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Historia de la educación - anuario

versión On-line ISSN 2313-9277

Hist. educ. anu. vol.17 no.2 Ciudad autonoma de Buenos Aires. dic. 2016

 

DOSSIER: MUJERES EN LA HISTORIA DE LA EDUCACIÓN

Tensiones y desafíos entre varones y mujeres del normalismo: La maestra normal de Manuel Gálvez

 

Lucía Reyes de Deu1

1 Profesora en Letras. Departamento de Lenguas Romances. Programa de Estudios Hispánicos. Brandéis University. Massachusetts, Estados Unidos. Universidad Nacional de Tucumán, Argentina. Doctora en Estudios Latinoamericanos, Stony Brook University, Estados Unidos. Contacto: [lreyes@brandeis.edu].

Recibido: 17 de septiembre de 2016
Aprobado: 16 de abril de 2017


Abstract

This article analyzes the Hterary representation of gender relations in The Normal Schoolteacher (La maestra normal), a novel by Argentine writer Manuel Gálvez. By the first decade of the Twentieth Century, the expansión of the public education system generated discussions and debates about the role of working women in Argentine society. Galvez's novel stands as a warning to all readers about the dangers of a non-religious education promoted by normalismo. This article examines the development of «the female schoolteacher» as a Hterary character who doesntfit the ideal ofthe teacher as a «second mother». Also, it explores two concomitant outcomes of public education: the «feminization» of males and the «masculinization» of women.

Keywords Female school teachers, normal school, public education, citizenship.


 

El presente artículo centra su eje de reflexión en la novela La maestra normal de Manuel Gálvez, publicada en 1914. La historia de Raselda, la joven maestra protagonista, transcurre en la capital de la provincia de La Rioja durante un momento clave de expansión y consolidación del sistema educativo argentino, esto es, durante las primeras dos décadas del siglo XX. El planteo novelesco de relaciones conflictivas, tanto profesionales como amorosas, entre docentes de una escuela normal de provincia nos permite conocer una forma de representación de la escuela y las maestras.

Manuel Gálvez es uno de los escritores más prolíficos de la literatura argentina del siglo XX2. Como otros intelectuales y escritores de su tiempo, Gálvez fue parte a la vez del campo intelectual como escritor profesional y de la administración del sistema educativo público como inspector de escuelas medias3. A causa de este empleo, viajaba frecuentemente a las provincias del interior del país, donde ambientó muchos de sus escritos y se inspiró para la creación de varios de sus personajes de ficción. Si bien su producción literaria se extiende hasta principio de la década del sesenta, sus textos de los años veinte comparten con otros escritores de la Generación del Centenario una preocupación por definir una identidad y literatura nacional como reacción al aluvión inmigratorio, y una profunda preocupación por la presencia de la mujer en el mundo del trabajo en general, pero en la educación en particular. En La maestra normal Gálvez propone al normalismo laico como el principal instigador no solo de los excesos de las maestras y maestros, sino también como el responsable de un desequilibrio entre los géneros que tiene como consecuencia negativa la feminización de la sociedad argentina, y la todavía más inquietante feminización de los varones.

 

La maestra argentina que ejerció la docencia durante las primeras décadas del siglo XX ocupó un lugar particular en el desarrollo del campo intelectual de ese momento, porque su misma labor docente creó un público alfabetizado. A la misma vez, esa misma maestra, en tanto adquirió un espacio visible en la sociedad argentina como trabajadora fuera del hogar, se convirtió en un sujeto social susceptible de ser narrado. El interés por la maestra como personaje de ficción fue el resultado de las discusiones y debates sobre su nuevo lugar como trabajadora fuera del hogar4. En otras palabras, la maestra fue al mismo tiempo una generadora de lectores, y una generadora de narraciones sobre ella misma.

La profesión de maestra y su desempeño en el espacio escolar significó, además, una puerta de entrada para participar en el campo intelectual. Fueron muchas las maestras que asumieron la narración de sus propias experiencias como docentes y publicaron textos ensayísticos y de ficción sobre este tema5. En otros casos, como la novela analizada en este artículo, fueron narradas por otros. A lo largo de las páginas que siguen nos centraremos en el estudio de una historia de ficción que la tiene como protagonista y que puede leerse como una advertencia a los lectores sobre los peligros de la educación normalista para las mujeres y los hombres, y al mismo tiempo como un reconocimiento de la centralidad de la maestra en el ámbito de la educación formal.

La maestra normal narra las peripecias de Raselda, una joven maestra normal de La Rioja quien mantiene relaciones sexuales con otro maestro, Julio Solís. Solís es un egresado de la Escuela Normal de Paraná, quien después de haber vivido algunos años de bohemia en Buenos Aires, se enferma por ello de tuberculosis y se traslada a La Rioja para curar su afección. Sus contactos con la burocracia educativa y la intelectualidad en Buenos Aires le permiten asegurarse un puesto de maestro primario en la escuela normal de La Rioja. El tedio de la vida provinciana y el exotismo del interior lo llevan a sentirse atraído hacia la maestra Raselda, quien a su vez ve en él la posibilidad de casarse y formar una familia. La orfandad, candidez e ingenuidad de Raselda son las razones por las cuales ella ve en Solís un novio formal y está segura que él se casará con ella. Solís, por su parte, no comparte estas expectativas, pero sin embargo alimenta esperanzas. Finalmente, Raselda cede a los requerimientos de Solís, queda embarazada y es abandonada por su amante, quien vuelve a Buenos Aires. En su desesperación, Raselda tiene un aborto con ayuda de una sirvienta, a causa del cual casi muere. Es salvada por el médico de la ciudad, pero las mujeres la desprecian y los hombres la consideran fácil. La novela termina con Raselda sola, siendo maestra en un pueblo de los Andes, dedicada abnegadamente a su trabajo y a la vida religiosa.

Consecuencias negativas de la educación normalista

Los estudios críticos sobre la novela de Gálvez concuerdan en que el texto es una crítica a la educación positivista normalista desde el punto de vista de un intelectual católico6. Asimismo, es un consenso que la maestra Raselda opera en la narración como un ejemplo del resultado de esa educación, la cual no le da las herramientas morales necesarias para resistir la tentación. En general, los análisis de esta novela se han centrado en la maestra, sin embargo es importante señalar también que en el texto de Gálvez la crítica está dirigida también a la formación de Solís. En efecto, el personaje masculino está feminizado a lo largo del relato: la escuela normal no solamente deja indefensas a las mujeres, sino que, aún peor, feminiza a los varones.

A finales del siglo XIX las discusiones con respecto al rol de la mujer en la familia y en la nación cobraron cada vez más importancia. Los motivos fueron diversos, pero debe señalarse en particular la relevancia del papel de la mujer en la familia nacional en los discursos sobre la identidad argentina, así como la cada mayor visibilidad de mujeres que formaban parte de la fuerza de trabajo7. En un periodo de profundos cambios políticos, económicos, y demográficos la cuestión social estaba estrechamente ligada a la cuestión de la mujer. En general, la actitud de las autoridades fue la de buscar mecanismos de control sobre los sectores que se percibían como peligros para el statu quo. La propuesta de Manuel Gálvez como escritor está en consonancia con estas posiciones.

El magisterio no solamente amplió las posibilidades laborales de las mujeres, sobre todo de mujeres de las clases menos acomodadas8, sino que se construyó en base a un discurso que sostenía la natural predisposición de la mujer para dicho trabajo9. Esta posibilidad, sin embargo, trajo aparejados conflictos con el modelo tradicional de la mujer, ya que los discursos sociales sobre feminidad la ubicaban en el ámbito doméstico, mientras el hombre era el que estaba naturalmente capacitado para trabajar fuera del hogar. Lucía Lionetti resume en la siguiente cita este esquema:

El ámbito doméstico fue interpretado como el más apropiado para que lo ocupara la mujer puesto que la naturaleza le había puesto en ese lugar, ligado a su función reproductora y a sus rasgos de vulnerabilidad, afecto y dependencia. La calle, y sus riesgos eran para el hombre. Aquella esencia masculina lo dotaba de las condiciones de fortaleza, agresividad e independencia, como para procurar con su trabajo el bienestar de su familia10.

Siguiendo con esta lógica, la mujer en su función básicamente reproductora era la encargada de poblar la nación; pero además su función tenía que ver con su capacidad de mantener el orden dentro del hogar. La concepción del hogar como una analogía del espacio nacional otorgaba al padre la capacidad para ejercer la autoridad, y a las mujeres el deber de continuar la comunidad ciudadana en un ámbito de armonía y civilidad. Si todas las mujeres eran capaces de lograr un hogar ordenado y armónico, entonces toda la república lo sería también, ya que se suponía que el orden de la casa garantizaría el orden de la república. Esta analogía puede trasladarse a la escuela y a la profesión docente: un aula ordenada y limpia, donde el método pedagógico asegurara una formación moral y cívica, generaría una república civilizada, progresista y culta. Ahora bien, la maestra era quien debía asumir un rol de autoridad en este modelo pero, ¿estaba, en su condición de mujer, preparada para llevar a cabo esta tarea?, ¿tenía las aptitudes morales y profesionales para hacerlo?, ¿cuáles serían las consecuencias, si las respuestas eran negativas?

Raselda, la maestra protagonista de la novela, transgrede las normas, es castigada y al final del relato el orden parece restablecerse porque reconoce su falta y es capaz de asignarle la responsabilidad a la educación que recibió. Sus malas decisiones están, según el narrador, instigadas no solamente por su naturaleza femenina, sino por las características específicas del normalismo. La jerarquía en las escuelas normales, es decir, la cadena de autoridad que debe asegurar el orden es corrupta e inmoral porque adhiere a un positivismo laico que impide la formación religiosa de las alumnas y los alumnos. Por otro lado, los cargos docentes se negocian según los intereses y vaivenes de la política local, y la concepción de la profesión docente como intrínsecamente vinculada a la vocación y la voluntad de sacrificio queda en tela de juicio en la novela, ya que ninguno de los personajes que ejercen la docencia lo hacen «por vocación». Por el contrario, los cargos docentes en la escuela de la ficción se convierten en trofeos políticos o en meros instrumentos para sobrevivir11. La escuela normal, nos dice Gálvez, no produce maestros con vocación, sino empleados sin principios morales. Sólo un personaje vinculado a la docencia escapa de la crítica del narrador: se trata de Olazcoaga, un inspector venido de Buenos Aires, que podría leerse como una figura alter ego del propio Gálvez, quien ejerció dicho cargo administrativo. Todos los demás docentes de la escuela son presentados en la novela como la antítesis del modelo normalista. Si la escuela es el espacio donde se socializa a las ciudadanas, entonces la misma debería impartir una educación que no pusiera en peligro la jerarquía, ni les permitiera en ningún momento desafiar los límites de la decencia12.

Maternidad republicana

Para contrarrestar el peligro de la incipiente participación de la mujer en general, y de la mujer intelectual en particular en la esfera pública, se la conceptualizó en el marco de la maternidad republicana13. Este concepto, desarrollado por Lea Fletcher en su estudio sobre Juana Manso, vincula la participación femenina en el ámbito público en función de su rol de madres y las maneras en que ese rol estaba estrechamente ligado al bienestar de la república. En la génesis de esta idea se encuentra sin duda el ejemplo paradigmático de Juana Manso: Cuando en Álbum de señoritas (1854) Juana Manso señalaba la necesidad de dinero para mantener a su hijo, apelaba al público lector para que prestara apoyo financiero a su revista. La revista, en efecto, era un hijo más; y para criar al ciudadano nuevo (en este caso formado por la república de las letras), había que sostenerlo por medio de las suscripciones. De esta condición de que entrara en su papel de madre. Estamos todavía en la etapa de la maternidad republicana en la que se apoya la patria en el seno del hogar14.

Esta adjetivación de la maternidad habilitó las funciones profesionales de las educadoras en tanto fuesen una «segunda mamá»: actuar en el espacio público fue posible para la mujer en tanto apareciera como madre para orientar el proyecto nacional; paralelamente, la concepción de la maestra como segunda mamá Gorriti o Clorinda Matto de Turner, las normalistas no eran consideradas como una de ellas. equilibraba las posibles consecuencias negativas del trabajo femenino fuera del hogar. Francine Masiello argumenta que esto cambia a partir de 1880, cuando la madre republicana como emblema de las ideas liberales, coexiste con la imagen de una mujer insertada en el mercado, dueña de sus recursos financieros y capaz de administrarlos15. Es fundamental tener en cuenta que esta autora se centra, sin embargo, en las mujeres escritoras de clase alta en su gran mayoría, que tenían una experiencia muy diferente a las de las maestras que en ese momento estaban recibiéndose de las escuelas normales, las cuales recibían un «estudiantado pobre y con escasa preparación previa, lo cual obstaculizaba el proyecto que el Estado se había trazado»16. Ya hacia finales del 1910 las maestras eran activas participantes de un círculo intelectual diferente del de los grupos analizados, sin embargo el modelo de maternidad republicana, en estos ámbitos, sigue siendo un parámetro para valorar la profesión docente.

La novela de Gálvez resulta particularmente interesante porque construye a la maestra normal, precisamente, como un personaje que cancela absolutamente el modelo maternal. Además, y para acentuar la crítica al magisterio normalista, este personaje no sólo se distancia del rol maternal, sino que se acerca peligrosamente a la prostitución. En efecto, hacia el final de la novela y después de sobrevivir un aborto gracias a la intervención del médico del pueblo, Raselda está dispuesta a viajar con un hombre soltero a Buenos Aires para reunirse con su amiga Amelia, quien, según el narrador, lleva una vida licenciosa en esa ciudad.

La maestra Raselda y su amiga de la infancia, Amelia, son dos personajes con un destino similar: ambas tienen relaciones sexuales fuera del casamiento, quedan embarazadas y recurren al aborto. Tanto Amelia como Raselda han seguido el camino de la perdición, pero Amelia es aún más transgresora que Raselda porque se convierte en amante, entre otros, de un anarquista y en abierta defensora del amor libre, Amelia desafía las reglas y esta independencia la convierte en el personaje contra el cual se mide la virtud de los demás personajes femeninos, y es además un personaje en el que convergen los temores del autor con respecto a un ideario que estaba lejos de ser un peligro para la institución del matrimonio17.

17 «En efecto, como lo indica Marifrán Carlson, pocos fueron los anarquistas que abogaron por la abolición del matrimonio. Uno de los más destacados, Pietro Gori, defendía el amor libre y generaba cierta simpatía,

Raselda es un personaje voluble, que carece de los principios sólidos necesarios para resistir a Solís en primer lugar, pero tampoco a los consejos de Amelia. El narrador, dando por supuesto la aceptación de los lectores de su propio punto de vista, se limita en varias ocasiones a describir el comportamiento de Amelia, sin explícitamente juzgarla. Los acontecimientos en la historia, sin embargo, dejan clara la posición del narrador: la caída de Amelia en la prostitución es aún más grave porque su posición social le hubiera permitido elegir otra vida. En última instancia, el foco de la crítica es el amor libre, es decir, la disolución del matrimonio como institución es el verdadero peligro porque borra las fronteras claras entre mujer decente y mujer de la vida.

Pese a constituir una amenaza, la mujer que está fuera del control de las instituciones tradicionales ejerce una fuerte atracción para los escritores y Gálvez convierte a la prostituta en un sujeto literario18, plausible de ser representado como un personaje de una ficción controlada por un narrador omnisciente que acapara los mecanismos de la ficción. Gálvez es un fiel representante de un grupo social que reacciona con recelo frente a la ampliación de las posibilidades laborales de la mujer fuera del hogar, y que en su ficción busca al mismo tiempo advertir contra los peligros de las transgresiones, así como ratificar los mecanismos de control a través de los recursos que la literatura provee.

Magisterio y ampliación del mercado laboral para las mujeres

Hacia el año de publicación de La maestra normal, en 1914, la profesión de maestra había alcanzado un significativo protagonismo en la esfera pública. La mujer como trabajadora de la educación, gracias a las generaciones que se habían recibido ya de las escuelas normales, podía trabajar en las escuelas primarias que se habían abierto no sólo en las ciudades del litoral atlántico, sino incluso en las más pequeñas ciudades del interior. Es importante, sin embargo, tener en cuenta que no todas las escuelas normales fueron, en la práctica, iguales ni uniformes. Flavia Fiorucci indica que, si bien la premisa de su creación era la centralización y unificación de la formación normalista, la realidad estaba lejos de ese ideal. Los directivos de

literario. Esta privilegiada forma de delincuencia constituye la base de un nuevo tipo de discurso público sobre los espacios privados del deseo». Cfr. Masiello, Francine (1992). Ob. cit, p. 115. La traducción es mía.

las escuelas normales en las capitales de las provincias del interior dan cuenta de las dificultades y la falta de recursos, tanto materiales como simbólicos, a los que tuvieron que dar solución mediante medidas que alteraban los patrones establecidos desde el Ministerio. Asimismo, la diferencia estaba también patente en los presupuestos asignados a cada escuela desde la administración central, lo que generaba sin duda una diferencia en la calidad de la educación que esas escuelas ofrecían a sus alumnos19. Estas diferencias son relevantes en La maestra normal porque Gálvez precisamente ubica la acción de la novela en la capital riojana. La escuela normal que debería ser en la provincia el eje de la vida cultural y social, es en realidad el espacio donde la débil Raselda es fácilmente seducida por otro maestro. La concepción de la escuela normal como un foco de civilización y cultura es seriamente puesta en duda en la novela. Por otro lado, el hecho de que la novela transcurra en La Rioja implica que el texto es una advertencia de lo que podría pasar en el futuro si no se rectifica el equilibrio, y la maestra normalista y laica deja de tener tanta incidencia en la educación de futuros argentinos. El verdadero peligro, nos dice el narrador, es que las escuelas normales más prestigiosas y emblemáticas del proyecto como la Normal de Paraná, son las que producen maestros sin valores morales, es decir, como Julio Solís.

En este momento, puede trazarse un paralelo entre dos argumentos centrales en la novela: el normalismo positivista y laico en la escuela normal de La Rioja puede poner en peligro el espacio todavía relativamente puro del interior, donde el catolicismo hispánico y sus valores aún prevalecen. De la misma manera, las ideas disolventes que son identificadas con la inmigración, especialmente el anarquismo, también constituyen un peligro. En La maestra normal, la educación normalista que Raselda recibe no solamente la deja indefensa frente a Solís, sino que abre las puertas para uno de los peligros más acuciantes: el anarquismo y la prostitución.

Feminización de Julio Solís

En 1905 el entonces Ministro de Instrucción Pública Carlos Saavedra Lamas pronunció un discurso anunciando un proyecto de reforma del sistema educativo ante la Cámara de diputados. La principal crítica a la escuela pública se centraba en la formación poco masculina que los alumnos recibían. La propuesta de Lamas consistía en devolver el equilibrio al sistema, masculinizando la escuela al acortar el ciclo lectivo obligatorio a cuatro años y ofrecer carreras cortas y prácticas más acordes con las profesiones masculinas20. El argumento para sostener la reforma, en el caso de Lamas, era restablecer el equilibrio en una sociedad que parecía feminizarse a través de la escuela pública y el aumento de las maestras normales. En el discurso de Saavedra Lamas la preocupación se articula en términos de la pérdida de la virilidad de la sociedad en su conjunto, pero en especial en el ámbito urbano. Según Lamas, es en las ciudades, y sobre todo las ciudades atlánticas, donde las mujeres han adquirido un papel más predominante. Cito a continuación un fragmento del discurso de Saavedra Lamas: La Civilización que queremos arraigar en nuestro suelo requiere ante todo acción de manos viriles [...].

Es necesario, sin embargo, contemplar el problema reconociendo la existencia de una desproporción cada día más alarmante. Es sobre todo en las ciudades, ha dicho uno de nuestros educadores, donde los niños varones requieren una instrucción más viril.

Las comodidades fáciles y complicadas, la desvinculación casi completa con la naturaleza; las diversiones abundantes; el papel amplísimo y descollante de la mujer en la vida urbana, son causas de afeminación bien conocidas [...]. No se trata de combatir una orientación ni de destruir una noble tendencia; se trata simplemente de restablecer un necesario equilibrio social21.

Las preocupaciones expresadas por Saavedra Lamas en este discurso están también presentes en la literatura. En particular, en La maestra normal el narrador identifica su postura con respecto al peligro de la feminización de la sociedad con la del personaje de Don Nilamón, médico que rechaza la formación normalista por la tendencia a desplazar la figura del padre para reemplazarla con la de la maestra:

[El normalismo] Enemigo de la familia, por idiosincrasia y rivalidad de predominio, prescindía por completo de la autoridad paterna. Todo era el maestro, «la señorita». Había libros de lectura para los niñitos, escritos por pedagogos, donde en las trescientas páginas no se nombraba ni una vez al hogar ni a los padres. En su pedantería cientificista, los pedagogos eran enemigos de la libertad de enseñanza. Si por ellos fuese, se llegaría al monopolio por el Estado. Ellos quisieran que el Estado se apoderara de los niños en cuanto salen del vientre de las madres para educarlos en común. ¡Iniquidad más grande! Privar a un padre del derecho de educar a su hijito, de plasmar su inteligencia, de formar su espíritu, de inculcarle las ideas y creencias que él cree mejores, y que se considera lo único fundamental en la vida22.

En este pasaje, el personaje relaciona al normalismo con la ausencia de una autoridad paterna fuerte, sobre todo en el ámbito del hogar y la familia. El peligro para este personaje, entonces, no reside solamente en la preeminencia de la maestra en la escuela, sino en el desdibujado papel que el padre tendría en su propia familia, invadido por la literatura normalista que la escuela proveía. La intromisión de la escuela en los hogares resulta amenazadora para los escritores que, como Gálvez, abogaban por la minimización del normalismo laico en la sociedad en general. El proyecto normalista estatal higienista estaba, por el contrario

[...] sustentado sobre la convicción de que los males sociales se revertirían, la autoridad pública identificó la prevención de las enfermedades y el cuidado de la higiene como asuntos de Estado. Esto implicó formas específicas de vigilancia e injerencia en las vidas privadas familiares23.

Feminización de la sociedad en La maestra normal

Una pregunta fundamental que surge del discurso de Saavedra Lamas y que el texto de Gálvez instiga a contestar está relacionada con la inquietud sobre una posible feminización de la sociedad. Esta advertencia tiene que ver, sobre todo y en primer lugar, con una posible feminización de los hombres, pero también con su contracara: la masculinización de las mujeres. Estas dos posibilidades, y una decidida crítica a ambas, están presentes en la novela La maestra normal.

El ámbito del sistema educativo fue percibido por algunos escritores como el espacio donde se propiciaba la decadencia de las costumbres, es decir, la evidencia de que la sociedad estaba pasando por una crisis que involucraba el riesgo de que las mujeres se perdieran. Según esta posición, defendida por Manuel Gálvez, sin una autoridad masculina fuerte, ni en la casa ni en la escuela, la sociedad argentina no podría garantizar el orden de la república; sin una familia que contuviera a la mujer y la ubicara como la madre generadora de vida, la sociedad argentina vería comprometida su continuidad como tal. El peligro de la escuela normal residía en la educación laica que impartía, y las consecuencias de esto se hacen sentir en todos los ámbitos, pero con mayor profundidad en la familia. El personaje de la maestra Raselda cancela totalmente el modelo de madre abnegada y orgullosa de esta función en la sociedad. Sin duda, el triste final del personaje central no deja dudas acerca de los peligros sobre los que los lectores deben reflexionar24.

Los temores ejemplificados en el discurso de Lamas no necesariamente implican una oposición entre personajes femeninos y masculinos. Es decir, en la novela de Manuel Gálvez, los personajes femeninos no se oponen a los masculinos, sino que incluso los maestros (o el maestro en el caso de Solís) se presenta con los atributos, en su mayoría negativos, que describen a las mujeres: pasional, incapaz de controlar sus instintos, voluble, sin valor para aceptar las consecuencias de sus acciones, dependiente, etc. En suma, se trata de un personaje feminizado, que se opone a los escasos personajes masculinos que encarnan, desde el punto de vista del narrador, los atributos indiscutidos de la masculinidad: «Los hombres débiles buscan en la mujer el consuelo de sus derrotas. [...] Y ya no pensó sino en

Además, cada día se atenuaba la intensidad de su amor. Dos meses llevaba gozando, casi a diario, de la aventura [...]. Su castidad forzosa y su temperamento nervioso y sensual le habían impulsado a la satisfacción violenta de sus apetitos. Le incitaba sobre manera la pasión insaciable de Raselda; pero nada la impulsaba tanto al goce del bien que poseía, como aquella tendencia suya, manifestada muchas veces en su vida, de darse por entero, sin reservas, a su pasión del

En novela de Gálvez el personaje de Julio Solís no sólo encarna ciertos atributos identificados con lo femenino, sino que —sobre todo— personifica valores anticatólicos. En la novela hay una presentación de los peligros que las mujeres fuera de la familia y las reglas sociales representan para la nación, y también de los peligros a los que los alumnos en general están expuestos como resultado de la formación normalista. La feminización de la sociedad, para Gálvez, solamente puede contrarrestarse volviendo a los modelos tradicionales de familia, y un orden en la escuela sólo garantizado por la enseñanza religiosa.

El peligro que Gálvez advierte es que el normalismo laico, anticlerical y positivista en palabras del narrador, eventualmente podría modificar las prácticas en el seno del hogar y transformar la sociedad en su conjunto, volviéndola completamente laica. Es importante notar aquí que ninguna de las maestras ficcionalizadas en el texto discute, o se pregunta, sobre el papel de la religión en la escuela pública, ni cuáles serían las posibles consecuencias de la educación laica. En la novela, este tema se discute en varias ocasiones, pero exclusivamente entre los personajes masculinos que están de alguna manera ligados a la educación:

[Los directivos de las escuelas normales] No deben entrometerse en la vida privada de los profesores. La escuela no debe invadir el hogar, señor Director. Es el hogar, en todo caso, lo que podría invadir la escuela. Antes, los directores de colegio jamás pretendieron reglar la conducta privada de los maestros. ¡Todas estas novedades las ha traído el normalismo, badajo! ¡El normalismo es la peor plaga que puede invadir a un pueblo joven!27

Las peripecias de la maestra Raselda permiten apreciar la posición del escritor con respecto al rol de la mujer en la educación pública. El narrador no solamente culpa a la naturaleza femenina, sino que explícitamente responsabiliza a la falta de educación religiosa en las escuelas públicas. Si Raselda hubiera continuado ejercitando los principios religiosos que adquirió cuando niña y que abandonó cuando ingresó en la escuela normal, no hubiera caído. Raselda misma admite esta carencia, cuando advierte que quedó embarazada de Solís:

Una especie de inconsciencia la penetraba y hubiera querido no existir, convertirse en cosa. Llegó a pensar en el suicidio. Alguna vez se sorprendió rezando con los ojos hacia el cielo. Hizo promesas y volvió a creer en todo, como cuando chica [...]. Al atardecer del día siguiente en que habló con Plácida, Raselda fue a la iglesia. Rezó con devoción y se confesó [...]. Después de haberse confesado sufrió infinitamente menos. Ahora aceptaba su desgracia como un castigo28.

Esta cita permite apreciar el marco en que el narrador ubica el estado de Raselda: después de cometido el pecado, debe aceptar su castigo. Aquellos personajes que, alejados de las prácticas religiosas la incitaron a caer son los principales responsables, pero aún más interesante es la explícita responsabilidad que el narrador adjudica a la educación primaria laica:

Y entonces [Raselda] imaginó aún otro culpable: la clase de enseñanza que había recibido en la escuela. Aquella tarde que se confesó vio el poder de la religión. Ahora pensaba que si ella hubiese sido una verdadera creyente, se habría, quizás, salvado. Acordábase de haber oído en sermones y en conversaciones, y también de haber leído en libros de devoción, que existía en los sacramentos una fuerza invisible y poderosa que rechaza el mal y es la mejor defensa contra el pecado. Pero, ¡ah!, a ella no le habían inculcado la enseñanza religiosa. Hizo la primera comunión, aprendió a rezar, pero ¿luego? En la escuela nunca la hablaron de Dios, y algunos profesores hasta le enseñaron a despreciar la religión. Ahora creía que esa enseñanza, en vez de darle fuerzas para vencer los instintos, había la predispuesto para el mal, al quitarle el apoyo de las eficaces defensas que tienen la religión para el pecado. Y en cuanto a su fe de ahora, renacida a causa de su sufrimiento, comprendía que estaba muy lejos de lo que habría sido su fe de la infancia, fortalecida por largos años de disciplina religiosa y moral29.

La espontánea vuelta a la religión a causa de su sufrimiento, sin embargo, no compensa los años perdidos a causa de la escuela laica. Este tipo de afirmación y la vinculación directa entre las ideas de suicidio y el aborto cometido hacia el final de la novela con la educación recibida en la escuela normal30 fue lo que desató las encendidas reacciones de los docentes y alumnos en la Escuela Normal de Paraná, así como el posterior debate en La Nación. No sólo Gálvez ataca la enseñanza laica, sino también la coeducación como un motivo más para la perdición de las alumnas. En efecto, la escuela normal de La Rioja se describe en la novela como un espacio en el cual la moral de las alumnas está siempre cuestionada y el peligro latente. A los comentarios que los personajes realizan al principio de la narración sobre las relaciones sexuales entre alumnas y profesores' se suman más adelante las referencias a la relación extramarital entre el Director y la Regenta; y por último, todo este panorama no hace más que confirmarse cuando Raselda queda embarazada de otro maestro normal. El discurso de la escuela como un segundo hogar y de la maestra como la segunda mamá modelo de moral y buena conducta se cuestiona fuertemente en La maestra normal.

Consideraciones finales

La Ley de Educación Común de 1884 tuvo profundas consecuencias en la percepción y valoración del trabajo docente. Cuando las escuelas normales habilitaron a miles de mujeres para la práctica de la docencia en todos los rincones del país se abrieron las puertas para las renovadas discusiones sobre el trabajo femenino, y los posibles cambios que este traería para la nación en su conjunto. Las voces de intelectuales como Manuel Gálvez se hicieron escuchar con fuerza en estas discusiones, y representaron a un sector importante de la clase dominante. En este sentido, la novela La maestra normal es una respuesta a la secularización de la educación pública y a la misma vez es una reflexión crítica sobre el lugar que la maestra estaba ocupando en la sociedad argentina; el texto literario se convierte en un diálogo, por momentos muy fluido, con los temores y las ansiedades que esta nueva presencia genera.

Pese a que las maestras no eran consideradas profesionales, y a que estaban constreñidas por un sistema rígido y jerárquico, la feminización de la sociedad, en los ojos de Gálvez y de otros intelectuales, es un peligro inmediato que debe ser conjurado, y es un fenómeno intrínsecamente ligado a la laicidad de la educación pública. La novela se convierte en una explícita advertencia a las y los lectores: la educación recibida e impartida por el normalismo no es solamente un desafío a las ideas tradicionales sobre el lugar de la mujer en la sociedad, sino que pone en peligro el necesario equilibrio de los sexos. La feminización de la sociedad en general, y de los hombres en particular es un resultado directo de la puesta en práctica de los presupuestos fundacionales del normalismo argentino. En La maestra normal la escuela y el trabajo de las maestras se vacían de su contenido transformador y civilizatorio.

Notas

2 Manuel Gálvez fue un escritor particularmente prolífico, escribió más de cincuenta y cinco obras en todos los géneros, de los cuales nueve son biografías de personalidades políticas del país. A continuación menciono sus obras más importantes: La maestra normal (1914), El mal metafísico (1916), La sombra del convento (1917), Nacha Regules (1919), Historia de un arrabal (1922), Hombres en soledad (1938), El hombre del misterio (1939), Vida de Juan Manuel de Rosas (1940), Vida de Sarmiento y José Hernández (1945), Me mataron entre todos (1962).

3 Gálvez fue inspector de enseñanza secundaria y media desde 1906, puesto que ocupó por veinticinco años. Emilio Szmetan hace referencia particular a la participación de este escritor en la formación del campo intelectual argentino: «Fundó revistas literarias, editoriales de difusión de autores argentinos y tuvo parte activa en la creación de la Academia Argentina de Letras (1930) y de la primera cátedra de Literatura Argentina de la Universidad Nacional de Buenos Aires (1912), de la cual fue tercer candidato y que ocupó finalmente Ricardo Rojas (1882-1952); también defendió, como muy poco otros —mismo desde el comienzo de su carrera— los derechos gremiales del escritor». Cfr. Szmetan, Ricardo (1994). La situación del escritor en la obra de Manuel Gálvez (1916-1935). New York: Peter Lang, p. 4.

4  Otro personaje literario femenino, la prostituta, ocupa por estos años un lugar cada vez más preponderante en las obras de ficción. De hecho, la novela Nacha Regules (1919), del mismo Gálvez, la tiene como protagonista.

5  Por ejemplo, dos de las maestras escritoras que incursionaron en varios géneros (no solamente los escolares) fueron Herminia Brumana (1897-1954) y Carlota Garrido de la Peña (1870-1958). Para un análisis fundamental de la trayectoria de las escritoras docentes, ver Maristany, José J. (2000), Maestras escritoras: el desafio de devenir "autor" (Argentina 1900-1930, Mujeres en escena, Actas de las V Jornadas de Historia de las Mujeres y Estudios de Género, Santa Rosa, La Pampa.

6 Cfr. Green, Otis (1943). "Manuel Gálvez, Gabriel Quiroga and La Maestra normal". En Hispanic Review, volumen 11 (3), pp. 221-252; Lichtblau, Myron I. (1983). "Tema y ambiente en La maestra normal de Manuel de Gálvez". En Cuadernos de ALDEEU, volumen 1, pp. 329-336; Onega, Gladys (1963). "Gálvez: La maestra normal". En Duquesne Hispanic review, número 2, pp. 129-141; Pineau, Pablo (2005). "Amores de mapoteca: Lujuria y normalismo en la historia de la educación argentina". En Cuadernos de Pedagogía, número 13, pp. 79-88 y Walker, John (1986). "Ideología y metafísica en Manuel Gálvez: una síntesis novelística". En Revista canadiense de Estudios Hispánicos, volumen 10 (3), pp. 475-490.

7 Cfr. Masiello, Francine (1992). Between Civilization and Barbarism: women, nation, and literary culture in modern Argentina. University. of Nebraska Press: Lincoln & London. En el mismo sentido, Donna, Guy (1991). Sex and Danger in Buenos Aires: Prostitution, Family and Nation in Argentina. University of Nebraska Press: Lincoln & London.

8  Cfr. Fiorucci, Flavia (2014). "Maestros para el sistema de educación pública. La fundación de escuelas normales en Argentina (1890-1930)". En Revista Mexicana de Historia de la Educación, volumen 2, número 3, pp. 25-45; Lionetti, Lucía (2001). "Ciudadanas útiles para la patria. La educación de las 'hijas del pueblo' en Argentina (1884-1916)". En The Americas, número 58, pp. 221-260; Morgade, Graciela (1992). "El determinante de género en el trabajo docente de la escuela primaria. Instituto de ciencias de la educación". En Cuadernos de Investigación, número 2. Buenos Aires: Miño y Dávila editores; y Alliaud, Andrea (1993). Los maestros y su historia: los orígenes del magisterio argentino. Buenos Aires: CEAL.         [ Links ]

9  Francine Masiello argumenta que «el desequilibrio entre los liberales tradicionales y los nuevos sectores populares generaron una serie de conflictos en la sociedad argentina. Desde la perspectiva de la élite criolla, Buenos Aires se había convertido en una ciudad invadida que se sometía a un conglomerado anónimo que arrasaba con los valores tradicionales [...]. La "cuestión de la mujer" generó abundantes debates». Cfr. Masiello (1992), ob. cit., pp. 84-85. La traducción es mía.

Cfr. Lionetti, Lucía (2001). Ob. cit, p. 238.

11 «Cada cátedra equivale, lógicamente, a una fortaleza cuya posesión sólo se alcanza mediante formidables batallas. Los políticos de la provincia que, por sus cargos, tienen influencia en Buenos Aires, combaten heroicamente para hacerlas dar a sus amigos; son las mejores posiciones que las repartijas de la política. Nadie deja las cátedras sino por haber sido elegido gobernador o diputado, haber conseguido un cargo incompatible con ellas, haberse jubilado o muerto. En cuanto un profesor se enferma, empiezan los conciliábulos y las maniobras de los dirigentes». Cfr. Gálvez, Manuel (1949). La maestra normal. Madrid: Aguilar, p. 121.

12    «La escuela, como principal ámbito de socialización, era la institución pertinente para construir y reproducir esa imagen femenina que también deberían internalizar las niñas de los sectores populares para no comprometer el orden social». Cfr. Lionetti, Lucía (2001). Ob. cit, p. 240.

13    Es importante destacar que el trabajo docente, sobre todo de las maestras primarias, no se identificaba con el trabajo intelectual que las mujeres escritoras desarrollaban. Si bien muchas de ellas habían ejercido la docencia en el ámbito privado de la educación de niñas, como Juana Manuela

14 Cfr. Fletcher, Lea (1994). "Juana Manso: Una voz en el desierto". En: Fletcher, Lea (dir.). Mujeres y cultura en la Argentina del siglo XIX. Buenos Aires: Feminaria, p. 40.

15    Masiello hace referencia a escritoras como Josefina Pelliza de Sagasta y Emma de la Barra, incluso la misma Juana Manso en un período posterior de su carrera de escritora. Masiello cita la siguiente afirmación de Pelliza: «Llegará el día en que los legisladores fijen sobre las páginas de nuestro Código reformado, el reformar los derechos que nivelan al hombre con la mujer, una ley Hermosa de reciprocidad, dando a ambos cónyuges, al unir dos fortunas y dos almas, un mismo derecho administrativo, una ley de confianza mutual y salvadora de los bienes comunes, que resguarde a los lujos y garante el porvenir, muchas veces perdido en la disipación de una vida gastada en los desórdenes». Cfr. Masiello, Francine (1992). Ob. cit, p. 70.

16    Cfr. Fiorucci, Flavia (2014). Ob. cit., p. 33.

18 Francine Masiello argumenta que «Gálvez apoya su tesis mediante una serie de referencias literarias que apartan aún más a la prostituta del ámbito del análisis médico o legal [...]. La prostituta se convierte en el espacio a medio camino entre la representación artística y la ley, elevada a un estatus

Fiorucci, Flavia (2014). Ob. cit, pp. 31-32.

Lionetti, Lucía (2001). Ob. cit., p. 245.

21 Cfr. Saavedra Lamas, Carlos (1916). Reformas Orgánicas en la Enseñanza Pública: sus antecedentes y fundamentos. Buenos Aires: Imprenta

Jacobo Peuser, pp. 122-231. La cursiva es mía.

Cfr. Gálvez, Manuel (1959). Ob. cit., p. 48.

Cfr. Fiorucci, Flavia (2014). Ob. cit., p. 38.

24 La maestra normal no era un texto pensado para ser leído por docentes. Si bien el público lector de ficción, y sobre todo de novelas sentimentales, estaba constituido mayoritariamente por mujeres, esta novela no pertenece a ninguno de los géneros específicamente dirigidos al magisterio. Cfr. Sarlo, Beatriz (2000). El imperio de los sentimientos. Narraciones de circulación periódica en la Argentina (1917-1927). Buenos Aires: Grupo Editorial Norma.

25    Cfr. Gálvez, Manuel (1959). Ob. cit, p. 260.

26    Ibídem, p. 321.

Ibídem, p. 46.

Ibídem, p. 312.

Ibídem, p. 314.

30 Los personajes reflexionan en torno al normalismo en estos términos: «En lo moral ocurría algo peor. Como el normalismo era laico, anticlerical y dogmático, no admitía la moral basada en principios religiosos. ¿Con qué la reemplazaba? Más o menos con las mismas reglas morales, pues no las había mejores, pero basadas en nada, en el criterio de los hombres. [...] Las muchachas, a quienes en diez años no se les había inculcado principios religiosos, se encontraban indefensas. La pedantería normalista hablaba de educar la voluntad frente a al catolicismo que, según ellos, sólo cultivaba el sentimiento [...]. Era ignorar a nuestras mujeres, no ver que en aquellos pueblos donde hacía tanto calor no podía haber voluntad que valiera. Las pobrecitas muchachas, tan tiernas, tan buenas, tan débiles, creían que podían confiar en sí mismas, según la doctrina de la escuela. Y si alguna vez se hallaban en un momento difícil, no contaban con un Dios a quien temer, ni siquiera con un infierno que les evitara la caída». Cfr. Gálvez; Manuel (1949). Ob. cit, p. 48.

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