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CELEHIS (Mar del Plata)

versión On-line ISSN 2313-9463

CELEHIS  no.36 Mar del Plata dic. 2018

 

CONFERENCIAS EN LAS MESAS PLENARIAS

“Góngora siempre recomenzado”: sobre la transtemporalidad de su poesía

 "Góngora always restarted": about the transtemporality of his poetry

 

Melchora Romanos*

Instituto de Filología y Literaturas Hispánicas “Dr. Amado Alonso” Universidad de Buenos Aires

Fecha de recepción: 22-12-2017 / Fecha de aceptación: 22-03-2018


Resumen

Este trabajo se propone recordar significativos aspectos de la conmemoración del tercer centenario de la muerte de don Luis de Góngora en la que un grupo de escritores consagrados como la “generación del 27” se reunió para reivindicar su poesía y recuperar el lugar que le correspondía como uno de los clásicos de la Literatura española. Al cumplirse los noventa años de esa celebración, resulta oportuno considerar las circunstancias que los llevaron a consolidar su vigencia y proyección en las poéticas contemporáneas. En primer término, se repasan las diversas etapas que precedieron a la rememoración que culmina con la recuperación de la lírica gongorina en el primer tercio del siglo XX y se reseñan las características del homenaje protagonizado por el grupo de poetas del 27. Luego, en segundo término, a partir de ensayos de Andrés Sánchez Robayna y de Jaime Siles se presentan dos muestras de “cómo leen a Góngora los creadores de hoy” desde una nueva y distinta sensibilidad contemporánea.

Palabras claves Góngora; generación del 27; poética barroca; recepción; lecturas contemporáneas

Abstract

This work aims to recall significant aspects of the commemoration of the third centenary of the death of Don Luis de Góngora in which a group of writers consecrated as the "generation of 27" met to claim their poetry and recover their rightful place as one of the classics of Spanish literature. At the end of the ninety years of that celebration, it is appropriate to consider the circumstances that led them to consolidate their validity and projection in contemporary poetics. First, we review the various stages that preceded the recollection that culminates with the recovery of the Gongora lyric in the first third of the twentieth century and outline the characteristics of the tribute starring the group of poets of 27. Then, in second term, from essays by Andrés Sánchez Robayna and Jaime Siles, two samples of "how the creators of today read Góngora" from a new and different contemporary sensibility are presented.

Key words Góngora generation of 27; baroque poetics; reception; contemporary readings


 

 

Pocos poetas como Góngora han sido más transformados

 por los tiempos; pocos poetas más denostados

por algunas épocas y celebrados por otras …

Es larga la historia de esas transformaciones.1

 

Una vez más me encuentro participando en un Congreso Internacional CELEHIS de Literatura, en este caso el VIº, en una mesa plenaria de Literatura española, que –en mi caso personal– será la despedida de estos encuentros a los que he asistido en todas sus convocatorias de modo incondicional. Al igual que en las otras ocasiones, lo hago con mucho placer y con mi agradecimiento por las reiteradas invitaciones ya que así puedo cerrar este año 2017, en el que he leído ya tres conferencias plenarias, con  una media plenaria lo cual es, sin duda, más tranquilo y descansado.

La elección del tema –de modo opuesto a la del 2014– no me ofreció mayor preocupación porque resulta ser “de pie forzado”, dado que el día 23 de mayo se cumplieron noventa años de la conmemoración del tercer centenario de la muerte de don Luis de Góngora en la que un grupo de escritores consagrados como la “generación del 27” se reunió para reivindicar su poesía y recuperar el lugar que le correspondía como uno de los clásicos de la Literatura española de mayor actualidad por su vigencia y proyección en las poéticas contemporáneas.2

Es indudable que, si bien la problemá­tica recepción de sus poemas mayores y especialmente las Soledades (1613), la más audaz y compleja de sus creaciones, ofrecen una serie de perspectivas críticas que surgen del contexto literario, histórico y cultural en el que se inscribe, no es menos cierto que «la época de un poeta no es solo la de su decurso vital sino la de sus lectores» (Roses 2012: 13). En efecto, nuestra actual comprensión de sus poemas es inseparable de la historia de sus lecturas pasadas, por cuanto desde la polémica que acompañó a su difusión, a comienzos del siglo XVII, hasta su revalora­ción final iniciada en el siglo XX con el afianzamiento de la crítica filológica, es posible trazar un amplio panorama de coordenadas interpretativas. Estas se adscriben, tanto a la preceptiva neo-aristotélica de los detractores de las innovaciones gongori­nas o al procedimiento exegético sustentado en el código culturalista barroco de sus defensores, como a los posteriores y ya tradicionales métodos históri­co-filológico-lingüístico o a las modernas orientaciones del estruc­turalismo, la semiótica y la estética de la recepción.

En el título de esta comunicación se pueden entrever las propuestas de dos críticos y poetas españoles contemporáneos: la primera parte la he tomado de un ensayo de Jaime Siles titulado “Estrategias de lector y experiencias y posibilidades de lectura: Góngora siempre recomenzado” (2002: 347); la segunda parte procede de un texto de Andrés Sánchez Robayna titulado “Bajo el signo de Góngora” en el que reflexiona sobre la obra del poeta “desde el punto de vista de la creación lírica y desde la óptica peculiar de un poeta de mi generación” (2002: 303-304).3 A partir de estas muy lúcidas interpretaciones o si se quiere transformaciones voy a centrarme, en primer término, en una rememoración de lo que fue la recuperación de la lírica gongorina en el primer tercio del siglo XX y las características del homenaje protagonizado por los poetas del 27; luego, en segundo término, al amparo de la tarea llevada adelante por J. Roses,4 les presentaré muestras de “cómo leen a Góngora los creadores de hoy” desde una nueva y distinta sensibilidad contemporánea.

Para entender las motivaciones que llevaron a los escritores del grupo del 27 a programar su reinstauración poética recordaré brevemente la consideración crítica que prevaleció durante los siglos XVIII y XIX con la que se obturaba el reconocimiento integral de la innovación alcanzada por el poeta cordobés. El vendaval desencadenado por la divulgación de las Soledades y el Polifemo (1613) derivó en la polémica más notable de la Literatura española, pues en forma inmediata se fue fraguando el juego de las exégesis y se consolidaron algunos comentarios elaborados con rigor argumentativo, en los que detractores y defensores se prodigaron para instaurarse en el espacio del debate y a la sombra del prestigioso creador.

Sobre esta compleja cuestión que atañe de modo exclusivo a la recepción de la obra de Góngora en el siglo XVII, envuelta en toda suerte de debates, Robert Jammes, en su imprescindible edición de las Soledades ha puesto a nuestra disposición “una aguja de navegar gongoristas” (1994: 607-715), pues así denomina al catálogo de los documentos de la polémica  que cubren el periodo que va de 1613 a 1666. Su intención es ayudarnos a “sortear escollos para llegar a buen puerto” en la difícil comprensión de un fenómeno que se prolonga más allá de su época inclinándose en forma unánime a una valoración negativa de la “nueva poesía” y que  tan solo comenzará a revertirse al promediar el primer cuarto del siglo XX. En uno de los sesenta y seis documentos reseñados por R. Jammes en su catálogo, titulado Discurso sobre el estilo de don Luis de Góngora y carácter legítimo de la poética, de 1645-1648, dedicado a don García de Salcedo Coronel, el gongorista Martín Vázquez Siruela afirma:

 

  Porque, si no nos queremos negar a la razón, sino confesalla sinceramente, ¿quién escribe hoy que no sea besando las huellas de Góngora, o quién ha escrito verso en España, después que esta antorcha se encendió, que no sea mirando a su luz? No digo ahora de sus bien afectos, y los que voluntariamente quisieron entrar luego por aquel camino, sino de aquellos desdeñosos y mal contentos que hicieron reputación de aborrecer su estilo, y con sátiras, con invectivas, con libelos y chanzas teatrales testificaron su aversión y mal gusto (1995: 93).5

 

Estas palabras revelan la situación existente por esos años en lo que hace a la asimilación de la poesía de Góngora ya que después de su muerte, en 1627, se produjo una redefinición del panorama crítico en el que las tensiones de los primeros choques se neutralizaron y potenciaron. Es este el momento del “post-gongorismo combativo” o del “gongorismo sin Góngora” en el que junto con la publicación de las obras de don Luis, comienzan a editarse los comentarios de sus exegetas. Pero esta consideración acerca del éxito del estilo de la “nueva poesía” se proyecta en términos históricos en la actitud adoptada por quienes –como sucede con Lope de Vega– van a centrar sus críticas en los seguidores o malos imitadores y no en el creador del gongorismo.

Esta es precisamente la línea crítica que se afianza, en las primeras décadas del siglo XVIII, en razón de las imitaciones y glosas que dieron pie a agrias críticas contra las extravagancias y exageraciones de los que siguieron el estilo culto y provocaron la reacción negativa que llevó por último a desvalorar al creador del movimiento ya que consideraron que los defectos de sus seguidores eran la consecuencia de sus graves errores.6

En verdad, la problemática incomprensión de la poética gongorina no es algo aislado, sino que se integra en el descrédito de la estética del estilo Barroco español ya que así como los poemas mayores de Góngora eran considerados extravagantes, el teatro de Lope de Vega era igualmente una muestra de la barbarie y el mal gusto por cuanto no respetaba los preceptos aristotélicos. Es Luzán, admirador y lector de Boileau, quien condensará en su Poética (1737: 18) estos juicios adversos:

Góngora dotado de ingenio y de fantasía muy viva, pero desreglada, y ambicioso de gloria, pretendió conseguirla con la novedad del estilo, que en todas sus obras … es sumamente hinchado, hueco, y lleno de metáforas extravagantes, de equívocos, de antítesis y de una locución a mi parecer del todo nueva y extraña para nuestro idioma.7 

 

Tal era al promediar el siglo XVIII la visión negativa que, con matices más o menos similares y con alguna pálida defensa de los romances y algunos sonetos se proyecta en el pensamiento crítico hasta el siglo XIX. Las muy citadas opiniones de Menéndez Pelayo absolutamente descalificadoras en cuanto al valor de todo el arte barroco se condensan en sus juicios vertidos en la Historia de las ideas estéticas en  España (1943: II 329-330) sobre la poesía de Góngora:

 

Góngora se había atrevido a escribir un poema entero, las Soledades, sin asunto, sin poesía interior, sin afectos, sin ideas, una apariencia o sombra de poema, enteramente privado de alma ... Llega uno a avergonzarse del entendimiento humano cuando repara que en tal obra gastó míseramente la madurez de su ingenio un poeta, si no de los mayores (como hoy liberalmente se le concede), a lo menos de los más bizarros, floridos y encantadores en las poesías ligeras de su mocedad. Y el asombro crece cuando se repara que una obrilla, por una parte tan baladí y por otra tan execrable como las Soledades … hiciese escuela ...

 

Ahora bien, para entender cuál fue el camino transitado para que Góngora en general y el Barroco en particular se instalaran en las estimaciones del siglo XX, debemos considerar que este proceso logrará configurarse a través de una lenta y continuada suerte de coincidencias signadas, tanto por el afianzamiento e importancia de los estudios filológicos que crearon las bases y los instrumentos para los futuros estudios, como por el “interés capital que cobra la reflexión del Modernismo sobre el lenguaje poético, pues en ella aparece, ya en fechas tempranas … el recuerdo de la literatura del siglo XVII” (Egido 2009: 29).

En efecto, se ha señalado que Rubén Darío tal vez a través del simbolismo francés y especialmente de Verlaine, con quien estuvo en contacto en París en 1893, acrecentó su nexo con el poeta cordobés. Esta probable filiación ha sido contrastada por estudiosos como Joaquín Roses que han tratado de matizar los probables circuitos en los que la relación Darío-Góngora podría haberse asentado (Roses 2007: 273-284). Uno de esos circuitos se sustenta en las múltiples referencias que aparecen en sus obras como la cita muy recurrida del primer poema de Cantos de vida y esperanza (1905): “Como la Galatea gongorina / me encantó la marquesa verleniana / y así me juntaba a la pasión divina / una sensual hiperestesia humana /…”. Otra muestra más específica: Darío con motivo del centenario de Velásquez, en 1899, escribe un tríptico de sonetos titulado Trébol: el primero es de Góngora  a Velásquez, el segundo de Velásquez a Góngora y el tercero –escrito en alejandrinos– es un homenaje del poeta/Rubén a los dos grandes artistas del siglo de oro.8

Sin embargo, para entender mejor esta recuperación de los clásicos áureos por parte del Modernismo es necesario conocer ¿cómo los leían los poetas españoles e hispanoamericanos del siglo XIX? En el caso de las lecturas que el nicaragüense podía haber realizado aporta datos en su Autobiografía pues relata que en su país consiguió trabajo en la Biblioteca Nacional: “Allí pasé –dice– largos meses leyendo todo lo posible y, entre todas las cosas que leí, ¡horrendo referens!, fueron todas las introducciones de la Biblioteca de Autores Españoles de Rivadeneyra y las principales obras de todos los clásicos de nuestra lengua” (1990: 21). Es muy interesante este modo de recepción de los poetas del Siglo de Oro a través de la Primera parte de la colección de Poetas líricos de los siglos XVI y XVII (BAE, 32 y 42) editada en 1854. Contiene una amplia selección de Garcilaso, Fray Luis y en cuanto a Góngora cabe señalar que el compilador, Adolfo de Castro, muestra una posición de avanzada en relación con otros críticos del siglo XIX pues incorpora el texto íntegro del Polifemo y las Soledades y juzga sublimes y de gran colorido al menos ciertos pasajes. Considera que es cultista como Garcilaso y Herrera, al igual que otros poetas de su época, y el Greco de la poesía que ha simplemente acrecentado como poeta puro la afectación que estaba de moda (1903: XXXI-XXXIV).9

De las lecturas de Rubén Darío debemos pasar ahora a la importancia de los estudios filológicos que en el primer cuarto del siglo XX dieron el impulso necesario para la celebración del tricentenario gongorino, pues uno de los logros más significativos se debe a la edición realizada por R. Foulché Delbosc del manuscrito Chacón, publicada en 1921 en New York, 3 vols. Presenta por primera vez un texto filológico de base segura que cuenta además con la datación de las obras de Góngora hecha por él mismo y que ha servido de base a todos los editores posteriores. Sobre la colaboración prestada a esta edición por parte del polígrafo mexicano, Alfonso Reyes, así como de sus fundamentales trabajos reunidos en 1925 en Cuestiones Gongorinas, entre los que habría que destacar “Necesidad de volver a los comentaristas de Góngora”, me he detenido anteriormente en el trabajo presentado al  Congreso del CELEHIS de 2014 al que remito a mis aficionados lectores (Romanos 2015). De este modo, Reyes se sitúa en la vanguardia de los comentaristas modernos.

Así llegamos de la mano de este ilustre mexicano a los umbrales del acontecimiento pues en una carta publicada en La Gaceta Literaria, fechada en París el 2 de febrero de 1927, «aplaudía el gesto de los finos y verdaderos poetas, “los nuevos de España”, con los que se había encontrado “al doblar la esquina de la calle de Góngora”» (Egido 2007: 111). Pues quiénes eran esos poetas y críticos decididos a realizar un homenaje que a todas luces la academia oficial no pensaba llevar a cabo.

Sobre el particular, es abundante la bibliografía producida por Dámaso Alonso, Federico García Lorca, Jorge Guillén, Gerardo Diego, Rafael Alberti, por nombrar a algunos de los “sedicientes secuaces” del hostigado poeta cordobés que se unieron en la lucha por su reivindicación después de tres siglos de olvido, pues, como bien dijo García Lorca en su célebre conferencia sobre la imagen poética en don Luis (1962: 71): “Góngora ha estado solo como un leproso lleno de llagas de fría luz de plata, con la rama novísima en las manos esperando las nuevas generaciones que recogieran su herencia objetiva y su sentido de la metáfora”.10

Las distintas instancias del homenaje que comenzó a proyectarse desde abril de 1926 y que culminaron con los actos del 23 de mayo de 1927 se encuentran reseñadas con acierto crítico en el libro fundamental de Elsa Dehennin (1962): La résurgence de Góngora et la génération poétique de 1927. La primera etapa, iniciada en 1926, consistió en una “tertulia amistosa” o asamblea gongorina entre cuyos asistentes citaré a: Pedro Salinas, Melchor F. de Almagro, Rafael Alberti, Antonio Marichalar, Federico García Lorca, José Bergamín, José Moreno Villa, Dámaso Alonso, Jorge Guillén y Gerardo Diego que fue el motor más activo del grupo, y allí, se distribuyen la tarea de editar las obras de Góngora, aunque de este ambicioso proyecto, tan solo se concretó la edición de las Soledades de D. Alonso; la de los romances de José María Cossío y la Antología poética en honor de Góngora, recogida por Gerardo Diego, en la que se propone rastrear la influencia de Góngora en las letras españolas desde Lope de Vega a Rubén Darío (1927).11

La segunda parte fue, en cierto modo más lúdica, pues duró tres días 22, 23 y 24 de mayo de 1927 y los distintos actos han sido reseñados por algunos de sus participantes. Uno de los acontecimientos fue la ceremonia expiatoria del 23 que consistió en arrojar al fuego las obras consideradas ultrajantes para Góngora que habían seleccionado los miembros del Tribunal Supremo integrado por Alberti, Alonso y Diego. Les menciono tan solo los más notorios porque la lista es extensísima: los escritos de los adversarios directos del siglo XVII, Jáuregui y Cascales, junto con las intervenciones de Lope de Vega y Quevedo en la polémica; la Poética de Luzán; las Obras completas Menéndez y Pelayo; las historias de la Literatura española; una selección de obras contemporáneas como los trabajos de Astrana Marín o las de aquellos escritores que no entendían a Góngora, por ejemplo, Valle Inclán cuyas obras fueron rociadas con desinfectante. El acto de fe concluía con tres textos inéditos uno de los cuales era el Vocabulario de las obras de Góngora de Bernardo Alemany y Selfa  premiado por la Academia (1930).

Después de este número esencial de la conmemoración y desagravio gongorino que en palabras de G. Diego fue “de veras realizado, pero…con una hoja de papel de fumar quemada solemnemente con una cerilla”, los poetas prolongaron el homenaje por la noche decorando los muros de la RAE con “una armoniosa guirnalda de efímeros surtidores amarillos” (Dehennin 1962: 85-87). Rafael Alberti en La arboleda perdida (1984: 232-233) agrega a la descripción de este episodio el envío, por la mañana del mismo día, de un regalo a la casa de Astrana Marín porque además de ofender a don Luis atacaba a los “sedicientes secuaces de Góngora”, regalo que consistía en “una corona de alfalfa entretejida de cuatro herraduras acompañada, por si era poco, con una décima de Dámaso Alonso … que comenzaba: «Mi señor don Luis Astrana, / miserable criticastro, / tú que comienzas en astro / para terminar en rana…”.12

El 24 de mayo se realizó una misa a las 11 de la mañana en la Iglesia de Santa Bárbara, iglesia barroca del siglo XVIII a la que, a pesar de haber invitado a autoridades, asistieron tan solo, los doce gongoristas organizadores. Gerardo Diego señala que esas celebraciones “no fueron más que una inevitable expansión de un momento juvenil y primaveral. Tres días de asueto y broma, bien ganados por algunos de nosotros que previamente habíamos trabajado en serio varios meses en honor de Góngora” (Dehennin 1962: 88). Al margen de estas secuencias pintorescas que he querido recuperar para ustedes porque muestran el menosprecio de la rancia solemnidad academicista que rechazaba el valor de la poesía del poeta cordobés me detendré ahora en otras instancias de mayor significación.

En efecto, este episodio insoslayable en la configuración poética de tan admirable grupo de creadores, que también ejercieron su condición de estudiosos y de críticos literarios con clara conciencia reflexiva acerca de sus móviles estéticos, fue analizado detenidamente por algunos de ellos. Jorge Guillén (1962: XXIX-XXX) rememora la coincidencia de pareceres de este modo: “A todos aquellos escritores se les veía amigados en unidad de generación, antípoda de escuela: no había programa común. Algunos firmamos la invitación a celebrar un centenario, el de Góngora. Pero nada más remoto de un manifiesto”. 

Rafael Alberti por su parte opina acerca de la intencionalidad que los movía  a llevar adelante  la reivindicación gongorina (1984: 233):

... en aquel estandarte que tendimos al viento en honor y defensa de don Luis campeaban, junto a los colores de la lealtad, los muy soberanos de cada uno. No nos someteríamos a nadie, ni al propio Góngora, una vez ganada la batalla. Que parte de la poesía del ganchudo y peligroso sacerdote de Córdoba viniera a coincidir, al cabo de los siglos, con parte de la nuestra y que la fecha del Centenario nos fuera provechosa de momento, no suponía ni la más leve sombra de vasallaje.

Dámaso Alonso, el más fervoroso y persistente adalid de las huestes gongorinas, en un artículo escrito en 1927, retocado ligeramente para su publicación en 1932, sobre “Góngora y la poesía contemporánea” resume y cierra definitivamente los alcances del homenaje con estas palabras (1955: 579):

 

El gongorismo combativo, el gongorismo en cuanto pueda significar influjo de Góngora sobre la literatura actual, ha muerto. Pero ha nacido un gongorismo mucho más duradero: se ha incorporado al poeta, creo que para siempre, al cuadro normal de la literatura española. Se le ha ganado para la literatura, para España, para el arte del mundo: se ha dejado fija para siempre su existencia estética.

 

Esta suerte de distanciamiento o mejor aún de afianzamiento de identidades poéticas, que surge de las afirmaciones citadas, no deja de estar condicionado por actitudes autodefensivas, pues no debe olvidarse que los antigongorinos calificaban en sus críticas a estas «pestes juveniles» como «partidarios de lo caduco» y «líricos extravagantes». Por consiguiente, esta toma de posición se verá mediatizada por el tiempo y cobrará nuevas perspectivas al reacomodarse, desde la posición generacional, una visión personal de quienes se vieron involucrados en aquellos combates poéticos. En este sentido, se instaura el conocido poema  homenaje de Luis Cernuda (1965: 192-194), soldado de la retaguardia en la guerra por la recuperación del «andaluz envejecido que tiene gran razón para su orgullo», que concluye de este modo:

 

Gracias demos a Dios por la paz de Góngora vencido;

Gracias demos a Dios por la paz de Góngora exaltado;

Gracias demos a Dios, que supo devolverle (como hará con nosotros)            

Nulo al fin, ya tranquilo, entre su nada.13

 

Un amargo resentimiento sobrevuela siempre en la perspectiva crítica cernudiana cuando se acerca a sus compañeros de generación pero más allá de esta u otra de las posiciones personales, no es posible ya aceptar como válida una opinión tan tajante que se niega a reconocer la auténtica labor de restauración lograda por la crítica filológica y la diversidad y apertura de enfoques que se proyectaron sobre la obra de Góngora a partir de la labor de algunos de los poetas del 27. Por ello me propongo ahora cerrar esta ponencia con algunas consideraciones acerca de la lectura de los dos poetas contemporáneos que mencioné al comenzar mi exposición.

En primer lugar, me centraré en el ensayo de Jaime Siles, quien ante la invitación de J. Roses a uno de los encuentros “Góngora hoy”, decide afrontar la tarea sobre el siguiente pauta interpretativa: “Góngora para mí no es algo hecho sino –como el mar de Valéry– algo siempre recomenzado” (2002: 348). Así, va a proponer el abordaje desde la perspectiva del lector que es “el peregrino de sus versos” y recorre, en una secuencia enumerativa, desde los del siglo XVII hasta los más actuales.

Para J. Siles la problemática recepción del legado gongorino surge del “punto de vista del lector, de lo que éste entiende por leer y de lo que, al leer se imagina que entiende”. Considera que hay varias categorías de lectores de don Luis con distinto “modo de ser y de mirar”. La primera es la del común, el menos numeroso, que reduce “el sentido de la lectura a una sola dirección” y huye despavorido “ante lo indescifrable del decir de Góngora”. La segunda categoría de lector corresponde a aquellos que “fiados en un alto concepto de sí mimos, se consideran muy por encima del lector común y se juzgan en condición de leerlo todo y entenderlo” para los que Góngora no es una prueba de lectura, sino una humillación que deviene en ira e indignación y entonces se declara en rebeldía. Este lector medio es el que ha generado “el antigongorismo de todos los tiempos”  constituido por un nutrido grupo de escritores que va desde Lope de Vega a Unamuno y Machado (2002: 349-350). Desde esta perspectiva se detiene a analizar la polémica del siglo XVII y en particular las estrategias de lector de Lope de Vega, que lo llevan a confirmar que la permanente actualidad de la discusión y la constante vitalidad poética de Góngora consisten en que genera

 

…una discusión puntual que, pronto se convierte en durativa; una forma de lengua que impone un nuevo modo de escritura; una nueva escritura que propicia y exige un nuevo tipo de lector; un nuevo tipo de lector que desarrolla unas nuevas estrategias de lectura, que ya no va a ser solo una nueva manera de leer la obra sino un modo nuevo de experimentar el mundo de la lengua y de vivirlo como naturaleza... (2002: 366-367).

 

En cuanto al ensayo de Andrés Sánchez Robayna –como ya expresé al comienzo– se despliega en una doble perspectiva que responde a la convocatoria que lo llevó al Foro de debate Góngora Hoy: en primer lugar mostrar con ejemplos de su propia poesía la “gravitación gongorina” en su escritura y, después, reflexionar sobre la modernidad o transtemporalidad de la obra de Góngora y su significación actual en la creación poética en lengua española.14 Lamento no poder detenerme en la interesante muestra de la lectura de sus poesías y de las referencias y glosas con que las presenta, pues ya estoy en el límite del tiempo asignado, así que de la segunda parte de su exposición quiero comentarles  aquellos aspectos que me parecen insoslayables.

La  modernidad o transtemporalidad la afirma a partir de un juicio de Haroldo de Campos, poeta y ensayista brasileño, quien opina que “Góngora es, tal vez, el más moderno de los poetas españoles”, juicio que comparte plenamente pues la poética barroca, en la versión del poeta cordobés, converge en nuestro tiempo con la visión llamada “neobarroca”. Para mostrarlo deja de lado las posibles convergencias en el campo de la poesía y se centra en la prosa narrativa como es el caso de la novela de Juan Goytisolo, Reivindicación del conde don Julián, o Colibrí de Severo Sarduy en tanto recreación de formas expresivas a modo de auténtico homenaje, o, por lo demás el peso gongorino en la novela Paradiso de José Lezama Lima (2002: 315).

En relación con el significado de Góngora para el poeta actual, Sánchez Robayna se detiene en una anécdota personal para contarnos que un colega opinaba que no tenía sentido volver a la lírica gongorina pues ya “había hecho sentir su huella” en los poetas del 27 y que reiterar ese ejemplo era un retroceso hacia actitudes estéticas superadas (2002: 315-316). Esta opinión parece desconocer las valoraciones críticas que los mismos poetas del homenaje del 27 asumen frente a su participación y a su manifiesto deseo –como ya hemos visto– de apartarse del modelo reivindicatorio. Finalmente, concluye este poeta y crítico: “Góngora es el clásico que es precisamente porque dice cosas nuevas a cada época, y en eso consiste, precisamente, su transtemporalidad, su manera de traspasar su tiempo histórico y hacerse actual en cada momento” (2002: 315-316).

Llegamos así al fin de nuestro recorrido y me permito hacer mías las palabras de Jaime Siles: «Mi “Góngora siempre recomenzado” debe, por razones de espacio y de tiempo, terminar obligatoriamente aquí, pero ustedes y yo sabemos que no termina aquí: que aquí precisamente empieza» (2002: 367).

 

* Melchora Romanos es Doctora en Letras por la Universidad de Buenos Aires, Profesora Consulta Titular y ha dirigido el Instituto de Filología y Literaturas Hispánicas «Dr. Amado Alonso» de la misma Universidad (2003-2017). Es autora de trabajos y libros sobre Literatura Española aurisecular, entre los que se destacan los relacionados con la polémica sobre las Soledades de Góngora: la edición del Discurso poético de Juan de Jáuregui y los estudios sobre las Anotaciones de Pedro Díaz de Rivas a los poemas gongorinos. Es también especialista en el teatro de Lope de Vega, Tirso de Molina y Calderón de la Barca y ha coeditado volúmenes colectivos como El gran teatro de la Historia. Calderón y el drama histórico, Buenos Aires: EUDEBA, 2002. Integra el Consejo Asesor de revistas y publicaciones argentinas e internacionales. Ha sido co-fundadora y presidenta de la Asociación Argentina de Hispanistas (AAH), vicepresidenta de la Asociación Internacional de Hispanistas (AIH) y de la Asociación Internacional de Teatro español y novohispano del Siglo de Oro (AITENSO). Ha presidido la Asociación Internacional Siglo de Oro (AISO) por lo que actualmente es Presidenta de Honor. En 2007 el gobierno español le concedió la cruz de oficial de la Orden de Isabel la Católica en mérito a su colaboración para el desarrollo de las relaciones culturales entre España y la Argentina.

 

 

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1 Sánchez Robayna (1993: 9).

2  Si bien el término “generación” ha sido discutido para señalar a los integrantes del grupo del  27 lo mantengo pues ellos mismos lo utilizaban.

3 Ambos trabajos fueron leídos en el III Foro de debate «Góngora hoy», Nuevas lecturas (28 al 30 de abril de l999), y publicados en un volumen  editado por Joaquín Roses (2002) que reúne las Actas de los Foros I (1997), II (1998) y III (1999). 

4  En continuidad con su propuesta y desde la Cátedra Góngora, en Córdoba (España), convocó a varios poetas a dos ciclos titulados “Góngora Vivo: cómo leen a Góngora los creadores de hoy” (2014 y 2015). Las interesantes conferencias pueden escucharse y verse por Internet en Youtube. 

5 Modernizo la ortografía.

6  Para un planteo sobre esta cuestión véase Glendinning, N. (1961: 323-349).

7 Apud Glendinning (1961: 334). Modernizo la ortografía.

8  Publicados en La ilustración española, 15 de junio de 1899, y luego recopilados en la sección “Otros poemas” de Cantos de vida y esperanza.

9   La referencia corresponde a la introducción al volumen 32 de la Biblioteca de Autores Españoles titulado Poetas líricos de los siglos XVI y XVII, Tomo I, antología compilada por Adolfo de Castro.

10 Un panorama muy detenido de la cuestión puede consultarse en González Muela, Joaquín y Rozas, Juan Manuel (1974) que contiene un estudio, bibliografía y antología de la generación del 27; por su parte Rozas (1974) completa el panorama con una selección de textos y documentos.

11 Gerardo Diego reproduce en esta Antología los tres sonetos de Darío agrupados bajo el título Trébol que mencioné anteriormente.

12 Alberti evoca los juegos de agua contra las paredes de la RAE con estas palabras: “Indelebles guirnaldas de ácido úrico las decoraron de amarillo”.

13 Respeto las mayúsculas iniciales de cada verso tal como aparecen en la edición. Sobre este aspecto véase mi trabajo “De centenarios y homenajes: Cernuda y Góngora” (2006).

14 Sánchez Robayna cuenta con trabajos críticos muy valiosos y esclarecedores de la obra del poeta cordobés que ha reunido en un libro titulado Silva gongorina (1993), por lo que aúna la doble perspectiva inspiradora de algunos de los miembros de grupo del 27.

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