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Travesía (San Miguel de Tucumán)

versión On-line ISSN 2314-2707

Travesía (San Miguel de Tucumán) vol.20 no.1 San Miguel de Tucumán jun. 2018

 

RESEÑAS

Morales Moreno, Luis Gerardo y Coudart, Laurence [Coords.] (2016): Escrituras de la historia. Experiencias y conceptos, México, Editorial Itaca, Universidad Autónoma del Estado de Morelos, 223 páginas.

 

El libro coordinado por Luis Gerardo Morales Moreno y Laurence Coudart, ambos profesores e investigadores de la Universidad Autónoma de Morelos (UAEM), reúne seis entrevistas a distintos referentes de la disciplina histórica y la antropología, quienes de generaciones dispares y situados en diferentes latitudes reflexionan sobre dimensiones y aspectos clave de la historia. Cada capítulo recupera un testimonio, cuyo título da cuenta del horizonte intelectual en el que inscriben sus preocupaciones, e incluye una breve semblanza bibliográfica de los entrevistados y un importante aparato erudito de notas y referencias.
El título del libro sintetiza íntegramente su cometido, en tanto recupera las diversas formas de escritura de la historia, es decir, su intrínseca pluralidad. Así, los recorridos historiográficos de los entrevistados, su derrotero biográfico, la reflexión sobre las influencias, tensiones o propuestas superadoras con las tendencias historiográficas de los últimos cincuenta años (Annales, el marxismo social británico, la microhistoria, entre otras) constituyen el hilo conductor de la compilación. Las entrevistas despuntan con el cuestionamiento por la vocación y sus trayectorias académicas, indagan en las diferentes formas y vínculos sostenidos con la historia y avanzan para interpelar a los protagonistas sobre los desafíos actuales del oficio del historiador, sus herramientas de trabajo, los recursos narrativos, los usos de la historia y la apuesta por la interdisciplinariedad, entre otros.
El libro inicia con la entrevista al prestigioso historiador francés Roger Chartier, quien reflexiona sobre un concepto fundamental en sus investigaciones, el de representación, el cual necesariamente supone una noción de historia cultural más amplia que la tradicional e interpela al historiador a realizar abordajes interdisciplinarios que lo enfrentan con nuevos desafíos. Por ello, insiste en que el cruce entre representación, apropiación y práctica requiere del diálogo entre distintas tradiciones historiográficas y ciencias sociales. Su testimonio no elude el posicionamiento sobre la actualidad de Annales, por el contrario, considera que “la revista perdió su carácter combativo” de antaño y carece un paradigma único que la defina. Sobre los problemas de la historia contemporánea, Chartier considera que la globalización supone una nueva agenda de desafíos para los historiadores. Por tanto, apuesta a ampliar los horizontes, extender la circulación de la producción historiográfica, publicar y leer en otras lenguas. Al unísono, estos desafíos exigen una nueva manera de hacer historia, es decir, una “historia conectada”, amplia, abierta y en diálogo con nuevos espacios y conexiones.
También inscrito en el amplio campo de la historia cultural, la segunda entrevista está dedicada a Guillermo Zermeño, historiador mexicano, especialista en historia conceptual. Esta conversación se destaca por alentar al estudio más profundo de los estudios historiográficos, especialmente la actualización y elaboración de herramientas metodológicas para el abordaje de los conceptos de cultura, modernidad y mediación. Subrayamos la forma en que el entrevistado realiza valoraciones sobre la historiografía mexicana, su situación actual de “crisis”, al tiempo que propone ciertos “antibióticos” y diferentes posibilidades para superar este diagnóstico, una de ellas, la historia cultural.
El protagonista del tercer capítulo es Francisco Ortega Martínez, colombiano de nacimiento, quien expulsado de su país se formó como historiador en los Estados Unidos. Sus temas de estudios son la opinión pública, particularmente la prensa y la cultura política entre fines del siglo XVIII y comienzos del XX. En la entrevista, Ortega Martínez realiza observaciones agudas sobre la situación de la historiografía colombiana a la que califica de una historia erudita, apegada a lo tradicional, lo político e institucional y “de acopio documental, inventarios y panoramas generales”. Una escritura que todavía privilegia lo nacional y se concentra en los hitos y los grandes héroes, sesgo que --marcado por la búsqueda de la “esencia colombiana”-- impide preguntarse y recuperar a diversos y amplios sectores sociales. Con base en este diagnóstico, el entrevistado esboza la necesidad de retomar el análisis del siglo XIX colombiano “virtualmente desconocido” y subestimado por los historiadores del XX y apuesta por los estudios de la opinión pública como una forma de rescatar las voces subalternas en la prensa.
La cuarta entrevista está dedicada al colombiano Jaime Humberto Borja, quien desde una perspectiva innovadora, inscrita en la historia de las mentalidades, revisa el mundo colonial a partir del estudio de diversas crónicas indianas y fuentes iconográficas. Borja nos invita a desafiar estereotipos historiográficos y aboga por una narrativa diferente, una narración que explore en la observación entre el mundo colonial, donde se manifiesta la tensión de lo colonialmedieval y la emergencia de lo nacional- moderno. Asimismo, postula que esta propuesta recupera la necesidad de historizar y cuestionar el concepto homogeneizador de “América colonial”, desafío que espera ser recuperado por la comunidad académica.
El quinto capítulo la entrevistada es la prestigiosa antropóloga Anne- Christine Taylor, nacida en Estados Unidos y especialista en el estudio de los jívaros en la amazonia ecuatoriana. Su mirada se destaca por la forma en que recalca cómo el antropólogo es el propio instrumento de su investigación. Así, nos invita a pensar cómo “el género del antropólogo determina la naturaleza del pacto que establece con la gente a la que estudia”, supuesto que ahonda en la clave genérica como una dimensión del pacto de comunicación con la comunidad que se estudia. Por otro lado, Taylor aborda la paradoja entre la escritura de la historia y la propia historia, el “storytelling”, denominación que da cuenta de ese rostro bifronte. En este marco nos presenta su investigación sobre la historia de los jívaros, que corre a contramano de la historia occidental, en tanto ese pueblo no posee un relato cronológico lineal de sí mismo y lo poco que se sabe de ellos se presenta a través de cánticos chamánicos. Por esto, la autora nos invita a deconstruir el supuesto de una forma unívoca y objetiva de concebir la historia.
La entrevista concluye con otra temática especialmente trabajada por Taylor, los museos. De ellos resalta la misión de “mediación cultural”, de “campo de batalla ideológico”, de espacio de confrontación, discusión y controversia permanente. En este contexto de preocupaciones, señala que estos espacios tienen el deber de “democratizarse” mediante operaciones y propósitos que se extiendan más allá de la propia institución y se proyecten hacia un público más amplio, con el propósito de “irrigar” en el amplio tejido social.
El libro finaliza con la entrevista al historiador mexicano Ricardo Pérez Montfort, especialista en historia cultural. El diálogo aborda los límites y las virtudes de los medios de comunicación masiva como fuentes para el estudio de la historia. En palabras de este historiador, el cine, la fotografía y la música son útiles para estimular la mirada y el oído de los académicos. Asimismo, estas fuentes constituyen excelentes herramientas pedagógicas a la hora de poner en práctica la enseñanza de la historia, en tanto funcionan como vehículos del conocimiento que, además, cuentan con una valiosa dimensión estética y lúdica.
En suma, la riqueza de las eclécticas voces de los intelectuales aquí presentados constituye una invitación a la reflexión sobre el oficio de la historia. La sugerencia y profundidad de los problemas e interrogantes que estructuran los diálogos estimulan la capacidad de explorar, de repensar, de dudar y, lo que es aún más sugestivo, alientan en el lector la propia formulación de preguntas. Por tanto, podemos decir que el libro contribuye a pensar la historia como una disciplina dinámica, abierta y en diálogo con otras disciplinas. A la vez que, como remarca el prólogo de la obra, pone de manifiesto que el trabajo del historiador se inscribe en el campo del estudio y la formación pero también, y sobre todo, en el constante ejercicio del cuestionamiento.

Eugenia Crusco
Universidad Nacional de Tucumán (UNT)

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