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Pampa (Santa Fe)

versión On-line ISSN 2314-0208

Pampa  no.25 Santa Fe jun. 2022

http://dx.doi.org/https://doi.org/10.14409/pampa.2022.25.e0047 

Artículos

Agronegocios lecheros y transformaciones territoriales. Los casos de Argentina y Ecuador

Milk agribusiness and territorial transformations. The cases of Argentina and Ecuador

1Flacso Ecuador

2Flacso Ecuador e Instituto de Altos Estudios Nacionales - IAEN -

Resumen

Durante el proceso de globalización los territorios rurales sufren distintas desestructuraciones en función del grado de avance de los procesos de mercantilización de estos espacios. A nivel mundial, la producción lechera constituye un elemento estratégico para la consolidación del capital agroindustrial. Actualmente, Latinoamérica es el primer continente productor de leche en polvo y el tercero a nivel de producción lechera (FAO, 2011). En esta región, si bien la leche es producida, en su mayoría, por pequeños y medianos agricultores, el procesamiento, industrialización y comercialización dependen de lógicas dominadas por grandes agroindustriales. El artículo presentado pretende comparar la realidad de dos países como Argentina (segundo productor en la región) y Ecuador (quinto productor en la región) para comprender cuales son las transformaciones generadas en los territorios rurales y como en función de las múltiples respuestas provenientes de las economías campesinas, las estrategias de expansión del capital agroindustrial también se ven modificadas.

Palabras clave Transformaciones territoriales; Agronegocios; cadenas productivas lecheras; Argentina; Ecuador

Abstract

During the process of globalization, rural territories suffer different types of destructuring depending on the degree of advancement of the processes of commodification of these spaces. At the global level, milk production constitutes a strategic element for the consolidation of agroindustrial capital. Currently, Latin America is the leading continent in terms of milk powder production and the third in terms of milk production (FAO, 2011). In this region, although milk is mostly produced by small and medium farmers, processing, industrialization and marketing depend on logics dominated by large agribusinesses. The article presented here aims to compare the reality of two countries, Argentina (second largest producer in the region) and Ecuador (fifth largest producer in the region), in order to understand the transformations generated in rural territories and how the expansion strategies of agroindustrial capital are also modified by the multiple responses coming from peasant economies.

Keywords Territorial transformations; agribusiness; milk production chains; Argentina; Ecuador

1. Introducción

El contexto de globalización, entendida como una nueva fase del capitalismo que instauró un modo particular de organizar la producción, la distribución y el consumo a escala planetaria (Bonano, 2003), impuso fuertes transformaciones en los espacios rurales, las cuales han sido ampliamente abordadas desde los estudios territoriales. En esta etapa se globalizan los circuitos de producción y consumo a partir de la profundización de los canales de comunicación, la apertura de los mercados y la mayor libertad de movilidad de los factores productivos. La libertad de circulación de los capitales facilita la búsqueda de condiciones económicas, sociales y políticas más favorables en las cuales instalarse. A su vez, el desarrollo de las tecnologías de información y comunicación incrementa los canales comerciales y financieros, dando soporte al crecimiento del peso relativo del sector financiero respecto a la producción de bienes. Por otro lado, las innovaciones tecnológicas marcan una tendencia hacia la estandarización de los procesos productivos que produce reconfiguraciones en los territorios y en las relaciones sociales. Cada vez hay una mayor dependencia en cuanto a la tecnología aplicada a la producción y procesos de centralización y concentración de la producción agroalimentaria donde nuevos actores dominan la escena.

En lo relativo a la producción agropecuaria, la articulación global de las cadenas productivas, generalmente dominadas por un pequeño número de actores principales, ha tornado más complejo el proceso agroalimentario. Observamos entonces la configuración de un régimen agroalimentario mundial caracterizado por la internacionalización del proceso de industrialización de la agricultura, la globalización de las pautas de consumo y la instalación de agroindustrias transnacionales en los países subdesarrollados (Vértiz, 2018). Asimismo, “se van conformando los denominados complejos agroindustriales, con grandes empresas que extienden su poderío “hacia delante” y “hacia atrás” en la cadena agroindustrial, integrándose verticalmente, sea en forma directa o mediante alguna forma de agricultura de contrato” (Giarraca y Teubal, 2008:367).

En varios países de Latinoamérica, las cadenas productivas se implementaron como política pública con el apoyo de organismos internacionales como el Instituto Interamericano de Cooperación Agrícola (IICA), con el objetivo de acercar y facilitar el acceso de campesinos y pequeños productores a los mercados dinámicos, mediante el mejoramiento de los procesos de producción para hacerlos más productivos y competitivos. No obstante, los beneficios de estas cadenas están desigualmente distribuidos debido al crecimiento, consolidación y predominio de los supermercados, las empresas proveedoras de insumos y las industrias ligadas a la transformación. La globalización de las cadenas productivas a lo largo de las últimas décadas se asentó en dos patrones de gobernanza tradicionales que dan a la producción agroalimentaria un carácter altamente desigual. Nos referimos a la integración vertical y jerárquica de todas las actividades de la cadena y las estructuras cautivas en las que se mantiene a los pequeños productores en una situación de dependencia.

Estas dinámicas globales se expresan y se manifiestan en los territorios donde se asientan las producciones primarias generando impactos diferenciados que pueden llevar a procesos de desestructuración del espacio rural. En este marco, el análisis de la actividad láctea resulta interesante dado que se trata de una actividad fuertemente influenciada por las tendencias globales a partir de la instalación y consolidación de las empresas agroindustriales y de la estandarización de procesos y productos. Craviotti (2020) destaca la incorporación de tecnologías que acercan a productores y consumidores distantes; la creciente presencia de empresas transnacionales en el abastecimiento de insumos y en el procesamiento y comercialización; la creciente exportación a países emergentes; y una mayor financiarización del sector. Para Kroll y Trouvé (2012), la producción y el mercado de la leche en el mundo da cuenta no sólo de una fuerte competencia internacional sino también de un proceso de desvinculación de los poderes públicos frente a formas “renovadas y eficaces” de regulación que son “esencialmente privadas”.

Asimismo, la mayor parte de los estudios abocados a la expansión del agronegocio se han centrado en las actividades que encarnan más fervientemente el modelo, lo que ha implicado un escaso desarrollo de trabajos que se orienten a relevar el grado en que otras producciones manifiestan los rasgos primordiales del mismo.

Por tanto, en el presente artículo nos proponemos abordar las transformaciones asociadas al agronegocio lechero para lo cual tomaremos los casos de la región pampeana argentina y la sierra norte ecuatoriana. El análisis de estos contextos territoriales se orienta a profundizar el conocimiento respecto de las tendencias de desestructuración del espacio rural y a determinar tanto el papel que desempeña el agronegocio lechero como las posibilidades de desarrollo territorial en ambos casos.

En el primer apartado se discuten los principales abordajes teóricos de las transformaciones que atraviesan los territorios rurales en las últimas décadas. En segundo lugar, se caracterizan los modelos de agronegocios lecheros en la región pampeana argentina y la sierra norte de Ecuador. Para ello se contextualiza las principales tendencias que imprime el proceso de globalización en los espacios rurales latinoamericanos. Tercero, se analizan las transformaciones territoriales en cada uno de los territorios trabajados identificando los niveles de desestructuración. Finalmente, se proponen algunas perspectivas de desarrollo de estos territorios en relación a las posibilidades de acción de parte de los actores locales vinculados al agronegocio lechero.

2. Enfoques analíticos para abordar las transformaciones territoriales rurales en el siglo XXI

Las transformaciones de los espacios rurales empiezan a ser abordadas desde los estudios rurales latinoamericanos que encuentran su período de auge en las décadas de los ochenta y noventa con el surgimiento de la sociología rural en la región. Los aportes desde esta corriente analítica son diversos y varios de estos poseen aún vigencia en el análisis de las transformaciones de un mundo rural estrechamente relacionado a las diversas dinámicas dominantes del agronegocio.

Si bien, se argumentaba, por un lado, que el desarrollo del sistema capitalista era capaz de eliminar progresivamente a los campesinos mediante procesos internos de diferenciación social y convertirlos en “proletarios en sus propias tierras” (Lewontin, 1988; Watts, 1990), desde otros enfoques analíticos, surgían visiones más escépticas. En este sentido, se sostenía que el mundo rural no podía interpretarse desde una mirada dualista (campesinistas /descampesinistas) sino a partir de la demostración empírica de una descomposición compleja del campesinado capaz de generar nuevos “mecanismos de explotación económica y dominación social” en contextos post reforma agraria (Martínez Valle, 1980:13).

En la actualidad, en América Latina, los diversos procesos de “descampesinización” (concepto discutido tempranamente por Feder (1977) y retomado por Waters y Buttel (1987)) no pueden ser analizados sin su relación directa con los procesos de “desagrarización”, es decir, bajo contextos de desvalorización de las actividades agrícolas frente a otras actividades laborales capaces de generar mayores ingresos monetarios (Carton de Grammont, 2009).

Sin duda, cada una de estas desestructuraciones, también hace alusión a un proceso general de “desruralización” definido por Wallerstein (2001) como el proceso de desaparición de lo rural, lo cual implica una disminución progresiva de habitantes, el debilitamiento de las actividades agrarias y de las prácticas culturales y organizativas. Para Matijasevic y Ruiz (2013:28) el concepto hace referencia a un mundo rural expuesto de manera creciente a influencias del mundo urbano.

Por su parte, Jollivet (1998), sostiene que hay varias limitaciones en el uso de estos conceptos reducidos exclusivamente al análisis de las transformaciones en el seno de la sociedad campesina. En este sentido, es evidente el descuido de otros aspectos del mundo rural tales como una amplia gama de nuevos actores económicos, políticos, culturales locales y externos con diversas estrategias para disputarse el control del espacio tanto físico como social.

Bajo esta óptica analítica, la noción de “territorio” para repensar los espacios rurales y sus transformaciones nos permite sobrepasar algunas de las limitaciones de los estudios estrictamente ruralistas y agraristas mencionados por Jollivet (1998). El territorio entendido como un proceso de producción social viene de cierta forma a plantearnos nuevas pistas análiticas para abordar de manera sólida las transformaciones en el medio rural. De esta manera se incorporan nuevas variables como las dimensiones espaciales y económicas en interrelación dinámica y constante con las dimensiones culturales, sociales y organizativas. Así, desde los estudios territoriales se propone abordar una lógica de desestructuraciones interconectadas entre la esfera económica, social organizativa, cultural, física y medio ambiental, a través del uso del concepto de “desterritorializacion” (Martínez Godoy, 2020).

Este último concepto hace referencia a un proceso manifestado en los espacios rurales que es dependiente de la influencia creciente de las decisiones político-económicas tomadas fuera del territorio, alineadas a lógicas de inversión externas y en disociación del contexto histórico y social de los territorios (Entrena Duran, 2010). Según el autor, las poblaciones rurales experimentan una disminución progresiva de sus capacidades de control, no únicamente en los procesos económico–productivos, pero también en los procesos sociales, organizativos, culturales y políticos determinantes para la gestión territorial (Entrena Duran, 2010).

3. Expansión del agronegocio como lógica dominante en los territorios rurales Latinoamericanos

Los modelos agrícolas han ido evolucionando conforme al avance del capitalismo en el mundo rural, encontrando sus improntas particulares en la articulación entre la escala local y la escala global. Varios autores (Deón, 2019; Martínez Valle, 2014; Gras y Hernández, 2013; Giarraca y Teubal, 2008) analizan este proceso en el contexto latinoamericano y discuten las rupturas y continuidades entre la agroindustria y el agronegocio como modelos que dan cuenta de las dinámicas del capitalismo moderno en los espacios rurales.

A mediados del siglo pasado el desarrollo industrial y las innovaciones científicas y técnicas consolidaron un proceso de industrialización de las producciones agrarias que dio paso a un modelo de producción agroindustrial. Éste se caracterizó por la importancia de los centros urbanos como gestores de la actividad agrícola, la subordinación de la producción primaria a la industria y la presencia de empresas proveedoras de insumo que adquieren cada vez mayor peso (Deón, 2019). Aquí podemos ubicar el comienzo de un proceso todavía presente de desterritorialización del espacio rural, en tanto emergen actores no agrarios que tienden cada vez más a incidir y controlar la producción agraria imponiendo condiciones que repercuten en el modelo productivo y en las dinámicas territoriales (Gras y Hernández, 2013).

Con la profundización de las tendencias evidenciadas durante el período de la globalización y los arreglos institucionales neoliberales que dan una mayor centralidad a las fuerzas del mercado, se comienza a configurar un nuevo modo particular de funcionamiento que recibió el nombre de “agronegocio”. Originalmente, este concepto fue acuñado a finales de los años cincuenta por economistas estadounidenses (Davis y Goldberg, 1957) que intentaron explicar el rol del sector agropecuario en el contexto del sistema capitalista frente a la constatación del carácter cada vez más marginal de estas actividades en la conformación de los complejos agroalimentarios. El agronegocio se impulsó, entonces, como una nueva forma de organización de los espacios agropecuarios para adecuarse a las reestructuraciones en las relaciones de producción que el capitalismo requería (Ceroni, 2018). Varios autores ubicados en el paradigma del capitalismo agrario (Bisang y Kosacoff, 2006; Bisang y otros, 2009), argumentan en favor de este modelo suponiendo que los beneficios son transferidos al conjunto de actores y destacando positivamente el rol de los capitales extra agrarios que ingresan al sector agropecuario como dinamizadores de los territorios rurales.

De otro lado, las perspectivas latinoamericanas críticas analizan el agronegocio desde la cuestión agraria. Para ello argumentan que es a partir del avance y la intensificación del capital en el agro que se profundizan los procesos de concentración de la tierra y de la producción, descomposición y disminución del número de unidades productivas y expulsión de productores agropecuarios (Mançano Fernandes, 2012). En este marco, el concepto ha sido redefinido para dar cuenta de ciertos núcleos críticos de este funcionamiento de la economía y la sociedad rural. Entre los cuales adquieren relevancia el predominio del capital financiero, la verticalización de la producción, la orientación de la producción al mercado externo de commodities, la tendencia hacia la concentración de la producción y la disminución de la participación del campesinado en la agricultura capitalista (Mançano Fernandes, 2012; Hernández, 2009). La incorporación de nuevas tecnologías generó no sólo una mayor productividad sino también el ensanchamiento de las brechas entre los grandes productores y los pequeños y medianos. Es, asimismo, un modelo altamente dependiente y sostenido por una matriz transnacionalizada de insumos, donde priman las lógicas del mercado internacional de commodities y donde la concentración de poder económico y de decisión por parte de algunas empresas sobre las cadenas de distribución y comercialización determina las relaciones al interior de las cadenas productivas en detrimento de los pequeños y medianos productores (Gras y Hernández, 2013). “Qué, cómo y con qué tecnología producir tienden a ser cuestiones dictaminadas cada vez más por la gran empresa transnacional: el agronegocio” (Giarraca y Teubal, 2008:369). De esta forma, el nuevo modelo agropecuario expande la agroindustria concentrando el control del proceso en un pequeño número de empresas nacionales y transnacionales que articulan desde la venta de insumos y maquinarias hasta la comercialización (Albadalejo y Iscaro, 2016).

Gras y Hernandez (2013) identifican los pilares en que se asienta el modelo de agronegocios: el alto nivel de tecnologías y sistemas de innovación; la financiarización del agro; el acaparamiento de tierras; la tercerización y especialización de la mano de obra; la deslocalización del mando y control que suponen la generalización de estrategias empresariales. La articulación de estos pilares configura diferentes formas de desacople de la producción agropecuaria de los territorios locales, a la par que construyen una nueva forma de vinculación e identificación de parte de los actores locales con dichos territorios: el agro se convierte cada vez más en un espacio de “negocios” y va perdiendo su condición de medio de vida material y simbólica para la gran parte de los productores familiares (Giarraca y Teubal, 2008).

En este contexto, los territorios rurales se ven obligados a reorganizarse y desarrollar capacidades de adaptación para lograr insertarse en los distintos momentos y procesos de las cadenas de producción de valor (Camarero, 2017). De acuerdo con Martínez Valle (2014), las formas en que las economías campesinas familiares y los agronegocios se articulan no siguen un patrón único e indiferenciado, dado el carácter desigual del capitalismo y la especificidad de los territorios. Craviotti (2020) sostiene que las tendencias del agronegocio

“no penetran de manera homogénea en los espacios locales. Están mediadas por los comportamientos de los actores individuales y colectivos, e iniciativas orientadas a recuperar y/o jerarquizar las especificidades de cada lugar, o a desarrollar circuitos basados en la proximidad y una relación más directa entre productor y consumidor” (p. 8).

La forma en que se organiza la producción agropecuaria en la región latinoamericana profundiza la tendencia hacia un mayor distanciamiento entre actores y territorios locales (Guibert y otros, 2011). En este sentido resulta interesante indagar respecto de las formas en que la instalación y consolidación de los agronegocios generan procesos de desarticulación de los territorios y desterritorializan a pequeños productores familiares y campesinos y sus prácticas económico-productivas, sociales y culturales.

El agronegocio lechero en la región pampeana, Argentina

De acuerdo a datos de la FAO (2011), la producción de leche en Argentina se estima en 12.000 millones de litros anuales. Casi la totalidad de la producción, un 97%, se concentra en las provincias de la región pampeana, siendo Córdoba y Santa Fe las que acogen la mayor proporción de industrias con alta capacidad de procesamiento (Craviotti y Vértiz, 2020 a). Según el Censo Nacional Agrope­cuario de 2002, se estima que en esta región las explotaciones lecheras de tipo familiar representan entre el 20 y 25%. El tamaño promedio de las explotaciones tamberas a nivel nacional oscila en las 195 ha con un volumen de producción de 3.000 litros diarios (Vértiz, 2018), pero si nos centramos en la producción de tipo familiar, esta está caracterizada por un establecimiento que produce aproximadamente entre 700 y 1.000 litros diarios, con escasos aportes de mano de obra no familiar (FAO, 2011).

Podemos situar el origen de la industria moderna lechera argentina a fines del siglo XIX. En ese entonces, la delineación de las cuencas lecheras en la región pampeana fue respondiendo a la proximidad entre la ubicación de los tambos y los centros urbanos de consumo que permitía a los productores abastecer directamente a la población (Craviotti, 2020). De esa configuración inicial se fue evolucionando hacia la conformación de un complejo agroindustrial moderno, con una escala regional y liderada por capitales nacionales, lo que fue posible a partir de la instalación de industrias que adhirieron fases ligadas al procesamiento y distribución de productos lácteos. La integración de la producción primaria al sector agroindustrial comenzó a generalizarse en la década del sesenta, durante el período de modernización e industrialización de la producción agropecuaria y luego de sancionada la obligatoriedad de la pasteurización de la leche (Craviotti y Vértiz, 2020 a).

Los años noventa marcaron un punto de inflexión en relación a la actividad lechera. En el contexto de liberalización y apertura de la economía se produjo un ingreso indiscriminado de capitales extranjeros en un sector que se había encontrado liderado por capitales locales desde los años cuarenta. Los capitales extranjeros establecieron alianzas con las firmas líderes o adquirieron empresas locales que contaban con un alto posicionamiento en el mercado y redes locales, como sucedió con la llegada de Parmalat en 1992 y de Danone en 1996 (Arditi, Bazterrica, y Hoyos Maldonado, 2016).

Teubal y Rodríguez (2001) analizan el complejo lácteo en este período y observan dos tendencias principales que persisten en la actualidad: la concentración y la integración vertical. A partir de datos oficiales, muestran que el 73% de la producción estaba en manos de sólo 22 empresas. Esta concentración industrial implicó distintas formas de subordinación de los productores tamberos que no encontraban otras industrias compradoras en su región (Teubal y Rodríguez, 2001). Así como para el contexto general de la economía argentina en el período, la actividad láctea evidenció un proceso de crecimiento con exclusión: el aumento de la producción debido a una mayor productividad se combinó con una disminución marcada de tambos y vacas lecheras en un contexto de competencia con otras producciones agrarias como la soja (Vértiz, 2018).

Por otra parte, se produjo una reconversión productiva agresiva con la incorporación de nuevas tecnologías, lo que trajo aparejados fuertes efectos en la estructura de producción. La modernización de los sistemas productivos primarios fue promovida, incentivada y requerida por las empresas a las que los tambos proveían, resultando en un proceso de exclusión de gran parte de los productores que no lograron acoplar su escala productiva a las innovaciones incorporadas por el resto de los agentes en un contexto donde el aumento de la escala se mantuvo como tendencia constante. En este proceso jugó un rol central el aumento de las exigencias en términos de calidad y volumen mínimo de parte de las empresas industriales.

En este período, además, Argentina volcó parte de su producción hacia la exportación, transformándose en un “exportador estructural de productos lácteos, principalmente de leche en polvo” (Craviotti y Vértiz, 2020 a:27). Si bien el porcentaje de la producción exportada es relativamente bajo en comparación con otras actividades, es alta en términos del comercio internacional de leche y en el contexto de la región Latinoamericana. Para el año 2014, Argentina se ubicaba en el sexto puesto a nivel mundial en exportación de productos lácteos (Arditi, Bazterrica, y Hoyos Maldonado, 2016).

Estas transformaciones fueron sentando las bases para la conformación del complejo lácteo argentino que encontramos hoy día: una cadena de valor con estructuras de gobernanza cautivas y modelos de integración vertical contractual asimétrica (agricultura por contrato) y con un fuerte componente de capitales transnacionales (Vértiz, 2018). El caso de Adecoagro, que en 2019 adquirió plantas de producción y marcas de Sancor -principal empresa láctea nacional- como parte de su estrategia de acaparamiento de tierras en la principal cuenca lechera del país ilustra la forma en que empresas trasnacionales se involucran en el mercado lácteo incorporando sus lógicas del agronegocio (Deón, 2019).

La atomización de la producción primaria respecto al eslabón industrial, dada la concentración de la demanda, plantea un escenario donde “es clara la asimetría en la capacidad de negociación entre una multiplicidad de tamberos y un número relativamente reducido de industrias” (Craviotti y Vértiz, 2020 a:48). Cabe reconocer que, asimismo, las desigualdades no se presentan sólo entre los eslabones, sino que existe también un grado considerable de heterogeneidad al interior de los mismos. El eslabón primario cuenta con establecimientos modernizados de alto nivel de rentabilidad así como con una fracción importante de establecimientos de subsistencia. El eslabón industrial, por su parte tiene un fuerte predominio de grandes empresas oligopólicas que tienen un patrón geográfico: las industrias ubicadas en Buenos Aires se orientan principalmente a la elaboración de productos para el mercado interno, las ubicadas en Santa Fe se orientan a la exportación y, junto a las de Córdoba, tienen una mayor presencia en la producción de quesos (Arditi, Bazterrica, y Hoyos Maldonado, 2016).

La agricultura contractual supone unos vínculos entre productores primarios e industriales en que se establecen contratos previos para pautar precios, cantidades y condiciones de calidad de la materia prima que será entregada a futuro. Si bien varios autores coinciden en que esta es la forma predominante de vinculación, la existencia de ciertas características del complejo lácteo permite corrernos de los tipos ideales, como proponen Craviotti, Vertiz y Waked (2020), quienes sostienen que

“las dificultades prácticas que encuentran los tamberos para cambiar de empresa, la necesidad de seguir entregando la leche a pesar de la disconformidad con el trato recibido, la ausencia de contratos escritos que reduzcan la incertidumbre, junto con la reducida asistencia técnica y financiera durante el ciclo productivo habilitan a pensar en una agricultura contractual imperfecta” (p. 168).

La condición de perecibilidad de la leche reduce fuertemente el margen de maniobra de los productores primarios en sus estrategias de comercialización a corto plazo. A esto se suma que en Argentina el Código Alimentario inhibe la venta de leche cruda obligando a los productores a remitir a las industrias lácteas, lo que los lleva necesariamente a consolidar sus vínculos comerciales con las mismas (Craviotti, Vertiz y Waked, 2020). El establecimiento de vinculaciones asimétricas se asienta, además, en ciertos mecanismos desplegados por la cúpula del sector industrial. En este sentido, Vertiz (2018) destaca el sistema de fijación del precio de la leche en el que los productores tamberos prácticamente no cuentan con herramientas para negociar; los plazos de pago de la producción que se concretan en cuotas parciales posteriores a la entrega implicando una transferencia de ingresos hacia las firmas industriales; las condiciones de calidad evaluadas con laboratorios propios de las firmas industriales; las exigencias de exclusividad; y la cartelización entre empresas del eslabón industrial que supone un acuerdo entre las empresas líderes para no disputarse los tambos.

La importancia cada vez más marcada en el control de la cadena productiva por parte de las industrias de transformación comenzó a ser puesta en discusión recién con el surgimiento del sector supermercadista y de la gran distribución en los años noventa. A pesar de las tensiones entre estos sectores, queda claro que las formas que asume la articulación al interior de la cadena determina que los productores primarios se conviertan en agentes receptores de los comportamientos de los otros actores (Craviotti y Vértiz, 2020 a) mientras que las grandes empresas industriales continúan marcando las reglas de juego (Arditi, Bazterrica, y Hoyos Maldonado, 2016).

El agronegocio lechero en la sierra norte, Ecuador

La producción de leche para el caso de Ecuador, de acuerdo a los principales referentes del sector lácteo del país, alcanza un estimado de 1.935 millones de litros al año (FAO, 2012). Al igual que en el caso de Argentina, esa producción se encuentra desigualmente distribuida al interior del país, siendo la región andina la que mayor aporte realiza en términos de leche producida. De acuerdo con datos del CNA (2000) ésta aporta el 75% mientras que un 19% corresponde a la Costa y el 6% a la Amazonía. Los sistemas ganaderos lecheros de la Sierra Centro y Norte son los que tienen las tasas más altas de productividad, en parte debido a que se trata de espacios donde la actividad se ha desarrollado históricamente sacando provecho de algunas condiciones oportunas para esa producción, como ser la cercanía a importantes centros de consumo y una infraestructura vial favorable. En la actualidad, la gran dotación de infraestructura de recolección y producción en la región crea un mercado sumamente dinámico (Barragán, 2020).

La producción en esta región está caracterizada por una importante población de pequeñas fincas cuya producción media oscila entre 15-20 litros diarios. La pequeña producción campesina de tipo familiar constituye en este país un segmento importante en la cadena láctea, no sólo en términos de cantidad (representa el 70% de los productores) sino también por su participación en la producción (aporta entre el 30 y 40% del total) (FAO, 2012).

Una de las particularidades de la producción lechera en Ecuador, que la diferencian del caso argentino, es la relevante participación del mercado informal, así como de los mercados locales, esto es, la elaboración casera que no califica como “capacidad industrial” y la venta de leche cruda en pequeños centros poblados y áreas periurbanas. Mientras que en Ecuador sólo el 50% de la leche producida se deriva a los canales industriales, en Argentina estos valores alcanzan un 95% (FAO, 2011). En este mercado los “piqueros” -compradores informales de leche o intermediarios- cumplen un rol fundamental. El resto de la producción se entrega a las industrias ubicadas en la misma localización.

Hasta los años sesenta, el territorio estaba caracterizado por el modelo de hacienda; es a partir del avance del proceso de reforma agraria en los años ochenta que las comunidades indígenas logran controlar este espacio. En este proceso, las relaciones sociales fueron transformándose a la par que el sistema de hacienda se fue desintegrando. Es en estos años que comienza también a darse una predominancia de actores extraterritoriales en el escenario rural ecuatoriano, la cual se intensificó en el contexto de liberalización de los años noventa bajo las tendencias del contexto de globalización (Martinez Godoy, 2013). La entrada de capitales extranjeros, a través de compras accionarias totales o parciales de agroindustrias previamente existentes, tuvo efectos determinantes en las dinámicas del sector lechero.

“Si las agroindustrias nacionales basaban su funcionamiento en la recolección de la leche de los productores con quienes tenían una cierta relación previamente establecida, las agroindustrias de capitales internacionales se enfocan en ampliar sus áreas de recolección y los perfiles de productores que les proveen” (Barragán 2019:200).

Esta lógica de funcionamiento se torna hegemónica y comienza a ser replicada también por las agroindustrias nacionales, así como por las pequeñas empresas del sector.

A partir del año 2007, bajo presión de organismos multilaterales, el Estado Ecuatoriano se convirtió en promotor de los “contratos agrícolas” (multi-partes)” (Estado – Empresa – Productores locales) los cuales también serían generalizados en el ámbito lechero, (Eaton y Shepherd, 2002: 50). Una de las principales localidades en las que se observa este proceso es en Cayambe (80 km al norte de la ciudad Capital Quito), donde desde comienzos del siglo la producción lechera se ha acentuado de la mano de un proceso de especialización lechera (Martinez Godoy, 2013).

Las industrias lecheras establecieron contratos a largo plazo bajo distintas modalidades con las asociaciones de pequeños productores campesinos, seleccionando a sus proveedores en función de la cantidad de leche entregada o de su calidad (Barragán, 2020). De acuerdo con Martinez Godoy (2013),

“la demanda de materia prima por parte de estas empresas tiende a incrementarse constantemente y requiere nuevos “socios” con contratos flexibles, así como también varias fuentes o “centros de acopio”, capaces de cumplir exigencias mínimas en términos de calidad y volúmenes requeridos” (p. 121).

Bajo este contexto, los productores campesinos se encontraban frente a un tipo de contrato vertical agresivo, capaz de minimizar toda lógica de organización socio-cultural tradicional y controlar la totalidad de los aspectos de la producción y comercialización en el territorio rural campesino. Según Vavra (2009), bajo esta modalidad, los productores ya no disponen de ningún tipo de control sobre sus activos agrícolas.

De esta forma, a lo largo de la cadena lechera se han instalado relaciones con el rótulo de “Negocios Inclusivos”, estos en términos formales consisten en iniciativas de mutuo beneficio, económicamente rentables, ambiental y socialmente responsables, que incluyen en su cadena de valor a comunidades de bajos ingresos proveedores de materia prima, mejorando su calidad de vida y garantizando la sostenibilidad del negocio. No obstante, a lo largo de su investigación, Martinez Godoy (2016) da cuenta que en términos prácticos se trata de una forma de integración al mercado “políticamente más aceptable que la relación convencional de explotación salarial en las plantaciones capitalistas” (Eaton, y Shepherd, 2002), la que vino a consolidarse como el verdadero “pilar de la política agrícola ecuatoriana” (Martínez Godoy, 2019:167).

Como sucede también en el caso argentino, esta modalidad imprime una fuerte asimetría de poder que se verifica en ciertas características que asume el vínculo productor-industria en el caso ecuatoriano. El autor identifica la imposición de cupos de forma aleatoria y de directrices técnicas orientadas al hiperproductivismo en detrimento de los aspectos ambientales y socioculturales. De esta forma concluye que

“el fomento de este tipo de articulación entre la gran empresa agroindustrial y el pequeño productor, les subordina en tanto eslabón más débil de la cadena y lo sumerge en un escenario de economías de subsistencia en tanto que abastecedores de materia prima” (Martinez Godoy, 2013:131).

Es claro que los territorios rurales se enfrentan a un evidente “desencastramiento” (Polanyi, 2012) en donde la esfera económica se sobrepone progresivamente a la esfera social desde hace varias décadas y que se profundiza aceleradamente mediante el “contract farming”. Después de casi dos décadas de haber optado por esta “vía intermedia” entre el libre mercado y la regulación estatal de la economía por medio de la agricultura de contrato, los rastros en el territorio son evidentes.

Intentaremos dar lectura a las transformaciones de los dos países y sus territorios desde la óptica analítica de la desterritorialización y en este sentido comprender la relación existente entre las desestructuraciones que experimentan estos territorios en la actualidad tanto a escala física como económica-productiva y socio-organizativa.

4. Resultados de la expansión territorial del agronegocio lechero

Como vimos en el anterior apartado, las modalidades que asumen los vínculos entre productores y agroindustrias en ambas regiones implican una pérdida de control de los actores del eslabón primario respecto a las decisiones al interior de sus explotaciones. Esto se verifica en una serie de mecanismos desplegados por los sectores industriales en relación al establecimiento de cupos, la determinación de los precios y las exigencias de calidad que dejan a los productores con un escaso margen de maniobra.

Es preciso aclarar que los efectos del avance de las lógicas del agronegocio en los territorios rurales también se diferencian en función de la caracterización de los pequeños productores involucrados en la actividad lechera. Para el caso pampeano argentino, pese a una heterogeneidad socioeconómica, predominan los productores familiares capitalizados, mientras que para el caso de la sierra ecuatoriana se trata de pequeños productores campesinos en su mayoría de origen indígena que conocen fuertes procesos de diferenciación social en relación a su disponibilidad de tierra. Esto marca un punto relevante en la comparación planteada, puesto que las particularidades socio-organizativas y culturales de estos actores, determinan estrategias distintas frente a los cambios y desestructuraciones del espacio rural.

En el caso argentino, la modernización tecnológica agresiva que impusieron las nuevas agroindustrias a finales del siglo pasado incentivó el aumento en la escala de producción junto con la expulsión de la actividad de parte de los estratos más pequeños de productores que no lograban incorporar las innovaciones exigidas. Esta tendencia a la concentración sigue presente si bien no ha eliminado la diferencia de escalas (Vértiz, 2018).

La heterogeneidad en el eslabón primario determina distintas estrategias de adaptación y persistencia. En su estudio realizado en la cuenca Oeste de la provincia de Entre Ríos, Craviotti, Vertiz y Waked (2020) identifican que los pequeños y medianos productores llevan adelante estrategias básicamente defensivas hacia el interior de sus unidades productivas y domésticas que consisten en la austeridad en el consumo, la reducción de gastos en alimentos balanceados, el incremento de la mano de obra familiar, la pluriactividad y la diversidad productiva mediante la cría de animales y la agricultura para la venta. Mientras que aquellos productores que superan los 2.000 litros diarios cuentan con un mayor poder de negociación que les habilita a desarrollar estrategias hacia afuera, buscando mejorar los vínculos con las empresas. La diversificación productiva en este último estrato es bastante más acentuada, incorporando la producción de soja para la venta, la elaboración de quesos para obtener valor agregado en sus productos o la combinación con ingresos extraprediales como profesionales o contratistas (Craviotti, Vertiz y Waked, 2020).

Otro rasgo de la consolidación de la lógica del agronegocio en la actividad lechera en la región pampeana es la tendencia a desarrollar la actividad bajo una racionalidad más empresarial que familiar. Se puede verificar el pasaje del tambo a la empresa láctea, por el cual las unidades productivas comienzan a incorporar principios de "eficiencia productiva, rentabilidad, escala, fuerte capitalización, alta especialización, tecnología de punta" (Sandoval, 2015:169). Si bien esto opera en primera instancia en los productores de mayor estrato, en las últimas décadas la tendencia comienza a evidenciarse en las unidades más pequeñas que podríamos denominar familiares (Sandoval, 2015).

En el caso de la sierra norte ecuatoriana, también se observa un marcado proceso de diferenciación social que va acompañado de un predominio de formas de coordinación mercantiles en detrimento de formas no mercantiles (Martinez Godoy, 2016). No obstante, el proceso tiene diferentes consecuencias en el plano económico-productivo. Contrariamente a la estrategia de diversificación productiva observada en el caso argentino, en la sierra norte ecuatoriana encontramos un proceso de especialización lechera acompañado de la priorización de los cultivos de pastos. La generalización de este tipo de cultivos en detrimento de los cultivos tradicionales orientados al autoconsumo pone en seria duda la sustentabilidad de los sistemas de producción. De esta forma queda evidenciado que la inserción de las agroindustrias lecheras en la región indujo la transición del campesino polivalente al agricultor familiar especializado.

En cuanto a las transformaciones en el campo socio-organizativo, ambos casos evidencian procesos de deterioro y debilitamiento de las prácticas asociativas sustentadas en vínculos de solidaridad y cooperación. En el caso pampeano, es profunda la individualización del vínculo entre productores e industrias. En su estudio sobre la cuenca del Abasto Sur de Buenos Aires, Vértiz (2018) concluye que luego de la desregulación del sector en la década de los noventa, las negociaciones sobre las condiciones de venta de la leche quedaron en la esfera privada de forma tal que en los acuerdos entre empresas lácteas y tamberos no existen mediaciones. A su vez, el cooperativismo, elemento tradicional de la actividad, se encuentra en un franco deterioro, tanto por la falta de confianza de los productores como por la tendencia hacia un perfil más comercial en las cooperativas tradicionales. En este sentido, gran parte de los productores tamberos de la cuenca Oeste de Entre Ríos priorizan las estrategias individuales por sobre las colectivas a la hora de establecer sus vínculos comerciales (Craviotti, Vértiz, Waked 2020). Al mismo tiempo, parte de la cúpula agroindustrial láctea desestimula las formas asociativas para la comercialización de leche, incluso negándose a operar con este tipo de figuras (Vértiz, 2018). De esta forma, podemos sostener que las condiciones vigentes en que se da la articulación agroindustrial en la cadena láctea argentina han consolidado un sistema de negociación individual en el cual se expresan claramente las asimetrías entre las partes.

Por su parte, en el caso ecuatoriano, a partir de la imposición de modelos de contratos centralizados y multipartes, se dejó de tomar en cuenta las lógicas de organización local de las comunidades rurales de la sierra norte. Para los promotores de la agricultura de contrato, toda forma de organización campesina local es incapaz de alinearse a las demandas del mercado y pueden causar inconvenientes a los propósitos y objetivos económicos del contract farming (Eaton y Shepherd, 2002). Para Carricart (2012) esto implica el fin de las formas de regulación locales. De esta manera surge un proceso de conformación de asociaciones de productores en detrimento de la figura de la “comunidad” tradicional” (Martinez Godoy, 2016:49) y en respuesta a las exigencias de las empresas agroindustriales. Bajo esta modalidad de organización, los productores encuentran su motivación en intereses económicos individuales. Todo apunta a que la figura de la comunidad campesina en tanto que “concha protectora” (Tepitch, 1973:20) no fue capaz de frenar este proceso de conversión hacia una lógica de dominación capitalista.

A partir del análisis de los casos trabajados observamos que la expansión del agronegocio en la actividad lechera imprime transformaciones en los territorios tanto en su dimensión económica-productiva cuanto en los aspectos socio-organizativos. Esto nos lleva a plantearnos la pregunta sobre las oportunidades y posibilidades del desarrollo en estos territorios.

5. Perspectivas de desarrollo de los territorios rurales vinculados al agronegocio lechero

Hace más de medio siglo, Tepitch (1973) sostuvo la idea que, frente a las economías dominantes, el destino de las economías campesinas no es homogéneo sino diverso. En la actualidad el argumento se mantiene válido pues, tal como vimos en el apartado anterior, los efectos son diversos para los dos casos analizados, al igual que internamente en cada caso, existen niveles diferenciados de desestructuraciones de los territorios rurales.

En el caso argentino, el principal conflicto que se evidencia actualmente para la producción lechera familiar no es tanto la integración a la cadena láctea sino más bien la competencia por el uso del suelo por parte de la agricultura, especialmente a partir de la expansión del cultivo de soja. Esto se traduce en una tendencia al aumento en el valor de los alquileres de la tierra que dificulta el acceso a la misma. No obstante, los desplazamientos de las cuencas lecheras no implican una modificación profunda en el perfil geográfico de la actividad, como es el caso de la actividad ganadera (Craviotti y Vértiz, 2020 a).

Esto se da a su vez en el contexto de una fuerte tendencia a la instalación de modelos de organización familiar-empresarial y empresarial en detrimento de la tradicional producción familiar en la lechería argentina. Lo cual responde a procesos de carácter estructural en el agro pampeano, poniendo en seria duda las perspectivas futuras de este tipo de producción.

Investigaciones recientes (Vértiz, 2018) identifican que la conformación vigente del complejo lácteo argentino presenta una estructura dual: por un lado, un sector dinámico en el que participan explotaciones tamberas que incorporan las innovaciones tecnológicas, empresas agroindustriales lácteas y empresas distribuidoras; por el otro, un sector invisibilizado que opera de forma informal en el que se cuentan tambos de muy baja escala, recolectores intermediarios y pequeñas fábricas queseras.

Los actores de este segundo circuito suelen tener una historia e identidad compartida en el territorio en el que se desenvuelven, presentando grados variables de incrustamiento de los vínculos comerciales en relaciones sociales más amplias de parentesco, amistad o pertenencia a instituciones (Craviotti, Vértiz y Waked, 2020). De esta forma, pueden apoyarse en esa densidad relacional para redefinir las lógicas impuestas por el agronegocio en el complejo lácteo. No obstante, los procesos de concentración productiva, diferenciación social e individualización de las prácticas, ponen límites a las posibilidades de activación de su capital social. Ello explica, en parte, que las estrategias asociativas para la venta de leche resulten poco exploradas.

Por otra parte, como advierte Craviotti (2020),

“la organización de los actores orientada a redefinir las características del vínculo agroindustrial en un sentido más favorable al sector productor debe ser entendida como una faceta de una problemática más vasta: la relacionada con la continuidad de los núcleos tamberos como modo de vida y organización del espacio rural local” (p. 108).

Esta continuidad estaría puesta en duda en el caso de un porcentaje importante de los pequeños productores lecheros familiares por diversos factores contextuales que incentivan la desafección por el oficio, entre las cuales se encuentran las condiciones laborales insatisfactorias, los crecientes vínculos con el medio urbano, la escasez de infraestructura y el desmembramiento de las familias como equipo de trabajo (Craviotti y Vértiz, 2020 b).

Por lo expuesto, observamos que el campo social lechero argentino presenta serios desafíos a los pequeños productores familiares. Mientras que las empresas agroindustriales líderes cuentan con un capital económico, social y político fuerte, que ponen en juego en estrategias como la cartelización; por el otro lado, en cambio, los productores familiares se encuentran en una posición subordinada en la que el volumen y estructura de su capital sólo les permite desplegar estrategias defensivas de persistencia.

Para el caso ecuatoriano, los procesos de diferenciación social se vieron profundizados por la consolidación del contract farming en los territorios lecheros. Por ejemplo, en la sierra norte, por un lado, las agriculturas familiares mejor dotadas en recursos de tierra y, en este sentido mejor capitalizadas, pudieron insertarse de manera sostenible frente a las exigencias (de calidad y cantidad de leche, de productividad del trabajo y reducción de costos de transacción) provenientes de los actores agroindustriales. Por otro lado, están las agriculturas familiares con menos tierra, las que aún deben alinearse al modelo productivo dominante. Sin embargo, este grupo, aún atravesado por rasgos culturales y sociales tradicionales propios de las comunidades indígenas andinas y a su vez con pocas capacidades objetivas para incrementar la producción diaria, se ve obligado a preservar pequeños espacios diversificados para sobrevivir, lo cual es un impedimento para alinearse a los propósitos del contract farming. Sin embargo, más allá de esta dualidad mencionada, las investigaciones recientes (Martínez Godoy, 2013; 2020) demuestran que existe una multitud de situaciones pertenecientes a posiciones intermedias o casos en vías de transición hacia una integración / alineación al mercado lechero.

Para este caso, es evidente la presencia de un incremento de las distancias sociales (a nivel organizativo y relacional), también visible en el uso y ocupación del “espacio físico” por parte de los productores. Se va configurando de cierta manera un “espacio social jerarquizado” (Bourdieu, 1993) y a su vez “conflictivo” (Torre y Filippi, 2005:13). Precisamente este contexto impide que los productores desarrollen procesos de identificación de problemáticas colectivas favorables a la puesta en marcha de prácticas cooperativas y a la búsqueda de soluciones comunes de valorización alternativa del territorio frente al modelo económico productivo dominante.

Los territorios lecheros de la sierra norte del Ecuador se encuentran frente a un escenario adverso de yuxtaposición de posiciones sociales (Bourdieu, 1993), que es funcional a los intereses económicos externos al territorio y disminuye las posibilidades de las agriculturas familiares a enfrentarse al proceso de desterritorialización para recuperar el control territorial.

En este sentido, la agroindustria y el contract farming, desde una clara posición dominante, pueden continuar ejerciendo su influencia desde la aplicación de un modelo productivo funcional a sus intereses. Torre y Filippi (2005) mencionan la “recomposición de las relaciones de fuerza”, que para este caso resulta favorable a los actores económicos externos.

6. Conclusiones

A lo largo de este artículo hemos visto las transformaciones generadas en los territorios lecheros de la región pampeana argentina y la sierra norte ecuatoriana a partir de la instalación y consolidación de las agroindustrias y sus lógicas de agronegocio. Esas transformaciones dan cuenta de procesos de desterritorialización que, como se planteó al comienzo, implica una disminución de las capacidades de los actores locales para la gestión no sólo de los procesos económico-productivos, sino también socio-organizativos. En función de las respuestas planteadas por las economías campesinas y los productores familiares así como de las estrategias desplegadas por el capital agroindustrial para consolidar su rol dominante en los complejos lácteos, planteamos algunas perspectivas de desarrollo de estos territorios.

Si bien en ambos casos ha quedado evidenciado el proceso de conversión hacia lógicas de dominación capitalistas, es posible trazar ciertas diferencias y similitudes en la forma en que dicho proceso impacta en los territorios. En el caso de la región pampeana argentina, donde la producción agraria se articuló desde sus orígenes al mercado internacional y dada la profundidad con que se instaló la lógica del agronegocio, las posibilidades de revertir los procesos de consolidación del capital agroindustrial parecen limitadas. Los procesos de diferenciación social y de concentración de la producción primaria determinan que los estratos más altos encuentren mejores posibilidades de adaptación a los requerimientos impuestos por el capital agroindustrial para alcanzar su integración en la cadena productiva, e incluso incorporen como propios algunos criterios favorables a los sectores dominantes. Por su parte, los productores familiares se encuentran en una posición claramente subordinada que pone en serias dudas su continuidad a futuro.

A su vez, en el caso de la sierra norte ecuatoriana, donde el fenómeno de expansión de las empresas capitalistas en el agro es más reciente, el proceso de desterritorialización no se ha consolidado completamente (Martínez Godoy, 2020). Pese a existir un grado avanzado de articulación al mercado capitalista, los pequeños productores aún conservan ciertas particularidades culturales y socio-organizativas en esferas ajenas a la producción lechera.

Sin embargo, a medida que la diversidad agrícola disminuyó, la desarticulación de los lazos sociales y una disminución de la identidad territorial en lo productivo fueron evidentes. Hay, en este sentido, una clara pérdida de control del espacio socio-económico por parte de los productores locales que se complementa con el desarrollo veloz de un espacio social jerarquizado y conflictivo a nivel interno. Actualmente la búsqueda de soluciones comunes a las desestructuraciones rurales es difícil y se encuentra subordinada a distintos tipos de esfuerzos y estrategias en términos de recuperación del capital social por parte de los campesinos lecheros andinos.

Para finalizar, creemos que en futuros estudios sería interesante profundizar la comparación en relación a criterios específicos como los mecanismos técnicos, legales y culturales que intervienen en la articulación entre agronegocios y pequeños productores. De igual manera se debería indagar más profundamente sobre los efectos del agronegocio lechero al interior de cada contexto regional para una mejor comprensión de las dinámicas territoriales. Asimismo, esperamos que la incorporación de este enfoque centrado en los territorios robustezca el conocimiento existente respecto a las cadenas productivas lecheras, produciendo insumos valiosos para evaluar potencialidades y limitaciones en los posibles cursos de acción e intervención orientados a mejorar el bienestar de los actores más vulnerables frente a las tendencias excluyentes que impone la configuración actual del sistema agroalimentario.

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Recibido: 15 de Septiembre de 2021; Aprobado: 11 de Febrero de 2022

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