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Pampa (Santa Fe)

versión On-line ISSN 2314-0208

Pampa  no.9 Santa Fe dic. 2013

 

ARTÍCULOS

Cambios en el sistema agrario y la sociedad rural de una región históricamente ganadera, con la llegada de nuevos usos del suelo

 

Maëlle Gédouin, Pedro Arbeletche, Alejandro Saravia, Italo Malaquín, Hermes Morales Grosskopf y Jean-François Tourrand

AgroParisTech, Univ. Paris X, Francia
E-mail: maelle.gedouin@agroparistech.fr

Facultad de Agronomía, Universidad de la República, Uruguay.
E-mail: arbe19@fagro.edu.uy

Instituto Plan Agropecuario, Uruguay
E-mail: asaravia@planagropecuario.org.uy

Instituto Plan Agropecuario, Uruguay
E-mail: malaquin@planagropecuario.org.uy

Instituto Plan Agropecuario, Uruguay
E-mail: hmorales@planagropecuario.org.uy

Centre de coopération internationale en recherche agronomique pour le développement (CIRAD), Francia
E-mail: tourrand@aol.com

Fecha de recepción: 15 | 11 | 2012
Fecha de aceptación final: 11 | 04 | 2013


RESUMEN

El objetivo de este artículo es proponer un análisis de las transformaciones inducidas por la llegada de nuevos actores y usos del suelo (silvicultura, agricultura) en la evolución del sistema agrario de una región históricamente orientada hacia la actividad de la ganadería extensiva bovina y ovina en Tacuarembó, Uruguay. Se analizan las transformaciones técnico-económicas que se observan en los sistemas de producción agropecuarios, y se propone una primera evaluación de la sostenibilidad económica y social de esta evolución con apoyo en indicadores como el valor agregado producido y su distribución así como en elementos de descripción de la dinámica del empleo.

Palabras clave: Sistema agrario; Sistemas de producción agropecuarios; Agricultura; Ganadería; Diferenciación; Uruguay.

SUMMARY

Changes in the agrarian system and the rural society of a historically cattle breeding region, in relation with land uses changes

The aim of this article is to propose an analysis of the transformations induced by the arrival of new actors and uses of the lands (forestry, agriculture), in the evolution of the agrarian system of a region historically orientated towards extensive bovine and wool ranching, in Tacuarembó, Uruguay. It considers the technical-economic transformations that are observed in the farming systems, and proposes a first analysis of the economic and social sustainability of this evolution, resting on indicators as the produced added value and his distribution, as well as elements of description of the dynamics of employment.

Key words: Agrarian system; Farming systems; Agriculture; Ranching; Differentiation; Uruguay.


 

1. Introducción

En los últimos 20 años, el Uruguay conoció cambios profundos desde el punto de vista productivo, en particular con un desarrollo importante de dos sectores: el sector forestal para la producción de pulpa y de madera de construcción desde principios de los años 90 a partir de la vigencia de la Ley Forestal, (de 179 000 ha plantadas en el país en 1990, se pasa a 1 millón de ha aproximadamente en la actualidad); y desde principios de los años 2000, el desarrollo del cultivo de soja (12 000 ha plantadas en el 2000 en el país, 1,168 millón actualmente) (MGAP, 2010) (cf. Gráfico 1). Estas producciones, junto con la ganadería y el arroz, representan ahora las fuentes más importantes del PIB agropecuario. El fenómeno es tal, que el país experimentó en el 2009 un cambio estructural simbólico (Paolino, 2010) ya que el valor bruto del sector agrícola (sin silvicultura) supera al sector ganadero por primera vez en la historia del país (32,3 Md de pesos contra 30,7 Md).


Gráfico 1.
Evolución del área de soja - Uruguay

No obstante, estas cifras no permiten mostrar cabalmente la importancia de los cambios que ocurren en el país en el uso de sus tierras, en la organización de su territorio y en el funcionamiento de su sociedad rural. Los objetivos de este trabajo son describir los cambios generados en un sistema agrario históricamente marcado por los sistemas de ganadería extensiva. El territorio donde se analizan estas consecuencias es en el departamento de Tacuarembó, Uruguay. Nos proponemos realizar un análisis de la sostenibilidad de estas nuevas características técnico-económicas de los sistemas de producción agropecuarios, así como de los cambios en la situación de la mano de obra en el territorio.
El departamento de Tacuarembó fue elegido como región de estudio dada su situación en la dinámica de exportación del país, caracterizándose en la actualidad por la presencia de una diversidad de sectores productivos. Es el segundo departamento en superficie forestada a nivel nacional con 124 743 ha plantadas de pinos y eucaliptos en 2010 (cf. Gráfico 2) y presenta una tasa de aumento de la superficie sembrada con oleaginosos del 1250 % entre 2000 y 2010 con aproximadamente 30 000 ha sembradas entre 2010 y 2011. Forma parte de la segunda zona de producción de arroz (con los departamentos de Durazno y Rivera) y es el primer departamento en número de bovinos y el tercero en número de ovinos (2011) (MGAP, 2011). Aparte, es un departamento muy rural, con una densidad de población muy baja, de 5,6 habitantes / por km² en el Censo Agropecuario 2000, una tasa de desempleo que es más alta que en la capital (14 %), y una tasa de pobreza que era de las más elevadas del país en el momento del censo 2000, con más de 50 % de personas que vivían por debajo del umbral de pobreza en ciertas secciones policiales. Estas características justifican el interés de este territorio como zona de estudio.


Gráfico 2.
Evolución de área forestada - Tacuarembó

2. Metodología utilizada

Para permitir entender estas mutaciones, sus orígenes y sus consecuencias actuales, y tener la capacidad de hacer hipótesis de evolución futura, este trabajo se apoyó en una metodología de análisis-diagnóstico de sistema agrario (Cochet & Devienne, 2006). La misma permite situar las mutaciones actuales en un ecosistema cultivado específico, teniendo un potencial productivo así como restricciones, y una trayectoria histórica específica de sus actividades agropecuarias. El objetivo del método es comprender las actividades agropecuarias de una región dada de una manera que sea lo más operacional posible, con el fin de permitir la definición de intervenciones de extensión o de medir los impactos de ciertos cambios o de ciertas prácticas.

3. El análisis-diagnóstico de sistemas agrarios

Se basa en un enfoque sistémico en el cual el objeto de estudio, el sistema agrario, es considerado como un dispositivo compuesto de varios componentes identificados, de los cuales se estudia las interacciones entre los mismos. Este sistema se encuentra en un contexto que está en permanente evolución, formado por elementos de la política pública, del funcionamiento de las cadenas productivas, de la conexión específica con el mercado (precios relativos, inflación, tipo de cambio), y que explican parte de los riesgos y de las oportunidades que se presentan a los productores. Se trata de identificar cuáles elementos del contexto tienen influencia en el funcionamiento del sistema y cómo impactan de manera diferenciada en los distintos tipos de productores. Nos interesamos así, a distinta escala, en elementos tanto del contexto internacional (conexión a los mercados, las políticas aduaneras…), como del nacional (importancia del sector agropecuario en la economía nacional, políticas de desarrollo rural…) y del local (dinámicas de población, desarrollo económico del territorio, infraestructuras…). Este análisis sistémico también es dinámico, considerando que el estado actual del sistema agrario es el resultado de una diferenciación histórica. Se trata pues de identificar las principales etapas de la evolución histórica particular del sistema agrario en la región de estudio y sus elementos clave basándose en encuestas de reconstrucción histórica realizadas con productores y jubilados del sector agropecuario y en análisis de paisaje como reveladores de usos pasados. Este análisis nos permite mostrar cómo influyeron los movimientos de especialización y de capitalización en la historia, en cuáles etapas, dónde se provocaron cuellos de botella y umbrales técnico-económicos, y cuáles fueron los sistemas de producción agropecuarios o de actividad en los que los productores estuvieron inmersos. Esta descripción de la trayectoria de evolución del sistema agrario y de la diferenciación de los sistemas de producción en la zona pone así en relación cambios técnicos y diferenciación social, y finalmente permite conseguir una visión global de la diversidad de los sistemas de producción actuales formando arquetipos y sus interacciones.
La situación actual del sistema agrario, detallando estos arquetipos, se basa en encuestas técnico-económicas con casos elegidos intencionalmente. Se describen los sistemas de producción y se analiza la utilización que hacen del ecosistema cultivado, en su funcionamiento técnico (sistema de ganadería, sistema de agricultura), en la organización del trabajo de la mano de obra, en la interacción eventual con actividades no agropecuarias asalariadas o remuneradoras. Los indicadores económicos calculados permiten ponerlos en perspectiva, compararlos entre ellos o con otros sectores de la economía, y medir la eficacia económica de cada arquetipo: la creación de riqueza (producción de valor agregado/ha y activo agropecuario); la remuneración del trabajo y del capital (ingresos agropecuarios o rendimiento del capital). Se explican así las elecciones hechas por los productores (sus racionalidades económicas) y se llega al proceso de diferenciación de los sistemas de producción, lo que posibilita hacer hipótesis sobre la evolución futura del sistema agrario.

4. División de la zona de estudio en subzonas

Para este trabajo se determinó una región de estudio más específica dentro del departamento que presenta problemáticas y una dinámica de evolución común, así como una coherencia geomorfológica global. La región elegida es de aproximadamente 4100 km², se extiende al sur de la ciudad de Tacuarembó, entre las rutas 5 y 26, y termina al sur en el rio Negro (cf. Figura 1). Aparece como una penillanura que presenta una red hidrográfica densa constituida de afluentes secundarios y terciarios del río Negro, que fluye con destino al sur/sudeste, de altitud entre 80 y 210 m sobre el nivel del mar. Fue elegida por su historia fuertemente vinculada a la ganadería y por los cambios que conoce hoy en el uso del suelo y en las actividades que se desarrollan desde los últimos 20 años (silvicultura y agricultura). Basándose en la geomorfología (Boulaine, 1968), los tipos de suelos (Altamirano, Da Silva, et al., 1976), la red hidrográfica, la accesibilidad, la región de estudio puede ser subdividida en 5 subzonas (cf. Figura 1):


Figura 1.
Subdivisión de la región de estudio

• La subregión 1, designada como penillanura de arenisca gruesa y cerros chatos de Tacuarembó, que se presenta como una sucesión suave de interfluvios con suelos arenosos y de vaguadas con suelos de carácter hidromórfico. En el pasado predominaba un tapiz de campo natural con producción baja en invierno (3000 kg de MS/ ha/año) y con baja digestibilidad. Ahora presenta en los interfluvios plantaciones de eucalipto en monocultivo para la industria, aunque las vaguadas continúan siendo valorizadas por la ganadería bovina (35 % de las superficies forestales). La densidad de viviendas en esta zona es muy baja.
• La subregión 2, designada como penillanura de areniscas devónicas gruesas y llanura aluvial del Rincón de Zamora, presenta suelos podzólicos en los interfluvios, recubiertos en el pasado por campo natural y ocupados ahora en su mayoría por plantaciones de eucalipto. Las zonas inundables, o demasiado húmedas para estar plantadas (vaguadas, llanuras aluviales), con suelos de carácter hidromórfico, representan cerca del 50 % de las superficies y conservan el campo natural. Conocen crecidas de ríos y arroyos que pueden ser rápidas durante el período invernal y causar pérdidas de ganado importantes, haciendo más difícil la utilización de esta parte del ecosistema. La densidad de población es más baja que en la subregión precedente, acentuada por una mala accesibilidad del territorio.
• La subregión 3, designada como penillanura suavemente ondulada de basalto de Tres Puentes, ofrece una sucesión de interfluvios y de vaguadas que presentan suelos de muy baja profundidad. Está totalmente ocupada por campo natural utilizado para actividades de ganadería y tiene como una de sus problemáticas clave el acceso al
agua en cantidad y en calidad. La producción anual de MS/ha del campo es más elevada que en las zonas precedentes (hasta 3700 kg de MS/ha/año) pero sufre las consecuencias de la baja reserva de agua útil de los suelos, traduciéndose en un importante déficit forrajero de verano. La densidad de población y vivienda es más elevada pero presenta signos de abandono.
• La subregión 4, penillanura de asperones finos y arcillas de Ansina, presenta en parte un relieve muy plano, son antiguas llanuras aluviales de los ríos, con una buena disponibilidad de agua, así como de suelos de carácter hidromórfico, que hacen de este nivel ecológico una zona propicia al desarrollo del cultivo del arroz. Entre estas llanuras aluviales se extiende una penillanura muy suavemente ondulada que presenta suelos profundos con fertilidad elevada (brunosoles y vertisoles) en la cual los interfluvios están ocupados en parte por cultivos de soja y trigo, cultivos forrajeros y campo natural, que también cubre las vaguadas y las cuencas húmedas. Este campo natural con buen potencial de producción (3600 kg de MS/ha/año) está muy valorizado para las actividades ganaderas. El hábitat está marcado por el desarrollo de pequeños pueblos y ciudades rurales a lo largo de la ruta 26, mientras que pueblos enteros están abandonados al interior del territorio.
• La subregión 5, penillanura de ondulación marcada de Cinco Sauces, se distingue de la zona precedente por un relieve más marcado y, si bien presenta los mismos tipos de suelos que en la zona precedente, tiene más variaciones topográficas, lo que baja su potencial agrícola. Aunque se encuentran actividades agrícolas, la mayoría de esta penillanura está cubierta de campo natural ocupado por rebaños principalmente de vacunos.

Resultados: evolución geohistórica del sistema agrario y eficiencia económica de los sistemas de producción agropecuarios.

5. En los años 1950-1960 la ganadería reina en subzonas de producciones complementarias

En los años 1950, la ganadería de bovinos (carne) y ovinos (lana) era el motor principal de la economía uruguaya. En la región de estudio, el ecosistema estaba ocupado en su casi totalidad por el campo natural, del cual la calidad y la cantidad, sus variaciones en el año, así como la disponibilidad en agua, formaban las ventajas comparativas de cada subregión y determinaban las actividades de ganadería presentes. Un análisis de estas diferencias permite distinguir y comprender sus complementariedades, constituye el equilibrio de este sistema agrario hasta finales de los años 1980, y representa una base de comprensión de las mutaciones que tomaron lugar en las décadas siguientes. En las subzonas de las penillanuras de asperones gruesas (1 y 2), los campos estaban valorizados por ganadería bovina y lanar. Estas dos subzonas conocían una producción forrajera más importante en verano, aunque con un forraje de digestibilidad baja y un estiaje forrajero marcado en invierno. En la penillanura de asperones gruesos y llanura aluvial de Zamora (2), las inundaciones invernales además dejaban una parte de las tierras inaccesibles al ganado. Se trataba pues en estas dos subzonas de aprovechar principalmente la producción forrajera estival y de disminuir la carga animal invernal. Encontrábamos allí sistemas mixtos de ganadería bovina de cría y lanar en los cuales los terneros eran vendidos antes del invierno con 8 meses y 150 kg de peso vivo, a través de las ferias locales, a ganaderos que los engordaban. La penillanura de Tacuarembó (1) estaba caracterizada por la presencia de propiedades de tamaño chico a medio (de 200 hasta 600 ha) explotadas por su propietario con trabajo de la mano de obra familiar (la pareja, y 1 o 2 de los niños). Los sistemas de producción estaban compuestos de rebaños de 130 hasta 300 vacas y de 550 hasta 1300 ovejas, con una carga animal promedio de alrededor de 0,7 UGB/ha. En la penillanura de Zamora (2) se encontraban más bien grandes estancias de tipo capitalista con asalariados, organizadas en potreros muy grandes (varias centenas de ha) que permitían al ganado refugiarse en las fajas no inundables durante el invierno. La ganadería de cría dominaba en propiedades que iban desde las 4000 a las 7000 ha de superficie aproximadamente, con 6 trabajadores asalariados y rebaños de 1200-2000 vacas y de 500 hasta 700 ovejas para el consumo de carne de la explotación o de propiedad de los propios asalariados. La carga animal era muy reducida (entre 0,4 y 0,5 animal por ha en el invierno), la tasa de procreo del rebaño modesta (menos de 55 %), con un gran número de hectáreas por trabajador (700 - 1000 ha/activo), lo cual admitía poco manejo de los animales y con condiciones invernales muy difíciles para las hembras.
Las penillanuras de asperones finos y arcillas de Ansina y de Cinco Sauces (subzonas 4 y 5) presentaban una producción forrajera en calidad y en cantidad que permitía desarrollar sistemas de ganadería de ciclo completo abierto. El estiaje invernal poco marcado posibilitaba conservar una buena carga animal, y la densidad de la red hídrica en la zona disponer de numerosas aguadas de calidad en los potreros, incluso en verano. Estas dos subzonas fueron propicias al desarrollo de ganadería bovina de ciclo completo abierto. Los animales eran vendidos con 500 kg y 3 años ½-4 años de edad. Los sistemas de producción funcionaban con un modo patronal o capitalista con asalariados (3000 hasta 8000 ha, llegando en aquella época hasta las 30 000 ha). Las dos grandes penillanuras de arenisca gruesa (1-2) y la de asperones finos y arcillas (3-4) tenían un funcionamiento totalmente complementario a nivel local que fue valorizado hasta finales de los 80. La subregión de llanura de basalto de Tres Puentes conocía una producción forrajera de cantidad comparable a la de las penillanuras de Ansina y de Cinco Sauces. Sin embargo, la producción en el año es más heterogénea, relacionada con la baja reserva útil de los suelos. Sobre todo, el problema de disponibilidad de agua en verano limita la carga animal. En esta zona, el desarrollo de la ganadería se orientó hacia sistemas de ciclo completo de bovinos «cerrados» (sin compra de animales), con ganadería ovina complementaria para la producción de lana. Encontrábamos allí establecimientos patronales con asalariados que cubrían de 900 hasta 3000 ha, con 300 hasta 1000 vacas y 900 hasta 3000 ovejas, con aproximadamente un trabajador para 300 ha y una carga animal de 0,7-0,8 UGB/ha durante el invierno.

6. En los 1950-1960, sistemas de actividad de los asalariados, del capataz hasta los zafrales: accesos a la tierra y unidades de producción variados (subzonas 2-5)

En todas las zonas donde existían sistemas de producción basados en la utilización de la mano de obra asalariada había unidades de producción agropecuaria que formaban parte del sistema de actividad de los asalariados, indispensables para completar los ingresos provenientes del trabajo asalariado, y que representaban, cuando era posible, modos de capitalización. El salario diario del capataz era más elevado que el del peón, por lo menos del 20 al 30 %. Poseían además fuentes de remuneración indirecta suplementarias: como viviendas para la familia dentro del establecimiento, «donaciones» para el autoconsumo (por ejemplo, ovejas), derechos a pastoreo, posibilidad de utilizar unas hectáreas de tierra para agricultura... Globalmente, tenían más facilidades para acumular capital, poseían así en general unas decenas de vacas además de las ovejas, y podían llegar a acceder a la propiedad de algunas decenas de hectáreas de tierras.
En comparación, los peones de estancia tenían casa y comida incluidas en su tiempo de trabajo semanal. Tenían a veces derechos a pastoreo en la estancia que les empleaba, lo que les permitía comprar y conservar algunos bovinos (por lo general hasta cinco como máximo) y algunas decenas de ovejas, cuya venta de todo o parte hacía factible enfrentar gastos imprevistos y, a veces, invertir en la compra de algunas hectáreas de tierras. Asimismo, en algunos establecimientos, otras remuneraciones se añadían a eso, como por ejemplo la donación de una oveja al mes para el consumo de la familia. El salario diario era, sin embargo, poco elevado, permitiéndoles raramente acceder a la propiedad. La familia podía vivir afuera de la estancia y mayormente lo hacía en pequeños pueblos cercanos. Los zafrales vivían en pueblos diseminados en el territorio. El número de días trabajados podía ser muy variable. Para los zafrales no especializados, el salario era extremadamente bajo y la familia tenía fuentes alimentarias alternativas. Poseían en general un corral (aves de corral, a veces uno o dos cerdos), algunas ovejas, una o dos vacas lecheras (más raramente una vaca
para carne), que pastaban en los anchos lados de los caminos y se complementaban con pesca en ríos y arroyos vecinos y caza de animales silvestres (mulitas, carpinchos…). Las condiciones de vida eran a menudo realmente miserables para esta parte de la población, tanto en la cantidad y calidad del agua, en la salubridad de las viviendas, y con muy poco acceso a la salud y la educación. Los niños usualmente salían a trabajar desde la adolescencia como zafrales o peones de estancias. Los zafrales especializados (alambradores, esquiladores, domadores…) recibían un salario más elevado pero con condiciones de vida más difíciles.

7. Los años 1970-1985: impulsos a nuevos usos de la tierra vía planes de desarrollo agropecuario, y desarrollo del cultivo del arroz

Algunos años después del fin de la Segunda Guerra Mundial, la competencia europea sobre las dos principales industrias de exportación uruguayas (lana y carne) llevó a una crisis para la economía uruguaya, en la cual la ganadería se había modernizado poco desde el siglo XIX (regresión del PIB entre 1955 y 1960 de 0,6 % por año). Si la gestión de los rebaños en grandes potreros de campo natural explicaba en parte esta baja productividad, también encontraba su origen en los circuitos de comercialización y de transporte que necesitaban modernización (Legrain, 1974).
En la década de 1960 hubo un importante estudio sobre el potencial productivo de los suelos de Uruguay realizado por el Ministerio de Agricultura y Pesca (MAP). Sobre esta base, en los años 1970 empezó el «Plan Norione», que consistía en parte en terminar con el enclave de toda la zona sudeste del departamento que presentaba suelos con un buen potencial agrícola, incluyendo las penillanuras de asperones finos y arcillas de Ansina y de 5 Sauces (4 y 5). En este marco se construyó en 1974 el puente sobre el río Tacuarembó en Ansina, y la ruta 26 fue asfaltada, lo que fue decisivo para la apertura de todo el sector. Esta apertura permitió el desarrollo del cultivo de arroz en la penillanura de Ansina (4), apoyándose en la construcción de represas de agua al nivel de las vaguadas formadas por los arroyos terciarios. Una base de este desarrollo fue que la implantación del cultivo había empezado desde los años 50 gracias a un plan gubernamental de autosuficiencia alimentaria y de desarrollo de industrias que fue implementado a finales de los 40. Este plan definía que el precio del arroz estaría fijado por el gobierno en acuerdo con la Gremial de Molinos Arroceros (GMA) y la Asociación de Cultivadores de Arroz (ACA). En la región de estudio estas condiciones ventajosas del mercado atrajeron a arroceros brasileños, los que, por dominar la técnica y poseer
el material necesario, comenzaron los cultivos alquilando tierras situadas en llanuras aluviales de la penillanura de Ansina (4) y rotando las mismas cada 2 o 3 años. La irrigación era efectuada sacando el agua directamente del río con bombas a vapor o motorizadas a fuel, luego repartida por gravedad en los anchos campos arroceros (potreros separados por «taipas» construidas siguiendo las curvas de nivel). La debilidad de esta producción quedaba en que las tierras utilizadas presentaban riesgos fuertes de inundación, pero también en que la zona estaba muy aislada, con muy malas condiciones de transporte, lo que explica su situación hasta los 70 (alcanzó un máximo de 4500 ha en los años 60).
En 1962, el banco Estatal de Uruguay propuso medios estables de financiación de la producción de arroz y fue introducida la variedad Bluebelle en forma consistente. Estos dos elementos fueron fundamentales en la ampliación de las superficies y en el aumento de los rendimientos. Así, a finales de los años 1960 y principios de los 1970, en un contexto de mercado protegido, los productores invirtieron en la construcción de las primeras represas de aguas de tamaño modesto en la penillanura de Ansina aumentando las superficies cultivadas, dando el acceso a tierras no inundables y bajando los riesgos de perjuicio de las cosechas. Estas represas de agua podían ser construidas por el arrocero, con contratos de arrendamiento de larga duración con el propietario, en una inversión conjunta entre ganadero y arrocero, o una inversión del ganadero que buscaba luego a un arrocero interesado en el arrendamiento de sus tierras con el fin de amortizar más rápidamente el costo de las obras. La búsqueda de una rentabilidad mínima (100 ha en arrendamiento para cultivar arroz) y/o el asumir el costo de inversión con cierta capacidad financiera son dinámicas de los grandes propietarios.

8. Los años 1980: explosión de la deuda externa, planes de promoción para el desarrollo de «productos no tradicionales»

A la vuelta de los años 70, con el aumento de la productividad del trabajo en el sector agropecuario en Europa, Uruguay tenía problemas de competitividad de sus productos. Las exportaciones disminuyeron fuertemente y llegaron a un déficit de la balanza comercial y un estancamiento de la economía nacional (Legrain, 1974). En la década de 1980, en un contexto marcado por la situación del petróleo, la crisis económica se agravó y el país entró en una recesión profunda, con una explosión tanto de la deuda externa como de la inflación. Con el fin de desarrollar las exportaciones, fueron tomadas algunas decisiones políticas. Entre éstas, se lanzó un plan de promoción de «productos no tradicionales», el que no llegó realmente a la creación de cadenas productivas en la región de estudio, con excepción de la actividad apícola (problemas de accesibilidad, cultivos o variedades inadaptadas en la zona). El precio del arroz, cuya producción era exportada en su mayoría, fue también sostenido y condujo al aumento de las superficies cultivadas.
El principio de los 80 marcó así la aparición de una rotación pradera/arroz que vinculó fuertemente el cultivo de arroz con la ganadería de ciclo completo. De hecho, después del cultivo de arroz y sin sembrar pradera, demoraba alrededor de 3 años la vuelta de una cobertura vegetal con buen potencial productivo para ganadería. Algunos propietarios incluyeron como condición en sus contratos de arrendamiento la siembra de una pradera al momento de entrega de las tierras, mientras que otros decidieron realizarlo a su propio costo. Aprovecharon así más rápidamente y con menor costo una cubierta forrajera mejorada, lo que les permitió compensar la disminución en superficie de pastoreo. Se creó, poco a poco, un fuerte lazo técnico y económico entre el sistema de ganadería en ciclo completo y el sistema arrocero. Para los ganaderos que tomaron parte de esta dinámica, la presencia de este nuevo recurso forrajero de alta digestibilidad y rendimiento energético, complementado con agua de calidad, posibilitó mejorar paulatinamente los indicadores técnicos de las unidades de producción (aumento de la ganancia diaria de peso vivo, de la tasa de procreo) y llegó a la apertura de sistemas de engorde, traduciéndose en la compra de terneros. A pesar de las medidas tomadas, el gobierno dictatorial no consiguió frenar la crisis. Las elecciones fueron organizadas antes de la mitad de la década de los 80, en un contexto económico difícil, con inflación y endeudamiento creciente. En el medio rural, esta situación acentuó el éxodo y afectó sobre todo a la mano de obra temporal, que los empleadores procuraban disminuir.

9. Los años 1990: liberalización de la política económica, crisis ovina, desarrollo del sector forestal

El país abordó esta década agotado económicamente. Promovida por las instituciones internacionales (FAO, FMI, Banco Mundial), una política de liberalización y de dolarización fue desplegada a finales de los años 1980 y consolidada con la creación del Mercosur. Fue el fin del manejo de los precios agropecuarios y el levantamiento de toda restricción de acceso al mercado para las exportaciones y desgravación arancelaria de las importaciones (De Almeida, 2000). Por otro lado, otras medidas fueron tomadas para desarrollar nuevos sectores de exportación y promover la inversión de capitales en el país, entre las cuales se desarrolló el sector forestal. La Ley Forestal 15939 promovió el desarrollo de plantaciones de uso industrial. Además de las ventajas ligadas a la exoneración de impuestos sobre la tierra, la ley preveía la distribución de subsidios si las plantaciones eran realizadas en tierras predefinidas como de «prioridad forestal». Éstas eran determinadas, entre otros criterios, por su bajo potencial de producción forrajera. Las tierras con suelos podzolisados, situados en los interfluvios de las penillanuras de asperones gruesas de Tacuarembó (1) y de Zamora (2), formaban parte de esto. Las sociedades anónimas podían acceder a las ventajas propuestas si se hacían propietarias de tierras. El desarrollo no se efectuó de la misma manera en el litoral del río Uruguay, donde hay un acceso fácil a los puertos y donde las grandes sociedades internacionales invirtieron inmediatamente, mientras que en el departamento de Tacuarembó, alejado de los puertos y con mala infraestructura de transporte, fue en principio postergado. El desarrollo de las primeras plantaciones forestales en el departamento fue efectuado por la inversión de capitales uruguayos en 1992 vía la emergencia del Fondo Forestal financiado por la Caja Profesional de Jubilaciones. Esta sociedad propuso la compra de sus tierras a los propietarios y produjo un fuerte aumento de los precios de la tierra en toda esta zona.
Estas ofertas de compra se realizaron a principios de los 90, en el momento en el cual el sector lanar atravesaba una crisis vinculada con una fuerte baja de los precios de la lana, por abundancia de la oferta en el mercado mundial y el desarrollo de la industria de los tejidos sintéticos. Los años 80 trajeron un difícil contexto económico a numerosos ganaderos y, en particular, a productores familiares de la penillanura de Tacuarembó (1), cuyo sistema de producción estaba principalmente basado en la ganadería lanar. La venta de sus tierras para la forestación fue percibida como una oportunidad de saldar las deudas, incluso desplazándose en la búsqueda de tierras en el nordeste del país, propicias para la ganadería ovina, y llegando a un movimiento importante de ventas y de éxodo. Se quedaron en la zona sólo los ganaderos menos endeudados o para los cuales la ganadería bovina de cría era la parte más importante de su sistema de producción. Varios tipos de plantaciones forestales se pueden encontrar en el departamento; en las penillanuras de Tacuarembó y de Zamora principalmente fueron de eucalipto de tipo globulus para pulpa de celulosa (pasta de papel). Éstas son plantadas para 11 años, con una densidad que no permite el crecimiento de la vegetación debajo. Pero las zonas húmedas no son plantadas, lo que representa en la penillanura de Tacuarembó (1) el 35 % de la superficie de las propiedades silvícolas y el 50 % en la penillanura de Zamora (2). A los dos años del inicio de la plantación, estos lugares forestados están técnicamente accesibles al pastoreo animal.
En la penillanura de Tacuarembó (1), algunos propietarios de tierras contiguas a las propiedades forestales de la zona vieron en estas superficies campos que podían valorizar. Negociaron con las empresas forestales contratos de pastoreo de 11 meses, indizados en la superficie realmente pastoreada por el ganado. Por las dificultades de vigilancia, la renta de la superficie pastoreada era menor que el valor/ha de cualquier otro contrato de pastoreo (20 a 30 % más barato). Por facilidad de gestión para la empresa forestal, y a causa del gran tamaño de los potreros, estos contratos excluyeron a los ganaderos que no podían proponer un rebaño de al menos 300 cabezas, apartando eventualmente de esta dinámica a los pequeños ganaderos familiares con ganadería de cría bovina y ovina. Algunas alternativas ofrecidas por las empresas forestales incluían una organización colectiva entre ganaderos pequeños o la asociación con un ganadero que poseía rebaños más importantes, organizaciones que resultaron difíciles. En la penillanura de Zamora (2), la estructuración de la propiedad en potreros muy grandes, y los riesgos invernales de inundación, hicieron que estas superficies atrajeron más a inversores temporales de ganado de invernada. Éstos firmaron contratos de pastoreo del mismo tipo que los precedentes con las empresas forestales, para engordar un rebaño ingresado en las tierras en primavera, y retirado antes de principios del invierno y de las inundaciones.
La ganadería ovina era una de los empleadores más importante de mano de obra, particularmente zafral en las estancias, para la esquila realizada a mano. La disminución del número de ovinos llevó a una disminución de las ofertas de empleo, que con el aumento del costo de la vida y la revaluación de los salarios, acentuaron el éxodo rural, llegando a vaciar más las campañas ya poco pobladas. La desaparición de esta categoría de ganaderos familiares criadores de bovinos también provocó una baja de la oferta de novillos de reposición (150kg), ejerciendo presión sobre los ganaderos patronales gestionando sistemas de ciclo-completo abierto en las penillanuras de asperones finos y arcillas de Ansina (4) y de Cinco Sauces (5), para mejorar la gestión de la tasa de procreo del rebaño, como forma de tener su propio ganados de remplazo. Esto pasó por la utilización más frecuente de campos mejorados y de varias técnicas de destete (destete precoz, etc.) y una selección más rigurosa de las hembras reproductoras. Algunos propietarios ganaderos que poseían superficies suficientes aprovecharon del desarrollo conjunto del cultivo del arroz para arrendar más superficies para arroz y aumentar así sus superficies de praderas, alcanzando hasta el 10 % de campos mejorados. Globalmente, las evoluciones que tuvieron lugar en la década 90 permitieron un crecimiento del 5 % del PIB. Sin embargo, el tamaño del país y su baja densidad de población no le permitieron una posición ventajosa dentro del Mercosur, y la balanza comercial fue deficitaria. El país intentó entonces abrirse mercados hacia los Estados Unidos y Europa, pero el equilibrio económico del país, basado en las exportaciones de materias primas, los servicios y una zona franca portuaria, quedó frágil (Finch, 2005). Una recesión ligera comenzó a finales de los años 1990 y el país abordó los años 2000 debilitado, con diferencias salariales que aumentaban, un desempleo y un empobrecimiento que afectaban a poblaciones cada vez más jóvenes y específicas, particularmente en el medio rural (Foulquier, et al., 2008). Una grave crisis financiera afectó a Argentina en 2002, perturbó toda la dinámica comercial regional y puso en dificultad a Brasil y Uruguay. Para enfrentar a esta crisis, en 2003 se devaluó la moneda y se reestructuró la deuda externa (Foulquier, et al., 2008).

10. Los años 2000: llegada de fondos de inversión y desarrollo de la agricultura de exportación, aumento del precio de la tierra

El período 2005-2009 tuvo como objetivo principal en respuesta a la crisis de 2002 disminuir las vulnerabilidades del país a partir de un plan financiero y fiscal, reducción de los costos del Estado, políticas sociales de disminución del desempleo y de la pobreza. A nivel de las políticas agropecuarias, la dinámica se apoyó en la expansión de la agricultura de secano, de las plantaciones forestales y de inversiones en el sector de transformación de la madera, mientras que la devaluación del peso favorecía las exportaciones. La tasa anual de crecimiento del PIB agropecuario alcanzó así el 4,1 % entre 2001 y 2009. Poco a poco, en los años 2000 en la región en estudio las plantaciones forestales, que eran propiedad del Fondo Forestal, fueron compradas por grandes sociedades forestales internacionales (Forestal Oriental, Arauco), las que continuaron expandiendo sus plantaciones. Algunas inversiones fueron hechas para desarrollar la producción de carne bovina y mejorar su productividad. Este sector había abordado la crisis financiera en una situación de vulnerabilidad, ya que en 2001 una epidemia de fiebre aftosa afectó al país y disminuyó las ventas al exterior durante varios meses. A ésta se había agregado una difícil sequía durante el verano de 1999-2000, por lo que se llegó a pérdidas a veces dramáticas en los rebaños de los establecimientos agropecuarios, particularmente los situados en tierras secas (penillanura ondulada de basalto de Tres Puentes (3). Las condiciones financieras eran particularmente difíciles para los establecimientos agropecuarios de ganadería a principios de los años 2000. En este contexto de crisis, numerosas oportunidades aparecieron para inversores argentinos y brasileños, que buscaban colocaciones más seguras para sus capitales. Los precios bajos de las tierras de potencial agrícola del Uruguay desempeñaron un papel de imán, acentuado por un cambio legislativo que les permitía a las sociedades anónimas volverse propietarias de tierra. Por otra parte, la devaluación del peso uruguayo terminó de componer un contexto favorable para la producción de oleaginosos de exportación y algunos de estos fondos de inversión lo hicieron su especialidad. Las tierras de potencial agrícola situadas en los interfluvios de las penillanuras de Ansina (4) y de Cinco Sauces (5) fueron en la región bajo estudio el centro de estas inversiones, que tomaron dos formas.
La primera consistió, desde 2002, en el arrendamiento de tierras con contratos de corto plazo (2-3 años) para la producción de proteínas vegetales. Les fue propuesto a propietarios que buscaban liquidez de corto plazo en este contexto económico difícil, lo que facilitó su implantación. De hecho, la renta propuesta era del orden de U$S 200/ ha plantada/año (valor 2011, indizado a la variación del precio de la soja), cuando el valor agregado neto de los sistemas de ciclo completo iba de U$S 95 hasta U$S 150/ ha/año (valores 2011). Los contratos propuestos se extendían por 1 año y eran renovables hasta 3 o 4 años. En el momento de la renovación, las empresas podían negociar el disponer de nuevos campos, aprovechando así del back-end del campo natural. El impacto puede revelarse como muy importante en establecimientos de tamaño pequeño a medio (menos de 1000-1500 ha), donde las tierras arrendadas representaban más de los 10 % de la superficie. Se llegó a una dependencia de este tipo de recurso, favoreciendo una relación de fuerza en detrimento del propietario-ganadero. El impacto fue tal que ciertos productores familiares que tenían importantes necesidades financieras de corto plazo decidieron arrendar la (casi) totalidad de sus tierras. En establecimientos más grandes esta práctica también tuvo impactos sobre las superficies de pastoreo. Algunos propietarios negociaron la implantación de praderas al final del contrato y comenzó a implantarse una rotación soja-trigo durante 3-4 años, siguiendo con 4 hasta 6 años de praderas. Los poseedores de grandes propiedades (5000-8000 ha) aprovecharon de la interesante renta propuesta por los «pools de siembra» y otras empresas que invertían en agricultura, para arrendarles una fracción de sus tierras (200-300 ha). A menudo, ya arrendaban una fracción de sus tierras a arroceros (de 200 hasta 300 ha). Las superficies arrendadas llegaron así al 12-15 % de la superficie total del establecimiento, y los potreros que reingresaban al sistema de producción del ganadero sistemáticamente eran sembrados con praderas, llevando a más del 20 % la superficie de campo mejorado en las tierras consagradas a la ganadería. Esta situación les permitió aumentar la carga animal por ha (de 0,8 a 0,9-1 en invierno), mejorar el control de la tasa de procreo del rebaño y realmente bajar la edad de faena de los animales, terminar más rápidamente su engorde (de 3,5 años a 2,5-3 años en promedio) y crear un nuevo sistema de producción.
En dichas subzonas (4 y 5) y en el mismo contexto de cadena productiva, otro tipo de sistema de producción apareció bajo la forma de compra de tierras como fondo de inversión. El objetivo para estas sociedades inversoras era de cultivar lo máximo en las superficies compradas con producción de soja, de la cual controlan la comercialización. Sin embargo, como propietarios de las tierras, procuraron encontrar un equilibrio entre producción máxima de VAN/ha a corto plazo y mantenimiento del potencial productivo de los suelos. Desarrollaron rotaciones soja-trigo (4 años)/praderas (4 años) en la totalidad de sus tierras cultivadas, que representaban por lo general cerca de 2/5 de la superficie. Para valorizar estas praderas, así como las laderas y las tierras marginales no cultivables (llanuras aluviales), incluyeron en su sistema ganadería de invernada o de ciclo completo. La mayoría de las labores en los cultivos era realizada por contratistas de servicios agropecuarios. Se añadió a estos movimientos de compras y de arrendamiento de tierras por fondos de inversiones, una demanda de tierras por propietarios que vendieron sus tierras a sociedades o grupos financieros en el sur o al oeste del país (llanura aluvial del río Uruguay), y que procuraban reinvertir el capital obtenido. Esta presión de la demanda en tierras llegó a un aumento exponencial de su precio (cf. Gráfico 3), casi «desconectada de su realidad productiva» (Morales, 2010). El acceso a la tierra quedó así todavía más difícil, y la propiedad se concentró cada vez más en las manos de sociedades anónimas. El aumento de los precios preocupó también por el riesgo de burbuja especulativa (El boom y las burbujas, 2011).



Gráfico 3.
Superficies y valor de las tierras vendidas en Uruguay. 2000-2009

11. Más allá de las mutaciones observadas en los sistemas de producción agropecuarios, un contexto global de cambio de la cadena productiva carnicera y de la dinámica social en el medio rural

Poco a poco, para responder a la demanda en servicios agropecuarios vinculada con el desarrollo de la agricultura, pequeñas sociedades se desarrollaron en los centros urbanos a lo largo de la ruta 26. Cada sociedad se especializó en una tarea particular: siembra, fumigación, cosecha. Estas pequeñas empresas dieron a estos centros una vida económica y un potencial atractivo que jamás habían conocido, desarrollando la zona urbana de manera rápida y desordenada. Estos sectores particularmente atrajeron a los jóvenes porque las remuneraciones eran interesantes, con horarios controlados, con condiciones de vida y de trabajo mejores que en otros establecimientos agropecuarios. Fue pues un fenómeno de éxodo rural vinculado con el aumento del costo de oportunidad de la mano de obra asalariada (cf. Tabla 1), lo que provocó una disminución fuerte y un envejecimiento de la población rural.

Tabla 1. Salario de los obreros trabajando en zona rural, en comparación con los umbrales de pobreza y de sobrevivencia (Fuente: Gédouin, 2011).

Esta evolución se efectuó mientras el sector industrial se concentró y los precios de la carne bovina aumentaron. En 2006, el frigorífico Tacuarembó fue comprado por el grupo brasileño Marfrig, que posee hoy cuatro frigoríficos en Uruguay que representan el 23 % de la faena. En procura de aumentar el volumen de carne que sale de sus frigoríficos, el industrial tiene como objetivo la disminución de la edad de faena de los animales y el aumento del número de animales producidos por sus proveedores, así como asegurarse su aprovisionamiento. Desarrolla para ello diversas estrategias de integración, como la ayuda a la compra de alimento contra la entrega de ganado gordo. Con la mejora del contexto de precios en los mercados, una parte de los sistemas de ganadería de cría patronales realizó una transición hacia sistemas de ciclo completo. No hay una estrategia de valorización diferenciada de los productos que provienen de los sistemas pastoriles, teniendo como base la calidad organoléptica de la carne o una certificación vinculada al respeto del medio natural, con el argumento de la falta de demanda en los mercados internacionales (Morales, 2011). La disminución de la edad de faena de los animales y la aparición de este sistema de ganadería ocurrieron en una lógica de aumento de la productividad de toda la cadena productiva de la carne bovina. Por otra parte, un aumento importante de los precios de la carne ovina y de la lana generó en los últimos dos años la revalorización de la ganadería ovina.
La lana presenta una tonificación importante de sus precios, habiéndose multiplicado por más de 2 desde 2009. Los esfuerzos hechos desde hace 10-15 años para el mejoramiento global de la calidad de la lana en Uruguay gracias a cruzamientos con razas de lana fina, como los Merinos Dunee (australiano), están recompensados. Además, los 5-6 últimos años emerge un nuevo sector, inexistente hasta entonces, valorizando los corderos como «cordero pesado», de 35-40 kg vivo, exportados hacia la Unión Europea, llegando también a una multiplicación por dos del precio de venta/kg (en U$S constante) entre 2009 y 2011. En la región bajo estudio, los productores familiares cuyo sistema de producción tenía en su mayor parte ganadería ovina como base, vieron su ingreso agropecuario revalorizado, mientras que los establecimientos más grandes que habían conservado un rebaño ovino para el autoconsumo, vieron como retomaba importancia económica. Esta nueva valorización de los ovinos cuestiona hasta el autoconsumo de ovejas y su utilización como remuneración para los asalariados, en los establecimientos agropecuarios capitalistas, donde la opción pasa a ser el consumo de carne bovina. Se observa en los mercados locales una «retención» de ovejas («vientres »), cuyo precio se duplicó (de $40 hasta $80 a $100/animal). Aparte, estas condiciones, añadidas a los precios favorables de la carne bovina, cuyo precio también casi se duplicó entre 2009 y 2011, hizo que un cierto número de productores familiares o patronales cuyo arrendamiento de tierras a las empresas agrícolas era marginal (menos de 10 % de su superficie total) se cuestionaran el interés de seguir haciéndolo. Algunos decidieron en 2011 no renovar sus contratos, o disminuir la superficie a la mitad, conservando un vínculo con estos inversores en caso de que este contexto favorable no se mantenga. En tanto, después de 2007, claramente fueron las exportaciones agropecuarias, donde está la agricultura, las que promovieron el crecimiento económico del país. Esta transformación incluyo que el Uruguay se volvió, desde el punto de vista de la estructura de exportaciones, más exportador de productos vegetales que ganaderos, lo que representa un cambio estructural considerable (Paolino, 2010).

12. Sistemas de producción agropecuarios resultantes de esta diferenciación, comparación de su creación de riqueza y de su distribución

El área dedicada a la ganadería se redujo así cerca de 1 millón de ha (CIA, 2011). La economía conoció un crecimiento del 8 % acumulativo anual entre 2004 y 2008, con una desaceleración coyuntural en el 2009 vinculado a la crisis financiera, pero que globalmente, volvió a crecer un 8 % el PIB en 2010, y el desempleo está hoy en el nivel más bajo que Uruguay hubiera conocido (del 11 % en 2002 al 6 % hoy) (CIA, 2011). Sin embargo, esta dinámica se desarrolló de manera heterogénea en el territorio, y no permitió bajar la proporción de pobreza en el medio rural, donde quedan focos de pobreza, y donde otros se crearon (Paolino, 2010). Los sistemas de producción agropecuarios que resultaron de este fenómeno de diferenciación en la región de estudio, están resumidos en el esquema presentado en Anexo 1. La comparación de sus resultados económicos fue hecha con base a la producción de valor agregado/ha y por activo agropecuario, y su distribución (cf. Gráficos 4, 5 y 6).


Gráfico 4.
VAN anual/ha generado por los diferentes sistemas de producción de la zona de estudio (Gédouin, 2011)


Gráfico 5.
VAN/activo agropecuario (Gédouin, 2011)


Gráfico 6.
Repartición relativa del VAN (Gédouin, 2011)

Los valores agregados más elevados/ha provienen de los sistemas de agricultura. En el sistema agrícola de los fondos de inversión, la carga anual es poco elevada cuando, en el contexto actual del mercado, el producto bruto procedente aumenta. El acceso a las tierras es temporal, inseguro, y arriesgado, pero es compensado por la ausencia de capital inmovilizado (ni tierras ni material en propiedad) y la utilización de servicios para las tareas en los cultivos. Los sistemas arroceros se distinguen por una inversión mayor en equipos y maquinas. A pesar de un acceso a la tierra por arrendamiento, el vínculo que existe con los propietarios vía la construcción y la utilización de las represas de aguas les asegura más seguridad. Es un sistema que queda en este sentido arriesgado para el arrocero.
El segundo grupo de nivel de producción de VAN/ha es formado por los sistemas agrícola-ganaderos y ganaderos de ciclo completo con una parte de cultivos forrajeros importante, en los cuales una parte de las tierras son cultivadas para la agricultura y\o la producción forrajera. Estos sistemas son más polivalentes, más completos, con una creación de riqueza a partir de una inversión/ ha en trabajo y en capital más importante que el tercer grupo, valorizando todos los niveles del ecosistema cultivado, al contrario del primer grupo. El tercer grupo es formado por sistemas basados en la ganadería y con menos de 10 % de tierras cultivadas. El VAN/ha más elevado es el del sistema de cría con suplementación, lo que se explica por un VAN bovino más importante, vinculado a la suplementación de los animales. El VAN más ele
vado del sistema de ganadería de invernada capitalista con arrendamiento de tierras se explica por las bajas cargas de este sistema, con un acceso muy temporal a la tierra, ausencia de cargas de mantenimiento del establecimiento y pocos gastos veterinarios. El VAN más bajo se encuentra dónde la tierra es la menos valorizada en el proceso productivo: ausencia de cultivos o de mejoramiento de praderas, carga animal tan reducida que no permite valorizar de manera óptima la producción del campo natural. Si se estudia la productividad del trabajo (cf. Grafico 5), se pueden separar en tres grandes grupos los arquetipos representados. Las más bajas productividades del trabajo derivan de sistemas de producción capitalistas con asalariados, basados en ganadería bovina de invernada o de ciclo completo, con una carga animal baja y un cuidado mínimo de los animales, en sistemas que finalmente sólo se basan en la «cosecha» por los animales de lo que produce el campo natural. El segundo grupo se desprende, presentando superficies por activo comparables, pero con una diferencia gradual en el valor agregado producido, vinculado directamente a la utilización o no de praderas o de suplementación para la producción y el engorde de los novillos. Esta diferencia muestra el aumento de la productividad del trabajo permitido por la utilización de ciertos insumos o paquetes técnicos, con una cierta intensidad de su utilización (por ejemplo, el 10 % de las superficies en campo mejorado). Justamente es la oportunidad y la capacidad de llegar a este umbral, que va a tener el papel de factor de diferenciación para estos sistemas: a la vez acceso a la tierra, capacidades de inversión para la campaña anual, de los cuales los productores familiares por su tamaño económico son excluidos. Por fin, los sistemas capitalistas con asalariados con más de 20 % de superficie de campo mejorado, así como los sistemas agrícola-ganaderos de fondos de inversión, presentan una productividad mayor del trabajo, con una gama de superficie / activo más elevada. Las estrategias de gestión de estos sistemas efectivamente son maximizar la productividad de las inversiones realizadas en las tierras en propiedad, y la diferencia notable viene de un porcentaje de superficies en agricultura más importante, implicando una inversión en capital y en trabajo, que da efectivos resultados.
El Grafico 6 muestra la distribución relativa del VAN en los diferentes sistemas de producción. Vemos aquí la importancia que los salarios toman en los sistemas capitalistas donde trabajo y capital son separados. El sistema agrícola con arrendamiento de tierras se destaca por su independencia de la mano de obra, con una parte muy baja dedicada a la remuneración de los asalariados, ya que se contratan empresas de servicios, ilustrando la gran movilidad de estos capitales. Podemos efectuar el mismo tipo de análisis en cuanto al sistema de invernada con arrendamiento de tierras. Por contraste, los sistemas agrícolo-ganaderos parecen más «anclados» en el desarrollo del territorio.

13. Discusión y conclusiones

Para poder obtener un empleo en los nuevos sectores (silvicultura, agricultura), los trabajadores tienen que emigrar hacia los pequeños centros urbanos o la capital departamental, primero para tener la posibilidad de formarse a estos oficios, y enseguida para encontrar la oferta de empleo. En Uruguay, este fenómeno de éxodo de los jóvenes y de las familias hacia las ciudades llega a una consecuencia desconocida en el país hasta ahora, que es la creación de «barrios de chabolas» o cinturones de pobreza alrededor de las ciudades. Este fenómeno es acentuado por el hecho de que el acceso a los servicios de base (electricidad, salud, educación, justicia, agua potable en ciertas zonas) es una verdadera dificultad en el medio rural, vinculado a una densidad de población que disminuye, y a un costo por habitante del desarrollo de infraestructura que se eleva. Acentuando esta diferencia, el impacto de las políticas sociales implementadas por el gobierno parece quedar limitado en el medio rural, a causa de la dificultad de acceso a los servicios (escuelas, médicos), ampliando la brecha con las ciudades y acentuando el éxodo rural. Si el éxodo que se efectuó en los años 1980-1990 fue más en dirección de las capitales departamentales, en los años 2000 esta mudanza de las campañas y esta relocalización de su población es comparable al fenómeno descrito por Guibert et al. (2011) en la pampa Argentina: una desaparición de los pequeños pueblos rurales, y un crecimiento de los pequeños centros urbanos, que están consolidándose por el desarrollo de la agricultura, creando verdaderas «agro-ciudades» en las cuales se desarrollan empresas de servicios agropecuarios, maquinaria, almacenamiento, fábricas. El caso de la ciudad de Ansina, en el centro de la penillanura de asperones finos (4), y el de Las Toscas, que se sitúa cerca de la región de estudio, conocen ahora un desarrollo importante, y parecen corresponder totalmente a esta dinámica. En un territorio rural que ya tenía pocos habitantes, este desequilibrio que crece entre ciudades y campañas vaciándose está creando problemas importantes de organización y de infraestructura, desfavoreciendo claramente a los pueblos restantes, y perjudicando la emergencia de eventuales iniciativas de desarrollo rural. Para los ganaderos, esto significa cada vez más dificultades en encontrar mano de obra, sobre todo zafrales especializados, y se encuentran con una población laboral cada vez más envejecida. Esto plantea a mediano plazo, problemas de formación de los asalariados, y globalmente, un aumento de los costos vinculados a la mano de obra. Las dificultades posiblemente van a encontrarse de ahora en adelante en la gestión de los picos de demanda de trabajo, en sistemas en los cuales, antes, la abundancia de mano de obra y su remuneración permitían enfrentarlos aumentando temporalmente la fuerza de trabajo.
Por otra parte, podemos interrogarnos en cuanto al impacto económico del ingreso de las empresas agrícolas en los sistemas de producción agropecuarios. Por un lado dieron una solución económica de corto plazo a muchos propietarios a principios de los 2000, pero la dependencia económica a esta fuente de liquidez se cuestiona, ya que nos encontramos con que estas empresas pueden disminuir fuertemente las superficies cultivadas, entre una campaña y otra (fue, por ejemplo, el caso el año pasado por algunas, con una disminución de 1/3 de la superficie). Si bien muchos propietarios tienen conciencia de esto e intentan «limitar» su importancia en el total de su ingreso, las condiciones económicas pueden hacer que sea difícil mantener esta disciplina para algunos de ellos. El aumento de los precios de la carne bovina y de la lana, así como la creación de una nueva valorización vía la producción de corderos pesados, les permitieron sin embargo recientemente acceder a una mejor salud financiera y a mayor autonomía frente a estas fuentes de liquidez. Pero esta situación depende mucho de la fluctuación de los precios en los mercados mundiales tal como ocurrió en el año 2009. Este dinamismo agropecuario no es sinónimo de desarrollo rural. Localmente, los beneficios del desarrollo de estos sectores, ya se trate de la silvicultura o la agricultura, conciernen sobre todo a los centros urbanos y los espacios productivos en los cuales estas unidades de producción se ubican. Además, podemos temer que una presencia temporal de estos actores externos a los territorios y al sector agropecuario, con capitales móviles, pueden rápidamente cambiar su centro de inversión (Guibert et al., 2011). Así, la disminución eventual del área cultivada, provocaría de hecho un impacto sobre el funcionamiento de las empresas de servicios, y una disminución de sus necesidades en mano de obra.

13.1. ¿Cuales serían opciones de desarrollo a impulsar, para mejorar la sostenibilidad de esta evolución?
En las dinámicas recientes de diferenciación, los sistemas de producción agrícola-ganaderos parecen distinguirse. El cultivo de una parte de las superficies es valorizado como una fortaleza para la ganadería en estos sistemas, aprovechando de praderas, y permitiendo aumentar sensiblemente el VAN creado por ha y por activo. Favorecer la creación de sistemas agrícola- ganaderos parecería ser una vía para la creación de riquezas y la creación de empleos en el territorio, valorizando más la actividad presente de ganadería. Dentro de esos, el impacto que tiene en los resultados económicos la implantación de praderas lleva a situarse a favor de su desarrollo, aunque la utilización de cultivos forrajeros debe ser moderada y puesta en perspectiva con relación al potencial subutilizado del campo natural. La utilización de praderas, debería tener lugar en una reflexión más global incluyendo a la realización en las tierras cultivadas, con la definición de los espacios cultivables en los establecimientos agropecuarios, con el fin de preservar zonas de campo natural con un buen potencial de producción, y valorizar las tierras con un buen potencial agropecuario. De esta manera permitiría el aumento de la producción preservando un potencial ecológico, que es sin duda, una de las llaves para un proceso de intensificación ecológica en este sistema agrario. Desde el punto de vista forestal, es posible inspirarse en lo que pasa fuera de fronteras, tomando como ejemplo la experiencia descrita por Gautreau, y Vélez (2011), en el estado de Rio Grande do Sul en Brasil. En esta zona, ha sido impulsado un diálogo entre industriales forestales, asociaciones ecologistas y gobierno para definir zonas de plantación y zonas de protección de la biodiversidad, particularmente del campo natural. Esta voluntad de gestión conjunta dio lugar a la creación de ZAS (Zonificación Ambiental para la actividad Silvícola). Estas zonas han sido definidas teniendo como base lógicas paisajísticas, pero también de gestión de la biodiversidad y de la vulnerabilidad ecológica y paisajística de las unidades. Esta reflexión a escala de un territorio es innovadora en la voluntad de regular la utilización del territorio y el desarrollo de actividades que transforman el ecosistema, particularmente el campo natural. Este enfoque espacial y multidimensional del desarrollo, tanto a escala de la rotación de cultivos como de la distribución del uso del suelo en el territorio, pasa a ser un pilar central que permitiría conciliar eficacia de desarrollo económico y preservación de un potencial paisajístico y ecológico. Finalmente, la reflexión podría ser extendida a una lógica de acciones sociales y de desarrollo de la infraestructura en el medio rural, definiendo polos prioritarios de desarrollo económico y de hábitat, en vínculo con áreas de empleo y de educación emergentes, permitiendo desprenderse de la influencia unipolar de la capital departamental, y conservar a una población repartida en el territorio rural.
Si esta dinámica se aplica al departamento de Tacuarembó, se puede suponer que las consecuencias puestas de relieve son, por lo menos en parte, relevantes no solo a nivel del país, sino de toda la parte pampeana, por lo que es de la dinámica de éxodo, de despecuarización, y por los desafíos que se presentan en la gestión de toda esta zona. Hoy, los productores y los actores políticos se encuentran confrontados con la necesidad de elegir entre voluntad de dinamizar el desarrollo económico del país a corto-plazo, basada en gran parte en el sector agropecuario, y preservar un potencial productivo y un potencial social que permite mantener este desarrollo en el tiempo, para no encontrarse en tener que gestionar un «desierto rural». Debates se realizan en el país, que muestran la conciencia que tiene la sociedad civil y la clase política de los puntos cruciales que representan estas cuestiones, y numerosas iniciativas locales son portadoras de esperanza para el futuro.

Anexo 1. Esquema de diferenciación de los sistemas de producción (Gédouin, 2011)

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Fuentes consultadas

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Dirección General Forestal (2011). Dirección General Forestal. Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca. (En línea) Disponible en http://www.mgap.gub.uy (consultado 30/03/2011).

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