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Historia de la educación - anuario

versão On-line ISSN 2313-9277

Hist. educ. anu. vol.15 no.2 Ciudad autonoma de Buenos Aires. dez. 2014

 

ARTÍCULOS

El imaginario sarmientino y las metáforas augurales de la identidad argentina moderna

 

Juliana Enrico1

Centro de Estudios Avanzados (CEA)
Universidad Nacional de Córdoba (UNC) / CONICET
julianaenrico@gmail.com

1 Doctora en Ciencias de la Educación. FFyH UNC. Licenciada en Comunicación Social. FCEd. UNER. Becaria Post Doctoral de CONICET. CEA UNC, Argentina.Investigadora Permanente del Programa "Historia, Política y Reforma Educativa: crítica y prospectiva", CEA / CIFFyH - UNC, Argentina; y del Programa de Análisis Político de Discurso e Investigación, DIE CINVESTAV, FFyL UNAM, México.


Resumen

El horizonte de transformación epocal en el canon de la civilización europeaoccidental hace posible la emergencia de los Estados-nación latinoamericanos, y en tal escenario indagamos la conceptualización sarmientina de “Civilización” en diálogo con las herencias intelectuales y políticas de su tiempo, con énfasis en la propia gramática de su paradigma “Civilización y Barbarie”, matriz identitaria que le imprime un carácter fundacional a la identidad nacional argentina hasta la contemporaneidad. Atravesado por el pensamiento ilustrado y por el historicismo romántico, Sarmiento instituye las metáforas fundacionales de la Argentina moderna, en una nueva episteme que logra cristalizar a lo largo del siglo XIX. Intentaremos analizar en este texto el imaginario que sostiene tales figuraciones, fundantes de un nuevo pacto educativo-cultural que redefine las herencias y las formas institucionales de nuestro territorio en plena configuración política, produciendo los sentidos del futuro pedagógico de la nación. Por tanto, vamos a analizar tanto una trama de sentido vinculada a la noción de imaginario, así como un cierto análisis del proceso de cristalización (Stendhal en Kristeva, 1994; Barthes, 2009) mediante el cual determinados significantes y textos condensan las verdades y formas de organización de una época. En tal camino, retomaremos una lectura del contexto en que emerge y cristaliza el proyecto político-pedagógico-cultural sarmientino, volviéndose uno de los centros discursivos que estructura el mito de la Argentina moderna.

Palabras clave: Imaginario sarmientino; Metáforas fundacionales; Civilización y Barbarie; Discurso educativo moderno; Sistema educativo.


 

Vacíos, fantasmas y huellas de una re-escritura de la historia

… Y ved lo que hace en la constitución mínima
de los pueblos la influencia de las palabras.
Sarmiento, Educación Popular

Entre mediados y fines del siglo XIX, el imaginario sarmientino (Enrico, 2010) logra cristalizar en su tiempo produciendo una universal normalización de identidades y cuerpos en el espacio social desde las lógicas relacionales del sistema educativo (como escenario e instancia pública inclusiva instituyente de la condición de civilización de la nación). Su impronta moderna, liberal y laica, atraviesa la totalidad de la historiografía de la educación argentina, instaurando una legalidad que continúa siendo hegemónica.1 Desde estas escrituras y afirmaciones nos interesa indagar el efecto espectral de la “sombra terrible” de la barbarie entre las luces y claroscuros de la propia discursividad de Sarmiento, para explorar más bien la complejidad de las metáforas fundacionales de la Argentina moderna2 (en momentos en que nuestro territorio era un “desierto” envenenado por las guerras civiles internas y por las amenazas naturales de las profundidades de las voces del continente, desde un fondo abismal, salvaje, “sin ley”). Nos referimos al período posterior a las revoluciones anti-coloniales (Ansaldi, 2010) en el territorio del Río de la Plata, y a los discursos centrales que signaron la transición política, a lo largo del siglo XIX, hacia la modernidad nacional. En la medida en que los objetos que pueblan un imaginario establecen una topografía de imágenes de las cuales se exilia el acto que les da fundamento (apareciendo como una realidad mediante cierta visibilidad o cristalización simbólica) uno podría preguntarse -sostiene de Certeau (2004)- si lo que más se ve no define lo que más falta, cubriendo un vacío, conflicto o herida irreductible.
Al producirse una determinada fijación, la figura presente del imaginario no muestra sino una ausencia, por lo cual la afirmación de una palabra o de una imagen (el sentido “representativo” en tanto reflejo o espejismo de un residuo siempre metafórico) da cuenta de una pérdida y de una imposibilidad.3 El enunciado original del título de Facundo, “Civilizacion i Barbarie: vida de Juan Facundo Quiroga. Aspecto físico, costumbres i mitos de la República Argentina4 muestra indicialmente la oscura conjunción que luego se define como una oposición disyuntiva entre ambos términos excluyentes de esta división política, en lo que Svampa define como “el dilema argentino” fundacional (Svampa, 2006; Pineau, 2006).5
Pero el valor de esta relacionalidad mítico-literaria es más bien cercano a la lógica de la abyección, porque de hecho la barbarie es nombrada y significada desde el espacio simbólico civilizado, no teniendo lugar como una enunciación propia o nativa (“latinoamericanista”), sino a los fines de los saberes privados y domésticos de la vida pastoril, suburbana, fantástica, salvaje, campestre y a cielo abierto, lo cual constituye una total exterioridad respecto de los valores civilizados que configuran el socius del paradigma de la modernidad.6 O sea que más que definir las condensaciones semánticas que unen y a la vez separan los términos del paradigma sarmientino, analizamos las formas discursivas mediante las cuales uno de sus términos delimita y a la vez abyecta al otro como constitutivo de sí mismo (necesario) y como parte maldita (eliminada infinitamente en tanto amenaza la identidad que pretende establecerse y permanecer).7 En relación con la construcción del saber epocal y las performatividades subjetivas y objetuales vinculadas con el orden discursivo civilizado moderno, solamente resultan sostenibles las nociones letradas, ilustradas, racionales, “limpias”, propias de la moralidad y las normas científico-sociales de la civilización (en base al modelo americano, y a la vez europeizante), que nombran su interioridad maldita -expulsándola hacia un exterior radicalpara limitar su amenazante e inextinguible oscuridad.8 Sabemos que las palabras tienen la función de limitar ciertos sentidos asociados a los objetos, y por tanto de desplazar otros sentidos posibles: el establecimiento de metáforas fuertes liga estas significaciones deseadas. Abriremos este análisis en función de la revisión de las condiciones y conceptos centrales que atraviesan este imaginario y su cristalización. Cuando un imaginario cristaliza se detiene en una imagen que establece el sentido y las identificaciones ligadas a cierto campo semántico-epistémico. El sentido se recorta de su fondo de continuidad o de linealidad significante (es decir, de sus desplazamientos metonímicos), para resplandecer, resaltar, predominar en la trama sígnica en la cual se inscribe en torno de ciertos valores metafóricos fuertes que son articulados y condensados en una palabra.9 En este caso: Civilización. Y en un contexto: el de las condiciones del exilio  (espacio central de traducción cultural en pleno momento de configuración política de la formación capitalista moderna, que va a dejar en el pasado las instituciones hegemónicas de la formación histórica colonial). Desde este espacio de crisis, y en la trama del proyecto político post-revolucionario de la Generación del ’37, el imaginario sarmientino logra articular los sentidos centrales de esta discursividad transformadora (expulsada y resistida por el rosismo), y permanece como un antagonismo fundante que da forma a una nueva identidad nacional, consagrándose en el proyecto educativo-cultural que sostiene el proceso de institucionalización de la Argentina moderna.
Primero, entonces, es necesario pensar el exilio sarmientino. Esta condición de escritura “por fuera” de la escena inaugural prematura de la nación argentina es central. Ni constituye solamente un desplazamiento o un off scene espacio-temporal, ni es una simple relación de exterioridad que demarca un interior, sino que configura un outside “peligroso y excesivo” (Laclau, 2009; Buenfil, 2000), producto de una exclusión de carácter político. Por tanto, es una relación constitutiva en torno de un antagonismo pulsional a partir del cual se dirimen las cadenas discursivas que darán lugar a diferentes proyectos de nación en pleno conflicto epocal.10 En este momento de expulsión de la escena fundacional -en la diáspora que comparte con los intelectuales críticos de la Generación del ‘37 por sus enfrentamientos con el rosismo- Sarmiento logra hegemonizar las principales articulaciones que darán forma a un relato en el cual se incribirán los significantes centrales de la Argentina moderna (en torno del eje central de su noción de Civilización, vinculada semánticamente con la ilustración europea, la cultura letrada, la ciencia universal, el mercado capitalista mundial, las lógicas citadinas, la educación popular, el liberalismo y ciertos rasgos del cosmopolitismo), que equivalen a una identidad culturalmente integrada al mundo mediante la expulsión de su propia barbarie interna.11
Es decir que aquí se produce una cancelación, diferenciación, recorte, sesgo o división cultural, desde el espacio simbólico, de un mismo procedimiento de división del espacio social y territorial, en nombre del proyecto “superior” de la unidad de la nación. En un caso tenemos un territorio que expulsa a sus hijos; en el otro un territorio que los devora, tendiendo ambas formas de relación, igualmente, a la eliminación de un cuerpo extraño que perturba la armonía del propio cuerpo social: acción política que determina sus límites ideológicos, culturales, geográficos y humanos (eg. la obsesión filicida del paradigma moderno, en términos de Puiggrós, 1990).12 Revisaremos a continuación una genealogía o remisión simbólica entre estas articulaciones históricas, para seguir el rastro de sus escrituras y efectos más significativos.

Sangres contaminadas y herencias nobles: legados, continuidades y rupturas

Las intervenciones políticas de Sarmiento se producen en una época de revoluciones y de guerras, tanto en América Latina como en Europa; momentos históricos que signaron profundas transformaciones culturales en todo occidente. El Viejo Mundo recibió el impacto de lo que Hobsbawm (1998) denominó la “doble revolución”: la Industrial en Inglaterra, a partir de 1760, y la liberal en Francia hacia 1789; las principales consecuencias de estos grandes acontecimientos históricos (que dislocaron las relaciones económicas y políticas hegemónicas de su tiempo) fueron que el capitalismo industrial y los principios de igualdad y libertad originados en la Revolución francesa y en el movimiento cultural de la Ilustración destruyeron las divisiones estamentales que separaban a los aristócratas de los plebeyos, dando lugar a la lenta constitución, hacia fines del siglo XVIII, de la nueva figura histórica del ciudadano mediante la abolición de las jerarquías de casta y de sangre que fundamentaban las antiguas segregaciones sociales, produciéndose desde entonces una gran mixtura y transformación social ante una universal posibilidad de acceso de la población a los derechos de ciudadanía. En este contexto de dislocaciones epocales en el mundo, Domingo Faustino Sarmiento nace en la provincia argentina de San Juan en 1811. Procede de la relación entre dos familias empobrecidas, no obstante ligadas por las redes del linaje con familiares de cierta posición (“noble”) en la sociedad sanjuanina del momento, según lo describe Altamirano (2005). Es decir que su origen económicamente pobre se re-inscribe simbólicamente en una relación de sangre privilegiada que constituye la posibilidad de su ascenso social (según las lógicas coloniales aún imperantes).
Recordemos entonces, frente a la episteme o el clima del espacio intelectual y cultural que atraviesa el curso del siglo XIX (con rasgos ilustrados, románticos, racionalistas, naturalistas, racistas, eugenistas) algunos acontecimientos o puntuaciones centrales de la experiencia sarmientina y sus biografemas en relación con su legado educativo, para intentar interpretar las articulaciones políticas centrales13 que fueron constituyendo una discursividad común entre su historia y el Zeitgeist (o pensamiento y cultura epocal) que impregnó las prácticas sociales del momento. El proceso histórico que da lugar a la emergencia de nuestra matriz educativa moderna, de corte liberal y laicista14, nos lleva a una pregunta que se extiende en el tiempo hasta un Sarmiento no nacido aún, anterior a sus investiduras revolucionarias y educacionistas, es decir, al “destino” de su linaje como hijo de la Revolución y como padre de la educación nacional argentina: extraña circunstancia que lo ubica paradigmáticamente en la génesis del sistema educativo, al tiempo que se construye la infancia15 de la nación desde las voces revolucionarias de inicios del siglo XIX de las cuales surgen su vida y su relato.
Estas condensaciones político-subjetivas serán figuraciones centrales en las nuevas formas discursivas emergentes en la historicidad del momento, adviniendo en un reordenamiento racional de la temporalidad, del espacio social, de las valoraciones culturales; por eso sus textos autobiográficos resultan una especial reconstrucción y registro historiográfico (romántico) del paisaje de entonces, desde su particular mirada hacia el horizonte de la nación, sus confines inciertos, sus imágenes de futuro. Con el estilo de las reminiscencias proustianas, Sarmiento describe en Recuerdos de provincia (1850) su gesto fundacional de inscripción simbólica en el imaginario político que hace posible, en el devenir del siglo XIX, la liberación de nuestro pueblo americano de la dominación de la corona española sobre el territorio del Río de la Plata, e inicia su relato histórico inscribiéndose en el centro mismo del horizonte mítico de la Revolución.

Extrañas emociones han debido agitar el alma de nuestros padres en 1810. La perspectiva crepuscular de una nueva época, la libertad, la independencia, el porvenir, palabras nuevas entonces, han debido estremecer dulcemente las fibras, excitar la imaginación, hacer agolpar la sangre por minutos al corazón de nuestros padres… Yo he nacido en 1811, el noveno mes después del 25 de mayo, y mi padre se había lanzado en la revolución, y mi madre palpitado todos los días con las noticias que llegaban por momentos sobre los progresos de la insurrección americana… (Sarmiento, Recuerdos de provincia, p. 165)16

En esta trama se inscribe, a su vez, la articulación histórico-cultural de la Revolución de mayo de 1810 (acontecimiento que inicia el “desprendimiento” del pasado colonial español, arcaico, atrasado, católico, monárquico y feudal, en nombre de “un nuevo tiempo propio de las naciones libres sudamericanas”) con la historia educativa de nuestro país. Tal “puntuación” consiste en un mito fundacional que busca instaurar las utopías y las simbologías nacionales (Dussel y Southwell, 2010) que darán lugar al nuevo escenario social basado en el surgimiento del régimen ético-estético-político ligado a la alfabetización y la sensibilidad del canon civilizado, el cual se despliega conflictiva y lentamente a lo largo del siglo XIX. La unidad nacional de la Argentina moderna es posible luego de décadas de luchas externas e internas que atraviesan casi todo el siglo, y su conciliación e institucionalización termina centrándose -tras las emergentes formaciones de la guerra civil entre unitarios y federales a lo largo del territorio argentino, enfrentando a muerte sus diferentes modelos políticos de “unidad nacional” (centralista o federalista)- en el proceso de despliegue histórico del sistema público de educación, que será el espacio por excelencia -con centro en la escuela- en la constitución de una nueva ciudadanía letrada universal y en la emergencia de una nueva identidad nacional unificada por los rasgos civilizatorios.
Halperín Donghi (2004) sostiene que el “desgarrado estilo político” sarmientino -frente al proyecto de la “república posible” de Alberdi- abre el pasaje fundamental del pasado colonial a un estadio post-rosista que posibilita una definitiva organización y estructuración (económica, social y política) de la nación. En tal sentido, menciona que al estudiar las condiciones de desarrollo de la realidad norteamericana -o las condiciones culturales que harían posible un determinado crecimiento económico de nuestro pueblo- Sarmiento dimensiona el valor fundamental de los saberes universales del mundo letrado, como modo de inscripción y de transmisión de la ley y de la cultura mediante un nuevo pacto simbólico-social. El proyecto político-educativo de Sarmiento constituye, en este escenario, un discurso central en la transformación epocal fundante de la nación argentina. No limitándose a imaginar el espacio público escolar necesario para la integración y formación de la unidad nacional, su programa de transformación social y cultural atravesó una multiplicidad de dimensiones civilizantes. La gramática sarmientina17, en tal sentido, se difundió excediendo los límites del campo político, del campo intelectual y del campo pedagógico, al configurar los fundamentos relacionales (educativos, económicos, institucionales, subjetivos, morales, estéticos, corporales) de todo el sistema de educación popular y del espacio social, necesarios para la constitución definitiva de la nación moderna. Mediante este ideal civilizatorio Sarmiento tiene la intención de realizar una sustancial obra educativa que se traduzca jurídica y socialmente en una diversidad de espacios formales (el orden legal, el Estado y su sistema de instrucción pública, el propio dispositivo del sistema de escuelas, la formación de maestros, los programas pedagógicos, las metodologías didácticas, los espacios de enseñanza); espacios que constituyan a su vez un ejemplo vivencial que pueda trascender a todo ambiente extra-escolar: las prácticas familiares, la lectura en voz alta en diferentes ámbitos sociales y comunitarios, la escritura, el uso del tiempo, y la extensión de la moralidad y la disciplina del cuerpo a la esfera pública y al espacio privado, mediante sus adaptaciones a la esthesis de la modernidad. En fin: todas las formas y normas simbólicas adecuadas a las lógicas civilizatorias del mundo ilustrado.
En tal contexto, su concepto de “Educación popular” no se restringía a la alfabetización y la escolaridad básicas ni a la institución escolar, sino que “penetraba toda la esfera social y cultural de su tiempo”, como lo sostiene Bombini (2009), impregnando las formas de vida de la época e instituyendo una nueva identidad histórica y un nuevo acceso democrático del pueblo a su condición de ciudadanía (acceso anteriormente inexistente).18 De este modo, y en el contexto de una lenta transformación histórica, por primera vez la población era objeto de políticas universales de inclusión y de apertura a los derechos y saberes universales y a las simbologías nacionales unificantes, emanadas desde las nuevas lógicas de construcción del espacio público, instituyentes e integradoras de una identidad nacional en germen.19

La historia como “el cuerpo mismo del devenir”: articulaciones político-subjetivas, nuevas transmisiones culturales y transformación de los sujetos históricos

La procedencia permite reconocer bajo el aspecto único de un rasgo o de un concepto la proliferación de los acontecimientos a través de los cuales ciertas relaciones han sido posibles, afirma Foucault (2004) en su concepción nietzscheana de la historia. Nietzsche asocia analíticamente las nociones de procedencia y de emergencia en relación con la transmisión de una heredad, analiza Foucault, pero no debemos confundir la herencia con algo que se transfiere naturalmente de un cuerpo a otro, o de una generación a otra. Es una transmisión que no parece conllevar ninguna suavidad (cfr. Foucault, 2004) como si uno heredara una sangre contaminada, un agujero negro, una falta más honda que toda falta (la que se encarna en uno más allá de toda acción racional, o más bien la que uno encarna, no siendo nunca lo suficientemente consciente de su ligadura mortal).

… esa herencia no es una adquisición, un haber que se acumule y se solidifique; más bien es un conjunto de fallas, de fisuras, de capas heterogéneas que la vuelven inestable y que, desde el interior o desde abajo, amenazan al frágil heredero… ¿Qué convicción le resistiría? Es más, ¿qué saber? (Foucault, 2004, pp. 28-29).

Siguiendo estas nociones, vemos la importancia crucial de una lectura de la procedencia, en tanto “atañe al cuerpo”, inscribiéndose en el sistema nervioso, la respiración (la palabra, símbolo y silencio, imagen y concepto) ritmando o pausando un entramado y una forma específica de la identidad ligada a esta heredad, estilo o ductum que configura una forma de vivir20.

Mala respiración, mala alimentación, cuerpo débil y abatido de aquellos cuyos antepasados han cometido errores; que los padres tomen los efectos por causas, crean en la realidad del más allá, o planteen el valor de lo eterno, y el cuerpo de los hijos padecerá por ello… … es el cuerpo el que lleva, en su vida y su muerte, en su fuerza y su debilidad, la sanción de toda verdad y de todo error, como también lleva, e inversamente, el origen-procedencia. (Foucault, 2004, pp. 30-31)21

“En la vida y en la muerte”. Aquí vemos el dilema de la obediencia ante la ley y la transgresión: el pharmakon sarmientino que lo hace un sujeto especialmente obsesivo, enfático, normalista, pasional. A la vez errante, ambiguo y no obstante siempre preciso y coherente en sus desplazamientos políticos ante la imagen de la nación, desde el trazado de una aporía que atraviesa toda nuestra historia nacional: Civilización (y/o) Barbarie. Así como Sarmiento es definido por Rojas como un ser dionisíaco -el “Profeta de las pampas” y el “Dionisio del Zonda” que “bailaba en medio de la tragedia” (Rojas, 1957)- la historia transcribe un palimpsesto de las luchas sobre los cuerpos muertos, y sobre ellos inscribe las victorias y entierra a sus fantasmas. Si alguien ha logrado tomar corporeidad y reinscribirse tanto en vida como después de muerto en nuestra historiografía, es sin dudas Sarmiento, realizando cruciales rearticulaciones hegemónicas que fueron puntuando los principales acontecimientos transformadores de su tiempo, sin temores esquizofrénicos ante un proyecto nacional, liberal y popular que trascendía los relatos del pasado, las ligaduras esperadas, las particularidades subjetivas, los egos y las posiciones naturalizadas o fatales en el curso de la historia. Rojas analiza una escena crucial luego de la caída de Rosas al finalizar la batalla de Caseros, en la que Sarmiento termina unido a Urquiza para derrotar al “tirano” (en un desplazamiento central determinado por una vital terceridad -la caída política del rosismo para unificar la nación- que significaba la articulación de fuerzas anteriormente enemigas, vinculadas con el federalismo y el unitarismo más ortodoxos). Este “paisaje” es clave para analizar una reconfiguración hegemónica fundamental en los discursos de diferentes narrativas:

Al concluir el combate, mientras los Jefes de tropas atendían en el campo sus deberes, Sarmiento adelantóse desde Caseros hasta Palermo, siendo el primero de los vencedores que entró en la casa de Rosas. Nada se sabía de éste aún, y por eso aquel avance fue un nuevo acto de irrazonada audacia, pues ignoraba si allí encontraría resistencia. Recorrió Sarmiento la casa de Palermo, y encontró en ésta una de aquellas banderas de Rosas, que no ostentaban los colores nacionales auténticos, y que entre figuras caprichosas, lucía el “Mueran los salvajes unitarios”. La guardó para sí, como si fuera trofeo propio, incurriendo en acto de indisciplina; pero el demiurgo sabía por qué la guardaba. Veinte años más tarde era Presidente de la Nación y, al inaugurar la estatua de Belgrano que hoy se alza en la Plaza de Mayo, pronunció la elocuente oración que se llama el “discurso de la Bandera”, en el cual, después de haber descrito, cantado y profetizado nuestra insignia nacional, aludió con amargura a nuestras tiranías y guerras fratricidas y como símbolo de ellas, en aleccionador contraste, opuso a la otra insignia la de Rosas, mostrando al pueblo, ante el estupor de todos, en un gesto dramático y audaz, la bandera de la tiranía, la que él tomó en Palermo, cuando entró vencedor en la casa del tirano.22 Mientras las fuerzas de Mansilla en la Plaza de Mayo abandonaban la defensa; mientras la ciudad quedaba presa del pánico; mientras las turbas y la tropa vencida entregábanse acéfalas al saqueo, Rosas embarcado desde la noche del 3, emprendía en el “Centaur” la fuga a Inglaterra, su refugio hasta su muerte. Sarmiento, posesionado de la casa del tirano23 que aterrorizó a la República, fechaba el día 4, sobre la mesa de Rosas, documentos que expedían la partida de defunción de aquel régimen aciago… (Rojas, 1957)

Sarmiento menciona entre sus recuerdos más hondos su vida de constantes sacrificios y sufrimientos desde su nacimiento en un “barrio oscuro” de San Juan:

He nacido en una provincia ignorante y atrasada… He nacido en una familia que ha vivido largos años en una mediocridad muy vecina de la indigencia, y hasta hoy es pobre en toda la extensión de la palabra… … una rara fatalidad ha pesado siempre sobre mí, que parecía cerrarme todas las puertas de los colegios. (Sarmiento, Recuerdos de provincia, pp. 20-21)

Contra todas estas adversidades, Sarmiento transita su educación hacia su vida pública “lenta y oscuramente”, sufriendo todo tipo de tempestad: la cercanía a una digna indigencia, la decadencia y las necesidades familiares, la enfermedad de su padre, sus destierros, la soledad y el trabajo pobre de su madre, sus propios problemas de salud desde muy joven, las difamaciones e injurias vividas en su adultez, propinadas por sus enemistades políticas internas en el permanente clima hostil del exilio, la fatal muerte de su joven hijo Dominguito, la lejanía, la expulsión política, las “puertas cerradas”. Constantes dificultades, peligros y tragedias que enfrenta y expresa con pasión y con dolor, intentando iluminar y transparentar su horizonte de sombras, que es el horizonte mismo de su patria, “insostenible”.

Presentado bajo una luz tan siniestra, denigrada mi vida presente con el sucio tizne de mi vida pasada… no puedo, no debo intentar, si es posible, vindicarme? … Yo me debo a mí mismo estos cuidados, estoy solo contra muchos… Me haré pues, en bien y en mal justicia… Yo he excitado siempre grandes animadversiones y profundas simpatías. He vivido en un mundo de amigos y enemigos, aplaudido y vituperado a un tiempo. Mi vida ha sido desde la infancia una lucha continua; menos debido esto a mi carácter, que a la posición humilde desde donde principié, a mi falta de prestigios, de esos prestigios que la sociedad recibe como realidades… Es mi vida entera un largo combate, que ha destruido mi físico sin debilitar mi alma, acerando y fortaleciendo mi carácter… y la corta carrera que he podido andar la he hecho a fuerza de constancia, de valor, de estudios y sufrimientos. (Sarmiento, Recuerdos de Provincia, pp. 18-19)

Sostiene Foucault:

El cuerpo -y todo lo que atañe al cuerpo: la alimentación, el clima, el suelo- es el lugar de la Herkunft: sobre el cuerpo encontramos el estigma de acontecimientos pasados, y de él nacen también los deseos, las debilidades y los errores… … El cuerpo: superficie de inscripción de los acontecimientos (mientras el lenguaje los marca y las ideas los disuelve), lugar de disociación del Yo (al que trata de prestar la quimera de una unidad substancial); volumen en perpetuo desmoronamiento. La genealogía, como análisis de la procedencia, está pues, en la articulación del cuerpo y de la historia. Debe mostrar el cuerpo totalmente impregnado de la historia, y la historia arruinando al cuerpo. (Foucault, 2004, pp. 31-32)

Así es que, agrega, contra las derivaciones metafísicas de un destino presente desde el origen de los tiempos, que signa necesariamente los reflejos del futuro, la genealogía busca restablecer los diversos sistemas de sometimiento: “no la potencia anticipadora de un sentido, sino el juego azaroso de las dominaciones”. Este análisis debe mostrar la emergencia de un cierto estado de fuerzas, luchando entre ellas ante determinados conflictos e inclusive en una lucha de una fuerza consigo misma en el momento de su debilitamiento o de su exceso. Contra la “historia de los historiadores”, que debe funcionar como un “punto de apoyo fuera del tiempo” (en tanto pretende juzgarlo todo mediante una objetividad apocalíptica, suponiendo una verdad eterna, “un alma que no muere”) el sentido histórico superará toda metafísica si no se sustenta sobre ningún absoluto. La mirada genealógica deja actuar así las desviaciones y los márgenes, borrando toda ilusión de plenitud, es decir, disociándose a sí misma como unidad, reintroduciendo en el devenir “todo lo que habíamos creído inmortal en el hombre”: los sentimientos, los instintos, sus fuerzas y sus debilidades, sus elaboraciones y sus destrucciones (cfr. Foucault, 2004, p. 46). Una tiniebla y un sentimiento de muerte y de barbarie invaden excesiva y permanentemente a Sarmiento, hasta el límite de atenuar sus intenciones civilizantes, pero sin agotarlas nunca.
Sarmiento encarna desde siempre esta lucha entre legados contaminados, mientras todo en su vida hace peligrar su existencia y su crecimiento en el horizonte nacional: viniendo de la sangre de la revolución que parece predestinar míticamente su función histórica, y de una cotidianeidad pobre y sacrificial, no puede acceder a una educación formal, se enferma, debe exiliarse a Chile, trabaja en sitios duros y desolados, vuelve a enfermarse, sobrevive a un atentado, y toda su experiencia (tanto en sus momentos de consagración, como en su ocaso político) se “resiente” ante estos sufrimientos, como él mismo lo recuerda. Aún en la muerte, Sarmiento no puede escapar de esta misma contaminación, y muere solo, pobre, enfermo y lejos de su país (en Asunción del Paraguay) donde debió permanecer por sus dificultades respiratorias -por no poder respirar en su propia tierra, más envenenada que su propia herencia-. Logra constituirse, no obstante todas las adversidades que debe enfrentar, en uno de los grandes “nombres nobles” de la Argentina y de Latinoamérica. En tanto heredero de un linaje aristocrático pero empobrecido y en tanto autodidacta obstinado (“sin maestros”); producido por el saber de su sangre y productor de su propio dispositivo suplementario de formación intelectual (que lo salvará de un destino de sufrimientos y exclusiones) su historia y la historia se traducen a la luz de esta doble determinación en la que “la riqueza del descendiente toma la forma de una genealogía y de una herencia simbólica” (Altamirano, C., Sarlo, B. 1997, p. 116). “Una vida privada” (la herencia sarmientina que culmina o se realiza específicamente en Sarmiento) es atravesada por el rasgo de un destino público que se condensa en su presente histórico y se proyecta como escenario y como verdad de su tiempo. El efecto de cristalización de este nuevo imaginario y la articulación de este momento de trasformación social profunda constituye una nueva forma de “naturalidad” (el linaje configura la diferenciación social en Sarmiento respecto de su origen pobre) normalizada por toda una complejidad de dispositivos culturales y educativos, mediante los cuales un cuerpo ilustrado, lúcido, civilizado y moderno encarnará esta nueva forma de “normalidad” social e histórica -en tanto la sangre es investida y revestida por la densa carga simbólica del poder de la palabra para hacer de la carne un sujeto privilegiado: un ciudadano de la nación y un ciudadano del mundo-. Sarmiento es el sujeto “ejemplar” que representa y despliega el saber epocal modernizante, en tanto inaugura el espacio de irradiación de una nueva forma de organización social que se constituye en hegemónica en su tiempo.
Esta nueva matriz de subjetividad será institucionalizada a partir del surgimiento del sistema educativo normal nacional, instancia transformadora de todo el porvenir de las generaciones futuras en tanto constituye un nuevo modelo de sociedad letrada. Como lo expresa en relación con su oposición vital a Rosas recordando su propia escritura de Facundo, Sarmiento sentencia: “Este libro contiene en germen muchos otros escritos, y está destinado a perder a Rosas en el concepto del mundo ilustrado”. Y luego denuncia en Educación Popular, afirmando sus propios biografemas educacionistas y democráticos, por oposición a la barbarie rosista:

… El primer acto administrativo de Rosas fue quitar a las escuelas de hombres y mujeres en Buenos Aires, las rentas con que las halló dotadas por el Estado; haciendo otro tanto con los profesores de la Universidad, no teniendo pudor de consignar en los mensajes el hecho de que aquellos ciudadanos beneméritos continuaban enseñando por patriotismo y sin remuneración alguna…

No solamente, continúa (recordemos que este texto lo escribe hacia 1849, en los inicios de su carrera político-educativa),

… forzó a expatriarse a los hombres de luces que contaba el país, sino que cerró las puertas de las casas de educación, porque tiene el olfato fino y sabe que las luces no son el apoyo más seguro de los tiranos. El instinto natural me llevó desde los principios a echarme en un camino contrario. Desde niño he enseñado lo que yo sabía a cuantos he podido inducir a aprender. He creado escuelas donde no las había, mejorado otras existentes, fundado dos colegios, y la escuela normal me debe su existencia (…) Tal es el cuadro modesto de mis pequeños esfuerzos a favor de la libertad y del progreso de la América del Sur, y como auxiliares poderosos, la educación de todos y la inmigración europea. Esfuerzos, es preciso decirlo, hechos a la par que luchaba con las dificultades de la vida para vivir (…) esfuerzos que desde el primer día hasta el último, desde el primer artículo de un diario hasta la última página de un libro, forman un todo completo, variantes infinitas de un tema único, cambiar la faz de la América, y sobre todo de la República Argentina, por la sustitución del espíritu europeo a la tradición española, y a la fuerza bruta como móvil, la inteligencia cultivada, el estudio y el remedio de las necesidades.” (Sarmiento, Educación Popular, pp. 233 a 238)

Los presupuestos ideológicos que sustentan la concepción “educacionista” del pensamiento sarmientino, dimensión fundamental que configura toda su actividad política, se sostienen -no obstante su liberalismo democrático en relación con una universal educación popular- en un marcado racismo epocal fundado en la idea de “frontera” en tanto separación cultural y simbólica que supone una alteridad necesariamente excluida del orden social, exclusión necesaria en el espacio moderno de la civilización que no puede definirse sino como idealmente inclusiva, limitando sus propias amenazas identitarias internas.24 La erradicación de todas estas herencias bárbaras y primales, fantasmas y “sombra terrible” que amenazan la vida desde el pasado, iniciará el camino social de una educación “para la vida pública” (cfr. Altamirano, C., Sarlo, B., 1997).

Historia, literatura y democracia

Enuncia Wolin (1974), desde la perspectiva de la filosofía política, que este campo de reflexiones aborda los temas relativos a una comunidad en su conjunto, intentando especificar, diferenciar y comprender los fenómenos políticos en relación con otras prácticas de las sociedades existentes. La teoría política, desde tal horizonte, supone esta inscripción en el espacio social; y el propio escenario social redefine y transforma epocalmente los límites de las teorizaciones en relación con su tiempo (o con los horizontes de otras temporalidades). Por su parte, Derrida (2005) aborda el estudio de la literatura en tanto institución moderna, de reciente invención, ligada al surgimiento de las democracias occidentales.

… lo que define a la literatura como tal, dentro de una cierta historia europea, está profundamente conectado con una revolución en la ley y en la política: la autorización por principio de que algo puede decirse públicamente. En otras palabras: no soy capaz de separar la invención de la literatura, la historia de la literatura, de la historia de la democracia. (Derrida, 2005, p. 256)

Con el pretexto de la ficción, afirma, la literatura debe poder decir algo públicamente, siendo inseparable de los derechos humanos y de la libertad de expresión; afirmándose de esta forma como una intervención a la vez política, democrática y filosófica con ineludibles consecuencias culturales. En tal sentido, las literaturas nacionales del siglo XIX han tenido una fundamental función política e historiográfica; y en el mismo sentido la vida de Sarmiento se liga a una transformación histórico-social que se inscribe en esta tradición rupturista.
Al analizar las formas de articulación de las identidades sociales en su devenir histórico -justamente, en el momento de constitución de las instituciones democráticas modernas que impregnan el discurso estructurante de la modernidad en el siglo XIX- Mouffe (2009) intenta establecer un cierto equilibrio entre los valores de igualdad y diferencia respecto de los principios del liberalismo, y respecto de una determinada concepción de “sujeto” que hace posible pensar identidades diferenciales que puedan compartir y exponer sus antagonismos en la esfera pública con igualdad de libertades y de derechos -nunca plenos sino constituidos, justamente, en el marco de las inestables y provisorias discursividades que configuran la lógica relacional de lo social, en el cruce de elementos culturales, jurídicos, políticos-.25 Es decir: en un espacio público común que establece la igualdad jurídica frente a una inerradicable des-igualdad social y humana. Pero la noción de “ciudadanía” no debe restringirse al espacio de los estatutos legales o del derecho, sostiene la autora. Y argumenta que este concepto debe significar la identificación con un conjunto de valores y principios políticos constitutivos de la democracia moderna (Mouffe, 2009, p. 120); tal concepción -relacionada con la noción de esfera pública de Hannah Arendt- se liga íntimamente a la existencia de una esfera compartida en la que los miembros de la sociedad civil tienen existencia como ciudadanos y pueden actuar colectivamente para resolver en términos democráticos todo lo relativo a sus vidas dentro de una comunidad política. Reafirmando la perspectiva arendtiana, Mouffe insiste en que, no obstante la categoría moderna de “ciudadano” ha sido construida de modo que, bajo una pretensión de universalidad, postuló un público homogéneo -relegando toda “diferencia” al espacio de lo privado para garantizar públicamente la igualdad- la identidad de un ciudadano no debe constituirse ni funcionar dependientemente respecto de las identidades étnica, religiosa, racial, genérica o sexual.
Desde estas miradas, podemos afirmar que el rasgo central de la identidad del ciudadano sobredetermina o eclipsa26 para el pensamiento moderno toda otra instancia de constitución subjetiva, en tanto se produce una especificación histórica, epocal, del ámbito de lo público o del espacio privilegiado de lo social (una subjetividad adecuada a un modelo de civilidad o de sociabilidad pública, racional, exterior, inteligible; liberada de las pasiones irracionales de la interioridad que deben confinarse a los mundos privado e íntimo). Lo normal frente a lo diferente. El orden estable del mundo frente al desquicio de la locura. Una subjetividad ligada a la dimensión pública de una sociabilidad adulta, normalizada y controlada frente a los fantasmas de una íntima sexualidad exacerbada, infantil, perversa y polimorfa, imprevisible. A la luz de esta revisión teórica, filosófica y política que realiza Mouffe de nociones tan centrales para pensar nuestros sistemas democráticos, histórica y contemporáneamente, nos preguntamos en especial por el trazado de los límites de la noción de igualdad en torno del imaginario liberal moderno, y en el orden discursivo civilizado que ordena el pensamiento nacional desde nuestros primeros románticos.

Metáforas del exilio

“Cuando he logrado surgir para mi patria, ella se hunde bajo mis pies, se me evapora, se me convierte en un espectro horrible”, sostiene Sarmiento (Recuerdos de provincia, p. 19). El exilio representa, frente a su patria filicida, la más profunda simbología de un sentimiento de infancia frente a la muerte, y se invade de imágenes sacrificiales. Durante toda su vida política Sarmiento reescribe en otra escena la imagen de su patria (horrible o sublime), o el ideal de la nación, en la clave de su propia escenificación psíquica que cancela y desplaza el horror y la soledad del fading o desvanecimiento subjetivo (Barthes, 2009) recreando otras metáforas que armonizan los efectos del mal en sus dimensiones corporal, social e histórica.

He abrazado con el calor y el fanatismo de una religión los principios políticos que han sucumbido hoy en mi patria; todo lo he pospuesto, reposo, familia, cuidados de fortuna, todo. En quince años de mi vida de adulto, sólo he estado cuatro en la casa paterna; los restantes los he pasado en el destierro, en los campamentos, en la emigración, en los ejércitos. (Sarmiento, Recuerdos de provincia, p. 32)

Recordando las contingencias políticas que dieron lugar a su primer exilio de su San Juan natal, y desde una escritura siempre expulsada de la superficie de las cosas, dramática, expresa:

En mi juventud hubiera deseado que los que han trabajado por establecer el despotismo y hacer desaparecer toda forma constitucional, hubiesen tenido una sola cabeza para cegársela de un golpe; y he tenido la satisfacción de que Facundo Quiroga jurase a mi madre matarme donde quiera que me encontrase. Pero sea fortuna, sea disposición de la Providencia, nunca he tenido ocasión de echar sobre mis hombros la responsabilidad de ningún acto personal de los muchos que son frecuentes, necesarios y justificados en medio de las revoluciones. No tengo que reprocharme ningún acto de venganza, ni una sola acción que pueda mancillarme. (Sarmiento, Recuerdos de provincia, p. 32)

Al regresar en esos años (1836-1838) de elaboración desde Chile a su provincia en un impasse político (por problemas en su frágil salud) se dedicó a cuestiones más “culturales”, marcando su instancia de regreso a la vida pública -atravesada por su ligadura profunda a la patria y por un discurso disruptivo, eminentemente moderno- mediante la fundación del periódico El Zonda, lo cual fue motivo de nuevas persecuciones, su encarcelamiento, amenazas de muerte y un efectivo intento de ejecución, del que logra salvar su vida.

Cuando la revolución empezó a organizarse, los jóvenes patriotas nos dejamos de máscaras y de teatro, y empezamos a prepararnos para la lucha que iba a trabarse. Yo fundé por ese entonces un colegio de señoras, que sostuve contra todas las resistencias que las preocupaciones y el orgullo de las familias oponían; fui nombrado por el gobierno director de la imprenta del Estado, y fundé acompañado de otros amigos, un periódico a mi manera; y sin hablar jamás de la política, a los 6 números tuvo el gobierno que hacerlo callar y ponerme en la cárcel, porque vio que el gobierno de la provincia se le escapaba de las manos, y la autoridad pasaba a las de los RR. del Zonda, por la influencia sobre la opinión pública.

Más tarde sobrevinieron ya los peligros. Nuestra vida

estaba ya amenazada, y se tomó la decisión de emigrar. Yo decidí a dar este paso al doctor Aberastain, que por patriotismo vacilaba. Cuando él me preguntó: “Y Ud.? –¿Yo? ¡yo me quedo! – ¿Y por qué? –Porque no quiero darles a mis enemigos la satisfacción de ver destruido, por mi ausencia, el colegio que tantos esfuerzos nos cuesta; que destruyan ellos; y porque ustedes necesitan tener en San Juan un corresponsal que pueda correr todos los riesgos, y no hay otro que pueda hacerlo como yo”. Perdóneme el público que recuerde este hecho que me envanece. Aberastain está en Copiapó. Yo fui el único unitario, y el más comprometido, que quedó en San Juan a hacer frente a la tormenta que no tardó en descargar. (Sarmiento, Recuerdos de provincia, p. 33)27

En su tono literario, “cinematográfico”, mítico, heroico, trágico, investido como un actor central en la trama histórica (“el hombre oscuro…”) que logra cambiar el rumbo de los acontecimientos e instituir una nueva ley, aún desterrado (o bien: dada su permanente condición de “desterrado”, condición de la institución de una ley propia siempre desplazada, y por eso su per-versión), describe:

En este estado de cosas recibí avisos de que había en el gobierno el proyecto de dar un golpe que aterrase a sus enemigos, y de que la víctima destinada al sacrificio era yo. Mis amigos se interesaban en que me ocultase, pero no quise hacerlo. El gobernador [Benavides] me mandó llamar con un edecán y tuve la audacia de asistir, no obstante que sabía que era para apoderarse de mi persona. A los diez días las tropas se propusieron dar el golpe premeditado. Formaron en la plaza en cuadro, en número de 1.000 hombres de todas armas, y luego los oficiales, con las espadas desnudas, se dirigieron a la prisión pidiendo a grandes voces mi cabeza. Sabía que el gobierno no quería participar de la responsabilidad del crimen intentado por la exaltación de los militares, y me propuse comprometerlo ganando tiempo. Salí al balcón de la cárcel, y resistiendo a las órdenes de bajar que me daban aquellos furibundos, sufriendo sin pestañear los golpes y sablazos del oficial del guardia, gané algunos minutos hasta que me convencí de que los avisos de lo que sucedía en la plaza, habrían llegado al gobierno, y no bajé sino cuando diez oficiales subieron arriba e hicieron imposible toda resistencia. Cuando llegué abajo, me aguardaba una mitad de tiradores encargados de mi ejecución; tuve suficiente presencia de ánimo para burlarme de todos, ganar todavía tiempo, escaparme de entre las bayonetas y lanzas, hacer al fin llegar la suspirada orden del gobierno, y salvar la vida. … ¡Este es el hombre despreciado de San Juan! ¡Este es el hombre oscuro! Al día siguiente de este suceso, estaba en marcha para Chile, desterrado, para salvarme del rencor de mis enemigos que a despecho del gobierno habían jurado mi muerte. (Sarmiento, Recuerdos de Provincia, p. 34)

Desde entonces, su intensa productividad política en su obsesión dislocante y rupturista toma cuerpo en su texto fundacional, diaspórico por excelencia: Facundo (1845). En Recuerdos de Provincia (1850) y en Mi defensa (1850) predomina justamente este tono en su narrativa: la “dramática” de sus escritos autobiográficos es eufóricamente diaspórica y se sostiene en una re-escritura de-frente-a-contra el sistema de expulsiones de su tiempo. Sostiene Romano-Sued28 que toda traducción de un lenguaje natural a otro, o desde una lengua a otra lengua o a otro sistema significante, implica una “diáspora de la escritura”, condición de una profunda extranjeridad a toda simbología (cfr. Romano-Sued, 1995; 2009). En este caso, Sarmiento debe traducir la escena natal de su lenguaje natural al lenguaje de una extranjería desde el que funda una nueva forma de vida (en la ajenidad a su territorio geográfico, social, afectivo; pero justamente desde Chile, que representaba la imagen de una Latinoamérica desarrollada y moderna); y refunda en sus textos la denuncia política transfigurada en el contexto poético de sus imágenes literarias. En este gesto histórico-literario Sarmiento siembra el mito cultural de las traducciones posibles desde una zona de extra-territorialidad en sus figuras significantes privilegiadas: las oposiciones paradigmáticas “reversibles” o espejadas entre un terreno y otro en que las diferencias logran tener lugar, hospedarse y volverse significantes (las imágenes de la Ilustración europea, las civilizaciones europea y norteamericana, la cultura del mundo; y sus re-significaciones frente a las condiciones del paisaje y del escenario local). El particular espacio de configuración subjetiva de Sarmiento se inscribe en el entramado de relaciones simbólicas cosmopolitas, universales y locales, que organizan su identidad, en tanto “especificación del lugar sobre el tiempo”, en palabras de de Certeau (1993). Su “permanente destierro”, su errancia, atraviesan no solamente toda su historia intelectual o su biografía intelectual, sino la totalidad de su vida, en tanto su confrontación política constituye la forma de abrir todas las puertas que se le cierran, figurando la singularidad de su gestualidad permanente e insistentemente “pedagógica”.
En tal sentido, Sarmiento compone el matiz intertextual literario-poético de sus escritos políticos, y como fruto de este exotismo articulatorio encontramos especial riqueza historiográfica en los textos de sus viajes, cuya función central -probablemente ligada al “exorcismo” de sus exilios políticos- afirma los simbolismos y el universo cultural de su obra político-educativa.

El viaje como experiencia de perdición, transformación y traducción cultural

Sarmiento tenía una clara dimensión del valor de “verdad” de los nombres en tanto inscripciones políticas que ordenaban el mundo, performativamente. “Este secreto de los nombres es mágico… en política sobre todo, federación, americanismo, legalidad…” (Sarmiento, Viajes…, p.30). Pero el nombre también revela, así como los efectos hegemónicos que organizan desde un poder central la fuerza de la identidad (el orden legal, los modos de institución del lenguaje, los contenidos y valores que se asocian temporalmente a esas formas significantes) lo innombrable o lo innombrado -por desconocido, por excluido, por temible o insimbolizable-. Por eso mismo, el poder de la nominación y su posibilidad de apertura metafórica instaura nuevas imágenes y nuevas significaciones, re-estructurando el mundo, sus paisajes, sus versiones, sus perversiones, sus identidades.
Al analizar en sus Viajes por Europa, África y América la voluptuosidad de un mundo por-venir que se despliega ante su existencia, Sarmiento insiste en algunas experiencias fundacionales en las que se cruzan lo desconocido, lo abismal, la muerte, en el curso de la vida (entre sus dimensiones habitables y nombrables). De estas imágenes cruciales Sarmiento extrae enseñanzas profundas, las cuales marcan semánticamente las grandes metáforas que figuran los temas centrales de su obra educativa, conteniendo estas narrativas verdaderos argumentos para la constitución de una teoría del conocimiento humano y social. En una excursión de 1845 desde Valparaíso, Chile, hacia Montevideo, Uruguay, Sarmiento debe atravesar el “temido” Cabo de Hornos en la lejanía austral del polo sur, en un barco con nombre de mujer, surcando los mares “contra la naturaleza indócil” de los vientos y de las aguas abismales, llenas de espectros y de cuerpos naufragados devorados por la inmensidad, que se mezclaban con los sueños. Recuerda a un náufrago al que vio ser devorado como una presa por el “negro e insondable abismo”, para siempre, “… cuyo cadáver [dice] se mezclaba en todos mis sueños despierto, en esos momentos en que no es el pensamiento el que piensa, sino las ideas, los recuerdos que […] se agitan en cierta caprichosa confusión y desorden que no carece de delicias” (Sarmiento, Viajes…, p. 23). Seducido por “el abismo, lo infinito, lo incontrastable” del placer de los mares y las noches crepusculares del círculo polar austral, las maravillosas constelaciones del cielo del sur, los cuentos de mar narrados por los navegantes, estos incidentes lo asediaban como un fantasma que era preciso conjurar mediante la escritura, postergando su advenimiento, tal cual acontecía en la lectura de Scheherezade).
Del mismo modo, penetraba en lo desconocido que se encontraba aún fuera de toda significación, como cuando se aventuró a conocer la isla de “Mas-a-fuera”, tierra “desierta desde ab inicio”. Sarmiento le escribe en una carta a su amigo Demetrio Peña, narrando el desvío mediante un fuerte viento sudoeste que los llevó por los contornos de Valparaíso, “más allá del grupo de las islas de Juan Fernández”, forzándolos a rodear por cuatro días en una vuelta completa la isla llamada vulgarmente “de Mas-a-fuera”, la verdadera tierra insular de Robinson Crusoe:

Sabe usted que es ésta una enorme montaña de origen volcánico que a los 34° de latitud y 80° 25’ de longitud, del seno del océano se levanta ex abrupto, sin playas… Desierta desde ab inicio, aunque de vez en cuando sea visitada por los botes de los balleneros, que en busca de leña y agua suelen abordar sus inabordables flancos, está señalada en las cartas y en los tratados como inhabitable e inhabitada. (Sarmiento, Viajes…, pp. 23-24).

También en esta tierra, como en el cruce de los Andes frente a su segundo exilio con su inmortal frase “On ne tue point les idées” (atribuida a Fortoul, y nunca suficientemente bien traducida) Sarmiento deja en la roca una inscripción que encarga realizar ad perpetuam rei memoriam a uno de los habitantes norteamericanos de la isla, para recordar su presencia junto a los nombres de unos veinte viajeros que lograron abordar esta isla inhabitada, inhabitable e impenetrable -contra todo destino-, incluyendo al capitán Cook y sus marinos casi un siglo antes, y al mismo Sarmiento a mediados del siglo XIX. Sarmiento, el habitante de lo inhabitable. El hijo de la revolución y el padre de la patria, de la civilización latinoamericana, del aula. El inventor de nuevas tierras habitadas. El que escribe en la piedra. El que transforma en escritura el desierto. El heredero de la historia. El sobreviviente. En este escenario se muestra cómo persiste en el pensamiento sarmientino, y en el imaginario que logra cristalizar sistemáticamente y estructuralmente (desde los componentes sociales e históricos que atraviesan constitutivamente su identidad epocal) la lógica de oposición -desbordada- entre el cuerpo y el fantasma, la materia y el sueño, lo regular y lo extraño, la razón y las pasiones, lo posible y lo impensable, lo doméstico y lo salvaje, la superficie y las profundidades, organizando la estructura “dramática” (y el valor “pánico”, total y amenazante) que atraviesa las visiones de su tiempo, separando el bien del mal, el cogito de la locura, lo normal y las perversiones, la vida de la muerte, lo nombrable de lo imposible.29
Del mismo modo funciona el pensamiento civilizado que se sostiene en este imaginario epocal, abyectando todo rastro de barbarie que no obstante permanece como constitutivo y necesario para dar existencia a su radical otredad. El espacio de la civilización se afirma, por tanto, desde la instancia misma de su propia sombra terrible, próxima y temida, ajena, íntima e infinita. De Certeau (2004) plantea que toda nueva instancia cultural supone la realización de un cierto modo de significación del mundo que implica determinados sistemas de representación, una transformación subjetiva y la instauración de un cambio en todo grupo social (en tanto nada permanece estable ante las nuevas relaciones, itinerarios, valores, soportes y figuras que establece cada nueva puesta en cultura). Lo cual implica confirmar cada vez un cierto lenguaje entre los hombres, y fundar cada vez sus acuerdos existenciales. El conflicto es siempre constitutivo de los caminos culturales de una comunidad, en tanto consiste en un elemento imposible de eliminar de la experiencia humana, y aún cuando no pueda establecerse su “verdadero nombre”, en toda cultura “… existe el deseo de crear una polis y una política; existe la voluntad de organizar las condiciones de vida en función de las razones para vivir” (de Certeau, 2004, p. 29). En los efectos que suponen estas re-escrituras epocales se inscribe el camino trazado por Sarmiento, en tanto incisión y huella que performa toda una época a partir de la nueva realización histórico-educativa que inaugura y establece un nuevo orden cultural que funda la nación, estableciendo la civilización y la ciudadanía, transformando las relaciones subjetivas, sociales y pedagógicas, el paisaje social, el escenario escolar, los vínculos y liturgias subjetivas de su tiempo, y el propio espacio político público (laico, universal, democratizante).
El imaginario sarmientino es la escenificación de un espacio-tiempo que conecta directamente con las imágenes de un futuro en plena materialización, lo cual densifica la creencia social que hace posibles otras figuraciones, es decir, la construcción colectiva de otra realidad valorada como “urgente” y “necesaria”, atravesada por los vínculos entre la civilización (la imagen de la vida) y la barbarie (la imagen de la muerte).

La utopía y su densidad política: imágenes que transforman el escenario nacional

En una carta dirigida a su amigo Valentín Alsina, luego de su viaje por la América del Norte, realizado en 1847, Sarmiento expresa:

Salgo de los Estados Unidos, mi estimado amigo, en aquel estado de excitación que causa el espectáculo de un drama nuevo… en medio de los esplendores fabulosos de decoraciones que remedan bosques seculares, praderas floridas… o habitaciones humanas en cuyo pacífico recinto reinan la virtud y la inocencia. Quiero decirle que salgo triste, pensativo, complacido y abismado; la mitad de mis ilusiones rotas o ajadas, mientras que otras luchan con el raciocinio para decorar de nuevo aquél panorama imaginario en que encerramos siempre las ideas cuando se refieren a objetos que no hemos visto… Los Estados Unidos son una cosa sin modelo anterior… como un animal nuevo producido por la creación política… De manera que para aprender a contemplarlo, es preciso antes educar el juicio propio, disimulando sus aparentes faltas orgánicas, a fin de apreciarlo en su propia índole, no sin riesgo de, vencida la primera extrañeza, apasionarse por él, hallarlo bello, y proclamar un nuevo criterio de las cosas humanas, como lo hizo el romanticismo para hacerse perdonar sus monstruosidades al derrocar el viejo ídolo de la poética romano francesa. Educados usted y yo, mi buen amigo, bajo la vara de hierro del más sublime de los tiranos, combatiéndolo sin cesar en nombre del derecho, de la justicia, en nombre de la república, en fin, como realización de las conclusiones a que la conciencia y la inteligencia humana han llegado, usted y yo, como tantos otros nos hemos envanecido y alentado al divisar en medio de la noche de plomo que pesa sobre la América del Sur, la aureola de luz con que se alumbra el norte. Por fin, nos hemos dicho para endurecernos contra los males presentes: la república existe, fuerte, invencible; la luz se hace; un día llegará para la justicia, la igualdad, el derecho; la luz se irradiará hasta nosotros cuando el Sud refleje al Norte… (Sarmiento, Viajes…, pp. 353 - 354) … Así pues, nuestra república, libertad y fuerza, inteligencia y belleza; aquella república de nuestros sueños para cuando el mal aconsejado tirano cayera, y sobre cuya organización discutíamos candorosamente entre nosotros en el destierro… aquella república, mi querido amigo, es un desiderátum todavía, posible en la tierra si hay un Dios que para bien dirige los lentos destinos humanos, si la justicia es un sentimiento inherente a nuestra naturaleza… (Sarmiento, Viajes…, pp. 354 - 355)

Analiza David Viñas sobre el “extrañamiento” sarmientino entre las tierras del Norte y el atraso de las profundidades de nuestra Sudamérica (imagen de la barbarie misma, nativa y primal; y del atraso colonial, en sus propias valoraciones) al regresar de este viaje cúlmine por los Estados Unidos:

Es el 12 de noviembre de 1847. Y melancólicamente Sarmiento necesita contratar “pasaje para La Habana en un malísimo y pestilente buquecillo de vela”. Después de su fervorosa cabalgata entre Nueva York, mister Mann y el Niágara, una colección de hoteles, bibliotecas, monumentos, comentarios y museos colosales todos, además del Mississippi, Franklin y los telégrafos tan puntuales, Sarmiento debe bajar hacia “las colonias hispanas” que desabridamente le recuerdan el inmovilismo del norte africano. Desde el musculoso vuelo yanqui hay que regresar a los infiernos latinoamericanos. Se sabe: Civilización/barbarie. Toda sociedad que necesita organizarse debe reposar sobre una metáfora. “Una consigna como un talismán”. Especialmente cuando sus deseos más enérgicos se le abaten en lo dado. Pero ese tránsito, al abrir y cerrar el recuento de su incursión tumultuosa, envidiable, rápida y provocativa, resuena también a exorcismo frente a la depresión por el reingreso al quietismo “a la española”… (Viñas, 1998, p. 2)

Esta es una imagen que angustia y obstina a Sarmiento: la quietud en tanto sentido realizado, plasmado y detenido en el tiempo, porque representa justamente la imposibilidad de todo exceso metafórico que virtualmente trascienda lo instituido (las verdades consagradas, el pasado) haciendo posible su despliegue y su desplazamiento en la cadena de los símbolos. Lo desespera la imposibilidad de realización (subjetiva e histórica) de algo distinto a lo existente, cristalizado ya como un cuerpo muerto, imagen bajo la cual el sur del continente ha estado sumido por siglos bajo diferentes dominaciones, y cuya apertura o espejo “extranjerizante” permitirá la entrada a las simbologías del mercado internacional. Así es que su sueño, su mirada utópica, soportan imaginariamente los significantes de una real transformación de lo existente, desde la cual es posible reinstituir tanto el presente como el pasado, conjurando toda persistencia y toda continuidad de una realidad supuestamente inexorable.

A modo de cierre. Figuraciones sarmientinas del futuro: nuevas cristalizaciones simbólicas y transformación histórica en el horizonte de la Argentina moderna

Viajero, filántropo, amante, obstinado, conflictivo, apasionado y loco, como él mismo ironizara en relación con las expresiones de sus contemporáneos en su ocaso político. Sarmiento, el padre de la escuela pública argentina, nació, como lo recordábamos al inicio, en un territorio humilde de San Juan que metafóricamente podría acercarse a la imagen de las “últimas poblaciones” del poema hernandiano (cfr. Mayo, 1999, p. 85)… un paisaje desértico, desolado, pobre, cuyo futuro no podría ser sino de sombras. Esta imagen de un “horizonte incierto”, oscuro, impenetrable e imposible, cuyas figuraciones poéticas luego describiera en Facundo (en lo que Altamirano denomina el “orientalismo” sarmientino) fue transformándose en su mirada y en su escritura al fundar el necesario atravesamiento histórico-cultural del antagonismo “Civilización (y/o) Barbarie”, logrando instituir un nuevo imaginario moderno, civilizado, liberal, adecuado a las lógicas subjetivas, relacionales, sociales, del mercado capitalista internacional y del mundo letrado occidental (cfr. Halperín Donghi, 1995).
Sarmiento es reconocido por la historiografía nacional, en tal sentido, como el padre de la educación argentina, al introducir una transformación epocal fundante del canon pedagógico-cultural de nuestra modernidad, y sus transmisiones vitales. Su sueño logra cristalizarse entre mediados y fines del siglo XIX al instituir los fundamentos del sistema público de enseñanza que por siglos ha formado nuestra identidad, transformando radicalmente el escenario político-cultural al constituir una nueva ciudadanía letrada y un nuevo concepto de nación, articulados constitutivamente por las lógicas del espacio escolar -algunos de cuyos rasgos democráticos e inclusivos centrales permanecen hasta el presente-. En sus imágenes del futuro podemos indagar y encontrar los signos y articulaciones de esta trama discursiva, traducida en las prácticas sociales hegemónicas de la Argentina moderna.

Notas

1 Sobre todo en relación con las discusiones seculares mediante las cuales el laicismo y los principios sarmientinos penetran en la esfera estatal, particularmente desde el sistema jurídico que consagra en la Ley 1.420 (1884) un sistema educativo de enseñanza común, pública, democrática, laica, gratuita y obligatoria. Ver en tal sentido los análisis de Puiggrós (1986, 1990, 2010); Halperín Donghi (1995); Bravo (1972); Roitenburd (1993, 2009, 2000); Carli (1993, 1995); Weinberg, F. (1973); Bravo (1993), entre otros; y debates más específicos sobre el Congreso Pedagógico de 1882 y las discusiones sobre la Ley 1.420 en Cucuzza (1986); Floria (1986); Bravo (1972); Alliaud (2007).

2 Trabajamos en profundidad estas nociones, categorías intermedias y análisis específicos en nuestra Tesis Doctoral (Enrico, 2010 - FFyH UNC, mimeo) y en diversos artículos publicados en los últimos años. A los fines de no reiterar conceptualizaciones o análisis en los que nos hemos detenido en otras instancias, haremos referencia a los mismos mencionando las publicaciones respectivas, las que pueden ser consultadas desde sus remisiones intertextuales y diálogos recíprocos. Nuestra investigación, denominada “Un nuevo abordaje del imaginario sarmientino en la configuración de la educación argentina moderna: reflexiones político-conceptuales desde el análisis discursivo”, fue realizada en el marco de una Beca Doctoral (2005 - 2010) del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva de la Nación Argentina, y corresponde al Doctorado en Ciencias de la Educación de la Facultad de Filosofía y Humanidades (FFyH) de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). Por otro lado, se inscribe en el Programa de Investigación “Historia, política y reforma educativa: crítica y prospectiva” (CEA / CIFFyH - UNC) dirigido por la Dra. Silvia N. Roitenburd.

3 Ver estas lecturas en Enrico (2010); Arata, N., Enrico, J. (2011).

4 Facundo (1845) exponía los rasgos de la barbarie en Quiroga y en Rosas, “su reverso”, en expresiones de Sarmiento. Sobre las discusiones en torno del enunciado fundante de esta obra, agradezco las lúcidas observaciones de Nicolás Arata, en el marco de las XVI Jornadas de la Sociedad Argentina de Historia de la Educación (2010) y en los diálogos y escrituras que hemos seguido manteniendo juntos.

5 Un profundo análisis de la relación entre Civilización y Barbarie desde sus diversas genealogías; y de sus resonancias en las literaturas nacionales latinoamericanas, particularmente en Sarmiento, es realizado por Svampa (2006). La autora sostiene que este dilema atraviesa, bajo diferentes avatares, la totalidad de las tradiciones políticas argentinas hasta la actualidad.

6 Abordamos la lógica identitaria de “inclusión de la exterioridad” y de “expulsión constitutiva” a partir de la noción de abyección (Popkewitz, 2008; Kristeva, 2006; Butler, 2005) que supone un límite indecidible, no obstante suturado o cerrado mediante una operación política de demarcación (óntica) de lo interior y de lo exterior (espacios que ontológicamente permanecen en el ambiente de una separación imposible de discernir desde una perspectiva filosófica). Es decir que esta relacionalidad no supone lo uno o lo otro, “la inteligencia (o) la materia”, sino una aporía: ambas instancias a la vez, finalmente indisolubles e impensables de forma separada; y un valor suplementario que las relaciona de modos distintos en función de diversos proyectos y campos discursivos. Ver estos análisis en Enrico (2011b, 2012).

7 Porque el estatuto de la “sombra terrible” tiene la forma total e invencible de “la Cosa” freudiana (Das Ding) y el semblante del “muerto vivo” o la laminilla lacaniana, imposible de ser eliminados y por tanto siempre perturbadores y amenazantes de la identidad. Ver este análisis en Enrico (2010).

8 Un interesante estudio sobre la genealogía del racismo y sobre la división (de fundamentos biológicos) del espacio social a partir de la invención de la noción de raza hacia fines del siglo XVIII europeo puede verse en Foucault, 1993; lo cual analizamos en Enrico (2010, 2011b). Ver en particular la importante distinción foucaultiana entre salvajismo, barbarie y civilización, y sus consecuencias para el pensamiento jurídico del siglo XVIII, y para el pensamiento antropológico de los siglos XIX y XX.

9 Sobre este vínculo entre las operaciones esencialmente metonímicas de la hegemonía -cuyos efectos centrales son los de universalización de una particularidad-, las articulaciones metafóricas fuertes (y la sobredeterminación permanente entre ambas instancias de desplazamiento y condensación del sentido), ver en especial las conceptualizaciones de Laclau a partir de la teorización freudiana. En este caso seguimos el planteo (reformulado en otros textos) de Misticismo, retórica y política (Laclau, 2002).

10 Tales versiones pueden consultarse en los estudios de Halperín Donghi (1995, 2004); Svampa (2006).

11 Por otra parte, fundada idealmente en un modelo social y económico poblacional y colonizador, basado en la agricultura y en la expansión de las fronteras tal como se había configurado el sistema estadounidense, que se oponía centralmente a la sociedad esclavista (en tal sentido el modelo sarmientino es de inspiración norteamericana). Ver este análisis en Weinberg (1977).

12 Desarrollamos un análisis de diferentes genealogías de la noción de “Civilización” en occidente (desde Elias, Benveniste, Weinberg y Sarmiento) en Enrico (2012). http://www.scielo.org.ar/pdf/cdyt/n47/n47a01.pdf

13 Realizamos un análisis de la noción de episteme en Foucault y Canguilhem en Enrico (2010), en vinculación con la noción de Zeitgeist en Hegel; Mouffe (2009).

14 Hemos nombrado este momento histórico como la narrativa fundacional del sistema educativo moderno que se instituye entre fines del siglo XIX e inicios del siglo XX (Puiggrós, 1992, 1996; Roitenburd, 1996, 2000; Carli, 1992, 1996) diferenciándolo “diacrónicamente” de las dos siguientes “matrices educacionales”: la matriz reformista crítica de inicios del siglo XX y la neoliberal de fines del siglo XX (estudiamos en la actualidad la reforma contemporánea de inicios del siglo XXI). Ver estos desarrollos realizados desde el Programa de Investigación “Historia, política y reforma educativa: crítica y prospectiva” (CEA UE CONICET, UNC / CEA CIFFyH UNC) en Roitenburd, Abratte, Enrico; diversas publicaciones, 2005 - 2012.

15 In-fans, en el sentido de Agamben (2001; 2006): estadio de pasaje del lenguaje a la palabra, que permite la constitución discursiva de la subjetividad.

16 El texto original es de 1855, y este fragmento autobiográfico se titula “Mi educación”. Un fundamental estudio de Recuerdos de Provincia es el de Altamirano y Sarlo (1997), en el que analizan y exponen las formas de construcción mítico-literarias del personaje histórico y del propio relato epocal que atraviesa (como ipseidad, en términos de Ricoeur) la identidad sarmientina.

17 Pensamos la gramma en el sentido derrideano (Derrida, 1989, 2005): como escritura (es decir, como huella, différance, memoria y por-venir); pero también en el sentido en que lo enuncia Steiner: como una estructura articulada de la percepción, la conciencia y la experiencia (cfr. Steiner, 2011: 15) pero sólo analizable desde los límites de la gramaticalidad, puesto que no hay conciencia ni escritura sin otredad, ni presente sin un futuro que en rigor no existe (o que existe en el presente como germen, en la forma de una ficción o de una esperanza).

18 Sostiene Puiggrós que en los países latinoamericanos, “… el discurso de la ‘Instrucción Pública’ resultó un instrumento importantísimo para la construcción del sistema de hegemonía postulado por los sectores dominantes. Su papel fue contradictorio: por un lado contribuyó a la democratización de la sociedad (aunque en forma desigual en los diferentes países) dentro del capitalismo y por otro constituyó el marco para la interpelación de los sujetos…” por parte de estos sectores. (Puiggrós, 1984: 17)

19 Ver estos desarrollos en Enrico (2011a; 2011b).

20 Inscripta en la episteme de la época, pero no reductible a una formalización discursiva a-temporal o ahistórica.

21 Las itálicas son nuestras.

22 Esta bandera se encuentra actualmente en el Museo Sarmiento, Buenos Aires, Argentina.

23 Sobre los restos de esta mansión hoy demolida se erige un monumento a Sarmiento, en los actuales bosques de Palermo (Parque “Tres de febrero”, cuyo nombre evoca la fecha de la victoria de Caseros). Otra escritura en clave de palimpsesto donde, trazo sobre trazo, nombre y monumento, permanecen las huellas de una reescritura de la historia, cimentada en su pasado y reinscripta sobre sus cenizas. Las itálicas son nuestras. Aquí nos parece pertinente nombrar un arché que menciona Derrida en La difunta ceniza (Feu la cendre): “archivo incompleto que todavía está ardiendo o ya está consumido, que recuerda ciertos lugares del texto, la meditación continua, hostigada, obsesionada por lo que son y no son, quieren decir -o callar-, unas cenizas…” (Derrida, 2009: 13). E incluso aquí hay otra mise en scène descripta por el mismo Sarmiento que es un detalle central a puntuar: Sarmiento, apropiado, “posesionado” de la casa del “tirano” y desde su propio sillón, escribe su caída (inscribiendo indeleblemente su autoría en este acontecimiento central de nuestra historia). Y en el mismo espacio busca y encuentra en la biblioteca de Rosas el Facundo, exactamente en su destino, premonición que lo amenazaba irremediablemente invadiendo hasta el último límite su espacio (como un veneno), del que Rosas terminó impregnado, devorado sin retorno. Facundo evidentemente actuaba, libro vivo, anunciando por largos años la agonía de la “tiranía” rosista, desde las sombras.

24 Desarrollamos estos argumentos en Roitenburd (2009), Enrico (2008, 2009).

25 Es decir, cuestionando el esencialismo de las posturas que preconciben a-históricamente una determinada subjetividad universalizante en el espacio social, lo cual en todo caso puede ser un efecto de sentido a partir de la totalización o universalización de una determinada identidad, no implicando este efecto hegemónico su necesariedad, sino su posición central en cierta red de articulaciones significantes, en una cierta temporalidad.

26 Al revelarse estas posiciones centrales (puntos nodales) a partir de nuestro análisis deconstructivo, vemos que tales condensaciones significantes aparecen revestidas por un efecto de necesariedad histórica, cuando no son sino producto de determinadas lógicas contingentes de articulación política que naturalizan tales efectos.

27 Las itálicas son nuestras.

28 En su análisis, Susana Romano-Sued se refiere al campo disciplinar de los Estudios de Traducción (y específicamente al campo de la Traducción Poética), en su despliegue hacia mediados del siglo XX. Consideramos que nuestra lectura -en el límite de sus conceptualizaciones- es justamente una traducción posible y “adecuada” analíticamente -aunque no precisamente “fiel” a su contexto académico- porque esta “no coincidencia” o “extrañamiento” fundamental entre los textos de la cultura (literarios y no literarios) es la forma misma en que funciona todo acto de interpretación entre lenguajes, discursos y superficies discursivas necesariamente diferentes; distinto es un anacronismo, que implica no un acto político de pensamiento, crítica y reflexión o traducción simbólico-temporal, sino una simple transposición a-histórica. 29 Aporía que desestabiliza las relaciones entre nomos y physis, thesis y physis; es decir: entre la ley, la razón, la institución, lo pensante y lo pensable, por un lado; y la naturaleza, lo salvaje, lo impensable o lo pensado, por otro lado (cfr. Derrida, 1997).

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Recibido el 30 de junio de 2013.
Aceptado el 10 de marzo de 2015.

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