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CELEHIS (Mar del Plata)

On-line version ISSN 2313-9463

CELEHIS  no.38 Mar del Plata Dec. 2019

 

ARTICULOS

Don Ecuménico: nuevas consideraciones sobre un complicado 'bicho alado'

 

Norman Cheadle*

Laurentian University, Canadá

Fecha de recepción: 30-04-2019 / Fecha de aceptación: 15-06-2019


RESUMEN

Se postula que Don Ecuménico, un personaje de Adán Buenosayres (1948) de Leopoldo Marechal, se basa en José Salas Subirat, traductor del Ulises de Joyce. De esta hipótesis se exploran las consecuencias interpretivas para la novela.

PALABRAS CLAVE Adán Buenosayres; Leopoldo Marechal; Ulysses; James Joyce; Don Ecuménico

Don Ecuménico: new thoughts on a complicated 'winged beastie'

ABSTRACT

The article postulates that Don Ecuménico, a character in Adán Buenosayres (1948) by Leopoldo Marechal, is based on José Salas Subirat, who translated Joyce's Ulysses into Spanish. The interpretive consecuences of this hypothesis for the novel are then explored.

KEYWORDS Adán Buenosayres; Leopoldo Marechal; Ulysses; James Joyce; Don Ecuménico


 

El extenso cuento intercalado de Don Ecuménico ocupa en Adán Buenosayres un lugar privilegiado, siendo el último episodio del largo "Viaje a la oscura ciudad de Cacodelphia", el séptimo y último "libro" de la novela; después, no queda más que la breve visión del Paleogogo que yace en la Gran Hoya del infierno schultziano. La metamorfosis de Don Ecuménico en un grotesco insecto lepidóptero, refiguración esperpéntica de la mariposa de Chuang Tsú, hace pensar menos en Ovidio que en Kafka, pero el relato toma la forma de un cuento de horror gótico en modo paródico, con su mise-en-scène en la "siniestra Casa de los Libros" y su "Bibliotecario del infierno" (AB 741), "aquel hombre o demonio" (AB 742).[1] Relativamente poca atención crítica se ha prestado a ese relato y a su protagonista, quizás porque el "mensaje" parece demasiado evidente como para solicitar mucho comentario: el pecado de Don Ecuménico sería el orgullo babélico de disputarle a Dios la facultad de la omnisciencia. O, según la sabiduría popular, el pobre se vuelve loco leyendo demasiado. Es precisamente esa misma aparente obviedad lo que inquieta, junto con la ostentosa ejemplaridad de su nombre -el señor "Universal"- y la sugestiva pero esquiva resonancia del mismo con el de Adán, progenitor de la raza humana; como si Don Ecuménico y Adán Buenosayres fueran dos versiones incompatibles de un everyman porteño. Lo que a primera vista parecerá una transparente "novela ejemplar" se nos complica a medida que vayamos reflexionando en ella. Durante mucho tiempo he sospechado que a los lectores del Adán se nos escapa algo en ese relato metadiegético. Siendo la obra maestra de Marechal una novela en clave,[2] ¿se basaría el personaje Don Ecuménico en una persona de existencia real o literaria?

Una respuesta a esta pregunta se me sugirió al leer la magnífica biografía, firmada por Lucas Petersen, de El traductor del Ulises: José Salas Subirat (2016). Respuesta que también echa luz sobre una coincidencia temporal: Marechal, tras una larga demora de unos 16 años, retomó en 1946 el manuscrito del Adán para terminar la novela en 1948. La publicación en 1945 del Ulysses de James Joyce en la traducción de José Salas Subirat, no sería ajena a ese repentino retorno a su proyecto novelesco, que a su vez fue impulsado por la lectura que hizo Marechal en París hacia 1920 o 1930 de la traducción francesa, Ulysse. Sin embargo, a pesar de su aprecio por el "hermoso y extraño monumento" de Joyce (1998: 302), Marechal ni siquiera mencionó, en ningún escrito suyo, al Ulises traducido por Salas Subirat. Este silencio, según la hipótesis que plantea este ensayo, en realidad no es total: el personaje Don Ecuménico se basaría en José Salas Subirat (1900-1975), escritor menor de Boedo, autor de un famoso manual para vendedores y, al igual que Don Ecuménico, un corredor de seguros que pasó la mayor parte de su vida como empleado de La Continental Compañía de Seguros Limitada, empresa cuyo nombre Marechal abreviaría a la Compañía de Seguros (AB 741). Es el detalle de su común oficio -corredor de seguros- el que cimienta la conexión entre Salas Subirat y el personaje marechaliano; si no, el oficio de Don Ecuménico sería accesorio, gratuito. Ese detalle, más su característica principal: tanto José Salas Subirat como Don Ecuménico son voraces lectores de formación autodidacta.

 

Verosimilitud de la hipótesis: Beethoven contra "BA-TA-CLAN"

¿Conocería Marechal a Salas Subirat? Es posible, aunque no muy probable, que los dos se hubiesen cruzado en alguna reunión durante los años veinte. Pero sí hay indicios de que ambos tenían conciencia de los escritos del otro, en el contexto del fuego cruzado de la polémica Boedo-Florida de los años veinte. En 1925 Salas Subirat ya desempeñaba como crítico de música en Los Pensadores, luego en la revista sucedánea Claridad, ambas publicaciones siendo de la Cooperativa Editorial Claridad (CEC) y órganos de difusión del Grupo de Boedo. Sin embargo, su primerísima publicación fue en Martín Fierro en noviembre de 1925 ("Fitelberg en el Colón"), nota en que Salas compara los estilos de dos directores de orquesta, Ernst Ansermet y Grzegorz Fitelberg, con gran desventaja de éste último: "Fitelberg tiene un cerebro privilegiado, pero Ansermet, además, tiene algo muy misterioso que sale de su corazón y se incorpora a la música" (1925: 184c). Abunda en clichés románticos y piadosos que se avienen muy mal con la estética vanguardista que se estiliza en Martín Fierro. En ese mismo número Marechal publica un poema donde escribe con lúdico desparpajo: 

    

BA-TA-CLAN

Unas tijeras cleptómanas han fabricado este 'quillango' musical.

[.]

Mingitorio para nuestras hinchadas vejigas de seriedad.

El mundo se ha fabricado un cocktail de ruido, color y movimiento, para estimular su hambre de vida!

Hacemos un paréntesis musical en esta desabrida tristeza de Bar Automático. (1925: 180c)

 

Los versos citados son los que abren y cierran el poema. Salas Subirat, como veremos, se habrá fijado en el título y reaccionado ante la falta de seriedad del poema marechaliano, que representa todo lo que en el vanguardismo le objeta la ideología boedista.[3]

En 1927 el centenario del nacimiento de Beethoven genera una mini-polémica que pone de manifiesto las diferencias estéticas que oponen Boedo a Florida; por un lado, la propuesta de un "arte social, revolucionario políticamente, apegado en lo estético a las formas tradicionales" (Candiano y Peralta 166; énfasis en el original) contra, por otro lado, el vanguardismo declaradamente a-político que busca la innovación formal. El 28 de marzo de 1927, Martín Fierro se declara beligerante en su editorial "Beethoven y nosotros": "Si creemos que en su arte hay algo que debe morir, lo matamos sin compasión. Somos su posteridad, y debemos juzgarlo despiadamente" (Güiraldes 315a). Parece una réplica a A cien años de Beethoven, publicado por Tor una semana antes, que Salas Subirat se anima a escribir en loa del "músico máximo que ha tenido el mundo" (citado en P 148); ensayo cuyo punto de partida, según la lectura de Petersen, "es, justamente, el cuestionamiento de los que desdeñan la grandeza de Beethoven. Le irrita especialmente la actitud desafiante de la vanguardia" (P 145). Rechazando la "nueva sensibilidad" y "la reivindicación culta de la jazz-band" (P 149), Salas Subirat parece apuntar directamente a los escritos de Marechal: "La alegría del jazz-band, del bataclán, buena para el 'week-end' de los banqueros y oficinistas de Wall Street, es la más fácil que existe, porque no es la verdadera alegría" (citado en P 148; énfasis mío). Ocurre que, además del ya citado poema "BA-TA-CLAN", Marechal había publicado el año anterior en Martín Fierro otro poema titulado, justamente, "Jazz-band" que celebra todo lo que ofende a Salas Subirat: "Jazz Band! Caja de sorpresa, cuyo muñeco versicolor golpea las narices incautas de la seriedad" (1926: 198a). Poco después, en agosto de 1926, un dibujo de Marechal titulado "Jazz-band" figuró en Valoraciones, otra nueva revista.

Marechal, por su parte, parece tener presente aquella polémica en torno a Beethoven en Adán Buenosayres cuando hace declarar al astrólogo Schultze: "---¿Beethoven? Un guitarrero sordo. ¿Grieg? Un acordeón de arrabal. Han puesto vaselina en el oído humano, ¡un oído hecho para la música de las esferas!" (AB 210). Claro que, hipérbole mediante, el pasaje se mofa más de la actitud martinfierrista que de la boedista, pues el novelista Marechal ya no toma partido en la antigua polémica Boedo-Florida. Lo importante es que sí se acuerda de la escaramuza Beethoven, lo cual sugiere que Marechal muy probablemente tuviera conciencia del libro de Salas Subirat.

 

El "Grupo de La Continental"

Por otra parte, Marechal conocería al menos de nombre a los escritores que Petersen llama "el 'Grupo' de La Continental" (P 47-50), que a mediados de los 20 incluía a César Tiempo (Israel Zeitlin), Álvaro Yunque, Luis Emilio Soto, Aristóbulo Echegaray, Gustavo Riccio, Juan Mascarenhas, o sea, a "casi todos los miembros fundadores de Boedo" (P 50). Salas Subirat había entrado a La Continental Compañía de Seguros en 1919, y allí lo conoció César Tiempo, quien sería "la principal cuña de Salas Subirat en la escena literaria porteña" (P 48) y quien, al entrar a su vez en 1924 a La Continental, ya conocía a Raúl Scalabrini Ortiz (P 49). Con Scalabrini - el petiso Bernini en Adán Buenosayres y muy amigo de Marechal - se cierra el círculo de una posible conexión personal, aunque fuera un conocimiento indirecto, de oídas.  

Pero el detalle de la compañía empleadora de ambos hombres no es menor: el negocio del seguro crecía en la Argentina, y en el continente entero, durante los años 20 y más allá, y La Continental era una compañía pujante que iba a ser poderosa (todavía lo es hoy). El régimen laboral permitía suficiente flexiblidad como para atraer a varios "jóvenes de origen humilde con aspiraciones intelectuales" (P 30), lo que le convenía a la ambición literaria del joven Salas Subirat, que para 1924 ya publicaba su primera novela (olvidada), La ruta de miraje. No sorprende pues que La Continental fuera un foco de escritores boedistas, aunque no deja de ser una ironía que aquellos izquierdistas piadosos anidaran justamente dentro de uno de los grandes negocios capitalistas, la industria aseguradora.

Salas Subirat empieza a trabajar para La Continental a la edad de 19 años y pasará allí la mayor parte de su vida laboral; a más o menos la misma edad Don Ecuménico, según relata él, "entré con bastante ímpetu en la edad viril. Circunstancias fortuitas me llevaron a ser un corredor de seguros, oficio azaroso en el que hice carrera" (AB 734; énfasis mío); es empleado de la Compañía de Seguros (AB 741) y no abandona la carrera hasta muy avanzada su eventual metamorfosis en insecto lepidóptero. Don Ecuménico trabaja para la Compañía por antonomasia de la gran industria rectora de la economía capitalista; resulta que la yuxtaposición de "seguros" y "azaroso" en la escueta descripción que hace el corredor de su oficio es más que una ironía gratuita: la industria aseguradora aspira a domesticar, acorralar el azar. Compite con el tradicional Dios que dispone, el mismo que, en palabras de Don Ecuménico, "tan fácilmente construía y desbarataba las cosas de este mundo" (AB 736).[4]

 

Dos lectores voraces, dos destinos

Además de compartir el mismo oficio de vendedor, Salas Subirat y Don Ecuménico tienen en común un desbordante afán de lectura, una angurria enciclopédica. Este rasgo, desde luego, es el que lleva al personaje marechaliano a su extravagante metamorfosis. Por su parte, Salas Subirat, interrumpida su educación formal a los doce años, fue un ávido consumidor de la producción de una vasta industria editorial de "Bibliotecas" de la que fue pionero a principios del siglo XX la Biblioteca de La Nación. Eran colecciones de libros de bajo precio sobre "una vastísima gama de temas, de la que difícilmente haya algo excluible" (P 35). Petersen insiste en "la inagotable hambre" de ese "verdadero adicto a la lectura, que no tenía mayores filtros éticos o estéticos: leía básicamente todo lo que caía en sus manos" (P 182). Don Ecuménico, por su parte, deja entender que fue un lector precoz que llega al final de su infancia "sin otro bagaje que mi atildada letra y muchos conocimientos inútiles" (AB 732); luego, una vez entrado en la Casa de los Libros, "yo empecé a devorarlo todo", es decir, "la novela, el teatro, la poesía", antes de abordar la literatura de "lo Abstracto" (AB 738).

Es aquí donde parece acabar la cuasi coincidencia de los caminos de Salas Subirat y de Don Ecuménico. El destino del primero será acometer la lectura en el inglés original y luego la traducción del Ulises de James Joyce; el del segundo será librar una pelea con "el Eterno" (738), desafiar a Dios. Dos aspiraciones a conquista que son aparentemente de índole diversa. En el primer caso, según la hipótesis de Lucas Petersen, se trata de

una apuesta más por la superación de las propias limitaciones, por la consecución de un proyecto autodidacta del que muy tempranamente [Salas Subirat] se había mostrado orgulloso. Joyce era el final de ese trayecto, el non plus ultra de su aprendizaje. Desde joven, Salas no solo había sido un lector voraz, también era un lector extremadamente curioso que no desechaba nada hasta haberlo experimentado. Esa característica personal fue la que lo llevó a Marinetti y a Honegger, por ejemplo. Salas no se iba a permitir no conocer todo aquello de lo que se hablaba. ¿Y qué era eso de lo que hablaba todo el mundo desde 1922? De Joyce. (P 227)

 

En el caso de Don Ecuménico, la apuesta se presenta en términos teológicos. Lo que es para Salas abordar el Ulises de Joyce, es para Don Ecuménico librar una lucha con la Divinidad "de armas desiguales pero embriagadora en su misma desproporción" (AB 741); el non plus ultra para el primero es conquistar ese Everest libresco que es la gran novela de Joyce, para el segundo habérselas, en la Casa de los Libros, con "el Viejo de Arriba" (AB 741). Si Petersen pregunta: "¿Cómo llega Salas Subirat, ese empleado de una compañía de seguros,... a dedicar horas y horas de su vida fuera de la oficina, fuera de la familia, a extraviarse en el laberinto joyceano?" (227), podríamos preguntar a nuestra vez: y ¿cómo llega Don Ecuménico -"¡[u]n triste corredor de seguros!" (742)- a dedicar todas sus horas libres a devorar literatura metafísica, a extraviarse en la "siniestra" Casa de los Libros? Lo llamativo es que Don Ecuménico vuelve a recordar su oficio comercial precisamente en un momento celebratorio, riéndose y contrastando su condición de "triste corredor de seguros" con la magnificencia de su engañosa "victoria" sobre el Viejo de Arriba. Como si su supuesto triunfo metafísico fuera una especie de revancha por su poco gloriosa condición en el mundo de los hombres.[5]

 

Autor de El seguro de vida (1944) y traductor del Ulises (1945)

Salas Subirat, por su parte, lejos de considerarse un "triste" corredor de seguros, abrazó con energía su oficio; es más, llegó a redactar El seguro de vida. Teoría y práctica. Análisis de la venta, publicado en 1944 por la editorial Anaconda como primer libro de una serie titulada -casi cacodélphicamente- "Biblioteca de Conocimientos y Actitud Mental". Salas Subirat adopta la retórica de La Continental Compañía que presenta la causa del seguro de vida como una misión y al vendedor como un cruzado (P 202). Da rienda suelta a la boedista predilección pedagógica utilizando "un estilo didáctico, ameno y ejemplificador" (P 200) y apelando "sin reparos a una erudición alimentada en una biblioteca más que ecléctica y también a una memoria prodigiosa" (P 202)[6]. Pregona "una suerte de ética del trabajo y una épica de los logros a los que puede aspirar un hombre pequeño que no se resigne en la 'lucha por la vida'. Salas se muestra implacable con el potencial lector: sus fracasos solo se deberán a la pereza y la autoindulgencia" (P 201). En síntesis, el libro no solo explica el negocio del seguro de vida sino que también funciona como un "manual del perfecto vendedor" (P 203) y como un libro de autosuperación. Don Ecuménico comparte esa ética individualista y autosuperadora; no se deja vencer por su transformación en gusano sino que lucha por superar el trance: "Con todo, no entraba en mi cálculo permanecer allí como una ostra: sucediera lo que sucediese, yo tenía que despabilarme y tornar a mis estudios. ¡Arriba, pues, Ecuménico! ¡A la obra!" (AB 744)[7].

El seguro de vida conoció un éxito "arrasador" en la Argentina y fue adoptado por otros tipos de vendedor (P 203).  Por eso es más que probable que Marechal tomase conciencia de la publicación, sobre todo después de publicado, al año siguiente, el Ulises traducido por Salas Subirat. De ser así, no es descabellado suponer que el oficio de Don Ecuménico, al igual que el cruzado Salas Subirat, sea el de corredor de seguros de vida.

En todo caso, lo cierto -y lo asombroso- está en la casi coincidencia temporal de la publicación de El seguro de vida (1944) y la traducción del Ulises (1945). Durante los cinco años (1940-1945) que dedicaría Salas Subirat a traducir la novela de Joyce, mantuvo su vida laboral en el negocio asegurador, así como Don Ecuménico durante su lucha en la Casa de los Libros[8]. ¡Y encima escribía sus propios libros!

También en eso mismo reside lo escandaloso. A los mandarines culturales rioplatenses no les hizo ninguna gracia que un triste corredor de seguros, un escritorzuelo ex-boedista, tuviese la temeridad de acometer al gran monumento novelesco de Joyce. Como comenta Beatriz Sarlo acerca del proyecto escritural borgeano, éste consistía no sólo en "diferenciarse de los 'humanitaristas', practicantes de una literatura de mal gusto, referencial y proclive a las intervenciones ideológicas más directas", o sea de los boedistas, sino también "de esos autores que, recién llegados a la cultura, con orígenes no tradicionales y una lengua insegura, no eran traductores [como lo era Borges] sino lectores de traducciones: marginales sociales y marginales del campo intelectual" (1988: 47-48; subrayado mío). Inopinadamente, Salas Subirat invertía los papeles, incursionaba en territorio vedado, haciéndose no sólo traductor sino traductor de una obra cumbre de la alta cultura. En su reseña del Ulises de Salas Subirat, Emir Rodríguez Monegal, ya reclamando para sí la función de gatekeeper literario que ejercerá con gran imperio desde Estados Unidos, califica a la traducción de "mediocre". Los conocimientos del inglés que tiene Salas Subirat, dice, "son poco notables"; pero el Cerebero uruguayo delata su ansiedad por restablecer las jerarquías cuando añade que "Salas Subirat -es forzoso confesarlo- tiene un conocimiento apenas corriente del castellano" (1946: 15). La torpeza crítica de Monegal[9] es significativa: se le escapa la dimensión verdaderamente interesante de la hazaña traductora de Salas Subirat, la cual reivindicará décadas más adelante escritores como Juan José Saer y Carlos Gamerro.  

Borges, por su parte, le dedicó en 1946 una parsimoniosa "Nota sobre el Ulises en español". En otra parte, he sostenido que la nota de Borges quiere intervenir, en código, en la coyuntura político-ideológica que vive Argentina en aquellos momentos álgidos (Cheadle 2014: 73-75). Por eso declara que su intención "no es acusar de incapacidad al señor Salas Subirat cuyas fatigas juzgo beneméritas": las fallas de su traducción deben achacarse al "neolatino" idioma español por ser "singularmente inapto" (Borges 1946: 9). Sin embargo, tiene razón Petersen al señalar que la crítica de Borges "fue en términos generales negativa" (P 268) que Petersen resume así: "Salas acierta solo en frases relativamente sencillas y fracasa en aquellas en la [sic] que la transposición lineal es insuficiente" (P 269). La frase que disculpa a Salas Subirat es "[f]alsamente cortés" (P 268). Es cierto: en privado, y más adelante en público como cuenta Juan José Saer, Borges decía que la traducción de Salas Subirat "era muy mala" (citado por Saer 2004: n/p).

Lo que a estos críticos se les escapa, con estrepitosa flagrancia a Monegal pero también a Borges, es la dimensión más lograda de la traducción de Salas Subirat. Carlos Gamerro lo expresa así:

[E]l Ulises original está escrito, no en una lengua o dialecto, sino en la tensión entre una variante desprestigiada (el inglés de Irlanda) y otra dominante (el inglés británico imperial): relación que puede compararse, aunque no homologarse, a la que existe entre el español de España y el de los demás países de habla hispana... [L]a versión de Salas Subirat, que reproduce en todas sus imperfecciones el tironeo del original. Vacilante, políglota, revuelta: esa es la fricción que enciende el inglés del Ulises, y que hace que el español de nuestro Ulises criollo posea una vitalidad parecida. (Gamerro 2008: 19)

 

Juan José Saer ya se había entusiasmado con otro aspecto de la dimensión lingual:

 

el río turbulento de la prosa joyceana, al ser traducido al castellano por un hombre de Buenos Aires, arrastraba consigo la materia viviente del habla que ningún otro autor -aparte quizá de Roberto Arlt- había sido capaz de utilizar con tanta inventiva, exactitud y libertad. La lección de ese trabajo es clarísima: la lengua de todos los días era la fuente de energía que fecundaba la más universal de las literaturas. (Saer 2004: n/p)

Gamerro habla de la lucha (pos)colonial por el prestigio cultural a nivel internacional, Saer con su alusión a Arlt se refiere a otra lucha hegemónica, no internacional sino intrasocietal, pero las dos están relacionadas: se trata de la emergencia de un nuevo sentido de identidad nacional, de la mano de una nueva sociedad argentina fuertemente inflexionada por los hijos de inmigrantes. En resumen: Gamerro y Saer aprecian la escritura de Salas Subirat por su fricción lingual "vacilante, políglota, revuelta" que asemeja un "río turbulento" de "la materia viviente del habla". Compárense tales apreciaciones con esta otra:

algo de cataclismo signa el entero decurso [de este libro]... Muy pocas veces entre nosotros se había sido tan valerosamente leal a lo circundante, a las cosas que están ahí mientras escribo estas palabras, a los hechos que mi propia vida me da y me corrobora diariamente, a las voces y las ideas y los sentires que chocan conmigo y son yo en la calle, en los círculos, en el tranvía y en la cama... [El autor] vuelca rapsódicamente las maneras que van correspondiendo a las situaciones sucesivas, la expresión se adecúa a su contenido.

 

Son palabras que Julio Cortázar escribió en 1949 en su reseña de Adán Buenosayres (1977: 26). Se diría que Gamerro y Saer por un lado y Cortázar por otro hablan de obras hermanas, de proyectos literarios gemelos, cuya significancia es parecida. Petersen no duda en aseverar: "El Ulises de Salas Subirat es un monumento de la literatura argentina, una obra crucial en su desarrollo" (P 319). Otro tanto, con igual justicia, puede decirse -ya lo anunciara Cortázar- del Adán Buenosayres.[10] Nótese que Petersen ya no habla de la traducción del Ulises sino de "el Ulises de Salas Subirat" a secas. La elipsis es significativa: la obra que para la mayoría hispanohablante era un mito distante, un castillo aureolado de misterio y prestigio, de repente se hace real: en efecto, la traducción desplaza al original. Un triste corredor de seguros, un lector y escritor de la Editorial Claridad, ha invadido el castillo haciéndolo suyo.

     Sobre la importancia del Ulises de Salas Subirat, Gamerro es elocuente:

 

Cuando de una obra como el Ulises se trata, la traducción forma parte de la historia de la literatura y la lengua del país huésped, tanto como la propia. En la literatura argentina del siglo pasado la huella del Ulises puede rastrearse en las lecturas y traducciones parciales de Borges, en la rabia de Arlt que no podía leerlo, en el primer Ulises porteño (el Adán Buenosayres de Marechal)... La versión de Salas Subirat es entonces parte de nuestra historia literaria. (2004: 18)

 

Valiéndose de un concepto lato de la traducción, Gamerro implícitamente pone casi en pie de igualdad categorial al Adán como "el primer Ulises porteño" y a "la versión de Salas Subirat" ("nuestro querido y pionero Ulises criollo", dice de la traducción en la página siguiente). Son dos "traducciones", dos apropiaciones de la revolución narrativa joyceana que conlleva, según una lectura poscolonial del Ulises, un proyecto político-cultural de afirmación nacional, de la colonia que era Irlanda y de la neocolonia argentina, según entendía la situación una gama de nacionalismos, tanto el católico como el de Scalabrini Ortiz y FORJA. 

Ahora bien, recordemos la cercanía temporal con que irrumpen en escena ambas obras. El "Ulises criollo" sale en 1945, el "Ulises porteño" (el Adán) en 1948: dos libros monumentales, hermanos y por eso mismo rivales. Marechal empezó a escribir su Adán estimulado por el Ulysse en francés. Admiraba abiertamente al irlandés: su Ulysses era un monumento que serviría de inspiración a futuros escritores (Marechal 1998: 302); en primer lugar a él mismo. Sin embargo, una cosa es admirar a un escritor extranjero y mayor, muy otra apreciar a un contemporáneo de su propio medio, sobre todo tratándose de un don Nadie -un triste corredor de seguros- al lado de un prestigioso poeta, un escritor consagrado y premiado como Marechal. Mirada la coyuntura desde esta perspectiva, el silencio público de Marechal sobre el Ulises de Salas Subirat no sorprende en absoluto. Tampoco sorprende que en Cacodelphia condene, por muy burlesco que sea el castigo, al traductor del Ulises criollo. Con Adán Buenosayres Marechal se apropia de la revolución narrativa que realiza la novela de Joyce, argentinizando Ulysses. Salas Subirat hace otro tanto traduciéndola directamente.

 

La siniestra Casa de los Libros y su Bibliotecario que Miraba desde Brumosas Lejanías

El cuento intercalado de Don Ecuménico tiene una puesta en escena burlescamente Gothic, como si fuera un cuento de fantasmas en modalidad paródica. De la hipótesis que vincula al protagonista, Don Ecuménico, con José Salas Subirat, se desprende otra corolaria: la "siniestra" Casa de los Libros correspondería a la Cooperativa Editorial Claridad (CEC) y su "Bibliotecario" a Antonio Zamora (1896-1976), que fundó la CEC en 1922 siguiendo como modelo al movimiento francés, Clarté, que aspiraba a ser "una enciclopedia viva" y "una gran universidad" (Ferreira 80). Zamora ambicionaba lo mismo, según expresó en sus propias palabras: "Yo concebí que una editorial no debía ser una empresa comercial, sino una especie de universidad popular" (citado por Ferreira 1998: 98; énfasis mío). Sus ediciones de bajo precio, al alcance de los impecunes, se reunían en colecciones denominadas "Bibliotecas".[11] Un socialista que se imponía un alto criterio ético, Zamora era de comportamiento severo y de semblante adusto e inexpresivo, características que Marechal, en boca de Don Ecuménico, exageraría al pintar al Bibliotecario -"aquel hombre fatal, aquel hombre ininteligible, aquel hombre absurdo"- de esta manera:

 

Era un hombre sin edad calculable y sin filiación discernible, un hombre rigurosamente neutro del que nada se hubiera podido afirmar o negar: lo envolvía el hondo pero tranquilizador silencio de los vegetales; no exteriorizaba jamás emoción alguna; parecía que sus ojos húmedos y fríos rodasen blandamente sobre las cosas, ¡ay!, blandamente y sin penetrarlas, como se desliza un arroyo sobre guijarros. (AB 739)

 

A Zamora le venía bien el seudónimo que utilizaba a veces: "el Azteca", al cual aludiría el mote tremendista que inventó Marechal para su "Bibliotecario que Miraba desde Brumosas Lejanías".

Otro alarde de lo Gothic paródico se da en el adjetivo "siniestra" que casi siempre califica a la Casa de los Libros.[12] Sería una alusión jocosa al nombre completo de la revista principal de la editorial de Zamora: Claridad. Tribuna del Pensamiento Izquierdista. La "siniestra" Casa de los Libros explotaría la doble acepción del calificativo para significar, en una broma típica del "Parnaso satírico" martinfierrista, la Casa de la Izquierda Literaria, es decir, la sede de la CEC.[13]   

La empresa editorial de Zamora gozó de mucho éxito porque sabía interpelar a un nuevo público compuesto de lectores ávidos por adquirir capital simbólico y cultural: "construir un nuevo público", "disputar el público de cultura de masas", "sentarse sin permiso en el banquete de la cultura", en fin, "[a]propiarse del capital simbólico y redistribuirlo. Ese era el proyecto" (P 161). La CEC se dirigía a "un lector 'formable'... el mensaje cultural podía convertir al lector también en un 'pensador'" y "fomentar al autodidactismo" (Ferreira 1998: 90, 91)[14]. Y José Salas Subirat era un avatar del mismo: "lector modélico de la editorial Claridad", dice Petersen, y "casi el arquetipo de ese público al que buscaban seducir, de origen humilde, inmigrante, que se había hecho a sí mismo desordenadamente" (P 160). La misma descripción le calza perfectamente a Don Ecuménico, quien, solapadamente acuciado por el Bibliotecario, persiguió su camino de autodidacto hasta sus últimas consecuencias.[15]

 

Respuesta al "cabezazo" joyceano a la literatura

Al redactar su reseña del Ulises de Salas Subirat, Rodríguez Monegal hace notar que "[u]na propaganda cuidadosa preparó al lector" para la "traducción más esperada del año [1945]" (1946: 15). Ese mismo año Santiago Rueda sabiamente publicó en traducción española James Joyce, el hombre que escribió el Ulises, de Herbert Gorman. El año anterior, 1944, sacó una reedición ¿Quién es Ulises? de Carl Jung, con el pregonero subtítulo: Con una carta de James Joyce y Una extraordinaria sentencia judicial. Tanto a Gorman como a Jung se refiere Juan Jacobo Bajarlía en su "cursillo sobre poesía moderna y de vanguardia, dictado con cierto éxito a mediados de 1945, en una cátedra libre" (1946: 1) que al año siguiente publicará la editorial Araujo. Su texto se lanza con una profecía vaga y grandilocuente:

 

Algún día se denominará a nuestro siglo el siglo de Freud. Y cuando esto acontezca, el hombre sabrá que hubo seres audaces que descendieron a los abismos del alma para estudiar su topografía y decir al mundo de qué substancia era la materia que mantenía al ser humano. Será el siglo de Freud en dos o tres períodos. En el primero de ellos tendremos el psicoanálisis o la desintegración de los viejos elementos psicológicos. En el segundo, conocida como la psiquis, contaremos con la energía atómica o desintegración de la materia. Espíritu y materia, luz y oscuridad, el hombre competirá con las fuerzas del más allá y mostrará los hitos de su victoria. Llorará y reirá. Enarbolará los pendones y se adormecerá con los cánticos del Ulises o del Work in progress, sin penetrar el sentido inconexo de sus notas. (13; el primer subrayado de Barjalía)

 

Es difícil no encontrar un eco del segundo subrayado, que es mío, en el ya aludido pasaje cacodelphiano: "¡Bravo, Ecuménico! ¡Duro con el Viejo de Arriba!" (AB 741) y en seguida: "¡Ecuménico, ríete! Y, sentado en el sillón frailero, río yo a carcajadas, río largamente, hasta llorar y moquear de risa. ¡Qué victoria, Ecuménico! ¡Un triste corredor de seguros!" (AB 742).

Este párrafo inicial de Bajarlía inicia su discusión del Ulises, que será extensa, más ambiciosa que coherente y cuyo tono vacila entre horrorizado y admirativo. Respecto de la famosa reinterpretación que hiciera Stephen Dedalus de la doctrina tomista del arte, Bajarlía comenta: "El pensamiento es un feroz cabezazo para la literatura. La esencia aristotélica, muy mal interpretada, se amengua con tal afirmación. Pero de cualquier manera, la frase es ya - con once años de anticipación - el programa del 'Ulises'" (16; subrayado de Bajarlía).

Bajarlía y Marechal iban a congeniarse,[16] y a juzgar por el eco textual señalado arriba, parece muy probable que Marechal se fijara en 1945 o 46 en el comentario del joven Bajarlía sobre Ulises, incluyendo su elogio de la traducción de Salas Subirat.[17] Y que se sintiera llamado a responder al "cabezazo" joyceano, o quizás al que pegó al mundo literario argentino José Salas Subirat, corredor de seguros, autor de El seguro de vida y traductor del Ulises. También a éste era necesario contestar.

 

Conclusión: Don Ecuménico contra Adán Buenosayres

El relato de Don Ecuménico es algo más que una fabulita piadosa sobre el pecado de la soberbia que se manifiesta en la lectura excesiva y enciclopédica. Este personaje marechaliano resulta ser otra figura clave de esa gran novela que de alguna manera reflexiona sobre los grandes vectores que incidían en la historia cultural (inclúyase la literaria) y político-social de la Argentina de la primera mitad del siglo XX. Un dibujo posible de aquellos vectores, tales como se perfilan en el Adán, puede postularse, muy escuetamente, de la manera siguiente.

El año 1922 en Buenos Aires se fundan dos instituciones: la Cooperativa Editorial Claridad (CEC) y los Cursos de Cultura Católica (CCC), sedes formales de sendos proyectos político-culturales de ambición ecuménica, éste bajo el signo de la Iglesia Católica y aquél bajo el del marxismo más lato, los cuales en el desarrollo de las décadas siguientes se trenzarán de forma turbulenta para confluir en el peronismo.[18] En el mismo año 1922 se publica Ulysses de James Joyce, acontecimiento literario cuyas repercusiones llegan muy pronto a Buenos Aires; su novela en cuanto símbolo cultural actuará como una suerte de comodín en las revueltas aguas ideológicas de las décadas 30 y 40 (Cheadle 2014: 57-59). Adán Buenosayres será el héroe proyectado por los CCC con su programa conservador y religioso, mientras que Don Ecuménico, "monstruosa criatura" (AB 727), representará el producto del proyecto CEC, es decir, al autodidacta guiado por el ideario anticlerical, progresista y moral[19] de aquella "universidad popular" que con bastante éxito realizaba Antonio Zamora. Desde el punto de vista de Marechal, católico pero también peronista, tendría cierta lógica que un hombre como Don Ecuménico llegase a traducir la gran obra del renegado católico irlandés, que Marechal admira aun cuando discrepe con su "alarde blasfematorio" (1994: 302). La ambivalencia de Marechal ante el Ulises se refleja en el curioso tironeo que se produce entre Adán y Don Ecuménico.

Tanto al inicio como al final del episodio, la ecuanimidad del astrólogo Schultze y de Samuel Tesler ante "la monstruosa criatura" se contrasta con las reacciones horrorizadas de Adán, cuya subjetividad tiñe la descripción de Don Ecuménico. A Adán le perturba particularmente el nombre "Ecuménico" por "desusado" y "de un arcaísmo sin maldad alguna" (AB 727). Vuelve una y otra vez al nombre molesto: de "un insecto parlante, aunque se llamara don Ecuménico" pasa a referirse unos reglones después, escandalizado, al "mariposón risible [que] se atribuyera un nombre arcaico hasta la oxidación" (AB 728). ¿A qué se debe ese malestar que va en aumento, ocasionado por un nombre de fuerte resonancia eclesial?[20] Según interpreta Graciela Coulson:

En realidad, toda la historia de don Ecuménico es una versión negativa de la vida de Adán. La infancia de este personaje se inspira en la de Marechal. También es paralela a la de Adán, sólo que frustrada, la vocación espiritual de don Ecuménico. La búsqueda del Absoluto es equivalente a la de Adán en el sentido peyorativo: el error está en guiarse no por la Amorosa Madonna, dulce luz emanada del Espíritu, sino por la fría luz de la razón y la muerta 'letra' de los libros. (Coulson 1974: 90).

 

Por su parte, Valentín Cricco et al no solo ven paralelos entre Don Ecuménico y Adán sino "una isotopía textual que vincula a Adán con Don Ecuménico, identificándolos" (1985: 172). Javier de Navascués, en su pormenorizado y muy útil estudio narratológico, discrepa con esta "completa identificación, justificada sólo por la vía autobiográfica, entre los dos personajes" (1992: 193). Tiene razón: a pesar de lo mucho que tienen en común, Adán Buenosayres no es Don Ecuménico. Cricco y sus colaboradores, presos de una suerte de vértigo teórico, enuncian una frase sibilina que, sin embargo, conlleva dos palabras clave: "Adán Buenosayres -inconsciente colectivo o texto social- adopta la figura de Don Ecuménico, abejón, gusano o monstruo alado que el narrador, indeciso, no atina a clasificar" (1985: 171; énfasis mío). Evidentemente, Adán no adopta sino que rechaza con cierta violencia a Don Ecuménico. Pero sí es cierto que Adán en cuanto narrador no atina a entender a su contrincante; intuye oscuramente que de alguna forma el bicho alado es a la vez él y su rival, y que ambos son avatares de respectivos proyectos para la colectividad social, dos proyectos rivales pero no totalmente contradictorias entre sí. Adán Buenosayres aspira a encarnar una suerte de conciencia profética de su ciudad y su país, como su modelo literario Stephen Dedalus, el joven artista irlandés imbuido de tomismo y cultura católica. Por engreído e inmaduro, Stephen no es capaz de comprender cabalmente al judío Leopold Bloom, humilde corredor de anuncios y everyman moderno. Don Ecuménico, en otro contexto y de otra manera, también está contaminado de una dosis de otredad, representativa de una formación social y nacional en vías de emergencia, que supera la comprensión del prejuicioso Adán con su pacatería anacrónica. Por eso Adán censura en lenguaje moralizante, reactivamente, una y otra vez, al otro "monstruoso". Esta actitud la compartiría, hasta cierto grado, su autor Marechal en cuanto católico y "metafísico". Sin embargo, Adán tendrá que morir por su falta de comprensión: así decreta el sabio novelista que, al fin y al cabo, es solidario con un trascendente proyecto popular y nacional, por imperfecta que sea la forma en que se realice.

 

* Norman Cheadle es traductor de Adam Buenosayres (Montreal: McGill-Queen's University Press, 2014) y autor de varias publicaciones sobre Leopoldo Marechal, desde The Ironic Apocalypse in the Novels of Leopoldo Marechal (Támesis, 2000) hasta "Ulysses in Buenosayres: Leopoldo Marechal's Encyclopedia Argentina." James Joyce Quarterly 55.1-2 (2017-2018): 135-151.

Bibliografía

(NOTA: La sigla MFF se refiere a la edición facsimilar de la Revista Martín Fierro 1924-1927 prologado por Horacio Salas)

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[1] Debido a la preponderancia de referencias a la novela Adán Buenosayres, las citas parentéticas se indicarán por la sigla 'AB'. Asimismo, las citas a la biografía de José Salas Subirat, por Lucas Petersen, se indicarán por 'P'.

[2] En su edición crítica de la novela, por la cual se cita en este ensayo, Javier de Navascués ha proporcionado mucha información nueva sobre el origen real de muchos personajes, sobre todo en Cacodelphia.

[3] Más adelante, en 1927, publica en Claridad una "Carta abierta al director de la revista Martín Fierro" en la que polemiza, ironía mediante, con Evar Méndez y su nota "Ansermet, La Sociedad Cultural, la Orquestal, Hadley" .

[4] Según la escueta definición de Ericson y Doyle: "El seguro es una tecnología moral de responsabilidad que cuantifica y mercantiliza los compromisos bajo todo aspecto de suscripción, seguridad preventiva e indemnización" (6; traducción mía). Ian Hacking, citando la Encyclopedia Britannica (1911), nota que es "una institución peculiar del mundo moderno" (26; traducción mía).

[5] En otro momento celebratorio, al hallarse solo en la Mansión, exclama: "¡Qué proporciones de leyenda, qué tintes mitológicos adquiría ese pobre corredor de seguros que se llamaba Don Ecuménico!" (AB 744); y más adelante: "¡don Ecuménico, el ex corredor de seguros, se había transformado en una hermosa bestezuela de cuerpo vermiforme" (AB 745). No nos deja olvidar cuál es su oficio.  

[6] El afán pedagógico está satirizado en Don Ecuménico, cuyo tono Adán califica de "pedantesco, irritante o engolado de suficiencia" (AB 728) y a su voz de "chillona, pedantesca, insufrible" (AB 742).

[7] Graciela Montaldo señala en el proyecto de la CEC la importancia del esfuerzo de parte tanto del editor como del lector: "Esfuerzo que voluntarismo por educar y ser educado" (1987:49).

[8] "Mis incursiones a la Mansión de los Libros comenzaron por ser vespertinas y me llevaban las horas de la tarde hasta el anochecer: por la mañana recorría yo los viveros de mi clientela, volaba después a la oficina, registraba el fruto de mi trabajo y me hacía perdiz hasta la mañana siguiente. Aunque mi nuevo estilo de trabajar no fuera muy ortodoxo, resultaba yo demasiado hábil aún en el oficio como para que se alarmara la Compañía: el volumen de mis negocios era normal, y nadie se preguntó qué hacía don Ecuménico fuera de sus horas útiles" (AB 740).

[9] Comenta Petersen: "Intriga del comentario de Monegal que los ejemplos que da del supuesto 'conocimiento apenas corriente del castellano' de Salas Subirat son una expresión [debe de ser] y una palabra [hesitación] que no salen de la norma. En este caso, hay más una torpeza del crítico uruguayo que del traductor que cuestiona" (P 270).

[10] "La aparición de este libro me parece un acontecimiento extraordinario en las letras argentinas... [Por] [s]u resonancia sobre el futuro argentino... Adán Buenosayres constituye un momento importante en nuestras desconcertadas letras... como una fuerza viva, como enérgico empujón hacia lo de veras nuestro" (Cortázar 1977: 23, 30-31).

[11] Carmen Rodríguez Martín destaca los ejemplos siguientes: la Biblioteca Cosmos, la Biblioteca Teosófica, la Biblioteca Científica, las de Teatro Contemporáneo, Teatro Nuevo y Teatro Popular, la de Novelas de Aventuras, la Colección Claridad.

[12] El sintagma "Casa de los Libros" ocurre cuatro veces; tres veces va calificada de "siniestra".

[13] Si bien parece probable que Antonio Zamora sea el modelo del Bibliotecario que Miraba desde Brumosas Lejanías, menos clara es la cuestión de la Mansión de los Libros. El local de la CEC "constaba de seis grandes salones con capacidad de 500 personas... [E]n el primer piso, al cual se accedía por una escalera alfombrada, estaban las oficinas de Zamora y la Administración. Tanto su oficina, como el hall de entrada, era un ambiente que invitaba a la lectura, con amplias bibliotecas que alojaban las obras editadas por Claridad muy bien encuadernadas... Allí también funcionó el 'Ateneo Claridad', donde se llevaron a cabo... conferencias de extensión universitaria, exposiciones de arte, conciertos, presentación de libros y reuniones políticas" (Ferreira 1998: 104), éstas últimas, claro está, de tendencias izquierdistas. Dos detalles más llaman la atención: "Asimismo, estaba entre sus proyectos fundar una biblioteca" (104; énfasis mío); y este otro: Zamora tenía colgado de la pared de su oficina un certificado encuadrado: "Antonio Zamora. Fundador de la Editorial Claridad. Enero 30 de 1922" (104). Recordemos lo que dice Don Ecuménico respecto del Fundador de la siniestra Casa de los Libros: "el fundador y donante de aquella especie de Instituto había reunido allí volumen tras volumen, llevado por una extraña pasión que tal vez fuese la del genio, o quizá la del avaro que amasa estúpidamente su tesoro, o acaso la del hombre vacío que llena sus horas con maquinales gestos de coleccionista. El busto del Fundador, por otra parte, decoraba el hall de la biblioteca; y puedo asegurar que ni en sus facciones marmóreas, ni en sus ojos huecos, ni en su vestidura que había respetado el escultor hasta el alfiler de corbata, pude yo descubrir si aquel hombre había sido un intelectual o un idiota"(AB 738). Parecería que Marechal desdoblase a Zamora para caricaturizarlo bajo dos aspectos: en el pasaje citado, como Fundador de la CEC; luego como director de la misma e inminencia gris de la revista Claridad.

[14] Montaldo ya había destacado el concepto del "lector formable" (1987: 61), que "debe emprender la tarea del autodidactismo" (42).

[15] Tanto Montaldo (1987: 56) como Ferreira (1998: 99) destacan la imagen de El Pensador de Rodin, que servía de logotipo en las tapas de las publicaciones de la CEC. Don Ecuménico se pinta a sí mismo en la pose de la misma imagen al recordar que de niño "permanecía sentado allí [en el umbral de su casa], solo e inmóvil, con el puño en el mentón y la mirada errabunda" (AB 731). Lo de "solo e inmóvil" lo vincula tanto a Adán Buenosayres como al Hombre de Corrientes y Esmeralda de Scalabrini Ortiz, tema que excede el marco de este trabajo. Ver Cheadle (2007).

[16] Cuenta Bajarlía que era uno de los pocos que visitaban a Marechal a su domicilio en Rivadavia 2341 todos los miércoles: "Los días miércoles eran sagrados" (1995: 37).

[17] Contra Borges, Bajarlía afirma que "el Ulises es traducible" y que "Salas Subirat ha realizado una labor titánica, ciclópea, comparable con la que Mitre llevó a cabo en la versión de la Divina Comedia" (citado en P 271). 

[18] Me refiero al lato proyecto sociocultural de la CEC y no al discurso socialista que se oponía al peronismo. El propio Salas Subirat no era peronista (P 280-281).

[19] Montaldo acota que "el discurso de estas publicaciones va a hablar desde la moral. Este dato no es ocioso sino que constituye el eje principal sobre el que despliega toda la actividad de la CEC durante tres décadas de trabajo" (1987: 42; énfasis de Montaldo).

[20] Cabe recordar que "ecuménico" era el título que tomaban los patriarcas griegos cismáticos, según la edición de 1984 del Vox Diccionario de la Lengua Española. El movimiento "ecumenista" que busca la unión de las varias iglesias cristianas encuentra en el mundo laico un proyecto análogo que hacía explícito el título de la revista Claridad. Tribuna para el Pensamiento de Izquierda. Su proyecto, observa Montaldo, "se formula desde una perspectiva de izquierda política que se caracteriza por ser democrática y no doctrinaria" (1987: 41). Otra posible conexión está en el subtítulo de la primera época de Los Pensadores: Revista de selección universal que denota "la voraz necesidad de dar cuenta de la totalidad" (Montaldo 1987: 45; énfasis mío). 

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