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Revista de historia americana y argentina

versión impresa ISSN 2314-1549versión On-line ISSN 2314-1549

Rev. hist. am. argent. vol.55 no.2 Mendoza oct. 2020

 

Artículos libres de Historia Americana y Argentina

Intelectuales neoliberales de la economía durante la última dictadura argentina: construcción de hegemonía en la formación de un nuevo régimen de acumulación (1976-1983)

Neoliberal Intellectuals of the Economy during the last Argentine Dictatorship: Construction of Hegemony in the Formation of a new Accumulation Regime (1976-1983)

Santiago Gerchunoff1 

1Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas/ Universidad Nacional de Córdoba, Facultad de Filosofía y Humanidades, Centro de Investigaciones. Córdoba, Argentina. santigerchunoff@gmail.com

Resumen

La hegemonía neoliberal en argentina, efectivamente consolidada durante la década de 1990, reconoce un largo proceso de construcción histórica. Existe un amplio acuerdo en que el momento fundacional de dicho proceso puede identificarse en la última dictadura cívico-militar, especialmente en la orientación general de la política económica impuesta Martínez de Hoz entre 1976 y 1981. Al mismo tiempo, numerosos estudios señalan a la “coacción” como el mecanismo exclusivo de dominación y garantía de imposición del nuevo orden económico en ciernes. En el marco de los avances ocurridos en el campo de la historiografía, la sociología y la ciencia política con respecto a la existencia de diversos dispositivos de construcción de consenso activo sobre la dominación (hegemonía) en el marco del terrorismo de estado, el presente artículo pretende profundizar en el estudio de los intelectuales neoliberales de la economía en su rol como activos constructores de un nuevo proyecto hegemónico entre 1976 y 1983.

Palabras clave: hegemonía neoliberal; valorización financiera; intelectuales de la economía

Abstract

The neoliberal hegemony in argentina, effectively consolidated during the 1990s, recognizes a long process of historical construction. There is broad agreement that the founding moment of this process can be identified in the last civil-military dictatorship, especially in the general orientation of the economic policy imposed Martínez de Hoz between 1976 and 1981. At the same time, numerous studies point to coercion as the exclusive mechanism of domination and guarantee of imposition of the new budding economic order. within the framework of advances in the field of historiography, sociology and political science regarding the existence of various active consensus building devices on domination (hegemony) in the framework of state terrorism, this article it aims to deepen the study of the neoliberal intellectuals of the economy in their role as building assets of a new hegemonic project between 1976 and 1983.

Keywords: neoliberal hegemony; financial valorization; intellectuals of the economy

Introducción

Numerosos estudios acuerdan en que la última dictadura cívico-militar argentina introdujo profundas y traumáticas transformaciones de la estructura social argentina, determinando el tránsito de una sociedad articulada en torno al desarrollo industrial a otra estructurada sobre la base del predominio de la valorización financiera del capital (Schvarzer, 1986; Basualdo 2006; Azpiazu y Schorr, 2010). El programa económico dictatorial importaba así un objetivo político fundamental: “disciplinamiento” de la industria, en especial de sus trabajadores asalariados, mediante la reestructuración de las bases sobre las que se asentaba el desarrollo económico y social argentino (Canitrot, 1980). El terrorismo de estado, a su vez, es generalmente interpretado como el instrumento exclusivo utilizado por el bloque social dominante a fin de garantizar las transformaciones iniciadas; imponiendo a “sangre y fuego” un régimen de acumulación profundamente regresivo y excluyente en términos sociales. En los últimos años, sin embargo, diversos trabajos han ido profundizando en la comprensión de aquellas estrategias y mecanismos, impulsados por actores específicos, orientados a la construcción de consentimiento sobre la dominación, en el marco de un claro predominio de la estrategia represiva y coactiva. En particular, los intelectuales y expertos inmersos en la tradición liberal tuvieron un rol particularmente importante; de allí que sean el objeto de análisis privilegiado en este tipo de abordajes. Específicamente nos referimos, por un lado, a los trabajos dedicados al caso de los expertos y su rol en la formulación de políticas económicas (Camou, 1997 y 2006), así como en la mediación ideológica y simbólica entre intereses sectoriales y acción política (Heredia, 2002, 2006 y 2015; Ramírez, 1999 y 2010; Fridman, 2008; Beltrán, 2005). Y, por otro lado, aquellos estudios con los que el presente trabajo dialoga más directamente, dedicados al análisis de los intelectuales, sus trayectorias e ideas, así como los modos en que articularon sus argumentaciones doctrinarias con las transformaciones operadas en diversos contextos históricos (Heredia, 2000, 2002 y 2013; Álvarez, 2007; Morresi, 2010 y 2011; Vicente, 2011 y 2015).

El presente artículo se centra exclusivamente en el análisis de las configuraciones discursivas elaboradas por los intelectuales neoliberales de la economía durante el período dictatorial, a fin de dilucidar cuales han sido las estrategias de construcción de hegemonía por parte de la intelectualidad neoliberal y su vinculación con la formación del nuevo régimen de acumulación. Así, el interrogante central puede sintetizarse del siguiente modo: ¿cuáles fueron aquellos diagnósticos elaborados por los “intelectuales neoliberales” de la economía1 que devinieron en elementos estructurantes de un nuevo proyecto de dominación con vocación hegemónica, configurado durante el proceso formativo de la valorización financiera, entre 1976 y 1983 en Argentina?

Al interior de las estrategias y mecanismos de construcción de consentimiento activo y espontáneo sobre la dominación (Gramsci, 1981) las disputas simbólicas asumen una importancia significativa. Los discursos -políticos, académicos, religiosos, etc.- han sido analizados aquí en tanto “prácticas articuladoras” que absorben y redefinen el conjunto heterogéneo -e incluso antagónico- de demandas sociales y constituyen, en parte, identidades y actores político-sociales (Laclau y Mouffe, 2015). En estas primeras lecturas laclausianas sobre la hegemonía, previo a la fetichización del discurso en la que incurre en trabajos posteriores (Bonnet, 2008, p. 107), se retoma un punto central en la ruptura de Gramsci con la tradición marxista “ortodoxa”: la articulación política e ideológica instituye “voluntades colectivas” (sujetos e identidades políticas) que permiten la conformación provisoria de una “unidad social y cultural” que reúne la multiplicidad de voluntades heterogéneas y fragmentadas. Las intervenciones político-discursivas, en efecto, son parte fundamental del proceso de universalización del interés particular, puesto que la ideología, definida como un todo orgánico y relacional, “mantiene la unidad de un bloque histórico en torno a ciertos principios articulatorios básicos” (Laclau y Mouffe, 2015, p. 101).

El neoliberalismo en Argentina, si bien deviene efectivamente hegemónico durante los años noventa, reconoce un largo y complejo proceso de construcción. En este trabajo analizamos un conjunto de discursos, surgidos durante los años del terrorismo de estado, que tuvieron significativa importancia en dicho proceso. En este sentido, retomando los aportes de Laval y Dardot (2013) con relación a la naturaleza y desarrollo del neoliberalismo, entendemos que los discursos de la intelectualidad neoliberal argentinos forman parte de la genealogía de los dispositivos que durante los años ochenta y noventa del pasado siglo, al igual que en la mayoría de los países capitalistas del globo, fueron capaces de integrar y reorientar las conductas sociales y gubernamentales hacia una nueva dirección. En efecto, entendemos que el neoliberalismo alude a un proyecto teórico-político original, heterogéneo y dinámico que se articuló a partir de la década de 19302 y se estructuró en torno a la crítica económica, política y filosófica al liberalismo clásico, desarrollada a la par de aquella orientada a la teoría marxista y el intervencionismo keynesiano. Proyecto que devino, hacia los años ochenta, en una específica “racionalidad” social y gubernamental, organizada en torno a la “generalización de la competencia como norma de conducta y de la empresa como modelo de subjetivación” (Laval y Dardot, 2013, p. 15).

En ese marco, nuestro interés radica, en efecto, en analizar y ponderar aquellos aspectos del discurso de los intelectuales neoliberales argentinos que tendieron a configurarse, durante el último gobierno dictatorial, como elementos estructurantes de un nuevo proyecto hegemónico. Ello ha implicado, en términos metodológicos, dos decisiones centrales: por un lado, centrar el análisis en los intelectuales neoliberales de la economía, y por otro lado, ponderar aquellos aspectos del discurso que asumieron un carácter “universalizante” del interés particular, que para este período si situaba en aquellas fracciones del capital que se vieron directamente beneficiadas por la marcada aceleración de los procesos de concentración económica y redistribución negativa del ingreso impulsados por la política económica dictatorial. Así, la hipótesis central que estructura este trabajo indica que los principales intelectuales neoliberales de la economía -Álvaro Alsogaray, Alberto Benegas Lynch, Carlos García Martínez, Ricardo Zinn, Horacio García Belsunce y José Alfredo Martínez de Hoz- se constituyeron en activos constructores, durante el período dictatorial y en el marco de una represión inédita dirigida hacia los sectores populares, de un conjunto de discursos con expresa vocación hegemónica.

Los actores en estudio: intelectuales neoliberales de la economía

La diferenciación analítica entre “intelectuales y expertos” (Neiburg y Plotkin, 2004) o entre intelectuales neoliberales “tradicionales y pragmáticos” (Beltrán, 2005) -deteniéndonos en este trabajo en el estudio de los primeros- se fundamenta en las características diferenciales que los constituyen como actores específicos al interior del campo (neo)liberal3. Pese a ello, el estudio integrado sobre los discursos de dichos actores se torna necesario en investigaciones futuras, pues el sustrato común de los diagnósticos sobre el proceso de industrialización -referenciado en las hipótesis neoclásicas- y los vínculos interpersonales e institucionales existentes entre intelectuales y expertos durante el período, exige a su vez un estudio de conjunto.

En este trabajo, nos hemos centrado en un segmento específico de los denominados intelectuales tradicionales, aquellos vinculados por profesión o desempeño a la economía, pues fueron estos quienes más prematuramente incorporaron la programática neoliberal en la disputa intelectual al interior del campo liberal en Argentina. (Vicente, 2015). Lo hicieron, es sabido ya, no sólo desde una actividad individual, sino al mismo tiempo nucleándose en espacios colectivos de discusión: pocos años antes del golpe, los grupos Economía y Política dirigidos por los hermanos García Martínez y Grupo Azcuénaga, se destacan por su incidencia en las ideas fundadoras del plan económico dictatorial. Este conjunto reducido de actores asumió una importante gravitación ideológica y simbólica en el proceso político que desembocó en la conspiración cívico-militar, convirtiéndose en sus verdaderos “pilares simbólicos” (Heredia, 2013). La importancia que asumieron durante el proceso dictatorial no puede explicarse sólo atendiendo a la potencia hegemónica que adquirieron sus discursos en el marco de la profunda crisis política y económica iniciada en 1975, es preciso señalar a su vez algunas características centrales de sus trayectorias individuales e institucionales. En términos sintéticos, como veremos, el campo intelectual, el político-estatal y el empresarial fueron ocupados de forma dinámica por los intelectuales neoliberales, proporcionándoles tanto legitimidad como vínculos estrechos al interior de los sectores que constituyeron, una vez inaugurado el golpe, el bloque social dominante.

A modo ilustrativo, las trayectorias de Benegas Lynch y Zinn son particularmente representativas de las experimentadas por los intelectuales aquí estudiados. Ambos licenciados en Economía por la Universidad de Buenos Aires tuvieron una activa participación pública y política en las décadas del cincuenta hasta el setenta. Benegas Lynch ofició de ministro consejero en la embajada nacional en Washington durante los años de la autoproclamada Revolución Libertadora. Ricardo Zinn, por su parte, asumió cargos en el Ministerio de Economía bajo las administraciones de Levingston, Lanusse y, paradójicamente en función de su acérrimo anti-peronismo, de María Estela Martínez de Perón durante el último tramo de su mandato, siendo asesor de jerarquía y partícipe activo en la elaboración del plan económico que pasó a la historia bajo el nombre de “Rodrigazo”. Sus vínculos institucionales y personales con representantes nacionales e internacionales del neoliberalismo también fueron importantes. Contribuyó activamente en la formación del conocido centro privado de investigación denominado Centro de Estudios Macroeconómicos de la Argentina (CEMA), de especial relevancia en los diversos planes económicos de ajuste estructural en las décadas del setenta, ochenta y noventa. Por su parte, Benegas Lynch, junto a Alsogaray, fue miembro asociado de la conocida Sociedad de Mont-Pelerin bajo invitación de Hayek y Mises en 1957, mismo año en que impulsó la creación del Centro de Estudios sobre la Libertad (CEL). A través del CEL realizó numerosos seminarios y conferencias a cargo de los más prestigiados neoliberales del momento (Vicente, 2015) y financió becas de posgrado en universidades estadounidenses, siendo un verdadero pionero de lo que será una práctica habitual a partir de los años setenta. Finalmente, y como característica representativa del conjunto de los actores aquí estudiados, ambos presentaron un estrecho vínculo con el mundo empresarial: Benegas Lynch como director de la empresa familiar vitivinícola Bodegas Benegas, y, en el caso de Zinn, como director de las empresas Sasetru, SocMa, y Sevel, entre otras firmas ligadas al grupo Macri.

Diagnósticos e interpretaciones de la realidad económica argentina: agotamiento e inviabilidad de la industrialización y la “segunda fundación de la república”

En septiembre de 1981, quien fue secretario del Tesoro del Gobierno de Estados Unidos entre 1974 y 1977, W. E. Simon, realizó el prólogo a la traducción al habla inglesa de la obra principal de Benegas Lynch denominada Fundamentos de Análisis Económico (1978)4 y allí decía:

Durante los últimos años he estado señalando la importancia crucial que reviste el apoyo que debe brindarse a una necesaria contraintelligentsia en el campo académico y en otros dirigentes que forman opinión a los efectos de construir una oposición eficaz a todas las formas de colectivismo ( ). Sin duda se requieren victorias políticas, pero éstas pueden lograr bien poco sin una sólida fundamentación intelectual y una opinión pública receptiva. Por tanto, me resulta especialmente gratificante presentar Fundamentos de Análisis Económico al lector de habla inglesa (Simon en Benegas Lynch, 1981, p. 17).

Con claridad excepcional, Simon expresaba una de las dimensiones centrales de la acción teórica y política de la intelectualidad económica neoliberal, tanto a nivel internacional como local: llevar adelante un trabajo de contraintelligentsia para así desarticular aquellos presupuestos interpretativos o hábitos de pensamientos “colectivistas” inscriptos en la opinión pública argentina desde el peronismo clásico en adelante, e imponer nuevos conceptos e ideas que interfieran en el conjunto de las prácticas constitutivas a la vida social. Abocados a esta tarea de contraintelligentsia -de construcción de hegemonía, más precisamente- desde hacía algunos años previos al golpe, los intelectuales de la economía definieron de modo casi homogéneo como primera estrategia fundamental la construcción de una interpretación histórica cuyo eje fue la crítica radical al proceso de industrialización sustitutiva de importaciones (ISI), colocándola como una de las causas estructurales de un proceso de decadencia económica, social y cultural que había interrumpido aquellos años idílicos del crecimiento agroexportador, cuando -según su visión- el país había alcanzado niveles de desarrollo material y espiritual similares a los países de avanzada. La industrialización fue entendida entonces, como profundizaremos en las próximas páginas, como un modelo “agotado e inviable” para nuestro país, características que en 1975 habían cristalizado en una crisis inédita, sumergiendo el país a una inflación incontrolable5. Subsistían, pese al acuerdo generalizado sobre este punto, algunas diferencias en los posicionamientos de los intelectuales frente a la industrialización, principalmente en el caso de García Martínez (Rougier y Odisio, 2017), quien insistía en que la consolidación de una economía libre y competitiva en Argentina permitiría el desarrollo de una industrialización sustentable y moderna, libre de los condicionamientos y limitaciones que imponían las políticas autárquicas y desarrollistas6.

Sin embargo, para que aquellas críticas aisladas y en cierto sentido marginales, como eran las propuestas neoliberales hacia mediados de los años ´50, pasaran a constituirse en diagnósticos capaces de ingresar en la disputa intelectual y, a su vez, poco después, de incidir en el sentido de las políticas económicas, debió ocurrir antes, no sólo el desarrollo de las contradicciones político-económicas que condujeron a la crisis durante el gobierno de María Estela Martínez de Perón, sino también la maduración de la programática neoliberal en Argentina. Esto ocurrió, entendemos nosotros, con la consolidación de una propuesta alternativa coherente al desarrollismo cepalino: la “utopía” de la “economía libre” posibilitó a un sector de la derecha intelectual no sólo articular con mayor coherencia los cuestionamientos a la industrialización sustitutiva sino también, y en el mismo momento, dar una explicación a los evidentes fracasos del anti-peronismo en su misión de desterrar las “aspiraciones colectivistas” de las expectativas populares. Álvaro Alsogaray en 1968, en su libro Bases para la acción política futura, sostenía que la continuidad del modelo económico colectivista y dirigista durante los gobiernos militares y constitucionales nacidos tras el derrocamiento de Perón, había condenado al anti-peronismo liberal, ante la manifiesta incapacidad de proponer una alternativa clara y acorde con los principios filosóficos, a la reproducción incesante de las condiciones socioeconómicas que eran inescindibles del intervencionismo estatal. De allí en más, insistía Alsogaray, el pensamiento liberal debía ocuparse de corregir sus errores teóricos y políticos y así contribuir decididamente a la realización práctica de una nueva sociedad. La imposibilidad del liberalismo por aquel entonces de construir una alternativa al modelo económico industrialista y “estatista”, afirmaba,

( ) es una consecuencia de la falta de coherencia dentro de los citados movimientos o partidos entre el pensamiento político y el pensamiento económico. ( ) Actuaban en un determinado sentido al considerar problemas políticos y procedían de una manera diametralmente opuesta o por lo menos absolutamente incongruente al referirse a los problemas económicos. ( ) La íntima e indisoluble unidad que existe entre el sistema político y el sistema económico se les escapa y entonces se encuentran fácilmente predispuestos a seguir un criterio en materia política y otro totalmente divergente en materia económica (las cursivas son mías) El problema es especialmente crítico si nos referimos a la economía libre, ya que esta última no puede funcionar si no se comprende bien su mecanismo (...) (Alsogaray, 1968, p. 11).

En parte, la inédita coherencia ideológica que demostraron tanto intelectuales como expertos al momento del golpe de 1976 (Basualdo, 2011), no es tanto expresión del nacimiento de una intelectualidad orgánica forjada directamente por la “oligarquía diversificada” y sus aliados golpistas, sino más bien es expresión de un fuerte consenso al interior de la intelectualidad neoliberal respecto a que la dictadura militar debía efectuar una interrupción abrupta de los mecanismos y prácticas que eran constitutivas de una sociedad articulada en torno a la industrialización sustitutiva y el intervencionismo estatal, orientando así los esfuerzos en fundar sobre nuevas bases la vida política, económica y cultural de la sociedad argentina. Las palabras de García Martínez ilustran esta nueva síntesis interpretativa que comenzaba a emerger en el pensamiento liberal hacia fines de los años sesenta:

Los argentinos son una raza singular: tienen “dos” padres. Recordando a esas figuras míticas, deformes a la vista humana, mitad hombres mitad monstruos, los argentinos son hijos de dos padres. Uno el natural. El otro, el estatal. Los psicólogos dirán que esta mórbida aspiración a buscar y a conceder una tutela cuasi paternal es el reflejo de hondos conflictos del alma anidados en la niñez. Puede ser, pero más bien debería uno inclinarse a pensar que es el epifenómeno de doctrinas que sienten una invencible repugnancia por el ejercicio de una amplia iniciativa del hombre, hostilidad que no concluye en lo económico únicamente (García Martínez, 1969, p. 109).

El diagnóstico sobre el agotamiento e inviabilidad de la ISI presenta, pese a los matices que diferencian los discursos de los intelectuales aquí estudiados, un esquema argumentativo similar: la crisis económica ocurrida en 1975 se interpretaba como la culminación trágica de una decadencia estructural que llevaba al menos treinta años de existencia. Más precisamente, los tres años de gobierno peronista sucedidos entre 1973 y marzo de 1976, eran entendidos como el momento de “aceleración” de ese largo proceso decadentista y 1975, en particular, como su pulso final. El conjunto de los intelectuales neoliberales manifestó un fuerte apoyo inicial al golpe, que, si bien se fue diluyendo con los años, se estructuró sobre la base de un acuerdo profundo y extendido respecto a los desafíos y tareas que el gobierno militar debía asumir:

Por la gravedad de los males que está destinado a remediar; por la sabiduría y la prudencia de los documentos básicos que guían su desarrollo; y por la profundidad de las transformaciones que tendrá que efectuar para cumplir sus objetivos, resulta evidente que el PRN no podrá agotarse en la realización de un mero reordenamiento administrativo ( ), sino que habrá de culminar, en los hechos, con lo que bien merecerá llamarse la Segunda Fundación de la República. ( ) Entonces la victoria contra la subversión estará consolidada. Las deformaciones estructurales habrán desaparecido (Zinn, 1980: 396).

El análisis de las fuentes y la bibliografía disponible permiten identificar y agrupar los argumentos que sustentaron la perspectiva decadentista en un conjunto de ejes o problemas comunes a los intelectuales neoliberales de la economía, cuyo objetivo central, era colocar a la ISI como modelo político-económico que inevitablemente conducía a la decadencia y el fracaso. Esos ejes o problemas fueron: “el consumo masivo a expensas del ahorro, el intervencionismo estatal como promotor de una autarquía económica ineficiente e inflacionaria y la conformación de una 'mentalidad populista' -colectivista y demagógica-“, expandida en prácticamente la totalidad de los sectores sociales y absolutamente incompatible con los fundamentos de la economía libre.

La filosofía del “consumo sin esfuerzo”

En el discurso de los intelectuales neoliberales de la economía, la masificación del acceso al consumo de bienes durante el período de la ISI fue señalada como una de las causas más importantes de su agotamiento e inviabilidad. Como denominador común de los escritos, la ampliación del consumo a través de las políticas estatales de regulación y acuerdo salarial y la fuerte presión del movimiento obrero sobre el empresariado en general, habían significado la progresiva eutanasia del ahorro privado y una irracionalidad en el gasto de los consumidores que horadaba la inversión futura, coartaba el mercado del dinero y provocaba serios problemas en el equilibrio de la balanza de pagos. El “consumo de masas” aparecía en el discurso de los intelectuales no sólo como el efecto directo de la aplicación de medidas económicas keynesianas, sino al mismo tiempo como parte constitutiva de una determinada práctica política, por ellos denominada “demagogia populista”, iniciada con el peronismo en 1946. Como práctica política y mecanismo de dominación, el “populismo demagógico” generaba de forma deliberada las condiciones de un acceso masivo y exacerbado al consumo de bienes para cooptar sus voluntades políticas. El placer inmediato garantizado por esta irracionalidad en el consumo tenía, según nuestros intelectuales, un lado oscuro y siniestro: la formación de un individuo sin memoria que devora con expresa animalidad las riquezas del futuro. Al respecto, sostenía Ricardo Zinn, en marzo de 1976, haciendo referencia a la política económica populista profundizada con el regreso del peronismo al poder tres años antes:

( ) la caída de la productividad, causada por leyes nacionales demagógicas y por la falta de autoridad, ( ) se refleja en la hora de la verdad que constituye 1975. No obstante, la caída el producto, la filosofía del gran consumidor se sigue reflejando en el incremento del producto. El gobierno alienta al pueblo para que devore a la Nación. Esa exacerbación del consumo provoca el estrangulamiento de la balanza de pagos, pues significa gastar más de lo que se puede acelerando el ritmo de importaciones, ( ). El colapso del sector externo es el síntoma de toda la filosofía del consumo sin esfuerzo (Zinn, 1976, p. 39).

La exacerbación del consumo estaba en el origen entonces de una parte importante de los problemas cruciales que padecía la economía argentina y que habían sentenciado su progresiva decadencia. Así, la presencia sostenida de aquel “gran consumidor” era responsable directo de la crisis recurrente en la balanza de pagos (por aumento de importaciones y estancamiento del volumen de exportaciones) y del aumento generalizado de los precios por “exceso de demanda”. No es difícil identificar aquí que, en tanto la tesis del agotamiento de la ISI en los intelectuales neoliberales estaba orientada a proponer su rápida y absoluta interrupción, el discurso estaba íntimamente vinculado a lo que poco después se cristalizaría en la “reforma financiera”. Ricardo Zinn, quien junto a Martínez de Hoz y su equipo participó activamente en la elaboración de esta, colocaba como elemento sustancial del nuevo modelo económico que debía poner en marcha el gobierno de facto al incentivo explícito del ahorro y el mercado financiero. A cuatro meses de ocurrido el golpe sostenía, de modo imperativo y sin mediaciones, que:

El ahorro y capital nacional serán un objetivo intrínseco del esquema. Sobre todo, la difusión del capital entre todos los habitantes de la nación. El ahorro nacional debe ser protegido de eventuales procesos inflacionarios y de delitos contra la fe pública. La rentabilidad y seguridad de invertir en nuestro país debe ser superior a la de invertir en dólares o francos suizos (las cursivas son mías) (Zinn, 1976, p. 212).

La profundidad de sus dichos tan sólo se revela cuando los beneficios obtenidos en el mercado financiero asuman una proporción inédita a partir de 1977. Por ende, sería excesivo afirmar que Zinn sabía anticipadamente que la valorización del capital en el mercado financiero (y su posterior fuga al exterior) se convertiría en la principal estrategia de acumulación de los sectores dominantes. En contexto, las apreciaciones de Zinn estaban dirigidas a las políticas de regulación sobre la tasa de interés que caracterizaron el largo período de la ISI, que habían generado la persistencia de una tasa de interés bancaria negativa en términos reales. Sin embargo, como podrá observarse, la intencionalidad por parte de los intelectuales de hacer plausibles ciertos diagnósticos e interpretaciones de la realidad frente a un conjunto amplio de actores económicos y políticos no puede escindirse de la emergencia de la valorización financiera como la estrategia de acumulación predominante al interior de los sectores dominantes.

Algunos años más tarde, una vez retirado de su cargo como Ministro de Economía, Martínez de Hoz en su conocido texto Bases para una argentina moderna: 1976-1980 escrito en 1981, sostenía que la “reforma financiera” era una media necesaria y urgente para revertir la grave situación de la economía argentina, en la cual

( ) los ahorristas en dinero tendían a desaparecer, ya que la población prefería asignar sus excedentes a la compra de bienes, especialmente los durables de consumo o los inmuebles. Las empresas por su parte también encontraban preferible la colocación de sus excedentes en activos físicos ( ). Estas tendencias, al alimentar artificialmente la demanda de estos bienes, hacían también posible el desarrollo de su producción con costos elevados (Martínez de Hoz, 1981, p. 73).

En el mismo sentido, el diagnóstico sobre el supuesto “exceso de consumo” fue adoptado por Benegas Lynch en abierta disputa con la corriente de pensamiento económico keynesiana, advirtiendo que allí se habían sustentado las políticas de consumo masivo y crédito accesible propias del período de industrialización sustitutiva. En su ya mencionado trabajo Fundamentos, Benegas Lynch se propuso refutar teóricamente las propuestas de J. W. Keynes referidas a la función del consumo en la economía, principalmente allí donde el economista inglés insistía en la importancia de acrecentar el consumo a expensas del atesoramiento en dinero al interior del ingreso de los agentes, estimulando así la inversión y el empleo. Obstinado en diagnosticar el agotamiento e inviabilidad de la ISI por efecto de las desviaciones perpetradas por los seguidores de Keynes, a quien definía como fiel “representante de la agresión al funcionamiento del mercado, y el más grande apóstol del déficit sprending y la inflación de todos los tiempos” (Benegas Lynch, 1981, p. 207) indicaba que en Argentina era urgente y necesario desmitificar estos argumentos colectivistas impulsados por el economista inglés, principalmente sus conceptualización sobre la “función del consumo”:

La función consumo, según él, permitiría predecir con exactitud matemática cuánto será ese ahorro, solo que Keynes se empeña en atribuirle el sentido de 'atesoramiento'. Supongamos que buena parte del ahorro fuera atesorado (inversión en dinero) esto quiere decir que, en un momento dado, mucha gente valora más el dinero que los bienes. ( ) Keynes no comparte este análisis y afirma que al aumentar el atesoramiento los ingresos se reducirán el período siguiente.

( ) Pero Keynes no para allí su razonamiento; continúa cada vez más peyorativo con el ahorro y cada vez más entusiasta del gasto. Inventó el multiplicador (las cursivas son mías) ( ) sostiene que el incremento del ingreso sobre el incremento del ahorro (en un período respecto al otro) nos dará como resultado que el gobierno a través del déficit spending debe ´invertir´ una suma tal que multiplicada por el multiplicador llene el “bache” del ahorro privado (Benegas Lynch, 1978, pp. 205-206).

Las ideas keynesianas sobre el consumo y el efecto multiplicador de la inversión pública aparecieron en el discurso de los intelectuales como uno de los principales flancos de ataque. Para ello, debía suturarse aquella escisión entre economía y política advertida por Alsogaray a fines de 1968 y reordenar así el sentido de las acciones de contraintelligentsia. En efecto, la lucha contra la “subversión marxista” presente en organizaciones de izquierda tradicional o peronista no debía eclipsar la necesidad de asestarle un definitivo golpe a la expresión local del colectivismo occidental, el keynesianismo, interpretado como el principal soporte teórico del “populismo peronista”. Según expresaba Benegas Lynch (1978, p. 210), “con ropaje más sofisticado y elegante tenemos en Keynes a uno de los mayores responsables de la estatización y socialización en Occidente”. De allí que la disputa con las expresiones locales del keynesianismo haya sido una de las prioridades para los intelectuales neoliberales de la economía. Así, finalmente, el diagnóstico del consumo masivo e irracional como una de las causas del agotamiento e inviabilidad de la ISI expresaba la preocupación al interior de la intelectualidad neoliberal ante la aparente contradicción que implicaba para el desarrollo óptimo de la acumulación capitalista la existencia de políticas destinadas a incentivar el consumo de masas. Estas, destinadas a movilizar la economía real y el empleo, habían generado durante décadas un salario directo e indirecto que engrosaba la capacidad de “consumo improductivo” de los asalariados, produciendo un aumento sostenido de los precios y entorpeciendo el proceso de valorización del capital.

Por su parte, García Belsunce, en Política y Economía en años críticos, citaba al neoliberal austríaco Von Mises para describir la realidad que vivía gran parte de la economía europea y del mundo en relación a la definición del valor del salario, donde oponerse a la definición política del salario parecía una maldad ética y política: “( ) el temor y asombro con que las tribus primitivas contemplaban a quienes osaban violar cualquier norma es idéntico al que traducen la mayoría de nuestros contemporáneos cuando alguien es lo bastante temerario para cruzar las líneas de los piquetes de huelga” (Von Mises enGarcía Belsunce, 1982, p. 103). De modo contrario, sostenía García Belsunce, eliminar las presiones sindicales y estatales en la definición del salario y dejarlo en manos del mercado, del libre juego entre oferta y demanda, “facilita el empleo a cuantos desean disfrutar el salario y permite concretar el llamado pleno empleo” (p.103). Como se podrá observar, la crítica de los intelectuales dirigida a aquellas políticas estatales que posibilitaban, durante el período de la ISI, el acceso masivo al consumo de bienes manifiestan no sólo la intención de colocar al “ahorro” como decisión económica dominante, sino también una estrategia discursiva orientada a eliminar el contenido clasista de sus análisis y propuestas: el individuo consumidor, racional y calculador, guiado por sus preferencias subjetivas y desprovisto de las distorsiones del dirigismo estatal, debía convertirse en el verdadero conductor de la economía (la cursiva es mía).

La Argentina aislada: sistema financiero libre y el fenómeno de la gran empresa

Junto al diagnóstico del consumo irracional e improductivo, se sumaron otros dos de igual importancia para comprender la tesis del agotamiento e inviabilidad de la ISI elaborada por los intelectuales neoliberales Por un lado, la configuración de una economía cerrada y autárquica tenía como efecto una industria ineficiente y sin competitividad frente al exterior que resultaba fuertemente inflacionaria, en tanto las políticas de protección le garantizaban al empresariado local la posibilidad de aumentar los precios sin afectar su capacidad de venta. Por otro lado, la sobreprotección estatal generó una burguesía industrial que, como su existencia y crecimiento dependían directamente del Estado y los “privilegios feudales” de los que gozaba, perdió progresivamente y sin retorno las características más esenciales que definen al empresariado como actor social y económico: la iniciativa, la búsqueda incesante de eficiencia y productividad. La lectura histórica de este proceso fue sintetizada de modo excepcional por Ricardo Zinn, cuando afirmaba que luego del período de incesante movilidad social y crecimiento económico ocurrido hasta 1916 en Argentina, el radicalismo en el poder había continuado con la movilidad política pero consolidando una clase terrateniente menos dinámica y más acomodada en sus privilegios de rentistas:

Entonces se cerró el país y llegó el quietismo y el estancamiento. ( ) La década del 30 produce el cambio tan esperado, permitiendo la consolidación de un grupo industrial protegido, seguro, que comenzaba a mirar de igual a igual a los terratenientes. Esta ideología de la comodidad por falta de competencia fue llevada a sus niveles límites a partir del peronismo (las cursivas son mías) donde toda la producción estaba protegida y donde el nivel de seguridad se lograba con el crecimiento de las empresas. La inflación completaba esa aureola de defensa total al otorgar un crecimiento artificial de la demanda y el subsidio a la producción (Zinn, 1976, p. 125).

Así entonces, la burguesía industrial durante la ISI era presentada en sus análisis como empresarios a medias, nacidos en un medio distorsionado y enfermo que les absorbió casi la totalidad de la esencia y función acorde a su condición de empresarios, y al mismo tiempo provocaba problemas económicos que afectaban a todo el sistema económico y a toda la comunidad nacional. Esta burguesía forjada bajo el ala sobreprotectora del Estado había construido, sostenía Benegas Lynch, un sistema económico que, por efecto de tales distorsiones, se había convertido en esencialmente “anti-económico”. Decía Benegas Lynch al respecto: “( ) si los precios son políticos se está aboliendo de hecho la propiedad privada e instaurando la propiedad estatal” (1978, p. 93).

Así pues, una de las primeras medias que debían tomarse para encaminar la sociedad argentina hacia la libertad de mercado era la apertura de la economía y junto con ella, necesariamente, la eliminación de las protecciones distorsionantes a la industria. La apertura de la economía, al obligar a los productores a competir con la industria extranjera generaría inevitablemente la modernización general del sector productivo, al mismo tiempo que un proceso de “sinceramiento” en el cual las industrias ineficientes y privilegiadas del pasado debían cederle el espacio a las más eficientes. El libre mercado, según fue expuesto por los intelectuales neoliberales del período, no daba lugar para medidas intermedias, pues economía libre era aquella que funcionaba sin distorsiones externas, donde el Estado asumía un papel de promotor del mercado como institución dominante en la distribución de recursos:

Los efectos económicos de liberar el comercio son, en primer lugar, el cierre de las industrias ineficientes (...) A priori no es posible predecir cuales serían las actividades que deberán convertir su capital luego de eliminados los derechos aduaneros, cuáles se expandirán y cuales crearán. Eso depende del mercado, es decir, de la eficiencia de cada uno para servir a los intereses de los demás ( ) En segundo lugar, al consumidor se le abren nuevas perspectivas posibilitándole comprar a más bajo precio y mejor calidad (Benegas Lynch, 1978, p. 204-205).

Lo que allí expone Benegas Lynch, y que se puede observar en el discurso de los demás intelectuales, expresa, además de su concepción neoliberal sobre los efectos de la apertura económica, una particular estrategia discursiva. La vocación hegemónica de los intelectuales de la economía, que como veremos tenían como máximo objetivo construir un nuevo tipo de consumidor (Fridman, 2008) y más aún un nuevo tipo de racionalidad, radicó, en parte, en la pretensión de convencer al heterogéneo mundo de los “consumidores” de que las políticas de desregulación y apertura de la economía significarían un beneficio inmediato para sus intereses. Si la conquista del sentido común es uno de los elementos fundamentales e imprescindibles para que un grupo social (y con él, un conjunto complejo de ideas, percepciones y expectativas) devenga “dirigente”, nuestros intelectuales “procesistas” contribuyeron decididamente en ese sentido. Su discurso, articulado en torno a la idea de que el proceso de industrialización sustitutiva suponía una progresiva caída del salario real por efecto de la inflación causada por el excesivo gasto público y la irresponsabilidad en la política monetaria, no fue dirigida sólo a empresarios. Su retórica se pretendía “universal”, proponiéndose convencer también al conjunto de los asalariados, clases medias y gran parte de la dirigencia política. La intelectualidad neoliberal insistió -y podemos afirmar hoy que con relativo éxito- en que la construcción de una estructura productiva acorde a las exigencias de eficiencia y modernización de los países desarrollados posibilitaría el acceso a bienes de mayor calidad y con menor costo. Al respecto, y luego de sostener que el comercio mundial significaba para los países no continentales un impetuoso crecimiento sociocultural, afirmaba Zinn:

Un país con economía especializada como la Argentina, al renunciar a su participación en el comercio mundial, está perdiendo uno de los fomentos fundamentales para su crecimiento. La política de sustitución de importaciones que siguió el país durante décadas se agotó a sí misma, y produjo como resultado que en lugar de sustituir importaciones redujéramos nuestras exportaciones (Zinn, 1976, p. 29).

Más allá de la veracidad o no de los discursos, lo importante para nosotros es analizar con la mayor profundidad posible la construcción de diagnósticos e interpretaciones que, hemos dicho, pudieran convertirse en guías de acción y decodificadores de realidad no sólo para los sectores dominantes de la economía, sino también para la sociedad en su conjunto. Así entonces, el cierre de fábricas provocadas por la apertura de la economía -justificado bajo el supuesto de la ineficiencia estructural-, inició un proceso de concentración económica inédito en el país. Sin embargo, para la intelectualidad económica neoliberal el fenómeno de la concentración del capital, es decir, de la conformación de grandes grupos económicos al interior de la economía argentina, no sólo no era negativo, sino incluso positivo y necesario. Veamos:

Es imprescindible hacer una clasificación del monopolio. El monopolio artificial y el natural. El primero es aquel que surge debido a la dádiva y al privilegio que otorga el gobierno ( ). El monopolio natural, por su parte, nace y se mantiene sólo exclusivamente merced al apoyo del consumidor. El público consumidor obtiene un beneficio neto con su existencia. Sucede lo contrario con el monopolista artificial que al eliminársele los privilegios y prebendas de que está rodeado se derrumba (Benegas Lynch, 1978, p. 98).

Lo que aquí expone en términos teóricos Benegas Lynch haciendo referencia a las distorsiones provocadas por el intervencionismo estatal, lo expresa Ricardo Zinn en términos más esencialmente políticos, en el marco de su polémico listado de “socios del país” que las autoridades dictatoriales debían tener en cuenta al momento de pergeñar e implementar su política económica:

La gran empresa es en la economía moderna el creador e incorporador de ciencias y habilidades gerenciales, y sobre todo el gran generador y fijador de capitales nacionales. ( ) El populismo ha pretendido hacernos creer que la gran empresa constituye un enemigo y es el origen de muchos de los males que nos aquejan (Zinn, 1976, p. 108).

Hasta aquí entonces, la interpretación sobre el período de la ISI por parte de los intelectuales reconocía el siguiente esquema: el Estado, a través de una multiplicidad de políticas intervencionistas dirigidas a la promoción y protección del sector industrial, generó una masa de consumidores irracionalmente gastadores y una burguesía industrial completamente protegida ante la competencia internacional. La “filosofía del gran consumidor”, junto a la “ideología de la comodidad”, fueron las metáforas de una explicación que tuvo como objetivo central disciplinar a parte de la burguesía industrial y la totalidad de la clase trabajadora e impulsar una economía y una sociedad donde las reglas sean impuestas por un mercado libre de restricciones burocráticas.

En síntesis, la construcción de los diagnósticos sobre la situación económica hacia marzo de 1976 por parte de los intelectuales neoliberales de la economía aquí analizados, implicaban ya la clara delimitación de los contenidos centrales de su propuesta programática: el gobierno de facto se encontraba ante la histórica posibilidad de refundar la República y desterrar el “colectivismo” del país, y para ello las autoridades debían producir dos grandes transformaciones, a la vez económicas, políticas y culturales. Por un lado, convertir a la gran masa de consumidores voraces e irracionales en prevenidos “ahorristas”. Por otro lado, “disciplinar” al empresariado argentino, acostumbrado a mantener relaciones de vasallaje feudal con el Estado, y convertirlo en “eficiente y competitivo”. En la nueva Argentina pergeñada por los intelectuales, no había lugar para los ineficientes: todo individuo o empréstito incapaz de crecer sin los privilegios otorgados por el Estado, debían desaparecer7.

Para impulsar ambas transformaciones era necesario implementar una profunda reestructuración del sistema financiero (materializada luego en la reforma financiera), a fin de incentivar el ahorro nacional, abandonar completamente el control sobre precios, especialmente sobre el salario, e impulsar la apertura económica (implementada en diversos momentos durante la dictadura, constitutivas a la reforma arancelaria). Los discursos que hemos visto más arriba sobre los monopolios y la gran empresa, junto a las interpretaciones vinculadas a la función del consumo durante el período de industrialización sustitutiva, expresan la disputa en el terreno simbólico por la direccionalidad y características distintivas del modo de acumulación. Las disputas político-ideológicas en relación con la gran empresa, el monopolio y la expansión del consumo, en efecto, no pueden escindirse del proceso de concentración y centralización del capital que experimentó la economía argentina a partir de 1976 (Azpiazu y Schorr, 2010; Grigera, 2011). Evidentemente, tales “disputas”, ocurrían en un contexto fuertemente represivo que le posibilitó al discurso neoliberal imponerse ante el silencio obligado de las voces disidentes. Pero fue en aquellos años que el neoliberalismo logró penetrar en una multiplicidad de actores, previo a su expansión durante los años ochenta y noventa, cuando ya imperaba el sistema democrático.

Por otro lado, Martínez de Hoz, en su evaluación sobre la marcha de la economía argentina entre 1976 y 1980, realizada una vez retirado de la conducción de la política económica, sostenía que la apertura económica y la desregulación progresiva de los mercados habían demostrado a la sociedad argentina las profundas distorsiones acumuladas durante décadas de un “estatismo desenfrenado”:

( ) la apertura, al hacer explícito este injustificado derroche, llamó la atención del empresariado sobre la gran carga de costos que en el pasado se consintió y que luego fue necesario reducir para poder competir internacionalmente. ( ) Este es parte del cambio de mentalidad que se ha operado en la Argentina y que actualmente se refleja en los debates diarios y en la propia opinión de la gente en la calle. (Martínez de Hoz, 1981, p. 157)

Aquella falta de unidad entre economía y política al interior del pensamiento liberal argentino reclamada por Alsogaray en 1968, en función de lo cual este se veía imposibilitado de anteponer una alternativa real al populismo, fue -al menos parcialmente- superado en los discursos de los principales intelectuales neoliberales vinculados al Proceso de Reorganización Nacional, no sólo incluyendo la crítica radical al sistema político por ellos denominado “populista” y sus efectos sobre la economía, sino también y esencialmente, incorporando la dimensión simbólica y cultural tanto a su interpretación “decadentista” de la economía argentina como a su propuesta refundacional.

Economía libre y “cambio de mentalidad"

En noviembre de 1981, Benegas Lynch realiza una conferencia en la Bolsa de Comercio de Buenos Aires en la cual, en el marco de un análisis fuertemente crítico para con la gestión de Martínez de Hoz y la elaboración de una serie de propuestas “correctivas” dirigidas a las autoridades reemplazantes, menciona lo que para él significaban algunos (pocos) logros conquistados durante el período 1976-1980 y dice:

( ) creo que hay un punto que resulta de gran trascendencia sobre el que no se ha puesto el suficiente énfasis y es el llamado “cambio de mentalidad” a que tantas veces nos hemos referido. El cambio de mentalidad tuvo lugar en parte por a discusión abierta sobre temas que hasta hace poco tiempo eran consideradas tabú. Esta situación se debe a los esfuerzos realizados por el anterior equipo económico que han permitido que se ponga sobre la mesa de discusión pública temas que hasta hace poco tiempo no se hubieran considerado dentro del orden del día de un debate que se consideraba serio (Benegas Lynch, 1981, p. 8).

Lo que expresa en la cita Benegas Lynch más que una certeza parece ser una expresión de deseo, pues difícilmente se pueda afirmar que el pretendido “cambio de mentalidad” haya sido un hecho consumado o una victoria absoluta, al menos en 1981. Sin embargo, lo importante no radica allí, sino en la intencionalidad manifiesta por parte de la intelectualidad económica neoliberal -dentro y fuera del Estado- de erradicar desde la raíz aquellos hábitos y percepciones incorporadas y construidas durante las décadas de “hegemonía populista”. El denominado “cambio de mentalidad” -que se expresaría en la modificación de los hábitos, esquemas perceptivos y expectativas fuertemente arraigadas en el tejido social argentino- era para los intelectuales una tarea estrictamente necesaria a fin de viabilizar y consolidar la economía libre. Por ende, la diferenciación de los aspectos económicos de aquellos pertenecientes al mundo de la cultura es sólo posible de efectivizar en términos conceptuales, pues en los diagnósticos esbozados por los intelectuales aparecen de modo conexo e indivisible.

Para comprender el vínculo entre el denominado “cambio de mentalidad” y las trasformaciones económico-sociales impuestas por la dictadura, es preciso referir al trabajo de Daniel Fridman (2008). El sociólogo argentino sostiene como hipótesis central que la última dictadura militar argentina se propuso crear, específicamente a partir de 1977, un nuevo tipo de individuo-consumidor acorde a los supuestos teóricos y políticos dese los cuales se había iniciado la reestructuración económica a partir de marzo de 1976. Ese nuevo individuo, debía responder a un modelo particular nacido de la ciencia económica neoliberal, el homo economicus. Según explica el mencionado autor, la lectura de las autoridades golpistas coincidían en que los grandes problemas políticos y económicos del país radicaban en gran medida en la incapacidad de gobiernos anteriores por desmantelar el conjunto de normas y costumbres creadas por el peronismo, las cuales afectaban profundamente las decisiones económica de los individuos: la identidad colectivista, surgida de las movilizaciones masivas y los ideales de justicia y ciudadanía social, era vista como un escollo para la implementación de la reestructuración económica y social pergeñada por la última dictadura. Las Fuerzas Armadas, sin embargo, no contaban con un modelo de sujeto diferente, una identidad definida que funcionara como alternativa a la identidad peronista. Fueron los economistas neoliberales, sostiene el autor, “quienes proveyeron una traducción atractiva para esta necesidad: el modelo del homo economicus” (Fridman, 2008, p. 79). Las campañas en radio y televisión impulsadas por Martínez de Hoz entre 1977 y 1981 bajo el título de “Un cambio de Mentalidad”8 tenían como objetivo central, efectivamente, construir un nuevo tipo de sujeto e identidad que sea funcional y compatible al sistema de libre mercado y al sistema de dominación política que éste suponía: el individuo racional y calculador, atomizado y sin otra exigencia ética que la de ser un consumidor ejemplar. Significaba la proyección en la realidad de un sujeto existente sólo en la teoría económica neoclásica, difícilmente contrastable empíricamente. En efecto, antes que ponderar su existencia efectiva, es conveniente analizar, sobre todo durante este período, la naturaleza “performativa” de los diagnósticos económicos neoliberales.

Sin embargo, la caracterización del modelo de sujeto que pretendió crear la última dictadura militar argentina como homo economicus, no es enteramente correcta. El estudio realizado por Laval y Dardot (2013) sobre las especificidades del neoliberalismo insiste en que la figura del “hombre económico” refiere al sujeto ideal construido por la teoría económica neoclásica, pero no define con exactitud a la racionalidad neoliberal, la cual supone no sólo al individuo calculador y maximizador en el ámbito económico -asociado directamente a la esfera del intercambio- sino también y al mismo tiempo, respecto a los demás dominios de su vida práctica: la racionalidad neoliberal, entonces, implica un sujeto que se auto-percibe como “empresario de sí mismo”, un individuo eficaz y en permanente auto-superación:

El individuo competente y competitivo es el que busca el modo de maximizar su capital humano en todos los dominios, que no trata únicamente de proyectarse en el porvenir y calcular sus ganancias y sus costes, como el antiguo hombre económico, sino que persigue, sobre todo, trabajar sobre sí mismo con el fin de transformarse permanentemente, de mejorar, de volverse cada vez más eficaz. Lo distintivo de este sujeto es el proceso mismo de mejora de sí al que se es conducido ( ) (Laval y Dardot, 2013, p. 338).

El discurso de los intelectuales neoliberales argentinos interpeló al sujeto “colectivizado” no sólo por su supuesta irracionalidad económica, en su actitud primitiva frente al consumo, sino también su irracionalidad política y moral: hecho a imagen y semejanza de la demagogia peronista, el individuo masificado se convierte en tirano de sí mismo y de la Nación. Atravesado por una mentalidad distorsionada, el consumidor nacido y criado durante el período de industrialización sustitutiva era “antieconómico” e incluso inmoral, a la vez producto y productor de un sistema político y económico que inhibe la libre competencia y esclaviza al individuo. En efecto, debemos ahora explicitar al menos sintéticamente, cuáles han sido aquellas “desviaciones” diagnosticadas por los intelectuales neoliberales vinculados al PRN que debían corregirse para lograr el tan deseado “cambio de mentalidad”.

Ganancia, empresarios y distribución del ingreso

Uno de los elementos constitutivos a la “cultura populista” que, según los intelectuales neoliberales de la economía, sentenciaron la decadencia del país durante largas décadas fue la “masificación de un concepto erróneo sobre la ganancia y los empresarios”. Según los intelectuales, el lenguaje populista convertía al motivo primario de la inversión y el esfuerzo (la ganancia) en mala palabra, y al actor esencial del crecimiento económico (empresario), en un enemigo político9. Los posicionamientos en torno a la ganancia, el colectivismo y la decadencia, eran presentados por García Martínez tiempo antes de ocurrido el golpe, en su libro La telaraña argentina:

El odio hacia la ganancia es universal como lo es la envidia que está oculta detrás. Pero la conversión de ese odio en algo así como una persecución institucionalizada hacia la ganancia, es un funesto error que la Argentina de posguerra comparte con casi todos los pueblos subdesarrollados de la tierra.

El supuesto de buena parte de la política económica argentina de posguerra es que la máxima compresión de las utilidades y la máxima restricción en la libertad de maniobra de las empresas ( ). Esto equivale a afirmar que el colectivismo ha orientado en medida considerable la economía política argentina de posguerra, ya que el ataque sistemático contra la empresa privada es uno de los blancos preferidos de la mentalidad socializante (García Martínez, 1969, p. 149-150).

Las distintas versiones teóricas y políticas del “colectivismo socializante” reforzaban, según los intelectuales, una premisa demagógica que parecía normativizar gran parte de las opiniones y actitudes de los ciudadanos comunes, aquella que indicaba que el disfrute de la riqueza no merece grandes sacrificios. El resultado cultural y económica de dicha premisa era que la “ganancia” -entendida como retribución al riesgo que supone la inversión del empresario- perdía su significado positivo y más elemental: como presupuesto necesario de la “inversión”, motor exclusivo del crecimiento genuino. Como desprendimiento de aquella distorsión ideológica, el populismo había producido en la mentalidad de las grandes mayorías el prejuicio destructivo de la ganancia como inmoralidad o pecado. La construcción de una sociedad de libre mercado precisaba inevitablemente la eliminación de aquellos preconceptos negativos sobre la ganancia y el lucro empresarial: “la Argentina debe aprender de una vez por todas que ganar dinero lícitamente no es pecado, que un capitalismo moderno y creador no puede ser vergonzantes”, sostenía Zinn (1976, p. 11).

Bajo supuestos similares, Benegas Lynch sostenía que el concepto de ganancia debía ser desincrustado del pensamiento keynesiano y restablecido en la “verdadera” teoría económica, al interior de la cual ésta significa retribución al sacrificio y recompensa del riesgo. Al mismo tiempo, en tanto la obtención de ganancia - resultado de un cálculo entre medios y fines que conduce al individuo a asumir un riesgo- debía convertirse en una operación natural de todo individuo, pues para él “empresarios en sentido amplio, somos todos” (Benegas Lynch, 1981, p.67). En conclusión, sostiene el mismo autor, el imperativo dominante en una (futura) economía libre podía resumirse en una simple ecuación: “la ganancia es el premio del éxito, la pérdida es el castigo por el fracaso” (1981, p. 67).

Desde su perspectiva, el empresario en el sentido estricto es quien “organiza y combina adecuadamente los factores productivos en el presente, especulando con que satisfará en el futuro al consumidor. Si yerra incurrirá en pérdidas, si acierta obtendrá ganancias” (las cursivas son mías) (p. 81). La especulación y el riesgo debían ser entendidas como atributos constitutivos al empresario. Lógicamente, la definición no es inocente: la concepción de ganancia y empresario propuesta por los intelectuales neoliberales, sustentada en la corriente de pensamiento económico marginalista o neoclásica, hace desaparecer el vínculo entre capital y trabajo, como relación social constitutiva del proceso de valorización de capital. Dicha definición, entendemos, expresa la función universalizante del discurso al interior del proyecto hegemónico neoliberal: se proponía eliminar del sentido común a la desigualdad y la explotación como dimensiones realmente existentes en la esfera de la producción. La síntesis de Benegas Lynch merece su reproducción literal:

El burgués fue el socavó el régimen de privilegio feudal, el burgués provocó la revolución francesa, el burgués luchó y derrotó al absolutismo monárquico, el burgués engendró la democracia constitucional, el burgués impregnado de liberalismo abolió la esclavitud y fue siempre enemigo acérrimo de cualquier tipo de opresión. ( ) La burguesía no es una clase social, sino una forma de vida (...) (las cursivas son mías) (Benegas Lynch, 1981, p. 233).

Como desprendimiento lógico de lo anteriormente explicado, aparece de modo sistemático en el discurso de los intelectuales neoliberales de la economía la crítica radical al concepto de Bienestar Social incorporado a la vida política y cultural argentina desde el primer gobierno peronista en adelante. La distribución política (estatal) de la riqueza, según los intelectuales, había producido dos distorsiones fundamentales: por un lado, discriminación impositiva que conllevaba la ruina económica de múltiples sectores y, por otro lado, concepciones erróneas y “enfermas” con relación con el ascenso social y/o el progreso individual. En una conferencia pronunciada en la Bolsa de Comercio de Buenos Aires en junio de 1979, y que recupera en la escritura de su libro años más tarde, García Belsunce sostenía que:

Al aludir a las medidas restrictivas, Von Mises destaca la predominancia de la llamada legislación social. Quienes enarbolan sus banderas como causa de las plataformas políticas y quienes luego en cumplimiento de ellas las sancionan, creen muchas veces equivocadamente que ellas gravan exclusivamente al patrón en desmedro de su propio beneficio, sin advertir que el daño es a la misma producción como consecuencia de esas medidas, trátese de la reducción de la jornada laboral, mayores licencias por vacaciones anuales, más feriados o días no laborables, ( ) todas se traducen en una menos cantidad de bienes producidos y, por lo tanto, en una reducción del consumo per cápita (García Belsunce, 1982, p. 99).

Además de proponer casi sin mediaciones un regreso al más crudo capitalismo decimonónico, García Belsunce expresaba aquello que fue denominador común en los discursos de los intelectuales neoliberales durante el período formativo de la valorización financiera: el bienestar social era sinónimo de disminución de la producción y, por ende, de empobrecimiento que afectaba a los consumidores en su totalidad. Paradójicamente, las conquistas en el derecho laboral por parte de los asalariados perjudicaban a los asalariados mismos. En las interpretaciones de los intelectuales, y de igual modo sucedía con los expertos, las políticas de bienestar social, especialmente de aquellas que se trasladaban en mayor capacidad de consumo por parte de los trabajadores, provocaban la caída progresiva de la productividad del trabajo y se transformaban en motor inflacionario vía aumento del “costo laboral”.

Para los intelectuales neoliberales el problema del bienestar social aparece entonces como un problema económico y moral al mismo tiempo. Las políticas de seguridad social expandidas de forma inédita hasta el momento por el primero peronismo escondían dos grandes distorsiones: por un lado, el Estado gastaba una gran cantidad de recursos que en realidad no tenía y, por otro lado, el individuo se desentendía de la responsabilidad esencial de garantizar su propia seguridad y progreso social, delegándolo en el poder político. El problema de la seguridad social condensaba, de alguna manera, gran parte de las desviaciones que los intelectuales advertían como constitutivas a la mentalidad populista y sobre las cuales el gobierno militar debía actuar con decisión, corriéndolas de modo definitivo. Decía Zinn al respecto: “( ) la distribución social se hizo de mala manera, porque no distribuyó trabajo y futuro, sino holgazana y pasado (las cursivas son mías). Distribuyó falso bienestar y poder político a quienes no estaban en condiciones de usarlo en beneficio de la comunidad” (Zinn, 1976, p. 133)

La propuesta de los intelectuales era el pleno funcionamiento del libre mercado, reorientando al Estado como principal garante y constructor de situaciones de mercado y competencia, según sostenía Martínez de Hoz bajo el concepto de “subsidiariedad del Estado” o de “planificación para la competencia”, en palabras de Alsogaray (1968, p. 32). La estrategia discursiva se repite: todas las políticas destinadas a la transferencia de recursos desde el empresariado hacia los trabajadores, principalmente las regulaciones sobre salario y precios aparecen como políticas perjudiciales para los consumidores. Ya sea por la disminución general de la producción originada en la caída en la productividad, por la insustentabilidad del gasto estatal, por el aumento generalizado de precios o por la distorsión del mercado de trabajo, quienes padecen la Seguridad Social son los sectores de menores recursos.

El ascenso social, según los intelectuales neoliberales de la economía, es posible para la totalidad social, sin limitantes de clases porque éstas, en sentido estricto, no existen. Existen, sí, individuos con diferentes funciones y con distintas capacidades; pues “el concepto de clase resulta sumamente antipático y no ilustra lo que sucede en el mercado. Clase da idea de algo así como casta o estamento, denotando rigidez en el sistema social” (Benegas Lynch, 1978, p. 200). La burguesía entonces no refiere a una clase o estamento, sino que, en función de su historia siempre transformadora, libertaria y anti-totalitaria, “la burguesía es un modo de vida”. Esta interpretación sobre el ascenso social y el concepto de clase social, compartido por los demás intelectuales, expresa lo que Laval y Dardot llaman la “racionalidad empresarial” como parte constitutiva de la “racionalidad neoliberal”. La empresa, y con ella la lógica de valorización del capital, se transforma en un modelo a imitar, en una actitud determinada frente al mundo, “una forma de ser que al mismo tiempo es producida por los cambios institucionales y productora de mejoras en todos los dominios” (Laval y Dardot, 2013, p. 336). En un mercado libre, decía Martínez de Hoz, “el consumidor debe aprender a defenderse a sí mismo más que buscar que el Estado lo defienda. ( ) Él es el dueño del mercado y él debe decidir cuándo y cómo compra” (Martínez de Hoz, 1981, p. 121-122). La seguridad social entonces, debía ser el efecto de un proceso de autovalorización de los individuos, de incorporación acumulativa de “competencias” en el mercado.

De allí que el ascenso social esté al alcance de todos los ciudadanos, pues es un ascenso “autopercibido”: escindido de la condición socioeconómica, la autopercepción de “empresario de sí” posibilita acceder a una lógica de superación indefinida, modificando radicalmente la concepción -incluso liberal clásica- del vínculo entre el trabajador y su fuerza de trabajo. En los discursos de los intelectuales neoliberales el trabajador es definido como poseedor de un factor productivo equiparable a la de los demás poseedores. Así como el hacendado tiene su tierra y el capitalista sus medios de producción, el trabajador es “propietario” de su propia capacidad de trabajar. El trabajo, desde esta perspectiva, es para el asalariado la fuente de su riqueza, la fuente de su progreso, “el capital de su propia empresa”.

Reflexiones finales

La traducibilidad del neoliberalismo a la realidad argentina fue posible, ante todo, por la similitud señalada por los intelectuales entre los procesos históricos ocurridos en territorio europeo y los que ocurrían en suelo argentino: concretamente, según su interpretación, en nuestro país al igual que en Europa, las ideas y prácticas “colectivistas” habían crecido fuertemente desde los años ´30 en adelante, estructurando tanto políticas de Estado como discursos y hábitos sociales. La traducción de la programática neoliberal supuso entonces, entre otros elementos, identificar los enemigos políticos e intelectuales locales (las teorías y movimientos políticos “colectivizantes”), estructurar una nueva lectura de la historia político-económico nacional (bajo el presupuesto de la “larga decadencia” argentina) y articular clivajes ideológicos y culturales locales con aspectos propios de la programática neoliberal europea y norteamericana. En efecto, si bien en este trabajo no se ha avanzado con detenimiento en este último aspecto, se ha pretendido aportar mayor conocimiento sobre la “intencionalidad hegemónica” que importa la particular lectura histórica elaborada por los intelectuales neoliberales de la economía durante la última dictadura.

En ese marco, a lo largo del artículo se ha insistido especialmente en que el conjunto de los diagnósticos elaborados por los intelectuales neoliberales de la economía durante la última dictadura, no fueron sólo críticas radicales al modelo económico-social previamente establecido -por ellos calificado como “populista”-, ni meros discursos neoconservadores que pretendían justificar el profundo avance del capital sobre el trabajo que viabilizó la política dictatorial, sino que al mismo tiempo, y fundamentalmente, aquellos diagnósticos se configuraron como elementos centrales de la emergencia de un nuevo proyecto hegemónico. Si bien la estrategia de dominación predominante fue la represiva, durante los años dictatoriales tomaron fuerza un conjunto de discursos -expresados en diagnósticos, interpretaciones y/o demandas específicas dirigidas al Estado- que serán claves en el proceso de expansión posterior, cuando el neoliberalismo experimentó el tránsito de ser un proyecto ético-político en ascenso a integrar y reordenar los comportamientos sociales y gubernamentales.

Según hemos expresado a lo largo del texto, la construcción de hegemonía no se agota en la consolidación de un conjunto de prácticas (discursos) articuladoras orientadas la universalización contingente del interés particular, según la interpretación de Laclau y Moffe (1987). La hegemonía posee al mismo tiempo su propia materialidad, directamente articulada a las determinaciones específicas que asume la acumulación capitalista en un tiempo y lugar específico; es decir, al régimen de acumulación predominante y las relaciones de fuerza entre clases y fracciones de clase que ocurren en su interior. En este sentido, los discursos de los intelectuales aquí estudiados articularon, en un mismo proyecto con vocación hegemónica, la utopía de la “economía libre” y la pretensión de operar un “cambio de mentalidad” en la sociedad argentina. Los diagnósticos e interpretaciones de los intelectuales estudiados, en efecto, contienen al mismo tiempo la representación mediada del interés particular y su universalización en el discurso.

De allí que la construcción de la economía libre no se agotaba para los intelectuales en sustituir el intervencionismo estatal por un Estado constructor de situaciones de mercado, sino que, al mismo tiempo, la “contrainteligencia” por ellos impulsada contra las concepciones “colectivistas” tenía como finalidad iniciar una profunda reconstrucción ética y moral de la sociedad. Según hemos visto, para nuestros actores la construcción de una economía libre sobre la base de hábitos y pensamientos “colectivizados” y “colectivizantes” estaba destinada al fracaso, por ello, la transformación económica debía articularse con lo que el Ministerio de Economía dirigido por Martínez de Hoz llamó, entre 1976 y 1981, “un cambio de mentalidad”. Este último suponía, según hemos visto, la construcción un nuevo individuo, cuya subjetividad y racionalidad debía estructurarse sobre bases completamente diferentes a las anteriores. La ruptura con la cultura constituida durante del proceso de industrialización significaba para nuestros actores la construcción de nuevas identidades sociales e individuales, unificadas por la figura del “capital humano” y los principales elementos que la componen: el cálculo individual, maximizador y eficiente, la competencia permanente y la auto-valorización indefinida.

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1 La caracterización de nuestros actores como “neoliberales”, no implica una crítica a su caracterización como “liberal-conservadores”. Nos limitamos aquí a retomar las advertencias de Vicente (2015, p. 77) quien sostiene que una parte de los intelectuales “procesistas” -aquellos vinculados por formación o desempeño a la economía- experimentaban un “proceso de tránsito” entre el liberal-conservadurismo y el neoliberalismo. En efecto, nuestra principal diferencia radica en que, a juzgar por la naturaleza de sus discursos desde el inicio del golpe de estado y las trayectorias individuales e institucionales de dichos actores, aquel “tránsito” era un hecho consumado para 1976, pese a la presencia -subordinada- de elementos propios de la tradición liberal-conservadora (especialmente en el caso de Ricardo Zinn).

2Siguiendo la perspectiva de Laval y Dardot (2013), el neoliberalismo conoce su momento fundador en el Coloquio Lippman (1938), consolidado años más tarde por la Sociedad de Mont Pelerin bajo la conducción ideológica de Friedrich Hayek.

3Sumado a la diferencia más evidente, tomando la dictadura como punto de referencia, que es la “generacional”, se distinguen, más profundamente, por su origen de “clase”. En la mayoría de los casos, los intelectuales tradicionales pertenecían por vínculo a familiar o “natural” a los sectores dominantes. Los pragmáticos, por su parte, provenían mayoritariamente de familias de profesionales de clase media. Así, mientras que “( ) los ´tradicionales´ tenían una relación de clase con el liberalismo ( ), en el caso de los intelectuales ´pragmáticos´ el vínculo con el liberalismo se relacionaba fundamentalmente con su formación profesional en universidades de los Estados Unidos ( )” (Beltrán, 2005, p. 40). Finalmente, el lenguaje “ético y político” utilizado en los discursos de los tradicionales se distingue profundamente del lenguaje “técnico” característico de los “expertos” (Neiburg y Plotkin, 2004).

4La obra principal de Benegas Lynch, denominada “Fundamentos de Análisis Económico”, fue inicialmente escita a razón de la tesis doctoral del autor en 1972, y luego reescrita y ampliada en dos ocasiones: en 1978, editada en México, y en 1986, en Argentina. Si bien la estructura y sentido de la obra se mantiene, la diferencia entre la tesis doctoral y la versión ampliada publicada por la Bolsa de Comercio de Buenos Aires en 1978 es de importancia. Entre una y otra hay una diferencia en cantidad de páginas que permite al autor expandirse sobre distintos puntos antes poco desarrollados, especialmente respecto a las críticas realizadas a las obras de Marx y Keynes, el problema inflacionario y el sistema bancario argentino.

5La tesis del agotamiento de la ISI, sin embargo, no fue creada por los intelectuales neoliberales, sino -aunque desde perspectivas muy diferentes- por quienes habían sido sus más fervientes defensores e impulsores como modelo de desarrollo necesario para América Latina, es decir, los economistas cepalinos. Desde fines de los años ´60, siguiendo las lecturas de Rougier y Odisio (2017) y Belini (2017) algunos de las deficiencias estructurales de la ISI fueron leídas como signos de un agotamiento que requería profundas modificaciones: Guido Di Tela, Raúl Prebisch, Aldo Ferrer y Marcelo Diamand fueron quienes en Argentina condensaron las principales críticas -autocríticas en el caso Prebisch- y elaboraron las propuestas más trascendentes. Sin embargo, es de vital importancia subrayar que las críticas señaladas por la corriente cepalina orientaron sus propuestas a la profundización o reestructuración de la ISI y no en su interrupción abrupta, como sí propusieron los intelectuales neoliberales hacia mediados de los años setenta.

6Como bien sostienen Rougier y Odisio (2017, p. 16 y p.416) a inicios de los años setenta “todavía el discurso liberal no era sinónimo de una posición anti-industrial a ultranza”, hecho comprobable especialmente en los diagnósticos de Krieger Vasena y Pazos (1972) y García Martínez (1969). Pocos años después, los intelectuales liberales de mayor gravitación en la escena pública y política sostendrán una posición profundamente crítica a la estrategia industrialista.

7Es importante destacar aquí que la eficiencia y la competencia en el neoliberalismo adquiere un significado y un alcance práctico diferente al que caracterizó la doctrina liberal clásica. Como bien señalan Laval y Dardot (2013), al interior del discurso neoliberal “( ) la competencia ya no es pues considerada, como en la economía ortodoxa, clásica o neoclásica, una condición de la buena marcha de los intercambios en el mercado, es directamente la ley despiadada de la vida y el mecanismo del progreso por eliminación de los más débiles” (p. 47).

8Un análisis detallado de las iniciativas desplegadas en el marco de esta política por el Ministerio de Economía se encuentra en Fridman (2008).

9Alsogaray sostenía en un artículo publicado en La Prensa (Buenos Aires, 26-4-1978, p.6) que el desarrollismo había logrado inducir en el hombre corriente la creencia de que las grandes obras de infraestructura construidas por el Estado “no nos cuestan nada, que podemos llevarlas adelante sin esfuerzo”.

Recibido: 21 de Marzo de 2020; Aprobado: 01 de Agosto de 2020

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