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Pampa (Santa Fe)

versión On-line ISSN 2314-0208

Pampa  no.14 Santa Fe dic. 2016

 

ARTÍCULOS

Discusiones teóricas sobre la dinámica funcional en el vínculo espacial urbano y rural*

 

Ana Laura Picciani

Universidad Nacional de Río Cuarto (UNRC)
E-mail: anapicciani@hum.unrc.edu.ar

* Trabajo desarrollado en el marco del Doctorado en Geografía, con beca de CONICET dirigido por las Dra Carla Gras y la Dra Gabriela I. Maldonado y con apoyo del Proyecto de Investigación Científica y Tecnológica (PICT) 1279/2012, dirigido por Gabriela I. Maldonado

Fecha de recepción: 11 | 03 | 2015
Fecha de aceptación final: 28 | 09 | 2015


RESUMEN

En contextos de cambios globales continuar hablando de límites espaciales, al menos desde una mirada geográfica, es discutible. Formas organizacionales se recrean, coexisten y resisten ante la presencia de eventos novedosos. En este dinamismo los escenarios «urbano-rurales» comienzan a vincularse de acuerdo a sus funcionalidades, de esta manera aparecen voces como neorruralismo1, ruralidad globalizada2 o espacios pluriactivos3, que dan cuenta de ello aunque continúan siendo abordados desde un enfoque dualista. Por lo expresado, se realizará un recorrido por las diversas construcciones teóricas que conceptualizaron la relación espacio rural-espacio urbano en diferentes momentos históricos para desde allí comenzar a ensayar categorías capaces de plantear una discusión concreta, superponer variables y alcanzar una noción dinámica de estos espacios en función de la empirización de los eventos que lo envuelven.

Palabras clave: Ruralidad globalizada; Uso diferencial del territorio; Funcionalidad; Espacio urbano-rural.

SUMMARY

Theoretical discussions on functional dynamics in the urban and rural spatial link

In contexts of global change to continue talking about spatial boundaries, at least from a geographic point of view, is debatable. Organizational forms recreate, coexist and resist the presence of novel events. In this dynamic the «urban-rural» scenarios begin to bond according to its functionalities, so voices as neorruralism, globalized rurality or pluriactive spaces appear and realize it but they are still approached from a dualistic perspective. As stated, a review of the various theoretical constructs that conceptualized the rural-urban space ratio at different historical moments will be carried on and from there begin to prove categories able to raise a concrete discussion, overlay variables and achieve a dynamic notion of these spaces regarding the empirization of the events that surround it.

Key words: Rurality; Globalized differential use of functionality; Territory; Urban-rural espace.


 

1. Redefiniciones de las racionalidades productivas y su impronta territorial

El espacio como producto social ha demostrado o demuestra diferentes formas de organización y ha sido objeto de investigación de numerosos científicos sociales quienes de acuerdo a su método, especificidad o campo de estudio han plasmado su perspectiva a la hora de definirlo o caracterizarlo. Mucho se ha analizado sobre el espacio denominado como urbano, no así de exhaustivo fue el tratamiento o estudio del espacio rural, que pareció tener una definición más de tipo residual. En el sentido de ser definido como rural a todo espacio que aún no es urbano. Su estudio a manera de vínculo rural urbano, bajo la idea de complementariedad, no es necesariamente el que más abunda y esto se debe a que explicar la realidad cambiante de las relaciones sociales productivas, económicas, políticas y culturales manifestadas o expresadas en el espacio no es tarea fácil, menos aún si consideramos que lo urbano ya no es exclusivo de las ciudades. Cada modo de producción y por lo tanto cada formación social concreta originó vínculos socioespaciales justificadores de tales o cuales relaciones productivas articuladoras del espacio urbano con el entorno4. Esta articulación requirió de un uso selectivo y diferencial del territorio, que lo fue modificando poco a poco hasta hacerlo cada vez más continuo (Santos y Silveira, 2001).
El transcurso de la historia demuestra cómo ideologías, pensamientos, estrategias, fines, intereses, objetivos, ideas, pactos, acuerdos, necesitan y necesitaron de un lugar para materializarse. El espacio entendido como un sistema de objetos, de acciones y de normas5 presenta en diferentes momentos históricos la llegada de políticas que limitaron o posibilitaron el desarrollo de conductas proyectadas o planeadas. Se trata de acciones situadas a lo largo del tiempo que expresan transformaciones en el medio geográfico, es decir que adquieren formas que encierran procesos. Entre ellas se encuentran las acciones productivas que se manifiestan espacialmente a través del trabajo de la sociedad. Para comprender procesos contemporáneos, es necesario contextualizarlos. Así es que a fines de los años sesenta del siglo xx, la renovación de un modelo de crecimiento agropecuario basado en la integración de la ciencia, la tecnología y la información permitirá el despliegue de un sistema moderno de producción y un aumento de la productividad definido como agricultura científica (Santos, 2004). Los espacios agrícolas de la pampa argentina no serán ajenos a este fenómeno y las transformaciones ocurrirán a nivel socioeconómico espacial.
En este escenario podría decirse que la realidad de los espacios agrarios se ha vuelto más compleja por lo que constituye un desafío poder responder a: ¿qué es lo rural?, de lo que si se está seguro es que el vínculo rural urbano debe estudiarse desde su asociación dinámica. Prestando especial atención a los objetos que perduran, los que se transforman y los que desaparecen. Existen definiciones de tipo estadísticas basadas en criterios cuantificables, como el número de habitantes, la densidad o la existencia de una determinada cifra de trabajadores no agrícolas. En la Argentina, como lo afirman Castro y Reboratti (2008), se continúa con este tipo de definición y los censos de organismos oficiales la utilizan en sus clasificaciones, establecen que son urbanas las aglomeraciones que poseen 2000 habitantes o más, distinguiendo como población rural agrupada a localidades con menos de 2000 habitantes y al resto de la población rural como dispersa. Tambien existen definiciones que se basan en criterios cualitativos, tales como la función administrativa o la existencia de determinados servicios. El hecho de que estos espacios sean definidos solamente en relación a la cantidad de habitantes genera mayor incertidumbre, y más aún si lo que se desea es poder comprenderlos en el marco de las transformaciones actuales. En épocas pasadas, anteriores a la Revolución industrial, la distinción entre lo rural y lo urbano, entre el campo y la ciudad, era, probablemente, neta e indiscutible. En los campos de las ciencias sociales y sobre todo en el geográfico existe un debate por la renovación del concepto de ruralidad (Mikkelsen, 2013).
Muchos estudios coinciden en que las definiciones tradicionales basadas en una mirada dualista, ya no pueden explicar muchas racionalidades y dinámicas territoriales presentes, pareciera surgir una recomposición de sus contenidos. Entonces, ¿importan los límites entre lo urbano y lo rural? Resulta más importante aportar en el debate con respecto a las relaciones entre los diferentes centros urbanos y su entorno rural, para de esta forma salir así de la dicotomía, incluyendo a la división territorial del trabajo y al uso del territorio como categorías de análisis orientadoras de una mirada complementaria de estos espacios ante el avance de un medio técnico-científico e informacional. Visibilizando las dinámicas presentes expresadas en los cambios en el uso del territorio y en una forma de manejo de las explotaciones agropecuarias que conllevan a una dispersión espacial de la producción. Tales manejos no necesariamente provienen de racionalidades locales sino que son producto de accionares globales que dirigen y gestionan al campo ante la instalación de empresas trasnacionales en el país. Como afirma Maldonado (2013): «para avanzar en la comprensión integral de lo que acontece en el ámbito rural, es necesario analizar la forma de expresión de las actividades que involucran la producción agropecuaria en el ámbito urbano» (p. 2).

2. La división territorial del trabajo como categoría analítica para comprender los vínculos espaciales

La división territorial del trabajo constituye una categoría analítica para llevar a cabo una explicación del espacio desde una mirada sintética, comprendiendo relaciones y configuraciones territoriales.

El crecimiento de la división del trabajo se produce entonces cuando los segmentos sociales pierden su individualidad, a medida que los límites entre ellos se vuelven menos marcados. En resumen: tienen lugar una mezcla que hace posible que la vida social ingrese en nuevas combinaciones (Durkheim, 1993, p. 150).

Es decir que el trabajo proyecta tal o cual racionalidad en el espacio geográfico, transformándolo así en social por medio de un conjunto de técnicas y cultura que hacen uso del mismo.

La división territorial del trabajo es, por eso, un aspecto de la división social del trabajo y su expresión espacial de mayor duración (…) establece, entonces, la posibilidad de relaciones entre territorios diversos. Esas relaciones son de cooperación o de conflicto, de conformidad con aquellas entre los Estados, incluidas aquí las unidades no dotadas de Estado (Santos y Souza, 1986, p. 30).

De acuerdo al uso que se haga del territorio será el modo de producción6 que logre desplegar su lógica, evolucionar y mover sus piezas sobre el mismo, esto se expresará de acuerdo a las relaciones de producción existentes. Como afirma Santos: «Las fuerzas productivas no tienen un desarrollo uniforme en el espacio. Este desarrollo es desigual, pero esto varía según el modo de producción» (Santos, 1996, p.33). Con el avance de las fases del capitalismo los espacios empezaron a igualarse al centralizar estas condiciones de producción y fuerzas productivas, esto será fácil de percatar en los espacios urbanos, los cuales permiten la producción y reproducción del capital.
Para el geógrafo David Harvey (1977)

parece muy razonable la afirmación general que indica la existencia de un cierto tipo de relación entre la forma y funcionamiento del urbanismo (y en particular los diversos modos de relación campo-ciudad) y el modo de producción dominante. Por tanto, el problema más importante es el de elucidar su naturaleza. (...) En esta coyuntura pienso que sería útil hacer ciertas observaciones previas sobre la relación entre el urbanismo como forma social, la ciudad como forma construida y el modo de producción dominante. En parte la ciudad es un depósito de capital fijo acumulado por una producción previa. Ha sido construido con una tecnología dada y edificada en el contexto de un modo de producción determinado (...) El urbanismo es una forma social, un modo de vida basado, entre otras cosas, en una cierta división del trabajo y en cierta ordenación jerárquica de las actividades coherente, en líneas generales, con el modo de producción dominante (pp. 213-215).

Desde esta perspectiva serán las demandas de producción, distribución y consumo las que orienten las relaciones entre la ciudad y su entorno rural. Las mismas son modificadas de acuerdo al avance de la modernización de los procesos productivos en el espacio, ocasionando una continuidad o discontinuidad en ellos. Estas demandas y estos avances no se desempeñaron al mismo tiempo ni con la misma dinámica y orientación en cada formación socioespacial. Por ejemplo en la Argentina, la profundización del proceso de modernización agrícola iniciado en los 70, la difusión de nuevas formas de organización de la producción y la penetración del capital extranjero y/o financiero en el ámbito agropecuario repercutieron en el funcionamiento del medio rural mediante procesos de fragmentación, donde los espacios se aíslan ganando autonomía como enclaves privados sin necesitar su conexión con el resto de las localidades. Si nos remontamos a décadas pasadas la relación entre las ciudades del interior pampeano y sus hinterlands rurales quizá era más continua o entablaba nexos más cercanos, se evidencia así como en cada nuevo clima de ideas y decisiones los vínculos tienden a redefinirse.

3. Los estudios referidos a la ciudad y lo rural

Si en la actualidad hablamos de nuevas dinámicas en los «límites» urbano- rurales es porque los vínculos entre ambos espacios no son para nada inamovibles como se creyó en un principio. Estos se crean y recrean. Para llegar a entenderlos se realiza un abordaje teórico general capaz de conceptualizar a la ciudad y a lo rural desde la perspectiva de las ciencias sociales, abarcando relaciones de estos escenarios con el capital y el poder. ¿Por qué? Porque conociendo los cambios que sufrió el territorio en su forma de organización a través del tiempo, es posible modernizar conceptos del pasado y renovar las categorías de análisis (Santos, 1996).

3.1. Una mirada dualista
Los teóricos sociales clásicos comenzaron a preocuparse por el estudio de la ciudad a partir de la gestación y desenvolvimiento de la Revolución Industrial y la Revolución Política Francesa. Sucesos creadores de nuevas formas de producción coadyuvaron a que gente desconocida comenzara a aglomerarse en un mismo espacio, creando nuevas relaciones sociales y construyendo el denominado proceso de urbanización. Fue a partir de allí que las relaciones de producción se distinguirán de las anteriores (feudalismo) al reconocer una nueva sede, pasando así de ser desplegadas en el campo a serlo en las ciudades, por lo que se necesitaron nuevas infraestructuras y nuevos asientos administrativos, políticos como organizacionales. Esta Europa del siglo XIX será contemplada por diversos pensadores e ideólogos, aparecerán Marx y Engels, según Hannerz (1997) que sostendrán una mirada crítica hacia la ciudad gestada en ese entonces. El primero se centrará en observar a nivel macro las estructuras políticas como también las superestructuras, ambas justificadoras de las relaciones de producción desiguales que convertían al espacio urbano en un instrumento para la obtención del plusvalor por el capitalista. A fines del siglo XIX Engels agregará otro punto de vista, incorporará a los sujetos en tal escenario reconociendo el problema de la vivienda en relación al hacinamiento y analizando el surgir de los barrios obreros donde el precio de la tierra urbana constituirá un bien cada vez más inaccesible. Al mismo tiempo la vertiente europea de fines del siglo XIX y principios del XX generará nuevas categorías analíticas de tipo funcional y sistémica, capaces de plantear la idea de cambio en un sentido de mejora de la ciudad en tanto aspectos de accesibilidad y diseño. Hannerz (1997) argumenta que Max Weber y Émile Durkheim identificarán a la modernidad —y a los avances que tal proceso arrastra— como una racionalización y autonomatización de la vida que será aplicada a todos los ámbitos por medio de la división paulatina de cada actividad, de los roles, en definitiva del trabajo, que traerá aparejado problemas en la integración social.
En esa división territorial del trabajo surgirá una contraposición entre lo rural y lo urbano:

rurales son aquellos sectores de población que se extienden en la región y se dedican a la producción de los artículos primarios que rinde la tierra; los sectores urbanos, en cambio, incluyen a las grandes masas concentradas que no se interesan, al menos en forma inmediata, por la obtención de materias primas, alimenticias, textiles o de confort en general, sino que están vinculadas a los transportes, a las industrias, al comercio, a la instrucción de la población, a la administración del Estado o simplemente a vivir en la ciudad (Capel, 1975, p. 3)

Es en este contexto en el cual todo lo opuesto a tal progreso gestado por la modernidad será considerado como símbolo del atraso, por lo que se comprende así la mirada dualista, opuesta y dicotómica a la hora de referirse a los espacios urbanos y rurales. Lo rural se asociará con el campo como escenario de retroceso, en relación a la forma de vida, y lo urbano con la ciudad, como sinónimo de innovación. Esto da comienzo a una de las primeras divisiones y diferenciaciones espaciales de acuerdo a la disposición espacial, como así también a relaciones sociales y culturales: modo de vida tradicional-moderno (Urcola, 2011).
Para Ávila (2005) este vínculo será fragmentado con la invención de las técnicas porque a partir de ello la industria se independizó del medio natural para instalarse en los centros urbanos dando comienzo a una selectividad espacial (Santos, 1996) en la localización de la producción. Entonces la diferenciación entre lo rural y lo urbano se construye bajo el criterio de especialización productiva o función, originando la tendencia a definirlos por oposición. La aparición de la ciudad surge, entre otros factores, de la necesidad que tiene el poder de concentrarse sobre sí mismo, no le conviene estar disperso ni social, ni geográficamente. Buscará asentarse en un punto del espacio donde dominar y apropiarse del excedente, localizarse en un centro de poder en el espacio. De aquí que a lo largo de la historia se haya ubicado a la ciudad hegemónica de cada formación social en el lugar estratégico adecuado al poder (Santos, 1985). Cuando la Revolución Industrial experimente su segunda fase, los espacios rurales pasaran a ser considerados periféricos y atrasados, mientras tanto la ciudades atravesarán la era industrial centralizadora de la producción, del intercambio y el comercio, ampliando las relaciones de producción (Mikkelsen, 2013). A mayor desarrollo técnico mayor extensión y formas de organización más complejas, creadoras de una jerarquía entre los lugares, generadoras de una división territorial del trabajo con un motor diferente de acuerdo al período histórico7. Sucede así que

las acciones son cada vez más ajenas a los fines propios del hombre y del lugar. De ahí la necesidad de operar una distinción entre la escala de realización de las acciones y la escala de su mando (…) las acciones son cada vez más precisas y también más ciegas, porque obedecen a un proyecto ajeno (Santos, 1996, p. 68-69).

Es por ello que entender o distinguir lo rural y lo urbano teniendo en cuenta la división espacial del trabajo para los estudios de la época, conlleva inmediatamente a asociar a las ciudades con la industria y los servicios mientras que al campo con la agricultura (Mikkelsen, 2013). En este contexto, los geógrafos a la hora de estudiar y definir el hecho urbano del rural, tendrán su fundamento en elementos como el tamaño, la densidad y el tipo de actividad de los espacios, donde la actividad industrial y de servicios seguía especializándose y concentrándose cada vez más. Esto evidenciaría una morfología urbana característica de todo proceso de urbanización que será estudiado bajo miradas geográficas instrumentalistas8.
Para 1920 las ciudades norteamericanas mostrarán un gran crecimiento y dinamismo, darán un salto cuantitativo y cualitativo que será objeto de estudio de la reciente creada Escuela de Chicago. Sus integrantes: Robert Park, Ernst Burguess y Louis Whirt pondrán su atención en considerarlas como un gran laboratorio social, en analogía con la denominada Ecología Humana, proponiendo modelos y diagramas cartográficos para estudiar la ciudad ideal. A su vez Whirt profundizará su mirada en el urbanismo como modo y forma de vida adoptado por los individuos planteando estudios de tipo relacionales para entender el funcionamiento de sus procesos sociales. Elementos como: número, densidad y heterogeneidad pasarán a constituir una perspectiva de su estudio. Muchos enfoques posteriores los fragmentarán, lo que terminará por obtenerse estudios cuantitativos que solo describirán a un espacio como urbano o rural en función de la cantidad de habitantes, prestando atención a su estructura física, ordenándolos sistémicamente según características funcionales. Desde finales del siglo XIX hasta principios del XX el enfoque dicotómico seguirá en pie a la hora de definir el funcionamiento de los espacios urbano y rural.

3.2. Las heterogeneidades y la idea de continuum para abandonar la dualidad
A medida que los espacios se volvían más complejos, investigaciones centradas en el estudio de las formas de vida urbana se hacían presentes y el contexto sociocultural era el justificador de la heterogeneidad técnico-social que las mismas empezaban a expresar. Luego de la Segunda Guerra Mundial ante el aumento en las densidades de productividad del trabajo, en la capacidad de intercambio y en el desarrollo tecnológico, la contraposición urbano-rural pierde validez, los límites económicos y sociales entre las sociedades rurales y urbanas se desvanecen
progresivamente, la idea polarizada de los teóricos sociales clásicos quedaba evidentemente cuestionada por lo que se apuntará a la idea de un continuum, modelo propuesto inicialmente por los sociólogos Sorokin y Zimmermann alrededor de 1930. Será un intento superador de tal definición dualista por el de una idea de conexión entre ambos espacios, dando lugar a una gama de transición o mezcla entre los mismos.
La hegemonía de la industrialización y de la urbanización llevaría al fin de la realidad rural de la mano de las teorías de la modernización9. Emergen conceptos que intentan matizar la dureza de la oposición conceptual urbano-rural, tales como el de rururbanización basado en la incidencia de actividades y funciones urbanas sobre un espacio más amplio10. Otras perspectivas sostendrán que a pesar de cierto dominio ejercido por la ciudad sobre el campo este último sobreviviría, más aún con el incremento de las tasas de urbanización, por lo cual el campo debe producir de forma más intensiva (Gorenstein, 2001). «Esto implicaría la extensión planetaria de la sociedad urbana —aunque sin la desaparición de las actividades agrícolas: ciudad y campo permanecen—, en donde las relaciones se transforman y las formas ganan nuevos contenidos» (Mikkelsen. 2013, p. 239). Al mismo tiempo, la sociología urbana contemporánea y luego la geografía, se valdrá de las miradas tradicionales neomarxistas de Henry Lefebvre, Manuel Castells y David Harvey, para continuar analizando a las ciudades y su funcionamiento. Así como lo vivido se expresa en el territorio, también las tensiones del modo de producción reinante y sus nuevas formas o mutaciones lo harán. Las mismas no podrán ser explicadas desde esa visión de soporte físico. Los flujos financieros, informacionales, migratorios serán generadores de una nueva plusvalía ocasionando relaciones económicas desiguales. Se manifestará así una morfología de ciudad estructural que es al mismo tiempo sostenida por los sujetos en su vida cotidiana y que solo la historicidad podrá explicar, es decir que el pasado, el presente y el futuro jugarán un rol en la historia social colectiva. La sociología urbana neowerberiana —con exponentes como Castells y Borja— dará cuenta de la influencia de factores políticos frente al surgir de intereses económicos en la configuración actual de lo urbano, que será respuesta y/o dimensión local frente a lo global. Para Urcola (2011) la vieja visión de lo rural no puede sostenerse más, ya que las zonas rurales tienen una fuerte interdependencia, tanto con los centros urbanos próximos como con las grandes ciudades y mercados urbanos remotos de diversos lugares del planeta. Los procesos globalizadores imprimen nuevas lógicas a los espacios sociales habitados por los sujetos y es deber de los investigadores de las ciencias sociales describir las relaciones que se producen, poner en tela de juicio viejas categorías y proponer nuevas.
A partir de 1990, la cuestión de lo «rural» diferenciada de lo «agrario» toma vigencia en las ciencias sociales, asociada con los enfoques de la multifuncionalidad de la agricultura y de la nueva ruralidad en Europa y Latinoamérica.11
Se trata de estudios relacionados con los procesos de globalización y sus consecuencias en los territorios debido a la expansión en espacios rurales de actividades no agropecuarias: industriales, comerciales, servicios y ocupaciones no agrícolas (Mathey, 2007). Los progresos científicos y tecnológicos son los que asegurarán una producción mayor y en menor cantidad de tierra, de esta manera el capital constante no solo habitará en las ciudades de gran producción industrial sino también en el campo, «el uso del suelo se vuelve más especulativo y la determinación de su valor proviene de una lucha sin tregua entre los diversos tipos de capital que ocupan la ciudad y el campo» (Santos 1996, p. 43).

3.3. El vínculo «urbano-rural» en América Latina y en la Argentina
Reflexionar sobre la cuestión urbana en Latinoamérica significa no perder de vista su contextualización histórica. América Latina es la región más urbanizada del planeta que presenta las mayores desigualdades sociales. A partir de la década de los 60, América Latina adoptó un modelo de desarrollo que priorizaba el sector industrial, para lo cual se generaron políticas que promovieron comportamientos poblacionales en lo económico y social en tal sentido. De esta manera el espacio social rural latinoamericano se reconfigura con: la consolidación de un proceso de transición demográfica de fuerte impacto en la estructura y configuración de la familia rural; el proceso de urbanización de medianos y pequeños centros urbanos; el avance de modelo tecnológico intensivo (revolución verde); la transformación de la estructura del mercado laboral; y los procesos de emigración campo-ciudad (Romero, 2012).
Así fue que la Argentina durante el período 1940-1970 tuvo su proceso de industrialización, denominado la «década de oro» o desarrollismo, que impulso la movilidad social de las clases y la urbanización del país. Cuando
este modelo se agote y comience un proceso de desindustrialización se dará inicio a una serie de políticas desregulatorias basadas en las privatizaciones, en el ingreso de inversiones extranjeras y en la apertura comercial. En este contexto realidades y relaciones sociales, económicas y culturales aparecerán de la mano de nuevas conceptualizaciones referidas al modelo de producción agraria y al vínculo urbano rural. Será posible observar que las ciudades desbordarán dejando de ser el principal factor de atracción del capital. A partir de 1970, la crítica hacia aquellos enfoques incapaces de dar respuestas a nuevos problemas, produjo un cambio de perspectiva mediante la incorporación de supuestos teóricos heterogéneos, conducentes a la revitalización del espacio rural. De esta forma es que la agricultura ya no se definía en función de una actividad dominante ni de un componente social, la población agrícola, sino como concepto integrador más apto para abordar los nuevos problemas, lo rural deja de ser sinónimo de lo agrario ante la revalorización de estos espacios y la mercantilización de lo rural expresada en otros usos no necesariamente productivos, tales como: barrios privados, clubes de campo, entre otros. La actividad agrícola sufre los efectos de una fuerte competencia por el uso del suelo y su ocupación adquiere un carácter intersticial por la localización de industrias, emprendimientos inmobiliarios o actividades terciarias. (Tadeo, 2010)
Se hablará así de áreas periurbanas o suburbanas ante la existencia de espacios intersticiales producto de la expansión de la mancha urbana hacia el espacio rural circundante —generalmente dedicado a las producciones destinadas al abastecimiento diario de la ciudad— configurando un territorio de borde de la aglomeración en constante transformación. Ante un contexto globalizador y desregulador surgirá otro concepto denominado desruralización (Wallerstein, 2001), perspectiva tendiente a demostrar una sociedad rural en vías de extinción fundada en la desaparición progresiva de sus pobladores y de sus prácticas culturales para pasar a ser partícipes en actividades diferentes a la agricultura. Geógrafos franceses12 hablarán de la producción de nuevas formas de sociabilidad expresadas en la urbanización de espacios rurales mediante la creación de countries y barrios cerrados. Por otra parte autores como Ruiz y Delgado (2008) traerán alusión a la relación de subordinación en el vínculo industria-agricultura, donde la producción campesina es marginada por la producción agroindustrial. Desde la década de los 80 estas ideas de desaparición de lo rural serán cuestionadas dando paso a movimientos sociales que criticarán a la sociedad industrial. A partir de ello se comenzará a escuchar el concepto de neorruralismo o nueva ruralidad que identifica como espacios que permanecen vinculados a los grandes complejos agroindustriales, reestructurados en función de intereses turísticos y ambientales o bien redefinidos como áreas marginales o sin uso económico potencial, difusos a la hora de
focalizar en ellos lo exclusivamente rural ante la pluriactividad que los actores rurales muestran en el agro, en el comercio y en los servicios (Manzanal, 2007). Las transformaciones que presenta la agricultura manifiestan así una nueva racionalidad en el uso del suelo y en las relaciones socioproductivas por lo cual la dicotomía rural-urbano sería diluida totalmente ante una articulación de tipo sistemática de estos ámbitos.
La nueva dinámica se basará en cambios en la estructura agraria ante nuevas modalidades tecno-productivas que reemplazarán las funciones o demandas de los centros de servicios agrarios hacia ámbitos distantes (Gorenstein, 2001). El tránsito hacia un nuevo modelo de desarrollo agrario caracterizado por el predominio de una lógica empresarial será denominado por Gras y Hernández (2013) como agribusiness.

4. La necesidad de una mirada contemporánea bajo el lente del vínculo y la complementariedad

A partir de este recorrido teórico es posible el reconocimiento de dos procesos influyentes para el abordaje y estudio de la dinámica de los espacios rurales latinoamericanos, por un lado el desarrollo de la modernización de la mano de la urbanización e industrialización, por el otro la apertura global de la economía que abarcó la entrada de flujos, organismos y agentes de alcance internacional, eventos todos reorganizadores de los nexos entre el espacio urbano-rural. En función de esto y coincidiendo con Hervieu (1993, citado en Nates Cruz y Stéphanie, 2007) se puede indicar que el espacio rural debe ser considerado desde una mirada amplia, más allá de criterios cuantitativos y abarcando variables que permitan un acercamiento a la complejidad del estudio de la dinámica social. Reemplazar así la búsqueda de límites por el establecimiento de relaciones y la creación de modelos abstractos por la aplicación de ejemplos concretos y situados de acuerdo a la trayectoria histórica de cada espacio.
Ante una época de mayor especialización de las funciones del espacio urbano, nuevas formas productivas de trabajo fueron creciendo en tamaño, esto originó que grandes actividades que se producen en extensiones planetarias sean incorporadas a los territorios por un principio racional llamado solidaridad organizacional 13, imponiendo al lugar una organización interna, cuyo procedimiento para llevarla a cabo a manera de regla será la técnica,
pero no la técnica entendida y mentalizada como una máquina, sino el fenómeno técnico14. La producción de ese lugar llega como un ordenamiento jerárquico ya no contiguo sino distante, es decir se hacen presente aconteceres15 para operacionalizar el funcionamiento del territorio y su producción, un sistema técnico se planetariza bajo una técnica invasora e independiente, unificadora de comandos, disociando procesos y localizando etapas donde le conviene. Así hablamos de funcionamientos homólogos (Santos, 2000) ante objetos y formas de operar que evidencian la toma de decisiones en los espacios urbanos para ser ejecutadas en sus entornos rurales «convirtiéndose en lugares del hacer y no del mandar» (Silveira, 2013).
Estas formas ocasionan a su vez nuevas relaciones entre los espacios denominados «ciudad y campo». Muchas localidades del sur cordobés del Departamento de Río Cuarto, presentan una dinámica territorial en la cual se reconocen procesos que conllevan a nuevas articulaciones entre ellas y su entorno rural cercano, expresados en:

la concentración de la explotación económica del suelo con la consecuente disminución del número de explotaciones agropecuarias; la ampliación de la frontera agraria mediante el reemplazo de producciones regionales; reemplazo de otros cereales u oleaginosas que se cultivaban en la región pampeana; disminución de la superficie destinada a la actividad ganadera; pérdida de diversidad productiva; aplicación de paquetes tecnológicos provistos por empresas transnacionales que involucran siembra directa, semillas transgénicas y agroquímicos asociados; dependencia de insumos provistos por las empresas transnacionales; aumento de conflictividad social a causa del impacto generado por la aplicación de agroquímicos y la expansión del sistema moderno de producción; creciente protagonismo de formas financieras de asociación en el sector; disminución de la población económicamente activa rural en las explotaciones agropecuarias y pueblos rurales; transformación del vínculo tradicional entre los pueblos rurales concentrados o pequeños centros urbanos y el ámbito rural; tendencia tanto al decrecimiento de las poblaciones rurales concentradas como a la desaparición de la población rural dispersa; emergencia de nuevas figuras en el sector y cambio de rol de actores tradicionales, entre otros (Maldonado, 2013, p. 2).

Estas situaciones observadas plantean interrogantes como: Cuanto más intensa es la división del trabajo en un área determinada ¿mayor cantidad de ciudades se diferenciarán entre sí de acuerdo a su contenido?, ¿la dimensión productiva es la que cuenta para la integración y la dinámica de determinados entornos rurales en la organización de la red urbana?, ¿la movilidad de la producción se halla condicionada por la disponibilidad de recursos financieros, la infraestructura y la accesibilidad a bienes y servicios? La red urbana jerárquica cae porque las ciudades comienzan a realizar el control técnico de la producción que las rodea y a dialogar con la casa matriz, saltando la ciudad próxima, lo que provoca jerarquías de empresas-red explicadas por contenidos inmateriales que por producciones materiales (Santos, 1996). Entonces la división territorial del trabajo instalada actualmente en estos territorios, elige ciudades con un papel regional importante (corporatividad) capaces de manipular la técnica contemporánea ajena a la vida del lugar. «Si el trabajo progresivamente se divide a medida que las sociedades se vuelven más voluminosas y densas, no es porque las circunstancias externas sean más variadas sino porque la lucha por la existencia es más aguda» (Durkheim, 1993, p. 152). Así las ciudades al aumentar su tamaño, se especializan en funciones y se complementan, aparece una contigüidad (Silveira, 2009) para el trabajo técnico. Por ello el consumo es la base para entender el proceso de urbanización ya que éste va desde las zonas donde se encuentran las aglomeraciones para desde allí comandar las técnicas en áreas de menor población —hoy llamadas áreas rurales—; los lazos de interdependencia económica rompen la estructura material de la sociedad creándose una «densidad moral o dinámica de la sociedad» (Durkheim, 1993, p. 151) donde el papel de los Estados es a su vez activo y subordinado.
Una visión renovada sobre el estudio del territorio implica justamente captar esas fuerzas, esos movimientos, que conforman y construyen una formación socio-espacial y a partir de allí dilucidar cómo estas se recrean y dinamizan a través de elementos de intercambio bajo condiciones materiales e inmateriales, valorizando a las áreas con mayor densidad técnica en los procesos económicos. Si hoy en día no basta producir, sino poner la producción en movimiento, es la red urbana quien se reorganiza, las ciudades dejan cierto papel y adoptan otro dentro de la circulación de servicios. «Sin embargo, cuanto más se acercan las funciones una a la otra, más puntos de contacto tienen y, en consecuencia, se hallan más expuestas a conflicto» (Durkheim 1993, p. 153).

5. La trama como forma de organización productiva de los espacios

La forma de organización productiva adoptada hoy por algunos autores es la trama (Gorenstein, 2001). Ya las clásicas nociones de región, de red urbana, de campo-ciudad se redefinen, la creciente especialización regional y la diversificación cada vez mayor de los flujos generan un intenso intercambio entre ciudades cada vez más distantes o quizá hasta fuera del país que operan sin relacionarse con vecinas inmediatas, ante la mayor circulación de personas, productos, mercancías, dinero, información y órdenes entre los espacios. Los subespacios articulados a escala global crean circuitos espaciales de producción (Santos, 1996), de esta manera los usos del territorio requieren de una mínima adaptación local a través de la implementación de paquetes tecnológicos de origen externo, las grandes empresas establecen las etapas principales de las tramas originando la transnacionalización de segmentos de mercado de grandes complejos productivos, bajo los ejes de acumulación y crecimiento económico.
Entonces a partir de este escenario es que surgen interrogantes como por ejemplo: si la actividad agropecuaria sigue siendo la principal ocupación del suelo en la región pampeana argentina: ¿su influencia económica es cada vez menor para el desarrollo de su entorno rural? ¿prima una organización de la red productiva por sobre la red urbana? ¿cuáles son los nuevos contornos espaciales de acuerdo a las fuerzas que implementan los flujos financieros, tecnológicos y productivos? ¿La nueva dinámica económica recompone la relación entre el centro urbano y sus zonas de influencia?

5.1. El impacto de las fuerzas financieras, tecnológicas y productivas en áreas «urbano-rurales» pampeanas de la Argentina
Si la sociedad no actúa sobre el territorio sino sobre las acciones que producen en el territorio, ¿cuál es el medio que interviene en ello? Muchas de las acciones mencionadas se han instrumentalizado e instrumentalizan a través de la ciencia, la cual se deja subordinar por una técnica cuya tecnología de ahí resultante se pone al servicio de la producción y de intereses hegemónicos dejando de lado su relación con recursos naturales y humanos locales (Santos, 1996). Santos (2000), afirma que los cambios introducidos en el encuentro solidario y contradictorio de sistemas de objetos y sistemas de acciones que son producto del contenido actual del medio técnico-científico e informacional, terminan por incrementar la densificación del espacio y modifican las formas de producción agropecuaria. Esto deriva en una ruralidad globalizada (Hernández, 2009) o nueva ruralidad (Gras y Bidaseca, 2010), caracterizada por ser mucho más competitiva y productiva que demuestra —bajo un mismo modo de producción— un cambio en lo organizacional, ofreciendo nuevas posibilidades para la acumulación ampliada de capital (Elias, 2005), tendiente a manifestarse en espacios cada vez más concentrados (urbanización) y menos contiguos, por ser capaces los primeros de comandar técnicas. Estas tendencias de cambio que afectan a los denominados «espacios rurales»,
nos remite a la idea de pacto territorial de Santos (1987). Pareciera que las articulaciones territoriales gestadas durante los anteriores ciclos de desarrollo del interior pampeano se diluyeran siendo los mecanismos de articulación agroindustrial los que polaricen la estructura urbana pampeana y decaiga así el efecto motor de la base agrícola regional en los centros y localidades más cercanas. Hoy, en gran parte de la región pampeana argentina lo rural lejos está de ser el sinónimo del atraso16, el avance y diversificación en el uso de tecnología como el incremento de las finanzas ligadas a tales actividades dan cuenta de ello.
En virtud del progreso técnico y del poder de las firmas transnacionales surgen nuevos factores de concentración y dispersión de las actividades, junto a nuevas formas de drenaje de dinero, a partir de la compra de paquetes tecnológicos, del pago de patentes, de la devolución de los créditos y de las operaciones intracorporativas (Silveira, 2009, p. 439). Al observar la situación del sector agroindustrial argentino se coincide con la mirada de Gómez y Velazquéz (2004) quienes considerarán a la introducción de la ingeniería genética como un subsistema técnico, organizacional y normativo difusor de este medio técnico-científico-informacional en países, regiones y lugares por medio de la manipulación material de la naturaleza transformándola cada vez más en perfecta y funcional frente a los imperativos de acumulación de los agentes hegemónicos, la precisión con que actúan las innovaciones científicas de la mano de la técnica y de la información permiten conocer con anticipación los resultados a obtener lo cual admite una mayor subordinación y dominación de la naturaleza. Los anteriores aspectos teóricos son englobados en el mencionado concepto macro de uso corporativo del espacio (Santos y Silveira, 2001), y permiten recuperar la idea principal de que el espacio como producto social responde cada vez menos a la sociedad que lo habita, siendo contenido de una racionalidad que orienta la forma en que se usa el territorio y que obliga a reformular, repensar y redefinir las formas de articulación entre el espacio urbano y el espacio rural frente a temporalidades que así lo imponen. Ante las exigencias productivas del mercado externo (acontecer jerárquico) se crean jerarquías de uso de estos espacios pautadas por el accionar de agentes sociales provenientes de sectores inversores que no residen en los lugares en los que invierten. Sus ganancias no se quedan en la zona donde producen, por lo que ocurre una readaptación constante del entorno rural al mercado manifiesto en una modificación de la relación directa con sus ciudades más próximas que atiende a un principio de competitividad y de uso empresarial.

6. Reflexiones

Desde la categoría analítica de la división territorial del trabajo y del uso del territorio abordar la mirada complementaria de lo que alguna vez fue mirado como dos espacios separados —el espacio urbano y el espacio rural— resulta posible si reconocemos el avance de la modernización como creadora de un medio técnico-científico-informacional que se fue instalando y agudizando desde la globalidad. La influencia de la ciudad sobre el campo no se explica como una fuerza de tipo irracional sino por el contrario se trata de formas de producción del territorio que resultan de una modernización generadora de nuevos contornos espaciales que hasta los va redefiniendo funcionalmente y que es originadora de vínculos como producto del intercambio de necesidades propias de producción desde un punto de vista jerárquico, es decir, a partir de las racionalidades que organizan, dirigen y concentran a las actividades. Tanto las necesidades productivas como las racionalidades tuvieron diferentes actores en juego a lo largo de los años. Históricamente la ciudad le demandaba al campo alimentos, ahora es el campo el que le está demandando a la ciudad actualización para poder aumentar los niveles de productividad. Esto es así porque la técnica se encuentra en las ciudades, y más aún en el área de la región pampeana argentina. La aceleración del progreso tecnológico, la acentuación de la concentración financiera y económica en los grandes centros de decisión de la jerarquía urbana mundial y la difusión inmediata de la información han roto el equilibrio del sistema tradicional de relaciones campo-ciudad, lo cual lleva a que se redefinan constantemente y por ende a que sus vínculos y articulaciones con los demás espacios resulten un tanto complejas para ser definidas ante una continua dinámica de sus procesos constitutivos. La ciudad se ha convertido en el lugar de regulación de lo que se hace en el campo, respondiendo a demandas diferentes, provocando una división social del trabajo territorialmente más extendida.
El actual proceso productivo y en este caso la expansión agropecuaria crea lógicas que son el motivo de acciones selectivas y jerárquicas materializadas en el territorio las cuales no pueden ser explicadas desde una mirada acrítica, porque justamente no serán producto de acciones homogéneas sino muy por el contrario serán creaciones fruto de contradicciones, de diferentes formas de producción, de vida, de diversas racionalidades e intencionalidades, acciones, formas, herencias materiales y técnicas que conviven en el mundo. Se crean nodos urbanos regionales que actúan de plataforma para la expansión de este modo de producción, pero las jerarquías urbanas creadas con anterioridad no necesariamente se hallan involucradas. Aquí está el desafío del investigador, el poder comprender una composición compleja de fusiones y relaciones, de eventos y de normas, de contenidos y de formas. Solo una visión totalizadora sobre una situación espacializada constituirá un buen método para explicar la realidad, por lo tanto entender el vínculo urbano y rural hoy implica empirizar los eventos de acuerdo a su tiempo, es decir considerarlos como el producto de una yuxtaposición, de una superposición de aconteceres, donde órdenes verticales y horizontales dan lugar a la creación de nuevos eventos y por lo tanto de nuevas formaciones socio-espaciales, serán los fenómenos técnicos los que explicarán cómo, dónde, por qué, por quién y para qué el territorio es usado.

Notas

1 Nates Cruz, B. y Raymond, S. (2007)

2 Hernández, V. (2009)

3 Bidaseca, K. y Gras, C. (2008)

4 Este uso diferencial no solo cambia las relaciones urbanas con su entorno rural sino también las relaciones ciudad ciudad.

5 Kelsen (1961) considera a la norma como algo que debe ser o suceder y que permite, obliga, faculta una política.

6 «La división social del trabajo es el hecho característico y distintivo de cada modo de producción. Es el que permite diferenciar un modo de producción de otro, así como detectar la coexistencia en el tiempo y en el espacio de varios de ellos en cada situación determinada (formación social). En lo que sigue designaré por modo de producción cada uno de los estadios de las relaciones sociales de producción que vienen definidos por un tipo de propiedad de los medios de producción y de forma de apropiación del excedente, con una dialéctica propia entre el desarrollo de las relaciones de producción y de las fuerzas productivas». (Marx, 1857, pp. 49-50)

7 Esos motores son: el gran comercio internacional a gran escala (a partir de finales del siglo XV hasta 1620 aproximadamente), la manufactura (1620 a 1750), la Revolución Industrial (1750 a 1870), la gran industria (1870 a 1945) la tecnociencia y las finanzas (a la actualidad) (Santos, 1996)

8 Es decir, al igual que el positivismo del siglo XIX, se considera el campo de las Ciencias Físicas como patrón en todo saber científico, donde la construcción de modelos es un recurso metodológico para analizar el espacio-territorial.

9 Esto abarcaría la creación de un excedente económico que permitiese la inversión en tecnología moderna a fin de acabar con la estática baja productividad de las economías tradicionales (Barfield, 2000).

10 También definido como aquel territorio que originalmente solía ser rural pero que en la actualidad se dedica a usos industriales o urbanos.

11 Para la década de 1980 el término pluriactividad será empleado en Europa ante la creciente diversificación de las actividades de los agricultores, en particular a las actividades no agrícolas como artesanías, el turismo rural y otros servicios. En este contexto en los países desarrollados, sobretodo en la Unión Europea, se estaba pasando del paradigma de la modernización productivista, que había guiado el pensamiento agrario y rural desde los años 1960, a otro (más tarde denominado paradigma de la multifuncionalidad). Este último introducía nuevos criterios para valorar los espacios rurales, redefinir la función y el estatus de la agricultura en ellos y orientar las nuevas políticas agrarias; tales criterios destacaban la importancia de la actividad agrícola y ganadera para el equilibrio territorial y el dinamismo de las zonas rurales, así como para la preservación de los recursos naturales (Hervieu, 1996; Moyano, 1997 citado por Sacco dos Anjos et al., 2007)

12 Como Prevot-Schapira (2000)

13 «De una estructuración dicha natural, existiendo por el intercambio de energía entre sus elementos (tal como son y como están dispuestos), pasamos a una valorización de las cosas, por intermedio de la organización, que gobierna su vida funcional. En la caracterización actual de las regiones, estamos lejos de aquella solidaridad orgánica que era el propio fundamento de la definición del fenómeno regional. Lo que tenemos hoy son solidaridades organizacionales. Las regiones existen porque sobre ellas se imponen arreglos organizacionales, creadores de una cohesión organizacional basada en racionalidades de orígenes distantes, pero que se vuelven uno de los fundamentos de su existencia y definición» (Santos, 1996, p. 226)

14 Considerar la técnica como fenómeno significa percibir los objetos, con sus posibilidades técnicas, y los usos, es decir, las técnicas de acción, pero siempre en intrínseca relación con la política, que es el par inseparable de la técnica. La acción política es, en definitiva, la que determina la combinación de técnicas en cada porción del territorio. De ese modo, abordar el fenómeno técnico permitiría entender cómo la sociedad usa el territorio o, más concretamente, cómo, dónde, por qué, por quién, para qué el territorio es usado (Santos y Silveira, 2001).

15 Santos (2000) reconoce que existen formas de producción del territorio —aunque no respondan a un objetivo o proyecto en común—, a las cuales denomina «aconteceres» clasificándolos en: acontecer homólogo, aquél que resulta de una modernización de áreas agrícolas o urbanas mediante una información especializada generando nuevos contornos espaciales o redefiniendo funcionalidades; acontecer complementario, que surge de las relaciones campo-ciudad y ciudades entre sí, producto de intercambio de necesidades propias de producción; y, acontecer jerárquico, es decir las racionalidades que organizan, dirigen y concentran a las actividades.

16 en contraposición a los enfoques que describían al espacio rural como símbolo del retroceso.

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