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Pampa (Santa Fe)

versión On-line ISSN 2314-0208

Pampa  no.10 Santa Fe dic. 2014

 

RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS

Estrategias de reproducción social en la producción familiar capitalizada. Los chacareros del Alto Valle de Río Negro
Alvaro, M.B. (2013)
Buenos Aires: La Colmena

 

Por Ana Laura Beltrán

Facultad de Ciencias Económicas
Universidad Nacional del Litoral
E-mail: analaura_beltran@hotmail.com

El desarrollo del capitalismo en la agricultura ha sido un tema de interés desde los clásicos como así también la preocupación por las transformaciones al interior de la estructura social y la apropiación del excedente. En el marco de la sociología rural interesa abordar en este caso cuáles son esas estrategias desarrolladas por los productores, como eslabón inicial de la cadena, para persistir dentro del sector frutícola, entendiendo que su exclusión puede significar tanto el abandono de la actividad como también su subordinación al poder de los demás eslabones. Todo esto vinculado al avance del capitalismo en el agro (capitalismo y agricultura) en las décadas del noventa y dos mil utilizando para ello el estudio de un caso específico. El corazón del trabajo de Alvaro es indagar en las estrategias de reproducción social de los chacareros, para saber que ha sucedido con las pequeñas explotaciones integrantes de las cadenas alimenticias, específicamente de frutas de pepita, en el marco de un nuevo régimen de acumulación mundial examinado para ello el escenario de un país dependiente y vulnerable al poder de las empresas transnacionales, con un Estado ausente en materia regulatoria. A ello se suman las exigencias cada vez más rigurosas por parte de los consumidores, actores finales/receptivos de una cadena que en su interior presenta pesos y poderes de negociación desiguales.
Estrategias de reproducción social en la producción familiar capitalizada. Los chacareros
del Alto Valle de Río Negro es parte de la tesis doctoral en Ciencias Sociales de la autora y del abordaje del tema por parte del grupo de investigación social del que forma parte. Con el recorrer de sus seis capítulos puede notarse el intenso trabajo de campo realizado y una excelente operacionalización de las variables teóricas abordadas al inicio de la obra. Tal como indican las consideraciones metodológicas, la construcción de fuentes de información primaria implicó la elaboración de un cuestionario realizado a técnicos/ingenieros agrónomos; chacareros y cámaras de productores respecto a dos ejes temáticos: sobre los chacareros y sobre sus inserciones ocupacionales. Fue llevado a cabo en el marco de un proyecto de investigación que le permitió a la autora la confirmación de la fuerte e importante presencia de productores familiares en la zona de estudio y de actividades combinadas de cara a la supervivencia y reproducción de este tipo de actores. En un
segundo momento se construyó una entrevista semiestructurada con selección de casos por muestro de escalón múltiple que permitieron incorporar mayor información sobre las estrategias productivas y ocupacionales de los productores que se han ido ajustando a las exigencias de inversiones en capital para alcanzar los estándares de calidad solicitados para poder comercializar su producción. El sujeto protagonista del estudio se refiere específicamente a los productores de peras y manzanas (frutas de pepitas) del Alto Valle, zona productiva de unas cien mil hectáreas ubicadas al norte de la Patagonia que involucra a las provincias de Río Negro, principalmente, y Neuquén. Estos cultivos representan gran importancia para la región por su aporte en materia económica y tienen un destacable desempeño a nivel de exportaciones donde la mitad de la materia prima es suministrada por el tipo de productores mencionados. Es posible pensar que las situaciones descriptas para la zona del Alto Valle son comparables a las evidenciadas al interior de la región pampeana (zona de destacada y tradicional producción agropecuaria) con cultivos diferentes pero que experimentan el mismo sometimiento al poder comercial de las grandes empresas trasnacionales. Sin embargo, en este caso de estudio, se muestran niveles de pluriactividad que se ubican por encima del promedio nacional. Alvaro refleja una realidad regional que supera los estereotipos y categorías teóricas con matices y variedad de situaciones. Esos perfiles intermedios, mezclados y combinados de actividad productiva quedan de relieve en una gama de situaciones con extremos exteriorizados por los grupos de control que van desde la monoactividad a la pluriactividad. El capítulo I está dedicado al abordaje de los interrogantes teóricos que se organizan en tres ejes. Comienza con el análisis de Capitalismo y Agricultura indagando en sus vínculos e influencias, especialmente en el último tiempo caracterizado por procesos de desregulación de las economías donde resulta inevitable poner de relieve el papel desempeñado por el Estado en este sentido. Lo manifiesta claramente responsable de la superioridad de fuerza que dicho poder transnacional detenta en la articulación de la cadena agroalimentaria respecto a los demás eslabones. Tomando la descripción de McMichael (1999), la autora destaca que la agricultura se aleja cada vez más de los espacios y sociedades a las que pertenece para pasar a formar parte subordinada de una cadena de producción propiedad de capitales corporativos extranjeros.
Luego, en función del segundo interrogante, recupera la discusión entre los clásicos sobre la persistencia de la pequeña producción frente al avance del capitalismo en la agricultura, su definición en este sentido y los límites a la misma. Así el recorrido atraviesa el trabajo de Marx (1867, 1894) que coloca a los productores tipo farmer en categorías de transición cuyo estado será afectado por el avance del régimen, que permite el progreso de la clase capitalista. Continúa con el aporte de Lenin (1899) y las diferentes vías del desarrollo capitalista en la agricultura (desde arriba y desde abajo). Entre sus reflexiones, la autora destaca el aporte de la introducción de la diferenciación social estructural en la agricultura capitalista. Luego agrega la visión de Kautsky (1899), un poco más drástica y apocalíptica de la pequeña explotación, donde a pesar de las barreras que encuentra, su desaparición es inevitable. Avanzando en el tiempo, Alvaro menciona los aportes de Chayanov (1924) para el siglo XX y las diferencias en su mirada respecto a Marx en cuanto a la generación y apropiación del excedente y la importancia del valor de uso (y no de cambio) entre los objetivos de la producción. En la segunda mitad del siglo XX se renueva el debate teórico de la definición de las unidades familiares. Así, Alvaro recupera de Friedmann (1986) que el grado de mercantilización de dichas unidades es el criterio determinante para precisarlas en el traspaso de unidades campesinas a comerciales. Friedmann (1978) analiza los límites inferiores y superiores de la definición teórica de producción familiar. El valor agregado que posee este tipo de unidades de producción es el lazo familiar que las dota de valores y sentimientos de unión y ligazón a la tierra que no disponen las grandes capitalizadas y/o no familiares. Tal como reconoce Balsa (2002) para Argentina, esto les aporta una capacidad de resistencia basada en la historia y su vínculo con la tierra que funciona como mecanismo de aguante en la explotación. De acuerdo a Ascuy Ameghino (2008) debe entenderse a la presencia de pequeñas explotaciones como un factor político de importancia y que si bien no pueden detener el avance concentrador del capitalismo en la estructura del agro, sí pueden lograr retardarlo, frenarlo relativamente, obstaculizarlo.
La autora resume en una triple clasificación los distintos criterios adoptados por los autores revisados donde se recuperan tres categorías. Allí señala los aspectos/características considerados por cada autor «para explicar la transformación -hacia arriba o hacia abajo- de acuerdo a cada enfoque» (48). De esta forma agrupa al trabajo de Friedmann (1980) y Van der Ploeg (2006) quienes reconocen como determinante la relación de las unidades con el mercado; el de Archetti y Stolen, Tort et al. por la capacidad de generar excedentes y el de Murmis por las relaciones sociales que se entraman en ellas. Para terminar el capítulo, el tercer interrogante teórico sobre el concepto de reproducción social, apunta a responder cuáles son los diferentes comportamientos desarrollados por los chacareros del Alto Valle ante las cambiantes situaciones que presenta la cadena agroalimentaria con el objetivo de permanecer dentro de la actividad. Mas interesa de las estrategias de reproducción social no solamente la indagación de aquellas que permiten la supervivencia de estos sujetos si no el aspecto o «la dimensión activa y recreadora de las prácticas, en el marco de un grupo familiar que condensa en sus dinámicas familiares posiciones de clase y ciclos internos con ellas relacionados intentando adecuar ciertas condiciones de existencia -materiales y simbólicas- con las del contexto» (54). En el capítulo II «Apuntes teórico-metodológico», se explicitan las definiciones otorgadas a las estrategias productivas y ocupacionales que disponen las familias para la reproducción social así como también todo lo referente a la estrategia metodológica: muestra, unidad de análisis, lugar de investigación, el recorte geográfico y temporal, la dimensión de estudio y se detalla el objetivo general. También se exhibe el estado de situación de la producción familiar dentro de la estructura social agraria local y caracteriza a los sujetos y el contexto. A través del análisis censal se pone de manifiesto el proceso de desaparición de pequeñas explotaciones y aumento de las más grandes, propio de la tendencia a la concentración en el uso del suelo que se da también en regiones con cultivos tradicionales como la Región Pampeana. A pesar de lo anterior, el trabajo destaca la predominancia del estrato de explotaciones de 10 a 25 ha en lo relativo al Departamento tal como lo exhiben los datos utilizados de los Censos Nacionales Agropecuarios de 1988 y 2002. Por su parte, el Censo de Áreas Bajo Riego sitúa en este sentido a las comprendidas entre 0 y 25 ha.
Luego el trabajo analiza las variables más relevantes en cuanto a su comportamiento a medida que la superficie de explotación aumenta. Así, María Belén Alvaro expresa los cambios que sufre la utilización de mano de obra familiar, el número de trabajadores permanente, así como la relación entre ambas. La incorporación de más superficie en cultivo muestra en esta obra una actuación inversa en la participación de dichas variables. Por el contrario, no encuentra evidencia correlativa entre las actividades laborales extra agrarias desempeñadas por los productores y el tamaño de explotación donde no se hallaron comportamientos lineales de acuerdo al tamaño. Según rescata Alvaro de Bendini y Alvaro (2009) esto estaría desdibujando la imagen del chacarero como actor único y exclusivamente agrario y la traba/incapacidad que supondría la actividad agraria para desempeñarse en otros mercados. Sí parece ponerse de manifiesto que a medida que el tamaño de explotación se expande, la predominancia del cultivo de pera se hace presente (con un perfil comercial de colocación en el extranjero) al igual que la explotación de la actividad vía monte por espaldera. Para finalizar el capítulo la autora describe las principales características en torno a las variables mencionadas y sus magnitudes en relación a la localidad de estudio: Allen.
En el capítulo III se recuperan las distintas etapas que atravesaron los sujetos agrarios de la zona de estudio, abarcando el surgimiento/emergencia, consolidación y presente de los chacareros. Alvaro replica la tradición de periodizarla en los cuatro momentos que tradicionalmente consideran otros autores en su estudio sobre el tema (Bandieri y Blanco, 1994; Bendini y Tsakoumagkos, 1999, 2002, 2003; GESA, 2007; Landriscini et al., 2007; De Jong et al., 1994): 1) asentamiento y conformación del perfil productivo; 2) centramiento en la fruticultura; 3) diferenciación del eslabón primario y 4) modernización diferencial. El objetivo que persigue la autora en esta sección es abordar y reconstruir el componente histórico que llevó a la actual conformación de los chacareros frutícolas. El avance de la frontera hacia el sur con el exterminio de los pueblos indígenas permitió la apropiación de tierras que se distribuyeron como méritos militares de la «conquista del desierto». Esta primera etapa signada por la incorporación de capitales extranjeros que viabilizaron las inversiones en infraestructura fueron determinantes para poder poblar y comunicar hacia el interior del territorio. Estos dos hechos, según reconoce Alvaro citando a Doeswijk et al. (1998), sumados a las inversiones en riego, constituyen tres procesos que permitieron la puesta en valor de la tierras de la zona. Evidentemente estos plasmaron la conjunción de tierra, trabajo y capital necesarios para su transformación en proceso productivo. En las primeras décadas del siglo XX se hizo presente la alfalfa como primer cultivo en la zona, seguida por los viñedos que hicieron su aparición. Más tarde los frutales (como consecuencia de la demanda externa) fueron ganando terreno con el pequeño productor como protagonista. En la segunda etapa se ratifica el modelo de producción frutícola iniciado en la fase anterior. Con destino en los mercados europeos, la cadena de producción quedó dominada por los capitalistas ingleses, sujetos encargados del empaque y venta externa de los frutos, apropiándose de buena parte de los excedentes, pero al mismo tiempo esta relación comercial le permitió al productor la colocación de su producción. Se detalla en el trabajo que la Segunda Guerra Mundial así como el surgimiento de países competidores viró los envíos a Brasil constituyéndose en principal cliente. Tal vez lo más importante de esta etapa es el proceso de nacionalización evidenciado y la diversificación de la producción con la industria de juegos concentrados. A su vez la autora destaca como relevante de este momento el desarrollo de organizaciones de productores pero que aún así no fue suficiente para mejorar su situación frente a la apropiación mayoritaria del excedente lograda por el grupo de empaque/comercializador. En la tercera fase de los años 60 y 70, la modernización afectó negativamente al primer eslabón y otorgó mayor poder de negociación a los pos-cosecha. El avance de las empresas hacia la producción (integración vertical hacia atrás) cambió el panorama vigente y las reglas de juego: provocaron un salto en la oferta, elevaron el umbral de calidad obligando al resto de los productores a seguirlas para evitar la exclusión y derrumbaron los precios, ubicándolos próximos a sus costos inigualables de producción alcanzados gracias a las inversiones en tecnología. A esta tendencia concentradora se le sumaron cambios desfavorables en el contexto comercial internacional para la actividad y una complicada situación doméstica.
Por último, la etapa de modernización diferencial se da en el marco de la globalización y el paradigma desregularizado de las economías y el movimiento de capitales. Especialmente Argentina acunó y viabilizó la llegada de inversiones externas con importantes consecuencias a nivel productivo por el salto tecnológico, que al mismo tiempo vulnerabilizó aún más la situación de los productores agrarios con un Estado ausente. El final: crisis y derrumbe del modelo de convertibilidad con un tendal de exclusión y excluidos. Al interior de la cadena, dio lugar a la entrada, salida y supervivencia de actores que modificó la composición de la estructura social agraria. En el capítulo IV «Prácticas productivas», el análisis del mercado frutícola para la zona de estudio se muestra dominado por un pequeño grupo de empresas. A pesar de la integración vertical hacia atrás realizada por las mismas para asegurarse una buena oferta de fruta tanto en calidad como en cantidad, no es suficiente en términos de ésta última variable que lleva a que deban abastecerse por productores independientes que obtienen excelentes desempeños: la acumulación de oficio por parte del productor da un resultado en chacra superlativo. Como requerimiento de los mercados internacionales, se exige la implementación de buenas prácticas agrícolas (BPA) reglamentada por el Globalgap. Son normas que surgen a cumplir en forma voluntaria, que se transforman en obligatorias, para lograr la colocación en mercados internacionales cada vez más exigentes. Contar con certificación de BPA permite el ingreso al mercado europeo, el principal de la fruta patagónica. ¿Qué implica para el productor? Pone atención tanto en aspectos productivos como sociales y se combinan controles internos y auditorías externas planificadas e imprevistas. El objetivo es, desde la demanda, regular la actividad en términos de cuidado ambiental y laboral en las chacras. Sin embargo, al parecer el impacto de las mismas ha sido aumentar las asimetrías: los requerimientos de calidad aumentan los costos productivos y con la incapacidad de fijar precios por parte de los productores, reduce su rentabilidad. La sección continua con un repaso por la normativa nacional vigente en cuanto al control fitosanitario reglamentada por el SENASA (Servicio Nacional de Calidad y Sanidad Alimentaria) y Funbapa (Fundación Barrera Patagónica). En el año 2002 se promulgó la Ley Provincial de Transparencia Frutícola (detallada en el anexo del libro) que busca formalizar con beneficios fiscales la relación vendedor-comprador de fruta. Es de carácter no obligatoria: hace que convivan acuerdos formalizados en este marco legal y otros informales de distinto tipo. Entre las cuestiones que reglamenta, fija anualmente un precio mínimo del producto diferenciado por especie. Luego, la socióloga dedica un apartado para reconocer las distintas estrategias productivas de los chacareros, el objeto del capítulo. Para ello construye una matriz organizada a partir de distintas variables y dimensiones (adopción de Buenas Prácticas Agrícolas; índice laboral; tamaño de la parcela; cambio técnico; diversificación; forma de comercialización; principalidad y función) para la construcción de indicadores que permitirán la lectura de dos estrategias. A partir de la gama de tipos de productores emergentes de los cambios evidenciados por el proceso modernizador de la producción la autora reconoce dos tipos de estrategias, una de adaptación y otra de resistencia, las cuales divide a su interior entre más y menos capitalizados. Se organiza el estudio de cada estrategia en dos casos extremos tomando como referencia el índice aditivo obtenido. Lo mismo se realizó para la indagación de la segunda estrategia. En la primera estrategia, que implica un proceso de modernización incorporado en forma acompasada y acumulativa, la autora encuentra que más de la mitad de ellos trabaja con monte frutal reconvertido y por encima de los dos tercios, reimplantó variedades contemporáneamente y exhiben diversificación en la producción. En sus vínculos comerciales han intentado mejorar el alto índice de descarte con una mejor selección pre-venta ya que el destino de la producción son mayoritariamente las empresas transnacionales: la mitad de los productores vende exclusivamente a las mismas y el resto, además de esta colocación, suministran a la industria.
Identifica que para los productores más capitalizados, los ingresos familiares de tipo no agrario adquieren protagonismo (que se corresponde con la principalidad de la otra actividad reconocida) y predomina la contratación de mano de obra asalariada. Las decisiones de inversión se plasman en la compra de tierras con capitales provenientes de la propia actividad. A la inversa sucede con todas las variables mencionadas para aquellos que poseen una inferior capitalización. Ello estaría demostrando, para Alvaro, que en éstos últimos su reproducción social está ligada plenamente a la actividad agraria. El proceso modernizador termina aplastando al productor porque es quien debe mejorar la calidad de la materia prima, pero no se ve compensado en términos de apropiación de un mayor (o al menos justo) excedente. Esto sucede como un mandato que proviene tanto por parte de la demanda de mercados consumidores cada vez más exigentes e informados, como por la normativa internacional que a través de los agentes comercializadores (empresas multinacionales con poder de mercado) termina pesando en el productor familiar local. Pero no sólo los perjudica en este sentido si no que muchos, como consecuencia de las nuevas normativas, debieron eliminar de la explotación tareas que realizaban tradicionalmente. Un tema de central preocupación, resaltado en reiteradas ocasionales a lo largo de la obra, es el porcentaje de descarte y las formas alternativas de aprovecharlo, como por ejemplo, vendiéndolo a mercados menos exigentes. Por otra parte, la estrategia de resistencia dentro de la cual se ubica a los productores que no acreditan BPA, presenta características opuestas a las recién expuestas. No se encuentra un proceso de reinversión en la actividad debido a que la misma no lo hace posible. En general, los resultados muestran el ingreso de capitales provenientes de actividades extra-frutícolas, procesos de disminución de tamaño dedicado a la actividad incrementando la escala por superficie trabajada y/o desarrollo de actividades no frutícolas. Dentro de las estrategias de resistencia reconoce a los más capitalizados como una situación mixta o híbrida con características combinadas que lo acercan más a un tipo en transición que a uno definido en sí mismo. La peor situación es la que atraviesan los menos capitalizados que son los más golpeados.
En este grupo, son muy pocos los casos con formas productivas modernas en el sentido de los reimplantes y encuentra sólo un tercio que produce con monte reconvertido en más del cincuenta por ciento. El destino de su producción, en general, es la industria con vínculos comerciales informales, el mercado interno y empaques satélites, no haciéndolo a las empresas transnacionales como sucedía con la estrategia de adaptación. Sin embargo, persiste de esa modalidad, la principalidad en el ingreso proveniente del desarrollo de la actividad para los más descapitalizados al igual que el trabajo familiar. Por último, se diseñaron dos grupos de control para establecer los límites superior e inferior que comprende a la categoría sujeto de estudio. La demarcación superior ubica a aquellos más destacados en términos productivos. Se los podría considerar premium, con un perfil de tipo empresarial, cambio técnico acumulado y asesoramiento especializado, y contratación de mano de obra asalariada. A la inversa, el piso incluye a los más afectados negativamente por el proceso modernizador, cercano al autoconsumo y a la versión más rústica de su definición, donde predomina la tradición en la forma de producir, la mano de obra familiar, el retraso técnico, baja escala de producción y una frágil inserción comercial. A partir de lo anterior construye una tipología como síntesis. El capítulo V «Prácticas laborales» comienza con la inspección de estudios respecto a las causas del surgimiento de la pluriactivadad (cambios en el contexto, en la forma de producir, etc.) y sus características tanto a nivel internacional, latinoamericano y nacional. Se plantean dos interrogantes: 1) cuál es la función diferencial que introduce la pluriactivdad en la reproducción social de los sujetos de estudio de acuerdo a su nivel socioeconómico; 2) cuál es la importancia de dicha pluriactividad. Alvaro define como pluriactivo a aquél productor/familiar que más allá de la actividad agraria frutícola en el predio realiza una o más actividades fuera del mismo, agraria/s o no, o prediales no agrarias y aquellas percepciones de ingresos que no tienen origen en el desarrollo de una actividad actual en particular (jubilaciones, pensiones, etc.). Se considera la vigencia de ellas en los últimos 10 años.
De la combinación/conjugación de la variable tiempo y el concepto de productor exclusivo y pluriactividad la autora identifica tres tipos de esta última: pluriactividad simultánea (que rige y está latente en el presente), escalona (para hacer referencia a que es intermitente, discontinua, interrumpida) e histórica (no identificable en los último diez años). Como ya se señaló anteriormente, no se reconoce un patrón de comportamiento estable entre pluriactividad y tamaño de las explotaciones, sin embargo, pierde fuerza su presencia a medida que el tamaño de explotación aumenta. De igual modo, reconoce que la causa de inicio no necesariamente se debe a una situación de crisis. Muchos aprovechan escenarios de bonanza, como sucede con los de mayor capitalización, que lo materializan por ejemplo en educación, nuevos emprendimientos, etc. Justamente es el acceso a la educación uno de los motivos (entre otros servicios que disponen los centros urbanos) del cambio de residencia a las ciudades o comportamientos más nómades, alternativos entre campo y ciudad combinando trabajo en chacra con extraprediales. Sin embargo, la profesionalización no implica salida de la actividad de manera permanente. Muchos se capacitan para volver luego a la explotación con mayor idoneidad y profesionalismo, facilitado por al desdibujamiento de lo rural-urbano, dada la proximidad con la ciudad. Entre los motivos que se expresan para la realización de otras actividades (Alvaro recupera de Bendini, Murmis y Tsakoumagkos, 2008) el más frecuente tiene que ver con la búsqueda de complementar los ingresos de la actividad agraria, luego por tratarse de una mejor alternativa para ganar dinero y, por último, la posibilidad de lograr que sus hijos estudien. De acuerdo a la muestra el trabajo encuentra que dos terceras partes llevan o han desempeñado actividades extra-agrarias y el resto en la misma actividad. Entre los primeros, predominan productores con un nivel de capitalización medio y entre los segundos tanto los altamente capitalizados como los bajos. Reconoce que un primer análisis arroja que la mayoría de las actividades que se agregan a la agraria son las profesionales, las percepciones de jubilaciones y pensiones, y en menor medida los servicios rurales. La actividad extra predial predominante es el comercio. La autora construye cuatro perfiles diferenciando los pluriactivos de los exclusivos, y a su vez a su interior por el valor del índice aditivo. Distingue entre pluriactividad desde adentro y desde afuera de acuerdo a si el ingreso a la actividad agraria tiene que ver con fondos provenientes de la propia actividad/herencia familiar o con capitales con origen en cuestiones extra-agrarias. Los primeros tienen historia y rasgos de la fruticultura, y el resto son aquellos que se zambullen en la misma, sumándola a su actividad anterior. También reconoce los motivos de cada caso para convertirse o retomar pluriactividad. Muchas veces se relaciona con otorgar complementariedad al ingreso agrícola, tanto para la reproducción agraria como para el sostenimiento de lo extra-agrario. En los niveles más capitalizados implica la posibilidad de expandirse en uno y otro ámbito. La intermitencia de otras actividades de acuerdo a los ciclos familiares, coyuntura económica, contexto, etc., estarían manifestando que la pluriactividad en sí misma no está representando una buena o mala situación para quien se encuentra atravesándola, si no que hace su aparición en una gama de situaciones ya sea por descomposición hacia arriba o abajo.
La pluriactividad, en cualquiera de sus acepciones, se presenta en el Alto Valle con más fuerza que la que débilmente pueden mostrar los relevamientos estadísticos. El trabajo de campo de Alvaro encuentra un comportamiento predominante de resistencia con inserciones pluriactivas para los productores familiares de dicha zona. En el caso en que este tipo de inserciones llevan a la descomposición hacia arriba, el componente familiar puede jugar sumando actores como restando: aparece con tendencia a la exclusividad por incorporación familiar y desaparece por la eliminación que impone virar hacia un perfil empresarial. De acuerdo a la autora, la presencia de pluriactividad/pluriactivos estaría exhibiendo o materializando el dinamismo que presenta la estructura social agraria y no un tipo en sí mismo. El último apartado conduce a la creación de tipologías de estrategias de reproducción social de los actores sujeto de estudio, construidas a partir de la combinación de las prácticas productivas y laborales reconocidas. Para ello, se entrelazan dichas variables clasificando a los chacareros frutícolas (de los veinticinco casos comprendidos en la muestra) en aquellos para los cuales prima en el ingreso el proveniente de la actividad frutícola y los que no. A su vez, a su interior se diferencia a los que poseen alta y baja capitalización tomando como referencia el valor del índice aditivo medio (que permite ver las estrategias de modernización y resistencia, respectivamente).
Para los que el ingreso frutícola representa el primordial y son altamente capitalizados, Alvaro encuentra que poseen una organización del trabajo basada en la mano de obra asalariada, se han reconvertido productivamente y el resto de las actividades son accesorias al ingreso obtenido de la producción, tales como de tipo profesional o comercial. Todas las actividades se abocan a fortalecer la actividad frutícola. Contrariamente para los chacareros con baja capitalización, prima el trabajo familiar y escasas posibilidades de modernización. Las actividades secundarias, de tipo asalariadas, se utilizan para salvar la actividad que se desarrolla perfilada a la descomposición hacia abajo. Entre los que identifican la primacía de estrategias de reproducción social extra-frutícolas, los que están por encima del índice medio de capitalización y se definen como modernos, utilizan mano de obra asalariada y profesionalizan la gestión en la chacra con personal capacitado, juntamente con la salida de los integrantes familiares que carecen de conocimiento especializado; dedicándose a actividades extraprediales de tipo profesional o comercial y reteniendo a aquellos que sí lo han hecho o incentivándolos en aquél sentido. Esto lleva tanto a reinversión en chacra como fuera de la misma. Finalmente el caso más endeble con altas probabilidades de salir de la actividad son, dentro del último grupo, aquellos de baja capitalización que no han implementado estrategias de modernización. Se diferencia que en algunas situaciones los ingresos extra agrarios se tornan más atractivos y en otros casos, la pluriactividad aparece como forma de salvar la actividad y permanecer en el predio vía prestación de servicios rurales a otras chacras. Por último, María Belén Alvaro expresa la necesidad de fortalecer la organización colectiva de los productores para mejorar su capacidad de negociación. Con un final abierto, este gran trabajo de abordaje sociológico con aportes interdisciplinarios invita a continuar problematizando sobre la temática y al planteo de nuevos interrogantes respecto al motor que dinamiza las estrategias de reproducción social de los chacareros. En el espacio rural conviven una gama de situaciones con algunos moldeándose a las nuevas exigencias y otros más retrasados, resistiendo a la innovación por carencia de capital para hacerlo, y por supuesto, por el peso de la tradición. Como asignatura pendiente queda la intermediación del Estado para balancear los poderes desiguales que enfrenta la oferta atomizada de productores frente a un puñado empresarial que los flagela.

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