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Historia de la educación - anuario

versão On-line ISSN 2313-9277

Hist. educ. anu. vol.14 no.2 Ciudad autonoma de Buenos Aires. dez. 2013

 

CIERRE

¿Es el estudio posible en la universidad de hoy?

 

Daniel Friedrich

Teachers College – Universidad de Columbia
friedrich@tc.edu

Tyson Lewis, en su último libro, On Study: Giorgio Agamben and educational potentiality (2013), distingue entre aprendizaje y estudio. El aprendizaje nos presenta con el paradigma dominante en el mundo educativo contemporáneo: implica objetivos a cumplir, focos puestos en metas (generalmente cuantificables) y claras respuestas a la pregunta del para qué de la educación. El estudio, por el contrario, se trata de una exploración en la que el estar perdido, sin clara dirección, es parte inherente de la actividad misma. El aprendizaje busca realizar el potencial de cada alumno, mientras que el estudio navega la indecidible brecha de lo impotencial, esto es, la capacidad tanto de ser como de no ser. Por esto último, el estudio nunca cumple, nunca cierra. En este breve ensayo exploraré cómo el Grupo de los Miércoles, un espacio de lectura y discusión compuesto por los estudiantes del Prof. Thomas (Tom) Popkewitz en la Universidad de Wisconsin-Madison, abre la posibilidad para el estudio de manera de anclar los estudios de doctorado en currículo de manera particular, y al menos en mi caso, sumamente placentera, productiva, y (anti)didáctica.
Conocí a Tom personalmente a pocos días de haber llegado a Madison con el objetivo de cursar estudios de maestría a mediados de 2005. Mi decisión de ir a Madison estaba relacionada casi exclusivamente con su obra, la cual había influenciado fuertemente en mi pensamiento hasta ese momento desde mi primer introducción a sus paradigmas de las ciencias sociales durante mi licenciatura en Cs. de la Educación en la UBA. Tom me recibió en su oficina y tras breves introducciones me preguntó qué quería estudiar en Madison. Le respondí con sinceridad que no tenía una idea clara (o siquiera opaca), a lo que Tom me devolvió: "Qué bueno, nunca entendí a la gente que viene ya sabiendo qué quieren saber.
¿Para qué nos necesitan?" Al finalizar la charla, me invitó a quedarme y participar del Grupo de los Miércoles, que en ese momento se encontraba comenzando la lectura de Homo Sacer, de Agamben.
El Grupo de los Miércoles fue fundado en 1987 por los estudiantes de Tom, quienes desde entonces le aclaran a cada nuevo miembro que el grupo no es de Tom, sino que Tom participa como un miembro más. Cuando Tom viaja, el grupo sigue adelante. De hecho el grupo se reúne prácticamente cada miércoles, sea vacaciones, llueva o truene (a decir verdad, la nieve madisoniana ha producido alguna suspensión). Las lecturas se eligen colectivamente e incluyen una amplitud de intereses admirable. Hay, quizás, algunas reglas implícitas para la selección: muy raramente se lee algo del campo de la educación (para eso están los cursos universitarios), hay una clara inclinación "postie" (postmoderna, post-estructuralista, post lo que sea), y se suele priorizar libros por sobre artículos. Cada tanto hay clásicos que vuelven; es inusual que pase un año sin leer algo de Foucault, Deleuze o Derrida. Y hay una regla más o menos explícita en cuanto a la participación: el compromiso a leer antes de hablar, y a escuchar antes de argumentar. Eso es todo.
Rápidamente el Grupo de los Miércoles se convirtió en el espacio de formación más importante de mi carrera académica. Era un espacio privilegiado para experimentar con formas argumentativas e ideas poco familiares, para leer textos quizás demasiado complejos para hacerlo en soledad, para descifrar las maneras de incorporar argumentos de gente con historias completamente diferentes a la mía, de países y regiones hasta ese momento apenas mencionadas en mi vida. Intentar darle sentido al concepto de Democracia por venir de Derrida sentado en una mesa con una profesora de música de Wisconsin, una activista de Karala, India, y una maestra de jardín de infantes de Ankara, Turquía, cobró tanta importancia para mi formación como el texto mismo, y tal vez más.
A su vez, se tornó fascinante para mí tomar parte en el proceso que lleva a un académico altamente prolífero como lo es Tom a darle vuelta a esas conversaciones y tornarlas parte de la historia del debate curricular contemporáneo. Mis dos primero años en Madison y en el Grupo de los Miércoles acompañaron el proceso de reflexión y producción acerca de la idea de cosmopolitismo que dominó la obra de Tom durante esa época. Una sugerencia de Tom acerca de un libro para el Grupo disparaba una conversación que invitaba a otro libro y desafiaba a Tom a considerar un nuevo punto de vista, reflejado tal vez en un nuevo artículo, cuyo borrador circulaba por el Grupo y nos provocaba a buscar nuevas lecturas. Mientras tanto, en ese ir y venir de ideas y discusiones, se iba gestando mi propio pensar, mi propio texto.
Mi tesis doctoral comenzó con una pregunta acerca de las maneras en que la Dictadura estaba siendo movilizada en discursos pedagógicos dentro y fuera de la escuela, siguiendo mi propia trayectoria como maestro primario en la Ciudad de Buenos Aires. Las lecturas y discusiones dentro del Grupo me llevaron a ampliar la mirada hacia los mecanismos y las consecuencias de tornar la historia en un relato pedagógico moralizante. Por supuesto que los numerosos cursos que tome en la Universidad de Wisconsin en varios departamentos y campos académicos influyeron (los estudios doctorales en EEUU son mucho más"escolarizados" que en Argentina, requiriendo varios años de cursada antes de comenzar la tesis). Pero en la gran mayoría de los cursos mi rol era claramente el de alumno.
Creo relevante traer a colación aquí un ensayo escrito por Jorge Larrosa para la colección "Jacques Rancière, la educación pública y la domesticación de la democracia" titulado Fin de partida. Leer, escribir, conversar (y tal vez pensar) en una Facultad de Educación. A través de su característico lenguaje poético, Larrosa se pregunta acerca de la posibilidad de pensar que queda en la universidad por venir, esto es, en una universidad mercantilizada, donde cada idea es valuada como producto, donde el utilitarismo reina y hasta la idea de cambio es transformada en innovación y vendida al mejor postor. Para poder abrir espacios que resistan esta lógica y permitan leer, escribir, conversar y tal vez pensar, Larrosa plantea la necesidad de des-alumnar alumnos, des-profesar profesores y des-disciplinar disciplinas. Los alumnos, explica Larrosa, están interesados en el para qué, buscan sacarse de encima las materias y viven preocupados por notas y créditos. Son producto de la lógica institucional de la universidad por venir, al igual que los profesores que protegen su lugar de expertos dosificando el conocimiento y certificando a aquellos con potencial útil para la sociedad. La invención de espacios donde la filosofía no sea vista como una disciplina académica, sino como una actividad ligada, quizás, al pensamiento requiere de movimientos heterológicos que hagan que el alumno difiera de su estatus de alumno, que el docente difiera de su estatus de docente y que las disciplinas difieran de su estatus de disciplinas.
El Grupo de los Miércoles funciono, para mí, como un espacio con una lógica claramente distinta a la institucional universitaria. En términos generales, el estatus con el que uno entraba a esa habitación se volvía irrelevante a la hora de entablar la discusión. Se trataba, volviendo al argumento de Lewis, de un espacio para el estudio. Sin embargo, el grupo no era perfecto. Interesantemente, las lógicas institucionales permeaban nuestras prácticas cada vez que el texto compartido provenía de un campo del cual uno de nosotros era considerado "experto". Se volvía entonces difícil no caer en la rutina de escuchar a quien tenía algo valioso que decir y callar frente a la evidencia de la propia ignorancia. Los bagajes de nuestras culturas sexistas, clasistas y racistas no son fácilmente descartables, y limitan la posibilidad de poner un texto en común para una discusión entre iguales.
Al reflexionar en el campo de la historia de la educación o de la teoría curricular y sus intersecciones, como en el caso de mi trabajo, no dejo de pensar en la importancia de generar espacios donde el estudio sea posible. Nuevamente, no se trata de institucionalizar el estudio (esto sería un oxímoron) sino explorar grietas en la estructura institucional donde poder leer, escribir, conversar y, tal vez, pensar. La invención de nuevos espacios o la reconversión de otros existentes no es tarea fácil. Implica sacrificar la posición de experto, de poseedor de conocimiento y de una didáctica apropiada para distribuirlo; lleva a una desestabilización de lo que significa ser alumno o aprendiz, del valor de la disciplina y su orden interno. Requiere, sin lugar a dudas, que historicemos por qué el estudio se ha vuelto tan infrecuente y dificultoso en la universidad. Y demanda de nosotros un compromiso hacia la idea de una universidad sin condiciones, en términos de Derrida, es decir, una universidad únicamente posible como un espacio de pensamiento que no deje de cuestionarse su propio rol.

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