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Educación Física y Ciencia

versión On-line ISSN 2314-2561

Educ. fís. cienc. vol.15 no.1 Ensenada jun. 2013

 

ARTICULOS

Poder, cuerpos y representaciones sobre lo masculino, entre policías y jugadores de rugby

Power, bodies and representations of manhood among police officers and rugby players

 

Juan Bautista Branz1(*); José Antonio Garriga Zucal2(**)

(*) Universidad Nacional de La Plata. (Argentina)
juanbab@yahoo.com.ar

(**) Universidad Nacional de San Martín Argentina)
garrigajose@hotmail.com


Resumen

En estas páginas, a través de un diálogo comparativo entre dos objetos y sujetos de investigación diferentes, reflexionaremos sobre representaciones corporales y nociones de lo masculino Proponemos comparar los resultados de dos trabajos etnográficos uno entre hombres que juegan al rugby en la ciudad de La Plata y el otro entre hombres y mujeres policías de la provincia de Buenos Aires. Nuestro objetivo es analizar cómo diferentes agentes del mundo social producen y reproducen, a través del cuerpo, nociones de género. Nuestro recorrido analítico nos lleva, primero a ver las representaciones del cuerpo, en cada uno de estos mundos relacionales para luego analizar cómo se usan estas representaciones. Nos motiva reflexionar las formas en que lo corporal se constituye en referente de nociones de masculinidad, y cómo estas son, al fin y al cabo, recursos utilizables según los contextos sociales.

Palabras claves: Cuerpos; Masculinidad; Policía; Rugby; Etnografía.

Abtsract

In these work, we reflect about body representations and notions of masculinity through a comparative dialogue between different research subjects and objects. We compare the results of two ethnographic works: the first one is about men who play rugby in the city of La Plata, and the other is about police men and women of the province of Buenos Aires. Our objective /goal is to analyse how agents who belong to different social worlds produce and reproduce, through their bodies, notions of gender. Our analysis focuses first on the body representations in each of these two worlds to analyse, then, how these representations are used. We are concerned with the ways in which the body becomes a referent to notions of masculinity and how these are eventually used as resources according to different social contexts.

Keywords: Bodies; Masculinity; Police; Rugby; Ethnography.


Introducción

En estas páginas reflexionamos sobre la construcción de la corporalidad y su ligazón con lo "masculino", a través de un diálogo comparativo entre dos objetos y sujetos de investigación diferentes: hombres que juegan al rugby en la ciudad de La Plata y hombres y mujeres policías de la provincia de Buenos Aires. El primer caso, se trata de la investigación doctoral realizada por Juan Branz, dedicada a pensar la construcción de masculinidad entre jugadores de rugby de la ciudad de La Plata. El segundo caso, tiene que ver con el análisis de miembros de la policía Bonaerense que realiza José Garriga Zucal.

Dos zonas -en apariencia diferentes-, con reglas instituidas que cargan con la tradición de cada espacio, pero que, sin embargo, hacen del cuerpo un herramienta clave en sus prácticas y representaciones. La posición y exposición del cuerpo en diferentes porciones del espacio social, nos ofrece un espacio de reflexión sobre cuerpos y representaciones de lo masculino.

La comparación será el desafío que nos permita estudiar cómo diferentes agentes del mundo social producen y reproducen, a través del cuerpo, nociones de género. Analizaremos las representaciones que nuestros interlocutores construyen sobre sus cuerpos, sus contextos de acción y sus modos de reproducir ideales de género. El diálogo comparativo estará centrado en espacios asociados a la masculinidad, aunque la policía bonaerense sea una fuerza mixta. Ambos trabajos en campo nos otorgan la posibilidad de pensar, en espacios históricamente asociados al ocio y al trabajo, representaciones y usos corporales. Así será el recorrido del trabajo analítico de este texto: primero observaremos las representaciones del cuerpo que se construyen en estos mundos relacionales, para luego analizar cómo se usan estas representaciones.

Metodología

El trabajo elaborado desde un enfoque etnográfico (más allá de pensar desde otras técnicas, herramientas e instrumentos) es el resultado de aproximaciones etnográficas que se iniciaron en el 2009 entre policías de la provincia de Buenos Aires y jugadores de rugby de la ciudad de La Plata.

Garriga Zugal realiza desde el 2009 una aproximación etnográfica entre miembros de la policía de la provincia de Buenos Aires que tiene como objeto analizar las definiciones de violencia desde la óptica de los agentes de la fuerza. En este período realizó trabajo de campo en dos comisarías, una de zona norte y otra en las afueras de La Plata, y más de treinta entrevistas abiertas y no estructuradas, diez de ellas extensas historias de vida, con policías de distintas jerarquías.

Branz realiza una investigación entre los jugadores del Club Universitario de La Plata, La Plata rugby Club y Albatros Rugby Club. Privilegió las entrevistas semi-estructuradas (se realizaron, hasta el momento 32), la observación participante en entrenamientos, practicando el deporte y llevando a cabo la experiencia propia del "hacer" y la observación no participante de partidos, tercer tiempo y diferentes espacios de sociabilidad de los jugadores (gimnasio de musculación). En las entrevistas, la desagregación de trayectorias familiares e historias de vida, fue fundamental para lograr ubicar y categorizar, provisoriamente, a los interlocutores en la estructura socioeconómica, y en la posición en relación a la distribución de capitales en juego en nuestras sociedades (económicos, culturales, sociales). También fue relevante la búsqueda y recopilación de documentos de campo, vinculados a la historia del rugby en Argentina, en la provincia de Buenos Aires, en La Plata, y en los clubes construidos como unidades de observación, enmarcaron la investigación en términos historiográficos, y colaboraron al entendimiento actual de las lógicas del campo.

Representaciones

"Se puede decir, por consiguiente, que en la vida social las personas y las diferencias de posiciones (fundadoras de identidad), existen bajo dos formas: una forma objetiva, es decir, independiente de todo lo que los agentes puedan pensar de ellas, y una forma simbólica y subjetiva, esto es, bajo la forma de la representación que los agentes forjan de las mismas. De hecho, las pertenencias sociales (familiares, profesionales, etcétera) y muchos de los atributos que definen una identidad revelan propiedades de posición. Y la voluntad de distinción de los actores, que refleja precisamente la necesidad de poseer una identidad social, traduce en última instancia la distinción de posiciones en el espacio social" (Giménez, 2005:38).

Existe entre los policías de la provincia de Buenos Aires un ideal policial, un modelo de "verdadero policía", particularizado por el coraje, la bravura y la ausencia del temor en la "lucha contra el delito". Para este imaginario el cuerpo tiene un rol protagónico ya que la fuerza física emerge como una de las características necesarias y distintivas del hacer policial. Esta representación configura un "deber ser" con el que los/las agentes dialogan en su cotidianeidad. Existe en el mundo policial una pluralidad de formas distintas y distintivas de ser policía. Sin embargo, estas formas múltiples se encuentran con un mandato que estipula cómo deben ser los/las policías. Irrumpe entre nuestros informantes un ideal policial, una forma de ser: "verdadera", distintiva y característica. Para los miembros de la fuerza el "verdadero policía" es quién guiado por su valentía combate el crimen3. Modelo policial con una dimensión corporal. El perfil imaginario, caracterizado por el uso de la fuerza y la valentía, emparenta el coraje y la bravura a un tipo específico de cuerpo. Es necesario mencionar que muchos de nuestros interlocutores -apreciaremos en estas páginas la heterogeneidad del universo policial-, no entran en dicho molde aunque lo (re)produzcan.

La ligazón entre policía, fuerza física y masculinidad traza una característica distintiva del hacer policial. El trabajo policial es, para ellos, el riesgoso combate, contra la delincuencia4. Los peligros cotidianos de la lucha contra la delincuencia pueden ser afrontados por quienes poseen cuerpos fuertes capaces de enfrentar los azares del riesgo. Virilidad y fuerza se encarnan como elementos "naturalmente" conectados, que incluyen en la asociación a lo femenino como débil, frágil y por lo tanto deleznable.

Estas representaciones exigen a los funcionarios policiales "ajustar" sus ideales corporales al legítimo molde del "verdadero policía". Es necesario, entonces, poner en escena, actuar un cuerpo. La teatralización de la fuerza física, construye un ideal de policía, un "verdadero policía" particularizado por el coraje, la bravura y la ausencia del temor. Gestos, modismos, usos del cuerpo que remiten a la fuerza, a la valentía, ensamblan al policía ideal. Este ideal del arriesgado trabajo en la búsqueda de peligrosos malvivientes, del uso de la fuerza, es escenificado hasta por aquellos que no encajan en ese molde.

Lejos de pensar dentro del campo del rugby el problema de la delincuencia, los cuerpos se estructuran, o mejor dicho, se piensan, se nombran y se modelan por otros caminos. Desde el rugby, históricamente, en la ciudad de La Plata y en Argentina se concibió la oportunidad de conciliar en un mismo espacio, por un lado, la condición de caballerosidad (basada en la tolerancia, la lealtad, el respeto y la disciplina) y, por otro, la agresividad (asociada a las características de violencia de la práctica). A propósito de esta asociación de significados, George Mosse realiza una genealogía del concepto de caballerosidad analizando cómo la noción de caballería -propia de la Inglaterra del siglo XIX- es tomada por las clases medias, para construir sus moralidades y sus costumbres. Mosse sostiene que la caballerosidad está asociada no sólo a los atributos físicos de un caballero (y su correspondiente virilidad, fuerza y coraje expresados en las posturas y en las apariencias corporales), sino a los modos correctos de comportarse (Mosse, 1996). En apariencia, si remitimos a la condición dualista, de lo dócil y lo agresivo, o lo violento y lo pacífico, estableceríamos una oposición, que en el campo de rugby, se presentaría como complementaria o necesaria. Es decir, el sistema elaborado históricamente en base a modelos civilizatorios que regularon el espacio del rugby en Argentina, como vínculo deportivo con los sectores dominantes, a través de una lógica apoyada en la razón como forma de "descubrir" el mundo y construir las propias prácticas, estabilizó y garantizó la necesidad de resguardar un espacio distintivo de clase y, conjuntamente, un lugar seguro para los atributos asociados a una forma tradicional de masculinidad.

La tolerancia al dolor en el rugby, representa un grado mayor en el umbral de asimilar esos dolores, dados otros deportes que incorporan menos contacto físico, y por lo tanto un nivel menor de violencia y agresividad. Se tolera no sólo con las palabras, sino con el cuerpo. Aquí, recuperamos la adaptación de Wacquant (2006) -de la idea de Mauss- sobre el concepto de cuerpo como herramienta técnica del hombre, con la capacidad de generar actos eficaces, en este caso, para la representación de una práctica que se emparenta todo el tiempo con el dolor5. Con el sacrificio, nos referimos, siguiendo a Wacquant (2006), a un dispositivo de discriminación, por un lado, y a un elemento que fortalece el vínculo grupal. Quienes se dispongan y adhieran a la moción de exponer el cuerpo al sacrificio y al dolor, irán adquiriendo el honor específico (Wacquant, 2006) que históricamente detenta la práctica del rugby. Por lo tanto, se instituye una línea divisoria que estimula el pasaje hacia el honor, y hacia el reconocimiento. Esto reafirma una forma más de amparar -y admitir como naturales- las desiguales condiciones materiales y simbólicas, que se establecen no sólo con las mujeres, sino con los otros hombres que no participan del rugby.

El sacrificio, el dolor, la lealtad (hacia los rivales), el respeto (hacia los iguales en jerarquía, o los mayores), van erigiendo el sentido de la caballerosidad que reside, principalmente, en las prácticas corporales. Así, se construye ese conjunto de virtudes masculinas, en tanto físicas y morales, donde se asegura la reproducción de criterios dominantes para separar lo femenino de lo masculino, y donde "lo agresivo" y "lo racional" se superponen hasta formar un sistema complementario. Agustín, jugador entrevistado, entiende que:

"si no jugás usando la cabeza al minuto cero te fuiste expulsado, porque es así; porque si jugás solamente con la animalidad de la fuerza, cagaste. Yo creo que es un deporte mucho más racional que de fuerza. Acá, en el mismo deporte, el que usa la cabeza, después lo complementa estando bien físicamente"

Jerarquías

Para muchos de nuestros interlocutores, el "buen policía" es quien no se amedrenta ante el peligro, quien no se acobarda ante el riesgo, quien maniobra en los escenarios conflictivos con valentía. Aquel que no se intimida ante los delincuentes es denominado como "poronga". El sujeto policial poseedor de estas cualidades parece gozar del reconocimiento de sus pares. La contracara del "poronga" es el que se "acobacha", el agente temeroso que rehúye a las situaciones de riesgo. El que se "acobacha" es un cobarde, que no posee las características del "poronga".

Ariel6, un suboficial con seis años en la fuerza, nos contaba que ante un llamado de emergencia se encontró en una situación de persecución que lo llevó a las puertas de una "peligrosa" villa miseria del barrio de Dock Sud. Pensándose acompañado por su pareja de trabajo entró corriendo al barrio haciendo algo, según él, sumamente arriesgado. A las dos cuadras se dio vuelta y vio que estaba solo. Volvió al patrullero, corriendo, sudado, asustado y encontró a su compañero dentro del auto, según él, "cómodamente sentado". El compañero aludía que se había quedado en el auto para reiterar el pedido de refuerzos, pero para Ariel eran otros los motivos: "era un cagón". Nos expresó que prefirió no hablarle ya que temía no poder controlar su ira; nos dijo, que no le habló porque "si le hablaba lo tenía que matar". Recuerda que cuando llegó a la comisaría fue directo a hablar con el comisario y a los gritos dijo que no salía más a trabajar con ese "cagón de mierda".

Las palabras de Ariel ejemplifican la distinción entre el valiente policía que no se amedrenta ante el riesgo y su compañero que acobardado se "acobachó" en el patrullero. Así como Ariel son numerosos los policías que afirman estos valores sosteniendo la relevancia del coraje, la valentía. La cobardía es representada como contracara de las señales distintivas del "buen policía". Ariel nos decía en la misma charla que para afrontar al riesgo era necesario tener "huevos", en referencia a los testículos pero sobre todo a un rasgo actitudinal.

La distinción en el rugby tiene que ver con una línea divisoria entre los que se animan a todo (dentro de la cancha) y los que no se atreven. Aunque también se establece una jerarquía etaria que se mantiene y reproduce hacia dentro de los grupos. Las palabras de Nacho, describen el desnivel en la toma de decisiones:

"por ejemplo el respeto al capitán; si el capitán dice "todos al piso", es todos al piso. Que a veces parecen absurdas pero sirven para el orden, no es de facho, sino es una cuestión de orden, de referencia, cuestión de que al tipo más viejo hay que respetarlo, que el pendejo tiene que cerrar el orto, siempre y cuando sea una cuestión lógica; y no se discute, si un pendejo se retoba: "cerrá el orto pendejo, ¿qué querés?, tomátela!". Que a veces se pierde, como te digo, a veces se pierde y de repente, por ejemplo en Albatros7 que son muchos pendejos ahora, somos pocos los grandes, entonces es como que estás avasallado por un montón de pibes, que no es lo mismo controlar a dos que controlar a veinte, entonces el respeto por callarse, por no hablar boludeces, por no pajerearse, que le pasa más al pendejo que al grande. Porque el tipo grande deja un montón de cosas para hacer, para esforzarse, para ir a entrenarse y el pendejo deja la play, o no estudia, o labura y no va a laburar, ¿me entendes la idea? Y caballerosidad por una cuestión de que el rugby está siempre rozando el que te cagues a palos, rozando el desastre."

Adem ás, Gerardo, jugador de otro de los clubes observados, indica que:

"Yo me acuerdo que había visto una película de nazis, de como se podría generar eso hoy en día, y me agarra un poco de miedo, porque sí a mi me dicen que agarre y que vaya y me estrole contra una pared y voy, entrenando; pero bueno, ahí se corta ese tipo de cosas, ¡es extraño! Pero, creo que hay una organización tal, histórica, que es muy interesante, porque funciona, es raro pero funciona."

Nacho insiste en diferenciarse de otros agentes sociales, afirmando las posibilidades y capacidades f ísicas y morales del jugador de rugby, organizando el mundo entre un nosotros y ellos:

"Para mí el jugador de rugby es como un rottweiler con bozal, se saca el bozal y te muerde, entonces vos tenés que el bozal es el réferi, el bozal es que te sacan amarilla y dejas con uno menos. Entonces el bozal es que te rompes el culo toda la semana para jugar el sábado, y no especulas con que bueno, me sacan amarilla y hago tiempo, no especulas con que de última te sacan una amarilla y bueno, vos especulas con quedarte los 80 minutos adentro de la cancha, especulas con tacklear, y especulás con que si me pegó una piña, sí lo pienso ajusticiar, pero si me jode lo saco en un tackle, o sea, es la manera, entonces de repente se ve muy mal porque un tipo que pega una piña es un grasa, es un cabeza, la típica "anda a jugar al fútbol pibe, esto es rugby". Eso es "honor" y eso es "caballerosidad". Cuantas veces te has agarrado a piñas en la cancha y cuando termina el partido y te abrazas con el otro tipo que te agarraste a piñas y le decís "cómo me pegaste" cagándote de risas, o agradeces que terminaste entero, o agradeces que ganaste un partido y es una guerra en serio, o sea, no tiene relación con otro deporte."

Para el mundo policial, aquellos que se acobardan en situaciones de peligro carecen de "huevos", valentía y coraje. Diego, un comisario al que presentaremos más adelante, en varias oportunidades afirmó que para ser policía había que "tener huevos", ya que el trabajo policial era, para él, sumamente riesgoso y sólo con valentía podía hacerse. Los "huevos" como señal de bravura y coraje evidencian metonímicamente la valentía y la masculinidad, punto que luego ampliaremos. Los valores ideales del "verdadero policía" se construyen sobre un molde que remite a lo fuerte vinculado a lo masculino, edificando una frontera.

En el rugby, Hilario nos expone la idea de una "locura" conciente. De una irracionalidad premeditada. Como si el jugador que entra a la cancha debe poner en acto un estado de demencia indomable. Esa es la característica que Hilario comparte como condición para animarse a ser un buen jugador de rugby: audaz, corajudo, valiente y, además, con una locura que expresa como inherente al jugador.

"Creo que para jugar al rugby tenés que tener locura, tener que sentirte bien, fuerte, porque si no tenés esa locura para jugar... Por esto que te digo, es un deporte de contacto, es un deporte donde te encara un tipo de 130 kg., y de 2 metros y vos tenés que estar fuerte de la cabeza, sobre todo, para sentir que lo podes bajar, para sentir que lo podes tacklear, para sentir que le ganas vos. Entonces si vos perdés eso, perdés esa locura que tenés, por una cuestión lógica, vos salís a la calle y no te pones a pelear con un tipo de 130 kg y de 2 metros, vos adentro de la cancha lo haces a eso, lo haces sin pensarlo, no lo pensar; y cuando empezás a pensar: "Che, para, este es más grande, este es más rápido" y ahí es cuando das un paso al costado."

Entre los policías, se construye una división que instituye imaginariamente que las tareas administrativas están vinculadas a cuerpos poco resistentes y que el trabajo "de calle" es señal de cuerpos resistentes. Esta representación es puesta en duda, cuestionada, por los que la sufren como forma de impugnación de sus tareas, que catalogadas como administrativas parecen menos policiales pero también por los mismos que las esgrimen, al dar cuenta de recuerdos –historias valerosas de los administrativos- que ponen en duda sus propias afirmaciones. Sin embargo, a pesar de las impugnaciones son representaciones que se reproducen y ordenan el ideal del "verdadero policía".

Las tareas administrativas requieren, seg ún nuestros informantes, saberes técnicos, conocimientos burocráticos, es decir un trabajo de tipo intelectual plasmado en labores rutinarias, apacibles y sosegadas. Un suboficial cuya cotidianeidad laboral era la opuesta, repetía que el trabajo administrativo era "tranquilo". Sus palabras no eran despectivas para con sus compañeros pero desnudaban que en la división de tareas "el verdadero trabajo policial" era el que hacían ellos: los que estaban en "la calle". Trabajar en un patrullero o caminando, hacer un allanamiento o identificar a un sospechoso son tareas que, a sus ojos, demandan saberes físicos capaces de afrontar la peligrosidad cotidiana. Sosiego y riesgo, dos caras del hacer policial. Dos caras que no pueden ser encarnadas en un mismo agente, haciendo necesario dos tipos de sujetos sociales diferentes para tareas diferentes: intelectuales o corporales.

Lo intelectual asociado a lo administrativo y lo físico a "la calle" organizan una frontera sustentada en la diferencia entre roles pasivos y activos; roles que reconstruyen distinciones de género. La masculinidad está asociada a lo activo y lo femenino a lo pasivo (Bourdieu 2003). Varios de nuestros interlocutores afirmaban que un "verdadero policía" es quien afronta los peligros del cotidiano trabajo con los delincuentes. Para estos, por el contrario, el trabajo intelectual es pasivo: "tranquilo". Badinter sostiene que "la identidad masculina se asocia al hecho de poseer, tomar, penetrar, dominar y afirmarse si es necesario por la fuerza. La identidad femenina, al hecho de ser poseída, dócil, pasiva, sumisa" (1994: 165).

Las diferentes actividades policiales asociadas a roles se encuentran aquí ante una contradicción. Aquellos que dicen ser "los verdaderos policías", los que arriesgan su integridad en la cotidianeidad laboral son subordinados de los que para ellos mismos son representados como femeninos. Rompen así la asociación que existe entre los pares sumisión-feminidad y libertad-masculinidad. La estructura formal de la fuerza ordena las relaciones laborales imponiendo una lógica jerárquica diferenciando los que mandan de los que obedecen; distinción análoga a la de oficiales y suboficiales. Los que mandan son dentro de la lógica de roles los feminizados que realizan el trabajo intelectual, encontrándonos ante una contradicción salvada, provisoriamente, por ambas posiciones de forma diferencial.

Los suboficiales, quienes mayoritariamente hacen el trabajo de calle, sin importar su sexo, sostienen que los oficiales carecen de los saberes del verdadero policía. Las tareas administrativas alejadas de la acción rutinaria de prevención y lucha contra la delincuencia hacen de sus conocimientos entelequias abstractas. Por ello, en función de este desconocimiento impugnan su capacidad de mando. Además, argumentan que las deficiencias institucionales son el resultado de que el gobierno de la fuerza esté en manos de aquellos que nada saben de la cotidianeidad policial. Cotidianeidad que más allá de la sumisión jerárquica reubica a los dominados como dominantes.

Las relaciones diferenciales de género y la construcción masculina y femenina en el rugby se establecen en el saber y no saber. Entre la posesión de un saber práctico (que, según los interlocutores, las mujeres no poseen) y un saber táctico/estratégico (que tampoco asimilan, según los informantes). Además de la supuesta incomprensión, por parte de las mujeres, de pertenecer a un grupo donde la práctica de rugby es representada como un "sin sentido". Cuestión que expresa Nacho, en un pasaje de sus relatos, aludiendo a un sistema de fidelidad y compromiso hacia dentro del grupo que, pareciera no ser comprendido por quienes no forman parte del rugby:

"tenés que estar a las nueve de la noche un lunes de julio con lluvia, o dos grados bajo cero corriendo, eso es sacrificio, y no faltas, porque vos sabes que si faltas estás rompiendo con tu convicción, estas rompiendo con tu palabra que es: "loco, yo me comprometo a serle fiel a todos mis compañeros para ir a entrenar", y que te dicen siempre "eh, si no venís estás cagando a todos tus compañeros para entrenar" , y es verdad, estas cagando a tus compañeros. O sea, estas cagando al tipo que por más que sea bueno, o malo, o gordo, o feo, o lindo que va al club, que dejó cosas de hacer. Yo me he peleado mil veces con mis novias porque te dicen "dale, si jugás todos los sábados, este sábado no vayas a jugar, vamos al Shopping", le decís "loca, yo asumí un compromiso a principio de año de jugar todos los sábados de acá a que termine el campeonato", y hay gente que no lo entiende a eso, la mujer no lo entiende, "si vas todos los sábados, un sábado que faltes ¿qué pasa?, ¿qué problema hay?", eso es sacrificio y compromiso, ¿me entendes?, es comprometerse."

Agregando que:

"la gente sabe de fútbol, las minas saben de fútbol más que de rugby en un 80%. O sea, una mujer de rugby es una mujer que tuvo un marido que juega al rugby y sus hijos juegan al rugby, sino, no va la cancha, la mujer de rugby; y después están las novias y después están las amigas de las novias que van a ver a algún tipo que les gusta."

"Es un deporte que una mina desde afuera lo ve y se aburre, porque no lo entiende, no entiende que hacen tres gordos cagándose a palos."

La presencia de las mujeres, seg ún Nacho, estaría suscrita a la seducción, el erotismo y el deseo sexual hacia los jugadores. En la policía los oficiales, quienes mayoritariamente realizan tareas administrativas, sin importar su sexo, argumentan que sus subordinados carecen de los conocimientos institucionales que permiten dirigir a la policía. Repiten que los "vigis" -forma a veces despectiva, a veces afectiva de llamar a los suboficiales- están para obedecer y no para pensar. Pensar y ordenar es una tarea propia de los oficiales, tarea intelectual aunque no sumisa. La dicotomía mandar- obedecer reordena la distinción entre lo masculino y lo femenino. El que ordena, dirige, guía es masculinizado y el que obedece feminizado; la jerarquía formal reordena las relaciones dentro del mundo laboral.

Los oficiales no sólo se basan en las jerarquías formales para establecer o restablecer el orden de dominación dentro del mundo laboral. Por un lado, muchos oficiales tienen experiencias en el trabajo de "calle" y/o en situaciones de enfrentamiento, vivencias que utilizan para ejemplificar su pertenencia al universo de los "verdaderos policías". Por otro lado, y reconfigurando la noción de riesgo, algunos oficiales establecen diferencias entre distintas tareas de mando y observan que muchas de las labores administrativas pueden ser catalogadas como de "acobachados" por ser actividades sin toma de decisiones. Así, por ejemplo, un comisario a cargo de una seccional reconocida por su peligrosidad sostenía que tenía muchos colegas que se "refugiaban" en comisarías "tranquilas", ya que carecían de los "huevos" necesarios para responsabilizarse de "zonas calientes". Los "huevos", metonimia de la masculinidad, de los que toman decisiones, de los que mandan, son una marca de hombría. Masculinidad y dominación emergen como un tándem irrompible.

Esta misma noción -socialmente difunda8- ordena la relación de toda la fuerza con la comunidad, replicando representaciones que asocian lo masculino a lo dominante y lo femenino a lo dominado. La policía se auto concibe como una institución masculina y por lo tanto dominante en su relación con la sociedad civil idealizada como femenina (Sirimarco 2009). El lenguaje de género representa al policía como hombre y a la sociedad como femenina. Esta representación supone una expropiación simbólica de la fuerza edificándola como virtud masculina y estructurada como distinción jerárquica.

La fuerza y la debilidad son los argumentos que organizan este lenguaje. Orden que sustenta el dominio en el mando vinculado a la fuerza. Existe una matriz cultural en nuestra sociedad que subordina a lo femenino (Segato 2003), matriz que hace de "la debilidad" femenina eje de esa jerarquía. Jerarquías estas que ordenan el mundo relacional de la actividad laboral. Los policías, tanto hombres como mujeres, en sus interacciones deben exponer fortaleza como señal distintiva del "verdadero policía". Exposición que impone diferencias según el género de quién expone.

Una representación casi incuestionada, se traza en la idea de que "el verdadero policía" se caracteriza por la fortaleza física. Tres elementos se conjugan confeccionando un complemento, una adición sólida, casi irrompible: hombría, fuerza, policía.

Ariel, en una charla en la cocina de la comisaría mientras picaba unas zanahorias para cocinar con unas lentejas, indicaba que prefería patrullar con compañeros hombres ya que se sentía más seguro, más respaldado. "Cuando patrullo con una mujer me tengo que cuidar a mí y ella", decía Ariel invocando la imagen de debilidad femenina. Imagen que ampliaba la fragilidad femenina al tener que ser defendida por un hombre.

Para ser un buen policía hay que tener coraje y valentía. La asociación entre masculinidad y valentía se constituye en la posesión de la fuerza como un elemento policial distintivo y eje de la labor policial. La distinción se sustenta en ideas corporales. Es por ello, que cuerpos robustos son asociados a la fuerza y a la masculinidad y las corporalidades débiles a lo femenino. Un comisario señalando a una chica joven y extremadamente delgada decía que no la podía mandar a trabajar en la calle, ya que su fragilidad y debilidad era tal "que el viento se la llevaba". Suarez de Garay (2005) en una etnografía entre policías de la ciudad de Guadalajara, México, sostiene que las labores policiales son para sus informantes tareas masculinas. Exhibe como estos policías aztecas aceptan la inclusión de mujeres en la fuerza sólo si estas no intervienen en las tareas de policiamiento que son consideradas estrictamente masculinas basadas en el imaginario vínculo entre fuerza, policía y robustez corporal.

Las representaciones corporales son lugares privilegiados que tienen los grupos sociales para construir los diacríticos de género. Mosse (1996) sostiene que en la construcción de la masculinidad moderna el cuerpo es el lugar principal de la unión entre virtudes y masculinidad. Hombría y fuerza se enlazan imponiendo a mujeres y hombres una representación del "verdadero policía" que estipulan formas de hacer. Estas representaciones son comunes entre algunos ciudadanos quienes consideran que están más seguros si son protegidos por hombres que por mujeres.

Para iluminar la relación fuerza, masculinidad y policía abordaremos un suceso que aconteció durante nuestro trabajo de campo. Una mañana tranquila charlaba con la oficial de guardia sobre los avatares del mundo policial. Inés, una joven suboficial, recientemente egresada, recordaba cómo había decidido hacerse policía cuando una señora interrumpió nuestra charla pidiendo ayuda. Necesitaba la asistencia de un policía, ya que la señora mayor que cuidaba se había caído y no la podía levantar. Inés se ofreció pero la señora le dijo que no iba a poder, ya que la señora era muy pesada. Me miraron ambas a mí y la mujer policía dijo, señalándome: "el agente nos va a ayudar". La señora que había pedido ayuda parecía indecisa, no le convencía mi vestimenta de civil, decía que la persona mayor que cuidaba no aceptaría que la ayuden si no iba la policía. Repetía, nerviosa, que podría haber ido a pedir ayuda a los verduleros que trabajan enfrente de su casa, pero que la anciana no quería ser ayudada y que sólo la autoridad policial podría convencerla de dejarse levantar. Ante esa situación la señora se encontraba ante un problema, aquellos que podían ayudarlos éramos una delgada oficial uniformada y un hombre sin uniforme. Los que representaban a la policía, por medio del uniforme parecían carecer de fuerza y aquel que posiblemente tuviera fuerza estaba sin la vestimenta representativa. Inés intentó buscar un compañero varón que la ayude, pero nadie podía en la comisaría. Había sólo dos hombres y no podían. Dejó la guardia en manos de la teniente que se encargaba de judiciales y fuimos a levantar a la anciana. Más allá de lo anecdótica, la actitud y las palabras de la señora exhiben el vínculo lógico que existe entre masculinidad y fuerza, como contracara de la feminidad asociada a la debilidad. Relación que se trasluce también en la actitud de la uniformada quien me señaló a mí como hombre y buscó a otros varones para hacer una tarea relacionada con la fuerza.

La seguridad y la protección están vinculadas al potencial uso de la fuerza. Una policía nos contaba la decepción de un vecino que vio bajar dos mujeres de un patrullero. Recordaba que el vecino indignado decía: "necesito a la policía no a dos chicas". Observamos, también, que el vínculo entre fuerza y masculinidad está difundido en diversos ordenes sociales (Segato 2003).

Raquel, una teniente encargada de los trámites judiciales en la comisaría, recordaba que "a veces la gente llamaba a la comisaría para pedir otro patrullero de refuerzo. Porque me veían a mí. Y esos eran los comentarios en la comisaría cuando llegaba." Raquel es delgada, de modales delicados, coqueta, correctamente maquillada y de hablar pausada; ahora está a cargo de tareas administrativas pero recuerda con afecto las rondas en los patrulleros y las tareas en la "calle". Menciona que prefería patrullar con compañeras mujeres, ya que con los hombres se aburría y poco tenía para hablar. Y aclara que no se sentía más protegida con compañeros hombres, que la seguridad no tenía nada que ver con el sexo sino con la experiencia y la actitud9.

En la misma sintonía, Vanesa recordaba que cuando empezó a patrullar notaba que los mismos vecinos pedían patrullas comandadas por varones y que cuando llegaba a la comisaría sus compañeros se lo hacían saber para deslegitimar su presencia en las calles. Vanesa es una oficial, subinspector, robusta, cuya apariencia, formas corporales y modales serían definidos como masculinos por varios de sus compañeros. Ella recuerda con tristeza sus esfuerzos para ser reconocida como una más entre sus pares. Lugar que, dice haber ganado, a fuerza de "salir" a la calle; ella sostiene que tuvo que disputar su lugar como "policía" discutiendo con aquellos que le ordenaban hacer tareas administrativas. Recordaba: "siempre trataban de no asignarme tareas de hombres, o sea... yo dije: "yo soy policía y soy policía en todos lados y en todas las cosas, hago todo yo. Eso fue mío una cosa para superarme yo." El trabajo en la "calle", verdadera tarea del hacer policial, aparecen vedadas para las mujeres. Veda impuesta no sólo por sus compañeros hombres sino también por las representaciones de género que fluyen más allá de los límites de la institución policial.

Las imágenes y palabras que presentan Raquel y Vanesa nos permiten observar cómo se construye y reconstruye la representación del "verdadero policía" pero, también, cómo este modelo se manipula, se usa. El deseo de Vanesa de hacer tareas "policiales" y no administrativas muestra de qué forma algunos oficiales comparten con los "vigis" la idea de que el "verdadero" trabajo policial es el que se da en la "calle". Tira por tierra, así, las nociones que suponen que los oficiales hacen tareas administrativas y los suboficiales la "calle". Por otro lado, Raquel y Vanesa recuerdan que hicieron las tareas supuestamente masculinas. Raquel sostiene que realiza estas tareas mejor que algunos hombres y pone en duda a la fuerza física como característica distintiva del hacer policial, manifiesta que es más importante la experiencia y la actitud que la fortaleza. Vanesa, por el contrario, vincula la fuerza a las tareas policiales pero no las limita al mundo masculino. Ambas acuerdan que el "verdadero policía" no tiene porque ser un hombre, difieren en el papel central de la fortaleza física para cumplir con las labores policiales.

Dos feminidades diferentes se ajustan, con estrategias de aceptación y de impugnación, al modelo policial. Por otro lado, este modelo oculta la diversidad del trabajo policial. No sólo quedan opacas las tareas administrativas sino, también, numerosas labores cotidianas que nada tienen que ver con el uso de la fuerza física ni con las intervenciones de riesgo. De hecho, buena parte de las labores policiales están relacionadas con la intervención en problemas domésticos y conflictos familiares. Intervenciones que a los ojos de muchos de nuestros interlocutores desvirtúan el objeto de ser de la institución que aseguran, como ya dijimos, es combatir la delincuencia. Las intervenciones que no están relacionadas con este objetivo aparecen, para muchos, al igual que las tareas administrativas, como femeninas. Nuestros informantes varones afirman que las mujeres, asociadas a la maternidad, están más capacitadas para estas tareas. Nuestras informantes ponen en duda estas afirmaciones al mostrar que su preparación como policías no los instruye en estos asuntos. Los y las policías afirman que existe una división sexual del trabajo –informal- que impone a las funcionarias actuar ante estos episodios. Vanesa recordaba que un compañero de patrulla ante una discusión de pareja le dijo: "anda vos que es un problema familiar, a vos te van a escuchar más".

El ideal del "verdadero policía", opaca otras formas laborales, cotidianas, que se relacionan conflictivamente con la vinculación directa entre masculinidad, fortaleza física y policía. Pero cómo esta relación tiene una legitimidad relevante dentro de la institución, son muchas las policías que reinstauran la relación modificando uno de los términos y mostrando que el "verdadero policía" se caracteriza por una fortaleza que puede también ser femenina. Carmen una oficial inspector con poca experiencia de trabajo en "la calle" pero con muchos años de experiencia en la cotidianeidad laboral de una comisaría, resignificaba la relación entre los "verdaderos policías" y fortaleza. Para ella, ser policía era un trabajo que demandaba una inconmensurable resistencia psicológica al enfrentarse diariamente con las miserias de la sociedad. Emocionada, contaba el caso de una violación a una menor y el accionar policial, la fortaleza reside para ella en resistir las crisis emocionales de esos eventos y continuar en la institución. Repetía que se necesitaban "muchos huevos" para ser policía y que muchos abandonaban la fuerza por carencia de esa fortaleza de espíritu. La aparición, nuevamente, de "los huevos" como elemento distintivos del "verdadero policía", vinculados ahora a la fortaleza emocional más que a la física, distante a la masculinidad, exhiben una de las tantas operaciones para ajustarse al modelo ideal desde una multiplicidad de configuraciones de género10. Como sostiene Calandrón (2010) dado que no hay una única concepción de cómo las mujeres deben desempeñarse como policías hay múltiples formas legítimas de ejercer la feminidad. Lo mismo cabe para los varones. Es así que en el universo policial se encuentran múltiples masculinidades y feminidades que según los contextos dialogan con el ideal del "verdadero policía".

Usos corporales

Diego, un subcomisario encargado del traslado de detenidos, sentado en su escritorio nos explicaba en un tono pausado y con una sonrisa entre labios que "la mujer no sirve porque no tiene fuerza, al menos que sea un macho." Como evidencia de su afirmación recordaba un acontecimiento en el cuál una joven suboficial debía derribar una puerta y fracasaba al carecer de la fuerza suficiente. Para él, la policía que sirve es la que tiene fuerza y se masculiniza en el camino a ser reconocida como buen profesional. Parece necesario en la trayectoria profesional la apropiación de formas, gestos, modales y tonos de voz que se vinculen a la idea de fuerza. La fuerza corporal debe actuarse, mostrarse. Raquel nos decía que en situaciones de trato con presos o en la identificación de ciudadanos debía impostar las formas. Argumentaba que eran situaciones en las que debía poner en escena formas masculinas para ganar, así, "el respeto" de sus interlocutores. Lo mismo sostenía Gabriel, ex marido de Vanesa. Él nos decía que según las interacciones los policías deben actuar distintos papeles en busca del acatamiento a la autoridad. Para Gabriel, igual que para Raquel, la autoridad era respetada cuando se ponía en escena valores vinculados a la masculinidad y al estado latente de posibilidad de uso de la fuerza física. Es más, varias veces Gabriel comentó que ante situaciones de irrespeto es necesario el uso de la fuerza física para reencauzar una relación que se ha desbocado, pero antes de esto puede dirigirse la interacción con cambios de tono y gestos que desnuden la potencialidad policial. Diego sostenía que cuando uno se baja de un patrullero debe tener una actitud corporal que "imponga respeto". Al decir esto interrumpió su calmo discurso y teatralizó la escena: infló el pecho y caminó exhibiendo una actitud pronta a la lucha. Parecía un boxeador dispuesto a cruzarse a golpes de puño con su rival. La bravura asociada a un estilo masculino es parte de una teatralización que se impone entre los miembros de la fuerza.

Al existir una asociación directa entre masculinidad y fuerza la presentación del "verdadero policía" es más dificultosa para Raquel y Vanesa que para Gabriel y Diego. La impostación es visiblemente evidente cuando existen asociaciones entre fuerza y género. Así mismo, como ciertas corporalidades están asociadas a la fuerza y otras a la debilidad, Diego con su metro ochenta y su gran contextura tiene más elementos para poner en escena la fortaleza corporal que Gabriel que es de baja estatura y sumamente delgado. Fortaleza física y cuerpo forman un imaginario vínculo que permiten a Vanesa -de espaldas amplias y extremidades fornidas- tener más herramientas para parecer un "verdadero policía" que Raquel-de corporalidad menuda-.

Corpulencia, robustez aparecen como sinónimos de fuerza y antónimos de la impotencia asociada a la debilidad. Suarez de Garay (2005) analiza como entre los policías de Guadalajara, México, la robustez corporal es una particularidad necesaria para realizar de buena forma las labores policiales. Este vínculo exhibe que entre estos uniformados el trabajo policial es estrictamente masculino ya que las mujeres carecen de la rudeza necesaria para estas tareas. Volumen corporal y fuerza se encadenan como sinónimos indisociables. La equivalencia llega a puntos tan álgidos que Suarez de Garay (2005), al igual que Sirimarco (2009), acaban por afirmar que la policía tiene -o debería tener, según los propios agentes- un carácter viril. La asociación entre masculinidad y valentía se constituye en la posesión de la fuerza como un elemento policial distintivo y eje de la labor policial. Las representaciones corporales de la fuerza representan el límite. Por ello, los cuerpos robustos son asociados a la fuerza y a la masculinidad y las corporalidades débiles a lo femenino.

Pero el cuerpo no sólo habla a través de su talla. Gestos, modos y tonos enlazan a los actores con la masculinidad, la fuerza y el ideal del "verdadero policía". En este caso las formas corporales de Diego, refinadas, propias de un hombre de clase media con secundario completo y, actualmente estudiante universitario, parecen jugar en detrimento de la posibilidad de mostrarse fuerte. Por el contrario, Gabriel a pesar de su delgadez y su voz aflautada se mueve, gesticula y habla de formas que, parecen, exhibir fortaleza. Las trayectorias personales, los entramados de relaciones sociales que transitan los actores, se sedimentan en posibilidad o imposibilidad de exponer ciertos roles con más o menos éxito. La pertenencia social se torna un elemento relevante en la pericia para lucir fortaleza. Los sectores populares, vulgarmente asociados a la violencia y al uso de la fuerza, poseen más recursos para alardear vigor y bravura –obviamente, según los estándares de nuestra sociedad. Míguez y Seman (2006) sostienen que la fuerza se ha convertido en una particularidad distintiva de la cultura de los sectores populares en la Argentina contemporánea. La fuerza -ya sea física o mental- señala aquí formas de prestigio que, de diferentes formas según los contextos, evidencian un sistema de valores de los sectores desfavorecidos. Así, los sectores populares tienen, según la idiosincrasia de nuestra cultura contemporánea, un plus, sobre el resto de la sociedad, para ser percibidos como fuertes.

Los modales de Raquel -quién terminó la escuela secundaria y su socialización transitó los caminos corrientes de un espacio de clase media- pueden ser entendidos como débiles frente a las formas de Gabriel- quien sólo terminó la escuela primaria y habita y habitó en marginales barrios de la provincia de Buenos Aires11. Raquel y Gabriel, ambos suboficiales, cuyas contexturas corporales pueden ser asociadas ligeramente a lo débil, se diferencian profundamente en tanto sus formas de hacer tienen distintas potencialidades para hacer gala de la potencialidad de la fuerza.

Obviamente que la pertenencia de clase no es el único de los ejes por los que se interiorizan formas de ver el mundo que se materializan en modales, gestos y tonos de voz. Vanesa, quién no pertenece a los sectores populares, quien terminó el secundario y ha estudiado para oficial, buscó siempre ser reconocida –y respetada- por sus pares como un "verdadero policía", en ese camino sus formas buscan ajustarse al modelo ideal12. Es en ella, pero no sólo, donde emergen con más fuerzas los mandatos masculinos que las relaciones sociales propias de la institución policial –tanto en la instrucción formal (Sirimarco 2009) como en el día a día- instauran como positivos. Todos nuestros interlocutores ponen en escena formas masculinas asociadas a la fortaleza, teatralizan su condición de género ajustada al modelo ideal. Algunos deciden -como Gabriel, Ariel o Vanesa- presentar en varias de sus interacciones modelos más cercanos al ideal, como cuando hablan con el investigador. Otros -como Diego, Carmen y Raquel- sostienen la ficción restringida a un tipo de interacción y en otros contextos tienen otras formas.

La teatralización de la masculinidad es un mensaje de unidad hacia adentro y de diferenciación hacia afuera. La exhibición de un tipo de masculinidad emerge como requisito para ser parte de un mundo de pares (iguales aunque jerarquizados) diferenciados de los ciudadanos. Aquellos que no entran en el molde aceptan sus formas como parte de una estrategia de diferenciación.

La modelación de los cuerpos en el rugby, no sólo se corresponde con las reglas y con la lógica del deporte: una lógica en donde prevalece el contacto y el impacto entre los cuerpos de los sujetos que compiten. No: el uso de los cuerpos de hombres que juegan al rugby mantiene relación más o menos directa con la relación entre las clases y el género. Entre la posición en la que se ubican sus practicantes (Heterogénea, claro. Pero menos heterogénea que otras porciones del espacio social) y su correlación con los modos de reproducir formas de ser hombre: posturas, gestos, usos de suplementos dietarios13. La rigidez corporal es una característica distintiva de los jugadores de rugby. Dureza que se exhibe en varias modalidades: músculos tonificados y de gran volumen, o kilos acumulados que se encriptan en una estética dominante, dentro del campo del rugby. Los usos del cuerpo, y su correspondiente modelado, tienen correlación con la posición que cada jugador ocupa dentro de la cancha. Así, los sujetos establecen categorías que van desde los "gordos" (forwards), hasta los "aviones" (de menos Kilaje. Son los denominados tres cuartos). Las categorías se establecen a partir del kilaje y los modos de exhibir masa corporal. Los "gordos" suelen ser catalogados como "torpes" y "brutos" en sus formas de ocupar espacio. Pero a su vez, son quienes marcan el respeto a la hora de un posible conflicto en la dinámica grupal14, en relación a cómo se construye y distribuye el poder. A propósito, Rita Segato relaciona la disputa por el poder (inter e intragénero) a un ejercicio de usurpación:

"A este proceso de construcción de la autoridad y del poder y del prestigio, yo lo asocio a un gesto de usurpación, alguien tiene que estar usurpado, no existe poder sin despoder. Por eso jamás uso la palabra empoderamiento, la detesto. Porque cuando alguien se empodera es porque alguien se desempodera. Empoderarse no es pacífico, empoderarse es conflictivo, es expropiar a otro de su poder. No existirá nunca un mundo de poderes iguales. Hablar de poder es ya en el léxico introducir la idea de jerarquía, de poder "sobre" y retirar la horizontalidad."(Segato, 2009)

Violencia física, pero también moral, a decir de Segato. Cómo se mantiene un orden grupal, masculino, y cómo -y sobre todo, quién- administra las decisiones de ese orden. El rugby (sus practicantes) exhibe esa relación –continua, naturalizada- entre la violencia física y la moral. Sobre todo, a la hora de organizar pautas hacia dentro del grupo. La comparación de Segato, en relación a las mujeres y los actos de violación, nos sitúa y nos nutre para reflexionar las relaciones intragénero:

"La violencia moral para mí es lo más generalizado. Cuando esto falla, ahí irrumpe la violencia física, que es restauradora del orden. Cuando este orden está de alguna manera en riesgo, cuando está un poco amenazado por diversas razones, ahí irrumpe la violencia física, que nos coloca en nuestro lugar, por ejemplo, lo que hablamos de la violación. El violador es el más moral de todos los seres." (Segato, 2009)

Lo masculino se materializa en prácticas corporales, pero también en un lenguaje (distinto y distintivo, hacia fuera del grupo de hombres, pero también en relación a la clase social) que necesariamente construye una otredad no masculina: otros hombres y, por supuesto, todas las mujeres.

Conclusiones

El género como estructura de relaciones nos permite observar operaciones de distinción. El género es un lenguaje que articula relaciones de poder (Scott 1990) y que permite, en ambos casos estudiados, disputar determinados espacios sociales. Pudimos observar la estructuración de una economía simbólica que busca instalar un régimen jerárquico.

Las relaciones sociales del mundo policial y del rugby –tanto las intestinas como las exógenas- imponen un ideal de masculinidad asociado a ciertas ideas y usos corporales. Esta imposición obliga a que los actores se ajusten o relacionen con dicho modelo –aceptándolo o impugnándolo parcialmente, interviniéndolo. Los ideales corporales son tomados como ejemplo y "obligan" a los actores a jugar con ese molde. Si bien este molde es difícilmente seguido por todos, establece modalidades más legítimas según los actores. Por ejemplo, en la policía bonaerense cada uno de los miembros que se relacionan con este ideal tienen diferentes herramientas -según el género, la clase, la contextura corporal, la edad, etc.- para ponerlo en escena. Esta puesta en escena tiene, entonces, mejores y peores actores según la diferencial distribución de estas herramientas.

Es necesario mencionar que estos actores, tanto policías como rugbiers, realizan esta relación entre masculinidad y cuerpo en este contexto de interacción y que en otros contextos serán otras las formas de género que consideren legítimas. Los cuerpos y nociones de masculinidad, de ambos actores analizados, son el resultado de la inclusión diferencial de actores que han atravesado múltiples tramas relacionales.

Notas

1 Licenciado en Comunicación Social (UNLP). Becario de Conicet y docente de la Universidad Nacional de La Plata. (juanbab@yahoo.com.ar , La Plata, Buenos Aires)

2 Doctor en Antropología Social (UBA). Investigador del Conicet y docente de la Universidad Nacional de San Martín.

3 Poco sabemos de cómo se constituye este modelo y aunque es una pregunta más que interesante y de la que tenemos varias pistas en Sirimarco (2009) nos interesa más, por ahora, saber cómo se usa en las interacciones laborales cotidianas.

4 Tiscornia y Sarrabayrouse (2004) sostienen que los policías comparten con la sociedad las representaciones de la inseguridad en términos de guerra, represión e intolerancia.

5 Martín (uno de los informantes) decía, respecto a las diferencias con otros deportes, y a las obligaciones supuestamente establecidas por, y durante la práctica: "No quiero utilizar la palabra sufrimiento, pero a diferencia de otros deportes acá tenés que dejar todo, ya sea físico como sentimental. No es un deporte que se pueda jugar a medias, o sin interés". Gerardo, aseguraba que el rugby "me enseñó a compartir, a pensar y sacrificarme por el otro, a no bajar los brazos ante el dolor, a seguir siempre para adelante, nieve, llueve o truene"

6 Los nombres de nuestros informantes son ficticios para preservar su anonimato.

7 Uno de los clubes construido como unidad de observación.

8 Isla (2006) ha estudiado las relaciones de género y la violencia en las familias de los sectores populares de Tucumán. En su trabajo ha analizado la categoría nativa de "gobernado". Éste es el hombre que se deja "mandar" por su mujer; entendiendo esto como un adjetivo peyorativo ya que en estas familias se considera "natural" que el hombre gobierne en la vida domestica. La masculinidad se ejerce al subordinar a la autoridad del hombre a la mujer y a sus hijos. Esta noción articula espacio doméstico con el público. El hombre debe gobernar y no ser gobernado; cuando el poder cambia de manos se trastorna, según el trabajo de Isla, el orden de la sociedad.

9 Lo etario emerge detrás de la idea de experiencia, aunque no será analizado debe ser mencionado.

10 Además, modifica el sentido de "huevos" que ya no es una particularidad masculina sino un modo de nombrar la fortaleza.

11 Raquel habitó en barrios como Martínez y Florida, referentes de los sectores medios y medios altos. Por el contrario, Gabriel vive en Malvinas argentinas y vivió por varios barrios alejados y periféricos del conurbano bonaerense.

12 No hemos analizado en este trabajo para la edad sin dudas es también un elemento que impone límites para la muestra de la fortaleza.

13 Son condicionantes ergogénicos (sustancias de ayuda externa) que estimulan el crecimiento muscular.

14 Las bromas, entre los jugadores, son instancias en donde se exhibe la relación entre cuerpo, respeto y agresión.

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