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CELEHIS (Mar del Plata)

On-line version ISSN 2313-9463

CELEHIS  no.29 Mar del Plata June 2015

 

MESA HOMENAJE A SUSANA ZANETTI

Palabras en memoria de Susana Zanetti

 

Pablo Montoya*

Universidad de Antioquia, Colombia.

*Pablo Montoya nació en Barrancabermeja, Colombia. Actualmente está radicado en Medellin, Es escritor, traductor y profesor universitario. Además, es un músico que ha dejado de interpretar en orquestas sinfónicas desde que empezara a escribir. Su tesis doctoral, presentada en la Sorbonne Nouvelle (París III), versó sobre la música en la obra de Alejo Carpentier. Publica desde mediados de los 90. Entre sus relatos destacamos: Cuentos de Niquía, en edición bilingüe (1996), Habitantes (1999 y 2003), Razia (2001), La sinfónica y otros cuentos musicales (1997), Adiós a los próceres (2010), Réquiem por un fantasma (2006), El beso de la noche (2010), y sus novelas La sed del ojo (2004), Lejos de Roma (2008), Los derrotados (2012) y Tríptico de la infamia (2014). También ha escrito los ensayos Novela histórica en Colombia 1988-2008, entre la pompa y el fracaso (2009) y Música de pájaros (2005), así como prosa poética: Sólo una luz de agua: Francisco de Asís y Giotto (2009); Trazos (2009); Cuaderno de París (2006) y Viajeros (1999 y 2011). Ha realizado traducciones de escritores franceses y africanos, difundidas en revistas y periódicos de América Latina y Europa, y producido artículos sobre literatura y cine en revistas y volúmenes especializados. Escribe en periódicos notas sobre pintura, fotografía y política. Ha recibido premios y reconocimientos en los órdenes nacional e internacional. Su blog: http://www.pablomontoya.net

 

Estas palabras dedicadas a Susana Zanetti están, inevitablemente, impregnadas de un sentimiento luctuoso. Supe de su muerte por Mónica Marinone y supe de su deseo de morir en la mayor intimidad posible. Bella muerte esta en la que los otros, así sean queridos o admirados, no logran entrometerse demasiado. Recuerdo que al leer el mensaje de Mónica, con el debido respeto lo cito en este recinto –"Pablo: Susana murió hace poco mas de una hora. Muy triste por la partida de mi maestra y amiga"–, las montañas de Medellín se me vinieron encima con su matiz gris de ese día de agosto. Y como un gesto de despedida, puse en mi estudio el Misereri de Henryk Gorécki. Durante la media hora que dura esa sucesión de pasajes a capela, en los que un coro canta como si se tratara de un mantra profundo y apacible, las cinco palabras: Domine deus noster, miserere nobis, evoqué la presencia de Susana Zanetti, pronuncié varias veces su nombre y agradecí que en este itinerario de tiempo y espacio que nos ha correspondido nos hayamos encontrado varias veces. Una vez más, el compositor de una Polonia arrasada por la desolación, me ayudaba a despedir mis muertos.

Para mí es muy significativo estar aquí, en esta ciudad del sur de América, para hablar sobre nuestra querida amiga y maestra, y ofrecerle un homenaje, que no es más que un gesto sencillo de gratitud a su vida y a su obra. Una vida y una obra entregadas completa y amorosamente a la lectura y a la enseñanza de esta actividad que es, sin duda, una de las formas supremas de la felicidad y también de la desdicha. Hace tres años estuvimos aquí mismo, con Susana, hablando de mis libros y de las formas en que yo he asumido el pasado y la historia en algunos de ellos. La verdad es que no quisiera perturbar demasiado esta evocación de Susana Zanetti con lo que yo he escrito. Pero me es muy difícil no hacerlo, porque mi encuentro con ella, que solo puedo definir como un encuentro milagroso, se logró a través de una novela mía llamada Lejos de Roma. Cuando coordinaba el Doctorado en Literatura de la Universidad de Antioquia invité a Medellín a Susana Zanetti para que diera un conjunto de conferencias sobre José María Arguedas y Los ríos profundos. Allí la conocí, en 2008, y la presenté ante los estudiantes del doctorado. Dos o tres días después, Susana me buscó para manifestarme la emoción que le habían suscitado las tristezas y las alegrías que Ovidio, el poeta romano, vive en las páginas que escribí. La verdad es que me llenó de honra el que una mujer de las dimensiones intelectuales de Susana, hubiera leído la novela de un escritor colombiano más o menos marginal como lo era yo entonces y como lo sigo siendo ahora. Y una ráfaga de asombro, que me hizo sonrojar, me cubrió de pies a cabeza cuando me dijo, a boca de jarro, como si yo estuviera preparado para recibir tales embates, que Lejos de Roma era la novela más bella que había leído en los últimos años.

Mi sorpresa creció todavía más cuando, un tiempo después, supe que Susana había escrito sobre mí y que en Argentina, en su círculo académico y afectivo de La Plata, Buenos Aires y Mar del Plata, recomendaba mis libros que consiguió en los viajes que hizo a Colombia en los últimos años, o que yo le mandaba por correo. En ese período, Susana siempre me comentó sus lecturas no solamente de Lejos de Roma, sino también de mis otros libros. Había quedado impactada con la brevísima historia del voyerismo que intenté hacer en La sed del ojo, mi novela sobre los inicios de la fotografía erótica en el París del Segundo Imperio. Había hecho la lectura de mi desamparado Cuaderno de París y de los cuentos de Réquiem por un fantasma y El beso de la noche, que son cuentos que abordan, desde una escritura nocturna –estoy hablando por supuesto de la noche de Novalis y de los primeros románticos alemanes–, la violencia obscena que ha sufrido Medellín en su último tiempo. En particular, sé que le atrajo la relación que trabajo entre naturaleza y violencia a partir de la figura del sabio neogranadino Francisco José de Caldas en otra de mis novelas llamada Los derrotados. Habíamos hecho, con una Susana siempre entusiasta, un plan que consistía en que yo fuera a la Universidad de La Plata para que hablara ante sus estudiantes sobre cómo había escrito esta novela que se pregunta, entre otras cosas, sobre los modos de enlazar búsquedas intelectuales y naturalistas, enmarcadas en la lenta, torpe y agresiva construcción de la nación colombiana, y su vínculo con el impacto, tanto individual como colectivamente, que han dejado las luchas revolucionarias, desde la Patria Boba de inicios del siglo XIX hasta las luchas guerrilleras comunistas de la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI, en Colombia. Este proyecto, desafortunadamente, se interrumpió con la enfermedad y muerte de Susana. Señalo estos detalles, con la dosis de pudor que me suscita este homenaje, porque el hecho de que Susana Zanetti leyera mis libros y los estudiara, demuestra el alcance de su curiosidad literaria. Ella no solo se ocupó de los clásicos latinoamericanos, sino que en sus pesquisas desentrañó, con minucia y pasión, autores casi fantasmales del pasado y rastreó, con igual interés, esa suerte de abigarrado mapa de las nuevas letras latinoamericanas.

La mezcla del detalle analítico y la pasión esencial de quien ama los libros, es tal vez la característica que ondea, de principio al fin, en una de las obras que Susana escribió y que yo quisiera evocar brevemente ahora. Se trata de La dorada garra de la lectura, lectoras y lectores de novela en América Latina, publicado inicialmente en 2002 y luego vuelto a editar en 2010 por Beatriz Viterbo. Con un epígrafe de Nicanor Parra extraído de su Poesía Política que dice: "Confío 100% en el lector: Estoy convencido de que hasta los civiles son capaces de leer entre líneas", La dorada garra de la lectura es un tránsito por las formas de leer en América Latina, desde la colonia de El Lazarillo de ciegos caminantes de Alonso Carrió de la Vandera hasta las postrimerías del siglo XX con Solo los elefantes encuentran mandrágora de Armonía Sommers. El recorrido es, en cierta medida, titánico pues la duración de la época comprendida en el estudio realizado por Susana abarca más de tres siglos de historia literaria. Luego de hacer su primera travesía entre Lima y Buenos Aires del siglo XVIII, Susana ingresa en el Romanticismo y el siglo XIX latinoamericano a partir de las cartas de Carmen Arriagada, de María de Jorge Isaacs y de las notas de archivo y epistolario de Juan María Gutiérrez; para seguir con esa elongación libertaria que representan la escritura de Ifigenia de Teresa de la Parra en el campo de la emancipación femenina y El siglo de las luces de Alejo Carpentier en el campo de la circulación de las ideas de la Ilustración francesa en el Caribe. Este itinerario culmina con el estudio de obras en las que el desencanto y la ironía y la presencia del horror dejado por el nazismo, predominan en obras como Morirás Lejos de José Emilio Pacheco y Solo los elefantes encuentran mandrágora de Armonía Sommers.

En La dorada garra de la lectura entramos, más que a la contemplación panorámica que usualmente dejan en el lector las obras críticas que se proponen travesías históricas semejantes, a la observación pormenorizada y compleja de un paisaje. Este es, a mi juicio, uno de los aciertos alcanzados por Susana Zanetti. Otorgarnos, claro está, la vasta dimensión de un horizonte –el de la historia de la lectura en naciones como Perú, Chile, Argentina, Colombia, Venezuela, Brasil, México, Cuba y Uruguay–, pero al mismo tiempo sumergirnos en el estudio de las aristas y los pedazos, casi siempre inasibles e invisibles, del fenómeno literario. En este libro Susana posee la capacidad analítica de la historiadora y la sensibilidad detallista del entomólogo y el botánico. No olvida, por ejemplo, las cifras de la estadística de épocas en donde la represión y el analfabetismo en América Latina han sido los constantes de sus gobiernos, pero tampoco ignora que estamos frente a una interpretación de tipo cultural y por lo tanto sus aproximaciones buscan el sustento de una especie de teoría literaria ecléctica que va del estructuralismo al constructivismo y la historia de las mentalidades y del psicoanálisis a los estudios culturales y de género. Esto, por supuesto, prodiga a sus consideraciones una movilidad particular que permite dialogar incesantemente con aquello que hemos convenido en llamar modernidad de los análisis literarios.

Y aquí hay algo relevante que me parece digno de señalar. Se trata del aspecto creativo que termina moldeando el ejercicio de la crítica literaria. Es decir, el papel ocupado por la imaginación en el terreno de la reflexión. Lo ondeante y fisurado que se desborda de la solidez del pensamiento. La necesidad de entrometer en geografías del orden y la razón la frágil y no obstante perenne sustancia del sueño. En La dorada garra de la escritura hay un capítulo bisagra llamado "Un archivo" que se localiza justamente en la mitad del libro. Es un tramo profundamente sugerente que Susana ha construido a partir de numerosos fragmentos sacados del archivo-epistolario de Juan María Gutiérrez. La lectura de este capítulo es como un monólogo interior fundado en un aparente sentido aleatorio, como de libre asociación, que recuerda algunas composiciones musicales muy propias de la escuela de John Cage. Es como si Susana, siguiendo un azar en cierta medida determinado, el azar de sus ociosas ensoñaciones de lectora, desembocara en la edificación de un perfil personal más humano en tanto que es más letrado. Susana nos recuerda que Juan María Gutiérrez murió mientras le escribía una carta a su amigo Juan Bautista Alberdi y, desde este acto literario y fúnebre, nos propone adentrarnos en una región en la que predomina más que el proteico esfuerzo por construir una literatura nacional, dolencias irresolutas, deseos eróticos que jamás se consuman, nostalgias y añoranzas por los viajes ya efectuados, ansiedades y preocupaciones cotidianas que surgen en medio de la total precariedad que significa el transcurrir de toda vida humana.

Hay otro aspecto que quisiera resaltar en este libro. Su convicción absoluta en el papel activísimo que han ocupado las mujeres en aquello que podríamos llamar una cartografía de la lectura latinoamericana, que no es más que un avance en la tortuosa historia de la liberación sensual e intelectual de nuestras sociedades. Capítulos como el dedicado a Carmen Arriegada y su correspondencia llena de notas acertadísimas sobre los libros que lee una mujer en una provincia periférica de Chile; o el que se elabora a partir de las obras leídas, entre la agonía de la muerte cercana y el ansia erótica de sus cuerpos, por María y Efraín en la novela de Jorge Isaacs; o el consagrado a la novela feminista avant la lettre Ifigenia de Teresa de la Parra; o el tan brillante capítulo que Susana dedica a rastrear las lecturas de Sofía, el personaje emblemático de El siglo de la luces de Alejo Carpentier, permiten entender uno de los propósitos loables de este libro: elevar al rango que merece, es decir, como instancia libertaria, a las mujeres lectoras en un continente cuya historia cultural, desde la conquista y la colonia españolas hasta bien entrado el siglo XX, ha sido fraguada por todo tipo prohibiciones y leyes retardatarias fundadas en la Contrareforma que, como bien sabemos, enarbolaronCarlos Quinto y Felipe Segundo en los territorios del Nuevo Mundo. De tal modo que al final de este camino interpretativo y valorativo Susana, apoyada en Nora Catelli, se pregunta si al apropiarse de la lectura como actividad esencial en sus existencias, la mujer latinoamericana no atrajo con ello una especie de satanización de la lectura que ha caído no solo sobre sus espaldas sino sobre las de toda una sociedad a lo largo de tantos años de dominación feudal, eclesiástica y militar. Esta pregunta y sus posibles respuestas quedan flotando inquietantemente cuando se ha finalizado la lectura del libro. Quisiera, por último, ponderar ante ustedes La dorada garra de la lectura. Hacer algo así como una vindicación de Susana Zanetti, en tanto que crítica y sobre todo en tanto que lectora. Pues ella fue primordialmente eso: una lectora. Una lectora que supo transmutar sus emociones en las dispendiosas faenas de la investigación literaria. Una lectora que trabajó durante años en la Editorial Universitaria de Buenos Aires y en el Centro Editor de América Latina tratando de conformar un público lector en las últimas décadas del siglo XX. De hecho, esta parte de la vida de Susana no solo propicia la escritura de un libro como La dorada garra de la lectura, sino que también podría marcar el momento culminante de esa evolución intelectual y activa de la cultura humana que ella logró plasmar en este libro. Esa lectora sensible, serena y caudalosamente contenida que fue Susana Zanetti, me recuerda aquel óleo célebre de Jean-Honoré Fragonard, en donde el libro que se sostiene en las manos es sinónimo de tantas cosas: de concentración y de belleza, de sosiego burgués y ansia tumultuosa de conocimiento, de elegancia, tacto y sabiduría femeninas. Por la ambición de su recorrido histórico, por sus múltiples facetas interpretativas, por alcanzar la difícil amplitud sin alejarse del detalle y del fragmento necesarios, por desentrañar tan vivamente el papel que han jugado las mujeres lectoras en nuestras sociedades opresivas y malsanas, y por su generosidad y sinceridad intelectual, pruebas contundentes de su magisterio,este libro de Susana es indispensable. Celebrémoslo, entonces, y celebremos a su autora que nos acompaña desde la soledad y el silencio de la lectura.

Mar del Plata, 10 de noviembre de 2014

 

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