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vol.54 número2LAS DERECHAS ARGENTINAS ANTE LAS TRANSFORMACIONES SOCIO-CULTURALES DE LOS LARGOS AÑOS SESENTA: Lecturas de liberal-conservadores y nacionalistasA PROPÓSITO DE LA PUBLICACIÓN DEL LIBRO DE NOEMÍ GIRBAL-BLACHA. ¿"LA ARGENTINA QUE NO FUE"? LAS ECONOMÍAS REGIONALES NORTEÑAS EN LA REVISTA DE ECONOMÍA ARGENTINA: Entrevista de la Revista de Historia Americana y Argentina a la Dra. Noemí Girbal-Blacha índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
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Revista de historia americana y argentina

versión impresa ISSN 2314-1549versión On-line ISSN 2314-1549

Rev. hist. am. argent. vol.54 no.2 Mendoza jun. 2019

 

DOSSIERS TEMÁTICOS

RECONOCER LO ACTUADO. EL LIBERALISMO-CONSERVADOR Y SUS MIRADAS SOBRE LA DICTADURA Y LA VIOLENCIA (1982-1989)

RECOGNIZE THE ACTING. LIBERALISM-CONSERVATOR AND ITS LOOKS ON DICTADURE AND VIOLENCE (1982-1989)           

                                                    

Sergio Daniel Morresi

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. CONICET- REIDER. Universidad Nacional del Litoral. Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. smorresi@gmail.com

 

Recibido: 20-07-2018
Aceptado: 9-10-2019


RESUMEN

 A través del análisis de libros de ensayos, memorias y entrevistas publicadas este trabajo muestra los modos en que los actores liberal-conservadores argentinos se reposicionaron una vez agotada la última dictadura y revisa sus reflexiones y actitudes con respecto a los golpes de Estado y la violencia política ejercida desde el Estado entre 1982 y 1989. El foco se coloca sobre se los líderes políticos de la Unión del Centro Democrático pues esa fuerza creció electoralmente en la década de 1980 y sus propuestas tuvieron influencia en los siguientes años. La investigación realizada permite mostrar que las posturas del liberalismo-conservador no estuvieron guiadas solo por su marco ideológico, sino que en las mismas también influyeron razones de cálculo político doméstico y miradas geopolíticas.

Palabras Claves: Democracia; Derechas; Dictadura; Liberalismo-conservador.

ABSTRACT

This article aims to show the ways in which the Argentine liberal-conservative repositioned themselves after the last dictatorship run-out, and explore their thinking and attitudes respecting coups d’état and state-driven political violence between 1982 and 1989 through the analysis of essays, memoirs and published interviews. The focus is placed on the Union of the Democratic Center because this party grew electorally in the 1980's and their proposals had influence in the following years. The research shows that the positions of the liberal-conservatives were not guided only by its ideological framework, but also influenced by domestic political calculus and geopolitical reasons.

Keywords: Democracy; Rights; Dictatorship; Liberal-conservatism.


 

INTRODUCCIÓN

La historia reciente tiene fronteras móviles y ha incorporado a la transición democrática dentro de su campo de trabajo, sumando así su perspectiva a la de las reflexiones de la Ciencia Política y la Sociología1. Aquí buscamos aportar al diálogo entre la historia y otras ciencias sociales mostrando cómo los liberal-conservadores se reposicionaron una vez que el régimen militar se agotó2. En particular, nos interesa el período que comienza con la etapa de transición y se extiende hasta 1989, cuando el gobierno de Carlos Menem anunció la necesidad de liquidar las secuelas de la dictadura y decretó la primera serie de indultos. No esperamos agotar la temática en estas páginas, pero sí ofrecer un panorama a partir del análisis de un conjunto de textos (entrevistas, notas firmadas, libros de ensayo, divulgación y memorias) de un grupo reducido de actores políticos, intelectuales y militares. Nos enfocamos en un puñado de voces porque entendemos que representa al universo del que queremos dar cuenta y es suficiente para mostrar tanto el carácter parcial de la autocrítica liberal-conservadora en la posdictadura como su reorientación.

A partir de 1983, los liberal-conservadores pasaron a considerar negativamente a los golpes de Estado con mayor claridad que la que habían tenido antes; sin embargo, no dejaron de mirar comprensivamente las violaciones a los derechos humanos acontecidas durante el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional (PRN) y de considerar esencial que los militares no fueran demonizados en el nuevo orden democrático. Con los datos disponibles no podemos ofrecer una respuesta unívoca y concluyente al interrogante de por qué el liberalismo-conservador adoptó una posición crítica de la dictadura y condescendiente con la violencia implementada. No obstante, a partir del análisis aquí realizado, entendemos que las explicaciones que subrayan el peso de la ideología en un sentido clásico deben complementarse con otras que contemplen la relevancia del juego político de la transición y el escenario internacional tal como eran vistos por los propios liberal-conservadores.

Pese a las limitaciones del estudio que se propone, observar la posición adoptada por el liberalismo-conservador a partir de 1982 es interesante por dos motivos. El primero es que ayuda a explicar en parte el desempeño exitoso de una fuerza liberal-conservadora al comienzo de la democracia. El segundo, es que permite explorar los factores que confluyeron en el discurso que pedía reconocer lo actuado por las Fuerzas Armadas (FFAA) y que hoy continúa siendo un rasgo distintivo del campo de la derecha argentina3.

En la primera parte del trabajo, el foco está puesto en cómo dos sectores distintos del liberalismo-conservador pugnaron por tener primacía en el campo de la derecha durante la transición. Aquí mostramos que uno de esos sectores tuvo más éxito que el otro por ser capaz de realizar un doble movimiento, de acercamiento y alejamiento al régimen de facto. En la segunda parte, se analiza cómo algunos líderes derechistas, intelectuales y militares que se autodefinían como liberales repensaron sus posturas con respecto a los golpes de Estado y la violencia política a lo largo de la década de 1980. Sobre el final, se recapitula lo expuesto y se presentan algunas líneas de exploraciones futuras.

DESPEGARSE DEL PROCESO

A fines de 1982, los argentinos se convirtieron en público ávido de lo que se llamó el show del horror: la saturación de información redundante, macabra, hiperrealista sobre los aspectos más truculentos de la represión organizada desde el Estado. El hallazgo de fosas comunes, la exhumación de cadáveres y los relatos de represores y sobrevivientes impactaron en una sociedad que “descubría” el calado de los crímenes cometidos4. Lo que se revelaba no era que los desaparecidos estuvieran muertos o los prisioneros hubiesen sufrido vejámenes —algo sabido por la mayoría de la población y admitido por los gobernantes— sino la extensión de lo acontecido: se constataba que eran miles y no cientos de casos y que la saña empleada por los represores superaba todo lo imaginado, facilitando la identificación con la experiencia nazi5. Así, al fracaso de los militares en su tarea específica (la guerra contra otro ejército en el Atlántico sur) y al descalabro económico, se sumaba el rechazo de una sociedad asqueada por ver claro lo que antes vislumbraba difusamente.

Es objeto de controversia hasta qué punto pesó en el tiempo de la transición el rechazo por los crímenes de lesa humanidad, pero sí se puede afirmar que el mismo existió aunque no tuviese entonces la misma forma ni el mismo significado que hoy se le atribuye6. Sea como fuere, los tres factores que colaboraron en el colapso del régimen —la crisis económica, la derrota militar y la exposición de los crímenes— fueron interpretados como enhebrados por el hilo común de la mentira. El gobierno mentía acerca de las cifras de inflación y desempleo, había mentido sobre la guerra de Malvinas y sobre el modo y la escala de la represión7. En 1982, el sustento del que alguna vez había gozado la dictadura se descomponía y así lo entendieron incluso quienes habían apoyado al régimen. Por eso, cuando no estaba claro que el Gral. (RE) Reynaldo Bignone pudiera cumplir con su promesa de llamar a elecciones, los liberal-conservadores buscaban el modo de despegarse de los militares.

A pocos días de la retirada de las tropas argentinas de las Malvinas, Álvaro Alsogaray8 organizó una reunión en un tradicional hotel porteño con el objetivo expreso de fundar un partido político. Allí se reunieron algunas figuras poco conocidas entonces (como Adelina D’Alesio de Viola y Jorge Pirra9), intelectuales que habían adquirido renombre durante la década previa (como Armando Ribas y Manuel Mora y Araujo10), los nombres tradicionales del liberalismo-conservador porteño (como Alberto Benegas Lynch y Carlos Sánchez Sañudo11) y se leyeron adhesiones de algunos funcionarios del PRN12. En el emprendimiento también confluían experiencias partidarias tradicionales (como el Partido Demócrata de la Capital Federal y el Conservador de Buenos Aires) y núcleos políticos menores (como el Movimiento Liberal Argentino y el Partido Nuevo Orden Social). En la reunión se discutió sobre la conveniencia de prescindir de la palabra liberal para designar al partido porque estaba desprestigiada por la gestión de José Martínez de Hoz y se votó por llamarlo Unión Republicana, aunque la denominación debió mudarse por motivos legales y se terminó optando por Unión del Centro Democrático (UCEDE). Vale la pena detenerse en la denominación escogida. La palabra centro ya era un eufemismo (…) para disimular posiciones de derecha que últimamente nadie quiere asumir13. Pero en la visión de los fundadores del partido centro no aludía a un lugar equidistante de la izquierda y la derecha, sino a la posición de un nuevo liberalismo opuesto tanto al totalitarismo (de izquierda o de derecha) cuanto al mercado absoluto y a las opciones híbridas que aceptaban planificar la economía (como la socialdemocracia) o cerrar el espacio político (como el conservadurismo). De acuerdo con Alsogaray, el centro era, además, democrático en un sentido fuerte, capaz de defender las libertades corroídas por las pujas sectoriales y la influencia de las críticas marxistas14.

La UCEDE se postuló como alternativa no solo a la dictadura (a la que acusaba de ser estatista y dirigista) sino también a la política partidaria precedente (a la que señalaba como facciosa y corporativista). Interesan las críticas al régimen militar ya que algunos fundadores del partido habían participado del mismo y, así, ponían al partido en un dilema: ¿cómo ser distinto del PRN e incorporar sus cuadros?, ¿cómo atacar la dictadura sin enajenarse el apoyo de quienes habían estado cerca de ella? La respuesta a estos problemas se dio por dos vías. Por un lado, Alsogaray ofreció una interpretación de su posición sobre el golpe que resultó convincente para algunos sectores y, al mismo tiempo, se declaró en favor de que se aprobase una ley de auto-amnistía y se reconociese que el régimen militar había actuado para impedir que la guerrilla triunfase.

Si Alsogaray había apoyado o no al golpe de 1976 era objeto de debate en la década de 1980: si bien constaban declaraciones favorables al PRN una vez que el régimen se había iniciado, también era cierto que el 18 de marzo había publicado una nota contra la intervención militar15:

Nada sería más contrario a los intereses del país que precipitar en estos momentos un golpe. Las fuerzas armadas supieron retirarse en mayo de 1973 de la escena política y no deberán volver a ella sino cuando esté realmente en peligro la supervivencia misma de la libertad. Constituyen la última reserva y no deben ser arriesgadas bajo estas condiciones. Entregaron el poder a los líderes políticos, incluyendo entre estos a los dirigentes sindicales y empresarios que actúan en función política, y fueron esos líderes quienes crearon el caos actual. Por lo tanto, son los únicos responsables, los verdaderos y exclusivos culpables de esta gran frustración argentina, y a ellos incumbe enfrentar las consecuencias y resolver, si pueden, el drama en que han sumido al país16.

En el momento en que Alsogaray publicaba estas líneas, el golpe se encontraba en marcha y solo estaba en discusión su fecha, por lo que las palabras de Alsogaray podían interpretarse como un rechazo de último momento a la intervención de las FFAA o bien como un pedido de aplazar la acción militar para evitar que el peronismo apareciese como una víctima y fuese exculpado de su responsabilidad por la escalada de violencia y el descontrol económico e institucional. En esta segunda lectura, la posición de Alsogaray sería prudencial: los militares debían permanecer prescindentes pero preparados para impedir el asalto al poder de los insurgentes o restablecer el orden a requerimiento de autoridades constituidas como la Corte Suprema. En todo caso, el líder de la UCEDE se encargó de difundir la primera interpretación, lo que, sumada a su negativa a apoyar la guerra de Malvinas, y las piezas que había escrito en contra de Martínez de Hoz permitía mostrarlo como alguien no comprometido con el PRN17.

Sin embargo, a la vez que subrayaba su distancia de la dictadura, Alsogaray se convirtió en el único líder político de cierta relevancia en pronunciarse a favor del proyecto de autoamnistía militar18. A diferencia de otros liberal-conservadores que evitaron hacer pública su opinión o criticaron la oportunidad de esta pieza normativa (pues entendían que debía ser el gobierno constitucional el que amnistiase a las FFAA), Alsogaray sostuvo que la ley era necesaria para pacificar y que por ese motivo su promulgación merecía ser apoyada pese a que el contenido de la propuesta no le parecía del todo correcto, ya que se repetía el error cometido en 1973 de liberar a subversivos presos. Marina Franco ha mostrado que, entre 1982 y 1983, a los militares no les preocupaban las posturas de los partidos políticos, pero sí el desacuerdo al interior de las fuerzas con respecto a la ley19. Justamente por eso se destacó el pedido de Alsogaray, porque iba a contramano de lo que otros derechistas sostenían en su búsqueda de alejarse del PRN.

Ahora bien, mientras la UCEDE practicaba un movimiento doble (subrayando sus críticas a la dictadura y acercándose al régimen moribundo con un discurso favorable a la autoaministía), otros liberal-conservadores (conocidos como federalistas)20, intentaban alejarse de la imagen de amigos del Proceso que habían cultivado desde el día anterior al golpe, cuando Francisco Manrique se puso a disposición del gobierno militar para colaborar en la gran transformación que se avizoraba, vía elecciones o vía revolución21. Este intento de acercamiento no fue correspondido en principio, pues el gobierno parecía decidido a mantenerse aislado, preocupado por mostrar (hacia la sociedad, pero sobre todo hacia dentro de las armas) que iban a gobernar prescindiendo de contactos con la política partidaria. Pese a la indiferencia inicial, los liberal-conservadores del interior siguieron haciendo muestras de su apoyo al PRN; en parte por ello consiguieron que un importante número de intendentes federalistas permaneciesen en sus puestos, se posicionaron como interlocutores válidos reconocidos por el régimen y, durante la presidencia del Gral. Roberto Viola, obtuvieron importantes cargos para movilizar recursos en vista a una futura apertura democrática22.

En parte por su cercanía al régimen, pero también por su visión ideológica (en la que conceptos como territorio y nación eran fundamentales), los federalistas fueron menos prudentes que los liberal-conservadores de Buenos Aires con respecto a su apoyo a la Guerra de Malvinas. Así, cuando la guerra terminó, los federalistas estaban en una posición más incómoda que quienes se agrupaban en torno a Alsogaray. Manrique y sus aliados habían creído no solo en la necesidad de la contienda sino también en la propaganda oficial que sostenía que Argentina iba a ganar el enfrentamiento militar contra Gran Bretaña23. En todo caso, tras la asunción de Bignone, los federalistas se alarmaron por el pronto llamado a elecciones generales, pues habían esperado que el PRN impusiera una apertura paulatina y gradual. Durante el período del diálogo político (1979-1981), los liberal-conservadores del interior habían pedido que se estableciese un cronograma (que estimaban conveniente para su desempeño) de plazos más largos y según el cual se celebraran primero elecciones municipales, luego provinciales y finalmente nacionales. No obstante, con el colapso militar ya no podían heredar la dictadura ni forzar un esquema gradualista. En realidad, ni siquiera disponían del tiempo que creían necesario para reformularse como críticos del Proceso.

Una vez que quedó claro que las elecciones se realizarían en 1983, los federalistas trataron de reflotar una coalición similar a la Alianza Popular Federalista (APF). Así, entre 1982 y 1983 llevaron adelante tratativas para que se formara un frente único de centro-derecha. No obstante, probablemente por un problema de candidaturas, esa coalición amplia no tuvo lugar. El Partido Demócrata-Progresista optó por una alianza con el Partido Socialista Democrático que tuvo un pobre desempeño. Los partidos provinciales más arraigados decidieron no unirse ni presentar candidatos a presidente y, en general, trataron de ser ambiguos con respecto a cuál de los partidos nacionales prestaban apoyo, prefiriendo refugiarse en la defensa de lo local con un éxito dispar gracias al sistema de voto por colores. Finalmente, otros partidos provinciales de centro-derecha crearon la Concentración Demócrata y, junto al Partido Federal, el Movimiento Línea Popular (MOLIPO, un desprendimiento del desarrollismo) y un puñado de partidos provinciales y vecinalistas agrupados en la FUFEPO, sirvieron de sostén para una nueva Alianza Popular (AP) liderada por Manrique24.

A diferencia de la UCEDE, que en 1982-1983 atrajo cuadros que habían formado parte del PRN, AP fue perdiendo el apoyo de dirigentes incómodos con las críticas que Manrique hacía al gobierno —fue el caso del ex-ministro de Cultura y Educación procesista Juan José Catalán, del ex-ministro de Gobierno de la Provincia de Buenos Aires Guillermo Fernández Gill y del ex-canciller Nicanor Costa Méndez— o que entendían que la AP se limitaba a criticar aspectos económicos cuando en realidad era necesario ser más incisivos con respecto a otras aristas del régimen, como Alberto Robredo, que renunció con una airada carta pública25. A medida en que se desgranaba AP, Manrique optó por cambiar su posicionamiento y buscó acercarse a una postura similar a la de la democracia-cristiana europea haciendo hincapié en el rol armonizador del Estado, la primacía de la soberanía nacional y los valores cristianos y occidentales que el PRN no había sabido encarnar. Ya sobre las elecciones, Manrique intentó un nuevo giro, esta vez enfatizando sus críticas a la economía del PRN y destacando la importancia de valores como solidaridad y humanismo, para presentarse como alternativa al discurso liberal-tecnocrático en el que quedaban asimilados el PRN, el radicalismo y la UCEDE26.

Los problemas de AP y sus cambios de posicionamiento ayudaron a que la UCEDE se convirtiera en la única representante no distrital de aquellos que habían dado su apoyo al PRN y también como un partido sin lazos profundos con la dictadura que podía resultar atractivo a la juventud inclinada hacia la derecha que ingresaba a la vida política27. El tono que Alsogaray eligió para la campaña no fue el usual en el liberalismo-conservador (que proponía alusiones a la tradición, a los valores occidentales y abundaba en la historia argentina) sino el del neoliberalismo. 

Propuesta Fundamental: Reemplazar el actual sistema cultural y socio-político dirigista e inflacionario que ha regido casi durante 40 años, haciendo retroceder al país desde el séptimo lugar que ocupaba en el mundo en 1943-45 al cuadragésimo quincuagésimo que ocupa ahora, por un sistema basado en la libertad en todos los campos, en la estabilidad monetaria y en el libre juego de las fuerzas del mercado28.

El discurso neoliberal con énfasis en lo económico, permitió que la UCEDE tuviese un desempeño respetable en la Capital Federal: Alsogaray fue electo diputado y desde el Congreso fue imponiendo su figura a nivel nacional mientras que Manrique y el federalismo se eclipsaron. Paradójicamente, el líder de derecha que en 1982 afirmaba estar más lejos del PRN se convirtió en el representante de aquella parte de la ciudadanía que creía que, a pesar de los errores, debía reconocerse lo actuado por la dictadura.

LIDIAR CON LA HERENCIA

La continuidad del show del horror en 1983, el informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) en 1984 y el juicio a las juntas militares en 1985 condujo a la victimización de los muertos y los vivos (sobrevivientes, exiliados, familiares de desaparecidos) y la demonización de los militares y sus aliados. Si la victimización fue un paso necesario para que pudieran desplegarse las miradas como la teoría de los dos demonios y se iniciara una dinámica que comprometió a buena parte de la población con el estado de derecho, la demonización fue imprescindible para cortar con el modelo político de tutela militar y establecer una nueva frontera política, sino también para un replanteo del posicionamiento de la derecha política argentina29.

El conocimiento sobre el accionar de las FFAA entre 1976 y 1983 implicó que los liberal-conservadores, aun cuando no hubieran participado del régimen, fueran acusados de ser co-responsables de los asesinatos, las torturas y los secuestros. Si la victimización permitió a la mayoría de la sociedad identificarse con la inocencia, la demonización obligó a otra parte a revisar y re-enmarcar su propia experiencia y sus ideas. Para la derecha en general, sobre todo para aquella parte de la derecha que tenía un lugar en la vida política democrática (como la UCEDE) o pretendía salvaguardar su imagen pública (como algunos militares e intelectuales) era necesario reposicionarse con respecto al rol de los militares en la política y la violencia ejercida desde el Estado durante el PRN.

En la década de 1980, la UCEDE mantuvo una posición crítica con respecto al rol de las FFAA en la política. En los primeros años de la transición Alsogaray subrayó que, a su entender, los militares no debían haber intervenido en 1976. Para Alsogaray, la dictadura era un recurso extremo frente a emergencias graves, incluso para preservar las democracias30. O sea, entendía a la dictadura en un sentido comisarial, al estilo de la dictadura romana que ordena y se retira, y no como un gobierno soberano capaz de fundar un nuevo orden. En este sentido, para Alsogaray, el PRN no había cambiado al país31 (fuera porque no le correspondía o porque no había podido o sabido hacerlo) y por eso era necesario comenzar ahora la tarea de socavar la persistencia de la tradicional polarización entre peronismo y antiperonismo y permitir que el hombre corriente (que) piensa y siente como liberal (pero que) políticamente no actúa de esa manera pudiera expresarse32.

María Julia Alsogaray33 sostuvo que su padre se había opuesto no solo al PRN, sino también a la Revolución Argentina de la que fue embajador. Sin embargo, ante una dictadura ya instalada, la posición de la UCEDE sería pragmática: (uno) trata de influir en la medida de lo posible y estar más cerca del poder para que todo vuelva al orden constitucional o se va a vivir afuera34. Pero lo interesante de la opinión ucedeísta no reside en la naturalización de las prácticas de los políticos en las dictaduras sino en su búsqueda de desarmar la mirada demonizante sobre los militares:

(…) siempre se echa la culpa de todo lo que sucedió a los militares (pero) cuando hubo interrupción de los gobiernos democráticos los militares jamás actuaron solos. Todos (los gobiernos dictatoriales) tuvieron un apoyo civil que por suerte no venía de nuestro sector. En la revolución del proceso, mi padre escribió anticipándose al tema. La revolución del ‘55 yo creo que estaba encuadrada en lo que lo que define la constitución, se estaban violando los derechos individuales (...) La revolución contra Illia es injustificable (...) (En ese caso) hubo apoyo gremial (y) en el de Isabelita estaban todos los radicales golpeando la puerta de los cuarteles35.

Lo que importa en este pasaje no es el reclamo de inocencia para el liberalismo-conservador, ya que siempre siguieron asumiendo (y justificando) hasta con cierto orgullo su propio rol en el golpe de 195536, sino la culpabilización de la sociedad argentina y su dirigencia en las prácticas golpistas en general. Como lo expresó otro ucedeísta:

Los golpes militares fueron el resultado de una crisis de legitimidad política (...) ningún gobierno militar asumió sin una amplia coalición social relativamente amplia (pero) sería un error considerar que (las mismas) eran mayormente liberales, más bien ocurrió todo lo contrario (…) Si uno revisa la lista de los ministros de economía de los gobiernos militares, también puede encontrarse con todo tipo de expresión ideológica. Hasta está Aldo Ferrer al que hoy podríamos considerar de izquierda37.

Así, la visión liberal-conservadora coincidía con la de los militares que se auto-identificaban con la facción liberal de las FFAA38 y colisionaba con el relato de la república perdida adoptado por parte importante de la población que se sentía víctima colectiva e inocente de los militares o de los demonios de la violencia39. En este sentido, la narrativa del liberalismo-conservador buscaba llegar a un sector de la ciudadanía más inclinado hacia la derecha (aquel al que pertenecía el hombre corriente que piensa como liberal al que se había referido Alsogaray) que aun rechazando el resultado final del PRN entendía que su rol en el combate a la subversión era justificable y que resultaba necesaria una distribución más amplia de las responsabilidades políticas a lo largo de la historia. Así, la posición de la UCEDE no era apenas el fruto de la ideología sino también de una mirada sobre la sociedad. Mora y Araujo lo explicaba así:

En 1982 (…) la sociedad (…) buscaba líderes que tuviesen legitimidad democrática y aportasen soluciones viables (sin embargo) la (mayoría de la) dirigencia política solo retuvo la demanda democrática y la interpretó como un rechazo total del anterior período militar (pero) no era así40.

De acuerdo con el sociólogo, aunque un radicalismo de centro-izquierda había triunfado en 1983, parte sustancial de sus votos provenían de una centro-derecha que lo había elegido por descarte. En este sentido, sostenía que la UCEDE y sus ideas eran mejores representantes de esa ciudadanía que, al inicio del período democrático no había tenido cómo expresarse y, en cierto sentido, se habría visto defraudada por la incapacidad de la UCR para lidiar tanto con la economía moderna como con el problema militar41.

La visión de que los golpes se produjeron para tratar de dar cuenta de conflictos que los dirigentes civiles no habían sabido resolver implicaba afirmar que, hasta 1983, tanto los militares como los civiles habían gobernado mal. Esta idea permite abordar dos cuestiones. La primera es la valorización de la democracia. Para los liberal-conservadores, la democracia no siempre había sido apreciada, tanto por razones teóricas como prácticas42. Después de 1982, en cambio, la UCEDE comenzó a enfatizar su compromiso con la poliarquía, aunque subrayando la diferencia entre lo que ellos entendían por democracia (el sistema liberal establecido por la Constitución) y la visión de otros partidos (democracia como gobierno absoluto de las mayorías). En ese punto, para los liberal-conservadores, no podía suponerse que el retorno de las urnas fuera a resolver todos los problemas como había insinuado Alfonsín. Era necesario ser escépticos sin que ese escepticismo llevase a una recaída autoritaria; había que abrazar la democracia reconociendo tanto sus limitaciones como su potencia. La falencia de la democracia argentina estaba dada por el riesgo de retornar a la tiranía de la mayoría; su potencial radicaba en que permitía florecer al liberalismo moderno43. En todo caso, en la década de 1980 la democracia era el único sistema aceptable. Pedro Benegas, entonces dirigente de la Juventud Liberal, dijo en 1987: actualmente creo que nadie duda, y si duda se queda bien callado, acerca de la conveniencia de mantener la democracia como forma de gobierno, para crecer políticamente como alternativa de poder44.

La idea de que los golpes habían tratado de (y fracasado en) resolver los problemas que los políticos no habían sabido abordar también permite observar una segunda cuestión: el rol de la violencia política en Argentina. Para los liberal-conservadores de la década de 1980 estaba claro que durante el PRN se habían cometido crímenes45, pero los mismos no podían comprenderse a menos que se ampliase la visión para enmarcarlos dentro del panorama de la guerra contra la subversión. Asimismo, tampoco podía entenderse el florecimiento de la violencia subversiva sin incorporar al análisis el conflicto entre el capitalismo liberal y el comunismo totalitario, así como la historia de la violencia política en Argentina que, en su perspectiva, había comenzado (o en todo caso, había escalado a niveles insoportables) en la década de 1940.

Que los liberal-conservadores ubicasen el origen del problema de la violencia en el peronismo invita a una serie de reflexiones sobre las que no me voy a detener46. Aquí nos limitaremos a mostrar que para los dirigentes de la UCEDE y para algunos militares e intelectuales que se acercaron al liberalismo-conservador, el peronismo clásico fue un período de represión y violencia política difundida por toda la sociedad desde la cúpula del Estado. Así, el ex-presidente de facto, el Gral. Alejandro Lanusse, en uno de sus libros de memorias,47 reprodujo una serie de declaraciones beligerantes de Perón para luego comentar:

No eran estas bravatas pronunciadas por algún integrante de una patota (…) el que así había hablado (…) sin despojarse de su investidura (…) era un General de la nación que se amparaba en la impunidad que le deparaba su carácter de Primer Magistrado de la República48.

Como dirá más adelante Vicente Massot, Perón ejercía un terrorismo verbal que no pasaba a los hechos, pero que era igualmente preocupante porque por intermedio de sus llamados a la violencia se justificaban leyes represivas, el cierre de diarios y se desarrollaba una profunda hostilidad que se convertiría en odio: La división entre peronistas y antiperonistas, ideológica y social (…) escaló hasta convertir a los adversarios de la primera hora en enemigos a muerte49. Aunque Massot y Lanusse admiten que la violencia política ejercida por el Estado empieza realmente después del derrocamiento de Perón (con fusilamientos públicos y ajusticiamientos clandestinos), ambos aducen que esa violencia había sido desatada antes incluso del bombardeo a Plaza de Mayo, cuando Perón acicateaba la hostilidad hacia quienes osaban no apoyarlo.

Si bien es cierto que la mayoría de las críticas al primer peronismo por parte de los líderes de la UCEDE se centran en otros motivos —como la economía planificada, la centralización del poder en el Estado, el carácter nacional-socialista del gobierno, la existencia de detenciones y torturas por motivos políticos, la censura— la idea de que la década de 1940 es el punto de inicio o de escalada abrupta de la violencia y el desencuentro social está presente en el espectro liberal-conservador tanto en el periodo de transición como en el posdictatorial50. En realidad, al mirar el conjunto de intervenciones de los ucedeístas, se ve que las reflexiones sobre la beligerancia social y la violencia estatal en el peronismo solo aparecen cuando hay un interrogante concreto sobre la violencia antiperonista o sobre el rol de los liberales en los golpes de Estado, como si se tratase de una explicación necesaria (y parcialmente justificadora) de la violencia y la interrupción del orden constitucional. Sea como fuere, interesa destacar que esta concepción liberal-conservadora según la cual la violencia es activada desde el Estado implica la adopción de una perspectiva en la que el conflicto social se torna violento cuando pasa por el prisma político-ideológico. Así, la cuestión de la violencia y la recurrencia de los golpes de Estado estaban unidas por el diagnóstico de que la dirigencia tradicional había sido incapaz para ofrecer soluciones estables a los conflictos internos. La ineptitud de la elite (un tema recurrente en el pensamiento de derecha) tendría origen en el particularismo y personalismo de los políticos que no podían pensar en problemas más amplios o soluciones de más largo plazo51.

En este último sentido, para la derecha argentina de la pos-dictadura, era importante comprender el rol que había jugado la guerra fría, algo que, a su entender, los políticos de otros partidos, en su mirada ensimismada, personalista y demagógica, continuaban sin considerar. Desde la perspectiva liberal-conservadora, el problema había comenzado ya en tiempos de Perón, cuyo gobierno había tenido una posición equívoca con respecto al orden de posguerra y se agravó a partir de allí, en particular desde la Revolución Cubana, usada por Moscú como una plataforma para expandir el comunismo52.

De acuerdo con los militares, en el caso argentino, desde los últimos años de la década de 1950, un nuevo ingrediente se incorpora al escenario (…) el accionar de grupos guerrilleros de ideologías extremistas de diverso origen y orientación. Este nuevo ingrediente, llevó a que el Estado Mayor General del Ejército, gracias al entonces Cnel. Aldo Rosas, sumase los principios, experiencias y técnicas que el Ejército Francés aplicara tanto en Indochina como en Argelia y la lucha contra el terrorismo subversivo como parte de la formación de los futuros soldados desde 195853. Si bien el enemigo subversivo era principalmente el comunismo internacional, los liberal-conservadores hacían hincapié en que el extremismo que asedió a la Argentina a partir de la década de 1960 provenía tanto de la derecha como de la izquierda. Lanusse ubicó el problema en términos socio-culturales, planteando que el desprecio de las clases elevadas por los sectores populares, el abandono del eurocentrismo por parte de la iglesia católica y la proscripción del peronismo en las elecciones habían sido factores que ayudaron a que jóvenes de familias de clase media se volcasen a la subversión, en principio con un pensamiento nacionalista, aunque a la postre virando al comunismo o sirviendo a la estrategia soviética sin saberlo54. Álvaro Alsogaray, por su parte, tenía una visión algo distinta y subrayaba la continuidad ideológica entre derechas e izquierdas iliberales:

Los que se atribuyen la propiedad del nacionalismo, lo único que pretenden es cerrar el país detrás de una cortina de tacuaras y creer que autárquicamente se puede ir de espaldas al mundo entero. Con esto lo que consiguen es atrasar el país. Por otra parte, el nacionalismo en Latinoamérica ha sido la válvula de entrada del marxismo. Cuando Fidel Castro entra en Cuba no era marxista, entra como nacionalista. Todos los movimientos nacionalistas de liberación de Latinoamérica son disfraces para encubrir el avance del marxismo. Como los Montoneros en Argentina55.

En un sentido similar, M. J. Alsogaray había expresado que no veía a la división política como una línea que iba de derecha a izquierda, sino como un triángulo, en cuyos vértices estaban la izquierda, la derecha y el liberalismo. Un liberal podía ser de izquierda o de derecha y un izquierdista o derechista acercarse al liberalismo, pero en general lo que se daba era la unificación de los antiliberales en una mezcla de marxistas con fachos56. Así, para el liberalismo-conservador, los iliberales serían, casi por definición, totalitarios y proclives a la violencia. Y era justamente con estos iliberales con los que los políticos irresponsables (pero sobre todo el peronismo) habrían jugado desde fines de la década de 1960, llevando así a la Argentina a una situación caótica en la cual el golpe de 1976 apareció como esperable y comprensible57. Cuando Perón percibió que no podía manejar las fuerzas que había alentado, de nada sirvió que expulsase a los Montoneros del justicialismo, invocase al orden, ordenara una depuración interna de la infiltración marxista, reclamase una legislación antisubversiva o amenazase con responder duramente a la violencia incluso en contra de las leyes; para 1974 la situación ya había llegado a un nivel demencial y las medidas de Perón primero y de María Estela Martínez de Perón (Isabel) y José López Rega después no hicieron sino agravarla58.

Siguiendo la narrativa liberal-conservadora, cuando las FFAA tomaron el poder (con el beneplácito de la población) lo hicieron para cumplir con el mandato del gobierno constitucional de aniquilar la subversión que el peronismo ordenó, pero no pudo o no supo hacer cumplir. La consecuencia fue una guerra en la que, lógicamente, hubo errores. El principal error habría sido el no reconocimiento del estado de situación: trataron de dar la imagen de que la guerra se había acabado (cuando, en realidad) el conflicto era el más agudo que había registrado la historia en algún país... la guerrilla estaba en cada rincón de la República, en cada plaza59. El segundo error fue el de la falta de preparación de las FFAA para lidiar con un enemigo al que habían subestimado y la decisión de dividir el poder entre las tres armas, lo que desencadenó una competencia represiva de consecuencias catastróficas y el desmanejo de un gobierno que afirmaba no tener plazos sino objetivos pero que no tuvo plan de acción ni mecanismos para arribar a acuerdos ni siquiera entre los propios militares60.

Antes de que el Gral. Martín Balza hiciera pública la autocrítica institucional del Ejército en 1995, algunos militares liberales se habían mostrado críticos de la forma y la escala represiva de la última dictadura porque, entendían, aun en una guerra sucia los secuestros ilegales y la apropiación de menores eran prácticas inaceptables61. Así, Lanusse sostenía que a pesar de desear fervientemente la derrota de la subversión le preocupaba que se adoptaran los mismos procedimientos terroristas del enemigo. Para el militar, hacerle el juego a la guerrilla fue lo que provocó el paradójico resultado de 1983: se aniquiló al enemigo, pero se fracasó políticamente62. En 1988 a diez años de finalizada la guerra sucia63, la derrota de la subversión era opacada por lo negativo y lacerante del PRN (las violaciones a los derechos de las víctimas, los procedimientos al margen de la ley). En este punto, para Lanusse, aunque la democracia de 1980 era posible porque el PRN había triunfado en el campo de batalla interno, tenía dificultades que resultaban de las heridas infligidas en el combate al terrorismo y eso era responsabilidad de los militares64.

Sin embargo, la mayoría de los liberal-conservadores no concordaban con esa visión (siquiera levemente) crítica de Lanusse. Para ellos, debía primar la comprensión y el reconocimiento por lo actuado durante el PRN. M. J. Alsogaray sostuvo que la guerra antisubversiva fue un éxito (…) no a costa de nada se ganan las guerras; ahora, si se cometen crímenes hay que castigarlos. En un sentido similar, su padre sostuvo que era necesario combatir la diatriba contra los militares que llevaban adelante la izquierda y el gobierno radical; en su opinión, en cuanto a la guerra antisubversiva, hay que revisar cómo fue hecha, eliminar sus secuelas y separar los que fueron verdaderos excesos de aberración de lo que fue un tiempo de combatientes65. Los Alsogaray no hablaban de excesos como lo habían hecho los militares en 1982-1983 (entendiéndolos como el costo necesario de cualquier conflicto); para ellos se trataba de crímenes que merecían juicio y castigo, pero esos crímenes (aun si fueran muchísimos y se comprobaran) no obstaban para reconocer el logro militar de aniquilar la subversión y salvaguardar a la nación. Lo que estaba en discusión eran dos cuestiones. Primera, que el saldo del PRN —negativo para Lanusse— era positivo para los ucedeístas. Segunda, que en la perspectiva de la UCEDE (y de buena parte del resto del liberalismo-conservador) era necesario el reconocimiento público de las FFAA como institución, dejando en claro que, entre 1976 y 1983, habían actuado en general con corrección aun cuando algunos de sus miembros hubieran cometido crímenes de lesa humanidad.

El liberalismo-conservador fue tradicionalmente militarista, ordenancista y anti-izquierdista, pero durante la presidencia de Raúl Alfonsín (1983-1989), ese tipo de posiciones fueron retrocedido en ciertos sectores (así, por ejemplo, Manrique apoyó los juicios civiles a las juntas militares). No obstante, en la UCEDE se expandieron y exacerbaron las posturas más pro-castrenses en pos de la defensa de un orden liberal. Una parte de la explicación de esta inclinación reside en el ideario y la doctrina del partido, muy ligada a la concepción neoliberal de autores como Ludwig Mises y Friedrich Hayek. Otra parte de la explicación puede encontrarse en el cálculo político, ya que, de acuerdo con Mora y Araujo, entre 1983 y 1989 la confianza de los argentinos en los partidos políticos y los sindicatos había declinado fuertemente mientras que la aprobación de los militares había aumentado (del 33% al 39% en un estudio de opinión pública)66. Sin embargo, del análisis del material disponible se deduce que un factor fundamental para comprender el posicionamiento de los dirigentes de la UCEDE, al menos hasta 1989, es su lectura de la situación geopolítica. Para los ucedeístas, las concepciones y prácticas izquierdistas y subversivas subsistían en la década de 1980 y por eso era necesario denunciarlas y conjurar sus ataques al orden occidental, cristiano, capitalista y alineado contra el imperialismo soviético67. Así, el rol que habían cumplido las FFAA debía ser reconocido a pesar de los crímenes cometidos porque no hacerlo implicaba ante todo prescindir de un escudo para defender al país de un peligro izquierdista/totalitario que era considerado una amenaza latente pero real.

Para Alsogaray el PRN triunfó en su lucha contra la subversión, pero lo hizo transitoriamente68. Esta transitoriedad obedecía a una razón externa y otra interna. La primera estaba constituida por la existencia de la Unión Soviética, de gobiernos revolucionarios como el de Nicaragua o de situaciones de insurgencia como la de El Salvador, que representaban una amenaza constante de expansión del comunismo al resto de América Latina69. La segunda se daba porque algunos sectores del gobierno radical junto con diversas tendencias izquierdistas y activistas que se presentan como presuntos defensores de los derechos humanos habían lanzado una agresiva campaña con una perversa retórica capaz de convencer a las personas de buena fe con falacias. Esta campaña con la excusa de castigar hechos aberrantes tuvo como cometido sentar en el banquillo de los acusados a las FFAA como institución, logrando así quebrar el espíritu militar, quitarle su alma y tornándolas en menos aptas para el cumplimiento de su función de defender a la Constitución y a la Nación. Esta falta de aptitud para el combate era especialmente grave porque al entender de la UCEDE, en diciembre de 1988 en Argentina se estaban produciendo acontecimientos que pueden significar el rebrote de la guerrilla y la subversión y las FFAA carecían tanto de fuerza moral como de autoridad legal para responder a esos peligros (por la Ley 23554/88 de Defensa Nacional)70.

El fracaso político del PRN era para la UCEDE el triunfo cultural de las izquierdas y, entonces, un peligro real para el orden de la democracia constitucional (o sea liberal). Esto, pensaban, había quedado en claro con las rebeliones militares de 1987-1988. El pronunciamiento de Semana Santa de 1987 había comenzado como un planteo perfectamente razonable de las FFAA que fue utilizado políticamente71. En la interpretación de los liberal-conservadores, como consecuencia de la Ley de Punto Final (a la que los diputados de la UCEDE y de varios partidos provinciales se habían opuesto72), era esperable que algún oficial no se presentase a declarar:

Cuando se produce el hecho (…) el gobierno lo aprovecha y lo usa como bandera política. Todo estaba preparado, los carteles hacía tiempo que estaban pintados, hasta la campaña por televisión fue automática: Democracia sí, Dictadura no. En la Plaza del Congreso había carteles del ERP, de los Montoneros que avanzaban con muñecos vestidos de militares colgados de en la horca (…) Los peronistas renovadores y los radicales de la Coordinadora funcionaron como un solo grupo (…) estaban de acuerdo con ese esquema de movilización del pueblo (…) Nosotros lo que queríamos es que no se incitara a la gente a salir a la calle, que en la Casa Rosada no hubiera gente que no fueran representantes reales del pueblo. La Constitución es muy clara cuando dice que cualquier grupo que se adjudique la representación (…) está cometiendo sedición. ¡No sé qué hacían las Madres de Plaza de Mayo o el señor Pérez Esquivel en la Casa Rosada!73.

Desde la perspectiva de la UCEDE, la continuidad de los planteos castrenses en Monte Caseros y Villa Martelli mostraba que la Ley 23521/87 de Obediencia Debida tampoco resolvía el problema militar porque el origen del mismo era más profundo que un simple no enjuiciamiento. La raíz de la cuestión estaba, en realidad, en una disyuntiva que el gobierno radical se negaba a enfrentar. Esa disyuntiva implicaba o bien establecer, como quería la izquierda, que las FFAA habían practicado, como institución el terrorismo de Estado y que entonces todos sus miembros eran criminales de lesa humanidad, asesinos y genocidas o bien que los militares habían librado una guerra antisubversiva y que había que reconocer su triunfo a pesar de los crímenes horrendos cometidos por algunos (o incluso por muchos) oficiales.

Tomar el primer camino implicaba destruir por completo a las FFAA, dejar indefensa a la Argentina, no aceptar la responsabilidad que les cabía a los dirigentes radicales y peronistas en la historia de golpes y violencia de Argentina y, probablemente, dejar que la izquierda se apoderase del poder, lo que era inadmisible. La segunda opción —la que el liberalismo-conservador entendía como la única viable— requería que los argentinos comenzasen un proceso que permitiera liquidar finalmente las secuelas del PRN y para eso era necesario, ante todo, aceptar que hubo una guerra contra el terrorismo, que los subversivos habían sido derrotados y que, gracias a eso, se había vuelto a imponer la Constitución. Solo a partir de allí, de reconocer lo actuado por las FFAA como institución, de contribuir a devolverle el alma a los militares era posible avanzar hacia la consolidación de la democracia y la reconciliación social74.

Tomar el camino recomendado por el liberalismo-conservador solo fue posible cuando el peronismo volvió al poder a mediados de 1989 y el presidente Menem se acercó a Alsogaray al mismo tiempo que caía el muro de Berlín. Aunque el pacto entre el PJ y la UCEDE suele ser recordado por el modo en que el peronismo dio un viraje en un sentido económico, también debería tenerse en cuenta que muchos de las decisiones normativas y simbólicas sobre la cuestión militar que Menem tomó al comienzo de su gestión (desde el abrazo con el Alte. Isaac Rojas hasta los primeros indultos) también estuvieron influenciadas en parte por el liberalismo-conservador que, bajo el liderazgo de Alsogaray, se había desarrollado a partir de 198375.

CODA

En este trabajo se mostraron los modos en que —durante el período de transición y el resto de la década de 1980— los sectores liberal-conservadores re-enmarcaron al PRN, se reposicionaron con respecto a los golpes de Estado y cuál fue su comprensión de la violencia política. En particular, nos centramos sobre las posiciones de los líderes de la UCEDE pues esa fuerza creció electoralmente en esos años, colaboró en el giro político hacia el neoliberalismo del gobierno peronista de Menem y también con su proyecto de reconciliación a partir de los indultos y de una reivindicación, al menos parcial, del accionar de las FFAA.

A través del recorrido, se brindaron elementos que pueden nutrir la comprensión de las derechas políticas antes del derrumbe de la Unión Soviética al mostrar que, más allá de la ideología (a la que he prestado más atención en trabajos anteriores), el cálculo político y la mirada geopolítica tuvieron influencia en los posicionamientos adoptados. En este mismo sentido, enfocarse en la década de 1980 permite comprender con mayor claridad la profundidad del viraje de estos sectores a partir de la crisis del comunismo soviético y (en el caso argentino) del acercamiento al peronismo. Trabajos ulteriores concentrados en el período 1989-1992 deberían ayudar a aportar más claridad sobre estos cambios y el modo en que influyeron otros actores políticos externos e internos.

Por otra parte, haber concentrado la mirada sobre el liberalismo-conservador también tiene la utilidad de sumar perspectivas para una historia más amplia del período alfonsinista, tradicionalmente observado desde el prisma de los partidos mayoritarios, los organismos de Derechos Humanos y las posiciones más inclinadas hacia la izquierda. Sobre esta última cuestión, entendemos que mostrar que el liberalismo-conservador creció en su capacidad de representar a la ciudadanía al mismo tiempo que mantuvo o incluso extremó su mirada positiva sobre la dictadura invita a ulteriores reflexiones acerca del clima posdictatorial en Argentina y a repensar en un contexto más amplio las visiones sobre la democracia que estuvieron en la mesa de discusión tras el período de transición.

 

NOTAS

1 Para trabajos politológicos clásicos, ver O’Donnell et al., 1989; Acuña, 1995; en clave de historia de las ideas, Garategaray, 2010 y Freibrun, 2014; desde la historia reciente, Feld y Franco, 2015; Franco, 2018.

2 Aunque algunos protagonistas (como Benegas Lynch, 1989 y Alsogaray, 1993), prefieren identificarse como liberales, otras perspectivas coinciden en usar el rótulo liberalismo-conservador (Morresi, 2010; Nállim, 2014b y Vicente, 2015). A diferencia del liberalismo clásico, el liberalismo-conservador se preocupa por mantener el orden social jerárquico y respetar a las instituciones y/o los valores culturales heredados más que con el valor de la libertad. Esta pulsión hacia el orden lleva a los liberal-conservadores a observar a la democracia como un riesgo que debe controlarse a través de mecanismos republicanos (como las restricciones al voto) o de actores como las Fuerzas Armadas que, bien guiados, puedan limitar las demandas desmesuradas de ciudadanos no aptos para el autogobierno. Sin embargo, a diferencia del conservadurismo a secas, el liberalismo-conservador no tiene una perspectiva organicista, historicista o teológica de la nación, sino que se basa en un ideario liberal al que impregna de pragmatismo. Así, supone que una sociedad está compuesta por individuos con derechos (sobre todo el derecho a la propiedad privada) que se expresan por el intercambio voluntario en el mercado. Pero, para los liberal-conservadores el mercado real no es como el ideal; no es el modelo de competencia perfecta sino una institución, un mecanismo capaz de fomentar el crecimiento económico y fomentar la estabilidad política. Es por esta razón que para ellos resulta aceptable la intervención estatal sobre la economía, cuando la misma sea conforme al mercado y en beneficio del orden, lo que resulta compatible con concepciones neoliberales como la de Hayek (2013). En este sentido, aquí se entiende al liberalismo-conservador como una de las familias (en el sentido de Rémond, 2007) del campo de la derecha política argentina, el que a su vez se considera conformado por un conjunto de tradiciones ideológicas y organizativas que rechazan la búsqueda de la igualdad y la inclusión (Bobbio, 1995; Lipset y Raab, 1981).

3 El tema ocupa un rol, por ejemplo, en el discurso de algunos líderes de la Alianza Cambiemos que gobernó Argentina entre 2015 y 2019. Al respecto, ver Morresi, 2015 y Canelo, 2019.

4 Landi y González Bombal, 1995; Feld, 2015.

5 Feierstein, 2007; Finchelstein, 2010.

6 Sobre esta cuestión, ver Franco, 2014b y 2018; Crenzel, 2013; Palermo y Novaro, 2003.

7 Se había llegado a ese punto en que, como decía Hannah (1972: 7) la mentira se tornaba contraproducente porque su destinatario había sido forzado durante demasiado tiempo a ignorar la divisoria entre verdad y falsedad.

8 Alsogaray (1913-2005) se inició en la función pública durante el peronismo. Durante la Revolución Libertadora fue subsecretario de Comercio y secretario de Industria; fue ministro de Economía durante de Arturo Frondizi y durante el interinato de José M. Guido. En la Revolución Argentina fue embajador en Estados Unidos, cargo desde el cual organizó el Instituto de la Economía Social de Mercado, think tank dedicado a apoyar su carrera política y difundir ideas neoliberales. Fue fundador del Partido Cívico Independiente (PCI) en 1957, Nueva Fuerza (NF) en 1972 y de la Unión del Centro Democrático (UCEDE) en 1982. Sobre Alsogaray y la UCEDE, ver Gibson, 1996 y Doman y Olivera, 1989.

9 D’Alesio de Viola (n. 1950) comenzó a militar en NF y a mediados de 1980 se tornó en una importante dirigente de la UCEDE. A partir del pacto que la UCEDE realizó con el Partido Justicialista (PJ) en 1989, ocupó diferentes cargos ejecutivos hasta 1999 (cf. Doman y Olivera, 1989). Pirra integró a la UCEDE y se sumó al peronismo en 1990. Actualmente es el presidente del Partido Fe, agrupación peronista de derecha ligada al sindicato de los peones rurales que forma parte de la Alianza Cambiemos.

10 Nacido en Cuba, Ribas (n. 1932) emigró a la Argentina en 1961. Durante el PRN publicó artículos en el diario La Prensa y un libro editado por la Bolsa de Comercio de Buenos Aires. A partir de 1983 comenzó a circular por distintas instituciones dedicadas a la difusión del neoliberalismo. Por su parte, el sociólogo Mora y Araujo (1937-2017) tenía una carrera académica asociada al Instituto di Tella, posición desde la que defendió las ideas liberales y parte de la gestión del PRN (Mora y Araujo, 1981). Durante la década de 1980 abandonó el mundo académico y se dedicó a la consultoría política y los estudios de opinión pública.

11 Benegas Lynch (1909-1989) era un empresario vitivinícola. Fue presidente de la Cámara Argentina de Comercio. La Revolución Libertadora lo nombró consejero de la embajada argentina en EEUU. Desde ese puesto impulsó la creación del Centro de Estudios de la Economía Libre (CDEL) importante espacio de difusión de las ideas neoliberales. Si bien él nunca ocupó cargos en la UCEDE, su hijo homónimo (n. 1940), más ligado al campo académico, fue un importante dirigente del espacio partidario hasta 1989, cuando se alejó en desacuerdo con el pacto entre Alsogaray y Menem. Sánchez Sañudo (1915-2005) era marino y, como comandante de la marina de guerra, tuvo un rol protagónico en el golpe de 1955. Entre 1956 y 1958 fue el secretario general de la vicepresidencia de la Nación a cargo del Almirante Isaac Rojas. Pasó a retiro con el grado de Almirante en 1962 y desde entonces se dedicó al estudio y la difusión de las ideas liberales y neoliberales a través de distintas instituciones como la Academia Nacional de Ciencias Políticas y Morales y el Instituto Alberdi (que presidió de forma ininterrumpida entre 1963 y 2005). Durante el PRN publicó artículos en defensa de las FFAA y participó del diálogo político que la dictadura abrió en 1979.

12 Fue el caso de Jorge Zorreguieta y de Juan Alemann que habían sido, respectivamente, el secretario de Agricultura y el de Hacienda de Martínez de Hoz. Más información sobre la reunión inaugural en Mansilla, 1983a; Gibson, 1990.

13 Mansilla, 1983b: 162.

14 Alsogaray era errático en la denominación de su doctrina a la que llamó neoliberal, nuevo liberalismo, liberalismo-social o liberalismo moderno en distintos momentos. En general prefería hablar de Economía Social de Mercado poniendo como ejemplos a líderes políticos (Jacques Rueff, Luigi Einaudi, Ludwig Erhard) más que a teóricos de la economía. Distintas versiones de la idea de liberalismo como centro democrático pueden consultarse en Alsogaray, 1969b, 1989b.

15 Véase la discusión al respecto en Alsogaray, 1989a: 42-44

16 Reproducido en Alsogaray, 1993: 318-319.

17 En rigor, Alsogaray apoyó el desembarco de tropas argentinas en las islas del Atlántico Sur, convencido de que la negociación diplomática podía resultar exitosa. Solo cuando las conversaciones con EEUU se estancaron, se pronunció en contra del conflicto bélico. Sobre las críticas a la marcha de la economía en el PRN, ver Morresi y Vicente, 2019.

18 Si bien hubo otros politicos —como el candidato a presidente del peronismo, Ítalo Lúder— que manifestaron que si la ley se promulgaba correspondería aceptarla como hecho consumado, Alsogaray estaba haciendo otra cosa, pues impulsaba que un gobierno agonizante que los otros partidos consideraban ilegítimo aprobara la norma y defendía tanto su contenido como sus metas. Finalmente, a pocas semanas de las elecciones, se aprobó la Ley n° 22.924/83 (que se conoció como Ley de Pacificación) declarando extinguidas las acciones penales emergentes de los delitos cometidos con motivación o finalidad terrorista y a todos los hechos consumados para combatir o prevenir esos delitos. El gobierno democrático derogó la ley a dos meses de ser publicada por el PRN.

19 Franco, 2014a y 2018 muestra que a los militares sí les preocupaba el modo en que irían a reaccionar los organismos de Derechos Humanos, a los que percibían ligados a la subversión y que la aprobación de la ley tuviera resistencia al interior de las FFAA.

20 Se trataba de un grupo heterogéneo de partidos y movimientos de alcance provincial con un discurso conservador (en el que abundaban referencias a los valores familiares y cristianos) y un posicionamiento contra el centralismo porteño, ya fuera este liberal o populista. Durante las décadas de 1960 y 1970 fueron hegemónicos en el campo de liberalismo-conservador, pero a partir de 1983 la mayoría fue cooptada por el liderazgo de la UCEDE en la Alianza de Centro. Muchos de sus núcleos estaban enraizados en el movimiento conservador tradicional (como el Partido Demócrata de Mendoza), pero otros eran posteriores, de origen radical (como Acción Chubutense) o peronista (el Movimiento Popular Neuquino) o fundados por militares (como el Renovador de Salta). Otros surgieron como independientes y luego se inclinaron a la derecha (como el Partido de Orientación Legalista de Santa Fe). Sobre los federalistas, véanse los trabajos de Mansilla, 1983b y Gibson 1996.

21 La Nación, 23/12/1976, reproducido en Mansilla, 1983a: 116. Manrique (1919-1988) era Capitán de Navío (RE) de la Marina. Participó en los intentos de golpe contra el Peronismo y fue puesto en prisión. Durante la “Revolución Libertadora” fue liberado y nombrado jefe de la Casa Militar, lugar desde el cual participó en la represión al levantamiento peronista y del putsch interno para derrocar al presidente de facto Gral. Eduardo Lonardi. En 1958 fundó el diario Correo de la Tarde (en 1963 pasó a formato semanal). Fue funcionario de Guido. En 1965 se acercó a la Unión del Pueblo Argentino (UDELPA) del ex-dictador Gral. Pedro E. Aramburu. Más adelante, durante la Revolución Argentina cobró popularidad por su gestión en el Ministerio de Bienestar Social (1971-1973), lo que le permitió fundar el Partido Federal y postularse como candidato a presidente de la Alianza Popular Federalista (APF, frente de partidos federalistas). En 1976 se declaró amigo crítico del PRN. Con el retorno de la democracia se acercó al radicalismo, fue nombrado secretario de Turismo y en 1987 fue electo diputado por la Unión Cívica Radical (UCR).

22 Así, el líder del Movimiento Popular Jujeño, Horacio Guzmán, fue nombrado gobernador de su provincia, mientras que su hija María Cristina, fue designada como embajadora ante la OEA. Sobre la relación de los federalistas con el PRN, ver González Bombal, 1991 y Morresi, 2009 y 2011b. Sobre el militarismo del régimen, cf. Quiroga, 2004.

23 En representación del Partido Federal, Alberto Robredo viajó a Malvinas antes del comienzo de las hostilidades. Cuando estalló la guerra, el federalismo apoyó el accionar de las FFAA. Al respecto, véase el reportaje a Manrique en la edición del 5/5/1982 del noticiero televisivo 60 minutos, disponible online en https://www.youtube.com/watch?v=WRi8Q1TMBlw en el cual el líder federalista repite en varias ocasiones que Argentina está ganando la guerra y que de no deben aceptarse soluciones que impliquen un empate.

24 Sobre las discusiones para una alianza de centro-derecha y los problemas de las candidaturas, ver Mansilla, 1983a. El desempeño de los partidos provinciales se facilitó porque el PRN estableció un sistema con boletas separadas y de distinto color para cargos nacionales, provinciales y municipales, permitiendo combinar candidatos sin necesidad de cortar boleta.

25 Sobre el desgranamiento de AP, Mansilla, 1983a: 16-22 y 124-129.

26 Gibson, 1996; Manrique, 1983.

27 Gutiérrez, 1992; Arriondo, 2015.

28 Mansilla, 1983a: 155.

29 Sobre la teoría de los dos demonios, Crenzel, 2013; Franco, 2014b. Sobre el compromiso con los derechos humanos y el estado de derecho González Bombal, 2004, 1987. Sobre el trazado de fronteras políticas, Aboy Carlés, 2001. De acuerdo con Aboy Carlés, el discurso refundacional impulsado por Alfonsín que ponía un énfasis en la inauguración de un tiempo nuevo que comenzaría con la democracia permitía trazar una frontera identitaria a partir de un doble rechazo: por un lado, a una dictadura que acababa después de siete años; por el otro, a un pasado violento mucho más extenso y difuso del que el PRN había sido la horrorosa culminación.

30 Alsogaray, 1969a: 20.

31 Sin embargo, más tarde, discutiendo con el ministro de Economía de Alfonsín, Bernardo Grinspun, Alsogaray parecía consciente de los cambios operados en el entramado social argentino, cf. Pesce, 2006. Sobre las formas de dictadura, ver el clásico trabajo de Schmitt, 1968.

32 Mansilla, 1983a: 138-150.

33 M. J. Alsogaray (1942-2017) era la hija de Álvaro. Inició su carrera política en NF y en 1982 estuvo entre las fundadoras de la UCEDE. En 1985 resultó electa diputada por Buenos Aires. Apoyó plenamente la integración de la UCEDE al peronismo y el gobierno de Menem la nombró interventora para la privatización de importantes empresas públicas y secretaria de Medio Ambiente. Entre 2004 y 2015 fue condenada en diversas instancias por irregularidades en sus gestiones.

34 M. J. Alsogaray, en Montenegro, 1988: 79.

35 Ibídem.

36 Álvaro Alsogaray nunca dejó de considerer que el golpe que derrocó a Perón estaba plenamente justificado porque había que salvar a la Argentina de una dictadura totalitaria. Ver Alsogaray, 2004.

37 Mora y Araujo en Braun, 1988: 207.

38 Así, Lanusse, 1988: 320-321 sostuvo: el golpe de estado consumado el 24 de marzo de 1976 (…) hacía tiempo que ‘estaba en la calle’ (…) fue evidente que la ciudadanía (…) optaba por una actitud pasiva (…) Me preocupó (…) que los representantes de las máximas jerarquías políticas, gremiales y hasta jurídicas [se limitaran a] ‘esperar’ la intervención de las FFAA. En el mismo sentido, Bignone, 1992: 188-189 afirmó: el Proceso no usurpó el poder, sino que lo ocupó con el al menos tácito —aunque hubo expresiones muy explícitas— asentimiento general.

39 El relato de la república perdida alude a la visión de varios trabajos de divulgación presente en los discursos políticos de la década de 1980, que se popularizó en la película La República perdida dirigida por Miguel Pérez que se estrenó en abril de 1983. Según esta visión, a lo largo del siglo XX, Argentina fue sometida por golpes militares apadrinados por sectores ínfimos de la sociedad. Esa mirada crítica de los militares era compartida por el radicalismo y sus sectores afines, pero estaba presente, con matices, entres políticos peronistas (como Varela Cid, 1983) e intelectuales liberal-conservadores (como Aguinis, 1983) incluso antes de concluido el PRN.

40 Mora y Araujo, 1991: 23.

41 Ibídem, 1991: 26-27 y 46-52; Aftalión, Mora y Araujo y Noguera, 1985: 137-140.

42 M. J. Alsogaray, en Braun, 1988: 99-100.

43 Benegas Lynch (h), en Braun, 1988: 118-122.

44 Pedro Benegas en Braun, 1988: 146. Benegas (1960-2014) formaba parte de la agrupación estudiantil Unión para la apertura universitaria (UPAU). En 1984 fundó la Juventud Liberal. Entre 1985 y 1989 fue concejal de la ciudad de Buenos Aires, pero se alejó de la UCEDE a causa del acercamiento de Alsogaray al peronismo. En 2003 retornó a la política a través del partido Recrear Argentina que más adelante se fusionó con Compromiso para el cambio en el partido Propuesta Republicana (PRO). Dentro de PRO, Benegas lideró la Corriente PRO Libres hasta su fallecimiento.

45 Yo no estoy hablando de excesos, hablo de crímenes, dijo M. J. Alsogaray, en Montenegro 1988: 76; en el mismo sentido Alsogaray, 1989a sostuvo: los actos aberrantes (…) deben ser investigados (…) y castigados.

46 La cuestión se aborda de modo tangencial en Morresi, 2011a y Morresi y Vicente, 2017. Asimismo, hay elementos para analizar este tema en Vicente, 2014 y Nállim, 2014a y 2014b. Sin embargo, es una tarea pendiente una investigación más amplia que de cuenta de las formas que el antiperonismo tuvo en el espacio liberal-conservador y el modo en que éste influyó en el antiperonismo de otros sectores.

47 Lanusse (1916-1996) participó en intentos de golpe contra Perón y fue encarcelado. Liberado por la Revolución Libertadora, volvió a la carrera militar. En 1966 participó activamente en la Revolución Argentina, de la que fue luego hombre fuerte y finalmente presidente. Durante el PRN su colaborador Edgadro Sajón y su prima Elena Holmberg fueron secuestrados y asesinados (probablemente por la Marina, aunque otros indicios apuntan al ejército y la policía bonaerense). Fue crítico de las formas represivas empleadas por las Fuerzas Armadas, contraponiendo siempre la forma en la que se había reprimido a la actividad subversiva en su gobierno y el modo en que era llevada adelante esta tarea durante el PRN. Escribió tres libros de memorias: Lanusse, 1977, 1988, 1994.

48 Lanusse, 1988: 257-258. Las de Perón que cita son, por ejemplo, El día que se lancen a colgar yo estaré del lado de los que cuelgan, 2/8/1946; Levantaremos horcas en todo el país para colgar a los opositores, 8/9/1947 y La consigna para todo peronista, esté aislado o dentro de una organización, es contestar a una acción violenta con otra más violenta, 31/8/1955.

49 Massot, 2003: 172 y 182. Massot (n. 1952) es politólogo, profesor universitario y periodista. En los años setenta trabajó en publicaciones de la derecha reaccionaria nacionalista (como Cabildo, de la que fue secretario de Redacción) y en el diario (propiedad de su familia hasta 2016) La Nueva Provincia. Hasta mediados de la década de 1980, Massot adoptó posiciones xenófobas y antisemitas extremas; a partir de entonces moderó su discurso virando hacia el liberalismo-conservador. Fue viceministro de justicia de Menem, puesto al que renunció en 1993 en medio de un escándalo por defender el uso de la tortura en los interrogatorios. Desde el año 2014 está acusado de ser responsable de delitos de lesa humanidad (sobreseído en segunda instancia, su juicio está apelado ante la Corte Suprema de la Nación). Es cierto que buena parte de la trayectoria de Massot se ubica en el campo de la derecha nacionalista; sin embargo, entendemos que su posterior inclinación hacia posiciones liberal-conservadoras ameritan su inclusión en el trabajo (en este sentido, debe notarse que nos referimos a escritos de Massot que son posteriores a ese cambio de orientación en sus posturas).

50 Massuh, 1983 y Benegas Lynch (h), en Braun, 1988: 116-128.

51 Aftalión, Mora y Araujo y Noguera, 1985: 21-25; Mora y Araujo, 1981: 103; Alsogaray, 1969b.

52 M. J. Alsogaray, en Braun, 1988: 73-77 y 88-92 y en Montenegro, 1988: 75.

53 Lanusse, 1988: 214, 271-272; Bignone, 1992: 40-41.

54 Lanusse, 1988: 267-270 y 326, 1994: 121-124 y 241-245.

55 A. Alsogaray en Braun, 1988: 68-69.

56 M. J. Alsogaray en Braun, 1988: 99.

57 Lanusse, 1988: 268; Bignone, 1992: 31-37.

58 Lanusse, 1988: 298-320 y 334-339; M. J. Alsogaray en Montenegro, 1988: 76-79.

59 M. J. Alsogaray en Montenegro, 1988: 76.

60 Lanusse, 1988: 324 y 374-375.

61 Con respecto al rol de la tortura, Lanusse, 1988: 271-274 se muestra ambiguo y parece justificar su uso. Sobre la autocrítica militar de 1995, ver Canelo, 2012.

62 Lanusse, 1988: 327 y 334-335.

63 Para Lanusse, la derrota de la subversión se produjo a los pocos meses del golpe y las acciones guerrilleras posteriores no mostraban más que la incapacidad política del comunismo internacional que ya estaba aniquilado.

64 Lanusse, 1988: 330-331 y 380-381.

65 M. J. Alsogaray, en Montenegro, 1988: 80 y Alsogaray, 1989a: 42.

66 Mora y Araujo, 1989.

67 Alsogaray, 1989a: 41; D’Alesio de Viola, en Braun, 1988: 188-190.

68 Alsogaray, 1989a: 42.

69 M. J. Alsogaray en Braun, 1988: 88-92.

70 Sigo aquí el discurso de Alsogaray 23/12/1988 transmitido por la Red Nacional de Radiodifusión disponible en https://www.youtube.com/watch?v=Ys1irub-xxk. Más adelante, cuando el Movimiento Todos por la Patria (MTP) intentó copar el Cuartel de La Tablada, Alsogaray señaló que el hecho demostraba que había tenido razón al alertar sobre el peligro subversivo: Ahora vemos que el enfrentamiento contra la subversión no era un problema lejano Alsogaray, 1989a: 41.

71 M. J. Alsogaray, en Montenegro, 1988: 80-81.

72 En Alsogaray, 1993: 327-332 se reproduce una nota de 1987 en la que se explicaba que la Ley 23492/87 de Punto Final implicaba tanto la demonización de las FFAA en general como la exculpación de los verdaderos criminales (ya que ahora no se irían a esclarecer los casos de supuestos crímines) y, para peor, la equiparación entre lo actuado por las autoridades militares por mandato del último gobierno peronista y la acción de los subversivos que se levantaron en contra de la Constitución.

73 M. J. Alsogaray, en Montenegro, 1988: 80-81.

74 Alsogaray, 1989a: 39-42.

75 Señalar la probable influencia del liberalismo-conservador en este sentido no equivale a suponer su causalidad. Otros actores (como la Iglesia Católica) también venían insistiendo en la necesidad de tomar un camino similar bajo la idea de reconciliación.

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