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Historia de la educación - anuario

versão On-line ISSN 2313-9277

Hist. educ. anu. vol.13 no.2 Ciudad autonoma de Buenos Aires. jul./dez. 2012

 

RESEÑAS DE LIBROS

Sandra Carli (2011) La memoria de la infancia. Estudios sobre historia, cultura y sociedad. Buenos Aires: Paidós.

 

La memoria de la infancia le mereció a Sandra Carli la obtención del Primer Premio Nacional al ensayo pedagógico en 2012. El jurado no se equivocó. Es un libro potente. Estimulante. Tiene un ritmo vertiginoso que sigue el compás incesante de ideas, interpretaciones e hipótesis. Es una obra que abre compuertas y sugiere nuevas exploraciones pero, también, que resume la acumulación de una de las trayectorias señeras en la construcción de la historia de la infancia en nuestro país, como es la de Carli.

La autora logra una reconstrucción compleja. Asume ese desafío desde el comienzo cuando nos advierte que la noción de infancia -en sí misma- mueve un componente de a-historicidad y que, por eso, se impone confrontar con ese carácter, supuestamente, natural e inmanente. Justamente, todo su esfuerzo está puesto en pensar a la infancia como el resultado de un entramado de discursos, prácticas, imágenes. Al hacerlo, explora distintos caminos, objetos y momentos históricos. Esa historización pone en juego a los niños como invención, como experiencia y como memoria. Con esta idea, Sandra Carli ha elegido inmejorables -apetecibles- objetos de estudio en una selección que nunca resulta azarosa ni forzada. Por el contrario, cada ensayo coloca una pieza que, como en los puzles, encaja en el lugar adecuado y tiene la forma precisa requerida para llenar el vacío. Antes de analizar cada una de esas piezas, quisiera introducir una reflexión más general sobre el conjunto.

La obra aborda un período comprendido entre los años treinta y la actualidad y está marcada por un compromiso con los niños, con los derechos de la infancia y con su comprensión. El presente no es sólo el momento de llegada (el tiempo que cierra el libro) sino que es el lugar desde el cual la autora se pregunta por el pasado y lo hace consciente -incluso con preocupación- por el sentido político, cultural y social que asume ese tiempo pasado de la infancia en nuestro presente. Esta reconstrucción está tamizada por una sensibilidad -una manera de acercarse al universo de los niños- capaz de recuperar fragmentos, sentimientos y detalles que iluminan nuestra comprensión histórica. En su conjunto, el libro nos propone dos recorridos: por un lado analiza la invención de la infancia (de las distintas formas de instituirla, concebirla, vivirla) poniéndola en relación con la sociedad y la cultura; por el otro lado, propone el camino inverso: analiza la sociedad y la cultura a través de la infancia.

Este enfoque retoma los retos asumidos por Carli en sus libros anteriores y, al hacerlo, dialoga con los estudios sobre la infancia porque la autora ha tenido un rol central en la consolidación de dicho campo. Sin duda, su libro, Niñez, pedagogía y peronismo, fue uno de los primeros esfuerzos de largo aliento en la producción argentina para construir a la infancia como un sujeto de indagación histórica y hoy es un referente inevitable en cualquier recorrido, al igual que su contribución a la Historia de la Educación al que suman otras muchas producciones. Sin embargo, el diálogo con el campo de estudio no es auto-centrado. Por el contrario, establece una incisiva relación con otros autores, perspectivas e investigaciones. Resulta notable el esfuerzo por dar una discusión teórica concebida elemento central para cualquier reconstrucción empírica. Pero, a la vez, queda en evidencia la capacidad de incorporar y valorizar los resultados más recientes de la investigación local. El esfuerzo por poner en circulación ideas, alentar tesistas y favorecer reuniones y publicaciones, caracteriza a Sandra Carli. En un espacio académico signado cada vez más por las dinámicas competitivas, el compromiso, el compromiso con la construcción colectiva, el diálogo y la cooperación entre investigadores -con disímiles trayectorias y posiciones académicas-posee una dimensión política.

La obra puede ser leída, como he planteado, como una síntesis de una trayectoria. Incluso, está compuesto por ensayos que tuvieron origen en distintos momentos de la trayectoria de Carli. Pero, también, puede leerse como un programa de trabajo, una agenda del propio campo de estudios. La autora nos impulsa a estudios de mediana y larga duración, una reconstrucción caleidoscópica, atenta a diferentes dimensiones, planos y niveles (que incorpora la memoria, los campos de conocimiento, el arte), a preguntarnos por la articulación de lo social, lo cultural y lo político. Nos alienta a un trabajo interdisciplinario -no como concesión sino como premisa-, y a discutir nuestros presupuestos conceptuales y teóricos. Este programa exige asumir los desafíos de pensar la infancia en plural, asumiendo su carácter contingente y la interpelación que nos realiza a nosotros y nuestras propias subjetividades.

En ese sentido, el libro abre con un interesante ensayo que permite iluminar la historia de la infancia en las primeras décadas del siglo a través de las memorias de dos escritores situados en espacios sociales e ideológicos disímiles y contrastantes como son Norah Lange y Arturo Jauretche. Ello permite una discusión sobre la memoria de la infancia en la escritura autobiográfica. La interrogación -anclada en la subjetividad y la memoria- asume los presupuestos del psicoanálisis los que contrasta con los emanados de una indagación histórica y cultural (con Walter Benjamin y Giorgio Agamben), nutrida también de los aportes de la Historia oral. Estos insumos le permiten a Carli situarse en la zona límite y borroneada entre el testimonio y la ficción para reconstruir las visiones retrospectivas de los aprendizajes, las auto-percepciones y los descubrimientos míticos de los "otros" mundos sociales y culturales de cada una de estas figuras fascinantes.

Antonio Berni está en el centro del segundo capítulo. Con Juanito Laguna la autora nos permite desplazarnos a la infancia de los sectores populares en los años cincuenta y sesenta. La decisión conduce a discutir la noción de representación que -con Raymond Williams- indaga en las mediaciones, el papel del artista y la significación social del arte. La exploración implica visibilizar al niño de los sectores populares cuya representación ha quedado muchas veces opacada, como advierte Carli, por la "mirada homogeneizante" de la pedagogía escolar y las ilustraciones de la familia burguesa. Con ello, la apuesta a la pluralidad significa, entonces, una recuperación de la contracara de los sueños modernizantes: la pobreza de las grandes metrópolis, la precariedad de la vida de los sectores populares, el mundo de los niños de la calle que habitan los cuadros de Berni. Pero, también, están allí la ternura de los grandes ojos, las figuras enjutas de las madres y el encuentro de las generaciones.

En el capítulo siguiente, Carli retoma esta idea con un interesantísimo contrapunto entre las visiones de Germani y Verbitsky en un ensayo especialmente sugerente para reflexionar sobre la relación entre la clase, la infancia y la familia. El análisis de las "fronteras móviles" entre las clases sociales en los años cincuenta y sesenta a partir de las concepciones sobre la infancia resulta permite observar la "multiplicación" de las formas de distinción. Igual riqueza posee el estudio de la visión de Gino Germani que, sin ninguna simplificación, permiten indagar en el papel de la "mentalidad" en las clases sociales. Del mismo modo, la obra de Bernardo Verbitsky resulta una atractiva entrada para auscultar el papel de los mitos en la formación de las "estructuras de sentimientos" que pesan en "la pequeña familia" de la clase media de barrio y que contrastan con la vida cotidiana de los hombres, las mujeres y los niños que viven en la villa miseria.

El psicoanálisis ocupa el cuarto. La trayectoria de Arminda Aberastury le permite a Carli retomar los resultados de su propia producción para auscultar la creación, a partir de los años sesenta, de un nuevo régimen de verdad sobre los niños legitimado en prácticas discursivas, instituciones, saberes y expertos en función de su componente ficcional (de producción o invención imaginaria). La idea -nuevamente- es confrontar con el carácter a-histórico de las nociones de la infancia. En este caso, pone al descubierto que la verdad psicoanalítica sobre los niños borra las contingencias y los derroteros de la conformación de dicho régimen en función de la biografía de quien fue la pionera del psicoanálisis infantil en Argentina.

El capítulo siguiente está dedicado a los jardines de infantes, una institución central, y quizás todavía desatendida en toda su importancia, para comprender las categorías y dispositivos que modelaron a la infancia de nuestro presente. La pedagogía del "niño pequeño" es abordada a partir del itinerario biográfico de Hebe San Martín de Duprat. El desarrollo -escrito en coautoría con Patricia Miranda- permite analizar el derrotero de la concepción pedagógica de los niños en los años setenta y ochenta en un análisis que enlaza la producción de conocimiento y su anclaje institucional.

El último ensayo está dedicado a fotografías infantiles en el contexto de la crisis del 2001, le permiten a Carli compartir con nosotros su mirada, sorprendida, dolida y perceptiva, de los dilemas que enfrenta la infancia en la actualidad. En especial, una preocupación por el trabajo infantil, el derecho a la educación y las implicancias del consumo y la cultura mediática. Estas preocupaciones tienen en el centro al Estado y a las familias y suponen desafíos que implican a la sociedad argentina en su conjunto.

Desde las primeras páginas, el libro convocó -en mi propia memoria- una escena de Fanny y Alexander que transcurre en uno de esos días cálidos de verano que le gustaban a Bergman. La cámara muestra cada personaje, se detiene en la relación entre ellos y los observa desde el ángulo de los niños: ellos exploran ese mundo adulto pero habitan otro. Por eso, su mirada nos permite -a nosotros, los espectadores- descubrir un universo denso, abigarrado, profundo que adquiere todo su sentido en el contraste con el aire tibio y límpido del verano. Como esa escena, La memoria de la infancia nos ofrece una visión abierta, amplia y accesible pero y, al mismo tiempo, sólida y articulada. Cada lector hará suyo el libro a su propia manera. Pero, no hay duda, que su lectura le provocará el placer de una construcción firme, un ritmo cautivante y una autora madura, capaz de destilar en cada línea destila el gusto que le produce pensar, debatir y dialogar intelectualmente.

Isabella Cosse
CONICET / IIEG - UBA