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Travesía (San Miguel de Tucumán)

versión On-line ISSN 2314-2707

Travesía (San Miguel de Tucumán) vol.19 no.2 San Miguel de Tucumán dic. 2017

 

ARTÍCULOS ORIGINALES

El mutualismo obrero en Argentina. La sociedad tipográfica bonaerense, 1907-1918

 

María Silvia Badosa*

* Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”. Buenos Aires, Argentina. silviadaboza@gmail.com

RECIBIDO: Noviembre de 2016
APROBADO: Agosto de 2017

 


RESUMEN

Este trabajo se propone analizar la persistencia de la adhesión, entre los trabajadores de imprenta, a las ideas del socorro mutuo en el contexto del auge asociativo en las artes gráficas, entre 1907 y 1918. El artículo aborda varias dimensiones que consideramos centrales para cuestionar la aplicación del modelo inglés o francés de desarrollo del mutualismo para el caso de la Sociedad Tipográfica Bonaerense. El estudio se propone contribuir a la discusión más amplia sobre el mutualismo obrero como una modalidad asociativa específica y duradera que merece un análisis propio. Y a su vez, aportar a una visión más compleja y abarcadora al societarismo obrero en las primeras décadas del siglo XX.

Palabras clave: Asociacionismo obrero; Mutualismo; Sociedad Tipográfica Bonaerense; Siglo XX.

ABSTRACT

This paper intends to analyze the long lasting adhesion of printing workers to the ideas of mutual aid, in the context of the boom of associativism between 1907 and 1918. It addresses several aspects that we consider essential to discuss the applicability of the English or French models of mutualism to the case of the Sociedad Tipográfica Bonaerense. It aims to contribute to the broader discussion of workers’ mutualism as a specific and lasting model of association that deserves an analysis of its own, and to the development of a more complex and comprehensive view of working class societarism in the 20th century.

Keywords: Workers’ associationism; Mutualism; Sociedad Tipográfica Bonaerense; 20th century.


 

Introducción

En mayo de 1907 quedó conformada la trilogía asociativa en las artes gráficas: mutualismo, escuela profesional y organización sindical. El 3 de mayo se organizó definitivamente la Federación Gráfica Bonaerense, el 11 de mayo se firmó el acta de fundación del Instituto Argentino de Artes Gráficas y, por último, el 25 de mayo cumplía cincuenta años de existencia la Sociedad Tipográfica Bonaerense. Si bien cada una de estas sociedades tuvo desde su constitución objetivos, formas y prácticas diferentes, todas ellas muestran la predisposición de los obreros de las imprentas por el fomento asociativo, aunque estas organizaciones no rebasaban el ámbito local.
Este trabajo se propone analizar el desempeño y desarrollo de la sociedad mutual de oficio Sociedad Tipográfica Bonaerense entre 1907 y 1918, período en que empresarios y trabajadores constituyeron sociedades que representaban sus correspondientes intereses y expresaban abiertamente el conflicto de clase. La primera de las fechas remite a la culminación del proceso de formación de las tres organizaciones de los obreros de las imprentas, mientras que la finalización está relacionada con la firma del acuerdo entre la Federación Gráfica Bonaerense y la Sociedad Tipográfica Bonaerense habilitando la incorporación a la mutual de los socios agremiados al sindicato. Cuando hablamos de desempeño nos referimos al funcionamiento particular de la institución, perspectiva ésta que nos distancia de aquellos estudios sobre movimiento obrero que se ocuparon del mutualismo de oficio como formas organizativas previas a la experiencia sindical, negando su especificidad y perdurabilidad y la complejidad del fenómeno asociativo en el mundo del trabajo. Se explora la persistencia de la adhesión a las ideas del socorro mutuo entre los trabajadores de imprenta, cuestionando el modelo inglés de desarrollo lineal del mutualismo al sindicato de resistencia. Como también, los caminos separados que tomaron el sindicalismo y el mutualismo en el modelo francés, convirtiéndose este último en un órgano de previsión (Dreyfus, 2001: 63-122; Maza Zorrilla, 1994).
En la historiografía argentina existe una vasta producción que abordó, desde diversas perspectivas, el asociacionismo en general y aquél ligado al fenómeno migratorio en particular. Estos estudios priorizaron a las mutuales de las colectividades, ignorando las expresiones del “mutualismo de oficio” que aglutinó a socios ya no por su origen nacional, sino por la ocupación alcanzada en una rama industrial específica, tal el caso de la Sociedad Tipográfica Bonaerense. Los análisis sobre el mutualismo de las comunidades ocuparon su atención en la función cumplida por estas instituciones en la construcción de la identidad obrera y étnica (Baily, 1982; Devoto y Míguez, 1992; Gandolfo, 1992; Godio, 1987: 61-137). A estos estudios se sumaron aquellos dedicados desde las perspectivas de la sociabilidad y la organización de la sociedad civil, para los cuales las mutuales tuvieron un papel importante en el heterogéneo universo del asociacionismo (Di Stefano y otros, 1992; Sabato, 1998). No podemos dejar de mencionar el lugar destacado que merecieron las mutuales en el análisis del desarrollo histórico de la atención médica y la seguridad social (Belmartino, 2006; González Bernaldo, 2013; Pons y Vilar Rodríguez, 2011).
Por otro lado, la historiografía sobre el movimiento obrero interpretó que las sociedades mutuales constituyeron la “prehistoria” de las organizaciones de clase. Como consecuencia de esa visión no fueron objeto de estudios particulares, y en general se las menciona tan sólo como antecedentes de las organizaciones de resistencia que habrían de suplantarlas (Marotta, 1960: 17-23; Oddone, 1949; Falcón, 1984: 28). En las últimas décadas esta interpretación fue cuestionada, planteando la necesidad de considerar al mutualismo obrero como una modalidad asociativa específica y duradera que merece un análisis propio sobre las actividades desplegadas en el largo plazo (Badoza, 1992; Ralle, 1992; Castillo, 1994; van der Linden, 1996; Munck, 1998; Teitelbaum, 2015).
En el contexto del auge asociativo en las artes gráficas, este estudio plantea las siguientes preguntas: ¿cómo era la organización y funcionamiento de la Sociedad Tipográfica Bonaerense?; ¿quiénes y cuántos formaban la base societaria?; ¿qué recursos económicos manejaba y cómo los obtenía?; ¿qué beneficios otorgaba?; ¿qué relación mantuvo la organización de mutual con el sindicato de resistencia?
 La primera parte del artículo relata los orígenes de la Sociedad Tipográfica Bonaerense y analiza brevemente las características de su desarrollo, centrándonos en la organización interna, bienes y la publicación institucional. En el segundo apartado estudiamos desde diversas perspectivas a la masa societaria de la Tipográfica: estimamos los ingresos y egresos, la composición social, la presencia de militantes obreros como socios y en cargos del Consejo de Administración. El análisis de la dimensión asistencial de la STB es el tema del tercer apartado, donde examinamos los beneficios otorgados y calculamos el monto de los riesgos cubiertos a lo largo del periodo estudiado. El financiamiento de la asociación es parte de la cuarta sección, en la que estimamos los recursos internos para el sostenimiento de la asistencia brindada a los socios. El quinto apartado analiza la sociabilidad de la Mutual. Por último, presentamos algunas consideraciones finales sobre el tema.

Orígenes y desarrollo de la sociedad tipográfica bonaerense

En la década de 1850 surgieron las primeras asociaciones de ayuda mutua que aglutinaban a inmigrantes y a trabajadores de un mismo oficio: Asociación Española, Unione e Benevolenza, San Crispín y Sociedad Tipográfica, entre otras. La expansión de las mutuales continuó en las décadas siguientes, acelerándose el ritmo de crecimiento una vez superada la crisis de 1890. Para 1914 el Censo Nacional daba cuenta de un total de 1.202 asociaciones y 507.637 socios para todo el país. De ese universo, 214 asociaciones estaban radicadas en la ciudad de Buenos Aires y concentraban el 50% de los afiliados a las mutuales, incluyendo el mutualismo de origen confesional de los Círculos de Obreros Católicos.1 Por el número de socios, el 85% de las mutuales contaba con menos de 1.000 adherentes, encontrándose en ese rango la Sociedad Tipográfica Bonaerense.2El mutualismo incluyó diferentes objetivos como los culturales, recreativos, de ahorro, educativos y patrióticos en el caso del asociacionismo étnico. Sin embargo, en la ciudad de Buenos Aires el “asistencialismo” continuó siendo el “objetivo predominante” con un 92% de cobertura médica y medicamentos.3 Por la nacionalidad de los socios las mutuales estaban agrupadas en extranjeras, cosmopolitas y argentinas. La clasificación de cosmopolita comprendía a las mutuales compuestas por socios de diversas nacionalidades y por un heterogéneo universo de ocupaciones. Si bien la Tipográfica compartía ciertos rasgos de la mayoría de las sociedades cosmopolitas, como la filiación voluntaria, su carácter igualitario y la presencia de argentinos y extranjeros, al mismo tiempo se distanciaba de ellas, porque su núcleo de asociados estaba formado por aquéllos que desempeñaban las profesiones calificadas de las artes gráficas.
El censo de 1914 dio cuenta de la existencia de 181 sociedades cosmopolitas en todo el país. Cinco de ellas fueron impulsadas, desde una perspectiva paternalista, por los empresarios del sector transporte, concentrando el 59% del total de asociados de las cosmopolitas. En este caso, la filiación estuvo ligada al empleo en una compañía determinada, originando mecanismos de retención de la fuerza laboral. La baja en el trabajo implicaba, a diferencia del mutualismo obrero voluntario, la pérdida de los beneficios otorgados por la empresa. Por lo tanto debemos diferenciarlas de aquellas organizadas y administradas por sus asociados.4
 Desde sus inicios las mutuales tuvieron temas en común, entre ellos, la menor proporción de mujeres y niños, un rango de edad para ingresar entre los 12 y 50 años y la procedencia de los ingresos monetarios de dichas asociaciones. Las arcas de las mutuales dependían fundamentalmente de los ingresos provenientes de las cotizaciones mensuales de los socios,5 resultando insuficiente para afrontar los riesgos más onerosos como los de vejez, invalidez y maternidad, entre otros. Estas circunstancias económicas condujeron a la aplicación del criterio de “grupo de riesgo” para los niños, mujeres y mayores (van der Linden, 2008: 122).
 En el caso de la Sociedad Tipográfica Bonaerense hubo una combinación de ayuda monetaria y sociabilidad. Mediante la acumulación de fondos los trabajadores pudieron protegerse ante la enfermedad, la muerte y organizar su tiempo libre y esparcimiento. Esta mutual se constituyó en torno a los oficios de las artes gráficas, siendo el primer requisito ejercer algunas de las categorías en esta industria. Los aspirantes debían cumplir con otras obligaciones ligadas a valores morales de buena conducta y laboriosidad, la presentación por dos socios, un examen de salud previo, estar comprendidos en un rango de edad y abonar una cuota de inscripción. El socio, una vez aceptado, pagaba una suma mensual que varió a lo largo del periodo.
En cuanto a la organización de la Tipográfica, su dirección recaía en la Comisión Directiva elegida por asamblea y compuesta por el presidente, vice 1º, vice 2º, secretario, pro secretario, tesorero, pro tesorero y vocales.6 Los miembros de la Comisión Directiva estaban obligados por reglamento a participar de las sesiones ordinarias, realizar dos asambleas por año y convocar a extraordinarias. Acompañaban a la dirección administrativa varias comisiones que ejecutaban tareas de propaganda, publicación del boletín institucional, biblioteca y de representación de la entidad en velatorios. A estos puestos se sumaron otros no electivos y rentados: gerente, intendente y cobrador.
 Entre los bienes, la Sociedad Tipográfica contó a partir de 1868 con el Panteón en el cementerio de la Recoleta y, a partir de 1874, con un edificio social ubicado en la calle Solís en el barrio de Monserrat. Esta situación patrimonial y el cumplimiento de otros requisitos establecidos en el artículo 33 del Código Civil fueron suficientes para obtener la personería jurídica en 1888.7 La nueva situación legal dio acceso a créditos y subsidios estatales. A principios del siglo XX construyó, mediante la utilización del fondo de reserva, créditos y un subsidio de la Municipalidad de Buenos Aires, el Panteón que posee hasta la actualidad en el cementerio de la Chacarita.8 Dos años después, en 1903, emprendió la construcción de un nuevo edificio social, en Av. San Juan al 3.200 del barrio de Boedo. El nuevo panteón y la sede social, inaugurada el 6 de agosto de 1904, fueron las propiedades sostenidas por la mutual durante el periodo bajo estudio, siendo el alquiler del salón la entrada más importante después de la cuota societaria.
El asociacionismo gráfico contó con sus propios órganos de expresión. Los obreros de las artes gráficas, por la clase de trabajo desarrollado, tuvieron un contacto fluido con la escritura y edición de impresos, que permitió a la sociedad de socorros mutuos publicar desde temprano su prensa escrita: Anales de la Sociedad Tipográfica Bonaerense, El Obrero Tipógrafo y el Boletín de la Sociedad Tipográfica Bonaerense, desde 1901.9 Esta última publicación difundió información, opinión y cultura relacionada con los intereses del mundo de los oficios gráficos, aunque con escasa referencia a temas políticos y económicos más generales. El Boletín editó números especiales como el dedicado a sus cincuenta aniversarios en 1907, otro en homenaje a Gutenberg en 1909 y la gran edición de noventa páginas para el centenario de la Revolución de Mayo; todos ellos representaron grandes esfuerzos de impresión.
Una vez consolidado, el Boletín iniciaba cada número con una portada diseñada por operarios gráficos. Continuaban tres páginas de anuncios de empresas de maquinarias e insumos para las artes gráficas. Formaban parte del cuerpo central dos o tres páginas que daban cuenta de las cuestiones tratadas en las sesiones ordinarias de la comisión directiva, listado de aspirantes a socios, beneficios otorgados a enfermos, el registro del movimiento económico mensual y los acuerdos realizados por la Sociedad con otras organizaciones similares del país y extranjero. Cada número incluía artículos sobre higiene en los talleres y cuestiones técnicas, ligadas a los cambios en las ramas gráficas. Además, insertaban notas “doctrinarias” sobre mutualismo en general o problemáticas particulares de la Sociedad Tipográfica y comentarios de fiestas o actividades culturales realizadas por la institución. Estas páginas centrales incluían ensayos históricos y poemas escritos por socios y personas del medio gráfico. Otra carilla del Boletín era ocupada por “Notas extranjeras” con noticias de actualidad sobre exposiciones de las artes gráficas, congresos, condiciones de trabajo y salarios en EEUU y Europa. Completaban la diagramación del Boletín las páginas que daban cuenta de la organización, cuerpo médico y servicios brindados por la Sociedad.
Con esta publicación, de periodicidad mensual, la Sociedad obtuvo una mayor visibilidad pública, intervino en los debates sobre el papel de la mutualidad dentro del gremio gráfico, marcó sus diferencias con otras modalidades de socorro mutuo y defendió sus intereses frente a los organismos estatales, fundamentalmente el municipal. Además, fue una herramienta para sostener una ética en el uso del dinero aportado por los socios. La idea de transparencia en las cuentas se plasmó en la publicación detallada de la contabilidad, un hábito compartido con la prensa gremial y obrera en general.10 Al mismo tiempo, fue un medio de propaganda de las ideas mutualistas, un instrumento pedagógico para promover la previsión entre los obreros y una herramienta educativa a través de la divulgación de artículos técnicos, científicos y literarios, intentando contribuir a mejorar las condiciones sociales de los trabajadores.

Los Socios

La reforma de los estatutos como una vía de ampliación de la masa societaria

Desde hace tiempo la historiografía sobre el mutualismo ha señalado los límites que tienen los estatutos de las asociaciones para el estudio de su desempeño real (Devoto, 2008: 182-183). Sin embargo, consideramos que a través del seguimiento de las sucesivas reformas realizadas a los estatutos podemos dibujar un cuadro de situación sobre la composición societaria de quienes adhirieron a este sistema solidario, voluntario y autónomo del poder estatal para asegurarse la ayuda monetaria en caso de enfermedad y fallecimiento. Consideramos que, en el caso de la STB, una mutual organizada en torno a los oficios, las reformas introducidas indicaban las dificultades para aumentar el número de socios en un mundo laboral y organizativo más complejo.
El estatuto que regía la vida institucional de la Sociedad Tipográfica fue modificado en varias oportunidades para atraer a sus filas a los trabajadores de las imprentas con el propósito de ampliar su base societaria. De igual modo, fueron enmendadas, mediante Resolución de Asamblea, las cuestiones reglamentarias que obstaculizaban el ingreso y la retención socios. Asimismo, estos cambios fueron acompañados de otras iniciativas como las campañas de propaganda, semejantes a las desplegadas por las organizaciones sindicales, en los principales talleres de diarios y obras para captar nuevos socios.
En cuanto a la composición social, en 1893 se hizo una reforma trascendente al artículo 1º del estatuto, estableciéndose que la “Sociedad se compone de cajistas, impresores, fundidores de tipos, foguistas, litógrafos, correctores, grabadores, encuadernadores y los que ejerzan las artes similares”.11 Esta modificación fue realizada como consecuencia de la fragilidad económica en que se encontraba la sociedad mutual por la crisis de 1890, que produjo la merma de pago de cuotas por los socios sin trabajo y la pérdida de $9.000 por la venta, recién en 1897, de los bonos que el Banco Provincia le había entregado a cambio de los $13.592 depositados antes de la crisis.12 Con esta reforma la STB podía formarse con un 75% de socios de las “otras profesiones” de las artes gráficas y no exclusivamente de los oficios de la tipografía como era hasta entonces. También amplió el derecho de incorporación de extranjeros. Esta última iniciativa se tomó en momentos que la preponderancia de los argentinos en las artes gráficas estaba dejando paso a una mayor diversidad de nacionalidades entre los trabajadores, como producto de la incorporación de inmigrantes al mercado laboral.
Otra reforma sustancial extendió el derecho a asociarse a las mujeres y los menores en 1914.13 Hasta entonces, en los estatutos existía un vacío legal sobre la inclusión con igualdad de derechos y obligaciones de la mujer operaria de las artes gráficas. El ingreso de la mujer no se apoyó en el derecho que le asistía por su condición de trabajadora, como lo fue para los hombres. De esta manera, el presidente de la Sociedad sostenía en la Memoria que “La modificación introducida en el sentido de admitir el sexo femenino en nuestra institución como participante, era una aspiración general que de tiempo atrás estaba latente en la gran mayoría de los asociados”.14
Por otro lado, la modificación del artículo 10 extendió el derecho de afiliación a los menores comprendidos entre los 13 y 15 años. Una vez alcanzada esta última edad, pasaban a la categoría de socios plenos, gozando de todos los derechos y deberes. En abril de 1920, una nueva reforma de este artículo redujo a la edad de tres años el derecho de inscripción de los menores. La primera modificación mantuvo la “categoría de menor” dentro de los criterios vigentes en el mundo laboral de las imprentas. En cambio, la segunda reforma dejó de lado estos principios, pero aseguró un mayor éxito en cuanto a nuevos inscriptos: 99 nuevos socios entre 1921 y 1922.
La incorporación de las mujeres y los niños a una edad muy temprana –con ciertas restricciones por su condición de socios participantes– puede interpretarse como parte de los esfuerzos para lograr una ampliación y renovación del padrón de socios que mostraba signos de envejecimiento, ocasionando gastos muy elevados de socorro en los últimos años del periodo analizado. Sin embargo, esta integración afectó la idea “familia gráfica” compuesta hasta entonces exclusivamente por quienes ejercían las profesiones de la imprenta. A partir de las reformas, la noción de “familia gráfica” desbordó el ámbito del taller, abarcando a los parientes de los trabajadores que se asociaron al mutualismo.15
Otras medidas, orientadas a acrecentar la adhesión de nuevos socios, fueron tomadas por la Asamblea Ordinaria de 1908. Este cónclave decidió suspender hasta la reunión de julio de 1909 el pago de la cuota de inscripción a la STB y aplazó por 90 días la vigencia de la cláusula de la edad de ingreso (45 años) para la reincorporación de ex socios que habían permanecidos diez años consecutivos en la Mutual. Un año después, pero ahora con la finalidad de retener a los socios, fue suspendida por 45 días la entrada en vigencia de la modificación estatutaria de 1909 que autorizaba la expulsión de todos aquéllos que adeudaran tres cuotas.
Además, la Asamblea Extraordinaria de diciembre de 1918 aprobó el acuerdo realizado con la Federación Gráfica Bonaerense para que la asociación mutual tomase a cargo el subsidio por enfermedad y vejez de los agremiados a la sociedad de resistencia. El convenio estableció “aceptar a todos los asociados de la Federación que deseen ingresar, de acuerdo a los estatutos de la Tipográfica, con un cinco por ciento cuya edad pase de 45 años”.16
Este convenio dejó circunstancialmente de lado la idea restrictiva de mantener hasta los 45 años el derecho de asociarse a la STB. El criterio de no prolongar la edad de ingreso fue sostenido a lo largo del período estudiado por los sucesivos cuerpos administrativos de la Mutual por considerarlo económicamente riesgosa para la “caja” de la mutual.

El impacto de las reformas en el número de asociados

Las medidas y acciones estudiadas hasta aquí introdujeron ciertos cambios en la composición societaria por edad y sexo; sin embargo, en el plano de la afiliación no lograron un incremento notorio de socios. En 1914, apenas un diez por ciento de los 7.675 obreros empleados en las imprentas de Buenos Aires estaban asociados, tal como surge de la siguiente afirmación:

Poseemos una cantidad mínima de adherentes, en relación a la importancia del gremio gráfico. En la actualidad el número de socios alcanza a 775. Queremos que antes de terminar el año pasemos al millar. Y esto hemos de conseguirlo si todos dedicamos nuestra atención, con perseverante energía, al fin propuesto.17

Tampoco cumplió con el objetivo de acrecentar el número de socios el convenio entre ambas asociaciones gráficas si tenemos en cuenta lo expresado en la Memoria de 1918-1919 de la Sociedad Mutual:

El número de afiliados se mantiene relativamente bajo, a pesar de la liberalidad con que fue encarada y resuelta la incorporación de los socios de la Federación Gráfica Bonaerense. En efecto, el número de adherentes que pasaron del anterior período: 653 socios y 63 participantes, total 726, llegó al cierre de éste a 730, divididos en 657 socios y 73 participantes, acusando un aumento de 4 adherentes, cifra mínima si tenemos en cuenta el acuerdo firmado.18

Por cierto, la STB, nunca logró el millar de socios, como se observa en el Cuadro 1.

Cuadro 1: Ingreso, egresos y número de socios de la Sociedad Tipográfica Bonaerense, 1906-1920.

Fuente: Elaboración propia en base a Memoria de la Sociedad Tipográfica Bonaerense, varios años.
Notas:
* Nº de socios al 30.11.1910.
** En este período ingresos de mujeres. En 1914 se asociaron 17 mujeres.

Hacia el año 1900 el total de socios alcanzó a 478 en la STB, manteniéndose estable esa cifra hasta los años 1903-1904. Como resultado de las incorporaciones de ese año el total de asociados alcanzó a 737. Este salto se explica en parte por el trabajo realizado por dos organizaciones que, con fines diferentes pero constituidas por dirigentes de fuerte arraigo por su militancia en el gremio gráfico, actuaron en distintos momentos entre 1902 y 1905 bajo el amparo de la STB: la Caja de Parados y la Sección Unión Gráfica.19
La cifra alcanzada en 1904 se mantuvo más o menos constante a lo largo del período estudiado, superando los 800 inscriptos recién en el período 1919-1920. De todas maneras, el Cuadro exhibe importante cantidad de ingresos y egresos de socios. El total de los egresos registrados alcanzó a 794. La principal causa, que originó un número aproximado de 525 bajas, fue la falta de pagos de la cuota societaria, ocasionada generalmente por problemas en el mundo laboral de las imprentas. Por ejemplo, durante el período 1906-1907 la mayoría de los egresos se debieron a la pérdida de salarios de los obreros que participaron en la larga huelga del gremio gráfico en 1906. Los fallecimientos fueron el segundo motivo de las salidas, con un total de 107 pérdidas. La tercera causa fue por renuncia, produciendo 30 egresos a lo largo del período.

Obreros calificados y militantes en las filas del mutualismo

Ahora bien, el Cuadro precedente no permite comprender quiénes se asociaron a la STB. En este trabajo nos preguntamos si los trabajadores que adhirieron al mutualismo pertenecieron a los estratos artesanales del pequeño taller, si existió una destacada presencia de los dueños de las imprentas entre los asociados y por último, si se apartaron del mutualismo los militantes obreros. Estos interrogantes están vinculados con dos supuestos muy difundidos sobre el mutualismo: la ligazón entre mutualismo y producción artesanal y la objeción al mutualismo por parte de las elites militantes obreras, por sostener este tipo de organizaciones posiciones moderadas frente a los conflictos del mundo del trabajo.
Estos supuestos son muy difíciles de demostrar a partir de los escuetos datos del padrón de asociados.20 Sin embargo, para el caso de los obreros, una de las piezas integrantes de la comunidad artesanal, contamos con algunas vías de aproximación para saber quiénes conformaban la Sociedad. Una de ellas, la nómina de imprentas con presencia de delegados de la STB desde 190921, la otra, el cruce entre la lista de socios y el libro de personal de la firma Ortega y Radaelli. Los delegados, encargados de difundir las actividades y conseguir nuevos socios para la institución, estuvieron presentes en los principales y más concentrados establecimientos de obra, diarios y organismos estatales de la ciudad de Buenos Aires.22 Mientras que el caso de Radaelli, uno de los talleres más dinámicos de la rama, revela la presencia de sus trabajadores entre los asociados a la mutual.23 Estos indicios permiten afirmar que en el conjunto societario hubo un cierto predominio de obreros calificados empleados en las más importantes imprentas. Por cierto, eran los obreros con empleo estable y salarios regulares, situación que no se daba en las pequeños talleres dispersos por toda la ciudad, quienes podían hacer frente al pago de la cuota mensual de la mutual.24
La adhesión de los propietarios al mutualismo –la otra parte de la comunidad artesanal– fue un hecho excepcional desde 1904 cuando los empresarios se nuclearon, para representar sus intereses, en la Sección Artes Gráficas la UIA. A partir del cotejo entre la lista de asociados de la STB y de la Sección Artes Gráficas, pudimos constatar que continuaron como socios de la mutual los siguientes dueños de talleres: Arturo J. Dufour (Imprenta Dufour) ingresó a la Sociedad en 1897; Alfredo Colombatti (Imprenta Ítalo-Platense), Fausto Ortega y Ricardo Radaelli (Talleres Heliográficos Ortega y Radaelli) ingresaron a la STB en 1904, mientras que Pablo Radaelli lo hizo en 1906.25 Otros propietarios de imprentas, como Salvador Lotito y Luis Bernard, nunca formaron parte de la asociación empresarial. El primero, dueño del taller de artes gráficas “Lotito y Barberis”, mantuvo una destacada militancia socialista, mutualista y gremial. Luis Bernard fue un destacado dirigente de la corriente sindicalista que dirigió y editó en la década del veinte la colección Joyas Literarias. Los limitados casos de propietarios hallados entre los socios permiten poner en duda, en el caso del mutualismo de oficio gráfico, el muy difundido supuesto de la base social policlasista.
En cuanto a la relación entre la militancia obrera y el mutualismo en el gremio gráfico, la realidad resultó un poco más compleja en lo que atañe al alejamiento de las elites militantes después de constituida la organización de resistencia en 1907. En general, el distanciamiento fue explicado por los objetivos contrapuestos de la Federación Gráfica Bonaerense y la Sociedad Tipográfica Bonaerense. Mientras el mutualismo se ocupaba de cuestiones inmediatas como la asistencia médica y el socorro ante la muerte, la organización gremial luchaba por la conquista de mejoras en los salarios y condiciones de trabajo y contra la “explotación capitalista”. Desde esta última perspectiva, los obreros no debían participar en una asociación de naturaleza reformista, aunque no dejaban de reconocer el papel jugado por la mutual en los orígenes de la organización de los trabajadores de las imprentas.
Sin embargo, anarquistas, sindicalistas y socialistas fueron socios a la STB. Muchos de ellos participaron activamente y ocuparon cargos electivos en las comisiones directivas en más de una oportunidad, aunque a lo largo del período los cargos de presidente y vice fueron posiciones alcanzadas excepcionalmente por los militantes obreros, como lo demuestra el Cuadro 2.

Cuadro 2: Cargos desempeñados en el Consejo de Administración, por períodos.

Fuente: Elaboración propia en base a Memoria de la Sociedad Tipográfica Bonaerense, varios años.

Las trayectorias de varios de ellos estuvieron ligadas a la compleja construcción de una organización permanente para la defensa de los intereses de los trabajadores. Este proceso abarcó desde la conformación en 1896 de la Unión Artes Gráficas, organización que condujo una importante huelga en ese año, hasta la creación de la Federación Gráfica Bonaerense en 1907. Esta “vieja guardia” estuvo integrada por hombres de oficio que se formaron en la imprenta del ochocientos y participaron en la huelga y la mayoría en la fundación del Partido Socialista: Manuel Búa, Emilio Ferrando, Manuel T. López, Salvador Lotito y Francisco Zoppi. Otros, como Enrique Timor26 y Antonio Pellicer Paraire, hicieron sus experiencias en los movimientos obreros socialistas y anarquistas en España, sumándose a la mutual en 1891 y 1900, respectivamente. El caso de Pellicer fue uno de los más notables, en tanto su ingreso al mutualismo en 1901 coincidió con su fuerte militancia en la tendencia pro-organizativa del anarquismo argentino.
Entre 1902 y 1905 hubo otras destacadas incorporaciones de marcado predominio socialista: José Baliño, Ricardo Canals, Benjamín Ferradini, Luis Fugassa, Pedro Greco, Santos Morazzani, Agustín Podestá e Higinio Rivas.27 Luis Bernard, inicialmente de filiación socialista, ingresó a la STB en 1905. Bernard, una vez producida la expulsión de la fracción sindicalista del Partido Socialista en 1906, permaneció en el mutualismo como uno de los más destacados dirigentes de esa corriente.28
En este período, tanto la vieja guardia como los nuevos socios intervinieron activamente en la Caja de Parados y en la Sección Unión Gráfica de la STB. En 1905, luego de la participación de la Sección en la huelga general contra el estado de sitio, las relaciones entre ambas organizaciones se tensaron al punto de ocasionar la ruptura y alejamiento de la primera de la sociedad mutual. Desde entonces, se presentó en el mundo laboral gráfico ya no como una Sección sino como Unión Gráfica y algunos de sus miembros dejaron de ser socios del mutualismo. Uno de los casos más emblemáticos fue el de Zoppi, quien se alejó de la Tipográfica luego de haber ejercido entre 1890 y 1905 los cargos electivos de secretario, pro tesorero, vocal, vicepresidente 2º y vicepresidente, sucesivamente. Zoppi puso punto final a los doce años de desavenencias al reingresar a la STB en 1917.
Contrariamente, la crisis producida en el seno de la Unión Gráfica como consecuencia de la fusión con el anarquismo al finalizar la huelga de 190629derivó en la renuncia de los socialistas Baliño, Ferrando y Manuel T. López a la dirección de la organización. Aunque todos ellos prosiguieron con su militancia en el mutualismo y en el Partido Socialista.30
Ahora bien, una vez instalada la Federación Gráfica Bonaerense continuaron participando en el mutualismo destacados militantes gremiales y de las diferentes corrientes ideológicas del movimiento obrero. Entre los primeros encontramos la presencia del delegado obrero Pedro Greco (linotipista, socio de la STB desde 1904) en la Comisión Mixta31 entre fines de 1911 y principios de 1912. Agustín Podestá formó parte en 1911 de la Comisión por los impresores. Era socio de la Mutual desde 1905. También presenciaron el Primer Congreso Gráfico realizado en 1907 los representantes de las diferentes sociedades de oficios que constituían la Federación Gráfica. Entre ellos, Ricardo Canals por la Sociedad de Encuadernadores y Emilio López como representante de la Sociedad de Impresores, ambos asociados a la mutual desde1904.
Entre los militantes de las diferentes corrientes ideológicas del movimiento obrero constatamos la presencia del socialista Carlos Detrixhe, militante político, mutualista y obrero. Detrixhe, previo a su radicación en Argentina, actuó en el movimiento socialista y sindical belga. Trabajó en Ortega y Radaelli, entre otros talleres. Ingresó a la Sociedad Tipográfica en 1911 y permaneció en la institución durante 35 años, hasta su fallecimiento en noviembre de 1946. En el gremio gráfico porteño desempeñó el cargo de tesorero general durante la huelga de 1896. Participó de la creación de la Caja de Parados y en 1906 intervino en la huelga general del gremio. Detrixhe continuó activo en la militancia gremial, formando parte de la lista, como vocal suplente, para la Comisión General Administrativa de la FGB en las elecciones del período 1931-1932.32 Otra trayectoria importante en la mutual y el gremio fue la de Higinio Rivas, militante político, obrero, mutualista y cooperativista. Como miembro de la Federación Gráfica Bonaerense formó parte de la comisión mixta por la rama de tipografía en 1907. En 1911, cuando la Federación Gráfica se transformó en una organización centralista, presidió varias de las asambleas reorganizadoras del gremio y fue secretario de la delegación obrera en 1919. Fue un miembro muy activo y todavía en 1932 estaba preocupado por el dictado de una ley de amparo en caso de invalidez y ancianidad.33 Como socio de la STB desde 1902 fue elegido dos veces pro secretario entre 1911-1913. Luego, ocupó en dos oportunidades el cargo de secretario entre 1913 y1915, y en tres ocasiones el de tesorero entre 1915 y 1918. Además, fue uno de los fundadores de la cooperativa El Hogar Obrero y delegado por el Centro Socialista, circunscripciones 12 y 13, al Congreso Extraordinario del Partido Socialista de 1910. En 1933, con motivo de su fallecimiento, el periódico sindical expresaba:

Y es que Higinio Rivas era más que una personalidad en el gremio, el símbolo vivo de todas sus luchas y afanes. Fundador de la Federación Gráfica Bonaerense, pertenecía al Instituto Argentino de Artes Gráficas y la Tipográfica Bonaerense lo contó también en su seno. La huelga de 1919, fresca todavía en la memoria de todos, sostenida contra poderosas empresas periodísticas y un importante núcleo de empresas de obra, lo mostraron poseedor de un temple excepcional para la acción. Cuando las persecuciones arreciaron y algunos militantes se vieron forzados a abandonar su puesto de combate por la coerción capitalista y policíaca, se encargó a Rivas de sostener la bandera de la Federación desde su cargo de secretario general.34

En el largo plazo se mantuvo la presencia de dirigentes de la corriente sindicalista en la STB: Augusto D’Almanzor, Tomás Bruzzone y Sebastián Marotta. Todos ellos fueron destacados miembros de la Unión Linotipistas, Mecánicos y Afines (ULMA), otro momento clave del asociacionismo del gremio gráfico a fines de los años veinte. Augusto D’Almanzor, socio de la STB desde 1906 y agremiado a la ULMA desempeñó el cargo de vocal en la Mutual en el período 1930-1931 y de pro-tesorero de la Unión en 1933. Tomás Bruzzone fue socio del mutualismo desde 1911 y pro-tesorero de la ULMA en 1929. Sebastián Marotta, al igual que Bernard, fue una figura emblemática de la corriente sindical. Marotta se asoció al mutualismo en 1916 y ocupó en cuatro oportunidades la presidencia de la STB entre 1938 y 1942. Paralelamente, participó en 1941 de la creación de la Federación Argentina de Trabajadores de la Imprenta (FATI), una organización que reunió al conjunto de sindicatos gráficos del país y de la que fue secretario general del primer Comité Central.
El énfasis puesto hasta aquí en mostrar la permanencia, una vez surgida la organización sindical, de dirigentes gremiales en la base societaria del mutualismo no supone desconocer que un conjunto de reconocidos militantes de la organización obrera estuvo ausente de las filas de la Tipográfica. Entre ellos, los socialistas Pedro González Porcel, Manuel González Maseda y Martín Casaretto. Ruggiero Rúgilo y José Penelón, miembros de Partido Socialista Internacional y con una extensa y destacada militancia en el gremio, tampoco formaron parte de la Mutual.

Los riesgos cubiertos

El pago de la cuota social ponía al socio a resguardo de toda incertidumbre en caso de enfermedad. La STB, como sistema solidario, voluntario y autónomo del poder estatal aseguraba a los socios la ayuda monetaria en caso de enfermedad y fallecimiento. A partir de esta idea de previsión, desde las páginas del Boletín de la STB fueron impugnadas las suscripciones en los talleres para gastos de enfermedad de los obreros por no solucionar de manera sostenida las “cuestiones sociales” de las que se ocupaba el mutualismo.35
En 1913 por una cuota de dos pesos mensuales los socios accedían a los siguientes beneficios: asistencia médica y medicamentos, ayuda monetaria durante la enfermedad, servicio fúnebre y sepultura en el panteón de la STB y la cuota de luto cobrada por los familiares al producirse la muerte del socio.36 La muerte adquirió para las sociedades mutuas un lugar destacado; al recorrer tanto los estatutos como las memorias, notamos que ningún otro momento de la vida de un individuo merece tantas consideraciones. Las ceremonias fúnebres despojadas de su carácter religioso subsistieron en las primeras décadas del siglo veinte, aunque las mismas fueron gradualmente transformándose en ceremonias más sencillas. Sin embargo, hubo algunos actos públicos excepcionales y cargados de “deber moral" durante 1916, entre ellos el entierro del miembro fundador Fermín Torrado y el dirigente e intelectual anarquista Antonio Pellicer.
La Sociedad Tipográfica centró su atención en los riesgos de enfermedad y muerte, como lo demuestra el Gráfico siguiente:


Gráfico 1: Asistencia Brindada a los socios entre 1907-1920.
Fuente: elaboración propia en base a Memorias y Balances, Boletín Sociedad Tipográfica 1907-1920. Referencias: Resto comprende asistencia especial, salidas al campo, cuotas de lutos y ampliación de beneficios; los dos últimos rubros entraron en vigencia recién en 1914 y constituyeron desde entonces los gastos más importantes englobados en este ítem.

El Gráfico 1 muestra que, del conjunto de los riesgos cubiertos, la asistencia farmacéutica y médica representaron los gastos más importantes (51%) afrontados por la institución mutual a lo largo del periodo estudiado. Estas coberturas fueron brindadas a través de 23 farmacias y un cuerpo sanitario compuesto de médicos generales, especialistas y dentistas que estaban inscriptos en la institución y acordaban una tarifa de honorarios con la mutual.37 En 1914, se sumó a la asistencia en hospitales, la cobertura privada de internación y atención en consultorios externos en el Sanatorio Lavalle. Mientras que, por Ayuda a Enfermos Crónicos (ampliación de beneficio) se pagó $1 diario durante todo un año. En 1916 quedó establecido que la ampliación de beneficios era suministrada por tres años a los socios con una antigüedad de diez años en la institución mutual, otorgando $30 en efectivo los dos primeros años y $15 el último año.
Todas estas prestaciones fueron acompañadas de una estricta vigilancia para evitar abusos de los socios como de los profesionales que pusieran en riesgo las arcas societarias. En resguardo de los intereses generales del mutualismo, la Sociedad impuso como primer mecanismo de control el examen médico previo al ingreso para evitar la entrada de socios con enfermedades preexistentes. La cuota al día y la presentación del recibo fue otra de las exigencias para percibir cualquier beneficio. Otra manera de hacer cumplir las reglas a quienes reclamaban el beneficio fue el nombramiento entre los miembros de la Junta Administrativa de “inspectores de enfermos” para visitar en sus domicilios a los socios y comprobar la situación en que se encontraban, funcionando como ligazón entre los médicos y la Comisión Directiva. Aunque no siempre pudieron evitarse ciertos comportamientos, como el incumplimiento de la prescripción médica o el uso del dinero para otros fines no relacionados con la enfermedad. Estos abusos fueron duramente castigados con sanciones que iban desde la suspensión del beneficio hasta la expulsión de la institución. Los escasos incidentes de este tipo en las actas administrativas parecen demostrar que la institución había logrado impregnar al conjunto de los socios de un comportamiento ético para el uso de los fondos monetarios, considerados un bien común del conjunto societario. Desde esta perspectiva, el pedido de un beneficio falso perjudicaba a los “miembros amigos” de la Sociedad. Este comportamiento ético funcionó tanto para evitar fraudes, como para la donación del dinero que le correspondía al socio por enfermedad o gastos de farmacia.
La capacidad de control alcanzó a los profesionales contratados por la Sociedad Tipográfica. En este caso, la supervisión estuvo dirigida a las malas prácticas, la falta de atención a los socios y los abusos en la prescripción de medicamentos. Las memorias y boletines institucionales contienen denuncias sobre las conductas oportunistas de los profesionales que atentaban contra la salud de los socios y las arcas societarias. Las decisiones tomadas para evitar este tipo de conductas, fueron entre otras, el nombramiento de un revisor de cuentas para los gastos farmacéuticos en 1908, la confección de planillas por duplicado para la verificación de la visita a los profesionales por parte de los asociados y la formación de comisiones investigadoras frente a la presunción de irregularidades. En base a las planillas la mutual realizaba la liquidación de prestaciones a los médicos. A través de un estrecho monitoreo por parte de los miembros de la Comisión Administradora y los vocales a cargo de la inspección de enfermos se detectaban las anomalías y se imponían diversas sanciones. En algunos casos apelaron al arbitraje del Departamento Nacional de Higiene por el precio desproporcionado de las recetas por parte de los farmacéuticos. Por la gravedad de los hechos algunos facultativos fueron separados del cuerpo médico social.
Ahora bien, una de las cuestiones no regladas fue la obtención simultánea de subsidios por los afiliados a la Sociedad Tipográfica y Federación Gráfica Bonaerense. Esta última, como organización de resistencia, dio en 1911 los primeros pasos hacia el sindicato de base múltiple. Desde entonces, sumó a la lucha por los salarios y condiciones de trabajo otras cuestiones como los subsidios de desempleo y enfermedad, un beneficio propio del mutualismo. Desde ese año el aporte sindical pasó de sesenta centavos a un peso mensual: “Por ahora, con la cuota de un peso mensual, la ‘Federación Gráfica Bonaerense’, va á darle á cada asociado, en caso de desocupación y enfermedad un peso diario”.38
Este monto fue acordado solo para los trabajadores varones y adultos (mayores de 18 años); mientras que las mujeres y los menores recibieron cincuenta centavos diarios. El subsidio cubría un máximo de noventa días al año y comenzaba a pagarse al sexto día de la notificación en la secretaría sindical.
No sorprende que los obreros de las artes gráficas obtuvieran al mismo tiempo los beneficios por enfermedad brindados por el mutualismo y el sindicalismo. En efecto, al ocuparse del mismo grupo laboral ambas organizaciones compartieron socios. Los datos hallados nos permitieron constatar que José Dardéres, socio de la STB desde 1911 y obrero sindicalizado, recibió beneficios por gastos hospitalarios y asistencia pecuniaria de la STB, al mismo tiempo que un monto de $15 por enfermedad de la FGB. Otro caso fue el de José Carrara, quien ingresó a la STB en 1909 y tres años después, en 1913, cobró el subsidio por enfermedad de la FGB por 15 pesos. Por último, Enrique La Salvia, asociado a la STB desde 1904, cobró en 1914 la ayuda pecuniaria de la STB una vez que la inspección médica de esa organización certificó que estaba impedido de trabajar. Simultáneamente recibió por parte de la Federación Gráfica el subsidio por enfermedad.
Determinados grupos de obreros con cierta continuidad en el empleo, buenos salarios y con una idea sobre el sindicalismo y mutualismo como instituciones no antagónicas, tuvieron a su alcance mayores medios para hacer frente a las situaciones de enfermedad y muerte.

Las finanzas en un mutualismo de oficio

¿Con qué ingresos contaba la STB para financiar el conjunto de los riesgos cubiertos a lo largo del periodo estudiado?, ¿qué otros gastos tenía la mutual y cómo hacía frente a ellos? Además de las cuotas sociales, la mutual contó con otros ingresos en distintos momentos del período. Cuotas extraordinarias, alquiler de salón, fiestas, intereses bancarios y donaciones fueron los recursos empleados para hacer frente a los gastos y superar las dificultades financieras.
Hubo una constante preocupación por el desequilibrio existente entre las entradas por cuotas y los beneficios otorgados. La principal entrada, después de las cuotas societarias, fue el rédito obtenido por el alquiler del salón social, que sirvió para saldar el excedente de gastos de la mutual. Si bien la utilización de recursos extras no fue una rareza dentro del mundo asociativo, su empleo significó una ruptura con el principio básico del mutualismo: las prestaciones eran financiadas mediante la colaboración de todos los socios.
El Cuadro 3 muestra que durante los tres períodos seleccionados la cuota social representó entre el 50 y 70% de los ingresos. Mientras que el alquiler del salón social constituyó la segunda entrada, alcanzando casi el 40% del total recaudado en el periodo administrativo de 1908-1909. Si bien esta entrada fue disminuyendo, como se observa en el Cuadro, continuó siendo la más importante.39 Asimismo podemos advertir la presencia de otras rentas, como fueron la explotación de un buffet y la organización de fiestas, que contribuyeron en menor cuantía a engrosar los ingresos de la mutual. Con estas entradas se alivió el creciente déficit del subsidio destinado a los enfermos crónicos por el acrecentamiento del número de socios impedidos de trabajar por causa de enfermedades. Por ejemplo, el sobrante del ejercicio 1914, que ascendió a $25,50, y los fondos recaudados en una serie de fiestas organizadas durante 1920 pasaron al subsidio para los enfermos crónicos.

Cuadro 3: Composición de los ingresos de la Sociedad Tipográfica en pesos oro y en porcentajes sobre el total, 1908-1920.

Fuente: elaboración propia en base a Memorias y Balances y Boletín Sociedad Tipográfica, 1907-1920.

Algunos de los ingresos fueron eventuales. Un caso fue el sobrante del gasto “ampliación de beneficios”, que fue computado como ingreso en el balance de 1913-1914. Otro, la aplicación de una cuota extraordinaria que significó casi el diez por ciento de los ingresos durante 1919-1920. Las donaciones fueron esporádicas y poco representativas en el total recaudado.40
En cuanto a los gastos, el Gráfico 2 muestra que la mayoría de los egresos correspondieron a la provisión de los subsidios a los asociados. Mientras que el rubro “otros gastos”, formado por los desembolsos para el funcionamiento de la asociación (impresiones, gastos de escritorios, sueldos, intereses, hipotecas), fue poco significativo hasta 1914. En el ejercicio 1908-1909 este rubro representó menos del 5% de los desembolsos totales, debido a la caída de los intereses que la Sociedad abonaba por la hipoteca del edificio social. En cambio, en la segunda mitad de la década de 1910, la participación del rubro “otros gastos” se incrementó notablemente, llegando a representar un 30% del total en 1919-1920. En este último ejercicio tuvieron que hacer frente al pago de las comisiones del cobrador a domicilio, aumento de sueldos del personal en un 20% y reformas del edificio social y el panteón. Los gastos por mejoras constructivas fueron afrontados con el dinero depositado en el Banco de la Nación, sus intereses y el 20% de lo producido por el alquiler del salón mensualmente.


Gráfico 2: Composición de los gastos de la Sociedad Tipográfica en pesos oro, 1908-1920. Porcentaje sobre el total.
Fuente: elaboración propia en base a Memorias y Balances, y Boletín Sociedad Tipográfica, 1907-1920.

Desde la creación de la Sociedad el fin último fue acumular fondos, mediante el pago de las cuotas de ingreso y mensuales, para brindar ayuda en aquellos momentos críticos de enfermedad o muerte. Sin embargo, como hemos visto hasta aquí, los fondos provenientes de las cuotas no alcanzaban a cubrir el costo total del funcionamiento y cualquier imprevisto ponía en apuros económicos a la institución. Por ejemplo, en 1912-1913 la convergencia del acrecentamiento excepcional del número de enfermos y diez fallecidos produjo una seria crisis en su caja. En 1919-1920, por el aumento de los gastos, la mutual tuvo que apelar al cobro de cuotas extraordinarias para equilibrar las cuentas. Más aún, durante el periodo bajo estudio, pesó sobre el edificio social una hipoteca de 4.200 pesos oro que representaba aproximadamente el 100% de los ingresos anuales.
En conjunto, durante estos años, la STB no pudo constituir grandes reservas, aunque logró mantener un cierto equilibrio entre ingresos y egresos a partir de las entradas extras y una férrea administración de los fondos monetarios.

Sociabilidad

La STB no limitó su acción a la gestión de la salud. Quienes participaron activamente de la vida institucional estaban plenamente convencidos de que “Un verdadero mutualismo significaba una sociedad mutual que brindaba la previsión médica pero también realizaba un proyecto social en el sentido de aportar a la organización de una sociedad más justa y humana”.41 Este ideario orientó una sociabilidad que aunaba actividades culturales y recreativas destinadas a alcanzar la mejora social e individual de sus miembros. Y contribuir, a través de la difusión de valores, a la cohesión de la “familia gráfica”.
El salón social fue un espacio de fomento cultural, con la organización de espectáculos teatrales, proyecciones cinematográficas y fiestas literario-musicales. Mientras que desde 1862 propició, a través del sostenimiento de la biblioteca, la automejora individual y profesional de los socios. Estas actividades fueron desarrolladas bajo la influencia de las ideas de “fraternidad y progreso” intelectual para los socios:

[...] crear de este modo un ameno pasatiempo altamente instructivo y construir un centro donde converger cuantos buenos elementos contamos entre nosotros y entre nuestras relaciones para que nos expongan sus méritos artísticos o ilustrativos, y se practique el mutualismo intelectual, impulsando con el ejemplo a nuestra estudiosa juventud a que desarrolle sus facultades y extienda su campo propicio.42

La ceremonia fúnebre también se constituyó como espacio de contacto y participación conjunta de las diversas instituciones gráficas. Desde los inicios, la muerte adquirió un lugar destacado para el mutualismo, aunque esta consideración traspasó a la organización de resistencia y perduró en el mundo obrero en su conjunto. En estas ocasiones, se destacaban fundamentalmente las trayectorias de los homenajeados en la vida asociativa.
Al mismo tiempo, la organización mutualista intentó satisfacer las necesidades de ocio de sus asociados con actividades de esparcimiento “edificantes” para el tiempo libre (bailes, festivales, rifas, entre otras). El mutualismo compartió con agrupaciones anarquistas y socialistas la idea moralizante del uso del tiempo libre por parte de los trabajadores. La lucha por el cambio de hábitos sociales llevó a eliminar las “matinés danzantes” por los “malos elementos” que concurrían, y terminar con la explotación del bar por la oposición al consumo de alcohol en 1911.
Además, la fiesta conmemorativa de la creación de la STB ocupó un lugar central dentro de la sociabilidad desarrollada por la mutual. Cada 25 mayo, fecha del aniversario, se llevaba a cabo en el salón de la institución un evento que convocaba a la mayoría de los asociados. A partir de 1907 se incorporaron a los festejos las delegaciones que representaban a la Federación Gráfica y el Instituto Argentino de Artes Gráficas, mostrando el cuadro complejo de la vida asociativa del mundo laboral gráfico. Esta tradición se mantuvo a lo largo de las décadas siguientes como lo ilustra la crónica aparecida en el periódico El Obrero Gráfico en junio de 1934:

Con nutrido concurso de público se realizó la fiesta que, en honor de los trabajadores gráficos, organizó la prestigiosa sociedad hermana, La Tipográfica Bonaerense. Se dio cumplida satisfacción el programa previamente confeccionado, asistiendo a la fiesta delegaciones de la Federación Gráfica Bonaerense e Instituto Argentino de Artes Gráficas.43

Formaba parte de los festejos un variado y muy extenso programa artístico (cuadros dramáticos, cómicos, interpretaciones musicales, poesía) y el gran baile de cierre. A esto se sumaba el discurso del presidente, la interpretación del himno nacional y de los trabajadores, produciéndose una conjunción entre el aniversario patrio y la celebración del mutualismo ligado al mundo laboral gráfico.44 Más aún, esta fecha conmemorativa con el tiempo fue cargándose de un valor simbólico fundacional para el sindicalismo gráfico, aunque no sabemos cuándo y cómo se incluyó en la memoria histórica del gremio. En 1987, en un breve comentario a pie de página del folleto escrito por Emilio Corbière, “Los Gráficos. Vanguardia del movimiento obrero argentino”, se reivindicaban los 130 años de la fundación de la Sociedad Tipográfica Bonaerense como el inicio de la historia del gremialismo gráfico.45
Asimismo, la actividad desplegada por el mutualismo de oficio sirvió de aprendizaje organizativo para los obreros de las imprentas: respeto a los reglamentos, pago de la cuota, asistencia y reglas de las asambleas, y también como escuela de autogestión y manejo transparente de los fondos monetarios pertenecientes a todos los asociados.
La sociabilidad abarcó las relaciones entre las diversas asociaciones gráficas. Por ejemplo, la creación de un entretejido de vínculos con sociedades mutuales por fuera de los límites nacionales, mediante compromisos de reciprocidad y hermandad con la Unión de los Tipógrafos de Santiago de Chile. A partir de esos pactos, todo miembro que se trasladaba a una de las dos ciudades era admitido como un integrante más de la sociedad hermana. La ligazón entre sociedades dio lugar al nombramiento de la Sociedad Tipográfica como socio honorario del Instituto Argentino de Artes Gráficas en diciembre de 1914. Un gesto de reconocimiento a la trayectoria de la mutual y a la necesidad de un aval ante el conjunto de la sociedad para el instituto de formación profesional, que había tenido muchos contratiempos en su corta existencia.
La colaboración entre organizaciones facilitó la realización de asambleas, conferencias y reuniones culturales por parte de la Federación Gráfica en el salón social de la Mutual.46 En reiteradas oportunidades el sindicato de resistencia obtuvo este espacio de manera gratuita para desarrollar las discusiones por la renovación del convenio de trabajo y tarifas salariales del gremio. La iniciativa más destacada de las tres asociaciones (sindicato, mutual y formación profesional) fue la creación en 1920 de una Comisión Intersocietaria para el mejoramiento de los trabajadores gráficos en el plano educativo, económico y mutualista del gremio.
Sin embargo, no siempre las relaciones fueron amigables, como lo demuestra una serie de artículos escritos bajo el seudónimo de Berluis (Luis Bernard) en defensa de la STB en el Boletín, entre febrero y junio de 1913. En esos escritos se resalta que la institución, por su origen, finalidad y elementos constitutivos, conservó su vinculación con la “fraternidad del taller” y mantuvo una “orientación proletaria”, aunque reconociendo la falta de participación en el conflicto de clase. Para Luis Bernard este hecho no era motivo para alentar el distanciamiento del militantismo obrero de las filas de la STB. Para el dirigente de la corriente ideológica sindicalista existía una compatibilidad entre ambas pertenencias cuando afirmaba que “Sus elementos, pueden ser y son por lo general, también elementos del sindicato”.47Esta defensa escondía el temor por la competencia que podía representar la agremiación de base múltiple establecida por la Federación Gráfica en 1911 y mediante la cual la organización de resistencia tomaba cuestiones de las que debía ocuparse el mutualismo de oficio: subsidios a la desocupación, enfermedad y a los conscriptos.48 También, el sindicalismo de base múltiple despertó un serio debate en el interior de la organización sindical, que expresó los reparos por parte de un sector de los agremiados hacia este modelo de sindicato por miedo a perder el espíritu de lucha y el abandono de las reivindicaciones obreras por mejoras salariales y laborales, convirtiéndose en una mutual. La discusión sobre cómo tenía que ser la organización obrera llevó A. Argibay, miembro revisor de cuentas de la Comisión General Administrativa de la FGB, a escribir un artículo en el que defendía el sindicalismo de base múltiple:

Las organizaciones gremiales europeas, cuyo asombroso éxito no es un misterio para ningún obrero inteligente, deben su enorme desenvolvimiento a su forma de base múltiple, llegando algunas hasta asegurar a sus asociados pensiones para la vejez; y esta es la verdadera forma de propagar el gremialismo, pues a medida que le da recursos para cuando se halle sin trabajo, le inculca también los derechos que como productor le corresponden.49

A pesar de las divergencias, las relaciones que se forjaron entre las organizaciones en los años aquí estudiados se prolongaron en las décadas siguientes, como lo ilustra la participación en 1941 de la Sociedad Tipográfica Bonaerense en calidad de organización fraternal en el Congreso Constituyente de la Federación Argentina de Trabajadores de la Imprenta (FATI).
Tres delegados (Ferrando, López y Urquiola) concurrieron al Congreso que aglutinó –una vez superadas las diferencias entre la dirigencia– al conjunto de los sindicatos gráficos del país.

Conclusiones

El mutualismo de oficio fue abordado en un periodo en que las organizaciones obreras autónomas exhibieron una mayor presencia y expansión en el escenario social y político en nuestro país. El desarrollo que aquí presentamos puede o no haber sido excepcional, pero su comprensión ayuda a integrar en una visión más compleja y abarcadora asociacionismo obrero en las primeras décadas del siglo XX.
En este estudio dejamos de lado el análisis de los límites “reformistas” del mutualismo para centrarnos en los alcances de su proyecto social que, fundado en la confraternidad y solidaridad entre los socios y las asociaciones del gremio, contribuyó a la construcción de una noción de pertenencia a un grupo con intereses comunes y al desarrollo de la capacidad organizativa de los obreros de la imprenta. Estas sociedades –de ayuda mutua y de resistencia– se basaron en la exclusión de los trabajadores no calificados y limitaron su influencia al ámbito local.
La STB, como sociedad voluntaria e igualitaria, combinó, a partir de las cotizaciones mensuales de los socios, la previsión y la sociabilidad. Para la mutual, la posesión de un edificio propio fue central, como ámbito administrativo y espacio de camaradería y sociabilidad. Como hemos constatado, fue autónoma del estado y de la tutela de socios honorarios, dependiendo de la cuota para financiar las prestaciones y actividades sociales. La Tipográfica fue gestionada por sus socios, quienes eran elegidos democráticamente y no percibían retribución alguna por la tarea realizada. El mutualismo de oficio no tuvo una elite dirigente que perdurara en el tiempo y ejerciera control sobre la asociación, más allá de cierta tensión ocasionada con algún directorio en particular.
El fin mutualista, como demostramos en los apartados sobre financiamiento y beneficios, ocupó una dimensión destacada por la cobertura proporcionada y por la cuantía de los egresos en subsidios a los asociados. También la sociabilidad fue otra de las facetas desarrolladas por este mutualismo. Como pudimos comprobar, hubo varias formas de sociabilidad destinadas a alcanzar la mejora social e individual de sus miembros: culturales, recreativos y ampliación de vínculos con el conjunto del asociacionismo gráfico. En este sentido, corroboramos que las prácticas culturales y recreativas se presentaron hasta cierto punto como semejantes a las realizadas por el más amplio y heterogéneo mundo asociativo en la Argentina del primer tercio del siglo XX. Por el contrario, la sociabilidad destinada a fortalecer el entretejido de vínculos con las otras sociedades, en especial con el sindicato de resistencia, fue una acción relevante y singular del gremio gráfico. A ello contribuyó la coexistencia temporal de las organizaciones, el hecho de compartir socios, una composición societaria formada mayoritariamente por obreros calificados con experiencias laborales y valores en común, junto con la presencia de la militancia obrera. Pero este entramado, como constatamos, no fue suficiente para articular la mutualidad, la formación profesional y el sindicato en una sola organización autónoma. Por lo tanto, nuestra hipótesis inicial según la cual no hubo un desarrollo lineal del mutualismo al sindicato de resistencia, ni una transformación en órgano de previsión, fue demostrada para el gremio gráfico y sería interesante extender este tipo de análisis a otros sectores de trabajadores para comprender cómo resolvieron la tensión entre mutualismo y sindicato de oficio.

NOTAS

1 Borea, Domingo (1917): “La mutualidad y el cooperativismo en la República Argentina”. En Tercer Censo de la República Argentina, Tomo 10, Talleres Gráficos de L. J. Rosso, Buenos Aires, pp. 83-238 (en adelante: Tercer Censo).

2 En 1911 el Departamento Nacional del Trabajo relevó 108 mutuales en la ciudad de Buenos Aires. Las 108 sociedades tenían 247.272, de las cuales solo una tenía 41.000 miembros y 28 superaban los 1.000 asociados (Boletín Nacional de Trabajo, Buenos Aires, Nº 24, 1.08.1913, pp. 511-526).

3 Ibídem., pp. 523-526.

4 “Sociedades de Socorros Mutuos 1913”. En: Tercer Censo, op. cit., 1917, cuadro 1, pp. 240-245.

5 El total de ingresos para las mutuales de Capital Federal fue de $4.760.349, correspondiendo por cuotas $4.206.118 y por rentas $554.231 (Tercer Censo, op. cit., 1917, cuadro 9, p. 298).

6 El cargo de tesorero era electivo y fue desempeñado por muchos años por el tipógrafo García, sumando a su trabajo las tareas contables de los fondos de la institución.

7 Gaffuri, Mario (1939): “El mutualismo en la República Argentina”, tesis de doctorado inédita, Universidad de Buenos Aires, p. 133.

8 En menos de un año levantó el Panteón por un valor de $12.000. El aporte más importante salió del fondo de reserva por un monto de $8.400 aproximadamente, a ello se agregó un crédito de $3.000, obligaciones libradas por $200, una contribución de $2.000 de la Municipalidad y por último una donación de $50 del periodista y fundador de La Tribuna, Agustín de Vedia.

9 El Boletín arrojó, durante cierto tiempo, superávit económico que fue empleado en el financiamiento de su impresión. A mediados de la década de 1930 cambió su nombre por Gutenberg.

10 Un análisis exhaustivo del conjunto de la prensa obrera, véase Lobato (2009).

11 Sociedad Tipográfica Bonaerense de Socorros Mutuos, 1857-1957: un siglo de trayectoria mutualista, Buenos Aires, La Sociedad, s/f, p. 76 (en adelante: Sociedad).

12 Ídem.

13 La asamblea extraordinaria de enero de 1914 aprobó la admisión de los familiares de socios. Las primeras 17 mujeres inscriptas comenzaron a gozar de los beneficios sociales a partir del 1º de junio de 1914 (Sociedad, op. cit., p. 96).

14 Ídem.

15 La publicación en 1906 de “La Familia Gráfica. Número conmemorativo del 1º de Mayo”, expresó otra noción de familia que comprendía únicamente a las organizaciones de resistencias Federación Gráfica (anarquista) y Unión Gráfica (socialista). La edición de este número mostraba los primeros esfuerzos de unión bajo una sola organización de los trabajadores gráficos.

16 Ídem. p. 112.

17 Boletín Sociedad Tipográfica Bonaerense, Año XIII, Nº 12, agosto de 1914, p. 7.

18 Sociedad, op. cit, p. 112.

19 La Caja de Parados otorgaba un peso diario, cubriendo hasta dos meses al año a cada socio por estar desocupado. Además, llevaba el padrón de obreros desocupados que permitía a la Comisión Directiva realizar gestiones en las imprentas para conseguir una vacante para los inscriptos. La Caja incluyó a todas las ramas de imprenta, pero excluyó como socios a los aprendices. Entre sus fundadores se encontraban militantes obreros que habían participado en la huelga del gremio en 1896, como Francisco Zoppi, Manuel Barberis, Salvador Lotito, Domingo De Armas, Emilio Ferrando, los hermanos Emilio y Manuel T. López, Luis Fugaza, Martín Abreu, Juan D. Reynoso, Roberto Canals y José Baliño. Llegó a tener 100 asociados. En una asamblea realizada en el local de la STB en 1904 la Caja de Parados se transformó en la Sección Unión Gráfica, una organización influenciada por el socialismo, entre cuyos objetivos más urgentes se encontraban el aumento de los salarios y la implantación de la jornada laboral de ocho horas en los talleres gráficos de la ciudad de Buenos Aires.

20La lista de socios era publicada en el Boletín de la Sociedad Tipográfica y presentaba la identidad (nombre y apellido) y el año de ingreso de cada afiliado.

21 En 1909, fueron designados los delegados para realizar propaganda en veinte talleres de obra, diarios y organismos estatales de la ciudad de Buenos Aires.

22 Para 1914 la mutual sostenía delegados en 32 talleres. Según la magnitud del establecimiento designaban un delegado por cada una de las secciones de la imprenta (Boletín Sociedad Tipográfica Bonaerense, Año XIII, Nº 12, agosto de 1914, p. 7).

23 Los siguientes trabajadores de Radaelli figuraban en el listado de socios: José Abbiatti; Pedro Aguerre; Eduardo Balboa; Angel Casero; Carlos Castro; Luis Ceppi; Ciaburri; Carlos Detrixhe; Egidio D’Elías; José M. Fariña; Luis Fugaza; Victoriano Jiménez; Ramón Gutiérrez; Juan Lorefice; Juan J. Martínez; Antonio Marvulli; Arsenio Ferraté; Federico Pedrazzani; Luis Perusino; Pascual Roldán; Vicente Ronchetti; Agustín Trenque; Nemesio Vázquez; Santiago Escribano; Prudencio Falcón; Alberto Lozano; Nemesio Martínez; Juan Tosso; Miguel Wies, entre otros. En Registros de personal del Establecimiento Heliográfico Ortega y Radaelli.

24 Los obreros del establecimiento de artes gráficas de la Compañía General de Fósforos estaban ausentes porque desde 1902 participaban del sistema de jubilación de origen empresario. A esto se sumó una sociedad de socorros mutuos de afiliación voluntaria y un sistema de préstamos a los trabajadores para financiar la construcción de viviendas en 1926. Estas iniciativas apuntaban al bienestar social, del cual el estado no se ocupaba. Por su origen empresarial fueron resistidas por las organizaciones gremiales, Badoza, 2004: 183.

25 En 1905 Ortega y Colombatti desempeñaron cargos de vocales en la Comisión Directiva de la Sección Artes Gráficas, UIA. Ricardo Radaelli fue socio hasta su fallecimiento en 1916. Véase, Boletín Sociedad Tipográfica Bonaerense, Año XV, Nº 11-12, julio-agosto de 1916, p. 15.

26 Enrique Timor, oficial y regente de imprentas en España, organizó la Asociación Tipográfica de Valencia. En 1882 participó como delegado en el Congreso Tipográfico de Valencia. Miembro y tesorero de la agrupación socialista obrera constituida en 1882 en Valencia junto con los tipógrafos Revezo, Quejido, Pablo Iglesias, Almela. Una vez radicado en Buenos Aires, ingresó a la Sociedad Tipográfica Bonaerense en 1891 (Boletín de la Sociedad Tipográfica Bonaerense, julio de 1911, pp. 7-8).

27 En las elecciones de marzo de 1913 el Partido Socialista consiguió un gran triunfo electoral, obteniendo una banca de senador y dos de diputados. Entre los electores encontramos a los tipógrafos Higinio Rivas y Ricardo Canals, junto con el litógrafo Manuel T. López.

28 En 1949 continuaba asociado a la STB.

29 El período comprendido entre 1905 y 1907 fue uno de los más importantes para el gremio gráfico en términos organizativos y de reclamos laborales. La huelga de 1906 duró 55 días y en ella participaron unos 4.500 trabajadores, que representaban aproximadamente el 85% de los trabajadores de esta rama industrial en Buenos Aires, y concluyó con un acuerdo entre los sindicatos y los empleadores. Después de la huelga, las cuatro organizaciones sindicales que llevaron adelante el conflicto, dos de ellas por nacionalidad (alemanes y franceses), la Federación de las Artes Gráficas, anarquista, y la Unión Tipográfica, socialista, se unieron para formar la Federación Gráfica Bonaerense

30 José Baliño, militante político, mutualista, cooperativista y obrero. Ingresó a la Sociedad Tipográfica en 1903. Fue socio de la Mutual hasta su fallecimiento en noviembre de 1942, permaneciendo en la institución por 39 años. Delegado junto con José Rodríguez por la Sección Unión Gráfica de la Sociedad Tipográfica para discutir con los patrones el reglamento de trabajo a destajo en marzo de 1905. Secretario General de la Sección Unión Gráfica hasta la elección de la comisión encargada de la fusión de las organizaciones obreras que dieron origen a la FGB. En 1919, durante el boicot de los gráficos a la firma Gath & Chaves, polemizó desde La Vanguardia con el dirigente socialista Manuel González Maceda. Militante socialista, fue diputado y senador de la legislatura provincial de Buenos Aires y concejal de La Plata. También promovió el movimiento cooperativo de consumo en la Provincia de Buenos Aires y en la ciudad de La Plata (cf. Éxitos Gráficos, Año 1, Nº 2, Buenos Aires, 1905, p. 30 y Año 1, Nº 3, p. 48; Gutenberg. Publicación Oficial de la Sociedad Tipográfica Bonaerense, Buenos Aires, Año XLI, Nº 28, agosto-setiembre 1942, pp. 1-2). Manuel T. López ingresó en 1898 a la STB. En 1902 fue uno de los miembros fundadores de la Caja de Parados. En julio de 1906 fue disertante en la conferencia organizada por la Sección Alemana de las Artes Gráficas, la Sección Francesa de las Artes Gráficas, Federación de las Artes Gráficas y Unión Gráfica. La conferencia se realizó en momentos que se quería una mayor solidaridad entre las fuerzas para luchar por el mejoramiento de los obreros de las imprentas. Participó del el Primer Congreso Gráfico realizado en 1907 como representante de la Unión Gráfica. Fue vocal de la Sociedad Tipográfica en 1902-1903 y pro tesorero en dos oportunidades entre 1904-1906.

31 La Comisión Mixta fue establecida con los representantes de los patrones y obreros de los diferentes oficios. Hubo un recambio frecuente de los miembros obreros. Negoció los reglamentos de trabajo y ayudó a resolver los conflictos laborales. Los reglamentos fueron revisados cada dos años y medio. Ellos fijaban los salarios, las reglas de trabajo en los talleres y de funcionamiento de la propia Comisión.

32 El Obrero Gráfico, Buenos Aires, julio 1931.

33 El Obrero Gráfico, Buenos Aires, abril 1932.

34 El Obrero Gráfico, Buenos Aires, noviembre-diciembre 1933.

35 “Las suscripciones en los talleres. Beneficencia Negativa”, Boletín de la Sociedad Tipográfica Bonaerense, Buenos Aires, agosto 1910, p. 9.

36 Abonaban $140 por servicio fúnebre y los socios podían pagar nichos en el Panteón de la Sociedad para familiares hasta 6º grado de consanguinidad. Mientras que el subsidio para lutos fue otorgado a deudos o persona designada por el socio y estaba relacionado con los años de permanencia consecutiva en la Sociedad, desde un año de antigüedad ($140) hasta 25 años o más ($490).

37 El cuerpo médico general estaba compuesto por 26 médicos y dos dentistas que daban prestaciones a los socios. Las especialidades comprendían oculista, otorrinolaringólogo, pulmón, corazón, cirugía, señoras, niños y análisis clínicos.

38 La cuota sindical era de un peso para los hombres adultos y de 50 centavos para las mujeres y niños. Del total recaudado, destinábase el 50% a gastos administrativos, 25% a los subsidios a la desocupación y enfermedad, 20% a caja de reserva, 4% para solidaridad con otros gremios y 1% para ayuda a los obreros obligados al servicio militar. El Obrero Gráfico, junio, julio y agosto de 1911, pp. 8-10.

39 La razón de la disminución de estos ingresos fue por la competencia de otras instituciones del barrio de San Cristóbal que alquilaban salones mejor equipados y más modernos.

40 Las donaciones más usuales fueron hechas por los socios que desistían del cobro del dinero por enfermedad o gastos de farmacia. En otros casos, los propietarios de las farmacias adheridas a las prestaciones de la mutual donaban el monto de las recetas despachadas. Otras colaboraciones no monetarias pero que contribuían al funcionamiento de la institución fueron las impresiones gratuitas por parte de los empresarios gráficos.

41 Véase, Boletín de la Sociedad Tipográfica Bonaerense, Buenos Aires, junio 1911, p. 10.

42 “Las tardes artísticas de la Tipográfica Bonaerense” (Boletín de la Sociedad Tipográfica Bonaerense, Buenos Aires, Año XIV, Nº 4, diciembre de 1914, p. 5).

43 El Obrero Gráfico, Buenos Aires, 06.06.1934.

44 Por ejemplo, la fiesta del 57º aniversario “A las ocho en punto daba comienzo la velada con la ejecución del Himno Nacional; siguió luego el boceto dramático en un acto ‘Rayitos de Sol’, interpretado por el cuadro de aficionados ‘Jóvenes Amantes del Arte’. En la segunda parte después del Himno de los Trabajadores, ejecutado por la orquesta, subió a escena el juguete cómico ‘Registro Civil’, el cual mantuvo al auditorio en completa hilaridad. A las diez y treinta empezó el baile, manteniéndose animado hasta la una y treinta de la mañana” (Boletín de la Sociedad Tipográfica Bonaerense, Año XIII, Nº 10, junio 1914, p. 4).

45 “El compañero Corbière, sumándose a la celebración de nuestros 130 años, ha elaborado la presente investigación, con la que quiere adherir a nuestro Aniversario”, Centro de Desarrollo Comunitario de la Familia Gráfica Bonaerense, Sindicato Gráfico Argentino, imprenta Taller-Escuela “26 de Julio”, s/f, p. 13.

46 En 1934 la Comisión de Biblioteca y Cultura realizó en el salón social de la Tipográfica una función con números de “varieté” y baile (El Obrero Gráfico, Buenos Aires, julio-agosto de 1934).

47 Boletín Sociedad Tipográfica Bonaerense, Buenos Aires, Año XII, Nº 20, mayo de 1913, p. 6.

48 Tal vez se inspiraron en el Arte de Imprimir de Madrid, organización sindical gráfica socialista liderada por Pablo Iglesia que había constituido tempranamente el modelo de base múltiple.

49 “Utópicos y prácticos” en El Obrero Gráfico, Buenos Aires, octubre y noviembre de 1913. Estas diferencias vuelven a estar presentes de manera ampliada en la polémica mantenida en 1916 entre Penelón, destacado dirigente del gremio gráfico y del Comité de Propaganda Gremial, y el linotipista Marotta, líder de la corriente sindicalista y de la FORA del IX Congreso. Mientras Penelón defendió la organización de base múltiple, Marotta, asociado a la Mutual ese año, sostuvo la postura de la acción directa del sindicato. Véase, Camarero y Schneider, 1991: 57-60. Para una visión de conjunto sobre las controversias suscitadas por el establecimiento del sindicalismo de base múltiple y su expansión en Europa, cf. Dreyfus (2001: 292-300); para el caso español, González Gómez (1994: 437-446).

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