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CELEHIS (Mar del Plata)

On-line version ISSN 2313-9463

CELEHIS  no.33 Mar del Plata June 2017

 

MISCELÁNEA

El intelectual en el kiosco de revistas: Ciudad (1955-56)

 

Guido Herzovich *
CONICET 
Instituto de Literatura Hispanoamericana - Universidad de Buenos Aires

Fecha de recepción: 27-04-2016 / Fecha de aceptación: 24-09-2016


Resumen

Redactada por un conjunto ecléctico de jóvenes intelectuales unidos en su deseo de actuar, de Adolfo Prieto a José Alfredo Martínez de Hoz, Ciudad intentó ser a la vez una plataforma y una "tentativa de diagnóstico" para la acción. Ese pragmatismo le brinda inesperadas posibilidades epistemológicas, acaso vedadas a la superioridad moral de Sur o al voluntarismo de Contorno, las publicaciones que ha preferido la crítica para describir la imaginación crítica de la década. El intelectual que imagina Ciudad ya no actúa desde el Estado ni espera la panacea de la institución escolar; está obligado entonces a preguntarse por la situación de la lectura en el contexto de la cultura de masas, y a considerar la expansión y la heterogeneidad del kiosco de revistas a la vez como objeto de estudio y como el espacio de intervención más público al que tendrá acceso, al menos mientras el peronismo continúe en el poder.

Palabras clave

Revista Ciudad (1955-56) - Intelectuales - Prácticas de lectura - Peronismo - Cultura de masas

Intellectuals in the Newsstand: Ciudad (1955-56)

Abstract

The magazine Ciudad (1955-56), published by an eclectic group of young intellectuals with a shared desire to make a difference in Argentine society, aimed to be both a platform and a space to "diagnose" areas of potential intervention. This group's pragmatic approach allowed for epistemological possibilities which Sur's moral superiority and Contorno's voluntarism in some ways precluded. As such, Ciudad offers new insights into the critical imagination of a decade which is traditionally described by reference to these latter two publications. The intellectual envisaged in Ciudad's pages does not expect the State to be a space which gives voice to her interests, nor the educational system to be a panacea for cultural woes; she is therefore compelled to look to popular reading practices in the context of mass culture, and at the expansion and increasing heterogeneity of newsstands. These sites of inquiry, ethnographic in nature, also represent the most "public" spaces in which Ciudad's imagined intellectual could intervene in the context of Juan Perón's populist presidency.

Keywords

Ciudad magazine (1955-56) - Intellectuals - Reading practices - Peronism - Mass culture


 

 

1. Antiperonismo y transversalidad

 

     Ciudad se presenta como una revista de jóvenes que aspiran a intervenir en la vida pública argentina. Sus tres gruesos números salen entre los últimos meses del gobierno peronista y los primeros de la dictadura militar de Lonardi y Aramburu, saludada por buena parte del espectro intelectual como el retorno de la libertad. En sus páginas, un ecléctico conjunto de colaboradores ensaya las coordenadas filosóficas y las alianzas simbólicas que deberá tomar esa acción. Por obra de su propia circulación, podemos presumir también, la revista deberá ayudarles a tender las redes concretas que podrán allanarles el camino de la "acción" cuando haya camino que andar; que para eso le sirve tener una revista al que puede costeársela, según observó agudamente André Breton (7).

     Los tres números, dos de ellos "dobles", se publicaron con fecha del "Primer trimestre 1955" (impreso a fines del '54), "Segundo y tercer trimestre 1955" (impreso en julio) y uno postergado para el "Segundo y tercer trimestre 1956" (impreso en mayo). El diseño era muy tradicional, a una columna, como el de un libro, o como el de la revista Sur; los artículos progresaban hasta concluir y el siguiente hacía por lo general un prolijo salto de página. Las tres tapas llevan una misma ilustración original de Rafael Squirru impresa en distinto color, sin titulares; con trazo muy sencillo, figuran el Obelisco de Buenos Aires, un rascacielos escalonado (acaso inspirado en el Edificio Kavanagh), una iglesia pequeña como de pueblo, un auto y dos siluetas presumiblemente humanas: modernidad y tradición. El número inicial tiene 96 páginas y los "dobles" 130 y 160 respectivamente. El papel era de calidad y la impresión estaba al cuidado de Francisco A. Colombo, el establecimiento más prestigioso del país.[1] A diferencia de la mayoría de las revistas "jóvenes" de esos años -Contorno (1953-9), Centro (1951-9), Letra y Línea (1953-4), entre otras-, y en contradicción con sus propios reclamos (como veremos), Ciudad aspira desde su factura a una circulación cuidada; se quiere sin duda un objeto de colección.

     Con Contorno y con Centro, sin embargo, fue reconocida inmediatamente entre las revistas jóvenes de renovación del campo literario argentino.[2] A partir de entonces recibió una atención crítica mucho más modesta y genérica que las otras dos. Su leit motiv -la literalidad es eficaz- seguramente colaboró con lo primero: "Ciudad, el punto de mira de una nueva generación". Con lo segundo, el hecho de que pocos de sus colaboradores dejaron marca en la literatura o la crítica literaria: apenas Adolfo Prieto, Héctor Bianciotti -luego de la Académie Française-, Alicia Jurado. Otros se destacaron, sin embargo, en disciplinas variadas: la sociología (Norberto Rodríguez Bustamente), el periodismo (Ernesto Schoo, Hugo Ezequiel Lezama), la crítica de cine (Héctor Grossi), la crítica de arte y la gestión cultural (Rafael Squirru), la diplomacia (Carlos Manuel Muñiz), la política de hambre y la desaparición forzada (José Alfredo Martínez de Hoz). Todos ellos tenían entre 25 y 34 años.

     La heterogeneidad del conjunto, flagrante a la mirada retrospectiva, tampoco colaboró a darle entidad propia. Exiliados y exiliadores de los años '70 (Prieto y Martínez de Hoz) conviven en Ciudad con obscena cortesía. La militancia católica de algunos colaboradores, a juzgar por la mirada contemporánea de David Viñas o Emir Rodríguez Monegal, resultaba entonces una marca menos definitoria de lo que nos podría parecer hoy.[3]

     Rodríguez Monegal apuntó con razón que la cercanía entonces indiscutida con Centro o Contorno dependía de la polarización que había generado el peronismo, ya desde la elección presidencial de 1946. Sugirió también, sin embargo -esta vez con error-, que la repetición de colaboradores tenía que deberse apenas a la coincidencia temática. Esta última, por otro lado, es tan ostensible que no parece casual: en el mismo mes de diciembre de 1954, Ciudad y Contorno publican sendos dossiers dedicados a Ezequiel Martínez Estrada; en el número 2-3 (impreso en julio del '55) Ciudad anuncia para el año siguiente uno especial (que hubiera sido el cuarto) sobre la novela argentina, pero Contorno se le adelanta en septiembre con uno sobre el mismo tema. La repetición de nombres, sin embargo, excede esa coincidencia. Adolfo Prieto, que es considerado siempre un nombre de Contorno, fue Secretario de Redacción en los primeros dos números de Ciudad, en los que su participación parece de hecho más orgánica que en aquella.[4] Su artículo "Sobre la indiferencia argentina", que incluirá luego en el libro Sociología del público argentino (1956), es el primero del número inicial de la revista, con lo que constituye indudablemente (si no un manifiesto, al menos) una declaración.

     Ocurre que lo que aúna ese grupo heterogéneo -pronto irreconciliable-, según se lee en las prioridades de los artículos de sus tres números, no es ajeno a la preocupaciones que desarrollará dos años después el libro de Prieto. A saber, sobre todo, tanto las nuevas condiciones de participación de los intelectuales en el espacio público como el estatuto y el prestigio de la cultura literaria en los "suburbios" (según dice Prieto) de la "ciudad letrada" (1956: 103). Las inquietudes compartidas hablan del peso persistente de la imaginación liberal, aún en los más conspicuos renovadores,[5] no menos que de la conciencia a menudo imprecisa de las transformaciones en curso; ésta última los empuja hacia terrenos que comenzaban a ser reformulados entonces por distintas líneas de investigación en Europa: los estudios culturales, la teoría del espectáculo, la sociología de la cultura.

     Por eso la revista prestó una atención particular y relevó con ánimo etnográfico (aunque sin el método correspondiente) la realidad contemporánea de los lectores y las prácticas de lectura fuera de los límites del espacio intelectual: la "literatura de kioscos", las lectoras de revistas femeninas, la función formativa de los suplementos especializados. Mucho más que los de Contorno, los colaboradores de Ciudad tenían orígenes y formaciones diversos -y en potencia aún más ecléctico destino-; leídos como modulación de esas inquietudes generales, sin embargo, muchos de los artículos más declarativos de la revista se revelan en clara sintonía.

 

2. Parricidas en pose de diálogo

 

     Emir Rodríguez Monegal llamó famosamente "parricidas" a los jóvenes escritores y críticos que promovían, en las revistas de jóvenes que mencionamos y en otras que convendría agregar -como Letra y Línea (1953-4)-, adelantarles el día del juicio a los principales nombres de la literatura argentina. Ciudad colabora a reconstruir el suelo común que desmiente las formulaciones más extremas del enfrentamiento que reunió a la "nueva generación" con aquellos que Monegal consideró de todos modos "sus maestros".

     A tres páginas del final del primer número, una notita breve intervenía insidiosamente en el consenso respecto de ese ánimo "parricida" que aparecía de pronto como un requisito de juventud. Acababa de publicarse Borges y la nueva generación, el libro de Adolfo Prieto que quería demostrar, no menos que los ensayos de Héctor A. Murena[6] aunque por otros medios, que la nueva generación argentina (a veces "americana") comenzaba la vida literaria sin herencia que reclamar. En la línea de Murena, Ismael Viñas y Adelaida Gigli habían impugnado en septiembre de 1953 (todavía respetuosamente) la obra de Eduardo Mallea (Centro 6), modelo entonces de novelista nacional. En junio de ese año el propio Murena, después de un lustro de publicar su trabajo con bastante repercusión principalmente en Sur, se había asociado a David Viñas y otros jóvenes universitarios que venían repartiendo sus reseñas y colaboraciones en pequeñas revistas -Gigli, Juan José Sebreli, Carlos Correas, F.J. Solero, Rodolfo Kusch, de entre 23 y 31 años- para fundar por fin una revista propia. Las ciento y una tuvo un número único. A comienzos del '55, cuando se distribuyó este primer número de Ciudad, Contorno -con esta faja: "revista denuncialista"- ya había puesto en la calle cuatro ediciones.

     Ciudad traía esta breve notita:

 

¿QUIEN LE PONE EL CASCABEL AL GATO?

¿Quién será el escritor joven que se anime a destacar los valores de algunos de los que lo precedieron sin temor a ser objeto de las pullas y el menosprecio de los 'nuevos literatos'? Por supuesto que excluimos a la consabida prole de "olfaturientos", tan detestable como la de los "puros" (casi siempre al servicio de causas o de hombres no muy puros). (89).

 

     Sólo los cobardes matan al padre. La capacidad de diálogo y de reconocimiento, de acuerdo a esta inversión notable, son en cambio las disposiciones que dan prueba de valentía.[7] Este espíritu de la revista -obligado naturalmente, como se ve en la cita, a diferenciarse del más pedestre arribismo- no hará más que potenciarse; cuando se publica el tercer y último número, el gobierno de Aramburu, surgido del golpe de Estado de septiembre de 1955, ya está incorporando a muchos de estos jóvenes a la administración pública y el servicio diplomático, además por supuesto de la universidad. (Exagerando bastante, dirá David Viñas en 1959: "en cada embajada, por lo menos, hay un 'rebelde' de mi generación" [285]).

     Así, por ejemplo, la sección "Los escritores argentinos", que en el primer número parecía la plataforma del revisionismo generacional, sufre una deriva acorde en los números que siguen. El primer dossier está dedicado a Ezequiel Martínez Estrada y sale al unísono con el número entero que le dedicó Contorno. Esta circunstancia tenía sin duda presente Ramón Alcalde -colaborador de Centro y Contorno, secretario de Imago Mundi-[8] cuando decía a mitad de 1955 que el conflicto generacional se polarizaba "en el plano de las ideas en torno a don Ezequiel Martínez Estrada, sobre el que aparece un artículo por mes en las revistas de la Capital y el Interior" (16). Es en parte por ese dossier que resulta tan fácil considerar a Ciudad en sintonía con otras revistas jóvenes. Así, sin dudar por supuesto de que también a ellos el pensamiento de Martínez Estrada los interpelara hondamente, podemos leerlo como escena de una alianza con esos otros jóvenes, que se materializa en la colaboración de Ismael Viñas, co-director de Contorno.

     El lugar de Martínez Estrada, aunque conocido, merece una breve contextualización. Los artículos del dossier comparten en términos generales el juicio de Contorno y algunos del anterior de Murena-de 1951-,[9] que según la versión consagrada los inspiró a todos. Autodidacta de origen humilde, empleado público casi toda su vida, Martínez Estrada había sido reconocido primero como poeta y después como ensayista desde Radiografía de la pampa, de 1933.[10] Según Martín S. Stabb, sin embargo, no despertó interés crítico hasta poco antes del instante que nos ocupa. El "impacto poderoso" de Muerte y transfiguración de Martín Fierro, de 1948, cambió el panorama -especula-, a la vez que la difusión del existencialismo sartreano, que permitió que "muchos, particularmente los jóvenes universitarios de la vanguardia" se encontraran "estética y filosóficamente afinados para oír [su] mensaje" (78).

     Pero tiene que haber influido, además, la emergencia de las masas peronistas. La intelectualidad liberal (y no sólo ella) la leyó como un retorno de la barbarie caudillista, que habían querido extinguida con la fundación del Estado moderno. El espíritu de la "campaña", temporariamente reprimido, volvía a entrar a la ciudad; acicateados por la épica ambiente, los historiadores nacionalistas reescribían cien años de historia liberal bajo una mirada revisionista.[11] Regresaba así a primer plano el magma conceptual del siglo XIX, que Martínez Estrada había vuelto a "soñar" (como dijo Borges) a través de "la experiencia de Melville, de Kafka y de los rusos" (72). La tonalidad, en efecto, les resultaba épica, profética, perentoria; el mensaje mismo, a veces confuso o incluso irracional, pero también sutil y minucioso; erudito y a la vez (según el término de época) sociológico.[12]

     Su centralidad tampoco es comprensible sin tener en cuenta la ubicación única que había construido en la tradición intelectual argentina. Ajeno a la élite cultural por origen y habitus, reconocido sin embargo por ella -a diferencia de Roberto Arlt, que fue otro faro generacional-, Martínez Estrada había conseguido hacer de la denuncia radical de la tradición liberal su manera de encolumnarse en ella. Los había sin duda más críticos que él, pero habían abandonado esos valores que la "nueva generación" -la de Ciudad no menos que la de Contorno- todavía no cuestionaba.[13] Decía Ismael Viñas (co-director de Contorno) en el dossier de Ciudad:

 

Parece también claro -aún cuando la fraseología sea oscura y a veces contradictoria- que considera el progreso, la cultura de fuste europeo y la libertad democrática, como reales valores, siempre y cuando sirvan a un plan social de justicia. Pero, en cambio, abundan las opiniones oscuras, y las alusiones o declaraciones ininteligibles, o increíbles. Así: ¿Qué opina sobre la real posibilidad del progreso, sobre la función de la cultura o su esencia, sobre el papel de Inglaterra y de Estados Unidos, sobre el arte? ¿Qué, sobre la salida positiva a nuestra realidad caótica? (1955: 33).

 

     Muy poco de este espíritu vitalista y polémico trasuntan los otros dossiers, uno dedicado a Jorge Luis Borges y el otro a Francisco Romero. Ambos son homenajes sobrios y solemnes. Si de Martínez Estrada se esperaba todo y más, la actitud con ellos es estrictamente opuesta: a los fines de declararlos indiscutibles, se les reconoce por adelantado cierta autonomía discursiva; es decir: el derecho a no saber aquello a lo que no dan respuesta.

     Esto es más sorprendente en el caso de Borges. Su obra no sólo llevaba más de dos décadas en debate,[14] sino que el latigazo polémico más reciente lo había descargado el propio Secretario de Redacción de la revista el año anterior. Con un análisis minucioso y argumentos de inspiración sartreana, Adolfo Prieto le había negado a Borges todo mérito aunque más no fuera parcial. En tres de los cinco artículos, su Borges y la nueva generación (que Ciudad 1 publicitaba) es respetuosamente desmentido.[15] Con todo, ciertos argumentos que utiliza la defensa testimonian de la pregnancia de la actitud "parricida". "No le exijamos que sea un genio, admitamos que Borges no lo es", pedía apenas César Fernández Moreno. Pero a pesar de su "falta de contenido", y por su notable talento formal, proponía reconocerlo "como un gran escritor, linaje no común en las riberas del Plata, maestro en su posición históricamente vacua" (31).

     El tercer número -en el que Prieto ya no figura- le dedica el dossier a Romero, una figura muy respetada y poco polémica del establishment liberal. A la salida de este dossier en mayo del '56, volvía a la UBA durante la intervención de su hermano José Luis; iba a dirigir el Instituto de Filosofía (Dussel 83). A su obra era suficiente reconocerle el derecho a la autonomía de manera implícita: los artículos de su dossier son inconfundible y estrictamente académicos. No se lo ausculta como al oráculo; no se le exige que resuelva las grandes contradicciones de la cultura argentina o la nueva generación. En sintonía con el tono de profesionalidad y rigor que la nueva administración, surgida del golpe de Estado que derrocó a Perón, quería imprimirle a las universidades, los colaboradores de Ciudad escrutan el aporte de su labor específica. "La concepción antropológica de Francisco Romero", "La dualidad del hombre en Francisco Romero", "Persona y libertad en la filosofía de Francisco Romero", "La idea de cultura en la filosofía de Francisco Romero", estos son algunos de los títulos: ampulosamente respetuosos, ha de admirarse la valentía con que sus autores desafiaron "las pullas y el menosprecio de los 'nuevos literatos'".

     En las reseñas que la revista le dedicó a otros de sus mayores triunfó igualmente, por lo general, el coraje de reconocer. Es el caso de otro libro de Francisco Romero, de uno del filósofo Vicente Fatone -que traducía por entonces el voluminoso e influyente Estudio de la historia de Arnold Toynbee-, del "infatigable" novelista Eduardo Mallea, entonces director del suplemento cultural del diario La Nación. Meritoria excepción es una de las dos colaboraciones de José Alfredo Martínez de Hoz (h), futuro ministro de Economía de la dictadura de 1976. Ofuscado, Martínez de Hoz protesta que José Luis Romero, en La cultura occidental, "no ha destacado suficientemente la importancia fundamental del cristianismo" durante la Edad Media (1955: 68).

 

3. La hora de las revistas

 

     Al distribuir su "tentativa de diagnóstico" (como la llama Norberto Rodríguez Bustamante) de la tarea intelectual en sendas secciones fijas, Ciudad propone una subdivisión práctica de la realidad a observar. Por un lado, tomarle el pulso a la "cultura argentina" definida en su sentido tradicional, como el conjunto de monumentos estéticos de calidad que necesita un país para ser reconocible internacionalmente. Por otro, auscultar el espacio cultural más amplio dentro del cual -según advierten- la literatura y los intelectuales deben encontrar su lugar. Más dinámico por definición, cada vez más esquivo a los tropos habituales del discurso ilustrado,[16] ese espacio aparecía transformado, determinante y visible como nunca antes por el efecto combinado de dos populismos, el del peronismo y el de la industria cultural. Frente esa evidencia, para muchos de los observadores "ya no basta[ba] con repetir" (Acha 153).

     Es notable que privilegien por igual una mirada exterior para pensar ambos espacios. Para calmar una persistente ansiedad identitaria, que en sí misma los distingue más bien poco, la revista pide por correo cuatro "Opiniones de escritores extranjeros sobre la Argentina". Las preguntas reclaman lugares comunes y Miguel Delibes, Alonso Zamora Vicente, Guillermo de Torre y Antonio de Undurraga -tres de España, el último de Chile- los prodigan con generosidad. Los jóvenes se siguen preguntando si la literatura "americana" es distinta de la europea; si la hay argentina diversa de las otras de América; si tenemos un idioma propio; pero se preguntan también cuál es el estatuto de la literatura en la sociedad: "¿Cuál es la acogida que el público español dispensa a sus escritores? [.] ¿Los premios literarios han tenido influencia en el auge actual de la novela española?" ("De Miguel Delibes" 96-97). Más interesante es la sección "Testimonios contemporáneos", que investiga con indudable vocación etnográfica, igual que algunos otros artículos fuera de dossier, diversos aspectos de lo popular. La separación de espacios rige por lo tanto sobre los géneros: encuesta para los que pueden dar cuenta de nosotros; crónica para los que no pueden dar cuenta de sí mismos.[17]

     Con una mezcla de cordialidad epistolar y paternalismo, los escritores extranjeros se apuraban a confirmar la existencia y la diferencia de lo argentino, que ninguno acertaba a definir. Las crónicas, escritas por colaboradores jóvenes de la revista, no son tan optimistas; sin embargo, aunque en ellas lo popular resulta ciertamente exterior -y en general grasa, gris, alienado-, el tono no es de amenaza sino más bien de desafío, en algunos casos incluso de oportunidad.

     En una primera crónica de título escuetamente demográfico -"Los inmigrantes"-, Carlos Alberto Gómez cuenta un viaje en barco de Génova a Buenos Aires con italianos pobres que inmigran al país. La escena es estadísticamente anacrónica; el diagnóstico no: así como Héctor Murena (1954) le adjudicaba a la condición americana una melancolía consustancial, Gómez se las pronostica ya a los migrantes a poco de zarpar. Por efecto de esa melancolía, Gómez prevé que a la mayoría de ellos se les atrofien "las facultades cuyo ejercicio hace la vida plena" (56), yendo a engrosar las filas de indiferentes que describía Prieto en el mismo número.

     El testimonio de Ludovico Ivanissevich Machado viene insuflado de un aliento lírico similar, aunque acaso más existencialista (el de Gómez reenvía a Martínez Estrada). Un ingeniero hidráulico y devoto católico -como el propio autor-[18] va por trabajo a la "patagonia del petróleo y la industria, densa y agitada, volcada hacia el progreso" (Ivanissevich Machado 77). Pero al entrar en contacto con la población local tiene una crisis: "El ingeniero cree en la educación y piensa que los indígenas de esa fracción argentina pueden, con el agua viva de la cultura, florecer en plenitud humana. Pero pronto descubre su engaño. Dios hace a los hombres de la arcilla que habitan" (79). Y estas gentes habitan en la miseria, según nos revela una serie de escenas expresionistas que atestigua el ingeniero. "Nunca en sus aprendidas fórmulas sus ojos candorosos palparon un coeficiente tan gigantesco de abandono, vicio, malicia, falsedad, descaro, crueldad, indecencia, decepción, tedio" (80). El ingeniero no aguanta más, "quiere ponerse de rodillas y encuentra un cura en absoluta soledad disuelto en una parroquia indefinida. Señor, líbranos de tu olivar!" (81). El artículo se titula "Variaciones confidenciales en torno a una Patagonia": junto con el humanismo católico en que militaba su autor, la idea de la "confidencia" sugiere que la blasfemia tal vez da cuenta de un instante de debilidad. Si no el veredicto, en cualquier caso, al menos quedan claros los términos del problema.

     Los inmigrantes pobres y las poblaciones indígenas habían constituido en efecto, junto con el gaucho, los destinatarios privilegiados de los proyectos pedagógicos civilizatorios e inclusivos tanto liberales como nacionalistas -vertientes que durante muchas décadas (grosso modo 1870-1945) sólo se excluían en sus formulaciones más extremas. En cuanto preocupación letrada, a mitad del siglo XX se trataba más bien de un tropo que de una realidad acuciante; es otra la forma más clara en que el "bárbaro" interior[19] se le presenta a esta generación de hacedores de revistas. En parte a consecuencias de esos proyectos -y en parte por la urbanización, las necesidades del mercado laboral, las organizaciones militantes y barriales y la prensa popular, entre otros factores- ya había entonces una enorme "población" que hacía sus consumos culturales utilizando la misma infraestructura por donde circulaba la cultura literaria.

     El tercer testimonio y el editorial del número 2-3 se ocupan directamente de esta población: el pueblo en tanto lector popular. ¿Dónde encontrarlo? Acaso la primera perplejidad sea justamente la cercanía de esos sujetos que se pretenden tan ajenos. Para dar "testimonio", Alicia Jurado no ha tenido que viajar (como los anteriores cronistas) ni proveerse mediante comerciantes especializados (como tuvo que hacer Ernesto Quesada en 1903).[20] A Jurado le alcanza con caminar hasta el primer kiosco de diarios; allí obtiene lo que hasta ahora se ha ocupado de evitar: "Ya que una oscura premonición me ha mantenido siempre alejada de ésta ["la literatura" para "la mujer"], el único medio de remediar mi ignorancia es comprar una docena de revistas femeninas en el puesto más próximo" (Jurado 105). ¿Pero qué comprar? Antes de entrar a la jungla, la exploradora toma un baquiano: "Pido al vendedor, en primer término, aquéllas que más se le solicitan" (105).

     El editorial de Eduardo Dessein invita antes que nada a reconocer la presencia y la significación del kiosco de diarios en el espacio urbano. La primera línea es inconfundiblemente girondiana:

 

Frente al buzón y no lejos del agente crucificándose, las revistas alinean sus tapas: lectura para el tranvía o los minutos que hay que esperar la comida familiar. (.) Quien recuerde el número de revistas que se podía comprar en una esquina de Buenos Aires hace veinte años, admitirá que el crecimiento cuantitativo -número de revistas y tirajes-ha sido enorme. Descontando el crecimiento vegetativo -a mayor número de habitantes, mayor número de revistas- el coeficiente a considerar, es decir, el número de publicaciones y su regularidad de adquisición en razón de la población, alcanza un altísimo nivel; cada vez se publican y adquieren mayor número de revistas, fenómeno universal, con posibles causas del mismo carácter. (5)

 

     El kiosco de diarios aparece como un espacio de visibilidad creciente y recíproca, testimonio de la heterogeneidad cultural que convive en la ciudad: un terreno clave tanto para el relajamiento como para la intervención. Junto con el propio devenir-kiosco de ciertas librerías céntricas, que precisamente en estos años se abren hacia la calle con enormes puertas y mesas de ofertas, el kiosco sufre un proceso idéntico e inverso, incorporando publicaciones "de librería".[21] El kiosco tendrá de hecho, pocos años después, un lugar importante en la ampliación el público literario y en el éxito de ventas de autores nacionales, a los que abrirán "otra línea de lectores" (Rivera 141).

     Notable es también el estatuto que le dan al objeto de investigación, más allá del rechazo previsible que les produce. "Ya que, según es sabido, la curiosidad científica es superior a la náusea -explica Jurado-, he leído concienzudamente la totalidad de las narraciones de que disponía" (106). Propone así un esfuerzo de relevo sistemático de las revistas para la mujer, a la vez que un análisis literario de sus ficciones; en esos mismos años, Raymond Williams y Richard Hoggart fundaban en Inglaterra los cultural studies. También Dessein utiliza el término "literatura" para referirse a los materiales populares que releva. Y aunque ya desde el título su ensayo refrita hipótesis de Ortega y Gasset ("La literatura de quioscos contra el individualismo"), no las utiliza para clausurar el sentido de lo que observa. ¿Qué leen, qué les interesa, qué provecho sacan de la lectura -se preguntan- el lector "proletario" y "la muchacha empleada u obrera" (Jurado 107)? ¿Y qué lecciones se desprenden para los intelectuales y los escritores? Eso se preguntan ambos artículos. En esta misma línea se podría agregar el de Adolfo Prieto, "Sobre la indiferencia argentina", que abre el número 1 -en razón de que incubaba una Sociología del público argentino- y el de Ernesto Schoo (que firmaba "Schóó"), "Teatro y pueblo", donde se pregunta tanto por las fuentes populares del teatro nacional como por su relación con el "pueblo" en tanto público.

     Jurado intenta darle a las narraciones de estas revistas de masas una genealogía auténticamente "popular", si bien degradada. En algunas de ellas encuentra "esquemas que deben vincularse con símbolos profundamente humanos, porque figuran en los cuentos de hadas más famosos": así los de Cenicienta (en la historia de la empleada que se casa con el patrón), La bella durmiente (largas esperas del príncipe azul "bajo la apariencia de viajante de comercio o campeón de tennis") o Caperucita Roja (cuando se previene sobre los "lobos" que parecen amables); las que no dejan ver una trama "popular", las considera "realistas". Fuera de estos esfuerzos, nada había de lo "popular" como se lo había entendido tradicionalmente; la lengua de estas revistas "populares" podía resultar gris para los criterios de los literatos, pero no era incorrecta: denunciaba, en todo caso, los efectos de la escolarización masiva y no su carencia. Y en última instancia la urgencia era otra:

 

Lo que más me repugna en ellos no son sus deficiencias de estilo, de argumento, de psicología, de lenguaje, de buen gusto, sino quizá la actitud social que reflejan, contribuyendo a afianzar los prejuicios y esquemas mentales que forman parte de la circunstancia vivida por la muchacha empleada u obrera. En lugar de abrirle horizontes, parecen empeñarse en cerrarle caminos. (107)

 

     En sintonía con las prioridades de los grupos intelectuales alrededor del golpe de Estado de 1955, el juicio definitivo no era estético sino pedagógico. Esas publicaciones no eran apenas testimonio de la situación de la educación pública, sino en sí mismas un dispositivo de difusión y enseñanza. De manera explícita, lo que quiere saber Jurado es qué "mensaje cultural" recibe (y lleva a las urnas) "la mujer", que "en el siglo veinte" -y en Argentina apenas desde la reforma constitucional de 1949- "además de pelar las papas, [.] las compra con su salario y elige los gobiernos que fijan sus precios máximos" (109).

     También a Dessein le preocupa demostrar que la responsable de la expansión de las revistas es "la clase proletaria", que en los últimos años tiene más tiempo y más poder adquisitivo. Intenta incluso describir algunas de las transformaciones que está produciendo este nuevo público; la más importante es que ha cambiado su función principal: ahora constituyen "medios de diversión,[22] sus funciones informativas y culturales son secundarias" (5). En ese espacio se están reorganizando las formas de mimesis social. "[E]l interés de las clases modestas por las elites sociales -apellidos y riqueza-" tiende a desaparecer en Argentina, opina Dessein; "ese interés jamás lo han despertado las elites intelectuales" (6), que sin embargo están obligadas, según se deduce, a competir por ese interés. ¿Qué hacer entonces? Revistas culturales:

 

Y ahora, el autopalo. ¿Qué papel desempeñan las revistas culturales? ¿qué hacen para contrarrestar la situación descripta? ¿Qué hacen?: pues se equivocan. Si se examinan las revistas que lee el hombre culto, es decir, aquel que lee más libros que revistas (y que oye más discos que programas de radio) veremos que de la cultura de masas pasamos bruscamente a la cultura de especializados o a las culturitas de círculo. De Ahora a Imago Mundi, que es decir del hombre de Neanderthal a Mister Toynbee. No está mal que haya revistas dedicadas a la filosofía de la historia, pero ¿dónde están las revistas literarias sin pretensiones de vanguardia o de crítica interna, de tal grupo contra tal otro? Faltan las voces que no sean premonitorias, que acerquen la llaneza y la espontaneidad, con ideales de mejoramiento social auténtico, para cada individuo, para cada ser humano y perfectible. Que divulguen la literatura y no la protejan del aire de la plaza detrás de una tipografía sin mayúsculas. Que hagan de la cultura algo adquirible a través de los estímulos de un interés superior. Que sean otra cosa que la triste cultura de masas. (10)

 

     Ciudad fue concebida con anterioridad al derrocamiento del peronismo. La mayoría de sus colaboradores menos de veinte años antes del golpe de Estado nacionalista de 1943, al que siguió el triunfo electoral de Juan Perón en el '46; sin duda esa circunstancia colaboró en que su "tentativa de diagnóstico" descentre el lugar del Estado.[23] En parte por eso mismo -y en parte por las interpretaciones que explicaban la "cultura de masas" como un fracaso de la alfabetización universal-, nadie invoca tampoco la escuela como plataforma de acción pedagógica, como sí ocurre en el célebre número 237 de Sur, publicado poco después del golpe.[24] En esta serie de artículos sobre la lectura y los lectores, en efecto, no aparece otro horizonte de acción que las propias revistas, en todo caso los diarios: emprendimientos privados que salen a competir en un espacio mercantil, simbolizado por el kiosco de diarios saturado de publicaciones heterogéneas; allí la literatura, aunque imbuida en la más clásica tradición liberal de "ideales de mejoramiento social auténtico", debía volverse un bien "adquirible", es decir una mercancía. La ambición pedagógica, que Jorge Panesi leyó como nota común de Sur y Contorno, tenía que adaptarse igualmente a las nuevas condiciones. Ernesto Schoo, con agitación particular, le reclama a los grandes diarios que se plieguen a su "plan de 'penetración'": que aprovechen al lector cautivo -"el mismo lector de las historietas y la página deportiva"- para insuflarle la pasión y la cultura teatral a través de "anécdotas y recuerdos, reportajes y reflexiones" (144).

     Ya en el primer número de Ciudad, Carlos Manuel Muñiz, el director de la revista, la había encolumnado en una suerte de genealogía liberal de actos fundadores de la Nación. "En Argentina, país nuevo, inmenso arenal inconquistado, se han precisado hombres con garras de 'pioneers' para fundar en el terreno de la cultura" (5). Primero habían sido los escritores-políticos de la organización nacional ("Echeverría, Sarmiento, Paz, Mitre"); después aquellos que fundaron "Colegios y Academias" y "las primeras instituciones culturales" a fines del XIX; por fin era la hora de los fundadores de revistas: Nosotros ("el milagro [.] que duró casi treinta años"), Martín Fierro ("con veinte mil ejemplares en un solo número") y Sur ("con más de veinte años de vida") (6).

Organizar el Estado, crear instituciones, publicar revistas. Esa línea evolutiva parecía señalar a la vez la transformación del espacio de actuación para "el intelectual de nuestro tiempo" (Grossi 15). Si por un lado el horizonte parecía restringirse, por otro el "arenal" -que reenviaba al tropo tradicional del desierto- se había convertido en jungla.

 

* Guido Herzovich es Profesor Adjunto de Teoría y análisis literario en la carrera de Artes de la Escritura (Universidad Nacional de las Artes). Actualmente se desempeña en el Instituto de Literatura Hispanoamericana (UBA) - CONICET. Es PhD en literatura latinoamericana por la Universidad de Columbia (Nueva York). Co-edita la revista literaria El Ansia

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[1] Francisco A. Colombo, impresor de San Antonio de Areco al que Ricardo Güiraldes famosamente llevó a la capital, prestigiaba a sus clientes. Imprimió, entre tantas otras cosas, los comienzos de la cuidada revista Sur (desde 1931) y los exigentes encargos de la Sociedad de Bibliófilos Argentinos (fundada en 1928).

[2] Sobre la renovación de la crítica en los años '50, véase Avaro y Capdevila.

[3] Véase Zanca.

[4] Gramuglio observa que "siempre se ha asociado a Adolfo Prieto con [Contorno], a la cual lo ligó, indiscutiblemente, junto con ciertas afinidades ideológicas, una clara marca generacional. [.] Un somero repaso de lo que publicó en esos años muestra que lo hizo más en otras revistas, como Centro y Ciudad" (2013: 12).

[5] Sobre las coincidencias entre Contorno y Sur, véase Podlubne 2015. Sobre la relación conflictiva de David Viñas con la tradición liberal, véase Aguilar. Sobre el peso del liberalismo en la Sociología del público argentino de Adolfo Prieto, y en general en la reflexión de los años '50 sobre el lector y la lectura, véase Herzovich.

[6] Publicados originalmente en Sur desde 1949, la editorial de la revista los compiló en 1954 bajo el título El pecado original de América.

[7] Apenas dos páginas después, sin embargo, la misma sección de misceláneas trae una cita de otra revista nueva, Reseña, donde se recupera la imagen ya hegemónica de una juventud combativa y beligerante: "UNA REVISTA DE JOVENES. 'Una revista de jóvenes debe ser -precisamente- una revista como de jóvenes y no un libelo como de viejos resentidos. Se entiende que los jóvenes, por tener aún todos sus dientes, han de morder, dentellar, etc., y no balbucir, babosear, bisbisar... ¡Qué cosa triste es siempre un joven tironeado por alguna raíz carcomida, es decir, mal nutrido por zumos débiles inferiores!'" (91).

[8] La revista Imago Mundi reunió un número de importantes intelectuales alejados de la universidad durante el peronismo. El historiador José Luis Romero, que la dirigía, se refirió a ella como una "shadow university". Puede verse, entre otros, el artículo clásico de Terán o el más reciente y muy agudo de Acha, que compara y vincula Imago Mundi y Contorno.

[9] "La lección de los desposeídos" aparece en Sur en octubre de 1951; reproducido, en El pecado original de América (1954).

[10] "Martínez Estrada ganó el tercer Premio Nacional de Letras por su libro de poemas Nefelibal (1922), el primer Premio Municipal correspondiente al año 1927 por su colección de poemas Argentina; el primer Premio Nacional de Letras correspondiente al año 1929 por la colección poética Humoresca y Títeres de pies ligeros; el segundo Premio Nacional de Ensayo por Radiografía de la Pampa (1933)" (Stabb 77).

[11] La primera edición de la "Historia de la Argentina" de Ernesto Palacio, un texto clásico del revisionismo, es precisamente de 1954.

[12] Sobre Martínez Estrada y la sociología, véase el apartado "Martínez Estrada y el 'análisis funcional de la cultura'" (59-67) en González.

[13] Sobre el giro a la izquierda de la "nueva generación" hacia el final de la década, véase David Viñas.

[14] "Borges pareció despertar desde el primer momento la mayor adhesión y el mayor rechazo. Ya en agosto de 1933 (sí, hace más de veintidós años) la revista Megáfono, dirigida por los jóvenes de entonces, dedicaba parte de su número 11 a una Discusión sobre Jorge Luis Borges en que intervenían quince escritores", escribía Rodríguez Monegal en 1956.

[15] Este número traía además, significativamente fuera del dossier -última entre las reseñas de libros-, una "Nota de Roy Bartholomew" que impugnaba el Borges con virulencia. Venía seguida de una "Respuesta de Adolfo Prieto".

[16] Sobre algunos de esos tropos puede verse el artículo de Gramuglio 1999, que rastrea su encarnación en la revista Sur como una "proyección" de cierto tópico de la crítica inglesa. Un texto notable y muy poco citado en esa genealogía inglesa es el de Q.D. Leavis, Fiction and the Reading Public, de 1932.

[17] Complicar conflictivamente la distribución de géneros de Ciudad es a la vez la virtud y la razón del "fracaso [.] enteramente previsible" (103) de la Sociología del público argentino que Adolfo Prieto concibió por estas fechas y publicó en 1956. Inspirado por el método "sociográfico" que Gino Germani comenzaba a practicar, su ambición fue realizar cientos de encuestas que permitieran situar y describir las distintas capas del público. Las preguntas de elaboración que redactó, sin embargo, sólo podían ser respondidas propiamente (como él mismo advirtió con enorme decepción) por los lectores más "cultos"; es decir, aquellos para los cuales la lectura literaria constituía un hábito con funciones identitarias fuertes. Con aguda perplejidad, Prieto observó que el público popular quedaba mudo al hablar de literatura pero se mostraba hábil y bien informado tanto en cine como en radioteatro. Véase Herzovich.

[18] Para una breve trayectoria de Ivanissevich Machado -sobrino del célebre ministro de Educación del primer peronismo-, incluyendo su liderazgo en agrupaciones humanistas católicas desde los años '40, véase Zanca, que lo describe así: "un bisoño ingeniero que había fundado en su época de estudiante la Liga Humanista, una organización que declaraba basar su accionar en el Humanismo Integral de Jacques Maritain y que le causaba, por sus ideas y sus veleidades autonómicas, un fuerte desagrado a la jerarquía eclesiástica" (100).

[19] La imagen de la población semi-alfabetizada por la escuela como un núcleo de "barbarie" dentro de la República pertenece al historiador inglés Arnold Toynbee, cuyo apartado sobre "El impacto de la democracia en la educación", en el tomo IV de Estudio de la historia, se convirtió en una referencia clásica para explicar el supuesto fracaso del proyecto educativo liberal.

[20] Me refiero a su análisis de la poesía popular posgauchesca en El criollismo en la literatura argentina. Véase Rubione.

[21] El editor Arturo Peña Lillo se adjudica, hacia 1950, la idea pionera de poner exhibidores con libros en los kioscos, pero reconoce que ya entonces encontró competencia (48-49). La idea, según parece, estaba "en el aire".

[22] Sobre las connotaciones del "entretenimiento" como modo de apropiación cultural en la época, véase Herzovich.

[23] Al menos en los artículos menos coyunturales; estos últimos, en cambio, vuelven a recentrarlo en el único número que se publicó después del golpe. Es decir, cuando el Estado podía aparecer otra vez como una plataforma de acción para los intelectuales antiperonistas.

[24] Para un análisis agudo y reciente, véase Podlubne 2014.

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