llena de satisfacción, sino que nos obliga a compartir con ustedes una actitud esperanzadora y optimista.

Hoy podemos decir que la disciplina se ha institucionalizado. Existen cátedras dentro y fuera de las universidades, como así también hay institutos de formación docente desde donde se estudia. Se realizan frecuentes congresos nacionales o regionales sobre la especialidad, abundan revistas, anuarios, colecciones de obras específicas, manuales útiles y actualizados. Es decir, disponemos de una masa crítica, trabajamos ahora con otros recursos y fuentes, con nuevos horizontes, enunciamos y discutimos periodizaciones que permiten superar el simplismo y la ingenuidad de las visiones pretéritas. Al institucionalizar la disciplina, que debemos enriquecer y fortalecer, estamos vigorizando, simultáneamente, los procesos de integración de la sociedad, demostrando, al mismo tiempo, la necesidad de conocer sus raíces y trayectorias.

Están apareciendo trabajos colectivos indicadores de que vamos superando la actitud individualista o artesanal de otrora, circunstancia que favorece los estudios futuros. Aunque las obras panorámicas siguen siendo escasas, se advierten síntomas favorables en este sentido. La elaboración futura se verá facilitada por el material acumulado y la identificación de los contactos, aunque sigue siendo harto insatisfactoria la circulación de la producción editorial entre los países de la región y, por lo tanto, su conocimiento.

Uno de los aportes más significativos que puede hacer hoy la Historia de la Educación, es poner de manifiesto que, aunque en distinto grado, ha sido siempre urbana en detrimento de la rural, masculina en menoscabo de la femenina; más aún, si profundizamos esta perspectiva, podemos afirmar que ha sido siempre minoritaria, tendenciosa, parcial y excluyente. En otra oportunidad, hemos señalado que fue minoritaria porque la hicieron y escribieron grupos sociales y algunas culturas privilegiados que trataron de imponerla, de modo que muchas veces fue un instrumento de dominación además de contribuir a enturbiar la adecuada y legítima comprensión de los procesos. Tendenciosa por las distorsiones políticas a las que estuvo y en algunas regiones todavía prosigue sometida. Para Hegel -para mencionar un ejemplo-, América estaba fuera de la historia, era naturaleza, vale decir, era potencialmente colonizable. Parcial, en el sentido de que no estaba incorporada al núcleo central de sus intereses. Así, las poblaciones indígenas en algunos casos, en otros, extranjeros y, por supuesto, hasta hace un siglo, mención alguna merecían en los textos los movimientos obreros y campesinos. Y excluyente, puesto que eliminaba de su foco de reflexión grandes extensiones territoriales, innumerables grupos humanos y una cantidad significativa de otros actores que hoy consideramos importantes. Baste un ejemplo para advertir la trascendencia de esta formulación: América Latina padece, en estos momentos, un grave y creciente proceso de marginalización y exclusión por el empobrecimiento gradual de su población con muy desigual distribución de la riqueza. Las tendencias de exclusión o de participación se convierten, de esta manera, en temas esenciales, a cuya compresión la Historia de la Educación puede contribuir para que se logren políticas educativas democráticas. Debemos enfrentar el problema recordando, con Carlos Fuentes, que el que excluye se empobrece, y el que incluye se enriquece.

Tampoco puede desatenderse el siempre vigente problema del papel del Estado. Personalmente, postulamos una concepción democrática, humanista, crítica y creadora de la educación, capaz de asimilar y enriquecer los momentos positivos de esta tradición que, entre todos, estamos intentando historizar. Confiamos en que las nuevas generaciones sean capaces de concretarla.

Para terminar, hacemos votos por el éxito de este VII Congreso cuyas aportaciones, confiamos, contribuyan a fortalecer nuestra confianza en la educación como instrumento de desarrollo y de dignificación del hombre latinoamericano.

Muchas Gracias,

Gregorio Weinberg

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