SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.52 número1LOS RETRATOS DE GIL DE CASTRO EN LA ARGENTINA*Constitución y política: Prólogo de Natalio R. Botana índice de autoresíndice de assuntospesquisa de artigos
Home Pagelista alfabética de periódicos  

Serviços Personalizados

Journal

Artigo

Indicadores

  • Não possue artigos citadosCitado por SciELO

Links relacionados

  • Não possue artigos similaresSimilares em SciELO

Compartilhar


Revista de historia americana y argentina

versão impressa ISSN 2314-1549versão On-line ISSN 2314-1549

Rev. hist. am. argent. vol.52 no.1 Mendoza maio 2017

 

NOTAS

DOSSIER.
INDEPENDIZARSE DE ESPAÑA: Avatares intelectuales de una relación bicentenaria

 

María Rosa Lojo

CONICET. Universidad de Buenos Aires. Universidad del Salvador. Buenos Aires, Argentina. mrlojo@gmail.com

 

RESUMEN
A lo largo de las relaciones intelectuales entre la Argentina y España comprobamos una valoración oscilante de España, así como un cierto desfasaje entre realidad y representación. Los intelectuales argentinos buscaron al principio independizarse política y culturalmente de España y exaltaron otros paradigmas, como el francés o el inglés. Hacia fines del siglo XIX surgieron corrientes que reivindicaron el legado español. Los exiliados, sobre todo los de la II República Española, enriquecieron el importante aporte cultural ibérico existente. Sin embargo, en la alta literatura y en el imaginario popular la representación de los españoles como intelectuales es escasa.
Palabras claves: Argentina; España; Independencia; Intelectualidad; Representación.

ABSTRACT
All along the intellectual relationship between Argentina and Spain, we may verify an oscillating appreciation of Spain, as well as a certain gap between reality and representation. Al first, the Argentinian intellectuals pursued political and cultural independence from Spain, while they praised other models, such as French or English. Towards the end of the Nineteenth Century, currents of thought willing to revalue the Spanish legacy appeared. The exiled, especially the ones from the Second Spanish Republic, enriched the important Iberian cultural patrimony already existent. However, in both high literature and popular imaginary, the representation of Spaniards as intellectuals is scarce.
Key words: Argentina; Spain; Independence; Intelligentsia; Representation.

 

DE LA GENERACIÓN DEL ’37 HASTA FINES DEL SIGLO XIX

En el artículo “Gallegos de aquende y de allende” (6 de enero de 1884), el escritor, político y pedagogo Domingo Faustino Sarmiento, sostiene, brutalmente, que los españoles debieran estarles agradecidos a los argentinos, españoles americanos, porque éstos les presentan un espejo empeorado de sus mismos vicios, y salvan así a España de ser la última nación del mundo civilizado1.
No sólo se refería, claro, a los gallegos de Galicia sino a los peninsulares en general, englobados en el gentilicio del grupo etnocultural español más numeroso en la Argentina. Tal postura tajante no era nueva en el autor de Facundo. Mucho antes de ostentar cargos políticos, cuando viajaba por Europa comisionado por el gobierno de Chile para estudiar los sistemas educativos, ya pontificaba, indignado: Opino porque se colonice la España2.
Deseoso de convertir al país donde había nacido en una nación moderna similar a Francia o Inglaterra, Sarmiento fustiga el analfabetismo, la sumisión al poder clerical, lo que considera atraso en cualquiera de sus manifestaciones heredadas de la Madre Patria.
No era él la excepción entre los intelectuales que constituyeron la llamada Generación del ‘37. Hija de los que guerrearon por la Independencia política, fue la constructora y gestora del proyecto nacional triunfante después de la caída de Juan Manuel de Rosas y llevó adelante una empresa de emancipación cultural en busca de otro perfil identitario. En este sentido, señala Borges, nuestra historia es también la historiade un querer apartarse de España, de un voluntario distanciamiento de España3.
Uno de sus miembros más brillantes, el jurista y ensayista Juan Bautista Alberdi, enunció tempranamente, en las reuniones del Salón Literario de Marcos Sastre, una declaración de Independencia que comprometía la cultura toda de la nueva nación y en particular, las bases mismas de la identidad lingüística. Colocó, por lo demás como modelo, no ya heredado, sino libremente elegido en un gesto de autonomía, el paradigma francés:

Si una lengua no es otra cosa que una faz del pensamiento la nuestra pide una armonía íntima con nuestro pensamiento americano, más simpático mil veces con el movimiento rápido y directo del pensamiento francés que no con los eternos contorneos del pensamiento español. (…) El día que dejamos de ser colonos, cayó nuestro parentesco con la España: desde la República, somos hijos de la Francia4.
Nuestra lengua aspira a una emancipación, porque ella no es más que una faz de la emancipación nacional, que no se completa por la sola emancipación política (…) El pueblo fija la lengua, como fija la ley; y en este punto ser independiente, ser soberano, es no recibir su lengua sino de sí propio5.
 

De todas maneras, unos años más tarde, ya exiliado en Chile durante el gobierno de Rosas, Alberdi modera su anti hispanismo, entendiendo que en definitiva a través de España recibimos el legado de Europa, valorizado por sobre las culturas autóctonas consideradas bárbaras6. Y, como señala Emilia de Zuleta7, la influencia de dos grandes románticos españoles: Larra y Espronceda, se hace sentir claramente tanto en Alberdi como en Sarmiento, que también matizará, sobre todo hacia el final de su vida, su posición antiespañola8.
El crítico literario, filólogo y erudito por antonomasia de esta misma generación: Juan María Gutiérrez, decidió rechazar, en 1876, el diploma de miembro correspondiente de la Real Academia Española9. Los argentinos, argumenta, no pueden velar por la pureza de la lengua castellana como si fueran españoles de Castilla. Por el contrario, se han emancipado de España y –abiertos a las múltiples migraciones no sólo de otros pueblos ibéricos como el catalán o el gallego, sino de toda Europa— son verdaderos mestizos culturales. Ese mestizaje resulta fecundo y moviliza el pensamiento libre. El pensamiento (dice) se abre por su propia fuerza el cauce por donde ha de correr, y esta fuerza es la salvaguardia verdadera y única de las lenguas, las cuales no se ductilizan y perfeccionan por obra de gramáticos, sino por obra de los pensadores que de ellas se sirven10. La sujeción a la lengua del otro (que fue antiguo amo), concluye Gutiérrez, puede convertirse en peligrosa sujeción política, sometiendo al académico americano a las opiniones, también conservadoras, que profesan sus pares de la Península. Anticipándose al Borges de El escritor argentino y la tradición, reclama para los hispanoamericanos y los argentinos en particular, nada menos que el patrimonio entero de la tradición universal.
A su vez, el poeta y mentor ideológico del ‘37, Esteban Echeverría, propone, y encarna en su propia poética, nuevos paisajes (el desierto autóctono) y nuevos modelos estéticos (los románticos, franceses o alemanes, a través de traducciones francesas) que conoce en su viaje iniciático al Viejo Mundo (sobre todo a París) y que difunde en la Argentina. Pero no por eso desea desprenderse de lo mejor de la tradición literaria española, sino más bien, afirmarse en ella11; en ese sentido, toma distancia de las posiciones más claramente rupturistas de otros contemporáneos. Revolucionario de las ideas y de los tópicos literarios, de las formas de la sensibilidad, Echeverría, con todo, es quien más parece resistirse, de hecho, al divorcio lingüístico en sus opciones léxicas y sintácticas12.
Al decir de Unamuno, el propio Sarmiento, crítico recalcitrante del atraso español, se encoleriza con España con la pasión de un nativo (idea que retomará –ver infra— Ricardo Rojas) y lo hace en una espléndida prosa castiza: es más español que ninguno de los españoles, a pesar de lo mucho que habló mal de España. Pero habló mal de España muy bien13. Félix Weinberg no deja de señalar, por su parte, la marcada influencia que ejercieron sobre la generación romántica los integrantes de la llamada Joven España: esos autores que también en la Península abogaban por la renovación y la libertad. Polemistas y literatos como Larra, Espronceda, Meléndez, Quintana, Zorrilla14, así como los liberales españoles (Jovellanos) incidieron en los primeros gestores de la Independencia.
No todo es anti hispánico después, en la cultura argentina que se quiere moderna. Como en tantas otras cosas, los escritores Lucio y Eduarda Mansilla supieron dar la nota de equilibrio. Políglotas y cosmopolitas, fueron también orgullosamente criollos. Capaces de hablar, de vivir y de escribir en francés, pero defensores del español. Lectores omnívoros de una tradición universal que incluía, en lugar privilegiado, los grandes clásicos castellanos.
En una posición equidistante tanto del vasallaje lingüístico y cultural como de la lejanía indiferente, Lucio V. Mansilla propone, en las postrimerías del siglo XIX, la creación de un diccionario fiel tanto al habla peninsular como a las nuevas voces americanas, que se vendería desde Méjico a Tierra del Fuego como pan bendito15 y que no por ser español dejaría de ser americano16. Una lengua castellana ampliada (con atención a sus diferentes dialectos) es lo que Mansilla sustenta como bien común de españoles e iberoamericanos que comparten no sólo un idioma sino un temperamento idiosincrático: teniendo nosotros sangre española y hablando lengua española (más o menos bien), hemos de tener ideas españolas más o menos agallegadas17. Su balance, en suma, es positivo, a favor del legado ibérico:

No hay nación que yo ame más que la España ni lengua que me guste más que la española; porque es tan clara y tan precisa como la lengua inglesa, y tan armoniosa y tan bella como el mismo italiano. La primera vez que yo dije "te amo" fue en esta lengua18.

Aunque Mansilla siempre había profesado estas convicciones (por algo afirma en “Los siete platos de arroz con leche” que a los veinte años volvió de su primer viaje a Oriente y a Europa sin afrancesamientos lingüísticos, potro americano hasta la médula de los huesos19), la coyuntura finisecular hacía que aun los anti hispanistas revisaran la dureza de anteriores posturas. Inclusive Sarmiento, cuando cree advertir en la creciente inmigración más espíritu de factoría que de verdadero arraigo y comienza a temer por una Babel lingüística que sea también una Babel de banderas20. El viejo Mansilla, lanzado a escribir sus Memorias, se lamenta: El gaucho simbólico se va, el desierto se va, la aldea desaparece, la locomotora silba en vez de la carreta; en una palabra, nos cambian la lengua, que se pudre, como diría Bermúdez de Castro, el país21.
Por su lado, Eduarda Mansilla (1834-1892) escribe su primera novela: Lucía Miranda (1860) sobre el primer episodio de la colonización española en la Argentina: la fundación del fuerte Sancti Spiritus, en la actual provincia de Santa Fe, durante la expedición de Sebastián Caboto. Como eslabón de la larga saga histórica y literaria en la que se ramifica este episodio de la crónica La Argentina manuscrita (circa 1612) de Ruy Díaz de Guzmán, es la primera que propone el mestizaje hispano-indígena en tanto matriz constitutiva de la sociedad argentina. La entonces joven escritora utiliza un castellano propio de la Península, con moderada tendencia arcaizante y uso de leísmos. No deja de proyectar una mirada crítica sobre la función épica y conquistadora: ¡Dura ley, que convierte en terrible y desapiadado, al mejor de los hombres! ¡Qué suerte, que las mujeres, estemos siempre libres de semejantes espectáculos!22. Su heroína, Lucía, transmite, desde otra función, educativa y mediadora, los valores que constituyen el legado de su propia tradición española, y que confluirán con las raíces nativas. Mujer letrada en una época donde la alfabetización (sobre todo la femenina) no era frecuente, Lucía, educada por Fray Pablo en la literatura peninsular épica y popular (el Cantar de Mio Cid, el Romancero), llevará ese legado a las Indias. Escritora bilingüe, capaz de escribir en francés la elogiada novela Pablo ou la vie dans les Pampas (1869), Eduarda nunca abandona sin embargo, en las prácticas eruditas de citas y epígrafes, abundantes en sus obras, el recurso a la tradición hispánica.
El panorama de fin de siglo es, sin duda, complejo. Para las corrientes del positivismo y el darwinismo social que dominan la escena de las ideas, las razas aborígenes son las peor conceptuadas. Pero los latinos del Viejo Mundo (sobre todo italianos y españoles) no cosechan precisamente elogios. Los modelos de civilización vigentes reconocen su cumbre en los sajones (Gran Bretaña, los Estados Unidos de Norteamérica), tanto en lo intelectual como en lo ético. Para el viejo Sarmiento de Conflicto y armonía de las razas en América, para el educador positivista Agustín Álvarez, la tradición hispánica está en la raíz de los males argentinos23.
No obstante, hay dos motivos poderosos que propiciarán una creciente revaloración de lo hispánico. Uno de ellos, al que ya aludimos, es la aluvional inmigración de otros orígenes y otras lenguas. Ésta empieza pronto a generar todo tipo de alarmas, trasladadas a los debates parlamentarios, sobre la eventual gestión autonómica (una suerte de estado dentro del Estado) que podrían llegar a desenvolver algunas de estas colectividades, en particular, la italiana, que ya contaba con escuelas y diarios propios24. Otro factor percibido como inquietante es el avance de los Estados Unidos hacia una hegemonía continental. El ensayo Ariel (1900), del uruguayo José Enrique Rodó, se proyecta sobre ambas orillas del Río de la Plata como emergente más notorio de toda una tendencia cultural, prohijada por el modernismo, que mira con recelo al nuevo bárbaro Calibán (potencial invasor) representado por los americanos del Norte.
Los festejos del cuarto centenario del Descubrimiento, en 1892, habían dado lugar, por lo demás, al recrudecimiento de fervores hispanistas y a la atenuación (oficial) de viejas beligerancias (por ejemplo, la supresión de las estrofas del Himno Nacional Argentino más ofensivas para España, la emisión de sellos postales conmemorativos). Las activas instituciones culturales de las colectividades hispanas y los muchos intelectuales y profesores españoles radicados en la Argentina salieron a combatir la minusvaloración de lo hispánico. El clima de debate y de rescate se había instalado y para el primer centenario de la Revolución de Mayo, en 1810, a pesar de la galolatría (Biagini: íbidem) que seguía caracterizando a las élites, la actitud hacia la Madre Patria, que había enviado como aplaudida representante a la Infanta Isabel de Borbón, era sin duda más amable y conciliadora.

PRIMERAS REIVINDICACIONES HISPANISTAS

Las despreciadas raíces hispánicas terminarán siendo reconocidas como imprescindible elemento fundador de la Argentina, por la generación del llamado Primer Nacionalismo, que produce dos libros emblemáticos: La restauración nacionalista (1909), de Ricardo Rojas (1882-1957) y El diario de Gabriel Quiroga (1910), de Manuel Gálvez (1882-1962).
Este último autor, paradigmático novelista del tardío realismo argentino, es también figura clave de un naciente nacionalismo cultural que incluye al hispanismo como núcleo fundamental. Pero (y a pesar de su apellido galaico) para Gabriel Quiroga, alter ego del escritor, España es Castilla. Allí está la médula verdaderamente representativa que unificó a todo el país imponiendo a todas las comarcas su espíritu, su idioma, su gobierno, sus leyes25. La marca común en todas las regiones peninsulares26, el legado que España deja en los pueblos mestizos hispanoamericanos, también en el argentino, aunque este último se ufane de su europeísmo y su cosmopolitismo. No todo lo que se hereda de España (o de Castilla) es positivo; hay rémoras, como el espíritu de disociación27, o la arrogancia escolástica que el autor señala en provincias argentinas como Córdoba. Pero negar lo español, lo mismo que las raíces indias y africanas (aunque estas sean duramente criticadas) equivale, insiste, a negar la realidad. Por cierto que en esa España (léase Castilla) ancestral, recibida como herencia, no parecen estar comprendidos los miles de inmigrantes que llegan para desempeñar tareas de rudo trabajo, y a los que, por su condición de miserables glebarios28 se los considera desprovistos hasta de la capacidad estética. Inmigración equivale en este libro liminar de Gálvez a barbarie, a desnacionalización, a mero espíritu mercantilista y búsqueda de lucro sin que se aborde de manera puntual, la situación de los numerosos españoles (gallegos en particular) que en ese mismo momento están arribando al país. Galicia (quizás por pobre y periférica) no existe, pese a tratarse del colectivo español con más presencia en la Argentina29.
Otro libro posterior: El solar de la raza (1913) trata, en su mayor parte, de un relato de viaje a España, buscando las fuentes de la cultura argentina, en un gesto afín al regeneracionismo del 9830. Castilla nos creó a su imagen y semejanza. Es la matriz de nuestro pueblo. Es el solar de la raza que nacerá de la amalgama en fusión31. En los paisajes y monumentos descritos predominan, como es de suponer, los castellanos, valorados no por una belleza agradable sino por su poderosa energía, aspereza y originalidad. Segovia, Toledo, Salamanca, Ávila, Sigüenza, desfilan ante el lector como paradigmas de un ideal ético y estético. Barcelona le parece poco española, y más afín a Italia y Francia. En cuanto al sur (Ronda, Sevilla, Granada), Gálvez relega, hasta extremos inverosímiles, la influencia árabe, distanciándola de lo que considera como esencial español. Los vascos (de quienes él mismo descendía), ocupan el lugar fundador de pioneros civilizadores y audaces. Pese a los innegables esfuerzos pasados y presentes de los vascuences por diferenciarse de Castilla, los encuentra muy castizos. Sin duda, está dispuesto a aplaudir esta inmigración, que no le parece desnacionalizadora: Las montañas heroicas se despoblaban en beneficio de la Pampa32.
Otro de los primeros nacionalistas fue el escritor, catedrático e investigador Ricardo Rojas, primero en realizar una historia sistematizada de la Literatura Argentina. En 1903 se integró al grupo de la revista Ideas, fundada por Manuel Gálvez y J. Olivera, donde se vinculó con jóvenes intelectuales que compartían su búsqueda de una tradición nacional, basada, para ellos, en las raíces hispano-criollas, que la élite cultural anglófila y francófila prefería desconocer o dar por superadas. Su viaje a Europa en 1907-1908 le aportó los elementos para escribir La restauración nacionalista (1909), libro que despertaría polémicas. También para elaborar otros libros que giran en torno a Europa, y dentro de ella, en torno a la herencia hispánica. Se trata de El alma española (1907) y Cartas de Europa (1908). Treinta años más tarde, en 1938, Retablo español vuelve sobre la experiencia de esa estadía juvenil en España con renovado y meditado interés.
Para Rojas, ante todo, el ser humano no existe en abstracto: pertenece siempre a una tierra, a una raza (en un sentido espiritual, no biológico33), a una comunidad vinculada por una memoria, una tradición, una cultura. El reconocimiento de esta pertenencia es imprescindible para que los individuos y los pueblos accedan plenamente a la dimensión humana, entendida como dimensión espiritual; la pertenencia no inhibe la libertad, pero hay que contar con ella para ejercerla34. Esta concepción se expone y desarrolla, en relación concreta y particular con la Argentina, en sus primeros libros de ensayo sobre la cuestión nacional: La restauración nacionalista (1909), que exhorta a superar la mentalidad utilitaria de la factoría cosmopolita para rescatar los fines espirituales de la nación y Blasón de plata (1910), que apela al poder numénico configurante35 (genius loci) de una matriz telúrica e indiana. Ambas obras se inscriben en los fuegos cruzados entre nacionalistas y cosmopolitas36 que prolongan, en la década del Centenario de la Revolución de Mayo, una polémica de ya larga data en la sociedad.
Estos libros constituyen una respuesta al sentimiento de disgregación social y pérdida de especificidad cultural (y hasta de soberanía nacional) que experimentaba buena parte de la opinión pública argentina, no solamente algunos grupos minoritarios, ante las oleadas inmigratorias provenientes de todos los puntos del planeta: la pluralidad étnica, lingüística y cultural parecía difícilmente controlable y asimilable por un país nuevo y aún no firmemente consolidado. Rojas sintetiza y representa esa tendencia, desde un pensamiento idealista vinculado con el romanticismo alemán (Fichte, y sus Discursos a la nación alemana), con la generación del ’98 española, con el krausismo, con el arielismo de Rodó, sin desdeñar las influencias teosóficas, necesarias para comprender la construcción simbólica de su obra, además de los autores franceses que manejó habitualmente su generación (Fustel de Coulanges, Taine, Renan). No obstante, mantuvo total conciencia de las inevitables diferencias entre Europa y Latinoamérica en cuanto a la formación de las nacionalidades y el contenido de los nacionalismos. Cuidó muy bien de distinguir su concepción nacionalista y el nacionalismo argentino, de sus homónimos de las otras naciones37.
¿Supuso la concepción nacionalista de Rojas una idea cerrada y excluyente de la tradición argentina? No pueden negarse el fuerte acento defensivo y las alarmadas hipérboles de sus dos libros iniciales. Tampoco puede ignorarse su esencialismo metafísico, su voluntad de legitimar lo nacional desde un origen que determinaría ab initio los rasgos de la argentinidad entendida como una identidad pre-constituida in nuce, que se va desenvolviendo en “avatares”, como los llama Rojas, a lo largo de una Historia traspasada por fines que trascienden a los individuos. Pero al menos, ese origen ya es doble: es Eurindia38. El elemento nativo precolombino no está muerto, no es un fósil arrumbado en los sótanos de la memoria, sino un sustrato activo, que ha fascinado y trastocado al conquistador, que ha actuado en una historia común, y que sigue operando en la sociedad argentina. La vieja dicotomía civilización/barbarie es reemplazada por otra: exotismo/indianismo (donde lo antes llamado bárbaro es lo legítimamente autóctono y propio), pero no se busca descartar uno de sus términos sino comprender a ambos como corrientes constitutivas de una nueva configuración espiritual sintética. La mirada se vuelve hacia las provincias, para revalorar su papel en la independencia y en la gestación de la nación-estado y de la nacionalidad (en tanto comunidad axiológica y cultural), ensanchando y corrigiendo, provocativamente, la interpretación historiográfica proveniente del liberalismo rioplatense. Incluso su retorno a la tradición española es –en el contexto de época-- un gesto renovador. Supone aceptar otra raíz profunda que, junto con la raíz aborigen, las élites argentinas habían negado. Rojas reivindica el aporte español positivo, por sobre los elementos de opresión y aniquilación. Por momentos sus descripciones se exaltan con ciertos tintes mesiánicos: Vino a nosotros –dice del conquistador— por designio providencial, no a demoler nuestro pasado, sino a abreviarnos el plazo del porvenir39. Tanto el anti hispanismo como el anti indianismo –considera— han sido dos extravíos de la autoconciencia argentina. Amigo personal de Ramiro de Maeztu, corresponsal asiduo de Unamuno, lector entusiasta de Ganivet (de cuyo espíritu territorial sin duda es deudor), cree, con ellos, en la importancia de recuperar para el presente una herencia hispánica aún viva.
En su múltiple actividad como docente e investigador, Rojas nunca cesó de ocuparse del legado hispánico. Dejó estudios sobre clásicos españoles y ediciones anotadas, escribió sobre la época colonial en Hispanoamérica, y en Argentina especialmente. Entre todas estas obras, cabe destacar, sin duda, su Cervantes (1935), elaborado en circunstancias muy particulares, durante su prisión política en Ushuaia, entre enero y mayo de 1934. Aparte de que se dedica a desacreditar en esta obra ciertos lugares entonces comunes de la crítica cervantina (como la tesis del ingenio lego, o la falta de valor de la poesía del autor del Quijote) su trabajo trasciende los fines de una meditación académica. Cervantes se convierte, para el preso, en un paradigma humano con quien se identifica. Así como él había resistido la prisión desde la escritura creadora, Rojas la resiste escribiendo sobre Cervantes. El escudo de la portadilla que ostenta su libro reproduce el de la primera edición del Quijote con su lema Post tenebras spero lucem.
Pero Rojas no sólo vio a España en sus clásicos, o en las figuras guerreras o místicas de los fundadores que aparecen en sus ensayos, y que le inspiraron obras de teatro, como el conquistador don Diego de Rojas (presunto antepasado) de Elelín o el hidalgo donjanuesco de La Salamanca. La vio también como una cultura contemporánea con la que la Argentina podía y debía entablar un diálogo de interés mutuo. Dos de sus libros, sobre todo, condensan esta actitud. Uno de ellos es El alma española (1907), que da cuenta de su fascinación por España y de sus lecturas españolas, y que une, desde la dedicatoria, el pasado de América con el presente de España, dedicado A la memoria de los primeros conquistadores de América y a la obra de los nuevos escritores de España. El espectro de autores peninsulares de los que se ocupa es muy amplio, desde el punto de vista ideológico y estético: Núñez de Arce, Blasco Ibáñez, Pompeyo Gener, Pérez Galdós, Baroja, Echegaray, Rueda, Dicenta. Sus adhesiones más personales están por aquellos que –como Blasco Ibáñez-- se han comprometido en una empresa de regeneración nacional (sin duda afín a su propia empresa naciente de regeneración argentina): el atraso, la superstición, el patrioterismo, el autoritarismo, el catolicismo sombrío que impide el goce de la naturaleza y de la vida, el poder clerical, son todas rémoras de las que España debiera desprenderse para recuperar su grandeza creadora. Y los artistas que se están ocupando de ello son preferentemente, no los castellanos, sino los que provienen de las provincias, de las regiones donde se hablan también otras lenguas: vascos, gallegos, catalanes40; del mismo modo espera Rojas que la renovación llegue desde las provincias argentinas.
Su hispanismo no es regresivo ni prescriptivo: no propone el retorno nostálgico a la España conquistadora de la cruz y de la espada, pero aquilata lo hispánico en la tradición y el idioma. Sostiene, además, que ese legado alcanza su expresión y transformación más original y revulsiva, no en un español peninsular, sino en un hijo de las ex colonias: Rubén Darío, representante genuino del alma de nuestra América41.
El otro libro de Rojas sobre España, Retablo español (1938) tiene la peculiaridad de haber sido publicado veinte años después de que su autor recogiera las anotaciones sobre las cuales este libro se basa. La perspectiva del tiempo le da a los textos (o cuadros) del retablo una profundidad singular. La España de comienzos de siglo se lee a partir de su presente, enlutado por la Guerra Civil, que es, como lo dice el propio autor, el gran desencadenante de este mismo libro.
Los conflictos que estallaron luego se avizoran allí en ciernes, muchas reflexiones resuenan como profecías, otras, como deseos y esperanzas incumplidas. Los jóvenes de 1908 son hombres maduros veinte años después; alguno ha muerto trágicamente, como Ramiro de Maeztu. Pero para Rojas, siempre atento a las invariantes, el alma española no ha cambiado, y entenderla es, para los argentinos, fundamental, porque su historia es parte de la nuestra42.
Desde el principio, Rojas aclara que su mirada no ha sido, ni podrá ser, la del extranjero. Él no se ha sentido extranjero a España, ni los españoles lo han considerado tal. El antiespañolismo argentino, sostiene, es una falsa posición que viene, en muchos casos, de la frivolidad, el esnobismo, la pedantería cosmopolita43. Es un pecado de superficie, nacido del desconocimiento, propio de las clases medias y altas progresistas que consideran a España como parte de África, extremo bárbaro de Europa:

Un europeísmo superficial, un concepto equivocado de la civilización, una idea más equivocada aún de nuestra propia raza y su destino habían deformado durante medio siglo la educación, la política y hasta el arte en nuestros pueblos44.

En el caso de Sarmiento, cruel, más que injusto, con España (dice) no habría sido el desapego lo que lo llevó a la crítica lapidaria, sino, por el contrario, la furia del que ama aquello que critica y se indigna ante sus carencias y defectos precisamente porque lo siente propio. Por otra parte, sostiene, el mal español no puede adjudicarse al pueblo, sino a un Estado mal dirigido por dinastías extranjeras desde los mismos Habsburgos, comenzando por Carlos V que tronchó las libertades populares45. Frente a las posturas historiográficas propensas a identificar a España sólo con la Inquisición y el oscurantismo, reivindica, en sus obras de historiador (La Argentinidad, 1916) a los cabildos de Hispanoamérica como origen autóctono de la democracia argentina, anterior a las ideas de la Revolución Francesa. El sentido igualitario, la orgullosa libertad del individuo, son una herencia española antes que gálica. El genio ibérico oprimido, sostiene, se evade en América o en el arte46. No deja de señalar, ya avanzado el libro, la influencia del liberalismo gaditano, con las legendarias Cortes Constitucionales de 1812, en los independistas americanos. Recuerda que la palabra liberal justamente, nació en Cádiz, y que la revolución española fue sofocada por la Santa Alianza. Mientras que España, durante la era napoléonica, es salvada por las Juntas Populares, el indigno Fernando VII, una vez repuesto, traiciona los deseos del pueblo. Por ello también en Argentina, afirma, el ideario antiespañol aparece recién en la segunda generación independiente, por rechazo hacia la política de Fernando VII47.
No se le oculta a Rojas la dificultad de aislar o discriminar lo español en una nación hecha de varias naciones y de varias lenguas, invadida incontables veces, y cuyo mapa étnico es diverso en la diacronía y en la sincronía. No obstante, se empeña en descubrirlo (muy de acuerdo con su mitología y su poética personal) a la manera de quien realiza un viaje iniciático (que esta vez no es a París), una incursión en los Misterios. Y el misterio español es una pertinaz, irreductible originalidad, que la distingue tanto de Europa como del África: Es una ínsula ibérica –dice— distinta de cuanto la rodea48.
Habría un ser espiritual que se mantiene, como un eje, traspasando los múltiples sedimentos étnicos y culturales. Unamuno, Menéndez y Pelayo, Santa Teresa, Cervantes, aparecen como encarnaciones diversas del genio ibérico. Sin negar la especificidad etno-cultural de las regiones españolas, Rojas encuentra en ellas ese eje espiritual y considera, por lo demás, que la solución política y económica se halla en una Federación genuina con intereses comunes en la que coexistan las lenguas locales con una lengua oficial compartida (anticipándose así en décadas al devenir político de la España democrática). Trata, por otro lado, de defender a Castilla contra las acusaciones de las otras regiones: catalanes que la juzgan atrasada, gallegos que la consideran opresora. Se empeña en distinguir de ese estado centralista al pueblo castellano, que padeció igualmente los abusos de los señores, y cuyo aporte necesario es sobre todo espiritual, antes que económico y tecnológico.
Por todas partes, va descubriendo los hilos culturales que se mantienen entre España y Argentina: un cantar de ciego escuchado en Madrid le recuerda los romances gauchescos49; las aldeanas de Ávila hablan con los arcaísmos del Martín Fierro50; unas coplas que ha incluido en El país de la selva como típicas de Santiago del Estero resultan ser coplas sevillanas51. Los vínculos aparecen hasta en el paisaje y la vestimenta, como es el caso de Sevilla, cuya tierra, y cuyos paisanos, a caballo y con guitarra, lo remiten, otra vez, a Santiago52. ¿No habrá también –se pregunta— una ida y vuelta, una fuerte influencia indiana en esta ciudad? Los jinetes moros, cuando baja a Tánger, le parecen gauchos (como le parecieron a Sarmiento, que además se jactaba de su ascendencia árabe por el lado materno).
Pasa revista al estado de la arquitectura y de las artes (plástica, música) en toda España, pero su gran interés es literario. En el retablo se dibujan perceptivos retratos de escritores españoles: además de los ya mencionados, Galdós (cuyo genio Rojas, entonces poeta modernista, admite haber reconocido en plenitud veinte años después), Blasco Ibáñez (al que confiesa apreciar más de lo que lo apreciaban sus colegas contemporáneos), Valle Inclán, Benavente, de Maeztu, Ganivet, Pardo Bazán, de la que traza un interesantísimo perfil: la describe como una escritora original, distinta de todas las demás literatas españolas de la época, que trabaja, con éxito, en campos y géneros tenidos hasta entonces como exclusivamente varoniles. Es la primera en crear en España, con su predicación y con su obra una conciencia feminista53.
Al contrario de Gálvez, Rojas dedica varios capítulos a Galicia y a sus intelectuales, para configurar la imagen de una ilustración gallega muy distante de la visión estereotípica del gallego tosco. Señala, ante todo, al padre Feijóo, hombre excepcional por su curiosidad enciclopédica y su libertad de entendimiento, como defensor de los criollos, contra las teorías degenerativas que los consideraban inferiores a sus antepasados españoles. Recuerda también que en la época independentista, por odio de guerra, llamaron ‘godo’ al español y, después simplemente ‘gallego’, con intención despectiva54.
Un capítulo se consagra a los que Rojas llama Caracteres del regionalismo gallego. Enumera aquellos los hombres y mujeres notables, en todas las disciplinas, que dieron prestigio a Galicia. Habla del renacimiento de la lengua literaria y desde luego, de Rosalía de Castro, a la que califica como voz ingenua capaz de lirismo y también de iracunda protesta contra la injusticia. Le llaman la atención, ante todo, la belleza y la dulzura del paisaje, que trasciende a la sensibilidad del gallego, fuerte en el trabajo y tierno en el amor. Comarca sensual y musical, sobre ella flotan el canto de la gaita y el dejo blando de su idioma55.

Sin duda, los emigrantes gallegos que ve despedirse con lágrimas de su tierra sí tienen para él un futuro dentro de la Argentina. Fiel a su mirada integradora, Rojas piensa en ellos como nuevos compatriotas: Dábanme ganas de decirles que ellos eran ya mis compatriotas. Venían a continuar la obra de los antepasados, y ellos son, también, en su anónima humildad, ministros de la historia; sus huesos serán mañana polvo de la Pampa, y en sus hijos retornará la vieja estirpe a nueva gloria56.

ANTES DE LA TRAGEDIA ESPAÑOLA: EL OTRO VIAJE DE ROBERTO ARLT

El viaje español de Roberto Arlt tiene lugar muchos años más tarde que el de Rojas, entre febrero de 1935 y mayo de 1936. El escritor y periodista fue enviado a España por el diario El Mundo y cumplió su misión a conciencia, escribiendo 220 crónicas que dan cuenta de su paso y estadía en diferentes regiones de España (el sur andaluz, parte de Castilla, Galicia y Asturias, Vasconia, Barcelona y también el Norte de Africa).
Hombre de izquierda, carece de la obsesión castellano-nacionalista. No busca raíces, ni es propenso a conmoverse ante ruinas y monumentos. Le interesan los modos de vida del presente, sus condiciones sociales y económicas, la psicología de los pueblos. Se enamora de Madrid: efervescente, alegre, colmada de multitudes y de cafés donde la cultura y la política son protagonistas. Es lo que destaca de Castilla, junto con Toledo y El Greco57.
Pero tal vez la gran sorpresa de sus Aguafuertes es su innovadora visión de Galicia, que continúa y completa el camino abierto por Rojas, mostrando a los gallegos como los grandes desconocidos de los argentinos (pese a constituir el grupo español mayoritario). Arlt visita las ciudades de Vigo, Pontevedra, Santiago de Compostela, Betanzos y La Coruña, y desde luego, el campo. El paisaje de tierra, mar y montaña lo captura con fuerte impacto emocional. Ámbito geográfico pero sobre todo zona estética de la imaginación y la afectividad, caracterizada –afirma– por la finura y la pureza de líneas, le resulta inseparable de la criatura humana que lo habita: En Galicia, el hombre y la naturaleza forman una soldadura racial58. Para definir y enmarcar esta soldadura Arlt recurre al celtismo, como trasfondo mítico que trasmuta lo natural en un teatro de magia: las fuentes, los ríos, los montes, cuyos cortinados parecen cerrar la entrada a un mundo encantado, de espíritus, cuya existencia bruja está en contradicción con la sequedad romana del credo católico59.
Pero este ambiente idílico, cautivante, inolvidable para los que emigran porque les es constitutivo, está continuamente expuesto a la tragedia (la de los pescadores que afrontando riesgos sobrehumanos salen al mar y pierden la vida, la de los que marchan dejando viudas de vivos, huérfanos y huérfanas) y es el escenario de un trabajo brutal, hiperbólico, que –en particular el de tierra adentro– asumen en su mayoría las mujeres de los labriegos emigrados. El sufrimiento humano tiñe de dramatismo el paisaje de ensueño.
Las antinomias, los contrastes, cruzan la crónica. Los gallegos, curiosos, enérgicos, amantes del progreso, están metidos en el chaleco de fuerza de una economía arcaica y encadenados a ciudades donde Arlt sólo ve las huellas siniestras de la muerte, como Santiago o Pontevedra, aunque otros ámbitos, no menos antiguos –la festiva Betanzos–, compensen esa parálisis, esa infinita tristeza.
Los contrastes que quiebran los estereotipos dibujan también la personalidad paradójica de gallegos y gallegas. Sobre éstas, en particular, se detiene la mirada de Arlt, a la que nada se le escapa: ni la belleza ideal, estatuaria, de alguna campesina joven60, ni la cara de las ancianas, tatuada por las arrugas bajo los pañuelos negros. Mujeres exacerbadamente femeninas, de sensibilidad desbordante61, apasionadas y dulces62, las gallegas trabajan a la par de cualquier hombre, asombran por su fuerza física, y también por la independencia de su carácter. Impecablemente limpias, hacen las tareas más duras sin sacrificar detalles de coquetería, de tal modo que la mayoría de las trabajadoras de la sardina usan medias de seda63. El varón gallego, que no teme a la aventura, es también, sin embargo, hondamente sensible y hogareño64. Esa profunda sensibilidad se ha escapado siempre al juicio de los argentinos que, afirma Arlt, no conocen a los gallegos65, y los motejan de brutos por envidia, sólo porque no son capaces de trabajar como ellos66.
En materia literaria, Arlt se inclina con admiración ante la gran voz trágica de Rosalía de Castro y se irrita, en cambio, ante el artificio de Valle Inclán67. Las ciudades gallegas modernas, como Vigo y La Coruña, nada tienen que ver tampoco, advierte Arlt, con las evocaciones valleinclanescas. La urbanidad, la gravedad reflexiva que no excluye el humor ni el gusto por la música, el respeto a las ordenanzas, la honradez que permite dejar las puertas abiertas de las pensiones durante la noche, caracterizan a Vigo, civilizada y laboriosa, donde la gente habla con suavidad discreta. La Coruña, por su parte, es moderna, despreocupada y elegante, un Madrid pequeño, vivaracho, cosmopolita, con muchachas jóvenes vestidas a la moda, que no tienen reparos en fumar en público, salen solas, y confraternizan con los varones: Las muchachas contestan a los piropos, se ríen, los provocan, resultan encantadoras y desenfadadas. Hay que hacer un esfuerzo para creerse en España68.
Otro eje contrastivo atraviesa el relato de Arlt: las diferencias dentro de España misma, la distancia cultural Norte/Sur. Por la forma de vida de las mujeres, que en el Sur, según le dice una muchacha gallega, viven como en África69, mientras que en Galicia cultivan un trato amistoso y libre con el otro sexo que recuerda los cuadros de las costumbres americanas ofrecidos en las películas70; por la escasa proclividad al drama de honor y el predominio de la sensatez; por la mezcla de clases sociales en los balnearios; por la ausencia de mendicidad infantil (los gallegos –dice Arlt– no toleran la miseria, por eso emigran71); por el discreto silencio de los lugares públicos, que incluso respetan los niños. Todo ello arranca al cronista una frase definitoria: Anoto insistentemente estos detalles porque la suma de ellos compone el semblante psicológico de la raza. La única definición que se me ocurre es ésta: gente mayor de edad72. Lejos del atraso y el apego a lo arcaico, los gallegos, sin abandonar jamás el ancla sentimental en su patria, experimentan como ningún otro pueblo de España, la atracción de lo moderno.
Muy lejos mentalmente de Andalucía, los gallegos en cambio (otra paradoja) se sienten a un paso de Buenos Aires. Todos tienen allí algún familiar, conocen las calles porteñas, los números de las casas, los derroteros de los ómnibus, canturrean los tangos que toca la banda municipal:

Fenomenales algunas de estas ciudades gallegas. Fenomenales por su proximidad con la Argentina. Por momentos se duda. En una de cada tres casas se nombra a la Argentina con una proximidad que hace absurda la noción de un viaje real de quince días de océano. (…) La exactitud de las menciones es tan asombrosa que el entendimiento vacila. ¿No encontraremos al salir a la calle, en vez del Archivo del Reyno de Galicia, la Torre de los Ingleses? La Argentina (concluye Arlt) es la segunda patria del gallego73.

DEL ENTRESIGLO A LAS VANGUARDIAS: DEBATES POR LA HEGEMONÍA LINGÜÍSTICA Y CULTURAL

La impregnación cultural de España en la Argentina fue, en suma, fundacional, inevitable y también masiva y popular, no solo por ser España la ex potencia colonizadora, sino, ya consolidada la Independencia argentina, debido a la inmigración de este origen que empieza a crecer exponencialmente desde 1860.
  Con esa inmigración llegaron también élites ilustradas y calificadas en diversos terrenos profesionales, fruto, a menudo, de sucesivos exilios (desde el carlismo, hasta las diásporas de la Primera y Segunda República)74. Asimismo, el ascenso social, ansiado por tantos migrantes, se tradujo en la formación de una clase letrada, comercial, empresarial, nacida en la Argentina pero de cuna hispana. Instituciones mutuales y culturales organizaron este contingente dándole una fuerte visibilidad reflejada por los medios de prensa. Uno de ellos, por ejemplo, la importante Caras y Caretas, primera revista ilustrada y popular75, que muestra las actividades de una pujante colectividad (la española y la gallega en particular) en todas las facetas, tanto la comicidad caricaturesca centrada en los estereotípicos gallegos, que permanecerá arraigada en el imaginario colectivo, como su presencia activa en los más diversos estratos de la sociedad y no solo en los oficios menos prestigiosos.
Firmas de escritores y periodistas españoles (Unamuno, Castelar, Pardo Bazán, entre tantos) aparecen asiduamente en grandes diarios, como La Prensa y La Nación, entre fines del siglo XIX y comienzos del XX. Como señalamos, las celebraciones del Primer Centenario de la Revolución de Mayo marcan un acercamiento oficial a España que ya se había instalado en otros festejos: los del Cuarto Centenario del Descubrimiento de América. En esos años también las élites españolas buscan reivindicar el legado hispánico de la Argentina, en particular frente a otra inmigración mayoritaria, superior incluso en número a la española: la italiana, cuya proliferación y avanzada idiomática preocupa a la clase dirigente criolla. La rehispanización de Buenos Aires y de la Argentina, con el colectivo gallego a la cabeza de la comunidad peninsular, llega incluso a esgrimir como estandarte (desde una peculiar reescritura de la Historia) la hipótesis, dada como certidumbre, de que en realidad el mismísimo Cristóbal Colón (no solo buena parte de su tripulación) habría nacido en Galicia. Al menos, según la teoría del erudito pontevedrés Celso García de la Riega, que proclamó esta especie en una conferencia de 189876. Su recepción (más que en la Península misma) fue entusiasta entre los españoles del Río de la Plata, que la divulgaron y defendieron ampliamente en la prensa y también alcanzó (aunque en clave burlesca) al sainete. A pesar de no haber sido refrendada por el consenso académico, de todas maneras la postulación de un Colón gallego siguió encontrando defensores en estas orillas.
En la Argentina de entresiglos vivían, enseñaban y publicaban españoles dedicados a la vida intelectual y artística: entre otros, el catalán Ricardo Monner Sans (1853-1927) profesor y crítico literario, el escritor vascuence Francisco Grandmontagne (1866-1936), el gallego José María Cao Luaces (1862-1918), gran caricaturista político, el madrileño Justo López de Gomara (1859-1923), escritor y periodista. Como ya lo hemos analizado, intelectuales argentinos emprenderían a principios del nuevo siglo su viaje a las raíces (Rojas y Gálvez), y otros escogerían temas y formas ficcionales vinculados con el corazón de la herencia hispánica, como el el porteño Enrique Larreta (1873-1908), autor de La gloria de don Ramiro (1908) emblemática novela histórica modernista, situada en la España de Felipe II. El escritor, historiador, magistrado y catedrático cordobés Arturo Capdevila (1889-1967) cultivaría también una línea de rescate hispanista.
No obstante, y así lo recuerdan en sus respectivas memorias Victoria Ocampo y María Rosa Oliver, las clases altas leían preferentemente en inglés y en francés77. No consideraban siquiera que el español (un género especial de mugidos, llega a decir Ocampo), fuese un idioma digno de la literatura o el pensamiento:

  Muchos de nosotros empleábamos el español como esos viajeros que quieren aprender ciertas palabras en la lengua del país por donde viajan, porque esas palabras les son útiles para sacarlos de apuros en el hotel, en la estación y en los comercios, pero no pasan de ahí78.
En nuestro caso debemos de tener en cuenta, por añadidura, una especie de desdén latente hacia lo que venía de España (…) Además, debido a otro fenómeno, que sería curioso analizar, nos volvíamos al francés por repugnancia a la afectación. La penuria del español que aceptábamos nos lo tornaba imposible. Rechazábamos su riqueza; rechazábamos esa riqueza como una cursilería79.

Algo similar apunta María Rosa Oliver, perteneciente también al patriciado argentino:

(…) descubrí la literatura francesa antes que la española (aunque aprendí versos del Martín Fierro y del Fausto de Estanislao del Campo al mismo tiempo que los mandamientos de la ley de Dios) porque pertenecía a un sector social influido por el liberalismo de los enciclopedistas y formado por él (…) Sólo cuando ya estaba mentalmente formada pude apreciar a Cervantes (¡y cómo!), a Quevedo, Lope, Calderón, y entonces lamenté no haberlos leído antes. No haber descubierto antes el esplendor y la fuerza del idioma que me había tocado en suerte hablar (…)80.

Quizá precisamente por eso, Victoria Ocampo experimenta, al conocer a José Ortega y Gasset, en 1916, un genuino deslumbramiento que mucho le debe a la sorpresa81. No es la única de tal modo afectada. Desde el kantismo, Ortega, profesor de Metafísica, renueva la enseñanza de la filosofía en las aulas argentinas, que habían quedado atadas al positivismo, y entabla un fecundo diálogo con lectores y discípulos de la orilla americana. No obstante, no se entiende con las vanguardias (representadas por la revista Martín Fierro y la generación de Borges) y su idilio con la Argentina no tendrá un final demasiado feliz (en el último de sus tres viajes -1939- se le cierran las puertas laborales, de modo que, contra su deseo, debe volver a Europa). Su pensamiento sobre nuestro país tuvo indudable eco en literatos y ensayistas argentinos posteriores82, tanto para corroborar sus ideas como para discutirlas. Pero no fue aceptado plenamente ni por la vanguardia (Borges a la cabeza) ni luego por quienes leerían a Borges, muchos años más tarde, desde la izquierda.
Después del primer viaje (1916) de José Ortega y Gasset, acompañado por su padre, el periodista y novelista José Ortega y Munilla, otros españoles de relevancia intelectual llegarán a la Argentina, como el filósofo Eugenio D’Ors (1921) o el literato Guillermo de Torre (1927). Especialista en vanguardias europeas, este último detentará en el país posiciones culturales prominentes y se casará con Norah, la hermana de Jorge Luis Borges. Américo Castro y Amado Alonso, arribados poco antes, tendrán gran influencia en el desarrollo académico de la Filología. Esto no quita la existencia de fuertes debates con respecto a la influencia de España sobre la lengua y la literatura rioplatenses. Guillermo de Torre había lanzado el 8 de abril de 1927 la polémica consigna Madrid: meridiano intelectual de América83. Contra esta pretensión hubo reacciones en diversos puntos de Hispanoamérica. La de la revista Martín Fierro tuvo un énfasis especial. No solo rehusa el paternalismo ibérico sino que contra propone a Buenos Aires como gran metrópoli (lo cual no es mansamente aceptado, tampoco, en otros lugares del continente). Es interesante notar que uno de los martinfierristas, Roberto Ortelli, adopta un lunfardo desenfadado, y firma, burlonamente, Ortelli y Gasset. Por otra parte, como señala Celina Manzoni84, de Torre, desde una posición paradójicamente provinciana y desactualizada, es incapaz de percibir, entonces, la multiplicidad y complejidad de tradiciones culturales diversas que se cruzan en la América Hispana y que no se reducen a la opción simplificadora de lo autóctono (aborigen)/lo español.
La cuestión de la lengua, del castellano rioplatense y la norma peninsular, no resultarían menos irritantes. En su libro El problema de la lengua en América (1935), Amado Alonso, lingüista y erudito nacido en Navarra, percibe el aluvión inmigratorio en la Argentina y particularmente, en Buenos Aires, como una catástrofe para la buena salud del castellano. Se trata, dice, de una sociedad de fronteras desdibujadas, donde se borran los límites entre la oralidad y la escritura, entre lo culto y lo popular, donde las jerarquías sociales no se corresponden necesariamente con la norma lingüística letrada85. Le parece perturbadora la extranjería lingüística de los hablantes nacidos fuera de España pero también la de otros nacidos en ella, como los gallegos86.

El gran revuelo llegaría con La peculiaridad lingüística rioplatense (1941), de Américo Castro (1885-1972), quien, a diferencia de Alonso, tuvo solo residencias breves en la Argentina. El libro cosecha reseñas negativas en los medios culturales argentinos87. Entre ellas la más famosa es la de Borges (1941), publicada originalmente en la revista Sur y después incluida en Otras Inquisiciones (195288). Borges ataca desde múltiples flancos esta obra que juzga de errónea y mínima erudición. Señala dislates y equivocaciones de juicio, ridiculiza su estilo. Pero lo más importante es la denuncia del autoritarismo y la policía lingüística, que Castro ejerce como si la situación de dependencia colonial siguiese vigente. ¿Qué razón habría, se pregunta, para considerar los coloquialismos peninsulares superiores a los rioplatenses, o el caló más inteligible que el lunfardo? ¿O para calificar un término de arcaísmo solo porque ya no se usa en España? ¿O para creer que el mismo castellano es superior a otras lenguas, comenzando por las que conviven con él dentro de la Península? Otros escritores se alinearán en el futuro en la defensa de la legítima peculiaridad lingüística rioplatense, la practicarán en sus obras (como Marechal y Cortázar) y la defenderán también en sus ensayos, como Ernesto Sábato89.

LA ARGENTINA, MECA DE LA INTELECTUALIDAD REPUBLICANA

Entre 1936 y 1939 comienzan a llegar a la Argentina, fundamentalmente a raíz de la diáspora republicana, artistas, intelectuales y políticos españoles que publicarán libros y fundarán editoriales, así como científicos de todas las ramas que enriquecerán las universidades: Francisco Ayala, Eduardo Blanco Amor, Ramón Gómez de la Serna, Alejandro Casona, Manuel Colmeiro, Francisco Balaguer, Juan Cuatrecasas, Isaac Pacheco, Antonio Bonet, Ernesto Vilches, María de Maeztu, María Teresa León, Rafael Alberti, Luis Santaló, Arturo Cuadrado, Manuel de Falla, Maruja Mallo, Elena Fortún, Luis Jiménez de Asúa, Rafael Dieste, entre tantos otros.
Liberales y pensadores de izquierda recibirán con interés y simpatía a los republicanos exiliados, que tendrán, muchos de ellos, una intensa participación en la actividad cultural, a través de revistas, libros, y fundación de nuevas editoriales90. El sello Emecé, vivo y prestigioso hasta nuestros días, fue inaugurado por dos gallegos: Luis Seoane y Arturo Cuadrado. Sus primeras colecciones se llamaban Dorna y Hórreo. La editorial se dedicó no sólo a difundir prosa y poesía gallega, sino también temas americanos y argentinos. Siguieron a Emecé las editoriales Nova y Botella al Mar (vigente también hoy), y otras pequeñas, ya desaparecidas, en los años cincuenta. La policía castellano céntrica resentida también por creadores e intelectuales de otras lenguas ibéricas se contrarresta en la prensa societaria. Ejemplo importante es la prensa en lengua gallega donde colaboraban activas figuras de la intelectualidad y la política, materializando en Buenos Aires (la llamada quinta provincia de Galicia), el ideal galleguista de una Galiza ceibe (Galicia libre). Alfonso Rodríguez Castelao, Ramón Suárez Picallo, Vicente Risco, Arturo Cuadrado, Ramón Otero Pedrayo y Rafael Dieste, se cuentan entre esos nombres.
Surgen en esos años espléndidas revistas, creadas y/o dirigidas por españoles, (De mar a mar, Correo literario, Realidad –ésta gestionada por el filósofo argentino Francisco Romero pero con numerosos colaboradores españoles). Pese a esta efervescencia literaria y artística, pese a la presencia permanente de personajes como Rafael Alberti y María Teresa León, Alejandro Casona, Ramón Gómez de la Serna, Francisco Ayala, Ramón Pérez de Ayala y de los gallegos ya mencionados; pese a la admiración que llegaron a suscitar poetas visitantes como Juan Ramón Jiménez o Federico García Lorca, ni españoles en general ni gallegos en particular lograron posicionarse, en el imaginario intelectual, en las representaciones populares y en la ficción letrada, como referentes de la literatura, la ciencia o el pensamiento91.

DESPRESTIGIOS Y VACÍOS REPRESENTACIONALES

Resulta sobremanera ilustrativa, a tal respecto, la perspectiva que asume Respiración artificial92 de Ricardo Piglia (1980) novela decisiva para las últimas décadas en cuanto a su influyente exégesis de la tradición cultural rioplatense. Entre sus narradores y personajes destaca el escritor polaco Tardewski, inspirado en la irreverente figura del novelista del mismo origen Witold Gombrowicz, que vivió durante décadas en la Argentina y dejó en ella admiradores y discípulos. Tardewski menciona a Manuel García Morente como el asno español II y a José Ortega y Gasset como Rey de los Asnos Españoles o Asno I. A la crítica implacable sobre los filósofos ibéricos se une la dedicada al filósofo alemán Hermann von Keyserling (el asno alemán) muy conocido por la misma época que los otros en Buenos Aires. Ortega y Keyserling (éste, al menos, en un principio) contaron con la amistad de Victoria Ocampo y la acogida de la revista Sur (cuyo nombre fue sugerido por el mismo Ortega), mientras que no prosperó relación alguna entre Sur y Gombrowicz, por falta de afinidades mutuas. Cabe señalar que en la novela de Piglia toda la incursión en los orígenes de la Argentina se hace a través de la familia Ossorio y llega hasta los antiguos papeles de Enrique Ossorio, objeto de estudio del profesor Marcelo Maggi. El apellido Ossorio u Osorio es, desde ya, un antiguo linaje gallego, pero en ningún momento se identifica como tal a la familia. En la novela se presenta a Enrique Ossorio como el hijo de un coronel de las guerras de la Independencia, uno de los fundadores del Salón Literario, doctor en Leyes, compañero de próceres intelectuales como Vicente F. López, Alberdi, Frías y Tejedor. También él, como otros hombres de letras, terminará volcándose en contra de Rosas. Se involucra con la fallida conspiración de Maza, y finalmente se exilia en Montevideo. Enigmáticamente, se suicida un día antes de la caída del dictador porteño. La novela sigue los pasos de la familia Ossorio en sus descendientes.
Un caso notable de ausentismo en la representación de los gallegos como intelectuales y literatos lo ofrece Julio Cortázar, precisamente por la presencia directa y fundamental que escritores y editores de este origen tuvieron en su vida, comenzando por quien fue su primera mujer, la traductora Aurora Bernárdez, su cuñado, el poeta Francisco Luis Bernárdez y su editor, Francisco Porrúa. Un libro de Fernández Naval93 se ocupa de estas relaciones entre Cortázar y los gallegos, rastreando, por una parte, las numerosas e importantes vinculaciones biográficas con la colectividad (no ya sólo afectivas sino profesionales), y los ecos, para nada tan trascendentales, que la representación de los personajes gallegos alcanza en su obra, donde, en cambio, la intelectualidad gallega no se registra.
Repasémoslos aquí: los gallegos del garaje que arreglan el auto del personaje Beltrán (“Los amigos”, Final de juego). La camarera Petrona (“El móvil”, Final de juego); Francisco, camarero también, en “La seriedad de los velorios” (La vuelta al día en ochenta mundos). El portero gallego mencionado en “Diario para un cuento” (Deshoras) cuando exige al protagonista que coloque la foto de Eva Perón en la pared de su estudio. Fernando y Manolo, porteros gallegos en el cuento “La escuela de noche” (Deshoras), donde la escuela funciona, por las noches, como un centro de formación de torturadores. Los porteros, sin protagonizar las actividades, vigilan, cooperan, y se ocupan del servicio de bar para los que allí se reúnen. Un mozo gallego cejijunto, en la novela El examen, habla de la niebla como de un enemigo personal e intercambia algunas opiniones y observaciones con los clientes. Un hipotético peón gallego de limpieza en el Museo de Historia Natural de La Plata, abocado a su misión higiénica, podría acabar en un instante con el fabuloso hallazgo del narrador, recogiéndolo en su red (“Los testigos”, Ultimo Round). En “La señorita Cora” (Todos los fuegos el fuego) aparece una enfermera, la de la mañana, una mujer humilde, de pequeña estatura, que la señorita Cora, llamativa enfermera de la tarde, identifica como la galleguita. Galo Porriño (Los Premios), uno de los ganadores del viaje que da motivo a la novela, es un personaje algo más relevante que los ya enumerados. Se trata de un gallego de larga permanencia en la Argentina, pero que aún conserva casi intacto su acento. El viejo comerciante, autoritario y desconfiado, con espíritu de cacique –acota Fernández– reproduce en terra allea o peor da sociedade rural galega94. Durante la travesía, se coloca siempre del lado del poder, y, aunque critica la organización del viaje, de todos modos ha decidido embarcarse por si, a pesar de todo, las cosas resultan bien. Otro personaje a tener en cuenta es el de Curro, propietario del café Cluny (62 Modelo para armar), de espaldas junto a la puerta como un bull-dog protector de los excéntricos y artistas que allí se reúnen. En realidad, lo más notable de la descripción de los gallegos en las ficciones de Cortázar, está dado por la frase feliz que Fernández Naval utiliza para titular su libro: Yo tengo probado que los gallegos respiran por el idioma y que si no hablan se mueren de asfixia por silencio. En cambio los porteños respiran por el estómago (El Examen). Luego cita Fernández algunas denominaciones (uno de los nombres del juego de la rayuela y también, uno de los nombres coloquiales del órgano sexual masculino) que Cortázar consideraba gallegas. Fernández se refiere también al personaje Perico Romero, que no aparece como gallego en Rayuela, aunque en su Cuaderno de bitácora Cortázar lo tenía identificado como tal. En Rayuela, Perico malvive de vender su condición de español tocando flamenco (o lo que los franceses consideran tal) en los bares de París. Como bien señala Fernández, Perico no representa precisamente lo mejor de los españoles. Dice continuamente palabrotas, pero abomina de grandes escritores que considera pornógrafos (como Céline, o Gênet); desprecia al surrealismo, lee continuamente sin asimilar demasiado sus lecturas, escribe relatos de costumbrismo andaluz, muy mediocres. Quizás, aventura Fernández, hay en Cortázar, en tanto revulsivo escritor latinoamericano, una intención de matar a España, o al menos, la España culturalmente deplorable que simbolizaría la triste figura de Perico Romero (aquí español genérico, no ya gallego) no redimida por ningún quijotismo.
Entre los escasos autores que se hacen eco positivamente del exilio de intelectuales españoles de la Segunda República, cabe citar a la escritora Marta Mercader, en una de sus últimas novelas: la saga familiar Vos sabrás95. Al final del relato aparece un personaje –primer gran amor de la narradora que está contando su historia al nieto–, de emblemático apellido gallego: el español Ramiro Pondal, joven y brillante universitario exiliado, elocuente ideólogo, acérrimo antifranquista. Su familia paterna, no obstante, está afincada en Madrid, donde él mismo ha estudiado la Universidad. Una abuela devotamente católica no logra impedir que Ramiro continúe el camino político e intelectual de su padre, fusilado por Franco en 1938. Condenado a prisión en el Valle de los Caídos, Ramiro, con gran riesgo, logra escaparse a la Argentina, donde despertará admiración, simpatías, y pasiones. El amor con Carola, la narradora, será intenso, pero breve. Reacio al matrimonio, pensando siempre en el retorno a España, no quiere atarse a la Argentina y comienza una vida académica nómade hasta que se establece (aunque sin arraigo afectivo) en una universidad norteamericana No era un inmigrante obligado a adoptar una segunda patria; era un prófugo que no se consolaría nunca de la pérdida de su reino, de su tierra96.

BALANCES Y PARADOJAS EN EL BICENTENARIO Y EL SEGUNDO MILENIO

A lo largo de las relaciones intelectuales entre la Argentina y España comprobamos un oscilante vaivén valorativo que llega hasta hoy, así como un cierto desfasaje entre realidad y representación.
La Generación del ‘37 intenta desprenderse de España como poder colonial e imperial y también como paradigma cultural; exhorta a desviar la mirada hacia Francia, faro del mundo civilizado. Sin embargo, en sus prácticas lingüísticas y literarias el vínculo con España y sus grandes escritores, aun dentro del conflicto, continúa de todas maneras. Así como es innegable la incidencia, en toda la gesta independentista, de los liberales españoles.
Si el positivismo de fin de siglo XIX desdeña el elemento hispánico (y, mucho más aún, el aborigen), sin embargo, se comienza a revalorizarlo ante la avalancha inmigratoria proveniente también de otras latitudes, que le hace ver al viejo Sarmiento, no sin preocupación, una Babel de banderas en las calles de Buenos Aires.
Desde los festejos del Cuarto Centenario del Descubrimiento de América (1892), en los que se hace sentir la influencia de la colectividad hispana, la relación con una ya más reconocida Madre Patria da algunos giros positivos en el discurso oficial. La letra del Himno Nacional se acorta, por decreto (30 de marzo de 1900) del Presidente Julio Argentino Roca, eliminando de la letra original los elementos más agresivos hacia España, para armonizar con la tranquilidad y la dignidad de millares de españoles que comparten nuestra existencia97. Los festejos del Primer Centenario, coincidentes con el surgimiento del primer nacionalismo (Gálvez, Rojas) dispuesto a recuperar las raíces ibéricas, tienen como invitada prominente a la Infanta Isabel de Borbón. La instauración del Día de la Raza por parte del presidente Hipólito Yrigoyen (decreto del 4 de octubre de 1917), es un gesto de reconocimiento hacia el genio hispano. Algunos intelectuales argentinos emprenderán su viaje a los orígenes, para reconocerse en el mapa peninsular. Otros lo visitarán con sorpresa (Roberto Arlt) y mostrarán una imagen muy distinta del desdeñado español prototípico (el gallego), poco antes de la tragedia de la Guerra Civil.
Entre fines del siglo XIX y la diáspora de la II República (que tiene a la Argentina como una de sus grandes mecas), numerosos intelectuales, profesores, artistas y periodistas españoles firman en los grandes diarios, dictan cátedra en las universidades, fundan editoriales y publicaciones periódicas, dan a conocer sus obras, escriben en castellano y en otros idiomas peninsulares, como el galaico, interactúan en todos los sentidos con la comunidad argentina. Algunos son solo viajeros. Otros residen por largos años e incluso concluyen sus vidas en nuestro país.
Sin embargo, las jerarquías de inmigrantes zumbonamente descritas por Arturo Jauretche (2001) tuvieron larga vigencia, con los nórdicos masculinos (ingleses y germánicos en general), a la cabeza de la pirámide civilizatoria (así como los franceses ocupaban la cima del estatus cultural). En escalones inferiores se hallaban los inmigrantes pobres de origen latino (españoles o gallegos) e italianos, y, mucho más abajo, los aborígenes (cabecitas negras). Los vascos (algunos de los cuales se habían vuelto millonarios) gozaban de un prestigio especial, superior al resto de los peninsulares; los gallegos de Galicia podían eventualmente ascender a vascos, si contaban con el respaldo crematístico suficiente.
Similares jerarquizaciones se enuncian en la novela Sobre héroes y tumbas (1951), en boca del personaje Quique, abocado a la sátira social:

Si en este país vos te llamás Vignaux, aunque tu abuelo haya sido carnicero en Bayona o en Biarritz, sos bien. Pero si sobrellevás la desgracia de llamarte De Ruggiero, aunque tu viejo haya sido un profesor de filosofía en Nápoles, estás refundido, viejito: nunca dejarás de ser una especie de verdulero98.

El desprestigio del apellido español (específicamente gallego), asociado al bajo nivel económico e intelectual, se tematiza, también por boca de Quique, en otra novela del mismo autor: Abaddón el Exterminador (1974):

Porque mismo en la clase baja se aprecia más lo que dice MADE IN ENGLAND, y así no era tan gil ese Varela que inventó lo de VARELA HOUSE, especie de payasada, si se quiere, pues es como decir Cucha Cucha Street, pero que tout de même da golpe en el chirusaje. Y aunque io me ne frego de esas mistificaciones, debo confesar que para hacerme un par de anteojos entro con más confianza en OTTO HESS que en LUTZ FERRANDO, que empezó bien con el alemán pero terminó cagándola con el gaita. Porque quién puede creer –agregó poniéndose una mano sobre el corazón– en un óptico gallego?99

Las élites del patriciado argentino no desmentían estas percepciones populares, por el contrario. Como lo dejaron asentado Victoria Ocampo y María Rosa Oliver, su descubrimiento del valor del pensamiento y la literatura españolas les llegó en forma tardía (y solo en algunos casos). Ocampo reconoció siempre su deuda con Ortega y Gasset (nada querido, en cambio, por Borges y los vanguardistas). También ayudó a muchos exiliados de la II República con su capital relacional, e incluso material.
Por otra parte, la policía normativa de algunos lingüistas y académicos españoles (sobre todo, Américo Castro) y su posición castellano céntrica reavivarían, mediado el siglo XX, los viejos debates sobre la independencia lingüística y literaria legítimamente defendida por los escritores argentinos, desde Borges a Sábato. El castellano centrismo, cabe aclarar, afectaba también a los hablantes de otras lenguas ibéricas residentes en la Argentina (empezando por los gallegos) que buscaban reivindicar una autonomía política y cultural con respecto a Castilla.
La extensa presencia de los intelectuales del exilio, que motorizaron también la industria editorial argentina, por entonces foco exportador (por lo menos hasta mediados los años 70) frente a una España limitada por los efectos de la posguerra y el franquismo, no bastó, sin embargo, para revertir el vacío representacional de los españoles (y gallegos en particular) como intelectuales, o como intelectuales de referencia, en el imaginario colectivo y en la literatura argentina.
Cierta pretensión recolonizadora ibérica, periódicamente manifiesta en avanzadas académicas normativas, fracasó, por cierto, en cuanto a reglamentar la especificidad argentina y sus producciones creativas. Pero, en cambio, España ganó terreno desde el plano editorial a partir de los años noventa del siglo pasado, como plataforma de lanzamiento de grandes empresas multinacionales (Planeta, Random House, Alfaguara) que se instalaron en el país y compraron las estructuras y los sellos locales de empresas de familia (fundadas a menudo por los viejos emigrados/exiliados de España). En ese sentido, el meridiano cultural legitimador ha vuelto hoy a pasar por la Península, cuyo aparato editorial es el más poderoso: capaz de levantar o bajar el pulgar, difundiendo en el mercado hispanohablante a determinados autores y no a otros, destinando a unos al mercado local, y permitiendo solo a algunos ingresar en la circulación internacional, aunque esto no implique, desde luego, una hispanización de los temas o las formas en los autores latinoamericanos. A la vez, algunos escritores e intelectuales españoles encuentran, a través de estas firmas multinacionales centradas en España, una opción preferencial para dar a conocer sus obras en el público multicultural y multiétnico de la Argentina, y, en general, de Hispanoamérica.

 

NOTAS

1 Sarmiento, 1928: 245.

2 Sarmiento, 1993: 166.

3 Borges, 1974: 271.

4 Alberdi, 1984: 153.

5 Ibídem: 154-155.

6 Así lo recuerda Hernán Pas (2008: 214-216) en su análisis de un artículo publicado por Alberdi en El Mercurio (1845).

7 Zuleta, 1999: 13-14.

8 Segovia Guerrero, 1986.

9 Señala José Luis Moure, 2008; que Alberdi, en su madurez, le objeta a Gutiérrez objeta la devolución del diploma académico español y él mismo acepta un nombramiento como académico correspondiente.

10 Gutiérrez, 2006: 420.

11 Myers, 2006: 68.

12 Ibídem: 57.

13 Unamuno, 1977: 196.

14 Weinberg, 1977, 68-69

15 Mansilla, L.V., 1963, 482.

16 Ibídem: 486.

17 Ibídem: 480.

18 Ibídem: 485.

19 Ibídem: 94

20 Sarmiento, 1928: 417-424. Ver también Lojo, 2007: 288

21 Mansilla, L.V., 1954: 65.

22 Mansilla, E., 2007: 294.

23 Biagini, 2009: 49-51. Apunta también Hugo Biagini que en las tesis racistas del positivismo en expansión Hasta se les llegó a asignar, a los españoles, una capacidad craneana y un coeficiente antropométrico muy por debajo del de los habitantes del centro y norte de Europa, lo cual colocaba a aquéllos en una posición intermedia entre el caucásico y el negro. (Biagini, 2009: 99)

24 Bertoni, 2002.

25 Gálvez, 2001: 90.

26 Hasta los vascos más eminentes (San Ignacio de Loyola, Unamuno, Baroja y otros) son emergentes de ese espíritu castellano, según se aclara en la misma página en nota al pie.

27 Gálvez, 2001: 100.

28 Ibídem: 171.

29 Cabe señalar, sin embargo, que Gálvez hace un gran elogio de Emilia Pardo Bazán. Pero seguramente no la piensa específicamente como gallega, sino como española; apunta que es superior ella sola a todas las mujeres de letras que hay en Francia juntas (Ibídem: 57).

30 Quinziano, 2005.

31 Gálvez, 1913: 62.

32 Ibídem: 268.

33 En un sentido histórico, es un fenómeno espiritual, de significación colectiva, determinado por un territorio y un idioma, o sea por un ideal. Según esto, los individuos, cualesquiera sea su procedencia, obran en función de un grupo histórico, ya sea éste el de origen u otro de adopción (Rojas, 1980 I: 100).

34 Ibídem, 1924: 93.

35 Ibídem, 1954: 413. Cfr. el excelente análisis de Leonor Arias Saravia (2000, 364-403).

36 Bertoni, 2002.

37 Desde el inicio, Rojas se defiende de la asimilación de sus propias ideas a las de pensadores franceses, como Maurice Barrés, de quien se hizo derivar su obra (Rojas: 1971: 47). A pesar de las fundamentadas denegaciones de Rojas, se lo siguió considerando un epígono de Barrés, como puede verse en el artículo de Oscar Masotta (1982: 146-147). Cabe señalar, además, que el Rojas de 1930 juzga el golpe militar y la Dictadura de Uriburu (quien lo hizo encarcelar), como lamentables resultados de un superficial espíritu de imitación de las ideas fascistas entonces en boga en Europa, sin atender ni a la tradición ni a la coyuntura histórica argentinas.

38 Así denomina su fundamental tratado de estética hispanoamericana (1924).

39 Rojas, 1954, 86.

40 Ibídem, 1907: 85.

41 Ibídem: 211.

42 Ibídem, 1938: 9.

43 Ibídem: 17.

44 Ibídem: 341.

45 Ibídem: 44-45.

46 Ibídem: 48.

47 Ibídem: 340.

48 Ibídem: 11.

49 Ibídem: 71.

50 Ibídem: 88.

51 Ibídem: 100.

52 Ibídem: 116.

53 Ibídem: 298.

54 Ibídem: 296. Luego se consolidó un estereotipo que combinaba algunos rasgos negativos (incultura, tacañería, tosquedad), con otros positivos (honradez, lealtad, laboriosidad). Pero estos no llegan a modificar la imagen del español o gallego inculto, poco ilustrado (Lojo, Guidotti y Farías, 2008: passim).

55 Rojas, 1938: 343.

56 Ibídem: 345.

57 Dos análisis complementarios de sus Aguafuertes españolas pueden leerse en Granata de Egües (2002) y Saítta (2015)

58 Arlt, 1999: 47.

59 Ibídem: 54-55.

60 Ibídem: 64.

61 Ibídem: 71.

62 Ibídem: 73.

63 Ibídem: 61.

64 Ibídem: 70.

65 Ibídem: 71.

66 Ibídem: 70.

67 Ibídem: 85.

68 Ibídem: 131.

69 Ibídem: 138.

70 Ibídem: 73.

71 Ibídem: 72.

72 Ibídem: 73.

73 Ibídem: 128.

74 Zuleta, 1999: 15-17.

75 Estudiada especialmente por Ruy Farías en su período 1898-1923 (Lojo, Guidotti y Farías, 2008: 199-269).

76 Núñez Seixas 2001: 241.

77 Enrique Larreta, miembro del patriciado tradicional argentino, marca una diferencia con respecto al reconocimiento del valor de la tradición española. También se sitúa en la misma línea (al punto que puede hablarse de una herencia estética) otro miembro de la clase alta de vieja estirpe: Manuel Mujica Láinez.

78 Ocampo 1981: 28.

79 Ibídem: 29.

80 Oliver, 1970: 336.

81 Ocampo, 1982: 109 y ss.; Vázquez, 2002: 96 y ss.

82 Videla de Rivero (1991).

83 Aparece primero como un Editorial (sin firma) de La Gaceta Literaria, de Madrid, de la cual Guillermo de Torre era secretario de redacción. Luego vuelve a aparecer, a pedido del autor, en un artículo (ahora sí, firmado) de la revista costarricense Repertorio Americano (número 9, 3 de setiembre de 1927) (Ver el análisis de Manzoni, 1996: 121)

84 Ibídem: 127.

85 Ennis, 2008: 249.

86 Unos años después, consolidado su prestigio académico dentro de nuestro país, y habiendo obtenido la ciudadanía argentina, Alonso es más proclive a señalar los aportes innovadores a la lengua general que han surgido del habla rioplatense. También advierte que el eje de la difusión del libro en español después de la Guerra Civil Española, pasa por Buenos Aires y México, y destaca el papel nivelador de la radiofonía y el cine (Arnoux y Bein, 1995-96: 192-194).

87 Una detallada relación de la relación entre Alonso y Castro, de la recepción de sus obras y del debate con Borges puede verse en Degiovanni & Toscano y García (2010).

88 Borges, 1974: 653-657.

89 Ver “Lengua nacional y conciencia nacional” (1976), entre otros trabajos del autor.

90 Ver sobre este tema el documentado libro de Zuleta (1999). La “españolización” de la cultura argentina durante el período de la Guerra Civil, la intensa repercusión que el conflicto tuvo entre los intelectuales del país han sido analizadas por Ernesto Goldar (1996).

91 Parte de esa deuda pendiente de la literatura argentina para con los gallegos y gallegas intelectuales, he intentado saldar con el personaje de la universitaria gallega Carmen Brey, en Las libres del Sur (2004).

92 Piglia, 2000.

93 Fernández Naval, 2006.

94 Ibídem: 173.

95 Mercader, 2001.

96 Ibídem: 289-292.

97 http://www.lagazeta.com.ar/himno_nacional.htm

98 Sabato, 2008: 211.

99 Ibídem, 1980: 212.

BIBLIOGRAFÍA

1. ALBERDI, Juan Bautista (1984). Fragmento preliminar al estudio del Derecho. [1ª. ed. 1837]. Introducción y notas de Ricardo Grinberg. Buenos Aires: Biblos.         [ Links ]

2. Alonso, Amado (1935). El problema de la lengua en América.Madrid: Espasa-Calpe.         [ Links ]

3. ARIAS SARAVIA, Leonor (2000). La Argentina en clave de metáfora. Un itinerario a través del ensayo. Buenos Aires: Corregidor.         [ Links ]

4. ARLT, Roberto (1999). Aguafuertes gallegas y asturianas. Buenos Aires: Losada. Prólogo y compilación de Sylvia Saítta.         [ Links ]

5. ARNOUX, Elvira N. de y BEIN, Roberto (1995-96). “La valoración de Amado Alonso de la variedad rioplatense del español”. En Cauce, núms. 18-19, pp. 183-194.

6. BERTONI, Lilia Ana (2002). Patriotas, cosmopolitas y nacionalistas. La construcción de la nacionalidad argentina a fines del siglo XIX. Buenos Aires: F.C.E.         [ Links ]

7. BIAGINI, Hugo (2009). Identidad argentina y compromiso latinoamericano. Lanús, Colección Humanidades y Artes: Universidad Nacional de Lanús.         [ Links ]

8. BORGES, Jorge Luis (1941). “La peculiaridad lingüística rioplatense y su sentido histórico (reseña)”. En Sur, núm. 86, pp. 66-70.

9. BORGES, Jorge Luis (1974) “Las alarmas del doctor Américo Castro”. En Otras Inquisiciones (1952). En Obras Completas. Buenos Aires: Emecé. pp. 653-657.

10. BORGES, Jorge Luis (1974). “El escritor argentino y la tradición”. En Discusión (1932). Obras Completas. Buenos Aires: Emecé, pp. 267- 274.

11. DEGIOVANNI, Fernando & TOSCANO y GARCÍA, Guillermo (2010). “’Las alarmas del doctor Américo Castro’: institucionalización filológica y autoridad disciplinaria”. En Variaciones Borges núm.30, pp. 3-41.

12. Ennis, Juan (2008). Decir la lengua. Debates ideológico-lingüísticos en la Argentina desde 1837. Frankfurt am Main: Peter Lang.         [ Links ]

13. FERNÁNDEZ NAVAL, Francisco Xosé (2006). Respirar polo idioma: os galegos e Julio Cortazar. Ourense: Linteo.         [ Links ]

14. GÁLVEZ, Manuel (1913). El solar de la raza. Buenos Aires: Sociedad Cooperativa Nosotros.         [ Links ]

15. GÁLVEZ, Manuel (2001). El diario de Gabriel Quiroga. Opiniones sobre la vida argentina. [1ª. ed. 1910] Estudio Preliminar de María Teresa Gramuglio. Buenos Aires: Taurus.         [ Links ]

16. GOLDAR, Ernesto (1996). Los argentinos y la Guerra Civil Española. Buenos Aires: Plus Ultra.         [ Links ]

17. GRANATA DE EGÜES, Gladys (2002). “La imagen de España en las Aguafuertes españolas de Roberto Arlt”. En Revista de Literaturas Modernas, núm. 32, pp. 117-126.

18. GUTIÉRREZ, Juan María (2006). “Cartas de un porteño. Carta al señor secretario de la Academia Española”. En Gutiérrez, Juan María. De la poesía y elocuencia de las tribus de América y otros textos. Selección, Prólogo y Cronología de Juan G. Gómez García. Bibliografía de Horacio Jorge Becco. Caracas: Biblioteca Ayacucho. http://www.canela.org.es/cuadernoscanela/canelapdf/cc17quinziano.pdf

19. JAURECTCHE, Arturo (2001). Pantalones cortos [1ª ed. 1972]. Buenos Aires: Corregidor.         [ Links ]

20. LOJO, María Rosa (2004). Las libres del Sur. Buenos Aires: Sudamericana.         [ Links ]

21. LOJO, María Rosa (2007). “Las diversidades argentinas. Conflicto y armonías del multiculturalismo”. En Alba de América, vol. 26, nºs 49 y 50, pp. 285-301.

22. LOJO, María Rosa; GUIDOTTI, Marina y FARÍAS, Ruy (2008). Los “gallegos” en el imaginario argentino. Literatura, sainete, prensa. Lojo, María Rosa (dir.). Coruña: Fundación Pedro Barrié de la Maza.

23. MANSILLA, Eduarda (2007). Lucía Miranda (1860). Edición crítica de María Rosa Lojo y equipo. Madrid/Frankfurt: Iberoamericana/Vervuert.         [ Links ]

24. MANSILLA, Lucio Victorio (1954). Mis memorias. Infancia – adolescencia. [1ª ed. 1904]. Estudio Preliminar de Juan Carlos Ghiano. Buenos Aires: Hachette.

25. MANSILLA, Lucio Victorio (1963). “Los siete platos de arroz con leche” y “Académicos de número, honorarios, correspondientes y electos". En Entre-Nos. Causeries del Jueves. IV. Buenos Aires: Hachette [1ª ed. 1889], pp. 86-101 y 479-486.

26. MANZONI, Celina (1996). “La polémica del meridiano intelectual”. En Estudios. Revista de investigaciones literarias, año 4, núm 7, pp. 121-132.

27. MASOTTA, Oscar (1982). “Ricardo Rojas y el espíritu puro”. En Conciencia y estructura. Buenos Aires: Corregidor. pp. 146-147.

28. MERCADER, Marta (2001). Vos sabrás. Buenos Aires: Norma.         [ Links ]

29. MOURE, José Luis (2008). “Dos perspectivas decimonónicas en la construcción de una identidad lingüística americana: Rufino José Cuervo y Juan María Gutiérrez”. En Boletín de la Academia Argentina de Letrasvol. 73, núm. 297-298, pp. 291-312.

30. MYERS, Federico (2006). “Un autor en busca de un programa: Echeverría en sus escritos de reflexión estética.” Las brújulas del extraviado. Para una lectura integral de Esteban Echeverría. En Laera, Alejandra y Kohan, Martín (comps.). Buenos Aires: Beatriz Viterbo. pp. 57-75.

31. NÚÑEZ SEIXAS, Xosé M. (2001). “Colón y Farabutti: discursos hegemónicos de la élite gallega de Buenos Aires (1880-1930)”. En Núñez Seixas, X.M. (ed.). La Galicia Austral. La inmigración gallega en la Argentina. pp. 219-249.

32. OCAMPO, Victoria (1981). “Palabras francesas”. En Testimonios. Primera serie/1920-1934. Buenos Aires: Ediciones Fundación Sur. pp. 15-32.

33. OCAMPO, Victoria (1982). Autobiografía III. La rama de Salzburgo. Buenos Aires: Sur.         [ Links ]

34. OLIVER, María Rosa (1970). Mundo, mi casa. Buenos Aires: Sudamericana.         [ Links ]

35. PAS, Hernán (2008). Ficciones de extranjería. Literatura argentina, ciudadanía y tradición (1930-1850). Buenos Aires: Katatay.         [ Links ]

36. PIGLIA, Ricardo (2000). Respiración artificial. [1ª ed. 1980]. Buenos Aires: La Nación.         [ Links ]

37. QUINZIANO, Franco (2005). “Miradas rioplatenses en los albores del siglo XX: Manuel Gálvez, viajero espiritual”. En Cuadernos CANELA (Confederación Académica Nipona, Española y Latinoamericana), vol. XVII, núm.125, pp. 123-141.

38. ROJAS, Ricardo (1907). El alma española. Ensayo sobre la moderna literatura castellana. Valencia: Sempere.         [ Links ]

39. ROJAS, Ricardo (1908). Cartas de Europa. Buenos Aires: M. Rodríguez Giles Editor.         [ Links ]

40. ROJAS, Ricardo (1916). La argentinidad. Ensayo histórico sobre nuestra conciencia nacional en la gesta de la emancipación: 1810-1816. Buenos Aires: La Facultad.         [ Links ]

41. ROJAS, Ricardo (1924). La guerra de las naciones. Buenos Aires: La Facultad.         [ Links ]

42. ROJAS, Ricardo (1929). Elelín. Buenos Aires: La Facultad.         [ Links ]

43. ROJAS, Ricardo (1935). Cervantes. Buenos Aires: La Facultad.         [ Links ]

44. ROJAS, Ricardo (1938). Retablo español. Buenos Aires: Losada.         [ Links ]

45. ROJAS, Ricardo (1943). La salamanca. Buenos Aires, Losada.         [ Links ]

46. ROJAS, Ricardo (1954). Blasón de plata [1ª ed. 1910]. Buenos Aires: Losada.         [ Links ]

47. ROJAS, Ricardo (1971). La restauración nacionalista [1ª ed. 1909]. Con prólogo de Fermín Chávez. Buenos Aires: A. Peña Lillo Editor.         [ Links ]

48. ROJAS, Ricardo (1980). Eurindia. Ensayo de estética fundado en la experiencia histórica de las culturas americanas [1ª ed. 1924]. Prólogo de Graciela Perosio. Notas de Graciela Perosio y Nannina Rivarola. Buenos Aires, Capítulo: Biblioteca Argentina Fundamental, CEDAL.         [ Links ]

49. SÁBATO, Ernesto (1976). “Lengua nacional y conciencia nacional”. En Sábato, Ernesto. La cultura en la encrucijada nacional. Buenos Aires: Sudamericana. pp. 139-145.

50. SÁBATO, Ernesto (1980). Abaddón el Exterminador. Buenos Aires: Seix Barral.         [ Links ]

51. SÁBATO, Ernesto (2008). Sobre héroes y tumbas. Edición crítica de María Rosa Lojo (coord.). Poitiers: Universidad de Poitiers CRLA, Archivos.         [ Links ]

52. SAÍTTA, Sylvia (2015). Narrar y describir. Representaciones de España en las "Aguafuertes Españolas" de Roberto Arlt. Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.         [ Links ]

53. SARMIENTO, Domingo Faustino (1928). Condición del extranjero en América. Noticia Preliminar por Ricardo Rojas. Buenos Aires: La Facultad.         [ Links ]

54. SARMIENTO, Domingo Faustino (1993). Viajes por Europa, África y América 1845-1847 y Diario de Gastos. Javier Fernández ed., Buenos Aires, Colección Archivos [1ª ed. en dos tomos, 1849 y 1851].         [ Links ]

55. SEGOVIA GUERRERO, Eduardo (1986). “España en la obra de Domingo Faustino Sarmiento”. En Quinto Centenario, 11, pp. 163-175.

56. UNAMUNO, Miguel de (1977). “Domingo Faustino Sarmiento”. En Sur, nº. 341. http://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmcsb624

57. VÁZQUEZ, María Esther (2002). Victoria Ocampo. El mundo como destino. Buenos Aires: Seix Barral.         [ Links ]

58. VIDELA de RIVERO, Gloria (1991). “Ortega y Gasset en las letras argentinas: Mallea, Marechal, Canal Feijóo”. En Anales de literatura hispanoamericana, núm. 20, pp. 165-178.

59. WEINBERG, Félix (1977). El Salón Literario de 1937. Buenos Aires: Hachette.         [ Links ]

60. ZULETA, Emilia de (1999). Españoles en la Argentina. El exilio literario de 1936. Buenos Aires: Atril.         [ Links ]

Creative Commons License Todo o conteúdo deste periódico, exceto onde está identificado, está licenciado sob uma Licença Creative Commons