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Historia de la educación - anuario

versión On-line ISSN 2313-9277

Hist. educ. anu. vol.17 no.2 Ciudad autonoma de Buenos Aires. dic. 2016

 

Reseñas, Tesis y libros

Selser, Gabriela (2016). Banderas y Harapos. Relatos de la revolución en Nicaragua. Managua: Anamá Ediciones, 295 pp.

 

Carlos Escalante Fernández

El Colegio Mexiquense. Contacto: [cescalante@cmq.edu.mx]

 

«Es mi deber aclararte que este trabajo, y la campaña de alfabetización misma, es un trabajo totalmente voluntario... no 283 "dbW una paga economía pero estaras palpando en nn proyecto para los más necesitados. Y cuando estés en la montaña, les enseñarás a leer a los campesinos y también aprenderás... tanto o más que ellos». Las palabras del padre Fernando Cardenal (coordinador nacional de la Cruzada Nacional de Alfabetización de Nicaragua, CNA) ratificaron la convicción de la joven argentina que llegó a Managua en febrero de 1980 porque quería sumarse a esta actividad.

En Banderas y Harapos. Relatos de la revolución en Nicaragua, Gabriela Selser ofrece sus recuerdos en ese país. Gravielita, como cariñosamente le decían sus alfabetizandos en la finca El Paraíso ubicada en San José de las Casquitas en Waslala, nos ofrece un testimonio emotivo, comprometido y evocador de una de las experiencias educativas populares más significativas de la historia educativa latinoamericana. La autora arraigó en Nicaragua, y se quedó a vivir allí luego de su labor alfabetizadora, en 1984 obtuvo la nacionalidad nicaragüense.

Las vivencias de Selser son un cuadro profundamente humano. En ese sentido, el libro se suma a memorias publicadas por otros importantes protagonistas de la historia reciente de Nicaragua, como las de Gioconda Belli (El país bajo mi piel. Memorias de amor y guerra) y las de Sergio Ramírez (Adiós muchachos. Una memoria de la revolución sandinista). Ramírez en la introducción señala que Banderas y harapos «está escrito frente al espejo, de la manera en que un protagonista debe saber verse, como era entonces, y no como pudiera corregirse ahora».

Una parte importante de las remembranzas de Selser tiene que ver con su experiencia en la CNA que inició formalmente al despedir a los brigadistas en la Plaza de la Revolución en Managua el 23 de marzo de 1980. Hija del periodista y escritor Gregorio Selser (a quién los nicaragüenses le agradecen dos libros, ya clásicos Sandino, general de hombres libres y El pequeño ejército loco. Operación México-Nicaragua publicados por vez primera en 1955 y 1958, respectivamente), la vida familiar en el exilio mexicano la lleva a involucrarse con la causa sandinista y, derrotado Somoza, a convencer a sus padres de que debe ir a Nicaragua. «Contrario a lo que muchos imaginan —escribe—, mi padre no me envió a Nicaragua después del triunfo de la revolución. Es más, trató de evitarlo con todas sus fuerzas» con argumentos de padre cariñoso y preocupado, aunque «se fue quedando sin argumentos» que hicieran desistir a la hija menor. «Le rogué que me dejara ir a alfabetizar, que me permitiera conocer la tierra de aquel hombre bajito y sombrerudo tan presente durante toda mi infancia, que parecía sentarse a la mesa como un miembro más de la familia mientras yo dibujaba gatos y mariposas de colores sobre las pruebas de portada de los libros de mi padre, Sandino, general de hombres libres y El pequeño ejército loco». Finalmente le convence: «desafiante, con una seguridad que a los dos nos tomó por sorpresa, le dije entonces: ¿Vos hiciste la teoría?, déjame a mí hacer la práctica. Él se sonrió y encogiéndose de hombros respondió: Tenes razón, ándate. Papá era tan amigo mío que accedió a mi aventura y a todas las que siguieron después, desde que le anuncié, sin más: me quedo en Nicaragua»2.

En los relatos sobre la cruzada, la autora permite al lector asomarse al mundo rural nicaragüense y al de las familias del campo, nos muestra con detalle escenas de aprendizaje de las letras y las cuentas, ilustra sobre la organización de la CNA y sus consignas y cantos; mediante anécdotas ejemplifica sobre los encuentros y desencuentros culturales de los y las jóvenes citadinos con campesinos; también es posible visualizar las clases y las cartillas y métodos utilizados y percibir la emoción que causó a esos miles de jóvenes trasladarse a los pueblos donde iban a alfabetizar, emoción redoblada al volver, seis meses después, a Managua con la convicción de haber cumplido. Muestra también la efervescencia que se respiraba en el ambiente, en el que todo parecía alcanzable y realizable. Igualmente menciona la simpatía y solidaridad que despertó la CNA plasmada en envíos de materiales para el aprendizaje (cuadernos, lápices) o para los brigadistas (botas, lámparas Coleman).

A algunos protagonistas, Selser les nombra y se empeña en mostrar sus rostros y sus cualidades: Patricia Sallick, Martha flaca, Scarlett Rosales compañeras alfabetizadoras en Waslala, o Ernesto Cabrera Cruz Cabrerita supervisor de brigadas alfabetizadoras, quién moriría peleando contra los contrarrevolucionarios patrocinados por el gobierno de Ronald Reagan. Igualmente están los alfabetizados, particularmente la familia González Aráuz, Francisca y Juan Ramón, sus hijos y nietos, quienes fueron alfabetizados por Gravielita a quién acogieron con cariño y respeto, le brindaron su humilde y digno hogar y le enseñaron muchas cosas importantes.

Para el historiador de la educación, el libro es de gran utilidad pues permite asomarnos a una cotidianidad relatada de manera fresca y genuina. Permite visualizar escenas educativas y muestra la eficacia o no de los métodos alfabetizadores inspirados en buena parte en Paulo Freiré y la idea de la palabra generadora. Al respecto, basta mencionar una de las muchas anécdotas de Selser.

«Uno a uno mis seis alumnos —don Juan, doña Francisca, Juan José, Freddy, Mirna y Ernesto— desfilaron frente a la pizarra para copiar la frase. Sandino vive en las masas. Mientras el padre se desenvolvía con soltura, pues ya conocía algunas letras, la mano insegura de doña Francisca siempre se demoraba sobre la tiza. Ella era la más retraída, la más fatigada por su triple jornada, y apenas tenía tiempo de repasar las lecciones cuando todos habían terminado de cenar y el último de los niños se había dormido. Por eso en las primeras clases, sin duda las más difíciles para todos, la madre estuvo a punto de abandonar el estudio porque no lograba siquiera distinguir la A de la E. Eran los días en que, al borde de la desesperación yo corría de un lado a otro garabateando frenéticas Aes sobre la pizarra, en las paredes, sobre las piedras y hasta en mis botas negras; y todo para que finalmente, al preguntarle que letra había escrito, ella contestara con un invariable a saber...

Y así me respondió el día en que le pedí su interpretación de la palabra masa que acababa de plasmar, con mucho esfuerzo, en su cuaderno. Eran las seis de la tarde y ella aún luchaba con los demás signos, frustrada ante la velocidad de Ernesto, sin duda el más aplicado, el primero en acabar los ejercicios y en mejorar los trazos armonizando el tamaño de las letras, su redondez y la distancia precisa entre cada una de ellas. Don Juan, que de joven había aprendido a garabatear unas pocas letras, se complacía en descubrir que de sus dedos lacerados y callosos podían brotar ordenadamente las palabras o el mágico resultado de una suma.

Esa noche doña Francisca se fue a dormir renegando de ella misma; había escrito masa sin lograr darle forma al concepto...

A la mañana siguiente el desayuno estuvo listo a las cinco y media, como siempre: arroz blanco, frijoles rojos cocidos y tortillas suaves, enormes, recién salidas del comal. Sobre la piedra de moler la madre adelgazaba la siguiente porción a amasar. De pronto, el grito:

—¡Venga, Gravielita, mire...!

—¿Qué pasa, doña Francisca? —me acerqué intrigada.

—¡Mire, mire lo que está aquí! —el dedo hundido en la blancura amorfa.

Me concentré en aquel amasijo sin entender qué me quería decir.

—¿Pero qué hay, qué pasa... ?

—¿Es que no ve? Esta es la masa. ¡Yo escribí esta palabra!»3.

Los relatos de Selser incluyen también su vida como periodista durante el período en el que la contra comenzó a atacar poblaciones rurales (el propio pueblo donde alfabetizó fue agredido y sus habitantes tuvieron que ser evacuados). Y muestra la creciente escalada de violencia militar, auspiciada por el gobierno norteamericano y los esfuerzos del gobierno por mantener el control del país y de satisfacer las demandas populares. Una guerra que, como sabemos, terminó por dividir al país y que fue una de las causas de la derrota sandinista en las urnas en febrero de 1990. En estas páginas, se visualiza un testimonio desgarrador, triste ante el cuadro de una guerra que no debió suceder y qué costó tan sólo hacia finales de 1986 más de 37 mil víctimas mortales y daños materiales millonarios4.

Pese a la impresión de desconsuelo que queda en estos capítulos, el final del libro es esperanzador cuando Selser menciona lo que han sido las vidas de sus alfabetizados, con quienes sigue manteniendo comunicación. Ernesto, el más aventajado de sus alumnos, terminó la secundaria, ingresó a la universidad y se graduó de ingeniero agrónomo. Cuando se encuentran en Managua, Ernesto supervisaba un proyecto de conservación de suelos en Waslala, financiado por una agencia alemana de cooperación. Así que, valió la pena la cruzada para él y para muchas familias. O cómo lo dicen ellos: «La alfabetización fue lo mejor que nos pasó —dice Ernesto y los ojos le brillan como cuando tenía once años. A mí también —le respondí sin dudar»5.

En comparación con otros países latinoamericanos, la historiografía de la educación de Nicaragua tiene poco desarrollo. En ese sentido, este libro constituye una importante contribución que puede estimular nuevos estudios sobre ese esfuerzo colectivo y popular que pretendió erradicar el analfabetismo y movilizó a más de sesenta mil brigadistas que tenían como meta alfabetizar a medio millón de compatriotas. El libro también resulta de gran importancia para ir dejando huellas vivenciales de aquellos que apostaron a la educación como una de las formas de conseguir transformaciones sociales de base popular. Ojalá que otros y otras brigadistas que lean este libro, puedan sentirse con la motivación para hacer lo propio. La historia de esta experiencia lo requiere y ayudará también a otros jóvenes que en otras latitudes de América Latina se involucran en tareas de alfabetización popular.

Notas

2 Selser, Gabriela, (2016). Banderas y Harapos. Relatos de la revolución en Nicaragua. Managua: Anamá Ediciones, pp. 29-30.

Ibídem, p. 33-36.

4     Ibídem.p. 111.

5     Ibídem, p. 278.

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