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Historia de la educación - anuario

versão On-line ISSN 2313-9277

Hist. educ. anu. vol.19 no.2 Ciudad autonoma de Buenos Aires. dez. 2018

 

ARTICULO

Hacia una genealogía del sanitario escolar. Primeros hallazgos: Buenos Aires (1881-1905)

 

Lucila da Silva1

 


Resumen

Los sanitarios emergen en el escenario signado por los procesos de medicalización y los discursos higienistas característicos del siglo XIX occidentalizado. Si bien poseen cierta identidad en la legislación argentina desde 1857, los procesos a partir de los cuales se institucionalizaron y luego asumieron la forma que conocemos, revisten una gran complejidad, debido fundamentalmente a las variables que admite su análisis.
El objetivo de este artículo es exponer algunos avances de una investigación en curso acerca de la emergencia de los sanitarios escolares. Se expondrá brevemente la fisonomía general de la investigación: el problema de investigación, el contexto conceptual, y las principales decisiones teórico-metodológicas. Por otro lado, se presentarán los primeros hallazgos e hipótesis, referidos a la ciudad de Buenos Aires en un período comprendido entre 1881 y 1905.
En el umbral del siglo XX las letrinas no habían ingresado completamente al edificio escolar, y aún se distanciaban significativamente de su versión actual. Como consecuencia, interesa proponer a modo de hipótesis, que hacia fines del siglo XIX comienza a producirse un desplazamiento en la mirada pedagógica. En el caso de los sanitarios de las escuelas primarias argentinas, esa visibilidad se amplía y se posa cada vez más en el detalle, invistiendo relaciones de poder novedosas.

Palabras clave Sanitarios, escuela, genealogía.


 

Introducción

En el siglo XVI aparece por primera vez en Paris una normativa que prohíbe a los habitantes de la ciudad defecar u

Hacia una genealogía del sanitario escolar. Primeros hallazgos: Buenos Aires (1881-1905)

 

6 Cfr. Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires (6 de abril de 1857). Ordenanza prescribiendo la construcción de sumideros y otras medidas de higiene pública, publicada en Memoria de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires (1861). Buenos Aires, pp. 146-150.

Hacia una genealogía del sanitario escolar. Primeros hallazgos: Buenos Aires (1881-1905)

 

Características generales de la investigación

El punto de partida de esta indagación se enraíza en líneas de análisis que subrayan la importancia de la consolidación del sistema de educación común elemental para el despliegue de las formas modernas de gobierno (Dussel y Caruso, 1999; Larrosa, 1995; Puiggrós, 1990); entendiendo que ese proceso se volvió posible debido al funcionamiento reticular de un conjunto de prácticas específicas —escolares y no escolares— de formación de las conciencias y los cuerpos (Dussel y Caruso, 1999; Scharagrodsky, 2008). Desde allí, fue posible construir dos grupos de interrogantes básicos: Por un lado, aquellos que apuntan a identificar y caracterizar las condiciones de emergencia de cada una de las prácticas específicas, para saber de qué maneras ellas han intervenido en estos procesos. Y, por otro lado, interrogantes que apuntan a restituir el fenómeno de conjunto (Foucault, 2002), es decir, a rastrear y describir la forma en la cual estas prácticas se componen en un diagrama (Deleuze, 2014) de poder mayor.

Por otro lado, se propone un análisis centrado en las prácticas estatales que cobra relevancia considerando que —si bien desde principios del siglo XIX el Estado se propuso proveer los edificios escolares necesarios para satisfacer los objetivos de las leyes educativas— no hubo hasta el siglo XX una tipología definida para el programa de las escuelas públicas (Aliata, 2007). A su vez, las letrinas aparecen incipientemente a principios del siglo XIX, pero la fisonomía de los sanitarios como los conocemos se legisla con detalle recién en 1942 (Ordenanza n.° 14.089, 1942). Consecuentemente, todas estas normas de mayor o menor alcance, resultan útiles para rastrear los vaivenes discursivos acerca de estos dispositivos. En ese sentido, interesa saber qué prácticas estatales intervinieron en el proceso de constitución de un grupo de necesidades sociales inéditas —como la educación elemental común y el uso de los sanitarios—; y qué discursos —pedagógicos, médicos, arquitectónicos— volvieron aceptables estas metamorfosis.

Existe otra línea de análisis fundamental, referida al campo de la Arquitectura. Desde la perspectiva que se retoma aquí, la arquitectura es concebida «como la instauración de un campo de visibilidad» (Deleuze, 2013: 20). Esto significa que cada Corpus arquitectónico materializa un régimen estético-perceptivo específico, que no actúa como el recipiente de un discurso, sino que posee efectos propios2 3 (Dussel y Caruso, 1999; Foucault, 2002). Consecuentemente, las preguntas acerca de los objetos arquitectónicos los constituyen como lugares de atravesamiento de relaciones múltiples de saber-poder, cuyas particularidades y efectos de conjunto, sólo pueden ser identificados a partir de

Las categorías iniciales construidas al interior de esta dimensión buscaron dar cuenta de las concepciones y preocupaciones referidas al cuerpo y al sexo o género contenidas en los documentos, nociones de productividad, de ciudadanía, y finalmente la presencia de discursos y practicas acerca de los cuerpos individuales o de la población.

Algunos aspectos metodológicos

En su propuesta metodológica más popular, Foucault amplía la noción de investigación arqueológica (Foucault, 2001) recuperando la crítica nietzscheana a la noción de origen (1988) y proponiendo la tarea genealógica (1988) entendida en la conjunción señalada por dos términos: Herkunft y Entstehung. El término Herkunft, señala la procedencia, como entidad historiográfica vinculada al cuerpo. Aquí Foucault propone estrategias de indagación que historicen la corporeidad y no la supongan. En segundo lugar, Entstehung indica la emergencia, subrayando que el momento de surgimiento de los sucesos supone necesariamente un determinado estado de las relaciones subjetividad y experiencia —aunque el concepto de experiencia de la cultura sea central en el pensamiento de Foucault— no deben remitir a una concepción sociológica, sino a una política, que tenga como eje de indagación principal las relaciones de saber-poder configuradas en una época determinada.

de fuerzas, y no la aparición de un suceso como parte de un orden mayor en la historia. Así, este autor, introduce la consideración de prácticas no discursivas, enfatizando el rol de las relaciones de saber-poder.

Siguiendo esta línea teórica (incluyendo consideraciones de ambos métodos), el primer paso de la presente investigación consistió en construir dos grandes Corpus documentales —uno textual y otro arquitectónico— acerca de los sanitarios escolares en un período comprendido entre el último tercio del siglo XIX y principios del XX. El segundo paso fue construir distintas series de documentos a partir de un criterio problemático. Es decir, antes que series temporales o institucionales, se construyeron series vinculadas a problemas e hipótesis específicos. El objetivo último de estos procedimientos era extraer enunciados y visibilidades respectivamente (Deleuze, 2013; Foucault, 2002).

En ambos casos, el procedimiento tiene que ver con interrogarse acerca de los regímenes de dispersión y agrupamiento que recaen sobre cada grupo, constituyendo regularidades. Al respecto, se trata de un archivo4 (Foucault, 2001) audiovisual (Deleuze, 2013) que se somete a un minucioso análisis con el objetivo de rastrear las condiciones históricas de posibilidad en el seno de las cuales emergieron los sanitarios escolares.

Respecto al período de estudio, si bien se establece un recorte temporal formal vinculado a datación de fuentes y requerimientos administrativos (1881-1905),4 5 dado que se trata de una investigación cuyo objetivo final es caracterizar la emergencia y la fisonomía del objeto de la investigación, sería poco riguroso establecer un período más específico a priori. En ese punto, se sigue la postura de Aguilar (2015), ya que se espera poder compartir periodizaciones construidas a partir del desarrollo de la investigación.

que no esten provistos de sumideros cavados hasta el agua, deberán construirlos en el término de un mes desde la fecha de la publicación de esta ordenanza, quedando de todo punto prohibido el arrojar dichas aguas á la calle.

La desinfección de las letrinas que deben permanecer bien tapadas; y hacerlas agotar en caso preciso, á fin de evitar que ocasionen efectos nocivos á la salud, se debe construir en ellas ó bien aparatos inodoros, ó caños que, partiendo de la caja misma de la letrina, terminen sobre el techo de las casas (Municipalidad de Buenos Aires, 1861: 146-150).

Los sumideros —también presentes en los documentos como resumidera o resumidero— eran desagües o drenajes generalmente hechos en el piso de los patios domésticos. Letrinas, por su parte, es la denominación más común que reciben los sanitarios hasta 1900. Es importante destacar que su uso no es informal, ya que el término aparece en planos, presupuestos y documentos oficiales. Respecto a su estructura, se trata en general de un cuarto montado sobre el pozo ciego (o pozo negro) o conectado a este por un caño cementado, que podía o no contar con algún artefacto inodoro (que disipara los malos olores). La palabra baño —si bien existía para referir la práctica de aseo corporal— se utiliza desde mediados del siglo XIX para referirse al cuarto de baño, cuarto de guarda baño y lavatorio o lugar donde referidas a los sanitarios escolares6. Efectivamente, en una Ordenanza del año 1879 se hace referencia explícita a la «ley de 16 de junio de 1871» (1897: 233), intentado enfatizar la necesidad de darle cumplimiento. En ese mismo documento, se establecen además algunos requerimientos materiales, y se esboza un cálculo del factor de ocupación referido a los sanitarios7: «Art. 3o. Todas

Aires, 1872: 185-186). Allí se establece la aplicación de multas para aquellos habitantes que no hubieran construido letrinas o resumideras siguiendo la letra de las ordenanzas ya sancionadas. En segundo lugar, el Reglamento para las casas de inquilinato, conventillos y bodegones del 16 de junio del mismo año. En este último se establecía que «Las letrinas y resumideros deben estar separados del resto de las piezas habitadas cuando menos cuatro varas, debiendo cegar los que en la actualidad se encontrasen adheridos o intercalados en el edificio (Art. 7)»; «La letrina será lavada diariamente (Art. 11)»; y características de las letrinas que, según se entiende, debían ser asientos con descargas de agua. Cfr. Municipalidad de Buenos Aires, 1884, pp. 117-119.

15 En la misma fuente se recomienda adoptar «el sistema á la inglesa» (233). Se refiere a un sistema de descarga de agua, similar al actual con mochila. Algunos autores (Prignano, 2007) dan a entender que hacia fines del siglo XIX ya estaban presentes los artefactos inodoros de loza. En este trabajo se prefiere tener algunos recaudos al respecto. Con seguridad, tres empresas (Vicente Macchi, Heinlen y Cia., Gath y Chaves) importaban este tipo de artefactos en 1912 —al respecto, puede consultarse La Rural (1912). Guía general de estancieros confeccionada para los miembros de las sociedades rurales argentinas. Buenos Aires: Administración La Rural—, pero no se poseen al las letrinas tendrán cuando menos dos departamentos separados y en las casas ó establecimientos referidos que tengan más de diez piezas habitables, deberán tener un departamento más por cada diez de éstas» (1880: 234).

Asimismo, se observa aquí una mención inusual: «Art. 5o. La presente Ordenanza se hará extensiva á los establecimientos públicos de enseñanza, en los cuales se aumentará un departamento por cada cincuenta alumnos» (1880: 234-235).

En 1887, en sintonía con el gran conjunto de preocupaciones de la época por regular los espacios y los cuerpos según los ideales del higienismo, se redacta la primera legislación común, el «Reglamento General de Construcciones» (Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, 1890: 200-215). Allí se reiteran las directrices presentes en las ordenanzas previas, pero no se establecen especificidades respecto a los edificios escolares.

El énfasis puesto en legislar esta materia con sentencias similares, sugiere que hacia 1880 los sanitarios no se habían institucionalizado. Este fue el caso de las edificaciones particulares y también de los edificios escolares; sin embargo, respecto a estos últimos los matices fueron mayores, por dos razones fundamentales: Por un lado, los edificios escolares (Superintendente del Consejo Nacional de Educación). Como parte del procedimiento administrativo, el secretario de la Comisión Escolar de la cuarta sección escribe a su vez una nota que se adjunta a la carta del propietario:

Sr. Presidente: Esta comisión, después de haber visitado detenidamente la casa á que se refiere [...] puede aceptarse el aumento de alquiler que se pide, siempre que el propietario construya dos letrinas por lo menos, de que hoi carece, componga el algibe, coloque cerraduras en las puertas de las clases i haga pisos en el segundo patio (Expediente n.° 001/84, 1884: s. p.).

A la luz de este tipo de situaciones, es importante subrayar que los sanitarios escolares no solamente carecían en muchos casos de presencia material; sino que su significación cultural era muy distinta a la actual. Con lo cual, es posible afirmar que existía una distancia muy importante entre algunas medidas y discursos oficiales, y las prácticas escolares.

Otra situación relevante se observa en el Expediente n.° 1536/88 (1888). Allí se hace referencia a la situación en una vivienda en la cual había dejado de funcionar la escuela, debido a que el hijo del Director había fallecido de una enfermedad conocida como difteria. Considerando la gran dificultad que existía para conseguir alquileres para escuelas, se solicita en una nota al Cuerpo Médico Escolar que establezca qué medidas

Hacia una genealogía del sanitario escolar. Primeros hallazgos: Buenos Aires (1881-1905) proliferación de prácticas de limpieza meticulosa. Efectivamente, la idea de “higiene” asociada a prácticas que llamamos de “desinfección” por medio del aseo, emerge con fuerza recién a fines de siglo, poco antes del triunfo del paradigma microbiano, pero fundamentalmente con el avance de la provisión de agua corriente (da Silva, 2019, s. p.)

Algunos expedientes y planos abonan estas hipótesis, ya que en los escasos edificios en los que hay lavatorios, estos no se encuentran ubicados cerca de las letrinas (Expediente n.° 0601/91, 1891).

Además de su existencia relativa, otro hallazgo se vincula a la relación de los sanitarios con el resto del espacio escolar. Las letrinas estaban comúnmente alojadas en el fondo del patio, esto significa que los niños debían caminar varios metros desde el lugar donde estaban las aulas para llegar; y que tanto el recorrido como las letrinas en sí constituían un trayecto en el cual los estudiantes estaban libres de la mirada del maestro. Este hecho viene a matizar las afirmaciones corrientes acerca del carácter puramente disciplinario (Foucault, 2002) y totalizador de la educación primaria común. Efectivamente, si bien tanto el dispositivo escolar como el médico resultaron fundamentales en el gran proceso de constitución del orden corporal moderno, es importante introducir hallazgos que den cuenta de la discontinuidad de estos procesos, con la consecuente complejidad.

A modo de conclusión

Las letrinas aparecen con más frecuencia en los discursos a partir de 1890, cuando los pozos ciegos comienzan a desbordarse y las escuelas deben solicitar presupuesto para contratar los «carros atmosféricos» (Expediente n.° 3220/89, 1889: s. p.). Hacia 1879 existían dos empresas de carros limpiadores: la Sociedad de propietarios para la Higiene y El limpiador. Desde 1871 estos trasportes se dedicaban a recolectar los desperdicios de los pozos y arrojarlos en terrenos alejados que funcionaban así como vaciaderos de materias fecales. Durante el año 1879 se extrajeron un total de 14.693 carros de materias fecales (Municipalidad de Buenos Aires, 1879).

Posteriormente, los directores y las directoras de escuela solicitan al Consejo Nacional de Educación que envíe porteros para que se ocupen de la limpieza de los edificios que funcionaban como escuelas y en los presupuestos se detallan las compras de «mangas de goma» —mangueras— (Expediente n.° 2480/94, 1894: s. p.). En paralelo, el Cuerpo Médico escolar requiere por primera vez que las escuelas de la Capital Federal estén provistas de agua corriente, y comienzan a hacerse las instalaciones correspondientes (Expediente n.° 1287/94, 1894). Efectivamente, aparece la necesidad de que exista cierta limpieza de las escuelas asociada al agua, y ya no a la práctica de blanqueo con cal. Además, las letrinas se vuelven más visibles en los presupuestos y en los planos, que las incluyen y contemplan detalles (desagües, puertas), en algunos casos también se incorporan letrinas diferenciadas para docentes (Expediente n.° 0670/91).

Sin embargo, en el umbral del siglo XX las letrinas no han ingresado completamente al edificio escolar, y aún se distancian significativamente de su versión actual (versión que creemos se adopta recién a mediados del siglo XX)8. En ningún caso poseen espacios comunes (antebaños), ni espejos. Sólo en las edificaciones nuevas están separadas por sexo, pero en las viviendas que funcionan como escuelas esto aún no es una preocupación9.

Interesa proponer a modo de hipótesis, que hacia fines del siglo XIX comienza a producirse un desplazamiento en la mirada pedagógica. Si la visibilidad escolar es esta mirada —la del maestro— y esta es a su vez el haz de luz que instituye el gobierno de la infancia (Dussel y Caruso, 1999; Foucault, 2002), podría pensarse que esa forma de gobierno aún no había salido del aula. Sin embargo, conforme se acerca el siglo XX, esa mirada va a atravesarla «puerta letrina R-75 x 2,10 á persiana» (Expediente n.° 2397/88, 1888: s. p.), y las puertas vidriadas que se incorporan a los edificios escolares deliberadamente en 1889. Poco a poco las relaciones de fuerzas van mutando, y también lo hacen las visibilidades y los enunciados que les dan forma. En el caso de los sanitarios de las escuelas primarias porteñas, esa visibilidad se amplía y se posa cada vez más en el detalle, invistiendo relaciones de poder novedosas.

Recibido: 14 de noviembre de 2018 Aceptado: 22 de abril de 2019

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Hacia una genealogía del sanitario escolar. Primeros hallazgos: Buenos Aires (1881-1905)

1

Licenciada en Ciencia Política (UBA). Especialista en Cultura Letrada (UNCo) Becaria del CONICET para realizar el doctorado en la Facultad de Ciencias Sociales - UBA. Docente e investigadora de la Universidad Nacional del Comahue. Miembro del Instituto Patagónico de Estudios en Humanidades y Ciencias Sociales (IPEHCS - CONICET - UNCo) y del International Consortium ofCritical Theory. Contacto: [mluciladasilva@gmail.com].

2

Lo visible es pensado como un cuadro, una composición, la forma en la cual la percepción se distribuye y articula en un momento histórico determinado

3

(Deleuze, 2013; Foucault, 2013).

4

Común (incluido un breve suplemento llamado “La Higiene Escolar”); la Biblioteca de la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires, la Biblioteca Nacional del Maestro y el Centro de Documentación de AySa (Antes Obras Públicas de la Nación).

5

Los principales documentos considerados pertenecen al período comprendido entre 1881, correspondiente con la fundación del Consejo Nacional de Educación (también llamado Comisión Nacional de Educación); y 1905, cuando se sanciona la Ley n.° 4874, más conocida como Ley Lainez.

6

momento fuentes que confirmen actividad anterior, o en qué momento estos

7

dispositivos ingresaron por primera vez al país.

8

   Tal como se afirma en la introducción de este artículo, el antecedente legislativo más cercano a la versión actual aparece en el Ordenanza n.° 14.089 de 1942.

9

   Este hecho merece consideraciones que exceden por mucho el espacio de este artículo. En principio, puede decirse que el tema de la «coeducación de los sexos» (Vedia, 1903: 717) no está saldado en el período de estudio.

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