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CELEHIS (Mar del Plata)

versión On-line ISSN 2313-9463

CELEHIS  no.32 Mar del Plata dic. 2016

 

ARTICULOS

Los dueños de la tierra: contorno, frontera y posmemoria

The Owners of the Land: contour, border and postmemory

 

Betina Ferrante*

Universidad de la Patagonia Austral

Fecha de recepción: 09-07-2016 / Fecha de aceptación: 23-09-2016


Resumen

Este trabajo propone un abordaje de la novela de David Viñas Los dueños de la tierra, publicada en 1958, a partir de categorías provenientes de campos teóricos amplios vinculados entre sí, que se focalizan, por un lado; en las relaciones entre literatura, archivo y memoria y; por otro, en la vinculación entre política y literatura. David Viñas representa una figura señera, principalmente como crítico, pero también en su rol de novelista en torno a esta tensión entre cultura y "realidad política".

Palabras clave Literatura - Memoria - Los dueños de la tierra - David Viñas - Contorno                 

Abstract

This paper proposes an approach to the David Viñas novel The owners of the land, published in 1958, as from broad categories arising from theoretical fields linked. This fields are focused on the one hand; in relations between literature, archive and memory; on the other, the link between politics and literature. David Viñas represents a very important figure, mainly as a critic, but also in his role as novelist around this tension between culture and "political reality".

Keywords Literature - Memory - The Owners of the Land - David Viñas - Contour


 

Los dueños de la tierra [1958] tematiza las huelgas santacruceñas de 1920 conocidas por el monumental trabajo de Osvaldo Bayer como La Patagonia rebelde. El protagonista, Vicente Vera, personaje inspirado en el padre del escritor, el juez Ismael Viñas, es un abogado radical enviado por Hipólito Yrigoyen para resolver el conflicto que acontece en Santa Cruz. [1] En un principio parece dar solución a la huelga con la firma de un pliego solicitado por los obreros. Esta situación se presenta análoga a los hechos de la primera parte de la huelga, momento en el cual el Coronel Varela logra que los estancieros firmen el petitorio de los trabajadores, consiguiendo así una resolución que es aparente y que verá su fin en el momento en que las cláusulas del mismo no sean cumplidas. La posición ecuánime del protagonista derivará en inacción, se mantendrá al margen de los acontecimientos hasta que su pareja, Yuda, anarquista rusa y posible alter ego del autor, le demuestre que se están llevando a cabo fusilamientos de obreros, situación ante la cual decide tomar una posición a favor de las víctimas. Puede en este sentido hablarse de novela realista, señalando, como plantea Kohan, que la literatura se acerca al discurso histórico para acentuar las mediaciones (245) y no en procesos de objetivación de los hechos. [2]

 El carácter relevante de la obra se encuentra en el hecho mismo de su emergencia: precedente a la investigación de Osvaldo Bayer ( La Patagonia Rebelde se publica por primera vez en 1972) constituye una de las primeras lecturas del conflicto en términos de explotación y opresión por parte del latifundio al sector con mayor grado de vulnerabilidad social, constituido por los peones del territorio patagónico. Estas figuraciones habían abundado además en la prensa pro obrera y los debates en el Congreso de la Nación protagonizados por el diputado socialista Antonio de Tomaso pero no lograron ser hegemónicas. [3] A partir de su intervención, el diputado intenta revertir la imagen del conflicto en términos de bandolerismo para darle carácter gremial pero no logra que se profundice la polémica (Lafuente: 303-304). [4] En el plano simbólico se produce así cierta clausura de los hechos. Esta falta de elaboración causará retornos que irrumpirán a lo largo de los siglos XX y XXI, por ejemplo, en la novela de Viñas.

Este carácter casi fundacional sitúa a la novela como un hecho de relevancia cultural en el entramado de la memoria colectiva, adhiriendo a los rasgos de mediación y fragmentariedad con que autores como Didi-Huberman (2006) o Sarlo (2005) la caracterizan. [5] Su inscripción en el contexto sociopolítico y cultural interroga al presente desde el acontecimiento que se referencia. En este sentido, la fecha de su publicación resulta relevante para pensar la novela en clave de experimentación de algunos de los postulados programáticos sostenidos por los integrantes de la revista Contorno, grupo del que participó David Viñas y que dio lugar a la revista homónima.

Siguiendo los planteos de LaCapra (2005), quien en sus reflexiones sobre trauma y escritura literaria e historiográfica postula que los efectos de un trauma pueden ser la elaboración o la repetición, pero que existe una manifestación del mismo y que puede indagarse a nivel no solo individual sino social, se considera en este análisis que la constante aparición del referente de las huelgas, en este caso en la novela, irrumpe para legitimar representaciones en la memoria colectiva, en convergencia o disrupción de las existentes particularmente cuando el conflicto ha sido invisibilizado o cuando se han clausurado debates en torno a algunas de sus partes. La imagen síntoma irrumpe en el imaginario y -como plantea Didi-Huberman- se entrelaza anacrónicamente con textualidades que se vinculan a partir del referente o con elementos del presente en el que penetra. [6]

La novela interviene, así, en un imaginario conformado casi en su totalidad por las representaciones difundidas en la prensa. De manera coetánea a las huelgas, los periódicos locales operarán discursivamente en la conformación de dos campos semánticos antagónicos. Las publicaciones que responden a los intereses de los estancieros configurarán imágenes del huelguista como bandolero, anarquista disruptor del orden y, en conjunción, extranjero opositor a la nación. Al otro lado del binomio, los periódicos y manifiestos de los obreros construirán los sucesos en términos de conflicto laboral. [7] Las primeras representaciones son las que cobran mayor nivel de consolidación y serán resignificadas en muchas ocasiones a lo largo de las décadas posteriores.

La hipótesis de lectura que guía este trabajo es que existe en la novela un entramado de gran densidad, producto de que se interconectan en relaciones de convergencia o tensión diversas capas atravesadas por elementos que se unen en constelaciones semánticas que trazan genealogías y "manchas temáticas" (concepto del propio Viñas que permite establecer una matriz de significado a partir de las recurrencias en  las obras) en la historia de la cultura nacional. Por un lado, aquellos que se relacionan con la biografía de David Viñas (ya que su padre, como se planteó, participó de las huelgas e inspira al personaje principal). Por otro, aquellos provenientes del contexto cultural de enunciación de la novela, y así se propone aquí que la misma se enmarca en los postulados que comienzan a esbozarse en la revista Contorno desde 1953 e indagan particularmente las relaciones entre la literatura y el marco. En tercer lugar, aparecen en la novela figuras y manchas temáticas que son emblemáticas en la obra del Viñas crítico: la frontera en sus dimensiones geopolítica y simbólica, el viaje y la figura del gaucho, la violencia como matriz de funcionamiento en la división de clases, "manchas" que operarán en la trama de la obra literaria de Viñas y también en sus ensayos críticos.

 En Los dueños de la tierra se amalgaman formando una unidad, elementos provenientes de la historia, de la crítica, de la literatura; tramas que si bien no pueden considerarse categóricamente disímiles, sí presentan diferencias y operan en la densidad de la novela a lo largo de toda la obra.

 

Contorno

La revista, de la que se publican diez números entre 1953 y 1959, con dos ediciones de los Cuadernos de Contorno en 1957 y 1959 respectivamente, permite analizar la novela a la luz de algunas de las premisas a partir de las cuales se traza allí la imagen de un territorio encriptado en la violencia que se vislumbra principalmente en la relación entre el capital y los obreros. [8]

Seguidora de Les temps modernes, la revista dirigida por Jean- Paul Sartre (fundada por el filósofo en 1945), Contorno postula -y Viñas inscribe en su programa literario- una función social para la literatura, deudora de aquella formulación que explícitamente se despliega en el ensayo canónico del escritor francés, Qué es la literatura. Allí Sartre manifiesta:

No queremos avergonzarnos de escribir y no tenemos ganas de hablar para no decir nada. Aunque quisiéramos, no podríamos hacerlo; nadie puede hacerlo. Todo escrito posee un sentido, aunque este sentido diste mucho del que el autor soñó dar a su trabajo. Para nosotros, en efecto, el escritor no es ni una Vestal ni un Ariel; haga lo que haga [.]. Ya que el escritor no tiene modo alguno de evadirse, queremos que se abrace estrechamente con su época; es única su oportunidad, su época está hecha para él y él está hecho para ella (9-10).

 

En este marco la idea de contorno, que sustituye con algunos desplazamientos semánticos a la del marco sartreano, sitúa a la historia como forma de inscripción de la voz de los que no la poseen. Se adhiere a una izquierda que denuncia los totalitarismos y parte del marxismo apelando a críticas y reformulaciones. [9] Marcela Croce plantea que en la publicación se realiza en un inicio un abordaje de los hechos culturales que reactualiza las corrientes de la cultura francesa que desde mediados de la década del 40 tratan de conjugar política y humanidades en el ámbito de lo que se llamó la "resistencia" parisina (1996: 7). Agrega asimismo, y siempre en función de la obra crítica de David Viñas, que la historización que realiza se corresponde con el rol del intelectual en tanto portavoz de los oprimidos.

Los obreros se presentan en este marco como víctimas de la lucha de clases en los confines nacionales, una lucha desigual en la que el estado no consigue mediar. Desplazándolos de las constelaciones de sentido que gravitaron en la prensa hegemónica, (Bohoslavsky 2009; Romano 1991; Ferrante 2013) en la novela se configura su carácter de consternación, la huelga tiene como único fin el cambio de una situación agobiante y deshumanizada. Su lucha se circunscribe al reclamo por condiciones mínimas de trabajo y al cumplimiento del convenio que debiera regularlas. Distante de idealizaciones románticas, la representación de los de abajo no los enaltece sino que se configura en torno a su indefensión ante el sistema opresor encarnado en la figura de los estancieros. La rendición por parte de Stocker (líder de uno de los grupos de peones) se relata exhibiendo la credulidad del personaje, ingenuidad que es causa de su propia muerte:

Los militares eran idiotas -en Bahía Blanca lo decía todo el mundo- y los militares cumplían su palabra. Eran brutos y cuando se ponían en algo no se movían para nada. Pero él era el jefe, el único responsable. Entonces le comunicó al sargento Gordon:

-Entregamos las armas (Viñas 1997: 239).

Así, la premisa contorniana de representar a los oprimidos, especialmente sostenida por Viñas en sus prácticas literarias y en la historización de la literatura, se constituye como motor de la trama de la novela para resemantizar, en el marco de la memoria colectiva, un conflicto que había sido leído en las esferas vinculadas con los sectores hegemónicos; en términos de complot y bandolerismo.

 

Figuraciones recurrentes: el desierto, el gaucho y la frontera

En Indios, ejército y frontera (2003) [1982] David Viñas analiza la imagen de la frontera a partir de la construcción de una alteridad que permite a su vez definir un "nosotros".

Plantea que el discurso del roquismo (2003: 54) en los alrededores de 1879 no sólo aparece como un epílogo correlativo al Facundo de 1845, sino que ambos textos pueden ser leídos como capítulos de ese gigantesco corpus que se abre con el diario de Colón a fines del siglo XV, y recorre trágica y contradictoriamente los siglos hasta la primera mitad del XIX. La "literatura de frontera" se organiza a partir de una constante que se encabalga en la dialéctica de lo similar y lo diferente, se va delimitando lo que queda "de este lado" y lo que amenaza "desde el otro", se sitúa entre "lo que peligra aquí" y "lo que debe ser castigado allá". Sin demasiados matices, se plantea como una contraposición categórica.

La Patagonia austral en el momento en que se desarrolla el conflicto es uno de los territorios nacionales y se constituye como parte de las fronteras internas de la nación concebidas como espacios vacíos disponibles para su colonización, ya sea por parte de otros países o como plan de instauración y homogeneización del estado central. La crítica literaria ha señalado que la calidad de frontera en el sentido de espacio vacío, es lo que propicia el interés de las potencias imperialistas por la Patagonia (Livon Grosman: 9-16; Casini: 13-16), y ha estudiado en este marco cómo la colonización simbólica (escrituraria) precede o justifica otra, real, efectiva. En el caso del poder político argentino, Álvaro Fernández Bravo plantea:

 

El poder político pretendió insertar a estos relatos que llamaremos literatura de frontera en un plan de apropiación y homogeneización cultural nacionalista. La historia literaria también contribuyó en esta maniobra de territorialización, a través de su búsqueda por construir una doble genealogía que asocia territorio con literatura por un lado y literatura con nacionalidad por el otro. Según el discurso de la historia literaria nacionalista aquellos que narran episodios o describen regiones del pasado de una cultura pertenecen naturalmente a esa cultura (13).

 

La novela de David Viñas presenta los hechos situándolos en un espacio que responde a las concepciones de frontera interna, en primer lugar porque aparecen las figuras que en la historia y también en la literatura decimonónica le dieron vida: el gaucho (que se analizará más adelante en la figura del obrero) y el indio. Desde el punto de vista de los estancieros, encarnados en el personaje de Brun (inspirado en Mauricio Braun), estos personajes se representan en su carácter de alteridad, y el espacio se configura a partir de imágenes vinculadas con el desierto, la exoticidad y el vacío, concebidas aquí en sus acepciones geográficas pero también como configuraciones discursivas que operan sobre la construcción cultural de los paisajes. [10] [11] Particularmente se exhibe en la trama la falta de consolidación estatal de las fronteras representada no solamente en el poderío del sector latifundista sino también en la negligencia del gobierno radical que permanece distante geográfica y simbólicamente.

La representación del conflicto se construye sobre la base de fuertes índices referenciales, dejando ver en el centro de las problemáticas del territorio la violencia y el poder ilimitado de los estancieros. Más allá de las cuestiones geográficas, geopolíticamente eso se enraíza en la matriz de un territorio distante espacial y culturalmente del orden de la nación. Así, aparece un desierto disponible para su colonización y que todavía no ha sido incorporado completamente, ya que se encuentra desanexado del poder central y controlado en cambio por otros sectores:

 

Todo el desierto era inamovible. A lo sumo llovería, se mojaría un poco y se volvería a secar. O se tornaría un poco blanco en invierno, pero la nieve era superficial, una cremosa capa crujiente y nada más. Debajo estaba la tierra, el desierto, y siempre igual (178).

 

Este espacio fronterizo se inviste del carácter de alteridad con que había aparecido en la literatura y también en los ensayos de autores como Ezequiel Martínez Estrada escritor homenajeado en el cuarto número de Contorno y destacado por David Viñas quien produce dos de los artículos de ese ejemplar. [12] En términos de espacio vacío, apartado en términos espaciales y también culturales, se concibe, tanto en Radiografía de la pampa como en Los dueños de la tierra un territorio en que los ecos que caracterizan al centro se van desvaneciendo.

En el ensayo de Martínez Estrada se describen los espacios vacíos de los confines de la nación:

 

Requiérese en cambio que desde dentro del territorio fluya hacia las fronteras la conciencia de la integridad nacional, como la vida toda del organismo se apresta en la vigilia a contestar al mundo.

El estado necesita fronteras vivas, no de piedra ni de agua ni de selva, así como el cuerpo necesita su frontera de piel para mantenerse con el mundo en un grado de relaciones benéficas. Esas fronteras, en pueblos nuevos e inhabitados son siempre distintas de las que señala el mapa [.] lo demás es el umbral de la frontera desde donde repecha el mundo antiguo. (79-80).

El indio aparece en la frontera sur y llama la atención de los protagonistas, Vicente y Yuda, que se fotografían con ellos mientras recorren la Patagonia Austral : "Bajaron hasta los lagos y en la cabecera del Fagnano se sacaron unas fotografías en compañía de los onas del cacique Policarpo" (180).

Sin embargo, cobran mayor dimensión en el fragmento inicial de la novela titulado " 1892" , que presenta como intertexto probable al libro de José María Borrero La Patagonia trágica, obra publicada en 1928 en la que se denuncia la matanza de indígenas a manos de los estancieros. Este apartado, escrito con una tipografía distinta a la del resto de la novela, se intercala para narrar la cacería de indígenas protagonizada por Brun antes de la década de 1920. Así, la historia argentina se muestra cíclica, en un constante devenir entre las relaciones entre explotadores y oprimidos. Viñas se distancia entonces de una visión teleológica para adherir, siguiendo a Américo Cristófalo, a un concepto sin sentido de progreso, de armonía o de movilidad (94). Indígenas y obreros participan de la misma situación de opresión a lo largo del tiempo, en manos del sector social cifrado en el personaje de Brun, es a través de quien se expone el retorno de la subordinación y del  exterminio.

Otra de las figuras asociadas a la frontera es la del gaucho, quien será objeto de estudio de Viñas en varias zonas de su obra. Se considera aquí que los personajes de la novela que encarnan a los obreros se configuran como tales desde una óptica que los homologa y ubica en el linaje del gaucho nacional, como tipo social pero principalmente como construcción literaria.

En Indios, ejército y frontera [1982] dedica un capítulo al Martín Fierro de Hernández, obra que lee en clave de los desplazamientos que sufre la figura del trabajo. Analiza en el marco de una frontera infernal una imagen que cobra cinco representaciones: la imagen idílica de una presunta edad de oro en la estancia en la época rosista, las faenas serviles a las que el comandante obliga a los gauchos en la frontera, la idealización de las tolderías como lugar del no trabajo. En la segunda parte de la obra, se formulan la cuarta y quinta representación; que desde la óptica del escritor exhiben un viraje ideológico en Hernández, y son la crítica al indio porque es la mujer quien realiza todas la tareas y una última etapa en la que se concibe que el gaucho debe integrarse a través del trabajo honrado. El trabajo de los obreros, que implica una situación de explotación, puede situarse como consecuencia del anterior. El huelguista es el gaucho cuya figura ha sido modificada a la luz de la modernización incipiente. La crítica analiza el final de la obra de Hernández como la dispersión de un tipo social que se está extinguiendo para dar lugar al peón asalariado. En la novela, los obreros continúan el linaje del gaucho que en la década del veinte en los territorios nacionales reviven el infierno que este espacio había representado en el siglo XIX. Así lo expone Viñas en el apartado sobre Ghiraldo publicado en Literatura argentina y política cuando plantea que el gaucho anarquista (que es aquel que ya no moraliza con su experiencia y consejos sino que es alguien a quien el poder considera un incorregible, un subversivo) es "el hombre de campo desamparado que, emblemáticamente, va a ser puesto delante del pelotón de fusilamiento" (2005: 264), destino que tendrán los huelguistas en Santa Cruz. Los reclamos que en la trama de la novela se describen minuciosamente muestran que la relación obrero-patrón es de dominio y explotación y que el trabajo honrado al que discursivamente se quiso integrar al hombre de campo ha derivado en la situación de extrema pobreza y violencia en que viven los obreros santacruceños.

Posmemoria y viaje

Beatriz Sarlo (2005) retoma el concepto de posmemoria (memoria de la generación siguiente a quienes han vivido hechos traumáticos) de Hirsch y Young y si bien señala la sobredimensión teórica que ha cobrado el concepto recalca la productividad analítica dada la intensidad subjetiva que posee. [13]

Este concepto, que ha dado lugar en el último tiempo a un gran número de producciones críticas, resulta beneficioso para el análisis de la novela ya que, puede considerarse, se sitúa en la generación misma de la obra. [14] En diversas entrevistas Viñas plantea que a través de libro quiere exponer que no se quiere parecer a su padre a pesar de que se parece mucho. Además, si bien es muy crítico del accionar del gobierno radical (al que pertenece y representa Ismael Viñas) éste queda en un plano muy distante respecto de la responsabilidad que atribuye al grupo de estancieros.

La ecuanimidad derivada en neutralidad y, por tanto, en indolencia por parte del gobierno radical, se deja ver en la actuación del representante del partido y protagonista de la novela, cuyo rasgo principal es la inquietud de cómo preservar su imagen y rol en el conflicto. Modificará su actitud al final de la narración con la toma de posición por la causa obrera, decisión tardía porque ya se han suscitado los fusilamientos. De todos modos, en la voz de Carrero (personaje creado a partir de la figura del periodista José María Borrero) se templa la acción del gobierno para hacer hincapié, y esta es la perspectiva hegemónica en la novela, en la responsabilidad de los sectores de poder asociados con la oligarquía rural:

Yo creo que todo esto tiene como finalidad desprestigiar a un gobierno poniéndolo en una alternativa: si no manda al ejército, lo acusan de maximalista o de cualquier cosa por el estilo, y si el ejército mete bala, pierde los votos de los obreros y su apoyo. Una cosa o la otra. Y las dos nefastas (Viñas 1997: 266).

En la conformación del personaje principal interviene también una figura que es recurrente en la obra crítica de David Viñas: el viaje. En Literatura argentina y política indaga a partir de esta imagen la literatura, cultura y contexto decimonónicos. En los primeros viajes del romanticismo formas residuales de elementos neoclásicos pervivientes en el romanticismo poético se religan con pautas racionalistas para dar lugar a la búsqueda del espacio investido como fuente de luz y verdad: Europa. El viaje incorporará más adelante un cariz utilitario, se aprenden cosas útiles pasibles de ser instrumentadas en la nación. A partir de 1880, planteará David Viñas, el viaje europeo es ceremonial, se institucionaliza, la travesía se convierte en ritual y quien viaja a Europa regresa consagrado.

En cruces entre la memoria sobre el padre y esta figura se entreteje el personaje principal de la novela. La travesía de Vicente Vera se inicia con la expectativa del viaje a Europa, a París, ciudad cultural, ciudad de hermosas mujeres con quienes quiere encontrarse Vicente:

 

Vicente se quedó cruzado de brazos frente a uno de los ventanales, la nerviosidad de esperar le había despejado el sopor de la comida: él sabía que no tenía derecho a nada. Derecho, por supuesto, a pedir precisamente lo que él quería. "Me calienta París", se repetía. Buenos Aires era como una mujer, también París. Todas las ciudades eran mujeres y uno se calentaba un poco y las quería ver (43).

 

La ilusión perdura mientras espera al presidente de la nación, Hipólito Yrigoyen, que lo ha citado en su despacho. Finaliza cuando le expone los motivos de la cita: debe intervenir en los hechos que acontecen en Santa Cruz. De la ensoñación parisina al desenlace de su periplo en la Patagonia el personaje se irá internando en un paisaje que se describirá desértico, inhóspito, cruento. Adquirirá los rasgos negativos de las fronteras literarias decimonónicas, como es el caso de Martín Fierro o la interacción entre espacio, naturaleza y la atrocidad de las condiciones de vida que cobra otra frontera interna en de los cuentos de Horacio Quiroga. Tal es así que con la experiencia en la Patagonia austral París se va desdibujando, es casi mítica, imposible de considerar auténtica e incluso verosímil desde el contexto que vislumbra Vicente Vera. El contrapunto entre el paisaje en el que se encuentra es Buenos Aires, que ahora le parece tan distante, tan otro:

En ese momento, delante de esa vidriera empañada por dentro y debajo de ese cielo aterciopelado, Buenos Aires se le agrandó. París, ni existía, solamente valía Buenos Aires: allí las mujeres tenían de todo, las calles tenían lo que uno pidiera. Buenos Aires, el mundo (Viñas 1997: 90).

 

Se despliega ante la mirada del protagonista un desierto infinito en que los trabajadores exigen condiciones mínimas laborales y vitales con las que no cuentan:

 

La luz será por cuenta del patrón. En cada pieza de cuatro metros cuadrados no dormirán más de tres hombres y con camas o catres, la cama por cuenta del patrón la ropa por parte del obrero [.] la comida se compondrá de tres platos cada una (135-136).

 

Si para este intelectual del gobierno radical París representa, en homologación a la visión con que los letrados del siglo XIX viajaban a Europa en busca de un modelo, el centro que se mira desde su posición en Buenos Aires; la Patagonia austral es doblemente periférica con respecto a estas dos ciudades y se inviste de rasgos de barbarie debido a las condiciones de vida en que viven los habitantes, responsabilidad principal, desde la óptica de la novela; del sector latifundista. La desanexión y la otredad se construyen en imágenes-símiles: "El mundo era una bola. Y la Patagonia era un lagarto retorcido que se aferraba a una de las puntas de esa bola que giraba" (104).

Así, la novela puede leerse como un capítulo crítico de la historia y la literatura nacional, en que se evalúan las fronteras en su dimensión geopolítica, pero también en su versión literaria. Se discute a la luz del conflicto obrero patagónico los derroteros de un espacio y un personaje histórico y literario: la frontera y el gaucho decimonónico.

Por otra parte el contexto de enunciación de la novela la convierte en una obra de experimentación de los postulados estéticos y políticos de la revista Contorno, de la que el autor forma parte, siendo uno de sus más conspicuos representantes.

 Como intervención en la memoria colectiva, gesto casi fundacional, Los dueños de la tierra discute con un imaginario en el que predominaron imágenes de bandolerismo, complot extranjero, extranjería y traición. Fragmentada y con las mediaciones características de toda construcción simbólica, la trama se densifica además con la biografía del autor que configura los hechos a partir de las vivencias del padre en el marco del conflicto.

 

*Betina Ferrante es Becaria Postdoctoral del CONICET y Asistente de Literatura Argentina en la UNPA.

[1] Ismael Viñas fue juez letrado de Santa Cruz. En 1918, denunció a sectores vinculados con el latifundio local por la evasión impositiva de derechos aduaneros en exportaciones a Chile e Inglaterra. Miembro de la Unión Cívica Radical, al igual que José María Borrero, apoyó a
los obreros durante la primera parte del conflicto. En mayo de 1921 se instaló por un tiempo en Buenos Aires para contactarse con el gobierno radical, ya que corría riesgos de un juicio político. Por este motivo estuvo ausente durante la represión de Varela en la segunda huelga. A su regreso sobreseyó a la casi totalidad de huelguistas que se encontraban detenidos.

[2] Kohan (2004) plantea que el acercamiento de la literatura con el discurso histórico no significa una profundización de una representación más inmediata de lo real, sino lo contrario: una intensificación de las mediaciones. El discurso de la historia que en principio podría concebirse como un acercamiento de la literatura a los hechos reales establece entre ambas formas discursivas variantes distanciadas y complejas.

[3] Las representaciones sobre los huelguistas en la prensa y la literatura santacruceña fueron estudiadas en mi tesis doctoral: Ferrante, Betina (2013). En torno a estas figuraciones en la prensa metropolitana véase Bohoslavsky (2009), Saítta (1998), Romano (1991).

[4] Hubo denuncias en la Cámara de Diputados de la Nación desde el 1 de febrero de 1922, enunciadas por el diputado socialista Antonio De Tomaso quien abordó el tema en una sesión. Las imputaciones de los diputados socialistas fueron sistemáticamente omitidas. Véase Bayer (1986), Lafuente (2002) y Fiorito (1985).

[5] Beatriz Sarlo (2005) enfatiza el riesgo de otorgar un absoluto estatuto de verdad a los discursos vinculados con la configuración de las memorias, particularmente, los testimonios. Retoma los planteos de James Young y Marianne Hirsch acerca de las mediaciones de la memoria y su fragmentariedad. Sarlo acuerda con estos rasgos señalando, no obstante, que no justifican un carácter distintivo que permita definirla y propone hablar de formas de la memoria. También Didi-Huberman (2006, 2007) pone en diálogo las categorías de archivo y memoria en correlación con las de síntoma y anacronismo, sosteniendo que el tiempo de la memoria es el de la heterogeneidad.

[6] Didi-Huberman (2006, 2007) señala que la imagen que retorna es un síntoma: irrumpe en el curso normal de las cosas y de la representación. Así, esta imagen-se constituye como un elemento que permite desmontar para remontar la representación, puesto que su emergencia implica una disrupción en las significaciones consolidadas. A su vez, Benjamin (1940) sostiene la necesidad de anacronismo en la historia y el montaje de temporalidades, ya que no se parte de los hechos en sí sino del movimiento que los recuerda y los construye.

7 Existe una construcción de alteridad puesto que se presenta al otro (al huelguista) como bandolero, extranjero enemigo de la patria, y en este marco como anarquista complotador opositor a la nación. Esa patria constituye un sano cuerpo social que el atacante quiere infectar. Por lo cual, los intereses del grupo latifundista se configuran en la prensa como los intereses de la población en su conjunto. Esta construcción en el imaginario social les permite, además del sostenimiento del orden anterior a las huelgas presentado como el más conveniente, la justificación de las detenciones y fusilamientos de obreros cometidos durante el conflicto.

[8] La revista significó la consolidación de un grupo de intelectuales que produjo sus trabajos más destacados en la década de 1960: David Viñas y su hermano Ismael, Ramón Alcalde, León Rozitchner, Adolfo Prieto, Juan José Sebreli, Adelaida Gigli, Noé Jitrik, Regina Gibaja y Oscar Masotta. Participaron además Rodolfo Kusch y Francisco J. Solero. Véase Cernadas (2006), Croce (1996), Sarlo (1981) y Viñas (1981).

[9] Existe por ejemplo un pasaje del marxismo al existencialismo con conceptos como el de “comunicación” destacado en la época anterior a la etapa de mayor politización (que comienza con el número 7) (Croce 1996: 13).

[10] Mauricio Braun fue uno de los socios fundadores de “ La Sociedad Anónima ” y uno de los latifundistas más influyentes durante el período en el que ocurrió el conflicto. Los inicios de sus empresas y de su actividad como comerciante y estanciero tienen origen en Punta Arenas. En sus inicios en las actividades empresariales se vinculó con José Nogueira, comerciante y navegante de origen portugués y cuñado de Braun, que en sociedad con Gastón Blanchard había adquirido en 1880 la nave “Rippling Wave” en las Islas Malvinas. Esta embarcación construida en 1869 en los astilleros de Nueva York, poseía un registro de 128 toneladas. Asimismo poseía entre sus propiedades  una barca comprada en 1889 al armador noruego Ole Antón Olsen, para utilizarla como depósito flotante. Permanecía anclada y totalmente cargada de lana en el puerto de Punta Arenas. El 22 de abril de 1889 se produce una nueva concesión en la que José Nogueira recibe unas 180 000 hectáreas en un área comprendida entre el litoral del Estrecho y hasta el 52° de Latitud Sud. Un tiempo después, también en 1889, mediante otro decreto se le otorgan 170 000 hectáreas y luego, en 1890, se realiza una nueva concesión de tierras, mucho más cuantiosa que las anteriores, a través de un decreto firmado el 9 de julio. La superficie concedida contiene 1 009 000 hectáreas . En todo este proceso Mauricio Braun será su testaferro, y con su primera concesión fundará la Compañía de Hacienda de Ovejas de Tierra del Fuego. En 1893 Nogueira instalará su primera casa de comercio.

[11] Sobre las vinculaciones entre la anexión de espacios fronterizos, las operaciones escriturarias y los espacios vacíos; véase Fernández Bravo (1999), Andermann (2000) y Rodríguez (2010).

[12] Viñas dedica a Ezequiel Martínez Estrada dos artículos en el número n° 4 de Contorno (publicado en 1954) que resulta un homenaje al escritor. Se señalan, por un lado, sus juicios sobre la política nacional y por otra parte, la relación con las masas. Se destaca su figura a partir de adjudicarle el carácter denuncialista de sus escritos, coincidente con el espíritu de la revista (Croce 1996: 67-69).

[13] Se basa en que el concepto se define a partir de las mediaciones y la fragmentariedad que para Beatriz Sarlo no son exclusivas ni alcanzan para definir al término. Citando a Sontag, propone que lo más relevante de la memoria es el entendimiento y no el recuerdo. Centra el análisis en la discusión del estatuto de verdad que se otorga a escrituras vinculadas con la memoria como es el caso del testimonio. En cuanto al concepto de posmemoria parte de la doble acepción que James Young otorga al concepto de recordar: lo vivido o lo que otros vivieron y narraron. Retoma asimismo de Marianne Hirsch la definición de posmemoria como la memoria de la generación siguiente a la que padeció o protagonizó los acontecimientos.

[14] Véase sobre posmemoria y literatura latinoamericana y argentina reciente, y posmemoria y narrativa española contemporánea; los trabajos de Teresa Basile (1999) y Juan Antonio Ennis (2011) respectivamente.

 

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