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Pampa (Santa Fe)

versión On-line ISSN 2314-0208

Pampa  no.7 Santa Fe nov. 2011

 

ARTÍCULOS

Procesos de territorialización de trabajadores rurales migrantes en el Alto Valle del Río Negro

 

Ana Ciarallo, Teresa Vecchia y Javier Grosso

Grupo de Estudios Sociales Agrarios. Facultad de Derecho y Ciencias Sociales Universidad Nacional del Comahue
E-mail: anacia7@hotmail.com
E-mail: gringalatere@gmail.com
E-mail: cabesso@hotmail.com

Fecha de recepción: 12 | 03 | 2010
Fecha de aceptación: 19 | 09 | 2011


RESUMEN

En las primeras décadas del siglo XX se empezó a desarrollar la fruticultura orientada a la exportación en el Alto Valle del Río Negro en el norte de la Patagonia argentina; la misma se constituyó como una economía regional generadora de flujos dinámicos de capital, mercancías y trabajadores rurales. A medida que se fueron consolidando las chacras como unidades productivas dominantes, la población trabajadora —en su mayoría migrantes chilenos y sus familias— fue formando pequeños núcleos habitacionales próximos a las explotaciones agrícolas, a orillas de los canales de riego o como barrios precarios. Desde la visión de construcción social del territorio y del reconocimiento de la centralidad del proceso social de producción protagonizado por el trabajo, analizamos los procesos de conformación de los barrios de trabajadores rurales como escenarios de reposición de la mano de obra a través del despliegue de prácticas sociales que atenúan la dependencia de los trabajadores rurales respecto de la venta de fuerza de trabajo.

Palabras clave: Territorios rurales; Migración; Procesos de trabajo; Prácticas sociales.

SUMMARY

In the first decades of the 20th century began developing export–oriented fruticulture production in the Upper Valley of the Río Negro in northern Patagonia Argentina as a regional economy, generating dynamic flows of capital, goods and rural workers. Meanwhile the farms were consolidated as dominant production units, the workforce —mostly Chilean migrants and their families— formed small neighborhoods next to agricultural units, on the banks of the irrigation canals or as slum housing cores. From the vision of “territory” as a social construction and the recognition of the centrality that plays “work” in the production of social processes, we look at the processes of construction of rural settlements as labor replacement scenarios by the deployment of complex social practices that attenuate the dependence of rural workers and their families from the sale of workforce.

Key words: Rural territories; Migration; Work processes; Social practices.


 

1. Introducción

El Alto Valle del Río Negro y Neuquén, ubicado en el norte de la Patagonia argentina, desde sus inicios se orientó a la producción de frutas destinadas a la exportación. Esto generó dinámicos flujos de capital, de mercancías y de trabajadores rurales. La migración fue una variable relevante en la construcción social de este espacio productivo. Por un lado, población de origen europeo con acceso a la propiedad de la tierra y, por otro, población oriunda de Chile que se insertó en la estructura productiva como mano de obra asalariada. Con la consolidación de la fruticultura, algunos de estos trabajadores migrantes se asentaron en la región y comenzaron a conformar núcleos de población próximos a las explotaciones agrícolas, construyendo territorios con características particulares.
Este artículo ofrece resultados de una investigación que tiene como objetivo analizar la particular configuración territorial construida por trabajadores rurales sin tierras en la cuenca frutícola de la provincia de Río Negro.1 Desde una visión de construcción social del territorio y su vinculación con el trabajo como factor organizador de estos espacios, nuestro propósito es analizar los procesos de conformación de tres barrios de trabajadores rurales seleccionados entre los cincuenta asentamientos “legales” e “ilegales” que hemos identificado hasta el momento. Los criterios de elección de estos barrios y calles ciegas suponen considerar la imbricación entre las condiciones estructurales en que estos procesos se han desarrollado y las estrategias de reproducción social de sus habitantes, en el entendimiento de que la diversidad en la disponibilidad de recursos abre posibilidades y señala límites para las prácticas sociales en un contexto relacional. Con el propósito de historizar estos territorios y articularlos con la producción “mayor”, se focaliza en las estrategias de localización desplegadas por familias de trabajadores rurales, asentadas en los barrios ubicados a lo largo de los 100 kilómetros de recorrido del canal de riego principal del Alto Valle del Río Negro.
El concepto de estrategia incorpora dimensiones múltiples en la tensión macro–microsocial, a la vez que permite comprender los comportamientos de las familias como totalidad e incorporar no sólo aspectos económicos sino también instancias ideológicas, culturales y políticas constitutivas de lo social (Hintze, 1987). En el análisis de las estrategias el foco son las familias, que producen respuestas a las condiciones estructurales que se les imponen. Sin embargo, las prácticas de reproducción social exceden el ámbito de las relaciones familiares e incluyen a las que se establecen con el barrio, con el Estado y con otras instituciones, de manera de dar cuenta del mundo de relaciones sociales y económicas en el cual están inmersos los grupos domésticos (Cariola, 1994).

2. La construcción social del Alto Valle del Río Negro como territorio frutícola

Desde principios del siglo XX la configuración territorial del Alto Valle estuvo orientada por el desarrollo de la actividad frutícola. Ya en la década del 30, y sobre la base de la especialización en el cultivo de manzanas y peras, se encontraban delineados los trazos fundacionales de dicha configuración: la infraestructura de riego y el trazado del ferrocarril, obras que se transformaron en los disparadores del nuevo dinamismo regional. Las primeras décadas de expansión de la actividad frutícola —1930 a 1950— fueron acompañadas por un constante arribo de población extranjera, que en su mayoría se vinculó de forma directa con las tareas agrícolas.
Al analizar la distribución de estos pobladores a lo largo de la extensión frutícola se puede advertir que su localización reconoce dos formas: la localización dispersa —pobladores en el interior de las unidades productivas— y pequeños agrupamientos de viviendas diseminados a lo largo de todo el Alto Valle. La población dispersa estaba constituida predominantemente por pequeños y medianos productores —inmigrantes europeos— de reciente acceso a la propiedad de la tierra, y por asalariados —migrantes chilenos— que residían dentro de las explotaciones frutícolas; mientras que en las cercanías de las chacras se comenzaban a radicar trabajadores, también de origen chileno, empleados en forma eventual para las tareas rurales. Cabe mencionar que para la población chilena, especialmente la del sur de ese país, la zona del Alto Valle no le era desconocida dada la histórica vinculación que tuvo el norte de la Patagonia como región complementaria de la economía chilena (Bandieri, 1989). El hecho de constituir una fuerza de trabajo conocedora de las tareas rurales, pero generalmente sin acceso a la tierra, influyó en su temprana movilidad dentro de su país y desde este hacia la Argentina (Kloster et al., 1992); particularmente en el caso del Alto Valle, estos históricos desplazamientos tuvieron un carácter relativamente permanente. Aunque la integración con los territorios trasandinos, fundada en el desarrollo de las actividades agropecuarias, se cercenó definitivamente en
la década del 40,2 esto no fue impedimento para la movilidad territorial de la población, que en esta nueva etapa se consolidaría como el principal aporte de mano de obra para la actividad frutícola.
En coincidencia con el período reconocido como de auge de la fruticultura (Bendini y Pescio, 1996), entre 1930 y 1960 surgen numerosas aglomeraciones conformadas por esa población chilena que era ocupada —de forma permanente o temporal— en las diversas tareas agrícolas. El modo de organización del área productiva, principalmente en pequeñas y medianas propiedades y el carácter intensivo de la actividad, generó una creciente demanda de trabajadores que se fue asentando en las cercanías de la fuente de trabajo. Ya en la década del 40, siguiendo las expresiones de antiguos pobladores, en el área comprendida entre la localidad de Cinco Saltos y Villa Regina se puede inferir la existencia de más de 20 lugares de radicación de trabajadores rurales, que generan procesos de territorialización escasamente visibilizados en la historia regional. Como factor común, este sector de la población ha compartido las características de vulnerabilidad propias de las localizaciones marginales respecto de la infraestructura social y de servicios de las zonas urbanas. Algunos autores reconocen a estas localizaciones como “caseríos” y se refieren a ellos como la “expresión dramática, por cierto no la única, de la penuria de vivienda de la población más pobre del Alto Valle: la población, en parte transitoria, de trabajadores agrícolas” (Vapnarsky y Pantelides, 1987:57).
Un primer acercamiento al análisis de estas localizaciones permite reconocer que la distancia a los lugares de trabajo, si bien fue un factor de importancia en la elección de los sectores a ocupar, no constituye el único elemento para explicar tanto la localización como las formas que ésta fue adquiriendo. La temprana y casi total apropiación privada del espacio valletano actuó como elemento limitante de la existencia de tierras fiscales o libres para la ocupación humana, restringiéndola a los bordes de la zona de producción. Así, en los intersticios entre lo público y lo privado se fueron multiplicando a lo largo del Alto Valle numerosas “tiras de viviendas” en sectores de ribera, contiguas a canales de riego, desagües o a la vera de algún camino vecinal, localmente conocidas como “calles ciegas”.3 Por las características de los lugares, el crecimiento físico de estas localizaciones en la mayoría de los casos siguió la forma originaria de disposición lineal, y si bien no todas evolucionaron de la misma manera, se pueden encontrar algunos ejemplos extremos como lo es el área denominada Puente 83, al oeste de la localidad de Cipolletti. Allí, en una lonja de terreno que atraviesa el valle de norte a sur, limitada por un canal de riego y un desagüe, se dispone a lo largo de casi 10 km una población cercana a los 3.000 habitantes, según estimaciones actuales a partir de datos del Censo de Población y Viviendas 2001.
Algunas excepciones a esta particular disposición se pueden encontrar, por ejemplo, en el ejido de Villa Regina —Barrio Villa Alberdi y Barrio Santa Rita—, donde se advierten casos que desde sus orígenes contaron con cierto ordenamiento basado en el trazado y subdivisión regular de manzanas, lotes y calles. Esta diferencia llevó a algunos autores a identificarlos bajo la categoría de “pueblos” (Vapnarsky y Pantelides, 1987), denominación que abrigaba perspectivas de crecimiento no sólo demográfico sino también de complejidad de sus funciones, que no se han confirmado a lo largo del tiempo. Por el contrario, como sus pares del resto del valle, mantienen la condición de lugar de residencia y de reproducción física y social de la fuerza de trabajo. Otra situación es la que se puede apreciar en algunos barrios ya consolidados en el área de General Roca, como es el caso del barrio Chacra Monte y Mosconi, localizaciones que difieren de las demás por haberse realizado en predios privados que se encontraban en situación de abandono. Esto permitió un desarrollo areal de mayor envergadura y, como se verá más adelante, su evolución presenta condiciones que le otorgan rasgos particulares.
Con el transcurrir del tiempo varios de estos caseríos se constituyeron en focos de atracción no sólo para los trabajadores que seguían arribando a la región, sino también para aquellos que residían dentro de las unidades productivas. Por lo general, desde un análisis superficial se puede reconocer a la necesidad de un lugar donde vivir y la urgencia de una vivienda como razones fundamentales de la localización. Aunque estas razones están adquiriendo en los últimos años gran relevancia para explicar el crecimiento demográfico de algunos barrios, resulta importante destacar que la apropiación de estos espacios esconde aspectos más singulares, considerando que territorializarse en estos lugares significa generar prácticas que les proporcionan efectivo “poder” sobre su reproducción como grupo social. De acuerdo con lo expresado en varias entrevistas, la residencia en estos barrios brinda posibilidades de realizar actividades productivas para el autoconsumo —huertas, cría de animales—, pero a la vez genera “el poder escurrirse” luego de la jornada laboral del control del patrón. Una idea de libertad que también se vincula con la de resguardo, por ejemplo, ante la preocupación por la vivienda en caso de quedarse sin trabajo o al momento de jubilarse: si se reside durante toda la vida laboral en las chacras no existirá la posibilidad de acceder a un espacio en el cual reponerse generacionalmente. Tener control sobre la posibilidad de garantizarse y garantizarle a su familia un “territorio” en el que perpetuarse más allá de la vida laboral activa forma parte de la reproducción social, y esa es una de las razones —muchas veces no registrada— por las que se recurre a la residencia en las calles ciegas o en los barrios rurales. El proceso de reproducción de la fuerza de trabajo, además de cubrir el desgaste físico y psicológico del trabajador, en tanto individuo, abarca también su reposición generacional. Las características que asumen los procesos de trabajo y de producción son relevantes para entender la manera en que se reproduce la fuerza de trabajo con características específicas en términos de calificación, docilidad, adaptabilidad, rotatividad y eventualidad. En lo que se refiere a la reproducción de los individuos y sus familias, hay que destacar la diferencia entre manutención, que se relaciona con la renovación diaria de la capacidad del trabajador mediante la satisfacción de sus necesidades de alimentación, vestido, vivienda, transporte, salud y otros; y la reposición del trabajador en cuanto a su sustitución al retirarse de la vida activa. Para reponerse generacionalmente el trabajador requiere los medios necesarios para criar sus hijos y satisfacer sus necesidades materiales (de Oliveira y Salles, 2003:619).
El proceso de reestructuración productiva que se evidenció desde mediados de la década del 80 en el espacio valletano produjo una profundización de la acumulación capitalista y amplió la brecha entre los distintos actores sociales en función de las nuevas características que asume la producción en el contexto de una economía globalizada. El impacto de estas transformaciones en el mercado de trabajo facilitó cierta flexibilización y variantes de precarización laboral (Bendini et al., 2003). Los cambios, que en líneas generales redujeron y jerarquizaron la demanda de trabajadores —aunque compensada por la expansión física y la integración de la actividad—, afectaron a los asentamientos objeto de análisis. Estos territorios que se habían caracterizado en décadas anteriores como proveedoras casi exclusivos de fuerza de trabajo para el ámbito rural tendieron a incorporar otras alternativas para complementar las prácticas laborales rurales, ya sea desde las relaciones con el Estado o bajo la forma de trabajos inestables a término en el espacio urbano (Radonich, 2004).

3. Algunas consideraciones sobre el concepto de territorio

El creciente interés por las referencias al territorio, en los estudios realizados desde diferentes ámbitos de la ciencia, se ha desarrollado de la mano del cambio de la perspectiva conceptual. Ello ha permitido trascender abordajes basados en la consideración de los territorios como fuente de recursos y materias primas, como meros soportes, receptores pasivos sobre los que se superpone la actividad humana.
Al decir de Milton Santos, el territorio es algo más que esta superposición, “es el piso más la población, esto es, una identidad, el hecho y el sentimiento de pertenecer a aquello que nos pertenece”; “es la base del trabajo, de la residencia, de los cambios materiales y espirituales y de la vida, sobre los cuales
él influye”; por ello “cuando se habla de territorio se debe entender que se habla de territorio usado” (Santos, 2004:80). Esta construcción alude a una totalidad que reúne diversas lógicas en un complejo de relaciones complementarias y conflictivas, entre la racionalidad dominante de los actores hegemónicos y aquellas que se presentan como subordinadas, muchas veces surgidas de la resistencia a la exclusión. Mientras para los primeros el territorio usado es un recurso en la efectivización de su dominio, para los actores subalternos se puede considerar como un abrigo en la constante elaboración de estrategias que garanticen la reproducción. “De allí el vigor del concepto, convidando a pensar procesualmente las relaciones establecidas entre el lugar, la formación socioespacial y el mundo. El territorio usado, visto como una totalidad, es un campo privilegiado para el análisis en la medida en que, por un lado, nos revela la estructura global de la sociedad y, por otro lado, la propia complejidad de su uso” (Santos, M. en Haesbaert, 2004:59).
En el Alto Valle del Río Negro los trabajadores rurales han participado a lo largo del siglo XX en la construcción de esos lugares de abrigo, cuya localización fue condicionada originalmente por las características del desarrollo frutícola. Para muchos migrantes que llegaron a la zona atraídos por la demanda de mano de obra, esta forma de territorializarse derivó con el transcurrir del tiempo en un efectivo poder sobre su reproducción en cuanto grupos sociales. Concebido como fenómeno social, el territorio alcanza una doble función: surge como producto del proceso histórico, pero lejos de constituir un marco inerte en el que simplemente se reflejan las acciones y se reconoce también como productor en el contexto de las relaciones sociales que lo definen (Santos, 1990). Ello permite una aproximación al conocimiento de las particularidades, ya que el establecimiento y realización de las características dominantes de un período no con uniformes a todos los lugares sino que ocurren de manera diferencial, de acuerdo con los atributos que presenta cada territorio. Abordar los procesos de conformación de los territorios requiere entonces considerarlos como “un espacio construido por el tiempo y en el tiempo, de manera que cualquier segmento (...) es resultado/proceso del tiempo de la naturaleza y de un tiempo de los seres humanos y los pueblos que han habitado y habitan en él” (Ther Ríos, 2006:108). Reconocer a los territorios “aconteciendo” significa comprenderlos a manera de objetos que no pueden analizarse aislados del tiempo y de la sociedad, y posibilita conocer y analizar cómo los procesos económicos, políticos y sociales que los caracterizan se traducen en formas particulares de apropiación y organización de los espacios.
La atención puesta en la temporalidad, a los efectos de historizar el proceso de conformación de un territorio, se entiende “no como tiempo abstracto y cronológico sino como un conjunto de posibilidades reales a disposición de los actores que viven ese momento” (Silveira, 2006:65). De esta manera, el territorio se presenta como la realización de esas posibilidades en existencias concretas, donde juegan un papel central las diferentes posiciones “de poder económico y político, de localización, de cultura, de conciencia” que detentan los actores involucrados. En consonancia con las perspectivas de la geografía crítica, entendemos la territorialidad como el conjunto de modalidades por las cuales los individuos componen y se imponen con los recursos materiales y simbólicos de su entorno cercano o lejano (Debarbieux, 2007). En este sentido, la territorialidad está íntimamente ligada al modo cómo las personas utilizan la tierra, cómo se organizan y cómo le dan significado al lugar; por lo que resulta un recurso estratégico que puede ser movilizado de acuerdo con el grupo social y su contexto histórico y geográfico, expresando, además, relaciones de poder. Coincidimos con Haesbaert cuando sostiene:

territorializarse significa crear mediaciones espaciales que nos proporcionen efectivo “poder” sobre nuestra reproducción en cuanto grupos sociales (para algunos también en cuanto individuos), poder este que es siempre multiescalar y multidimensional, material e inmaterial, de “dominación” y “apropiación” al mismo tiempo. (Haesbaert, 2004:97)

En la construcción del territorio frutícola del Alto Valle se expresaron desde sus inicios determinadas relaciones sociales de dominación–subordinación que se fueron redefiniendo a lo largo de las diferentes etapas que atravesó este sistema productivo. Así, podemos diferenciar territorios construidos para la producción de peras y manzanas —territorios hegemónicos— y territorios subordinados organizados por trabajadores rurales para la reproducción de su fuerza de trabajo, ambos territorios, en permanente relación dialéctica que incluye el consenso y el conflicto (Radonich et al., 2009). A modo de ejemplo, observamos que en las calles ciegas, por ser fuente permanente de mano de obra de reserva, los productores permiten el acceso irregular a servicios —tal es el caso de la luz eléctrica— en la medida que sus pobladores sostengan su disponibilidad laboral para los períodos de mayor requerimiento. Como señalamos al comienzo del trabajo, nos detendremos en los territorios organizados por los trabajadores rurales sin tierra, espacios singulares, dinámicos que expresan las relaciones sociales diferentes de los territorios destinados a la producción, como también incorporan elementos vinculados con procesos de urbanización creciente.
Para el presente artículo se seleccionaron tres barrios que manifiestan diferentes comportamientos en su evolución, en el marco de transformación de la fruticultura. Los casos de Chacra Monte y Costa Norte presentan modalidades opuestas. Mientras el crecimiento del primero está íntimamente relacionado con los nuevos procesos de demanda de trabajadores rurales en la actual etapa de concentración y transnacionalización, el desarrollo de Costa Norte responde al surgimiento de nuevas ofertas laborales vinculadas con actividades urbanas en un mercado de trabajo informal, cada vez menos dependiente de la fruticultura. El caso de la calle ciega refleja un fenómeno de territorios construidos por trabajadores frutícolas, sobre los que pesa una carga de ilegalidad nunca resuelta, basada en la localización en espacios correspondientes a calles públicas.

4. Barrio Chacra Monte.
De la ocupación pacífica a la toma de tierra

El barrio rural Chacra Monte, en palabras de uno de los referentes barriales, está localizado “en el corazón de las chacras”, aproximadamente a cinco kilómetros del centro de la ciudad de General Roca. La participación de esta localidad en el complejo frutícola valletano representa el segundo lugar de importancia en el conjunto regional con una producción de 80 millones de kilos de manzanas y 85 millones de kilos de peras para el consumo en fresco y es, además, asiento de la logística de las principales empresas y grupos exportadores.4
Cuando se transitan los caminos rurales para llegar al barrio, las chacras que se alinean a los costados se distinguen por la aplicación de la tecnología a la producción, los modos de conducción de las plantas son actualizados y mantienen pautas de homogeneidad, en tanto se observan carteles indicativos de la adhesión a los estándares de las Buenas Prácticas Agrícolas (BPA). En las tranqueras predominan los nombres de grandes firmas, en general de empresas transnacionales, algunas de ellas como consecuencia de fusiones muy recientes. Este particular paisaje, dominado por la presencia de las grandes explotaciones empresariales, se comienza a consolidar en los años 90, transmutando la histórica prevalencia de chacras medianas y chicas a cargo de productores familiares. La cartografía expresa con claridad la penetración del capital en el complejo agroindustrial con las consecuentes modificaciones en la composición del trabajo y en la conformación de los territorios.
El surgimiento del “caserío” que se denominó Chacra Monte se remonta a los momentos fundacionales de la fruticultura y está íntimamente relacionado con la inmigración chilena que llegaba al valle como mano de obra para trabajar en las chacras. Los primeros ranchos de barro y pichanas empezaron a levantarse frente al establecimiento Canale, una agroindustria de capitales nacionales que empezó su actividad en el año 1909. Como dice un viejo poblador del barrio, obrero rural empleado de la empresa desde el año 1939:

me vine a vivir a Chacra Monte cuando me junté con mi primera señora porque no podía vivir con mujer en el establecimiento (Canale). Acá había unos diez ranchitos, ranchos nomás, en el año 50 más o menos. Nos metíamos así nomás, sin pedir permiso. En esta orilla nada más había gente, porque el agua está cerquita.

En este caso, como en el resto de los barrios rurales del valle, la localización fue orientada por la cercanía a la fuente de trabajo. Chacra donde emergió en tierras fiscales o privadas, lo suficientemente cercanas a establecimientos agrícolas donde fuera posible encontrar trabajo para los peones rurales, que en su mayoría eran chilenos.

Nosotros cuando llegamos en el año 65, había unas 45, 50 casas. Llegamos directamente de Chile, veníamos incursionando distintas chacras, íbamos como gitanos, en ese tiempo había laburo, cruzabas la tranquera y teníamos otro trabajo en el momento. Por ahí mi papá se acordó de un amigo (…) que le dijo: “sí, venite, si nosotros de los años que estamos acá nunca tuvimos problema, nadie nos molestó así que agarren (terreno) donde quieran, nomás. A principios de los 60 el barrio era monte por todos lados, casi sectores impenetrables, montes inmensos, todo tipo de matorrales. Casi todos éramos chilenos. (Juan A., referente barrial)

Los datos censales empiezan a reconocer a este territorio como “aglomerado” en el año 1960, momento en que se registran 150 habitantes. En tanto, los siguientes censos de 1970 y 1980 contabilizan 500 y 688 personas respectivamente. Según el Censo Nacional de Población y Vivienda de 1991, este barrio contaba con una población de 574 habitantes distribuida en 146 viviendas, y en 2001 se registraban 1.293 habitantes. En base a datos aportados por dirigentes barriales y funcionarios municipales, se estima la población actual en un número superior a los 4.000 habitantes. En los ’80 se consolida la particular pauta de asentamiento que caracteriza actualmente al área. Junto con un notable crecimiento de la población total del Alto Valle como consecuencia de la consolidación de la fruticultura ocurrida en las décadas anteriores, se evidenció la multiplicación de pueblos y sobre todo la emergencia de caseríos, proceso que se vio acompañado por una transformación cualitativa de estos territorios, materializada en el reconocimiento como barrios y la provisión de servicios básicos que mejoraron, en parte, las penosas condiciones de vida de los pobladores rurales.
En el particular espacio de Chacra Monte, en 1982 se produjo un acontecimiento que activó mecanismos de organización social hacia la acción colectiva. El propietario de la chacra donde habían levantado sus viviendas amenazó con el desalojo de las familias asentadas, situación que movilizó a sus habitantes a organizarse y buscar asesoramiento jurídico para su defensa. Un poblador del barrio relata los sucesos desde su posición de activo protagonismo:

Como no pasó nada durante más de 20 años, 30 años, como que bajamos los brazos, estaba todo tranquilo hasta que llegó un cierto día que nos encontramos la sorpresa que apareció el dueño y quiso desalojarnos dándonos 15 días de plazo. (Juan A., referente barrial)

Con una resolución favorable hacia los ocupantes, fundamentada en el derecho veinteañal que los asistía, las autoridades expropiaron las tierras al antiguo dueño. Desde la llegada de la democracia, el barrio adquirió reconocimiento como tal y también empezó a ser considerado un espacio de juego de intereses y de disputas políticas. Junto con la gestión de un plan de emergencia habitacional llegaron los servicios básicos de infraestructura social: el trazado de las calles y la instalación de redes de luz y agua potable, además del surgimiento de las primeras organizaciones comunitarias y la provisión de servicios públicos de salud y de educación.
En la actual fase de concentración del sistema frutícola, las tensiones emergentes entre los actores hegemónicos en la producción frutícola y los actores subordinados en su condición de pobladores rurales se expusieron claramente en el año 2006, cuando los obreros rurales organizados protagonizaron acciones de resistencia activa a través de la toma de tierras privadas en estado de abandono en un sector contiguo al barrio Chacra Monte para solucionar sus necesidades habitacionales. Los ocupantes se organizaron desde su adscripción de obreros rurales, en condición de habitantes de las viviendas prestadas por los dueños de las chacras donde trabajaban. Muchas de esas familias empezaron a ser desalojadas de dichas casas debido a las exigencias establecidas en los requerimientos de las Buenas Prácticas Agrícolas que, además de las estrictas normativas para el proceso de producción, establecen pautas de calidad en relación con las condiciones del hábitat de los obreros que residen en las chacras donde trabajan. Uno de los referentes de la toma manifiesta:

ya no se puede vivir más en las chacras: ¿por qué? Las buenas prácticas agrícolas piden que haya una vivienda adecuada, que tenga un dormitorio para los hijos, calefacción adecuada, baño, no podés tener animales. Entonces el empleador opta por desalojar a la familia. Entonces se tiene que ir la gente, a las calles ciegas o a alquilar. (Nelson, referente barrial)

Un viejo poblador de Chacra Monte, migrante chileno y trabajador en las chacras desde los años 40, también justifica la acción colectiva recientemente protagonizada por los vecinos:

Hay mucha gente que la están sacando de las chacras porque ha cambiado mucho la reglamentación para exportación de frutas. No les permiten que haya mucha gente dentro de las chacras. Bueno, de por sí animales: nada. Antes criaban gallinas, chanchos, perros, una huertita. Ahora nada, entonces por la buena calidad de la fruta, para certificación… El exportador tiene que venir a la chacra y que esté todo como un jardín. Así que toda esa gente se ha venido a este lugar, pero es toda gente laburante. (Eduardo, vecino de Chacra Monte)

En otros casos, los tomadores de tierras eran hijos de habitantes del barrio Chacra Monte en etapa de expansión de sus propias familias quienes cohabitaban con sus padres y otros familiares:

Éramos muchos en la casa, vivíamos en Chacra Monte, pero después me fui porque vivíamos muy apretados. Mis viejos querían salir de las chacras por el tema este que es muy esclavizado vivir en las chacras. Lo hacían trabajar a mi papá hasta el sábado a la tarde, desde que salía el sol hasta que entraba el sol. (Jorge, referente barrial)

Intentar comprender el conjunto de estrategias de reproducción social supone la consideración de aspectos objetivos, simbólicos, sincrónicos e históricos de los procesos implicados (Gutiérrez, 2005). En este sentido, podemos significar la diferencia en las formas de resistencia pacífica protagonizada por los primeros ocupantes del barrio en su doble condición de subordinación en un momento histórico determinado: como obreros rurales y como migrantes, en muchos casos en situación de ilegalidad; de las nuevas manifestaciones de estrategias de gestión colectiva que incluyen acciones de protesta activa desde una clara adscripción como sujetos de derecho llevadas a cabo por las nuevas generaciones. La calificación de la prensa local en referencia a las protestas organizadas por los trabajadores rurales y sus familias es elocuente:

No hay registro en la zona de una movilización de parte de obreros rurales que salgan a la calle en busca de sus derechos. (…) La jornada del martes puede que quede en la historia de la ciudad como el día en que los obreros rurales lograron que los gobiernos provincial y municipal gobiernen también para ellos. (…) Pero sin duda que será recordada como el día en que las familias más carentes del sector rural marcharon al municipio y al Instituto Provincial de la Vivienda recorriendo más de 10 kilómetros para presionar a los funcionarios en la búsqueda de soluciones. (Periódico La Comuna, 12/6/08).

5. Calle Ciega “Mar del Plata”.
Un territorio “ilegal” con identidad e historia

Las denominadas calles ciegas están formadas por casas más o menos precarias ubicadas sobre los márgenes de algunos caminos rurales, y constituyen un espacio de referencia y de prácticas económicas que se complementan con las desarrolladas en torno a la fruticultura, habitadas principalmente por peones rurales y sus familias.5 Son ocupaciones en tierras fiscales, pero en calles ciegas, que figuran oficialmente en los planos catastrales aunque no estén incorporadas de hecho a la trama circulatoria (Vapñarsky y Pantalides, 1987). Toda alusión al momento de surgimiento de las calles ciegas refiere a que “existen desde siempre”. También resulta llamativo el desconocimiento de sus habitantes respecto del origen de las toponimias. Un antiguo poblador de la zona arriesga una versión respecto de la denominación:

Ahí había un canal y en verano se llenaba de pibes y gente de las chacras, al mediodía veías cantidad de gente bañándose, y de ahí que después quedó el nombre de Mar del Plata, creo que fue por eso. (Jorge, vecino)

En base a entrevistas con habitantes de estos asentamientos y con chacareros vecinos puede inferirse que surgieron en los albores de la especialización frutícola del espacio valletano. El desarrollo de la actividad generó una expansión de la demanda de mano de obra; de esta manera, los trabajadores —en su mayoría de origen chileno— se fueron asentando en la zona rural, ya sea en los barrios que se iban consolidando o en los espacios libres de las calles. Estos territorios son reconocidos por los productores y por el Estado por ser reserva de fuerza de trabajo permanente o estacional que se requiere a lo largo del ciclo productivo. Los grupos de trabajadores, ya establecidos en el área, además se convirtieron en referentes para aquellos trabajadores migrantes que tenían la intención de radicarse o de realizar la temporada de cosecha (Radonich, 2003).
Las calles ciegas se definen como un territorio con identidad e historia. Como señala Trpin (2004:87), “la calle ciega es un espacio social y productivo desde el cual la familia constituye un eslabón fundamental en la socialización de los descendientes chilenos, tanto desde la enseñanza del trabajo de las chacras como desde la transmisión de las posibilidades que ofrece vivir fuera del control del patrón”.
En la calle que se analiza para este estudio, localizada en proximidades de General Roca, se levantan once casas emplazadas en sentido norte–sur, siguiendo la orientación de la arteria a lo largo de una extensión de un kilómetro. Cada predio está delimitado por cercos de madera o alambre; allí se ubican una casa, algún corral, un gallinero o una huerta. Las construcciones pueden ser de ladrillos, de chapas obtenidas de tambores de hojalata o de “cantoneras” —listones residuales de madera de álamo proporcionados por los aserraderos—. Los patios son de tierra apisonada y en algún rincón suele amontonarse leña para calefaccionar la casa; también en el patio puede ubicarse una bomba de agua y un horno de ladrillo para cocinar pan, empanadas o algún lechón. Debido a su situación de irregularidad jurídica por carecer de título de propiedad o tenencia precaria, las familias se ven imposibilitadas de gestionar los servicios públicos de luz, agua y gas. Sin embargo, su abastecimiento se resuelve de diferentes maneras. La provisión de gas se sustituye con fuentes alternativas de calor como leña o gas envasado; el agua se obtiene por bombas manuales o eléctricas y la luz es proporcionada por la chacra vecina, perteneciente a una de las bodegas, que le “tira un cable para que se cuelguen”.

Nosotros nos quedamos porque, bueno, acá no pagamos la luz, no pagamos agua, no pagamos nada y mi marido tiene cerquita el trabajo que es acá nomás en Canale. (Julia, vecina de calle ciega Mar del Plata)

La cercanía a los lugares de trabajo en las chacras, además de las mejoras recientes en los servicios de transporte, la instalación de centros de atención de la salud y la presencia de escuelas primarias y secundarias, hacen que, a pesar de la precariedad de la situación jurídica en cuanto a la tenencia de las parcelas, las calles ciegas sigan siendo una opción de residencia para numerosas familias.

Una vez nos ofrecieron una casa en la barda en J.J. Gómez, pero yo tenía trabajo seguro acá y no venían colectivos directos y son casi diez kilómetros y no nos fuimos. (Roque, vecino de calle ciega Mar del Plata)

Es importante destacar el significado que tiene el emplazamiento de estos caseríos en calles ciegas en las representaciones colectivas de las familias. La experiencia de combinar el trabajo y la vivienda dentro de las chacras ha sido definida por muchos trabajadores como signada por el control del patrón. Son numerosos los relatos de obreros rurales que expresan el desdibujamiento entre tiempo de trabajo y tiempo de ocio, así como de las restricciones en cuanto a la posibilidad de realizar otras actividades para complementar los ingresos provenientes del salario. Comenta una habitante de una calle: Acá uno puede tener sus animales, sus gallinas, una chancha, en la chacra ya a uno no lo dejan ni tener unas gallinas. (Vecina de calle ciega 3, Guerrico). Los diversos testimonios brindados por los vecinos de distintas calles ciegas revelan que la vida cotidiana en estos espacios posee una dinámica en la que se combinan la opción por vivir fuera de la chacra y la necesidad de los hombres de emplearse en la fruticultura. A esto se agregan prácticas económicas que escapan a las relaciones directas entabladas en la chacra entre el patrón y el peón, atravesadas sin embargo por un contexto rural dominado por la fruticultura. Entendiendo a las prácticas económicas como actividades que se relacionan con la reproducción de condiciones materiales de la familia y de las condiciones de vida de sus integrantes en el marco de una producción “mayor” (Douglas e Inglerwood, 1979), estos trabajadores han explotado varias posibilidades de obtener ingresos por fuera del empleo en las chacras.
Como ya se ha señalado, para muchos migrantes esta forma de territorialidad constituye una alternativa que permite a sus familias controlar el proceso de producción de algunos bienes de consumo e intercambio, romper los lazos de dependencia y subordinación que experimentan quienes viven dentro de las chacras. Sin embargo, si bien la expectativa de autonomía se concreta en el desarrollo de determinadas acciones que se evidencian en la posibilidad de realizar actividades por fuera de las relaciones definidas por la fruticultura, la precariedad de las viviendas y la falta de servicios básicos los ubica en una situación de extrema fragilidad. Coincidimos con Lagos (1979) al advertir que a veces la autonomía subordina y empobrece, en tanto la vida puede tornarse vulnerable frente a nuevas formas de dominación y explotación. La histórica invisibilización de los trabajadores y sus familias residentes en calles ciegas para el resto de la sociedad local se quebró cuando la prensa radial y escrita se ocupó durante varios días de la muerte de un bebé en la calle ciega Mar del Plata como consecuencia del intenso frío en julio del año 2008. Este caso puso en evidencia la existencia de este tipo de asentamientos para el resto de la sociedad, y que mostró las condiciones de precariedad en que viven muchos pobladores rurales. Este episodio fue calificado por el intendente de la ciudad como consecuencia de “la cultura de la pobreza” que caracteriza a los habitantes de este sector de la sociedad, calificación que, al poner la responsabilidad en los comportamientos supuestos de un sector social, no hace más que ocultar las relaciones de dominación–subordinación propias de este espacio social. Para el Estado municipal, las necesidades de los habitantes rurales en relación con el hábitat y la gestión de tierra para viviendas no han sido motivo de políticas específicas planificadas. Por el contrario, el mejoramiento de sus condiciones de vida y el acceso a servicios han sido producto de la acción organizada de sus pobladores. En palabras de un funcionario municipal,

Vamos a ser sinceros: tampoco hoy esas calles son de tanta utilidad, si no, hubiéramos buscado una solución antes. Tampoco hoy son calles tan necesarias como para decir “tenemos que echar mano ya y sacar esa gente”, bueno, esa gente también sabe que en el lugar que está … vive precariamente.

Podríamos afirmar que hay una ausencia de planificación y de políticas activas en relación con los pobladores de calles ciegas, y cuando alguna acción pública emerge, habitualmente se efectiviza con intenciones clientelares previo a las elecciones, o está al servicio de regular el conflicto —por ejemplo con los chacareros vecinos— o en situaciones críticas en que los habitantes de estos asentamientos aparecen calificados como “problema” en la prensa local y regional.

6. Barrio Costa Norte.
La fuerza de la urbanización en las actuales estrategias de reproducción social

Entre las décadas de 1940 y 1950 comienzan a consolidarse en el ejido de Cipolletti varios caseríos de trabajadores rurales. Entre los que adquirieron mayor desarrollo se encuentran tres barrios localizados sobre la margen izquierda del río Neuquén, a la altura de los puentes —carretero y ferroviario— que unen a las ciudades de Cipolletti y Neuquén. Dichos puentes se han usado como límite: aguas arriba se encuentra el barrio Costa Norte, y aguas abajo, Costa Sur y barrio Labraña. Esta localización en sus primeros años fue guiada por los factores comunes a todos los caseríos rurales del Alto Valle: población chilena en un sector de tierras libres para el asentamiento humano y cercano a la fuente de trabajo. La referencia a “tierras libres” alude a una estrecha lonja de ribera limitada por el río y las chacras; de allí que la disposición del asentamiento grafique la linealidad que con tanta frecuencia se repite a lo largo del valle.
En la década de 1950 se comienzan a agrupar las primeras viviendas cuyos ocupantes, familias que se encontraban dispersas en las cercanías del lugar, eran todos de origen chileno y trabajaban en las chacras aledañas. Hasta la década del 70 el caserío creció muy lentamente, en parte condicionado por las características del lugar. Cabe señalar que desde un punto de vista estrictamente geomorfológico, se trató originalmente de un sector de alto riesgo ambiental. El régimen hidrológico del río Neuquén6 constituyó durante muchas décadas una verdadera amenaza para el afincamiento de esta población, exponiéndola a continuas e imprevistas inundaciones. No obstante, la posición del barrio devino con los años en una decisión estratégica que influiría en el comportamiento laboral de la población. Si bien los escasos registros censales no permiten trazar con precisión la evolución demográfica del área, los trabajos de campo permitieron confirmar que en los últimos 20 años se ha registrado un rápido crecimiento poblacional que llevó a una densificación del área ocupada y al surgimiento en el año 2007 de una nueva localización hacia el norte del barrio a la que sus pobladores reconocen con el nombre de “2 de Agosto”. Esta nueva aglomeración, nacida según lo expresan los vecinos para “los hijos de Costa Norte”, no tardó en atraer a numerosas familias de diferentes sectores de la localidad, urgidos por el alza generalizada en el precio de los alquileres y la inexistencia de una política habitacional acorde al crecimiento de la localidad.
En la actualidad ambos barrios reúnen, según estimaciones, unas 600 familias, de las cuales aproximadamente el 80 % corresponde al barrio Costa Norte. De acuerdo con los datos del Censo 2001 la población ascendía a 1.074 personas y si se compara ello con la aproximación sobre el actual número de familias, la estimación estará dando una duplicación de la población total. Un aspecto que resulta importante destacar es que las características socioeconómicas de esta población están indicando cambios que marcan una diferencia respecto de la evolución general de los barrios rurales. Estos cambios se manifiestan en el origen de la población, en las razones de su arribo al barrio y en los tipos de ocupación predominantes. En la década del 90 se advierte un freno importante en el aporte migratorio de origen chileno, en tanto que el crecimiento de esos años pasa a ser protagonizado por pobladores locales —de otras zonas de Cipolletti—, de muy escasa incidencia hasta ese momento. Con ellos también se modifican los motivos del afincamiento en el barrio: mientras en el caso de los chilenos el trabajo rural aparecía como factor dominante, la decisión en los nuevos pobladores es impulsada por la posibilidad de encontrar un “lugar propio” donde asentarse.7
Estas situaciones han influido en las trayectorias laborales, las que subrayan una tendencia diferente de la que experimentan otras localizaciones de este tipo, encontrándose en estrecha relación con las características que fue adoptando la zona de Cipolletti y con la misma ubicación del barrio. Por un lado, a diferencia de otras localidades del Alto Valle rionegrino, el área cipoleña ha recibido en las últimas dos décadas del siglo XX y ven lo que va de éste una gran influencia de la ciudad de Neuquén; influencia que se expresa tanto en términos económicos como sociales. En un primer momento esto se reflejó en las oportunidades de empleo que ofreció el auge de las actividades hidrocarburíferas en la vecina provincia, y en la diversidad de servicios y comercios, multiplicados a partir de aquéllas. Posteriormente, la misma localidad de Cipolletti pasó a ser un área de atracción para la radicación de población y de actividades no relacionadas estrictamente con el desarrollo de la fruticultura, lo que generó una ampliación en la diversidad de la oferta laboral. Por otra parte, el barrio se encuentra en un extremo de la localidad en el cual el uso agrícola ha ido dando paso a nuevas ocupaciones de índole urbana. Precisamente el sector suroeste, en dirección hacia Neuquén, es uno de los ejes de mayor densificación, especialmente en lo referido a servicios especializados. A ello se suma su posición respecto de la ciudad de Neuquén ya que, desde el punto de vista de las distancias, esta ciudad —en varios aspectos— resulta más accesible que el propio centro urbano de Cipolletti. En síntesis, hay una variedad de escenarios que han estimulado un mayor acercamiento de la población al contexto urbano, lo que se traduce en un cambio en el rol ejercido por el territorio, reconocido en décadas anteriores por ser proveedor de fuerza de trabajo para el ámbito rural. Una muestra de ello lo ofrece el hecho de que quienes se incorporan por primera vez al mercado de trabajo lo hacen directamente en actividades urbanas. Ello se pudo advertir en las encuestas8 realizadas en el barrio, las que indican que más del 80 % de la PEA se ubica en actividades urbanas. Este tipo de inserción laboral reconoce una importante diversidad donde son predominantes los trabajos inestables, a término —construcción, jardinería, changas en general—. A su vez, de la información recopilada surge un aspecto relevante que señala el cambio en las trayectorias laborales, ya que aproximadamente el 50 % de esta población respondió haber trabajado anteriormente en el sector agrícola como peón de chacra; y quienes aún desarrollan tareas como asalariados rurales lo hacen en forma estacional, combinando esta actividad con alguna ocupación informal en el ámbito urbano. Estas situaciones no sólo confirman el descenso de la participación del trabajo rural en el conjunto de las ocupaciones, sino que también dan cuenta de la tendencia al desplazamiento laboral de la población desde el sector rural hacia el urbano.
Cabe destacar que a pesar de su antigua data como caserío, hasta hace algunos años esta población era considera como “ilegal” y no contaba con el reconocimiento como barrio del municipio de Cipolletti, lo cual derivó en una notable lentitud en el acceso a los servicios, en la ausencia de centros educativos y de atención permanente para la salud —según el último censo el 70 % de la población no cuenta con ningún tipo de cobertura de salud—. Ante estas precarias condiciones los pobladores han elaborado estrategias de acceso a diversas prestaciones en la ciudad vecina. Tal es el caso de la concurrencia al Centro de Salud del barrio Sapere —Neuquén—, al cual se accede cruzando el puente. Allí se confirmó la cotidiana afluencia de pobladores de los barrios cipoleños de la costa, quienes en algunos casos realizan el cambio formal de domicilio9 con el fin de acceder a prestaciones más complejas y a la atención y seguimiento de enfermedades crónicas. Es evidente que la situación socioeconómica de la población, la ausencia de cobertura en el barrio y la mayor distancia a los centros de salud de Cipolletti,10 redundan en una vinculación más rápida y eficiente con los servicios de Neuquén. El retraso en la integración con el municipio cipoleño se advierte también en otros aspectos. Uno de ellos es la ausencia hasta el año 2001 de registros censales fidedignos; el otro es que hasta la actualidad esta población como sus vecinas Costa Sur y Labraña no poseen ningún tipo de identificación catastral, no existen documentos cartográficos sobre el sector y tampoco son identificados en los planos del ejido de Cipolletti.
Entre las razones más conocidas para el mantenimiento de esta situación se encuentra la argumentación sobre el riesgo generado por las inundaciones, la cual se usó durante muchos años para evitar que la población se consolidara y lograr su reubicación en otras áreas. Sin embargo, dicho argumento comenzó a perder fuerza en las últimas décadas del siglo XX debido a que las obras hidroeléctricas construidas sobre el río Neuquén redujeron en gran medida la ocurrencia de inundaciones, y aunque en la actualidad el sector no se encuentra exento de sufrir fenómenos de este tipo, el mayor peligro no se encuentra ya en la amenaza hídrica sino en la precariedad y vulnerabilidad social.

7. A modo de cierre

Consideramos que en el Alto Valle los trabajadores migrantes respondieron a los estímulos y desafíos que les ofrecía la región, que desde sus inicios expresó la tensión global/local. Esta circunstancia incidió en la forma en que estos grupos de población elaboraron sus opciones de reproducción en relación con las condiciones impuestas por la organización y producción del sistema frutícola en las distintas etapas que atravesó esta economía regional. Así, estas territorialidades que en décadas anteriores se caracterizaron como proveedoras casi exclusivas de fuerza de trabajo para las actividades agrícolas y lugar refugio de migrantes chilenos, paulatinamente tendieron a incorporar otras alternativas para complementar las prácticas laborales rurales. Como se desarrolló a lo largo del artículo, la reestructuración productiva que se evidenció en la fruticultura local en las últimas décadas produjo una profundización del proceso de acumulación capitalista que se tradujo en concentración de la producción y en transformaciones en los modos de producción. Los cambios impactaron en el mercado de trabajo local, y las empresas nacionales y transnacionales pasaron a ser las principales demandantes de mano de obra. Las nuevas generaciones de trabajadores rurales de la zona, mayoritariamente hijos de los migrantes chilenos, se empiezan a insertar en un mercado laboral con modificaciones en las calificaciones requeridas y de características flexibles, que impactan en forma directa en la conformación y crecimiento de los territorios construidos por los trabajadores. En la actualidad, estos barrios mantienen características comunes pero también contienen elementos diferenciadores, propios de las particularidades que en cada lugar fue generando el proceso de su construcción. Los rasgos que fueron adoptando las diferentes localidades, en relación con la producción frutícola y ante la influencia de otras actividades, han teñido la evolución de estos barrios. Así hemos tratado de demostrarlo en la presentación de los tres barrios rurales realizada en este estudio.
Para el caso de Chacra Monte, enclavado en una zona de adecuación de la fruticultura a las exigencias impuestas por una economía competitiva y global, en los últimos años las prácticas de sus habitantes para conseguir terrenos para sus viviendas asumen la forma de acciones colectivas de lucha de carácter ofensivo y autónomo a través de la toma de tierras. Desde su adscripción identitaria como asalariados rurales, estos sujetos organizan sus reivindicaciones desafiando tanto al Estado como a las empresas. Este posicionamiento activo marca una diferencia con las primeras ocupaciones de tierra en este mismo barrio ocurridas a mediados del siglo pasado, a las que podríamos caracterizar como formas de “resistencia cotidiana” y como una expresión de lucha velada, aislada e invisible llevada adelante por trabajadores sin reconocimiento social ni organización. Este tipo de estrategia es el que mejor define también el accionar de los pobladores de las “calles ciegas”, históricamente marcados ante la sociedad y los productores locales por su condición de ocupantes ilegales de espacios públicos. Los ocupantes de estas tiras de viviendas, aun desde sus estrechos márgenes de negociación, construyen activas formas de reproducción social que combinan formas de asalarización informal en la fruticultura con el despliegue de diversas prácticas económicas que garantizan su permanencia en el territorio.
Por su parte, la consolidación del barrio Costa Norte es también un ejemplo palmario de la persistencia de los pobladores en defensa de su espacio de reproducción social. Persistencia con la que han logrado frenar las presiones ejercidas para su relocalización y que se manifiesta en una constante adecuación frente a las transformaciones del contexto. La orientación del área circundante al barrio hacia actividades comerciales y de servicio enmarca la singularidad de este caso, expresada en el continuo desplazamiento hacia la construcción de estrategias vinculadas con el ámbito urbano. Sin embargo, ello no ha modificado la posición de subordinación de este grupo social, a la vez que sigue reafirmando la condición del territorio como abrigo para la reproducción de sus pobladores. La complejización de los procesos de producción debe ser el contexto para comprender los cambios y las respuestas de estos sujetos sociales a la imposición de las situaciones socio económicas globales que condicionan su vida cotidiana. Entretanto, se podría afirmar que en distintos momentos históricos de estas territorialidades se refleja el devenir del tradicional Alto Valle del Río Negro. Las diversas prácticas de reproducción de las familias migrantes han estado presentes y en la actualidad resultan estrategias válidas en un contexto de creciente precarización y urbanización, a la vez de modernización productiva y concentración del capital. En síntesis, sostenemos que los sujetos y grupos que viven en situación de subordinación despliegan una serie de estrategias que se entrelazan con las estrategias de otros agentes o grupos sociales y construyen espacios de articulaciones entre uno y otro modo de reproducirse socialmente.

Anexo

Fuente: Jong, Tiscornia y otros (1994). “El minifundio en el Alto Valle del Río Negro”. Universidad Nacional del Comahue.

Notas

1 Proyecto de Investigación “Trabajadores rurales migrantes y territorios frutícolas. Trayectorias laborales y migratorias en la provincia de Río Negro”. El abordaje de la temática combina metodologías cuantitativas y cualitativas, procedimientos histórico–comparativos y estudios de caso. Para los territorios presentados en este artículo se trabajó en algunos casos en base a encuestas y en otros con entrevistas en profundidad.

2 La zona de los valles de los ríos Negro y Colorado eran rutas ganaderas que comunicaban el área bonaerense con los campos cordilleranos y el país vecino. Las medidas aduaneras impuestas en primer lugar por las autoridades chilenas y luego por el gobierno argentino pusieron fin al dinámico comercio entre los dos países. Ello marcaría una inflexión en las formas de organización social, económica y por ende territorial del norte de la Patagonia (Bandieri, 1989).

3 Se denomina “calles ciegas” a los asentamientos ilegales en la zona rural del Alto Valle, localizados a la vera de caminos vecinales, en los cuales las viviendas se alinean a lo largo de las arterias.

4 En las últimas décadas se fue consolidando un modelo productivo caracterizado por la concentración. Según datos del Censo de Agricultura bajo Riego (2005), el 75 % de los productores manejan unidades productivas de menos de 15 hectáreas que abarca el 27 % de la tierra del ejido; en tanto que los productores y empresas que manejan chacras de más de 50 hectáreas constituyen el 5,8 % del total y controlan el 46 % de la superficie de tierra apta para cultivos.

5 Hasta el momento hemos revelado las siguientes calles ciegas en los distintos municipios a lo largo del Alto Valle: en Ingeniero Huergo: La Costa; en Cervantes: Los Luna, El Porvenir; en General Roca: Bahía Blanca, Mar del Plata, Buenos Aires chico; en Contralmirante Guerrico: La Frontera, Los Saldía, Calle 3; en Allen: Calle 10; en Cipolletti, Barrio Norte, La Costa, Lalor.

6 El río Neuquén con un caudal de unos 300 m3/seg. conforma una cuenca sin regulación natural —escasa cobertura vegetal, sin lagos y sectores de fuerte pendiente— lo que se traduce en rápidas variaciones, tanto de la cantidad de agua drenada como de los sedimentos acarreados, características que han sido en parte atenuadas por las obras hidroeléctricas construidas aguas arriba (De Jong, 2000).

7 Cabe mencionar una característica novedosa desde el punto de vista migratorio, como lo es el arribo durante el 2009 de varias familias de origen paraguayo. De acuerdo a los datos aportados, la razón del traslado a esta zona estaría dada por la posibilidad de empleo en actividades relacionadas con la construcción. Precisamente este es un rubro que ha evolucionado favorablemente en toda la región, generando en los últimos años una oferta laboral continua. Ello estaría indicando la ocurrencia de un nuevo proceso migratorio ya que no existen otros antecedentes en el área que vinculen la llegada de migrantes con esta actividad.

8 Las encuestas fueron realizadas en forma conjunta por el equipo de investigación y los estudiantes de la asignatura Geografía de la Población, Dpto. de Geografía, Fac. de Humanidades (UNCo), en el mes de mayo del año 2009.

9 Si bien se mantiene el barrio como lugar de residencia, se busca mediante contactos con parientes o conocidos, radicar el domicilio legal en la ciudad de Neuquén.

10 En el año 2004 se habilita el nuevo hospital de la ciudad de Cipolletti el cual se localiza a más de 6 km del barrio.

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