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Revista de historia americana y argentina

versão impressa ISSN 2314-1549versão On-line ISSN 2314-1549

Rev. hist. am. argent. vol.52 no.2 Mendoza out. 2017

 

CRÍTICA BIBLIOGRÁFICA

MAINGOT, Anthony P. Race, Ideology, and the Decline of Caribbean Marxism. Gainesville: University Press of Florida. 2015. 358 páginas.ISBN 978-0-8130-6106-1

 

Héctor Ghiretti

INCIHUSA/CONICET – FFyL/UNCuyo. hector.ghiretti@gmail.com

 

Es poco habitual iniciar una reseña bibliográfica con una anécdota personal. Pero sirve para explicar mi interés por el libro de Anthony P. Maingot. Hace 25 años, durante unas vacaciones en Cuba, tuve la oportunidad de observar un poster con los retratos de los miembros del Comité Central del Partido Comunista Cubano (o del Buró, no recuerdo bien). Un poco para tomarles el pelo a mis compañeros de excursión, en su mayoría entusiastas simpatizantes de la Revolución, les pregunté si advertían al igual que yo la escasa presencia de negros o mulatos en dicho órgano. Con gravedad académica respondieron que no podía ser de otra manera, porque eran siglos de esclavitud. De golpe y a la vez con total naturalidad, la ideología y el fervor militante sucumbían ante un argumento que mostraba la brutal presencia del pasado, la pervivencia de las estructuras sociales tradicionales.
Desde el prólogo del libro se advierte una voluntad confrontativa. El autor se propone desmontar una visión del Caribe construida a partir de preconceptos que compondrían una situación explosiva, revolucionaria: I) una estructura de explotación agrícola integrada en el capitalismo mundial, II) derivada de un sistema esclavista III) fundado en diferencias raciales, IV) que es escenario de confrontación de grandes potencias, en la que se verifica, V) una fuerte incidencia de la ideología marxista.
Maingot interpela esa concepción revolucionaria del Caribe valiéndose de abordajes que muestran las continuidades, las permanencias, lo que no sucumbe con las rupturas. Su referencia es la teoría sociológica tradicional, cuya matriz filosófica se encuentra en el pensamiento conservador. Se destaca una presencia dominante en los preliminares y que aparecerá con frecuencia en los capítulos siguientes: el pensamiento -fuertemente reactivo a las simplificaciones racionalistas y las construcciones ideológicas- de Edmund Burke, como matriz de comprensión tanto de la estructura social como de los cambios que se operan en ella.  Alexis de Tocqueville también tiene una presencia sustancial en el punto de vista del autor. Maingot adopta el marco conceptual de la sociedad moderna-conservadora (modern-conservative society).
El libro, no obstante, no constituye un tratado sobre las relaciones entra raza e ideología en el Caribe, sino que es una colección de estudios centrados en la historia intelectual y política de los países de la región, con múltiples referencias en perspectiva comparada con la historia de América Latina y los EEUU. Es por eso que resulta preciso comentar cada capítulo de la obra.
En el primer capítulo muestra un contraste entre la obra teórica y la trayectoria política de Eric Williams, historiador y posteriormente primer ministro de Trinidad y Tobago, y Juan Bosch, también historiador y presidente de la República Dominicana. Williams, formado en una historiografía rigorosamente marxista, evitó que tal perspectiva de análisis (y de praxis política) influyera en su acción de gobierno, descartando para su país la vía cubana al socialismo. Bosch, por su parte, fue un político de formación democrático-liberal además de ser un intelectual connotado, que experimentó una fuerte radicalización ideológica después de ser derrocado y sufrir exilio, acercándose al marxismo y a la adopción de Cuba como modelo para su país y la región.
El segundo capítulo resulta un tanto desconcertante. Maingot resume la polémica entre el ya citado Eric Williams y Frank Tannenbaum en torno al sistema esclavista. Mientras que Tannenbaum se apoya en el estatuto del esclavo en el derecho español para afirmar su mayor humanidad y mejor trato hacia los sometidos, Williams explica que las mutaciones que produjo la irrupción del sistema capitalista en el s. XIX alteró la condición de los esclavos, empeorándola sustancialmente. Esas mutaciones se dieron principalmente en el Caribe español, mientras que las posesiones francesas e inglesas mantuvieron una economía tradicional, lejos de la escala industrial de la producción azucarera de Cuba, lo que redundó en una mejor situación de la población esclava.
Los estudios sobre el esclavismo caribeño recibieron según Maingot un aporte sustancial de parte de Rebecca J. Scott, quien superó los reduccionismos jurídicos o economicistas para humanizar el perfil del esclavo, presentándolo como un actor social, político y económico con personalidad propia.
Esta interesante reseña en torno a los estudios esclavistas en el Caribe se cierran con una conclusión que podríamos clasificar de política: el autor se propone demostrar la existencia de hondos prejuicios raciales en la América española y su persistencia hasta hoy. Para demostrarlo presenta una serie de pruebas -el antiguo sistema de castas del s. XVIII español, las duras penas reservadas a los esclavos en Trinidad, la discriminación racial existente en la oficialidad del ejército de Simón Bolívar- y de testimonios personales recientes en Nicaragua, Costa Rica, Ecuador y Colombia. Resulta difícil no solamente identificar el sequitur entre la primera y la segunda parte del capítulo, sino también encontrar la novedad de una tesis que nadie discute y que no parece necesitar mayores argumentos en su apoyo.
El contrapunto del tercer capítulo está compuesto por Arturo Morales Carrión y Gordon K. Lewis. Nuevamente se entrecruzan los perfiles del intelectual y el político. Morales fue un académico vinculado al poder, que a través de un nacionalismo no independentista buscó consolidar la identidad, la autonomía y la capacidad de negociación de Puerto Rico en un contexto de dominio de los EEUU, mientras que Lewis fue un profesor de origen galés y tendencia izquierdista de la Universidad de Puerto Rico, que fue radicalizándose políticamente en la medida en que conoció mejor la región caribeña. Se ocupó de estudiar los aspectos psicológicos y culturales del imperialismo norteamericano: para Lewis el único camino que quedaba a los pueblos del Caribe es la revolución. Se trató no obstante, como destaca Maingot, de un autodenominado marxista que recurrió regularmente al pensamiento de… Edmund Burke.
El cuarto capítulo es uno de los mejores del libro. El autor explora la atmósfera de terror ante la posibilidad de una guerra racial en la región del Caribe, como efecto directo de la Revolución en Haití. Se interesa por las consecuencias y reacciones que tuvo este clima de temor y de alerta en los propios líderes de la independencia: desde Francisco de Miranda hasta el (mulato) cubano Antonio Maceo, con particular atención en Simón Bolívar, atormentado con la posibilidad de que la independencia acabara en pardocracia. El temor a la guerra racial (y la posibilidad de que los negros y mulatos revirtieran la jerarquía racial impuesta por los europeos) llega incluso hasta los tiempos recientes de la Revolución cubana.
A continuación Maingot analiza críticamente la hipótesis de la intervención extranjera como causa principal del subdesarrollo institucional y económico de Haití. Se describen con detalle los procesos políticos que en las décadas recientes despertaron mayor expectativa: Leslie Manigat y Jean-Bertrand Aristide. La incapacidad para controlar los principales resortes del poder, la incomprensión de las prácticas políticas locales (Manigat) o las formas carismático-populistas de ejercer el gobierno (Aristide) condujeron a estrepitosos fracasos. Esto parecería resultar suficiente, desde la perspectiva del autor, para explicar las desventuras del país en encaminar un futuro de desarrollo, tornando innecesaria la identificación de causas más allá de sus fronteras. No obstante, se encuentra aquí otro non sequitur que debilita la explicación propuesta: no se entiende por qué la inestabilidad política no puede sumarse como causa concurrente a la intervención extranjera respecto de la penosa situación actual del país.
Un planteamiento similar, pero más solvente, puede encontrarse en el capítulo dedicado a la revisión de las tesis explicativas sobre procesos de descolonización o las estructuras socioeconómicas de la región: la violencia contra el colonizador como fuerza liberadora, de Frantz Fanon, y el modelo de sociedades de plantación (plantation societies) como marco de análisis de los países y territorios del Caribe, según lo definieran Lloyd Best y Kari Polanyi Levitt. Maingot desmonta la validez estas teorías generales mostrando la complejidad y diversidad de la región, a través de argumentos varios: las complejas relaciones entre razas reflejadas en la literatura cubana, las tensiones entre raza y nacionalismo como factores de división y cohesión política en Santo Domingo o los aspectos sociolingüísticos en los territorios franceses de Guadeloupe y Martinica.
El siguiente contrapunto está formado por los itinerarios de dos intelectuales marxistas oriundos de Trinidad: C.L.R. James y George Padmore. El primero, influido tempranamente por el trotskismo, desarrolla un marxismo libertario. El segundo se mantiene subordinado a la disciplina del Comintern, hasta que su visión crítica lo lleva a plantear disidencias con las directivas de Moscú. Ambos terminan confluyendo, por diversas vías, en el nacionalismo panafricano.
Adoptando un ángulo de análisis más amplio, Maingot estudia las tensiones entre dirigentes, intelectuales y partidos de orientación marxista revolucionaria y socialdemócrata/laborista, tanto en las organizaciones sindicales como en el gobierno, desde la década de 1950 hasta la de 1970, en tres países de colonización británica: Trinidad, Guyana y particularmente Jamaica. Respecto de este último país, analiza particularmente la sorprendente radicalización ideológica de quien fuera su primer ministro, Michael Manley.
Este estudio se continúa con el capítulo sobre el curioso fenómeno revolucionario socialista/militarista a fines de la década de 1970, en la pequeña isla de Granada. El autor explica las alternativas del régimen instaurado por Maurice Bishop, su vinculación a los intereses estratégicos de Cuba y su abrupto fin, con su asesinato y la posterior intervención militar de los EEUU. Sostiene que la deriva radical del gobierno de Bishop fue una evolución ajena al pacífico, democrático y conservador pueblo de Granada.
El capítulo dedicado a la deconstrucción del mito del Caribe colonial es otro de los más interesantes. Maingot explica valiéndose de un fino conocimiento de cada uno de los países de la zona que los procesos de descolonización no llevaron necesariamente a la independencia ni mucho menos a lo que parecía en la década de 1960 el objetivo final del proceso de liberación: el socialismo.
Con frecuencia en oposición a los proyectos de las metrópolis, los territorios consultados en elecciones de autodeterminación eligieron voluntariamente mantener las relaciones de dependencia política y económica según fórmulas novedosas y en contextos de institucionalidad democrática. Esta circunstancia tampoco ha sido obstáculo para la consolidación de fuertes identidades nacionales.
Maingot concluye que el concepto de descolonización no es el más adecuado para enmarcar los procesos políticos de los territorios dependientes.
Es precisamente esa particularidad la que le permite al autor discutir el mito opuesto, el del Caribe nacionalista, revolucionario y socialista: el hecho de que muchos de estos territorios se hayan constituido en sedes de servicios financieros offshore y en paraísos fiscales para particulares y empresas, concentrando un importante porcentaje de los activos financieros mundiales, en clara confrontación con organismos internacionales y con países centrales que buscan someter esas actividades a supervisión, control y tributación, es elocuente respecto de su pragmatismo y su autonomía.
Después de trazar un entusiasta aunque matizado panorama de la evolución política, cultural y económica de Barbados, país que ha logrado impulsar una modernización y una estrategia eficaz de inserción regional e internacional a través de un firme y deliberado respeto a sus tradiciones institucionales, Maingot dedica un denso capítulo a la situación actual de Cuba. El texto parece haber sido escrito pocos meses antes de la histórica visita del presidente Barack Obama, en el marco de las negociaciones bilaterales de normalización de relaciones. Para el autor es imprescindible que los EEUU entiendan las transformaciones que están produciéndose en la isla, porque las teorías del colapso del régimen (the gambler’s fallacy) se han revelado invariablemente infundadas.
Maingot analiza la transición cubana en dos aspectos principales. Por un lado, valiéndose del concepto gramsciano de intelectual orgánico y de las teorías de las comunidades epistémicas, estudia las tendencias ideológicas entre los economistas cubanos más reconocidos, destacando un casi total abandono de las referencias al marxismo y a las teorías de la dependencia y una inclinación a adoptar teorías del desarrollo económico global, en retroalimención con los procesos de descentralización y liberalización económica de la isla.
Por otra parte se analiza la evolución desde el liderazgo carismático y unipersonal de Fidel Castro, apoyado en el Partido Comunista Cubano, a una conducción burocrática e institucional, encabezada por su hermano Raúl y fundada en el prestigio, la capacidad técnica y administrativa de las Fuerzas Armadas. Para Maingot, el gobierno cubano avanza hacia una oligarquía modernizante de matriz militar que transformará la forma de ejercer el poder y gestionar la transición.
En la conclusión se analizan las amenazas principales que enfrenta la región: el sustancial aumento de la actividad delictiva y de redes de crimen organizado vinculado al tráfico de drogas, y la dependencia de energías fósiles, que condiciona su desarrollo económico y la expone a estrategias de hegemonización concebidas por el eje Caracas-La Habana, introduciendo relaciones de tensión con la política caribeña de los EEUU.
Con sus debilidades (a las que quizá debería agregarse una fuerte predominancia de referencias bibliográficas norteamericanas, factor que puede resultar algo distorsivo) el libro cumple con creces los objetivos que el autor se propone en su introducción. No solamente explica con solvencia que las interpretaciones  revolucionarias del Caribe derivadas del marxismo han ido perdiendo presencia entre sus élites políticas e intelectuales, sino también que este tampoco pudo dar cuenta de las complejas estructuras económicas, de los conflictos sociales, culturales o raciales, ni de la dinámica política de una región en la que las tradiciones, las instituciones y los elementos conservadores han sido protagonistas centrales, aunque ignorados sistemáticamente por los cientistas sociales.

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