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CELEHIS (Mar del Plata)

versión On-line ISSN 2313-9463

CELEHIS  no.28 Mar del Plata dic. 2014

 

DOSSIER SOBRE VANGUIARDIA/POSVANGUARDIA

Correspondencias latinoamericanistas: una relectura de Calibán de Fernández Retamar

 

Florencia Bonfiglio*

Universidad Nacional de La Plata-CONICET

* Florencia Bonfiglio es Doctora en Letras por la Universidad de Buenos Aires y Profesora en Letras y en Lengua y Literatura Inglesas por la Universidad Nacional de La Plata, donde se desempeña como Jefa de Trabajos Prácticos de Literatura Latinoamericana II. Actualmente es becaria post-doctoral de CONICET y se especializa en literatura caribeña. Publicó en 2010 La unidad submarina. Ensayos caribeños de Kamau Brathwaite y en 2011 obtuvo el Primer Premio de ensayo "Caliban, origen y permanencia de un símbolo", otorgado por el Centro de Estudios del Caribe de la Casa de las Américas.

 


Resumen

El trabajo se propone una nueva lectura del ensayo Calibán (1971) del cubano Roberto Fernández Retamar a partir de su in-tertextualidad con la densa trama discursiva de debates epistolares, cartas abiertas y cartas privadas que tensionaron las relaciones de la "gran familia intelectual" (Claudia Gilman) nucleada en torno de la Revolución cubana hasta el desencadenamiento del caso Padilla. Por el reverso del endurecimiento ideológico que caracteriza el ensayo (un aspecto abundantemente señalado por la crítica), puede leerse un intento de recomposición de vínculos intelectuales mediante la apelación a tópicos, motivos y principios del discurso latinoamericanista de izquierda consolidado en los años anteriores. El ensayo, a la luz de la correspondencia intercambiada con Ángel Rama, constituye una suerte de carta abierta dirigida a quienes hasta entonces integraban esa red intelectual (y afectiva) construida desde la Casa de las Américas.

Palabras clave Calibán—Fernández Retamar — Ángel Rama—correspondencia — redes intelectuales

Latin Americanist correspondences: rereading FernándezRetamar's Caliban

Abstract

The article proposes a rereading of the essay Caliban (1971) by Cuban Roberto Fernández Retamar by focusing on its intertextualities with the dense discursive context of epistolary debates, open and private letters which complicated the relations of the "great intellectual family" (Claudia Gilman) assembled around the Cuban revolution until the outbreak of the Padilla affair. The ideological radicalization which characterizes the essay (an aspect criticism has abundantly pointed out) has a reverse side: one can observe, in fact, a strong effort to recover intellectual links by appealing to topics, issues and principles favored by the discourse of the Latin American left consolidated in previous years. The essay, in the light of the correspondence exchanged with Ángel Rama, can be read as a sort of open letter addressing those who formed part of the intellectual (and affective) network constructed by Casa de las Américas.

Keywords Caliban—Fernández Retamar—Ángel Rama—correspondence — intellectual networks


 

Quiero seguir escribiendo, creo que esa es mi verdad por encima de todas las otras. Y espero que mis manuscritos, inéditos (por razones obvias) lleguen a sus manos... Reinaldo Arenas, carta a Emir Rodríguez Monegal1
Probablemente por esa manía de la literatura Y de que los otros sepan lo que uno piensa, O lo que uno quiere que los otros crean que uno piensa, O lo que sea.
Roberto Fernández Retamar, "In Memoriam Ezequiel Martínez Estrada"

 

En la convulsionada Latinoamérica de los 60/70, obsesionada con el testimonio y "la verdad de su tiempo" (Quintero Herencia: 214), bajo condiciones en que, paradójicamente, la verdad de la escritura no siempre ve la luz de la publicidad o, cuando lo hace, no es más verdadera que autoconsciente de su función política, el género epistolar adquiere un peso singular. Mientras las cartas abiertas sirven a la urgencia por definir posiciones públicas, las cartas privadas circulan para desdecirlas, relativizarlas, sopesarlas. Es la palabra misma la que se encuentra bajo sospecha, y siendo incluso las cartas personales pasibles de ser publicitadas, todo escrito se sabe comprometido mientras toda verdad se vuelve relativa pero también, y sobre todo, intertextual. La carta de Arenas a Rodríguez Monegal citada en el epígrafe, que manifiesta su lealtad al uruguayo y desmiente alguna carta previa escrita bajo coerción, reenvía, en efecto, a una extensa y controvertida serie que obliga a leer cada escrito entre líneas y en contrapunto dialógico, calibrando en su justa medida la autoconciencia sentida por sus autores de no expresar sino "lo que uno quiere que los otros crean que uno piensa,/ O lo que sea", como escribe Fernández Retamar.

Atendiendo a tales condicionantes, quisiera abordar el ensayo Calibán (1971) de Fernández Retamar, uno de los textos centrales de esa densa trama discursiva hecha de cartas de denuncia, de adhesión y de ruptura, pero también de importantes cartas privadas. El ensayo, según propongo, puede también ser leído como una "carta abierta" en respuesta a las desavenencias del campo intelectual latinoamericano a raíz del caso Padilla. Publicado en la revista Casa de las Américas y difundido luego bajo la forma de unos "Apuntes sobre la cultura en Nuestra América",2 Calibán es en primer término un texto urgente y coyuntural que, como toda carta abierta -como todo discurso político-, se dirige no sólo a un lectorado general (un para-destinatario a quien se busca persuadir), sino también a ciertos destinatarios amigos y enemigos -pro- y contra- destinatarios- muy precisos (Verón: 71-72).

La crítica, en efecto, ha destacado el carácter polémico del ensayo, relacionando su retórica agresiva con el endurecimiento ideológico que caracterizó al "Quinquenio gris" (1971-1976). Por el reverso de la ruptura que el texto establece con la amplia red intelectual hasta entonces nucleada en torno de Cuba, puede leerse, sin embargo, un intento de recomposición de vínculos intelectuales mediante la apelación a un nosotros inclusivo concreto: los más cercanos amigos de la Revolución cuyo apoyo podía recobrarse. Recurriendo a motivos y principios del latinoamericanismo de izquierda consolidado en los años anteriores, Fernández Retamar elabora un escrito religador que apela a la sensibilidad antiimperialista y al imaginario anticolonialista dominante por entonces. En el clímax de intercomunicación intelectual promovido desde la Casa de las Américas, Calibán forma parte de aquellas correspondencias latinoamericanistas que circulan por la región y que, como tantas cartas-poemas del autor, contribuyen a la construcción de redes intelectuales.3

El motor de Calibán, como se sabe, es el caso Padilla: el texto responde en primer término a quienes, integrando el Frente Único de apoyo a Cuba, se han distanciado de la Revolución a través de dos Cartas abiertas dirigidas a Fidel Castro. En su ensayo, Fernández Retamar replica, de hecho, el agresivo "Discurso de clausura" de Castro al cierre del Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura, el cual significó el quiebre de las relaciones entre la Revolución y sus aliados externos. La "ruptura de los lazos de familia" (Gilman 2003: 265) -el cierre del período más fecundo de afiliaciones latinoamericanistas de Casa de las Américas- no podía no afectar a Fernández Retamar, director de la revista y pieza clave de la integración lograda entonces conjuntamente con otras formaciones de izquierda, especialmente la revista uruguaya Marcha, con Ángel Rama a la cabeza.

Entre otras consecuencias lamentables del episodio, fue disuelto el "Comité de Colaboración" de Casa y el número siguiente apareció con dos meses de retraso en una doble entrega N° 65-66 (marzo-junio 1971) que incluyó la "Declaración" del mencionado Congreso, el "Discurso de clausura" de Castro y un excepcional "Suplemento. El caso Padilla" con la "Intervención" del poeta (su "autocrítica") en la UNEAC. Además, en el número de julio-agosto, la revista respondió a lo que consideraba una campaña contra Cuba haciendo públicas las "Posiciones" en defensa de la Revolución, las cartas cruzadas entre Vargas Llosa, quien renunció al Comité, y Santamaría, y variadas 'misivas', como la famosa "Policrítica en la hora de los chacales" de Cortázar. El alejamiento de Cortázar a partir de entonces sería "el caso más doloroso" (Fernández Retamar 1997: 307). Rama fue, por supuesto, la otra gran pérdida a lamentar. Al decir posterior de Retamar, en "la más dramática de las cartas que nos escribiera", de abril de 1971, Rama expresaba abiertamente sus discrepancias. Poco después aparecía el N° 49 de los Cuadernos de Marcha: "Cuba. Nueva política cultural. El caso Padilla", con consecuencias irreversibles respecto de los vínculos -intelectuales y afectivos- del uruguayo con La Habana. Rama era el mismo que, en marzo de 1971 (pocos días antes de la detención de Padilla), había escrito a Retamar:

De veras extraño no verte, [...] y extraño no conversar contigo polémicamente hasta conseguir que sonrías, porque la amistad está primero y Ángel es un amigo, para luego encontrarnos en ese fervor común que tenemos para algo que será nuevo y verdadero... (cit. en Fernández Retamar 1997: 304).

Era sin duda ese "fervor común" o la "coincidencia espontánea en asuntos de arte o de política, así estemos separados por mares y continentes", como expresaba Rama en una carta anterior de 1966, el que motivaba que, ante las desconexiones presentes, Fernández Retamar optara en Calibán por radicalizar el discurso anticolonialista y antiimperialista en concordancia con el "Discurso" de Castro, pero trasladando el "debate" al terreno cultural y literario. Allí las afiliaciones podían reforzarse, especialmente teniendo en cuenta que Rama había sido crítico de la Revolución en otras ocasiones, que había concluido su carta en torno del caso deseando que la revolución "siga siendo nuestro punto de confluencia, nuestra esperanza, nuestro orgullo" (cit. en Fernández Retamar 1997: 306) y que eran los sentimientos antiimperialistas y anticolonialistas los que aunaban a los intelectuales.

Tales sentimientos, en efecto, habían coligado a la red 'hegemónica' en el pasado respecto de cuestiones controvertidas, como el homenaje a Rubén Darío en el centenario de su nacimiento, el cual fue un desafío asumido desde La Habana pues implicaba la asimilación del Modernismo desde una perspectiva 'revolucionaria', luego materializada en una entrega de Casa (mayo-junio de 1967), coincidente a su vez con el lanzamiento del primero de los Cuadernos de Marcha (mayo de 1967) dedicado a Rodó, la otra gran figura del Modernismo, en el cincuentenario de su fallecimiento.4

En 1971, el contexto discursivo de Calibán resultaba elocuente. El ensayo apareció en el N° 68 (septiembre-octubre) "Sobre Cultura y Revolución en la América Latina'", que abría con "Nuestra América" de Martí e incluía "Arte, revolución y decadencia" de Mariátegui y textos de Portuondo y Benedetti, entre otros. Pero además, Retamar correspondía a los intereses latinoamericanistas de los uruguayos sumándose otra vez a una misma relectura de la tradición, pues luego del abordaje del caso Padilla desde Montevideo, la siguiente entrega de los Cuadernos de Marcha (N°50) había sido un nuevo "Homenaje" a Rodó en el centenario de su nacimiento que incluía, por ejemplo, "Del Calibán de Renan al Calibán de Rodó" de Arturo Ardao. Pese a su sutil desvío, en su Calibán también Retamar rescataba la paideia de Ariel, y lo hacía suscribiendo un texto de Ardao del año anterior (Rodó. Su americanismo) y Genio y figura de José Enrique Rodó (1966) de Benedetti, mientras atacaba la perspectiva crítica de Rodríguez Monegal, el siempre enemigo de Cuba y de Ángel Rama: un adversario, pues, que podía nuevamente mancomunarlos.5 Existían, por cierto, claros antecedentes al respecto, como el episodio en torno de Mundo Nuevo, no por azar recuperado en Calibán. Pues había sido Rama quien acusara desde Marcha la actividad 'cipaya' de Monegal y su colaboración con la CIA, denuncia reproducida en Casa y transformada allí (con el impulso de Rama) en una de las grandes polémicas del período a través de la publicación del enfrentamiento epistolar entre Retamar y Rodríguez Monegal y su inmediata difusión en otras revistas de la región.

También en 1966 la famosa "Carta abierta a Pablo Neruda", en repudio a la participación del chileno en el Congreso del PEN Club celebrado en Nueva York, había aunado a los intelectuales. Redactada, entre otros, por Retamar, la "Carta" fue expresión de la radicalización política alentada desde La Habana y apoyada por Marcha, la cual reprodujo, junto con Casa, el texto aparecido en Granma, órgano oficial del PC cubano. Allí también se denunciaban las conexiones de Rodríguez Monegal con la CIA, mientras se demarcaban límites que complicaban ya el funcionamiento de la red: pues si bien la "Carta" apelaba a imperativos fundamentales de la intelectualidad de izquierda, como el repudio a la política cultural de instituciones aliadas con el "imperialismo", las acusaciones salpicaban a otros asistentes al Congreso cercanos a la Casa. Pero dado el aún convocante llamado de atención antiimperialista, la "familia" -en cartas y comunicados- aún se mostraba unida.

Luego del caso Padilla, por el contrario, la ruptura parecía irrevocable. Retamar responde, sin embargo, con nuevas mitologías religadoras: no Ariel, sino Calibán: un Calibán leído a partir del marxismo, del discurso anticolonialista antillano y de "Nuestra América" de Martí, versión que coadyuvaba al fortalecimiento del discurso estatal pero que, además, constituía una apropiación revolucionaria del canon hispanoamericano con la cual la "familia" podía volver a coincidir. De allí el interés particular del cubano en "algunas interpretaciones" de La tempestad: del Caliban de Renan, antecedente de las versiones hispanoamericanas post-1898 de Paul Groussac y Rodó, pasaba al Caliban parle (1928) antirenaniano de Jean Guéhenno, quien ofrecía por primera vez "una versión simpática del personaje", aunque resultara más aguda la lectura crítica de Renan del argentino Aníbal Ponce. Junto a la clara afiliación de Retamar con reescrituras marxistas del drama, era evidente su vocación por reformular el latinoamericanismo antiimperialista desde el anti-colonialismo caribeño, proyectando un imaginario actualizado al tercermundismo de la hora (impugnaba, por ejemplo, a Renan a partir del Discours sur le colonialisme de Aimé Césaire). Así, no obstante lo "extraño" que resultaba a Retamar que el símbolo de Calibán fuese aplicado a los Estados Unidos, y a pesar de sus "desenfoques", la reacción de Rodó constituía, siguiendo a Benedetti, "la primera plataforma de lanzamiento para otros planteos posteriores, menos ingenuos, mejor informados" (2006: 24-25). Como prueba de esto, Rodó era emplazado como el padre intelectual del sector más ortodoxo del campo cubano: su influencia había sido capital en Julio Antonio Mella, uno de los fundadores en 1925 del primer Partido Comunista de Cuba. Lo más interesante de la lectura de Retamar -índice de su afán de (re)conciliación con los intelectuales 'críticos'-era que incorporaba una cita de Mella que parafraseaba el siguiente lema de Rodó:

Intelectual es el trabajador del pensamiento. ¡El trabajador!, o sea, el único hombre que a juicio de Rodó merece la vida, [...] aquel que empuña la pluma para combatir las iniquidades, como otros empuñan el arado para fecundar la tierra, o la espada para libertar a los pueblos, o los puñales para ajusticiar a los tiranos (Mella, cit. Fernández Retamar 2006: 34).

La cita era sin duda significativa en el contexto anti-intelectualista del momento, cuando -favorecida la idea de que solo la lucha armada contribuía a la revolución-, prevalecía un "estado de sospecha" sobre los intelectuales (Gilman 2003: 163). Retamar no comulgaba con tal antiintelectualismo extremo, como se desprendía de su posicionamiento en Calibán y, en particular, de su 'homenaje' a Rodó, cuyo Ariel, al fin y al cabo, resultaba un antecedente 'calibánico' más valioso que, por ejemplo, el discurso marxista de Ponce.

Por un lado, para elaborar su propia versión revolucionaria del drama, Retamar asimilaba la lectura de Ponce en "Ariel o la agonía de una obstinada ilusión" (1938) especialmente su oportuna caracterización de Calibán y Ariel, cercana a la de la izquierda francesa. Ponce era, además, uno de los latinoamericanos rescatados por el ala más ortodoxa del campo intelectual cubano: su libro Humanismo burgués y humanismo proletario que, como apuntaba Retamar, posiblemente hubiera influido sobre el Che, había sido editado en 1962 por la Imprenta Nacional de Cuba, con prólogo de Juan Marinello.6 La apropiación de Ponce evidenciaba, precisamente, el fuerte antiintelectualismo del "Tercer período" de la Internacional Comunista. La tempestad -observaba Marinello- le servía a Ponce para mostrar la evolución del humanismo burgués al humanismo marxista que había afectado la trayectoria de un intelectual como Romain Rolland, discípulo de Renan hasta abrazar el Comunismo. Y era, en efecto, la figura de "Ariel" la que dramatizaba ese proceso que el mismo Rolland había llamado "la agonía de 'una obstinada ilusión'": su transición del egoísta y elitista culto del espíritu, a la afiliación con la Revolución rusa. Por otro lado, empero, Retamar señalaba que el examen de Ponce "aunque hecho por un latinoamericano, se realiza todavía tomando en consideración exclusivamente al mundo europeo"; Ponce no ofrecía, por cierto, una lectura 'antiimperialista' ni esa "nueva consideración del problema" que surgiría con "la emergencia de los países coloniales" (2006: 28). También debía incidir en la crítica de Retamar el que Ponce no hiciera referencia al Ariel de Rodó, lo cual, en un otrora integrante del movimiento ('arielista') de la Reforma Universitaria, sólo podía explicarse por la obviedad del antecedente o como consecuencia de una actitud europeizante. Más bien parecía lo segundo. La obra de Ponce, actualizada en lecturas marxistas mediadas por vía francesa, confirmaba el histórico peso de las influencias europeas sobre los latinoamericanos. También Ariel, como sabemos, pecaba de sujeción a Francia, pero Retamar favorecía el diálogo con Rodó por sobre la afiliación sin más con Ponce. Quizá considerara su "marxismo sin nación" (Terán 1986) -su preferencia por los proletarios rusos antes que los propios condenados de la tierra- un error más grave que la matriz 'burguesa' de Rodó. Pues Rodó había dado voz, con Martí, al latinoamericanismo antiimperialista, más acertado que el antiimperialismo antifascista calcado de Europa.

Tal lectura volvía a proyectar redes 'genuinamente' latinoamericanistas. Porque, como Retamar añadía, Ariel había servido al "primer marxista-leninista orgánico de Cuba" pero ahora existían los intentos "enemigos" -precisamente de Rodríguez Monegal de desarmar el "planteo antiyanqui de Rodó". En verdad, se trataba de una cuestión de énfasis (el antiimperialismo que para uno era "esencial" en Ariel, para el otro era secundario), pero Retamar aprovechaba el punto para acusar una vez más al uruguayo, "servidor del imperialismo", de "emascular" Ariel. Era, por el contrario, el "enfrentamiento gallardo a los Estados Unidos y la defensa de nuestros valores" lo que volvía actual a Rodó; de allí el título del ensayo de Retamar, que resultaba así "un homenaje al gran uruguayo" (2006: 36).

Si Rodó, integrado a la genealogía revolucionaria de Calibán, servía a los sentidos comunitarios del ensayo, la estructura afiliativa emplazada entrañaba -como toda estructura afiliativa- silenciamientos y exclusiones (Said: 46). Sólo aparecían, de hecho, unas pocas alusiones al caso Padilla, el cual era clausurado desde el inicio al narrar el supuesto diálogo con el "periodista europeo" de izquierda que "pregunta" por la existencia de una cultura latinoamericana: "Conversábamos, como es natural, sobre la reciente polémica en torno de Cuba que acabó por enfrentar..." (Fernández Retamar 2006: 11, el énfasis es mío). La polémica, "naturalizada", era silenciada, y Retamar respondía ya a la malintencionada pregunta estableciendo claramente el enfrentamiento entre dos grupos antagónicos: "algunos intelectuales burgueses europeos (o aspirantes a serlo) con visible nostalgia colonialista" y "la plana mayor de los escritores y artistas latinoamericanos que rechazan las formas abiertas o veladas de coloniaje cultural y político" (11): dos frentes replicados, a su vez, en el dúo "periodista europeo" y el propio Retamar. Adoptando un nosotros inclusivo en oposición a un "ellos"= los colonizadores extranjeros, y apelando al (inteligible) discurso antiimperialista de la tradición latinoamericana, la respuesta continúa:

.. .poner en duda nuestra cultura es poner en duda nuestra propia existencia, nuestra realidad humana misma, y por tanto estar dispuestos a tomar partido en favor de nuestra irremediable condición colonial, ya que se sospecha que no seríamos sino eco desfigurado de lo que sucede en otra parte (Fernández Retamar 2006: 11).

Además de desviar la verdadera raíz de la polémica (las acusaciones de "estalinismo") a la tendencia colonialista de trasladar mecánicamente esquemas foráneos, Retamar demarca un nuevo límite ideológico al establecer un antagonismo en el seno de lo que correspondía al amplio frente de apoyo a Cuba, integrado por la intelligentsia de izquierda tanto europea como latinoamericana. Acata así la nueva ortodoxia estatal, especialmente, el agresivo "Discurso de clausura" de Castro, el cual cerraba, como se sabe, ese espacio intermedio y concesivo con quienes sin ser "genuinamente revolucionarios" tampoco eran "contra-revolucionarios", según el famoso "dentro de la Revolución todo, contra la Revolución, nada" de las "Palabras a los intelectuales" de 1961. Retamar, empero, adapta su 'panfleto' al diapasón del latinoamericanismo: a través de su relectura de La tempestad, el ensayo vertebra una ficción anticolonialista que legitima el "Discurso" de Castro (su maldecir), mientras refuerza el 'fervor común' de los intelectuales en el rechazo a la dependencia lingüística y cultural (un núcleo de sentido fuertemente coaligante):

Ahora mismo, que estamos discutiendo con esos colonizadores, ¿de qué otra manera puedo hacerlo sino en una de sus lenguas, que es ya también nuestra lengua, y con tantos de sus instrumentos conceptuales, que también son ya nuestros instrumentos conceptuales? No es otro el grito extraordinario que leímos en una obra del que acaso sea el más extraordinario escritor de ficción que haya existido. En La Tempestad, la obra última (...) de William Shakespeare, el deforme Caliban, a quien Próspero robara su isla, esclavizara y enseñara el lenguaje, lo increpa: "Me enseñaron su lengua, y de ello obtuve/ El saber maldecir. ¡La roja plaga/ Caiga en ustedes, por esa enseñanza!" (Fernández Retamar 2006: 15).

Nadia Lie acierta en señalar que "el tema de la identidad cultural se vuelve la única oportunidad para hacer del caso Padilla un sujeto de discusión sin generar la sospecha de ser él mismo [Retamar] pequeño burgués" (256), en tanto era el propio Castro quien en su "Discurso" se refería al caso como "chismografía intelectual" de burgueses (26). En efecto, la segunda alusión de Retamar aparece en el contexto de la crítica a Carlos Fuentes, quien "aprovechando la alharaca desatada en torno al mes de prisión de un escritor cubano, rompió estrepitosamente con Cuba" (2006: 61, el énfasis es mío). La discusión se emplaza, luego, en el terreno literario: Fuentes, con su "ideología enajenante y enajenada", aplica "esquemas derivados de otras literaturas (de países capitalistas), reducidas hoy a especulaciones lingüísticas" (2006: 6465). Su visión colonial, no por azar, coincide con la de Rodríguez Monegal y Severo Sarduy, en tanto prioriza el papel del lenguaje por sobre los marcos sociales y la historia (Fernández Retamar 2006: 66-67) -una visión, por supuesto, bien distante del ideal crítico de los tiempos revolucionarios, y del ejercicio de un Ángel Rama. (De hecho, como se desprende de las líneas que éste dirige a Retamar al restablecerse sus relaciones en los 80, el uruguayo tampoco avalaba la producción de Fuentes) (Fernández Retamar 1997: 311). Las afirmaciones reaccionarias de Fuentes citadas por Retamar eran, por lo demás, francamente opuestas a la sensibilidad de izquierda a la que aún se apelaba. Borges, en este contexto, era otro claro rival: "típico escritor colonial, representante entre nosotros de una clase ya sin fuerzas..." (Fernández Retamar: 58). Borges era quien, con una abierta postura de derecha, había firmado "en favor de los invasores de Girón", pedido la pena de muerte para Debray y dedicado un libro a Nixon (59). ¿Qué intelectual progresista podía no acordar con Retamar, quien no dejaba de reconocerle al argentino sus méritos como escritor? En torno de Borges, por cierto, se habían enfrentado hacía años Rama y Rodríguez Monegal, amigo y exégeta del argentino.

La diatriba de Retamar cumplía, sin duda, con los dictados de la Revolución, pero satisfacía paralelamente sus intenciones religadoras, pues la "cultura de Calibán", en tanto "nueva cultura revolucionaria" había sido forjada por la comunidad latinoamericana en su conjunto. A esos escritores que compartían con Retamar la experiencia de su "conversión" en intelectuales revolucionarios (para Gilman, la nota dominante del período), el autor dirige sus "confesiones autobiográficas": él también cargaba con un pasado humanista burgués (2006: 47) -un pasado similar, como sabemos, al de colegas como Rama-.7

Significativamente, sin embargo, la "Tempestad" elaborada por Retamar termina por perturbar su propia radicali-zación 'revolucionaria', en tanto Ariel adopta la figura de un intelectual en conflicto. Retamar se detiene, en particular, en la "curiosa" observación de Próspero a Ariel en Una tempestad de Aimé Césaire, cuando Ariel, una vez desencadenada la tempestad que da inicio al drama, manifiesta que ha seguido las órdenes del amo "contra su propia consciencia": "'¡Vamos!", le dice Próspero, "¡Tu crisis! ¡Siempre es lo mismo con los intelectuales!'" (Fernández Retamar 2006: 31). La tensión se hará más evidente en la última sección del ensayo: "¿Y Ariel, ahora?", donde la figura pasa a encarnar, "en lenguaje gramsciano", a aquellos "intelectuales 'tradicionales', de los que, incluso en el período de la transición, el proletariado necesita asimilarse el mayor número posible, mientras va generando sus propios intelectuales orgánicos" (Fernández Retamar 2006: 75). Es precisamente aquí donde Retamar vuelve a demandar que los "aciertos y errores" de la Revolución no se extrapolen generalizando "alguna concreta coyuntura histórica" (2006: 80) y donde reclama lacónicamente una revisión de "El socialismo y el hombre en Cuba" de Guevara (1965), pues "previó con pasmosa claridad algunos problemas de nuestra vida artística." (2006: 84). Los "problemas" podían aludir, por cierto, a los peligros derivados de la abolición del individuo en aras del Estado, acusación al socialismo que había dado raíz a la famosa "carta abierta" de Guevara enviada a Carlos Quijano, publicada en Marcha.

Si, leído como otra carta dirigida a quienes -como los intelectuales de Marcha- apoyaban críticamente la Revolución, Calibán insinuaba ya la incomodidad de su autor, ésta se expresaba también entre líneas en su poesía "Explico al lector por qué al cabo no concluí aquel poema sobre la comuna", fechada el 19 de marzo de 1971. Padilla, como sabemos, fue encarcelado al día siguiente y el poema había sido interrumpido por una "reunión" luego de la cual el yo lírico "ya no tenía más versos". Luego arrancaría hasta "el asunto del poema": "las previsibles cartas, los previsibles improperios,/ Torpezas, incomprensiones, cobardías, arrogancias..."; los nuevos versos, fechados el "10 de septiembre de 1971" aludían oblicuamente al caso y así, los "ciertos textos más recientes" que el lector debía relacionar con las "observaciones del querido Adamov" sobre la Comuna se referían a los surgidos luego de la "detención" (de Padilla y del poema): cartas, discursos y aun el mismo Calibán. Aunque pudiera "parecer una burda trampa",

Esos textos no fueron escritos para ejemplificar las líneas de Adamov,
Fueron escritos porque parece que también la historia tiene sus leyes de gravedad,
Sus piedras que caen con la ignorancia de las piedras.
Lo lamento incluso por mi poema trunco. Estas líneas no pueden completarlo.
Me consuelo pensando que también la vida toda es una circunstancia, aunque algo mayor... (Fernández Retamar 1999: 150).

Como quedaba demostrado, la circunstancia afectaba cartas abiertas, cartas privadas, y hasta el reino más "autónomo" de la poesía.

Notas

1 La carta de Arenas, del 2 de julio de 1968, narra las presiones sufridas por el escritor a raíz de su colaboración con Mundo Nuevo, la revista dirigida por Rodríguez Monegal en París cuya conexión con el ILARI, institución financiada por la CIA, generó, como se sabe, una de las polémicas más resonantes del campo intelectual latinoamericano, enfrentando a Ángel Rama y Roberto Fernández Retamar (y la izquierda intelectual aliada a Cuba) con Rodríguez Monegal (Morejón Arnaiz).

2 Con tal subtítulo el ensayo fue publicado en volumen a fines de 1971 en México.

3 Calibán, al igual que tantos escritos clave de la época, fue publicado casi en simultáneo en México -como apuntamos en la nota anterior- por la editorial Diógenes de Emmanuel Carballo, quien dirigía el suplemento "La cultura en México" de la revista Siempre!, uno de los órganos con los cuales Casa de las Américas estableció una sólida integración a través de lo que Claudia Gilman define como un "sistema de préstamos y ecos con otras revistas del continente" (82).

4 Una carta de Rama a Retamar de 1965 deja ver la pasión latinoamericanista de ambos y sus tareas conjuntas, mientras testimonia los posibles posicionamientos críticos del uruguayo: "Por favor, haz una editorial sobre la Dominicana, político y fuerte, para señalar que se cumple el vaticinio, "¿tantos millones de hombres hablaremos inglés?" [...] mis rabiosas críticas internas se han ido al diablo. Viva la revolución. Patria o muerte. Venceremos'" (cit. en Fernández Retamar 1997: 297).

5 Rama mantenía con Rodríguez Monegal una enemistad que provenía de los tiempos de Marcha: Rama suplantó a Rodríguez Monegal como responsable de la sección "Literarias" del semanario en 1959 y, a partir de entonces, sus divergencias se profundizaron, algo que se patentizó en las redes intelectuales que ambos contribuyeron a fortalecer: Rama, alineado con Cuba y la intelectualidad latinoamericana de izquierda, Rodríguez Monegal, de posición liberal y anti-revolucionaria, vinculado con instituciones y figuras europeas y norteamericanas (Rocca: 124).

6 En el prólogo, Marinello destacaba la importancia de que fuera divulgado en Cuba por la Imprenta Nacional, por su crítica de la educación burguesa y su ideal educativo socialista. Narraba luego su amistad con Ponce, iniciada en el seno del Partido Comunista de México, y reseñaba el tránsito del argentino del positivismo ingenierista, pasando por su acción en la Reforma Universitaria, al compromiso con el marxismo. A su vez, señalaba el impacto de su experiencia en México, donde Ponce reconocería su desatención previa a la Revolución mexicana y el problema indígena.

7 Remito a Rafael Rojas respecto de la (primera) "mutación" de Fernández Retamar, "de una concepción letrada de la cultura a otra socialista y realista, propia de un intelectual orgánico del nuevo régimen" (282). Pablo Rocca, a su vez, describe un tránsito semejante en Rama, reflejado en su tarea crítica y en sus acciones en Marcha (119-120).

Bibliografía

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  2. Benedetti, Mario (1966). Genio y figura de José Enrique Rodó. Buenos Aires: Eudeba.         [ Links ]
  3. Castro, Fidel (1971). "Discurso de clausura del Primer Congreso de Educación y Cultura". Casa de las Américas, La Habana, Año XI, N° 65-66, marzo-junio. 21-33.         [ Links ]
  4. Fernández Retamar, Roberto (1993). Fervor de la Argentina. Antología personal. Buenos Aires: Ediciones del Sol.         [ Links ]
  5. Fernández Retamar, Roberto (1997). "Ángel Rama y la Casa de las Américas". En Mabel Moraña (ed.). Ángel Rama y los estudios latinoamericanos. Pittsburgh: Instituto Internacional de Literatura Hispanoamericana. 295-317.
  6. Fernández Retamar, Roberto (1999). Versos. La Habana: Editorial Letras Cubanas. Colección Premio Nacional de Literatura.
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