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Travesía (San Miguel de Tucumán)

versión On-line ISSN 2314-2707

Travesía (San Miguel de Tucumán) vol.18 no.2 San Miguel de Tucumán dic. 2016

 

DOSSIER

Más allá de la historia patria: las fronteras construidas y el proceso de independencia en Charcas

 

María Luisa Soux*

* Universidad Mayor de San Andrés. Bolivia. mlsoux@yahoo.es

RECIBIDO: Mayo de 2016
APROBADO: Octubre de 2016

 


RESUMEN

Tratar las independencias hispanoamericanas con el tamiz de las naciones que surgieron como resultado de las mismas, con un sustento territorial equivocado, dificulta comprender la complejidad del proceso. En Bolivia este imaginario distorsiona la relación existente entre Charcas o Alto Perú y las capitales de los virreinatos del Perú y del Río de la Plata, asumiéndose que la guerra por la independencia fue una lucha contra la metrópoli, a la vez que una lucha "protonacional" contra los ejércitos realistas del Perú y los ejércitos "auxiliares" rioplatenses. Este artículo plantea que se trató de un enfrentamiento entre capitales virreinales en un territorio intermedio, en el cual los patriotas altoperuanos formaron parte del proyecto rioplatense, mientras los realistas se integraron al proyecto virreinal peruano. Con este enfoque se analiza la participación de caudillos criollos e indígenas que formaron parte de los ejércitos rioplatenses, como el rol jugado por dos de sus jefes, Arenales y Warnes, que dirigieron la insurgencia altoperuana entre 1813 y 1816.

Palabras clave: Independencia; Historia patria; Charcas; Insurgencia.

ABSTRACT

To approach Hispano-American independences with the same focuses used to study the nations which arose as a result of this process, involving an erroneous territorial base, makes it difficult to understand the complexity of the process. In Bolivia, this imaginary distorts the relation existing between Charcas or Alto Peru and the capitals of the viceroyalties of Peru and the River Plate, by suposing that the war for independence was a struggle against the metropolis, instead ofa "proto-national" fight against the royal armies of Peru and the auxiliary armies of the River Plate. This paper proposes that it was a face-off between vice-royal capitals in an intermediate territory, in which the altoperuano patriots became part of the River Plate project, while royalists joined the vice-royal Peruvian project. From such a perspective the participation of creole caudillos and of Indians who were part of the River Plate army is analized, by means of the roles played by two of their chiefs, Arenales and Warnes, who led the Altoperuvian insurgency between 1813 and 1816.

Keywords: Independence; National history; Charcas; Insurgency.


 

Introducción

La lectura nacionalista de la Guerra por la Independencia en los países sudamericanos ha impedido durante muchos años cruzar las fronteras de cada Estado-nación para lograr entender con mayor profundidad un proceso que se presenta a todas luces continental. En el caso de Bolivia, la visión nacionalista ha dado lugar a estudios que presentan visiones recortadas por los límites de las fronteras actuales: el Desaguadero al norte y Tupiza y la Quiaca al sur. Esta parcelación aparece no solo en la narración de los hechos, sino también en planteamientos de carácter protonacionalista que han querido mostrar que la idea de una independencia "Ni con Lima ni con Buenos Aires" fue la que marcó todo el proceso desde 1809.1  A partir de esta postura, tanto las actuaciones de los ejércitos auxiliares insurgentes procedentes del Río de la Plata, como la presencia u ocupación del territorio de Charcas por el ejército virreinal peruano serían considerados ejércitos de ocupación, frente a los cuales se organizaron las guerrillas como un germen de la Bolivia independiente. Más allá de su carácter teleológico y de su interés cívico nacionalista, esta postura, desde nuestro punto de vista, invisibiliza la complejidad y amplitud de las relaciones y las alianzas entre los diversos actores que actuaron en una diversidad de territorios que no se hallaban marcados por las fronteras que surgirían, precisamente, como resultado del proceso de independencia.
Esta visión, que marca aún gran parte de la enseñanza de la historia y las fiestas cívicas en todos nuestros países, ha recortado de forma artificial el espacio de estudio, ciñéndolo a la nación. Frente a ellos proponemos más bien la necesidad de establecer nuevas dimensiones de análisis. La primera dimensión es de carácter continental, que aborda el proceso hacia la independencia como una lucha entre los grandes centros del poder como eran las capitales virreinales (Lima, Buenos Aires y Santa Fe de Bogotá), analizando el conflicto desde una perspectiva de luchas hegemónicas por el territorio; la segunda dimensión es de carácter local y regional, que implicaba el control del poder local y, de una forma estratégica, tomaba posición frente a los proyectos hegemónicos de los virreinatos; finalmente, la tercera dimensión toma en cuenta el territorio étnico y propone la existencia de proyectos estratégicos indígenas que bajo lógicas propias generaron espacios de tensión que estallaron en momentos específicos, ya sea de forma independiente o en alianza con los dos grupos en pugna.
En el presente artículo abordaremos, desde el territorio de Charcas, la historia de algunos actores y momentos específicos que muestran, precisamente, estas dimensiones continentales de la lucha, más allá de las fronteras patrias.

La situación de Charcas entre dos virreinatos

El hecho de que el territorio de la Audiencia de Charcas, donde se hallaba el centro minero de Potosí, eje del llamado "espacio económico peruano" a decir de Carlos Sempat Assadourian, pasara a depender del virreinato del Río de la Plata en 1776, provocó serias tensiones entre los centros de poder de Lima y Buenos Aires. Mientras se fortalecían los lazos comerciales y políticos con la nueva capital, Lima no se resignaba a haber perdido el rico centro minero y los tributos que provenían de la gran población indígena de Charcas, que pasó a denominarse Alto Perú. Así, son numerosas las quejas por el impacto económico que implicó para el virreinato del Perú esta desmembración. Por otro lado, los lazos culturales seculares que unían a las poblaciones andinas no se rompieron con un acto jurisdiccional, hecho que se vio con claridad durante la Sublevación General de Indios de 1780-83, que si bien fue pacificada en Charcas por un ejército enviado desde Buenos Aires, mantuvo en el lado insurgente una constante relación con el movimiento cuzqueño de Túpac Amaru, ubicado en el territorio del virreinato del Perú. De esta manera, durante los treinta años que separan esta sublevación del inicio del proceso de independencia, la posición de Charcas frente a ambos virreinatos fue ambigua en muchos aspectos. Al mismo tiempo, la situación no era igual en las diferentes intendencias de la Audiencia, ya que mientras la intendencia de La Paz se inclinaba naturalmente hacia el Perú, las de Potosí y Chuquisaca tenían más relación con el Río de la Plata.
Por este motivo, no es casual que en 1809, cuando se produjo el movimiento de juntas en Chuquisaca y luego en La Paz, el primero fuera reprimido por las tropas enviadas junto a Vicente Nieto desde Buenos Aires, mientras que el segundo lo fuera por los hombres procedentes del sur peruano comandados por Manuel de Goyeneche, aunque dirigidas por el Virrey Fernando de Abascal desde Lima.
Las relaciones entre territorios eran aún más complejas. De acuerdo a lo analizado por Rossana Barragán, lo que se produjo en 1809 fue un enfrentamiento entre posiciones locales, mientras por un lado existió una alianza entre La Paz y Chuquisaca, que las llevó a pronunciarse mediante juntas generando en la primera una audiencia gobernadora, la contrarrevolución fue dirigida por el Intendente de Potosí, Francisco de Paula Sanz, jefe estratégico de la represión de estas primeras juntas quien, conocedor del levantamiento en la ciudad de La Plata marchó inicialmente a esa ciudad para controlar la sublevación de mayo y trató de organizar la contrarrevolución con otras ciudades como Cochabamba y Oruro, pero viendo la imposibilidad de reprimir a La Paz, solicitó al Virrey del Perú, Fernando de Abascal, que enviara tropas para controlar la nueva sublevación de julio en La Paz (Barragán et al., 2012).
Esto significó que, en estricto seguimiento de fronteras, lo que ocurrió con el ingreso de las tropas de Manuel de Goyeneche a La Paz fue una injerencia en territorio ajeno, habiendo cruzado el límite entre ambos virreinatos en el Desaguadero. En ese momento, la situación no fue preocupante, ya que tanto en Lima como en Buenos Aires, la posición política oficial frente a la crisis del imperio era una sola, es decir, la de apoyar a Fernando Séptimo y el reconocimiento de la Junta Central durante su ausencia.
La situación cambió fundamentalmente luego de la Revolución de Mayo en Buenos Aires, que dejó a Charcas en medio de dos posiciones antagónicas: la autonómica de la capital del Río de la Plata y la fidelista de la capital del virreinato peruano. Es dentro de este contexto que se produjo un hecho que, si bien fue ya tratado por Luis Paz en 1919, ha pasado desapercibido por la historiografía boliviana, y que considero es el punto central de la situación de Charcas durante el proceso de independencia: la ilegal e inconsulta decisión de julio de 1810, promovida en Chuquisaca por el mismo gobernador Paula Sanz y decretada por la Audiencia y el Cabildo de La Plata, de que la Audiencia dependiera nuevamente del Virreinato del Perú frente al cambio de posición de Buenos Aires.2 De esta manera, el territorio altoperuano, quedó en medio de un aparente vacío jurídico y se convirtió durante los siguientes años en el centro de la lucha de los ejércitos rioplatenses (insurgentes o patriotas) y peruanos (fidelistas o realistas).

La "media luna insurgente"

En líneas generales, la lucha militar entre 1810 y 1816 se dio a lo largo de dos rutas transversales que articulaban el Cuzco con Tucumán: la ruta de los valles interandinos, donde transitaban por lo general más fácilmente las tropas insurgentes y los ejércitos auxiliares rioplatenses, y la ruta del altiplano, con una presencia hegemónica y permanente del ejército virreinal del Perú. Esta ocupación transversal explica el hecho de que la mayor parte de los enfrentamientos se dieran ya sea en los límites de avance de ambos ejércitos Guaqui al norte y Tucumán y Salta al sur, en los territorios de intersección de ambas franjas, como las batallas como de Vilcapujio y Ayohuma en el Norte de Potosí, y finalmente, en las regiones estratégicas de los valles y tierras bajas cercanas a las ciudades que trataban de ser controladas por el ejército peruano, como las batallas de Florida en Santa Cruz o Sipesipe en el valle de Cochabamba. Así también, este control transversal del territorio permite entender la ubicación posterior de los diversos grupos de guerrilla que se formaron en el territorio de Charcas y que, sin excepción se ubicaron en los espacios verticales de los valles andinos.
Entre 1810 y 1816, la estrategia de ambos ejércitos se mantuvo. De forma regular, las autoridades de Buenos Aires enviaron ejércitos auxiliares hacia las "tierras altas": el primero bajo la dirección de Balcarce y Castelli, el segundo comandado por Manuel Belgrano y el tercero bajo la dirección de José Rondeau. Estos ejércitos estaban en constante comunicación con los caudillos insurgentes altoperuanos que apoyaban y daban sustento al avance de los ejércitos de línea, sumando muchas veces ejércitos de línea a las mismas, como el caso de cochabambinos y chicheños, así como milicias cívicas. De esta manera, se conformaron grandes ejércitos formados por tropas de línea de infantería, caballería y artillería, milicias cívicas y ejércitos indígenas con sus propios caudillos. A su vez, el ejército del Rey, dependiente del virreinato del Perú y que fue dirigido inicialmente por Manuel de Goyeneche y posteriormente por Joaquín de la Pezuela y José de la Serna, mantenía una presencia más estable y permanente en el territorio de Charcas, con un ejército de línea formado mayormente con soldados provenientes del sur peruano los batallones de Chumbibilcas, Azángaro, Cusco, etc., milicias cívicas y tropas indígenas con sus caudillos, como los ejércitos de naturales del Cusco y Azángaro, dirigidas por Pumacagua y Choquehuanca. Las vanguardias de ambos ejércitos se insertaban regularmente en territorio enemigo y debían seguir en esos momentos una estrategia de guerrilla y es por ello que existían grupos guerrilleros tanto entre los insurgentes como en el ejército del Rey. Esto significa que, de forma contraria a lo establecido por la historiografía protonacionalista, los grupos guerrilleros, al menos hasta 1817, no eran independientes y, más bien, formaban parte de los grandes ejércitos en lucha (Soux, 2010; Martínez y  Chust, 2008).
Esta forma de controlar el territorio implicaba a su vez un sistema de gobierno. La historiografía ha mostrado cómo el territorio militarizado de Charcas fue gobernado por autoridades nombradas desde Lima, como gobernadores intendentes y subdelegados en las ciudades y pueblos controlados por el ejército real, que cobraban los tributos y otros impuestos y llevaban la contabilidad en las Cajas Reales;3 sin embargo, no ha analizado aún con la misma profundidad la conformación de los gobiernos locales insurgentes en las regiones controladas por éstos y cuyos jefes eran nombrados ya sea por las autoridades de Buenos Aires o por el jefe del ejército auxiliar de turno.
En 1810 y 1811 Castelli llevó a cabo actos de gobierno, nombró autoridades en las ciudades conforme iba avanzando por el territorio de Charcas y convocó a elecciones para nombrar tanto a los gobiernos locales como a los diputados al Congreso que se realizaría en Buenos Aires (Soux, 2010), por su parte, las autoridades de Buenos Aires nombraron a Martín de Pueyrredón como Presidente de la Audiencia de Charcas. Dos años después Belgrano nombró como Gobernadores de Cochabamba y Santa Cruz a Juan Antonio Álvarez de Arenales y a Ignacio Warnes respectivamente. Sin embargo, se ha asumido que estas autoridades tenían solo un carácter militar y no se ha profundizado aún en sus formas de gobierno. Según Mamani Siñani (2015) la autoridad de Álvarez de Arenales cubría también acciones de gobierno, al nombrar autoridades subalternas en las ciudades, villas y pueblos que controlaba.
Todo ello es una muestra de que el territorio de Charcas no sólo fue un espacio de lucha por parte de las fuerzas de ambos virreinatos, sino que en su misma forma de organización y gobierno, también se convirtió en un campo de batalla, ya que el control de gobierno implicaba en última instancia dar sustento político y económico a la guerra al organizar las finanzas, recoger el tributo, controlar la producción y asumir acciones de justicia.

La insurgencia en Charcas y su relación con el Río de la Plata

La historiografía boliviana marcada por las fronteras actuales han considerado que tanto el ejército realista proveniente del Perú como los ejércitos auxiliares provenientes del Río de la Plata eran, en última instancia, ejércitos de ocupación, sin tener en cuenta que se trataba en realidad de un territorio en disputa que no tenía claramente definida su pertenencia desde el punto de vista jurídico, más aún luego de la decisión inconsulta de 1810 de pasar a depender del Virreinato del Perú. Dentro de esta perspectiva de análisis, tanto peruanos como rioplatenses se hallarían luchando en territorio ajeno. Sin embargo, si cambiamos la perspectiva de análisis con una visión continental, vemos que lo que existió fue una serie de alianzas por parte de la población altoperuana que no podían tener en cuenta las fronteras inexistentes en ese momento, sino un amplio sentido de pertenencia jerárquica, ya sea a un bando o al otro. Así, se puede decir que parte de las decisiones de esta población tenía más relación con una cultura jurídica que con una posición ideológica, es decir, la de apoyar a la capital que consideraban era la legítima y legal, ya sea Buenos Aires o Lima.4 Esta actitud permite comprender las razones por las cuales, sin excepción, las ciudades de Charcas dieron su apoyo a la Junta de Buenos Aires en 1810 y las tropas indígenas se sumaron al primer ejército auxiliar en su avance hacia el Desaguadero; y por el otro lado, también permite entender los motivos por los cuales las autoridades nombradas por el Virrey del Perú fueron aceptadas en las ciudades sin poner en duda su legitimidad, como ocurrió con el Intendente Sánchez Lima en la Paz, considerado hasta hoy como un funcionario ejemplar en la memoria de la ciudad, o los argumentos mediante los cuales las comunidades indígenas siguieron pagando el tributo a las autoridades nombradas desde Lima.

Salta: lugar de organización y refugio

A lo largo de la guerra en Charcas se establecieron dos lugares de refugio y formación de los dos bandos en pugna: Arequipa para el bando peruano o realista y Salta para el bando insurgente o patriota.
El lugar ocupado por Salta en la Guerra por la Independencia de Charcas es fundamental. Si recorremos las historias de vida de muchos de los actores insurgentes en las tierras altas, veremos que todos ellos estuvieron en Salta, ya sea para entrenarse y organizarse militarmente o como refugiados, lo que significa que esta ciudad se convirtió en el centro estratégico de formación militar, política e ideológica del bando insurgente o patriota.
Al hacer un recuento sobre la relación entre los insurgentes de Charcas y Salta, podemos citar, a modo de ejemplo, a Andrés Ximénez de León y Mancocápac, ideólogo de la primera conspiración indígena de 1810, quien, cuando la conspiración fue develada escapó hacia Salta donde se unió al Ejército Auxiliar, siendo nombrado por Castelli como capellán. Los pocos datos que se tienen sobre él indican que era tan radical en su posición a favor de crear un imperio neo inca que muchos de los miembros del ejército solicitaron a Castelli que alejara a Mancocápac de su puesto, por lo que parece ser que él se quedó en Salta y no siguió con el ejército hacia el norte.5
Otro caudillo que estuvo varias veces en Salta, donde se formó como guerrillero y apoyó constantemente el ingreso de tropas y armas hacia el norte fue José Miguel Lanza, de quien se sabe que llegó a esta ciudad en 1812 y luego en 1815. Finalmente, se sabe por el Diario de José Santos Vargas que Lanza llegó a Ayopaya como comandante de la División de los Valles enviado desde Salta por Martín Miguel de Güemes el 13 de febrero 1821.6 Tal parece que Lanza se hallaba relacionado de forma permanente con las autoridades y los caudillos de las Provincias Unidas del Río de la Plata y se convirtió en una especie de "avanzada" de su presencia en el territorio de Charcas, de tal manera que, luego del fin de la gran mayoría de los grupos guerrilleros se refugió en Salta donde mantuvo una relación estrecha con el caudillo salteño Martín de Güemes quien poco antes de su muerte lo envió como jefe de la única guerrilla que quedaba en Charcas.
Haciendo un seguimiento de la vida de muchos de los combatientes de División de los Valles o la guerrilla de Sicasica y Ayopaya, tenemos que la gran mayoría de los comandantes y miembros de la tropa de criollos e indígenas estuvieron en Salta en algún momento de su vida y muchos de ellos participaron en las batallas de Tucumán y Salta. Este es el caso del Comandante Eusebio Lira, caudillo de la guerrilla y los comandantes indios Andrés Simón y Miguel Mamani, comandante de indios de la Patria y comandante de indios a caballo respectivamente. De acuerdo al Diario de José Santos Vargas, analizado por Mamani Siñani (2011),  los tres y muchos otros estuvieron en Salta como emigrados. Es muy posible que allá se prepararan militarmente, ya que pudieron ejercer posteriormente la dirección de tropas dentro de la División de los Valles.7
Más conocido es el caso de Manuel Asensio Padilla, el comandante de la guerrilla de La Laguna, quien acompañó al Primer Ejército Auxiliar hasta Guaqui y se retiró hasta Salta junto a sus jefes militares. Se sabe que Padilla participó posteriormente, junto al ejército dirigido por Belgrano, en las batallas de Tucumán y Salta, subiendo a las tierras altas donde, luego de las derrotas de Vilcapujio y Ayohuma, organizó su propio grupo insurgente siguiendo la estrategia guerrillera.
La esposa de Manuel Asencio Padilla, doña Juana Azurduy, estuvo también en Salta, aunque las circunstancias fueron distintas, ya que llegó a la ciudad como refugiada, luego de la muerte de su marido y del debilitamiento definitivo de su grupo guerrillero. Fue recibida en la ciudad por Martín Miguel de Güemes, pero no se conoce que tuviera una participación militar junto al caudillo. En todo caso, sí se conoce que vivió en Salta varios años.8
Pero Salta no sólo fue un sitio de preparación y refugio sino también el escenario de lucha de algunos jefes militares altoperuanos. Este es el caso de José María Pérez de Urdininea, quizá el más conocido de los charqueños en Salta. Habiendo sido herido en la batalla de Guaqui, siguió el camino de retirada hacia Salta, donde se unió al segundo ejército auxiliar, combatió en las batallas de Tucumán y Salta y en la campaña en el Alto Perú. También participó en el nuevo avance del Tercer ejército auxiliar y en la batalla de Sipesipe. Luego de la derrota se retiró nuevamente hacia el sur como jefe de la retaguardia. Luego de participar en la batalla de Chacabuco retornó a Salta donde fue nombrado jefe de una división en la guerra defensiva contra el nuevo avance realista desde el Alto Perú en 1817. En 1822, luego de una serie de otras acciones militares y políticas, logró organizar un pequeño ejército con el objetivo de retomar Charcas, sin embargo, tuvo que quedarse en Salta sin poder poner en movimiento en una nueva campaña hacia el norte. Fue recién en 1825 que Pérez de Urdininea fue enviado por el gobernador de Salta Álvarez de Arenales a una última campaña al Alto Perú, con el objetivo de enfrentar al jefe realista Pero Antonio de Olañeta, pero cuando llegó ya éste había muerto en Tumusla. Pérez de Urdininea se quedó definitivamente en su tierra natal donde desempeñó importantes cargos políticos y militares en la ya independizada Bolivia.9

El caudillo insurgente Mariano Díaz  y el "espacio insurgente occidental"

Otro punto importante de destacar en esta perspectiva de análisis más allá de las fronteras nacionales es la existencia de otro espacio insurgente que cubría las costas del Pacífico y abarcaba territorios que formarían parte posteriormente de varios países. Para ilustrar este tema se analizará la actuación del caudillo Mariano Díaz.
Se sabe que el movimiento insurgente de José Miguel Lanza y Baltasar Cárdenas en 1812 cubrió un amplio espacio del territorio de Charcas, desde Sicasica y Umala, al norte, hasta Lípez, al sur. En este movimiento participó también un caudillo de origen cinteño (sur de Chuquisaca) llamado Mariano Díaz. Luego de la derrota de Cárdenas en su afán por consolidar un grupo insurgente en el altiplano, Díaz siguió su campaña por otras regiones más al sur, como Atacama y Jujuy, siempre bajo las órdenes finales de Manuel Belgrano, comandante del ejército auxiliar porteño.
De acuerdo a la confesión de Mariano Díaz durante el juicio que se le siguió, éste había iniciado su carrera como caudillo insurgente en el pueblo de San Pablo de Lípez, donde vivía junto a su esposa. Aparentemente fue el propio Baltasar Cárdenas quien lo había convencido a plegarse a su grupo. De acuerdo a su versión, Cárdenas lo había obligado a participar luego de amenazarlo con fusilarlo acusándolo de haber desarmado a los fugitivos que escapaban luego de la derrota de Guaqui.10
Díaz se plegó a la insurgencia, reuniendo gente en el partido de Lípez, con quienes atacaron varios pueblos de la región. Posteriormente, Mariano Díaz siguió a Cárdenas hacia el norte, pasando por el partido de Chichas e internándose en la región de Oruro donde colaboró en las acciones del caudillo, convenciendo a los indios y convocando gente para que uniese a la insurgencia.
Habiéndose distanciado de Cárdenas por el reparto de lo que habían saqueado en la región, la carrera insurgente de Díaz prosiguió por Lípez y Atacama, lugares donde buscó ampliar su tropa con reclutas indios, sin lograr mayor apoyo. Posteriormente fue nombrado comandante de Atacama por parte del ejército rioplatense con el objetivo de evitar que el ejército real y el avituallamiento desembarquen por sus puertos.
A inicios de 1813 fue apresado en Salta donde se le entabló juicio por insurgente; sin embargo, la derrota de Salta y el retroceso del ejército del rey obligaron a que Díaz fuera llevado a Potosí y luego hasta Oruro, siguiendo el camino de retirada del ejército comandado aún por Goyeneche. Luego de la renuncia del jefe realista, el comandante accidental del ejército real, don Juan Ramírez, condenó a muerte a Díaz; sin embargo, la situación en Oruro era tan frágil que Ramírez decidió no ejecutarlo en esta villa, argumentando que si Belgrano conocía esta situación, ejecutaría de la misma manera a los prisioneros tomados por su bando; más bien lo envió supuestamente preso hasta Lima, aunque con órdenes secretas de ejecutarlo durante el viaje. De esta manera, Mariano Díaz fue ejecutado en el barco que lo transportaba como reo hacia el Callao.11
El recorrido trazado por Mariano Díaz es un claro ejemplo de la existencia de un otro espacio de insurgencia complementario al de la "media luna insurgente" que articula más bien la región occidental del territorio en espacios estratégicos que cubren Jujuy, Atacama y Lípez y cuyo objetivo estratégico era cortar el posible abastecimiento a las tropas del Rey desde los puertos del Pacífico. Este es a todas luces un espacio insurgente que rompe también las fronteras creadas posteriormente, ya que contempla territorios de las regiones de Potosí, Atacama, Jujuy y Salta.

Álvarez de Arenales y Warnes: dos comandantes rioplatenses en el Alto Perú

Si muchos de los caudillos insurgentes altoperuanos vivieron en Salta ya sea como refugiados o formándose en estrategias bélicas, otra es la historia de algunos jefes militares rioplatenses que hicieron de Charcas su centro de operaciones bajo la dirección de los jefes porteños.
Juan Antonio Álvarez de Arenales e Ignacio Warnes, el uno español y el otro rioplantense, pero ambos miembros del ejército del Río de la Plata, llegaron a Charcas junto al segundo ejército auxiliar, dirigido por Manuel Belgrano. Arenales fue nombrado Gobernador de Cochabamba y Warnes de Santa Cruz. Luego de las derrotas de Vilcapujio y Ayohuma y de la retirada del ejército de Belgrano, ambos se quedaron defendiendo el territorio ya conquistado hasta la llegada de un nuevo ejército, esta vez el tercero, que sería dirigido por José Rondeau.
La forma de lucha de estos grupos de vanguardia era diferente al de los ejércitos de línea y consistía en formas alternativas de control del territorio. Si las ciudades se hallaban en territorio conquistado, su labor era tanto política como militar, o más de una ciudadanía con armas, esto con el apoyo de las milicias y los ejércitos locales; por el contrario, si los realistas retomaban las ciudades, el ejército debía cambiar de estrategia, organizando huestes rurales bajo una forma de lucha de guerrillas, una guerra de montaña o de recursos. Esto fue lo que ocurrió hacia 1814, cuando el ejército realista, dirigido ya por Joaquín de la Pezuela, retomó la ciudad de Cochabamba. Fue entonces que Arenales salió hacia Mizque, donde estableció su cuartel general. A partir de ahí, organizó un sistema de guerrillas que englobaba todo el territorio de Charcas bajo la dirección directa de caudillos como Padilla en La Laguna, Lira en Ayopaya o Camargo en Cinti; mientras tanto, Ignacio Warnes, que se mantenía con el control de la ciudad y como gobernador en Santa Cruz mantenía en la región un ejército de línea.
El trabajo de Arenales como jefe del sistema de guerrillas fue fundamental para la organización posterior de la insurgencia, ya que, a través de su comunicación constante con los otros caudillos y coordinando con Warnes, pudo mantener durante esos dos años cruciales de 1814 y 1815 la insurgencia en Charcas (Martínez y Chust, 2008: 155).
El sistema central de organización de los ejércitos del norte, dirigido nuevamente por Belgrano, nombró a Martín Miguel de Güemes como jefe militar y político de la región entre Salta y Tarija y Juan Antonio Álvarez de Arenales como jefe desde Cinti hasta el Desaguadero. Esto hacía de Arenales el principal responsable de la guerra en los partidos de Cochabamba, Potosí y Chuquisaca, incluyendo también los espacios controlados por los realistas de La Paz, Oruro y Chichas.
El trabajo de Álvarez de Arenales no fue fácil, ya que al mismo tiempo de luchar contra las tropas del rey, mantener la disciplina en su ejército disgregado y gobernar los territorios bajo su mando, debía terciar en los conflictos internos entre los mismos caudillos. En la correspondencia que se ha conservado en el Archivo General de la Nación en Buenos Aires, se ve que Arenales se comunicaba con todos los jefes de guerrillas altoperuanos, inclusive con el caudillo de Larecaja, Ildefonso de las Muñecas, que había llegado desde el Cusco, dándoles instrucciones y revisando constantemente su accionar, lo que no siempre era aceptado por los caudillos. Con este hecho se puede ver también que el territorio de la insurgencia era más amplio y que abarcaba prácticamente desde el sur peruano hasta Salta y Tucumán.
La relación de Arenales con Ignacio Warnes tampoco fue buena. En las cartas se nota la existencia de tensiones entre ambos, ya que Warnes tenía un mejor control de su territorio, aunque el mismo era en gran parte marginal a la lucha. A pesar de estas tensiones y malentendidos, ambos se unieron en determinados momentos para pelear contra el ejército del rey, como ocurrió en la batalla de Florida.
Luego de la derrota de Sipesipe y la salida del ejército de Rondeau de Charcas, el sistema de guerrillas se diluyó y Arenales también tuvo que refugiarse en Salta. El ejército realista fortalecido empezó a presionar a los grupos de guerrilla para avanzar sobre su territorio, provocando la muerte de los principales caudillos: Muñecas, Camargo y Padilla. Warnes, por su parte, murió en la batalla de El Parí, dejando el territorio cruceño en manos de las tropas realistas de Aguilera.
De esta manera, el ejército del rey, que seguía manteniendo una gran mayoría de soldados peruanos con el apoyo de alguna tropa y oficiales llegados de la metrópoli tomó el control del territorio de Charcas, quedando únicamente insurgente el espacio de la División de los Valles de Sica Sica y Ayopaya. A pesar de que hubo un cuarto intento por retomar Charcas por parte del ejército de las Provincias Unidas, su trabajo se mantuvo en el sur, cortando el avance del ejército realista.

El resquebrajamiento del territorio insurgente

Como se dijo más arriba, la relación entre los rioplatenses y Charcas se mantuvo hasta tan avanzada la guerra como 1821, siendo el lazo de unión Martín Miguel de Güemes, quien envió a José Miguel Lanza para dirigir la guerrilla de Ayopaya; sin embargo, ya a partir de 1817 la política rioplatense había cambiado de rumbo hacia Chile y las tierras altas dejaron de ser un objetivo central en la política militar de las Provincias Unidas.
Este cambio de estrategia no solo dejó a Charcas abandonada a sus propias fuerzas de todos los grupos guerrilleros sólo quedó el de Ayopaya, sino que quebró el antiguo espacio insurgente. Hasta 1824, las tropas más importantes en toda esa región de Charcas ya no fueron las independentistas sino las realistas dirigidas esta vez por el también salteño Pedro Antonio de Olañeta; por su lado, las tropas independentistas ya no llegaron a Charcas por el sur, sino por el oeste, desde el Perú, como ocurrió con la Campaña de Puertos Intermedios de 1823. En resumen, los grupos antagónicos se mantenían pero los espacios de lucha habían cambiado.
Para 1825, lo que había sido un solo territorio insurgente se convirtió más bien en un territorio en disputa entre dos naciones que bregaban por conformarse. El último capítulo de esta historia será la llamada Cuestión de Tarija.

La Cuestión de Tarija y la conformación de Bolivia

No profundizaremos aquí todo el tema tan complejo acerca de la dependencia del partido de Tarija del obispado de Salta. Sólo indicaremos que en 1807 se desligó oficialmente de la intendencia y obispado de Potosí para incluirse en el obispado e intendencia de Salta (Trigo, 2009: 24). A pesar de que la población tarijeña no estaba de acuerdo con ello, la situación se mantuvo, quedando la situación sin resolver cuando se produjo la crisis del imperio en 1808.
El 18 de agosto de 1810, Tarija fue la primera ciudad de la región cuyo cabildo apoyó a la Junta de Buenos Aires (Minutolo de Orsi, 1986: 318-320) y sus milicias cívicas, junto a las de Chichas fueron importantes en el Primer ejército auxiliar y en el triunfo de Suipacha, aunque posteriormente, desavenencias con Juan José Castelli llevó a que parte de las tropas tarijeñas  y su comandante Larrea retornaran a su ciudad.
A lo largo de la guerra, el partido de Tarija estuvo más ligado a Salta a través de su caudillo Martín Miguel de Güemes. Las montoneras dirigidas por Uriondo y Méndez respondían a la dirección del jefe salteño; así, en el triunfo de La Tablada, el 15 de abril de 1817, las tropas del jefe insurgente Gregorio Aráoz de La Madrid y las milicias tarijeñas que seguían las directrices de Güemes, derrotaron al ejército realista, liberando Tarija, sin embargo, unos meses después la ciudad volvió a caer en manos realistas.
Como consecuencia de la muerte de Güemes y de las luchas internas entre las Provincias Unidas, el ejército rioplatense fue incapaz de subir hacia el norte, quedando Tarija férreamente controlada por el ejército realista de Pedro Antonio de Olañeta; esto significa que si bien legalmente Tarija pertenecía a Salta, en la práctica, el control militar de Olañeta constituía una unidad con el territorio altoperuano. Finalmente, ya en 1824, la lucha entre bandos realistas conmovió nuevamente a la ciudad y su situación recién se tranquilizó con la llegada al Alto Perú del ejército libertador colombiano, bajo las órdenes de Antonio José de Sucre.
A inicios de 1825, cuando aún  no se había declarado la independencia de Bolivia, Sucre, respondiendo el pedido de algunos vecinos envió a Tarija al coronel de su ejército Francisco Burdett O'Connor, quien cambió al teniente de gobernador Felipe Echazú, que había sido nombrado por el gobernador de Salta, Juan Antonio Álvarez de Arenales, y nombró en su lugar al  coronel Bernardo Trigo, como una muestra de que Potosí consideraba a Tarija como parte de su territorio. Álvarez de Arenales protestó por lo que consideraba era una intervención. Sucre aceptó la situación, resultado de lo cual la Asamblea Deliberante convocada por Sucre el 9 de febrero de 1825 no aceptó que los diputados tarijeños, nombrados por parte del vecindario, participaran en la misma que, el 6 de agosto de 1825 declaró la Independencia "ni con Lima ni con Buenos Aires", creando la república de Bolivia.
La posición de Álvarez de Arenales con respecto a Tarija era difícil, ya que gran parte de las elites de la ciudad comulgaban con su pertenencia a Bolivia. Al mismo tiempo, aprovechando que llegaba la época de lluvias, retornaron a Tarija desde Tupiza las tropas de O'Connor. Esto significaba que, en la práctica, Salta no era capaz de controlar este territorio y cedía frente a las tropas bolivarianas. De forma paralela, el gobierno de las Provincias Unidas desde Buenos Aires envió a Carlos María de Alvear y a José Miguel Díaz Vélez a Chuquisaca, con el objetivo de retomar Tarija a cambio de reconocer la independencia boliviana. Bolívar, que para entonces se hallaba ya en Bolivia, ordenó que se desocupara Tarija e indicó que a cambio las Provincias Unidas debían devolver Atacama, que se hallaba bajo control de Salta desde 1816. La situación para 1826 era tensa, y en medio de un conflicto por el control de la ciudad, la autoridad de las Provincias Unidas decidió apresar a Eustaquio Méndez, héroe local. En respuesta, sus montoneros se sublevaron, ocuparon la ciudad y el 26 de agosto de 1826 declararon en Cabildo su pertenencia a Bolivia, indicando que al ejército libertador le debían su independencia. Se nombraron diputados que fueron aceptados por la Asamblea Constituyente boliviana en 23 de septiembre de 1826. Finalmente, Antonio José de Sucre, ya presidente de Bolivia, aprobó la incorporación de Tarija a Bolivia (Vásquez Machicado, 1988: 421-623).

Conclusiones

La persistencia por tratar de estudiar el proceso de las independencias hispanoamericanas con el tamiz de las naciones que surgieron como resultado de las mismas, impide doscientos años después comprender a cabalidad la complejidad del proceso. Las visiones nacionalistas, que continúan hasta hoy en las propuestas de las historias más oficiales y que se conmemoran en las fiestas cívicas resultan siendo teleológicas al dar un sustento territorial equivocado; así, todas las naciones hispanoamericanas contemplan en su memoria cívica las luchas con las naciones vecinas por la defensa de territorios "nacionales", sin tener en cuenta que, en la mayoría de los casos, las fronteras fueron construcciones posteriores a su surgimiento como naciones. En Bolivia, esta percepción ha llevado a la elaboración de mapas centrados en las mal llamadas "pérdidas territoriales", que son, en última instancia, una representación del imaginario territorial de la nación, cuyo origen se halla inevitablemente en la etapa de la independencia.
Este imaginario, que persiste hasta la actualidad, ha llevado a distorsionar la relación existente entre el territorio de Charcas o Alto Perú nombres coloniales de Bolivia y sus "vecinos", que eran para la época en cuestión, las capitales de los virreinatos del Perú y del Río de la Plata, de las que dependió Charcas en diferentes momentos. De esta manera, la guerra por la independencia fue asumida como una lucha contra la metrópoli, en clave de patriotas contra realistas; pero también como una lucha "protonacional", tanto contra los ejércitos de ocupación del Perú (ejército realista) como contra los ejércitos de ocupación rioplatenses (ejércitos auxiliares).
Releyendo los documentos de la época y la misma historiografía con ojos críticos, podemos decir que no se trató de una lucha de tres: peruanos, altoperuanos y rioplatenses, sino un enfrentamiento entre capitales virreinales en un territorio intermedio, el Alto Perú o Charcas; así, los insurgentes o patriotas de este territorio formaron parte del proyecto rioplatense mientras que los realistas formaron parte del proyecto virreinal peruano.
Situándose en esta perspectiva de análisis, el artículo ha desarrollado la estrecha relación existente entre el proyecto rioplatense, sobre todo a través de Salta, y los insurgentes de Charcas, en un espacio compartido en el cual no existían aún fronteras. Así, se ha analizado la existencia de dos espacios insurgentes que articulaban el norte de la hoy Argentina con el Alto Perú: la "media luna insurgente" de los valles y el "espacio insurgente occidental"; también se ha descrito la presencia de numerosos caudillos criollos e indígenas procedentes de las tierras altas que se formaron en Salta y formaron parte de los mismos ejércitos auxiliares; y se ha estudiado el rol jugado por dos jefes del ejército rioplatense, como Arenales y Warnes, que dirigieron la insurgencia altoperuana entre 1813 y 1816.
A pesar de la existencia de una fluida relación entre insurgentes que subían y bajaban desde las tierras altas; las estrategias políticas y los desastres militares frente al ejército del virreinato del Perú impidieron que esta alianza se mantuviera; mientras el ejército de las Provincias Unidas siguió una nueva ruta para contrarrestar el poder limeño, los patriotas altoperuanos, ya abandonados a su suerte, tuvieron se subsistir bajo una presencia hegemónica realistas, lo que fue minando el antiguo espacio insurgente; así, para 1825, cuando se declaró la independencia de Bolivia, se había ya consolidado una separación entre las intendencias coloniales de Salta y Potosí, que se manifestó de forma clara en la llamada cuestión de Tarija; de esta manera, las tensiones acerca de la pertenencia de este territorio intermedio ya sea a Bolivia o a las Provincias Unidas marcó en definitiva el quiebre del antiguo espacio colonial e insurgente.

NOTAS

1 Utilizo el título del libro de Roca (2007) como un ejemplo de la posición protonacionalista, que pretende establecer la existencia de un sentimiento de nación de forma previa a la independencia.

2 Dice Paz: "Revolucionada la capital del virreinato quedaba por resolverse la situación política de las provincias del Alto Perú que estaban sujetas a la jurisdicción de la Audiencia de Charcas. El presidente Nieto promovió un congreso invitando a los gobernadores de las provincias que enviasen a sus representantes de los que no sabemos que hubiese venido otro que el Conde de la Casa Real de Moneda, con plenos poderes del gobernador de Potosí Paula Sanz. Los dos oidores, el arzobispo, dos canónigos en representación del ayuntamiento, con el indicado comisionado de Potosí, se reunieron bajo la presidencia de Nieto, y resolvieron la incorporación de estas provincias al virreinato del Perú; acto ilegal en la forma y arbitrario en el fondo" (Paz, 1919: 113).

3 Sobre este tema es interesante ver que los libros de Cajas Reales del territorio altoperuano hasta 1814 se hallan actualmente en el Archivo Nacional del Perú, en Lima.

4 Sobre la importancia de la cultura jurídica en la toma de decisiones políticas en Charcas ver Soux (2013).

5 Sobre Jiménez de Mancocápac ver los trabajos de Arze Aguirre (1979) y Soux (2010).

6 Dice el Diario de Vargas (ABNB, 2008: 420): "El 13 de febrero repentinamente llegó al pueblo de Ynquisivi sin que hayga la más mínima noticia el señor coronel don José Miguel Lanza del punto de Salta, en donde se hallaba el exército de la Patria [...] todos mandados por el señor general Güemes" (f. 216). Sobre su relación con Salta indica el mismo Vargas: "Don José Miguel Lansa. Natural de la ciudad de La Paz. Fue teniente de granaderos el año 1809. El año 1812 fue pricionero en la doctrina de Palca, en Pocanchi, de capitán. De Potosí escapó de la cárcel, se fue a Salta al exército (de la Patria). Volvió 2ª ves de comandante el año de 1815, ganó la acción de Yrupana, entró a él. Regresó al exército (a Salta), 3ª vez volvió de coronel el año de 1821" (fs. s/n).

7 Entre los emigrados a Salta que iniciaron la guerrilla con Lira se hallaban, además de Andrés Simón y Manuel Mamani, don Pedro Zerda, Julián Tangara, Pedro Chipa, Pascual Cartagena y don Ciprián Cargajena (f. 27v).

8 Son numerosos los libros acerca de los esposos Padilla. Sobre su relación con Salta se puede citar los libros últimos de Torres (2015a, 2015b).

9 Sobre Pérez de Urdininea y su actuación durante los últimos años de la Guerra por la Independencia ver el libro de Ballivián de Romero, Florencia (1979).

10 Archivo General de Indias [AGI], Diversos 3 A1813 R1 Nº 1, Archivo de Abascal. Confesión de Mariano Díaz (citado en Soux, 2010).

11 En el informe de la sentencia se acusa a Díaz de "caudillo de insurgentes asesino y sanguinario que en distintas expediciones, cometió los más horrorosos crímenes de muertes, y latrocinios" AGI, Diversos 3 A1813 R1 Nº 1, Archivo de Abascal, f. 20r).

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