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Travesía (San Miguel de Tucumán)

versión On-line ISSN 2314-2707

Travesía (San Miguel de Tucumán) vol.18 no.2 San Miguel de Tucumán dic. 2016

 

DOSSIER

Los sujetos populares y la historiografía independentista: omisiones, inclusiones, matices

 

Julio Pinto Vallejos*

* Universidad de Santiago de Chile. Chile. julio.pinto@usach.cl

RECIBIDO: Mayo de 2016
APROBADO: Octubre de 2016

 


RESUMEN

La ponencia da cuenta de las formas en que los sujetos populares han sido tratados por la historiografía de las independencias latinoamericanas, desde la omisión casi total propia del siglo XIX, hasta su reconocimiento como protagonistas plenos por parte de la historiografía más reciente.  Concluye proponiendo un nuevo abordaje que se focaliza en las estrategias desplegadas por los sectores dirigentes para procesar dichos protagonismos, y que se adscribe de manera programática al enfoque comparativo.

Palabras clave: Independencias latinoamericanas; Sectores populares; Construcción de estados; Historiografía comparada.

ABSTRACT

This presentation examines the treatment of popular groups by the historiography of Latin American independences, tracing an arc that moves from their almost total disregard by nineteenth-century authors to their more recent recognition as historical subjects in all senses of the term.  It concludes by proposing a new approach that focuses on the devices deployed by the elites to handle those agencies, and aligns itself explicitly with a comparative perspective.

Keywords: Latin American independence; Popular groups; State-building; Comparative history.


 

Durante mucho tiempo, la historia de las independencias latinoamericanas se relató en clave estrictamente militar. Sus protagonistas eran mariscales y generales; sus hitos fundamentales, las maniobras estratégicas y las grandes batallas; su registro narrativo, épico y heroico. Los sujetos populares estaban ciertamente presentes, pero fundamentalmente como tropa indiferenciada y obediente, presta a acatar las órdenes de sus superiores y a sacrificar valientemente sus vidas en aras de una Patria todavía por construir. La historiografía nacionalista decimonónica, que construyó las imágenes canónicas de ese proceso, no invisibilizó del todo al mundo plebeyo, sin cuyo concurso no podrían haberse configurado los ejércitos que libraron los combates decisivos, y sin cuya presencia no era muy fácil dar cuerpo a las comunidades nacionales que supuestamente encarnaron y justificaron las gestas emancipatorias que desafiaron el dominio colonial. Pero ese concurso y esa presencia se concibieron básicamente en términos pasivos y no deliberantes, como respuestas automáticas a una convocatoria que sólo podía emanar de los únicos calificados para entender la verdadera trascendencia y proyección de esa empresa: los grupos dirigentes. O como lo diría de manera mucho más brutal el historiador chileno conservador de comienzos del siglo XX, Alberto Edwards, como "masa inerte, ganado humano" (Edwards, 1928).
Una mirada alternativa, surgida durante la segunda mitad del siglo XX, impugnó los juicios valorativos subyacentes a esa versión convencional, pero sin alterar fundamentalmente sus apreciaciones empíricas de fondo. Para ella, asociada a posturas más críticas, a menudo influidas por el marxismo, la pasividad o falta de protagonismo popular efectivamente existió, pero no por falta de capacidades o por una suerte de infantilismo inherente, sino por mera indiferencia. En una lucha que sólo interesaba a sus superiores, y de cuyo desenlace no podían esperar beneficios concretos o cambios fundamentales en sus propias y sacrificadas vidas, era natural que los sujetos plebeyos no se comprometieran activamente con ninguno de los bandos en pugna. Si lo hacían era sólo por obligación, o por obtener dividendos materiales inmediatos en la forma de salarios o botín procedente de saqueos. Y apenas se presentaba la primera oportunidad se apresuraban a desertar, cambiarse de bando, o simplemente aprovechar el desorden ambiente para acogerse a la más lucrativa y menos subordinada vida de la montonera y el bandolerismo. Así lo sostiene por ejemplo, en una reciente y muy documentada expresión de esta perspectiva, el historiador chileno Leonardo León Solís (2011), en un libro que lleva el muy expresivo título de Ni patriotas ni realistas
En comparación con las lecturas épicas pero finalmente infantilizadoras propias de la historiografía canónica, esta mirada crítica tiene la virtud de reconocerle al "bajo pueblo" la capacidad de discernir adecuadamente sus propias prioridades e intereses, y en consecuencia no involucrarse en aventuras que, como solía ocurrir, terminasen haciendo de él el principal perjudicado, ya fuese a corto plazo con la muerte en los campos de batalla, o a mediano y largo plazo con la reimposición de un orden tan jerárquico y expoliador como el imperante antes de la independencia. No se engañaban estos actores al suponer, nos dice esta historiografía "revisionista", que la emancipación ofrecida por los liderazgos patriotas no estaba pensada para ellos (ni menos para ellas), por mucho que los imperativos de una guerra de resultados largamente inciertos forzaran el otorgamiento de incentivos coyunturales, y casi siempre de alcance estrictamente individual, como la liberación de esclavos o el reparto de algunas prebendas una vez obtenida la victoria. Tampoco se engañaban al suponer que los nuevos amos, que la mayor parte de las veces eran los mismos que los antiguos, olvidarían rápidamente sus promesas una vez instalados firmemente en el poder, y procurarían a todo trance devolver a los "subalternos" a su condición eterna y "natural". En esas circunstancias, la indiferencia y el oportunismo eran las únicas conductas racionalmente esperables, y la pasividad antes leída como aceptación sumisa pasaba ahora a ser interpretada como realismo elemental. Pero se mantenía seguía siendo pasividad.
A contar, aproximadamente, de comienzos de la década de 1990, emergió desde diferentes latitudes una forma más compleja y matizada de evaluar las presencias populares en los procesos independentistas. Con reconocibles y a veces declaradas influencias de la historiografía marxista inglesa y los Estudios Subalternos, varias autoras y autores abordaron ese período fundacional reconociendo un entramado multifacético y dialéctico en el que actores dominantes y subalternos interactuaban de maneras no siempre lineales ni ajustadas a un libreto preestablecido, pero siempre conscientes de sus respectivos propósitos y prioridades. Convergían aquí, como en todo proceso político, intereses y convicciones, alianzas y fracturas, movimientos tácticos y desplantes doctrinarios, cálculos inmediatos y visiones proyectuales. Lo novedoso, desde la óptica de esta ponencia, es que los sujetos plebeyos ya no figuran aquí como "masa disponible" o inercia (justificadamente) desconfiada, sino como personas o grupos que entienden bien el contexto en que se desenvuelven; que actúan desde referencias culturales propias pero pueden también adherirse a propuestas novedosas (como la ciudadanía, o el republicanismo); que se involucran en negociaciones o conflictos con la misma lucidez que "los de arriba"; y sobre todo, que dimensionan claramente las posibilidades que abre una coyuntura de crisis hegemónica como la inaugurada por las guerras independentistas. Es decir, como un actor político en el más pleno sentido de la palabra.
La historiografía alineada con esta nueva forma de ver los protagonismos plebeyos se ha vuelto, afortunadamente, demasiado voluminosa como para dar cuenta aquí de todas sus múltiples y variadas connotaciones e implicancias, y se ha hecho extensiva, también afortunadamente, a prácticamente todos los países de la región. Sólo por nombrar algunos ejemplos particularmente bien logrados, debe tenerse presente el trabajo hasta cierto punto precursor en este género de Florencia Mallon a través de su libro Campesino y Nación, en el que, pese a insertarse más bien en el período post-independentista, demuestra cabalmente el intenso involucramiento de diversas comunidades indígenas de México y Perú, entidades vistas durante mucho tiempo como absolutamente soslayadas de todo protagonismo político, en los procesos de formación de estados nacionales desarrollados en esos países durante el siglo XIX (Mallon, 1995).
Otra expresión destacada de esta corriente es el estudio de Cecilia Méndez titulado La república plebeya,en que se reconstruyen los derroteros bélicos y políticos de las comunidades indígenas de Huanta, habitantes de la sierra central peruana, demostrando la claridad y determinación con que estos actores supieron navegar las turbulentas aguas de la independencia y post-independencia, manteniendo importantes niveles de autonomía y erigiéndose como una referencia ineludible, ya fuese como aliados o como enemigos, para los diversos grupos que por aquellos años se disputaban el poder (Méndez, 2014).1 Por último, desplazándose hacia la vertiente atlántica del continente, los trabajos de Gabriel Di Meglio y Raúl Fradkin han comprobado el destacado papel desempeñado por los sectores populares urbano y rural en la Buenos Aires independentista y pre-rosista, inventariando sus repertorios de acción política y atravesando barreras documentales y prejuicios historiográficos para poner en valor la "agencia" de estos sujetos previamente desconsiderados (Di Meglio, 2006;  Fradkin, 2006).
Aparte de su objeto (o más bien sujeto) de estudio, lo que todos estos trabajos comparten es una mirada que, sin connotar necesariamente una adscripción metodológica que varias de sus autoras y autores discutirían, podríamos calificar como "subalternista", o por lo menos "desde abajo". Aunque ninguno de ellos se abanderiza con posturas "populistas" o "esencialistas", distinguiéndose más bien por un esmerado rescate de la dialéctica social y de la heterogeneidad de los grupos considerados, no parece forzado sostener que su principal objetivo era precisamente reivindicar la "agencia" de sus actores y su condición irrenunciable de sujetos políticos (en lo que ciertamente se hermanan con la historiografía marxista inglesa o con el subalternismo). Lo mismo puede decirse de los muchos otros estudios que se han inscrito en esta misma corriente, y que por razones de espacio no pueden aquí consignarse con la prolijidad y detenimiento que sin duda ameritan. Pero lo que sí puede afirmarse es que, gracias a todos ellos, la noción de un mundo plebeyo pasivo o esencialmente marginalizado de los procesos independentistas y post-independentistas ya no resulta historiográficamente sostenible. La fundación de los estados nacionales latinoamericanos ya no será nunca más, afortunadamente, un escenario poblado o articulado exclusivamente por la "gente decente".
Sin embargo, ese muy necesario y bienvenido desplazamiento del lente historiográfico hacia el "bajo pueblo" ha tenido, en mi opinión, el efecto (que podría considerarse justicieramente compensatorio) de hasta cierto punto obnubilar el polo "patricio" de esa dialéctica en que ahora se reconocen y conocen cada vez mejor los protagonismos plebeyos. Dicho de otra forma: si la historiografía reciente ha demostrado que la política de la época se construyó paritariamente entre aristócratas y populares, y si la historiografía más antigua ya había registrado hasta el más mínimo detalle las relaciones y conflictos entablados al interior de los sectores de élite, una dimensión a mi parecer menos explorada de esta dinámica es la que involucra los posicionamientos y gestiones que fluyeron desde arriba hacia abajo, es decir, los mecanismos y estrategias mediante los cuales esos grupos dirigentes que se vieron inducidos u obligados a negociar políticamente con el mundo popular emprendieron dicha la tarea. Persuadidos de la necesidad de incorporar a actores plebeyos como aliados militares o apoyos políticos para ganar una guerra prolongada e incierta, y después para edificar un nuevo orden hegemónico que se demostró tremendamente difícil de consolidar, parece interesante explorar cómo se llevó a cabo este proceso; cuáles fueron sus características, sus éxitos y fracasos; cómo reaccionaron los actores plebeyos frente a estas interpelaciones; y finalmente, de qué maneras incidió esta dialéctica en las configuraciones sociales y políticas que se asentaron al final del camino.
Esa es precisamente la indagación a la que se han abocado mis propios esfuerzos durante los últimos años. En un primer momento, en conjunto con Verónica Valdivia y con la ayuda de otros colaboradores, se indagó en los mecanismos mediante los cuales las élites conductoras de los procesos de independencia y construcción inicial del estado chileno buscaron involucrar en dichas realizaciones al mundo popular. Entre los discursos desplegados para tal efecto, se incluyó la guerra propiamente tal, como instancia forjadora de lealtades e identidades nacionales, y también diversas formas de convocatoria política y simbólica que se fueron alternando con desiguales resultados. A la postre, la restauración del orden político y social bajo el régimen denominado "portaliano" (por el liderazgo del Ministro Diego Portales) consagró una fórmula de "incorporación" plebeya básicamente autoritaria y excluyente, que puso término a varias tentativas previas de alcance más aperturista y participativo. Bajo el Chile portaliano, los actores populares estaban llamados en lo esencial a trabajar, guerrear y obedecer, en tanto que su identificación con la incipiente nación quedaba encomendada a dispositivos simbólicos (como las efemérides patrias, el culto a los próceres y la adhesión a la bandera), o al orgullo de pertenecer a un país ordenado, económicamente progresista y victorioso en la guerra.2
En un segundo momento, y con otro equipo de trabajo, se comparó la experiencia chilena de construcción estatal con la que se desarrolló de manera simultánea al otro lado de la cordillera en la Buenos Aires rosista, tomando como base de comparación la búsqueda en ambos casos de restablecer un orden social quebrantado por la independencia y las luchas civiles posteriores. Pese a la analogía de propósitos, descubrimos que las diferentes circunstancias estructurales, el mayor faccionalismo de las élites y la presencia de una plebe políticamente mucho más movilizada forzaron al régimen de Rosas a adoptar una actitud mucho más negociadora e incluyente frente a diversos sectores del mundo plebeyo rural y urbano, forjando a partir de allí lealtades subalternas más visibles y expresivas que en el caso chileno. Aunque estas lealtades no impidieron su eventual derrota, tal vez por un cierto anquilosamiento de sus mecanismos de legitimación durante la etapa final, por el natural desgaste de una experiencia que se prolongó casi un cuarto de siglo, o por la incapacidad de generar instancias institucionales que le dieran proyección, lo cierto es que el régimen rosista exhibe una fisonomía de interlocuciones y adhesiones populares muy diferente a su contraparte portaliana, con implicancias para sus historias posteriores todavía pendientes de explorar.3
En una tercera etapa de la investigación, actualmente todavía en curso, pretendo "triangular" los dos casos anteriores con la experiencia morfológicamente análoga aunque cronológicamente levemente posterior del Perú de Ramón Castilla (1845-1862). También aquí se aprecia una voluntad política de reordenar un país profundamente convulsionado por la independencia y sus repercusiones posteriores, y con una población subalterna mucho más compleja y culturalmente polifacética. Por otra parte, siendo Castilla quien articuló la abolición de la esclavitud y la derogación del tributo indígena, medidas que le valieron en su momento el honroso apelativo de "Libertador", resulta tentador avizorar en su gobierno a lo menos alguna sensibilidad hacia las ventajas que podía acarrearle una mayor adhesión popular. Al igual que en el caso rosista, el Perú post-independentista se vio atravesado por profundas fracturas intra-élite, así como por sectores plebeyos considerablemente movilizados aunque fragmentados y al menos en lo que toca a las mayoritarias comunidades indígenas, con bases significativas de autonomía material y cultural. El estado de la investigación no permite aún extraer conclusiones medianamente sustentables sobre esta experiencia, pero lo que sí puede adelantarse es que el mundo popular peruano tampoco fue un espectador pasivo de estos procesos de construcción de estado, y que el régimen castillista, reconocido por la historiografía peruana como el primero en lograr algunos niveles de estabilidad política, tampoco estuvo en condiciones de ignorarlo como factor de logro o de fracaso en tales propósitos.4
En suma, el trabajo resumido en los últimos párrafos aspira a complementar los muchos y sustantivos avances logrados por la historiografía latinoamericana en orden a precisar, conocer y calibrar mejor los protagonismos plebeyos en las etapas iniciales de formación nacional y estatal, en este caso específico por la vía de poner el lente en las estrategias desplegadas por los grupos dominantes para concitar, canalizar o contener su ya demostrada gravitación en materia de actuaciones políticas. No se trata, por tanto, de una propuesta innovadora en su temática (a propósito del título "Nuevas miradas" aplicado a este panel inaugural), aunque tal vez sí, al menos medianamente, en su enfoque "invertido" (porque pone el eje analítico en "los de arriba") de rescate de la "agencia" popular. Pero sí lo es, ahora con menos reservas, en su afán de someter las experiencias estudiadas a un tratamiento deliberada y planificadamente comparativo, que busca identificar diferencias tanto como similitudes en las formas en que regímenes embarcados en un proyecto común de restablecimiento del orden visualizaron a sus respectivos sujetos subalternos, también ellos diversos en sus perfiles materiales y culturales, aunque finalmente comparables en su común subalternidad. Porque lo "nuevo" a estas alturas en materia de restitución de actorías populares, ya sea en las guerras de independencia o en cualquier otro proceso histórico, ya no radica en las constataciones empíricas o en las lecturas más interpretativamente fecundas, las que siendo claramente valiosas, ya no resultan tan nuevas. Ya sabemos que los sujetos populares estuvieron presentes en esos procesos, y que su papel no fue el de meros comparsas. Sabemos que se desenvolvieron como actores conscientes e inteligentes; que se movilizaron políticamente tras sus propios objetivos, en defensa de sus propios intereses, motivados por sus propias creencias o claves de sentido; que entablaron alianzas, adscribieron a nuevas o antiguas propuestas, planificaron, negociaron y disputaron; que ofrecieron, renovaron o retiraron adhesiones. De lo que sabemos menos es de los patrones que tal vez se puedan discernir, del impacto relativo de desafíos comunes y contextos diferentes, del peso explicativo concreto de lo general y lo específico, todas preocupaciones recurrentes del ejercicio historiográfico. En ese registro, el abordaje comparativo puede ser un buen punto de partida para generar "nuevas miradas".

NOTAS

1 La versión original se publicó en inglés por la Duke University Press, Durham, Carolina del Norte en 2005.

2 Estas ideas fueron desarrolladas en Pinto y Valdivia (2009).

3 Este trabajo comparativo dio sus primeros frutos en la obra colectiva de Pinto et al. (2015). Ver también, para una evaluación análoga de la experiencia rosista, Fradkin y Gelman (2015).

4 Algunos resultados preliminares de esta etapa de la investigación se han volcado en el artículo de mi autoría "La construcción social del estado en el Perú: el régimen del Castilla y el mundo popular, 1845-1856", todavía inédito.

BIBLIOGRAFIA

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