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Revista de historia americana y argentina

versão impressa ISSN 2314-1549versão On-line ISSN 2314-1549

Rev. hist. am. argent. vol.57 no.1 Mendoza jun. 2022  Epub 27-Jun-2022

 

Crítica bibliográfica

Tereschuk, Nicolás. La calesita argentina. La repetición de los ciclos políticos, de la relectura de Platón a los discursos de Macri. Buenos Aires: Capital Intelectual, 2018

Héctor Ghiretti1 

1Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales. Universidad Nacional de Cuyo. Facultad de Filosofía y Letras. Mendoza, Argentina. hector.ghiretti@gmail.com

Tereschuk, Nicolás. La calesita argentina. La repetición de los ciclos políticos, de la relectura de Platón a los discursos de Macri. Buenos Aires: Capital Intelectual, 2018. 238p. ISBN: 978-987-614-566-4.

Tereschuk se propone explicar la recurrencia de los ciclos políticos y económicos del pasado reciente, que estarían compuestos por dos fases: una de carácter populista, neodesarrollista o progresista, compuesta por los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, que supuso un giro a la izquierda (2003-215) y la restauración neoliberal con el gobierno de Mauricio Macri, desde 2015 en adelante y que repetiría el signo ideológico de los gobiernos de Carlos Menem y Fernando De la Rúa (1989-2001). Pero no se trata de la reconstrucción analítico-narrativa de dichos ciclos sino de una sucesión de capítulos que pretenden aportar las claves de esa dinámica, como una caja herramientas que sirve para entender el proceso y que el lector debe reconstruir. Veamos si son las adecuadas.

En el primer capítulo el autor se propone contextualizar su análisis en el marco de la historia de las ideas políticas, en particular en referencia a las tesis de los ciclos políticos de Platón (en realidad, su teoría sobre el cambio de regímenes). Se trata de una introducción basada en el capítulo de un libro de Norberto Bobbio sobre los regímenes políticos, y no en los textos de Platón. La exposición se intercala con coyunturales observaciones críticas del autor sobre el gobierno de Macri. Además de este propósito impugnatorio no tiene otra finalidad aparente, porque carece de toda presencia en el resto del libro.

El segundo capítulo es probablemente el más interesante del libro. A partir del análisis de la función del conflicto en los gobiernos kirchneristas, Tereschuk se pregunta por la capacidad del kirchnerismo de generar un “horizonte de futuro”. Para eso se vale de la curiosa lectura que hace John P. McCormick de Maquiavelo, en la que se muestra al populismo como el instrumento de las masas para luchar contra la voluntad de dominación de las élites: “es justamente el pueblo y no las elites quien está naturalmente inclinado al bien común” (73). En la Argentina este poder plebeyo es “defensivo, minimalista, de reparación,” no busca sometimiento ni exclusión de las elites. Presenta otro inconveniente: no tiene la capacidad de generar un proyecto alternativo ni tampoco de transmitir la imagen de tal proyecto, ni siquiera la expectativa que supone tenerlo en algún momento (76). Es notable que Tereschuk reduzca los requisitos de estabilización o superación del ciclo a una estética, a un conjunto de imágenes que transmitan la apariencia de un proyecto de modernización.

Valiéndose de un antiguo texto de Guillermo O’Donnell, el autor explica que desde el surgimiento del peronismo y al menos hasta mediados de la década de 1970 la Argentina habría estado dominada por el conflicto entre una alianza ofensiva compuesta por las elites -la gran burguesía pampeana y los sectores más dinámicos de la burguesía urbana e industrial- que intentan imponer un proyecto de modernización, y una alianza defensiva compuesta por sectores populares y de la pequeña burguesía, cuyo objetivo es bloquear el proyecto de las elites. La estrategia exitosa de la alianza defensiva ha sido impedir la integración entre el sector agrícola y el industrial -requisito imprescindible para su modernización e internacionalización- desconectando los circuitos de acumulación. Las conclusiones son claras, aunque Tereschuk sólo las insinúe. Por una parte, no hay proyecto en la alianza defensiva. Su estrategia principal es de bloqueo y sabotaje. Por otra, la alianza defensiva posee sus referencias principales en el pasado, se trata de una posición preterizante, anclada en antiguas conquistas, incapaz de proyectar un futuro común. Defiende las posiciones ganadas durante los tiempos del peronismo clásico, pero es incapaz de romper el asedio en el que se encuentra por las tendencias globales.

La victoria de la alianza defensiva consiste en retrasar su caída, en frustrar los avances de la alianza ofensiva, sin nada que proponer ni por lo que pujar más allá de eso. Sólo queda esperar el surgimiento de “algún proyecto antagónico que se levante para trabar la esclusa de un camino asentado en una modernización seguramente elitista e incluyente” (92). La retórica, que es lo que parece ser la preocupación principal del autor, apenas oculta una incapacidad mucho más profunda: la de pensar el futuro.

Este capítulo muestra asimismo la autorrepresentación ideológica del kirchnerismo. Por una parte, el autor plantea el conflicto entre elites contra pueblo, o sectores populares, omitiendo el detalle de que esos sectores populares también son liderados por elites: políticas, sociales, sindicales. El esquema propuesto parece razonable para un suelto propagandístico populista pero no para un texto analítico de ciencias sociales. El peronismo y su última encarnación, el kirchnerismo, serían según el autor el actor político que asume la identidad de las clases populares, sin por eso constituirse en una elite o en un conjunto de élites, con sus agendas e intereses específicos.

Por otro lado, el análisis propuesto consta de dos actores excluyentes en pugna directa e inmediata. A todos los efectos el autor omite las referencias a un tercer actor, que es decisivo porque acoge, articula y transforma la dinámica entre las alianzas enfrentadas y que posee su propio conglomerado de intereses específicos: el Estado. Para Tereschuk parece ser una institución transparente, de clase (en un sentido marxista), es decir, un mero instrumento que sirve alternativamente a cada una de las alianzas, sin que incida su lógica propia es decir, la racionalidad burocrática que lo caracteriza. Esa omisión de ningún modo es involuntaria, sino estratégica: la invisibilización analítica del rol del Estado le permite identificar su intervención en la dinámica económica y social como una necesaria contribución a la alianza defensiva. Lo mismo sucede cuando trata de las tensiones internas de la alianza ofensiva durante el gobierno de Macri, hacia el final del cap. 4: no existe una sola referencia al ineludible potencial desequilibrante del gasto público excesivo. Simplemente el autor está disimulando el avance de la racionalidad burocrática detrás de principios de equidad, inclusión o justicia social. Y viceversa: en un planteo intelectualmente honesto, la inclusión analítica del Estado como mediador y articulador fundamental de la referida puja sirve para explicar por qué la Argentina registra, a la vez, indicadores socioeconómicos de pobreza y trabajo, niveles de inversión y actividad empresarial constantemente declinantes (todos pierden en la supuesta confrontación de “alianzas”) y un prolongado periodo de recesión económica.

En el tercer capítulo del texto el autor explica la dificultad que poseen los liderazgos fuertes, en particular los gobiernos que fueron conocidos en América Latina como del “giro a la izquierda” o la “ola rosa”, para organizar su continuidad en el poder. Este texto tiene la función específica de darle una explicación orgánica a la dialéctica entre elites y pueblo planteada en el capítulo anterior: el pueblo adquiere conciencia de sí, representación, organización y conducción a partir de la emergencia de un líder. El autor recurre a las tesis de Laclau sobre el liderazgo populista, como coagulante decisivo de una identidad política. Si se lo mira desde el tema que pretende abordar el libro, el capítulo apenas sirve para explicar la incapacidad del kirchnerismo de triunfar en las elecciones presidenciales de 2015 al no disponer de un liderazgo fuerte, fracasando así en estabilizar un rumbo político que pudiera sobreponerse a la lógica de hierro del ciclo. Pero no es un aspecto que constituya por si mismo parte de la dinámica estudiada.

El capítulo siguiente completa el razonamiento del anterior a partir de la categoría gramsciana de hegemonía: contra las versiones que afirman que el kirchnerismo logró imponer un régimen de hegemonía orgánica, sólida e incuestionable, Tereschuk afirma que apenas se trató de un proyecto prehegemónico que pudo alcanzar un régimen de hegemonía escindida o compartida con otras fuerzas políticas, con las que se alterna en el poder. Si se la contextualiza con el objeto del libro, la doble conclusión tácita es inquietante: por un lado, no es que no haya existido un proyecto hegemónico orgánico, sino que ha fracasado; por el otro, el autor entiende que la dinámica del ciclo sólo puede cerrarse con la imposición de una hegemonía orgánica. En la medida en que para Tereschuk los ciclos se identifican con la alternancia de fuerzas políticas rivales, ese proyecto hegemónico parece no ser del todo compatible con el sistema democrático-liberal.

El capítulo siguiente es probablemente el que más se acerca al problema enunciado en el título. Analiza tres ciclos o proyectos de aparente signo ideológico liberal que se impusieron con el imperativo de la modernización en la Argentina durante los últimos 50 años. A dichos proyectos modernizadores se opone un planteamiento identitario, que responden a la voluntad de “vivir a un ritmo autóctono y autónomo y de buscar un modelo de vida en el interior de la propia cultura e historia” (140) Ese enfoque identitario no parece ser sino una forma alternativa de aludir a la alianza defensiva analizada en un capítulo anterior, aunque el autor no establece analogía alguna. Lo peculiar es que se describen los ciclos modernizadores pero no los identitarios: la condición de ciclo está reservada sólo a aquellos periodos que suponen según la perspectiva del autor un retroceso. El ciclo son los otros. El objeto es identificar analogías entre los regímenes de orientación modernizadora con el gobierno de Macri: el proyecto tecnocrático de los regímenes burocrático-autoritarios en América Latina de la década de 1960, la modernización excluyente de la Revolución Argentina, encabezada por el General Onganía; el régimen monetarista de liberalización de capitales durante el Proceso; la alianza electoral que sirve de sustento al programa de reformas liberales durante el gobierno de Menem. Las caracterizaciones de cada periodo son ciertamente disímiles y se prestan poco al análisis comparativo. Lo que al autor le resulta una analogía patente entre estos periodos y el gobierno de Mauricio Macri resulta una comparación ciertamente imprecisa y forzada. Por otro lado, las abundantes referencias a la obra de Guillermo O´Donnell sobre los regímenes burocrático-autoritarios de los años 60 y 70 generan la inequívoca vinculación entre aquellos gobiernos de facto y el gobierno de Macri. Parece claro por otra parte el juicio del autor sobre los proyectos de modernización en la Argentina: autoritarios, excluyentes y enfilados contra las clases populares. No parece haber lugar para un proyecto de desarrollo de un signo diverso.

Las continuas críticas al gobierno de Macri enfrentan al autor con una pregunta final: ¿por qué consiguió el voto mayoritario en las elecciones presidenciales de 2015? Además de recurrir al argumento ritual de la campaña favorable de los medios hegemónicos, Tereschuk se vale de descriptores psicológicos del voto como los de George Lakoff y Theodor Adorno, que distinguen dos disposiciones básicas: padre estricto/ personalidad autoritaria por un lado y familia progresista o enriquecedora por el otro. Estas disposiciones tendrían preferencias opuestas, en materia de discursos políticos, en torno a su racionalidad y fundamentación en datos. Los primeros, que se identifican con el macrismo, rechazarían los discursos racionales y fundamentados, prefiriendo por su parte consignas y mensajes que apuntan a lo emotivo y a lo aspiracional. El problema que plantea el fenómeno de que las personas voten contra sus propios intereses es abordado a partir de los estudios de Arlie Russell Hochschild sobre el voto a Trump. La clave está en una reacción defensiva ante el conjunto de factores que se perciben como amenazas: la inmigración, el desarrollo de la diversidad cultural, la globalización, la erosión de las jerarquías que se asumían como naturales, la constatación de que minorías raciales, sexuales y culturales ganan ventaja en la carrera del progreso social. Nótese la notable contradicción en la que Tereschuk incurre para explicar el voto al gobierno de Macri. A partir de análisis del comportamiento electoral en los EEUU, impugna la actitud de los simpatizantes de Macri en función de los mismos atributos que le parecen el activo principal de la cultura política argentina: la alianza defensiva y las políticas identitarias que se oponen a los proyectos de modernización y racionalización.

El texto difícilmente resulta una herramienta útil para comprender la dinámica de la historia argentina reciente. Pero cumple, en un sentido claro, lo que enuncia en su prólogo, donde se explica que “la pretensión de objetividad no formará parte de este recorrido” (25). No se trata de una declaración metodológica sino política. Bajo el estilo argumentativo de apariencia científica, su propósito es otro. El libro tiene la ventaja de mostrar el estado del arte de una parte sustancial de la ciencia política argentina: ha renunciado a producir conocimiento con el objeto de comprender mejor la realidad política y social del país y contribuir activamente a la toma de decisiones de gobierno, para dedicarse a la fundamentación ideológica y la legitimación teórica de una determinada fuerza política, esté en el gobierno como en la oposición.

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