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Revista de historia americana y argentina

versión On-line ISSN 2314-1549

Rev. hist. am. argent. vol.48 no.1 Mendoza jun. 2013

 

CRÍTICA BIBLIOGRÁFICA

Rodríguez Vázquez, Florencia. Educación y vitivinicultura. Formación de recursos humanos y generación de conocimientos técnicos en Mendoza (1890-1920), Rosario: Prohistoria Ediciones, 2013, 211 páginas. ISBN: 978-987-1855-39-1.

 

Federico Martocci

Universidad Nacional de La Pampa/CONICET

 

Florencia Rodríguez Vázquez es Doctora en Ciencias Sociales y Humanas por la Universidad Nacional de Quilmes, y el libro que comentamos (Educación y vitivinicultura. Formación de recursos humanos y generación de conocimientos técnicos en Mendoza (1890-1920)) fue escrito a partir de la investigación realizada en su tesis doctoral. El recorte temporal del título puede resultar confuso para el lector, ya que el estudio comienza efectivamente en la década de 1870 y no en la de 1890, hecho que le brinda aún mayor riqueza al abordaje efectuado. En este volumen la autora retoma y profundiza muchos de sus aportes realizados a partir de una importante tarea de divulgación científica, cuyos resultados se plasmaron en numerosos artículos de revistas nacionales y extranjeras.
La obra se organiza en función de dos ejes: el primero, centrado en el análisis de las instituciones formadoras de recursos humanos y generadoras de saberes científicos y tecnológicos sobre vitivinicultura; el segundo, referido a la articulación entre ciencia, tecnología y agroindustria local. Una serie de cuestiones recorren a la manera de hilos conductores la totalidad del trabajo, entre las que pueden identificarse, por ejemplo, las iniciativas de la elite provincial y del gobierno nacional para intervenir en la materia, las estrategias utilizadas para difundir conocimientos técnicos, el aporte de los especialistas extranjeros a nivel institucional y de extensión, la presencia de prácticas vitivinícolas tradicionales entre los productores europeos o el contraste entre la lógica científica y la demanda de los comerciantes en relación con el producto. Los tres capítulos iniciales están incluidos dentro del primer eje mencionado y exploran, respectivamente, la Escuela Nacional de Agricultura (1873-1891), la Escuela Nacional de Vitivinicultura (1896-1920) y la Estación Enológica (1904-1920). El rol de estas instituciones se estudia en períodos con características particulares, puesto que entre 1870 y 1890 se produjo la transición hacia la vitivinicultura moderna, en tanto que a partir del último lustro decimonónico se comenzó a consolidar la nueva estructura productiva provincial y a conformar el sistema educativo agrícola, proceso que para 1920 poseía caracteres bien definidos.
Cuando la autora analiza la Escuela Nacional de Agricultura identifica una problemática central para comprender el accionar de la institución, al menos, hasta mediados de la década de 1880: la escuela parecía ir a destiempo de la modernización agroindustrial promovida por las autoridades provinciales. Esta situación fue afectada además por la crónica ausencia de recursos materiales y financieros, como así también por la reiterada modificación del plan de estudio. Con el ingreso de Aarón Pavlovsky como director, uno más de los tantos técnicos europeos vinculados con la institución, se inició una relación más fluida entre evolución productiva y sistema educativo. La materia Viticultura ingresó a la currícula a fin de preparar a los jóvenes para el trabajo de viñedos y bodegas, se realizaron en la escuela ensayos de vinificación con uvas criollas y francesas (como denominaban a las variedades extranjeras) y se iniciaron, aunque con resultados esquivos, ciertas tareas de divulgación: los estudios realizados se publicaron en el Boletín del Departamento de Agricultura y el director dictó conferencias, las que circularon también en diarios locales y en boletines del Ministerio de Agricultura. No obstante, luego del traspaso de la escuela a la jurisdicción provincial estas labores no persistieron, en tanto que la generación de conocimientos dependió casi exclusivamente de las iniciativas individuales. Esta orientación educativa, además de poner en contradicción el discurso oficial, tuvo un claro correlato con las trayectorias profesionales de los primeros graduados: la gran mayoría no se vinculó a esta actividad productiva ni realizó aportes técnicos para la explotación de la vid.
En 1891 la escuela fundada en el siglo XIX fue cerrada definitivamente y cuatro años después se creó la Escuela Nacional de Vitivinicultura, cuya labor es abordada en el segundo capítulo. Allí, se retoman nuevamente las iniciativas del Estado nacional y del gobierno provincial en pro de la formación de recursos humanos, en un contexto signado por la consolidación de la agroindustria en la provincia. A diferencia de la institución anterior, la escuela organizada en 1896 brindó respuestas a las demandas de una economía basada en la elaboración de vinos para el mercado del Litoral. Ello puede advertirse, por ejemplo, en los ensayos sobre la acidez de los mostos, en la crítica a la práctica del riego excesivo (habitual en los viñateros) y en las experiencias con vides europeas para determinar sus condiciones de aclimatación. En consonancia con lo acaecido en el ámbito científico nacional, los especialistas extranjeros continuaron ocupando un lugar central en la escuela. Sin embargo, en la primera década del siglo XX comenzaron a incorporarse como docentes algunos egresados que se habían perfeccionado en Europa gracias al sistema de becas: José Luis Noussan, Leopoldo Suárez y Pedro Anzorena,
entre otros, quienes llegaron a ocupar puestos de jerarquía en la institución. En la formación de estos expertos, muchos de los cuales ingresaron a trabajar tanto en el sector público como privado, tuvieron una importancia notable las becas de estudio otorgadas por el gobierno provincial, ya sea para los alumnos de la escuela como para los egresados que viajaban al extranjero con el fin de especializarse. Esta iniciativa de las autoridades locales se complementó con la organización de las agronomías departamentales, cuyo principal objetivo era difundir los conocimientos generados en una institución que por entonces conjugaba la labor educativa con las de investigación e innovación.
En 1904 el Ministerio de Agricultura creó en Mendoza la Estación Agronómica (llamada luego Enológica), anexa a la Escuela de Vitivinicultura, a fin de paliar algunas de las principales problemáticas que habían llevado a la profunda crisis productiva que azotó a la provincia en el período 1901-1903. Entre las más importantes, según los especialistas, se contaba la falta de conocimientos científicos vitivinícolas, cuyas principales consecuencias eran la aparición de enfermedades y la deficiente elaboración del producto. El rol de este centro experimental en la generación y extensión de saberes es abordado en el tercer capítulo, donde demuestra claramente cómo la Estación se convirtió en un verdadero laboratorio de vitivinicultura moderna. Entre los primeros trabajos realizados se destacó el ensayo con diferentes variedades de vid y la investigación sobre el problema de la vinificación, particularmente en relación con la escasa acidez de la materia prima, hecho que afectaba la fermentación y obligaba a la compra de sustancias enológicas importadas, como por ejemplo el ácido tartárico. A ello se sumó, a partir de 1910, la publicación de libros y manuales sobre temáticas como ampelografía, vinificación y viticultura, textos que analizaban estas cuestiones desde una perspectiva local. De este modo, su accionar reemplazó al impulso individual de los empresarios aficionados en pos del mejoramiento varietal, contando para ello con la participación de los egresados de la Escuela y de los agrónomos regionales en el proceso de elaboración y divulgación de conocimientos científicos, respectivamente. Se puede decir que así se avanzó en gran medida sobre ciertas limitaciones que aquejaban a la vitivinicultura mendocina en los albores del siglo XX, mejorando cualitativamente la producción tanto en su fase agrícola como industrial.
En el capítulo final, que forma parte del segundo eje del libro, se estudian los diferentes agentes que intervinieron en la modernización vitivinícola, haciendo especial hincapié en la difusión de los cambios tecnológicos. En este sentido, la autora señala que es indispensable atender a la iniciativa oficial, tanto a nivel local como nacional, sin por ello
dejar de lado el rol de los actores privados, más específicamente el de enólogos, bodegueros, contratistas y viñateros. Asimismo, plantea que estos agentes, lejos de ser receptores pasivos de un corpus de saberes, contribuyeron de manera activa en la modernización técnica, por ejemplo adoptando rápidamente ciertas innovaciones o avanzando en problemas que el Estado había desatendido. En función de la evidencia recogida postula que, como ocurrió en otras áreas productivas del país, la información generada en las dependencias estatales debió coexistir con saberes consuetudinarios y empíricos que se transmitían a partir de la oralidad. Para analizar esta cuestión se remonta a las últimas décadas del siglo XIX, pero centra su atención en las primeras del XX, período en el cual la producción mendocina adquirió rasgos bien definidos. La perspectiva escogida permite poner en evidencia el valor cualitativo de las innovaciones incrementales, como así también calibrar la centralidad de las modificaciones graduales en el proceso productivo. De esta manera, da cuenta del rol que tuvieron durante ese período las prácticas de imitación, adaptación y resignificación de saberes, todas ellas vinculadas con el ciclo modernizador experimentado por la vitivinicultura en el ámbito provincial.
La problemática abordada en este libro no ha sido demasiado explorada por los historiadores argentinos, hecho que hace aún más meritorio este aporte. Si bien algunos trabajos avanzaron en el análisis del desarrollo de políticas educativas agrarias y en la formación de ingenieros agrónomos en la región pampeana, todavía resta cubrir un gran vacío investigativo en lo que respecta a las economías regionales. Este trabajo sobre la experiencia mendocina se suma a los estudios sobre el caso de la provincia de Tucumán, donde la temática también ha cobrado vigencia recientemente. El impulso de esta línea de investigación arroja claridad sobre las particularidades de las políticas educativas orientadas al sector agrario en los diferentes espacios productivos del país, a la vez que permite proyectar estudios desde una perspectiva comparativa. En fin, la pesquisa realizada por Rodríguez Vázquez pone en evidencia que la formación de recursos humanos, la generación y divulgación de saberes científico-tecnológicos y la inversión estatal y privada en este rubro, constituyen factores que, en su conjunto, resultan de utilidad para explicar la evolución del agro a lo largo y ancho del país.