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Travesía (San Miguel de Tucumán)

versão On-line ISSN 2314-2707

Travesía (San Miguel de Tucumán) vol.21 no.2 San Miguel de Tucumán dez. 2019

 

ARTÍCULOS ORIGINALES

Calidad de vida y migraciones en una ciudad intermedia argentina (Neuquén, 2001)

Quality of life and migrations in an intermediate city in Argentina (Neuquén, 2001)

 

Joaquín Perren*
Laura Lamfre**

* Investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Instituto Patagónico de Estudios de Humanidades y Ciencias Sociales (IPEHCS), CONICET - Universidad Nacional del Comahue (UNCo), Buenos Aires 1400 (Q8300), Neuquén, Argentina. Dirección electrónica: [joaquinperre@gmail.com].
** Centro Universitario de Estudios de Salud, Economía y Bienestar (CUESEB), Universidad Nacional del Comahue (UNCo), Buenos Aires 1400 (Q8300), Neuquén, Argentina. Dirección electrónica: [lauralamfre@gmail.com].

RECIBIDO: 27/02/2019
APROBADO: 15/09/2019

 


RESUMEN

El presente trabajo se inscribe en lo que algunos autores han dado en llamar el "giro espacial". En concreto, pretende analizar la relación entre calidad de vida y procesos migratorios en la ciudad de Neuquén hacia comienzos del siglo XXI. En términos metodológicos, se utiliza información brindada por el Censo Nacional de Población y Vivienda de 2001 y cartografías temáticas elaboradas con Sistemas de Información Geográfica. Se propone un recorrido que presenta cinco momentos claramente definidos. En primer término, se brinda una aproximación al concepto de calidad de vida, sondeando posibles formas de volverlo operativo en aglomeraciones de tamaño intermedio. En segunda instancia, se explora el contexto en el que se produjeron significativas brechas en materia de bienestar. En tercer lugar, se examina la distribución espacial de la calidad de vida, distinguiendo aquellos principios que estructuraban el paisaje urbano neuquino. La cuarta sección del trabajo escruta la localización de los habitantes de la ciudad en función de su condición migratoria. Por último, con el propósito de dotar al estudio de una mirada multidimensional, se observa la forma en que se correlacionaron la calidad de vida y la condición migratoria en el proceso de diferenciación espacial.

Palabras clave: Giro espacial; Calidad de vida; Desigualdad; Estudios migratorios; SIG.

ABSTRACT

This work is part of what some authors have called the "spatial turn". Specifically, it aims to analyze the relationship between quality of life and migration processes in the city of Neuquén towards the beginning of the 21st century. In methodological terms, information provided by the 2001 National Population and Housing Census and thematic cartographies elaborated with Geographic Information Systems are used. A journey that presents five clearly defined moments is proposed. In the first place, an approximation to the concept of quality of life is provided, probing possible ways to make it operational in agglomerations of intermediate size. In second instance, the context in which they produced significant gaps in welfare is explored. Third, the spatial distribution of quality of life is examined, distinguishing those principles that structured the urban landscape of Neuquén. The fourth section of the work scrutinizes the location of the inhabitants of the city according to their migratory status. Finally, with the purpose of giving the study a multidimensional look, we observe the way in which quality of life and migratory condition were correlated in the process of spatial differentiation.

Keywords: Spatial turn; Quality of life; Inequality; Migratory studies; SIG.


 

Esta investigación se realizó en el marco del PICT 0912 2016 "Calidad de vida en las ciudades intermedias argentinas. El caso de Neuquén (1991-2010)", financiado por la Agencia Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas y del Proyecto de Unidad Ejecutora (PUE) La (re) producción de la desigualdad en la Patagonia norte. Una mirada multidimensional, del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET).

Introducción

En 2010, la Universidad de Indiana lanzaba una colección cuya influencia traspasó los límites del campo académico norteamericano. Su título, sugestivo por donde se lo mire, era en sí mismo un manifiesto: The Spatial Humanities. Las palabras de presentación quedaron en manos de quienes oficiaron de editores, David Bodenhamer, John Corrigan y Trevor Harris. Sin perder tiempo, ya en la primera línea de ese texto, esbozaban una definición que destacaba por su claridad y potencialidad. Las humanidades espaciales, decían los editores, eran "un nuevo campo interdisciplinario que es resultado de la reciente oleada de interés académico por el espacio" (Bodenhamer, Corrigan y Harris, 2010). Este "giro espacial", que fue en gran medida resultado del agotamiento del postmoderno "giro lingüístico", era una apuesta por "explotar diversas tecnologías, especialmente en el área de las humanidades digitales" (Bodenhamer et al., 2010). El programa de las humanidades espaciales se apoyaba en el uso intensivo de los sistemas de información geográfica y de la minería de datos a fin de promover "la superación de los campos de investigación establecidos" (Bodenhamer et al., 2010). Y esa superación, claro, tenía un costado teórico: el espacio dejaba de ser el contenedor, escenario o simple reflejo de "lo social" para convertirse en condicionante de la vida social en general y de las desigualdades en particular (Santos, 1997).
Con este artículo pretendemos transitar la senda demarcada por el "giro espacial". Nuestra contribución no será epistemológica o teórica, sino que circulará por otro de los andariveles sugeridos por Bodenhamer, Corrigan y Harris: los estudios de caso. El objetivo que nos anima es estudiar la articulación espacial entre calidad de vida y migraciones en la ciudad intermedia localizada en la Patagonia norte: Neuquén. Una localidad que, de la mano de la actividad extractiva y del despliegue de la actividad oficial, fue uno de los escenarios urbanos más dinámicos de la Argentina durante la segunda mitad del siglo XX, aunque también una de las aglomeraciones en las que el proceso de neoliberalización dejó su huella en la década de 1990. La elección de una urbe de mediano porte para el abordaje de esta problemática nace de la necesidad de buscar escalas intermedias entre los estudios nacionales y los basados en unidades microespaciales. En términos metodológicos, esta aproximación en clave mezzohistórica se materializará a partir del análisis de la información brindada por el censo nacional de población y vivienda de 2001, cartografías temáticas elaboradas por medio de SIG, recortes de la prensa local y distinto tipo de fuentes secundarias.
Auxiliados de estos recursos heurísticos sostenemos dos hipótesis que, por elementales, no dejan de ser sustantivas para comprender la dinámica que asumió la producción de desigualdades en la Patagonia norte. Por un lado, creemos que los niveles de bienestar (y su retroceso en los noventa) no se distribuyeron de manera homogénea, sino que dibujaron los contornos de un complejo mapa social, que se alejaba del formato polarizado tan propio de la década de 1980. Por el otro, suponemos que, entre los distintos grupos migratorios que modelaron la estructura demográfica neuquina, existieron profundas brechas en materia de calidad de vida, explicables por su origen, nivel educativo, inserción ocupacional y patrón de asentamiento en la ciudad. Con esos dos supuestos en mente proponemos un recorrido que presenta cinco momentos claramente diferenciados. En primer término, ensayaremos una aproximación al concepto de calidad de vida, sondeando posibles formas de volverlo operativo a partir de los datos censales disponibles. Luego, en un segundo momento, exploraremos la particular anatomía que el neoliberalismo asumió en la década de 1990, escrutando el impacto que este proceso tuvo a nivel nacional, provincial y local. Luego, en la tercera y cuarta sección respectivamente, examinaremos la distribución espacial de la calidad de vida y de la población de acuerdo con su condición migratoria. Por último, con el propósito de dotar al estudio de una mirada multidimensional, veremos de qué forma se correlacionaron ambas dimensiones en el proceso de diferenciación espacial.

Calidad de vida (o cómo operacionalizar una categoría sugestiva para los estudios históricos)1

Comencemos precisando lo que entendemos por calidad de vida. Sin ánimo de ser exhaustivos, podríamos definirla como "una medida de logro respecto de un nivel establecido como óptimo teniendo en cuenta dimensiones socioeconómicas y ambientales dependientes de la escala de valores prevaleciente en la sociedad" (Velázquez, 2001: 15). Pese a tratarse de una categoría sugestiva para los estudios históricos, en tanto trae consigo la idea de cambio, no podemos dejar de señalar lo complicado que ha sido su operativización. Como bien ha destacado Velázquez, "la formulación de un índice de calidad de vida con cierta pretensión de generalización o universalización no es aún cuestión que se halle totalmente resuelta, pues depende de numerosos factores tales como procesos históricos, escala de valores de la sociedad, expectativas, vivencias individuales y colectivas, dimensiones privadas, escala de análisis y su ajuste con la información disponible" (Velázquez, 2008: 577-578). Por este motivo, y para lograr cierto grado de comparabilidad entre distintas ciudades del tamaño de Neuquén, decidimos seguir el rastro dejado por múltiples investigaciones que han prestado atención a la dimensión socioeconómica del fenómeno, especialmente a variables de corte educativo, sanitario y habitacional, pero también a cuestiones más ligadas a lo ambiental. El punto de llegada de este ejercicio en el que procuramos dar cuenta de las múltiples aristas que se conjugan en la idea de calidad de vida puede observarse en la Tabla 1.

Tabla 1. Calidad de vida: dimensiones e indicadores. Fuente: elaboración propia.

Fuente: elaboración propia.

En el casillero educativo hemos optado por incluir dos variables: el porcentaje de jefes de hogar que no alcanzaron a concluir los estudios primarios y el que corresponde a aquellos que completaron su paso por la educación superior. La elección del máximo grado de formación alcanzado por el jefe de hogar se ha realizado partiendo de la idea que constituye un indicador indirecto de nivel ocupacional. El supuesto que atraviesa podría resumirse de la siguiente manera: quienes no habían terminado el primario tenían, hacia comienzos del siglo XXI, menores posibilidades de obtener un empleo bien remunerado y ubicado en la parte formal de la economía; mientras que los que habían culminado el nivel terciario o universitario no sólo tenían mayores posibilidades de alcanzar los mejores trabajos, sino también de sortear exitosamente los momentos de crisis. Pero no podríamos pensar la relación entre instrucción y pobreza en términos unilaterales. Como bien señala Arriagada Luco (2000), los vínculos entre ambos aspectos funcionan en un doble sentido: por un lado, un bajo nivel de instrucción genera pobreza, pero, al mismo tiempo, la situación de pobreza aparece como un limitante a la hora de adquirir capital educativo, con lo que aquella se reproduce de manera intergeneracional.
En materia sanitaria nuestra selección no es muy diferente a la de otros especialistas en la materia: por un lado, atenderemos al porcentaje de población que no posee obra social o cobertura médica-asistencial; mientras que, por el otro, a la proporción de población con dificultades para acceder al agua. Son dos las razones que nos impulsaron a tomar esta decisión. En principio, ambas variables nos hablan de lo que distintos autores han dado en llamar inequidades en salud, que son las

diferencias sistemáticas, injustas y evitables en la capacidad de funcionar de las personas, que resultan de la desigual distribución del poder y los recursos a lo largo de la escala social, son acumulables en el tiempo y, además, pueden ser revertidos a través del abordaje de las políticas públicas desde la perspectiva de los determinantes sociales de la salud (Organización Mundial de la Salud, 2008).

Pero no solo se trata de una aproximación a las relaciones, no siempre lineales, entre salud y enfermedad. Junto a ello, el segundo de los indicadores hará las veces de mirilla desde donde podremos acceder a ese amplio "precariado" que reforzó su presencia en los años noventa (Wacquant, 2009). Eso debido a que la falta de cobertura social constituye un indicio cierto sobre situaciones de bajo ingreso y/o de informalidad laboral.
En la dimensión que corresponde a vivienda y equipamiento hemos incluido dos variables: el porcentaje de la población que reside en viviendas que carecen de inodoro de uso exclusivo y el que hace a la proporción de hogares que presentan más de dos personas por cuarto. El primero de los atributos nos proporciona pistas sobre lo que Auyero y Lara de Burbano (2015) denominaron "destitución infraestructural" o, en términos de Velázquez (2008: 581), "pone en evidencia el déficit de equipamiento de las viviendas". Esto último se debe a que, a diferencia de otros servicios como el alcantarillado o la provisión del agua, la falta de retrete es independiente de la localización de la vivienda en relación con una determinada red, permitiendo que accedamos a la dimensión privada de la calidad de vida. La segunda variable que incluimos en el presente catálogo, además de brindarnos información sobre el grado de hacinamiento de la población, constituye una forma indirecta de medir los problemas de acceso a la vivienda. Tomamos distancia de la clasificación censal, que habla de situaciones de pobreza cuando se registran tres personas residiendo en un mismo cuarto.
En su lugar, optamos por disminuir ese umbral a dos personas, siguiendo las atinadas observaciones de Velázquez (2004: 181).
Por último, sumamos al índice sintético indicadores vinculados a lo ambiental. Sobre esta última dimensión, nos interesa prestar atención a lo que, a falta de un nombre, podríamos denominar "riesgo natural". De acuerdo con Celemín, un especialista en lo que al estudio de la calidad de vida se trata, tal idea remite a la "mayor o menor probabilidad de exceder un valor específico de consecuencias sociales o económicas en un sitio particular y en un tiempo determinado debido a la actividad de un proceso natural" (Celemín, 2007: 84). En términos generales, podríamos afirmar que incorporar la dimensión ambiental nos permite identificar, clasificar y valorar las áreas potencialmente afectables de un territorio. En ese sentido, hemos descartado variables que, aunque ampliamente utilizadas en estudios a gran escala, pierden capacidad explicativa para identificar las desigualdades socio-espaciales intraurbanas (por caso: sismicidad, vulcanismo o afectación de tornados). Y por las particularidades de la ciudad de Neuquén, una aglomeración ubicada en la confluencia de dos grandes ríos y enclavada en el borde de una meseta, hemos sumado a nuestro catálogo dos indicadores: población afectada por riesgo de inundación y la que se asocia al frente de barda (Pérez, 2010) (Mapa 1).


Mapa 1. Zonas de alto riesgo de la ciudad de la ciudad de Neuquén.
Fuente: Pérez (2010).

Operacionalizar el concepto de calidad de vida nos obligó a enfrentar un último desafío metodológico: sintetizar en un indicador toda la información procesada. Con ese propósito, primero estandarizamos las variables y, luego, asignamos un peso a cada variable con relación a las demás (Leva, 2005: 72). En el presente estudio, y tomando en consideración la abundante literatura disponible (Mesaros y Velázquez, 2015), hicimos propia una fórmula que asigna un 90% del peso explicativo a las variables que incluimos en la dimensión socioeconómica y el 10% restante a la dimensión ambiental, aunque al interior de cada una de ellas la distribución entre los indicadores no sea precisamente igualitaria. En la Tabla 2 se muestra cuáles fueron las ponderaciones utilizadas para construir los índices, expresadas en porcentajes. Finalmente, el índice de calidad de vida (ICV) deriva de la sumatoria de los valores índice de cada variable, ponderados de acuerdo con el peso relativo estipulado. El resultado final del procedimiento es un valor teórico que oscila en un rango comprendido entre 0 (baja calidad de vida) y 100 (alta calidad de vida). Antes de aplicar el ICV conviene que detallemos el contexto que sirvió de escenario (y condicionante) a las brechas de bienestar que intentaremos explorar para el caso de Neuquén.

Tabla 2. Dimensiones e indicadores de la Calidad de Vida (ponderaciones). Fuente: elaboración propia.

Fuente: elaboración propia.

 El escenario (y elemento condicionante): Neuquén en los noventa2

Usemos el 2001 como atalaya desde donde observar el funcionamiento de ese modelo económico implementado una década antes. Aunque muchos de los cambios llevados adelante por el Proceso de Reorganización Nacional, entre 1976 y 1983, fueron inspirados en recetas ortodoxas, el mayor proceso de neoliberalización debió esperar a los años noventa. Solo con la llegada de Carlos Menem a la presidencia vemos la consolidación de un régimen social de acumulación basado en la fijación del tipo de laboral y la liberalización del comercio exterior (Bellini y Korol, 2012). En los tempranos noventas, este conjunto de políticas logró controlar la inflación y estimular un significativo crecimiento económico, pero –a largo plazo– dejó un saldo de desindustrialización y desproletarización. Ambos procesos, que fueron el resultado de la redefinición de las relaciones entre capital y trabajo, nos ayudan a entender el sostenido incremento del desempleo y del subempleo a nivel nacional. En 1991, la tasa de desocupación apenas superaba el 6% y la de subocupación estaba por debajo del 9% (Calcagno y Calcagno, 2004). Diez años después, ambos valores se habían disparado a 18% y 15% respectivamente (Casullo, 2005).
Hagamos foco ahora en la provincia de Neuquén. A partir de los sesenta, y más decididamente en los ochenta, la joven provincia patagónica experimentó un tránsito hacia una modalidad de crecimiento basada en los beneficios derivados de la explotación de sus recursos energéticos (hidroelectricidad, petróleo y gas). Esta matriz económica pivoteó alrededor de un conjunto de empresas públicas que, de acuerdo con Ernesto Bohoslavsky, se imaginaban a sí mismas como "una garantía de la ocupación de la Patagonia y como traccionadoras de esfuerzos, subsidios y personas hacia tierras naturalmente hostiles a la llegada de inversiones y pobladores" (Bohoslavsky, 2008: 24). Junto a estas auténticas fuentes de energía y soberanía, no podemos dejar de mencionar el impacto que sobre la actividad económica tuvo la creciente presencia del Estado provincial, en especial en áreas hasta entonces descuidadas como la salud y la educación. Esta activa presencia oficial, que explica el enorme peso del sector terciario en la conformación del producto bruto geográfico, fue la base material donde se sostuvo la duradera hegemonía del Movimiento Popular Neuquino, un partido provincial que, desde 1963, ganó cada una de las elecciones en las que se disputaba la gobernación.
La década de los noventa rompió con las reglas básicas que habían posibilitado la reproducción exitosa de esta estrategia de crecimiento. La nueva legislación sobre el destino de los fondos federales, nacida con el menemismo, volvió inestables los ingresos provinciales. Simultáneamente, y bajo los efectos de vaivenes en el mercado internacional del petróleo, los fondos en concepto de regalías disminuyeron de forma notoria. Esta situación adquirió ribetes dramáticos cuando, con la privatización de las empresas a cargo de los recursos naturales, se trazaron las líneas maestras de una nueva matriz económica. La desregulación de la actividad extractiva y una estrategia que privilegiaba la salida exportadora de los recursos multiplicaron la producción de petróleo y gas, pero los beneficios de la actividad no se volcaron en el territorio provincial (Favaro y Vaccarisi, 2005). Se trataba, en definitiva, de la quiebra de un estado interventor, planificador y distribucionista, que puso en jaque las bases sociales y económicas sobre las que se sostenía la provincia.
Esta marea de cambios no podía dejar de afectar a la ciudad de Neuquén. Con un Estado provincial escaso de recursos y un conjunto de empresas públicas en franca retirada, la capital neuquina experimentó las siguientes transformaciones:

- "Epidemia del desempleo". El torbellino ocupacional de las décadas anteriores, ese que la había convertido a Neuquén en uno de los centros urbanos más dinámicos de la Argentina, se volvió un lejano recuerdo del pasado. De acuerdo con datos oficiales, la desocupación promedio de la ciudad prácticamente se duplicó entre 1991 y 1995: pasó de un 8% en 1990 a cerca de un 16% (Taranda y García, 2001: 11). En la segunda parte de la década, merced a la aplicación de un subsidio para los desempleados, los niveles de desocupación tendieron a estabilizarse, oscilando en una franja comprendida entre 11% y 12%.
- Precariedad laboral. El deterioro del mercado de trabajo hizo que los puestos de calidad se convirtieran en algo más propio de una época que ya no existía. Lo interesante de nuestro escenario es que, lejos de reducirse a la actividad privada, donde flexibilización es un eufemismo que encubre situaciones de mayor explotación, los empleos de dudosa calidad se multiplicaron en el sector público. Un dato es suficiente para dar cuenta de esta desestabilización de lo que, hasta entonces, era sinónimo de estabilidad: entre 1998 y 2002, se duplicó el número de trabajadores públicos contratados a término, sin ningún tipo de cobertura social y sindical (Taranda y Bonifacio, 2003). 
- Pobreza. Sabido es que existe una elevada correlación entre desocupación, precariedad laboral y pobreza. Eso no fue obstáculo para que se produjese una significativa caída del ingreso real medio familiar. Según las estimaciones realizadas por Agustín Salvia y Julieta Vera (2004), en los noventa se produjo una caída del ingreso real medio familiar del orden del 19,2%. Este declive, que fue mucho más pronunciado que el registrado en el área metropolitana bonaerense, afectó con particular fuerza a quienes ocupaban una posición baja en la estructura social: el quintil de menores ingresos perdió, a lo largo de los noventa, un tercio de su capacidad adquisitiva. Dicho de una manera más sencilla, al calor de la "gran transformación neoliberal", los pobres neuquinos se volvieron aún más pobres.
- Desigualdad social. Frente un escenario como el que estamos describiendo no es de extrañar que se registre un incremento de la desigualdad social. En 1998, el 40% más pobre concentraba apenas el 13% del ingreso (Taranda y Bonifacio, 2003: 12-13). Cuatro años después, esa proporción se había reducido a un deslucido 11%. Exactamente lo contrario sucedió en la parte alta de la estructura social. En el mismo período, la porción del ingreso apropiada por el 40% más rico avanzó dos puntos (de un 72 a un 74%). Y esto, como no podía ser de otra forma, repercutió en coeficiente de Gini, parámetro por excelencia para medir la desigualdad social, que alcanzó, en mayo de 2002, un significativo 0,46, su punto más alto en la historia reciente de la ciudad (Domeett y Kopprio, 2007: 15).

El incremento de la desocupación, la emergencia de una situación de precariedad laboral, el derrame de la pobreza y el despegue de los niveles de desigualdad impactaron negativamente en el bienestar de la población. Para dar cuenta de ello basta con explorar el desempeño de la ciudad de Neuquén en materia de calidad de vida. Entre 1991 y 2001, el ICV experimentó una caída del orden del 5%: en solo diez años, ese indicador transitó de una cifra cercana 71 a otra apenas superior 68. Tal descenso se explica, en buena medida, por el declive de indicadores ligados a las dimensiones educativa (% de la población con nivel de instrucción bajo), sanitaria (% de la población sin cobertura sanitaria), y vivienda (% de hogares que residen en viviendas con baño exclusivo). Cifras como estas parecieran darle razón a Polanyi cuando afirmaba que la "la acción deletérea del mercado" era acompañada de un trastorno que "desgarra el tejido mismo de la sociedad", impactando negativamente en las condiciones de vida de la "gente común" (1991: 82 [1944]).

Distribución espacial de la calidad de vida

Aunque relevante en el estudio de la calidad de vida, el ICV global presenta un inocultable problema: con su concurso podemos saber a ciencia cierta la performance de la ciudad en materia de bienestar, pero nos resulta imposible conocer aquellas áreas que mostraron un mayor o peor desempeño en tal rubro. De ahí la importancia de representar cartográficamente el valor del ICV de cada uno de los 223 radios que daba vida a la ciudad de Neuquén hacia comienzos del siglo XXI. Claro que, para confeccionar un mapa de la calidad de vida, debemos primero construir intervalos iguales que vuelvan comparables los resultados obtenidos. En el presente trabajo, y retomando los consejos de Gómez y Velázquez (2014: 179), hemos empleado cuatro intervalos mediante el establecimiento de cuartiles, abarcando situaciones que oscilan puntuaciones muy bajas (desde el valor mínimo hasta primer cuartil) y muy altas (desde el tercer cuartil hasta el valor máximo). Entre ambos extremos, hemos incorporado dos intervalos: puntajes medio-bajos (entre el primer y el segundo cuartil) y medio-altos (entre el segundo y el tercer cuartil).
Un análisis visual básico del Mapa 2 es suficiente para distinguir un primer elemento que estructura el paisaje urbano: la centralidad. El damero original de la ciudad albergaba los más altos puntajes en materia de calidad de vida. Su accesibilidad y mejor dotación de servicios ayudan a entender el elevado valor del suelo en este cuadrante y que residieran allí los miembros más encumbrados de la sociedad. En segundo término, advertimos una disposición en forma concéntrica. Tal como desliza la geografía alemana y la norteamericana, visualizamos una suerte de degradee en dirección a la periferia: a continuación del centro, el ICV pareciera deslizarse hacia puntajes intermedios (Ford, 1996; Mertins, 2003; Bordorf, 2003). Esa extensa área, que coincide con el sur y el "cercano" oeste de la ciudad, albergaba a una población que, en gran medida, tenía a su disposición servicios como desagües, pavimento e iluminación. En caso de usar el modelo de Griffin y Ford (1981) no dudaríamos en pensar a aquellas en términos de "zonas madurez", resultado de un primer jalón expansivo de la ciudad sucedido en las décadas centrales del siglo XX.


Mapa 2. ICV (por cuartiles). Neuquén (2001).
Fuente: elaboración propia.

Esta configuración concéntrica convivía con dos elementos sectoriales. Por un lado, notamos una expansión de las pautas residenciales de las clases más favorecidas que se extiende de forma lineal, siguiendo las direcciones de tres vías de comunicación fundamentales (la calle San Martín hacia el oeste, la avenida Olascoaga hacia el sur y la ruta provincial nº 7 hacia el norte). En cada una de estas cuñas, que presentaban un elevado ICV, distinguimos con claridad aquello que Ford (2003) llamó spine. Esto es una estrecha área en la que sobresalía la actividad comercial y alrededor de la cual quedaba delimitado un sector residencial de elite que se desplegaba en dirección a la periferia. Por el otro, debemos señalar un área que se extendía, en forma de abanico, hacia los márgenes, en la que convivían diferentes configuraciones habitacionales, desde viviendas edificadas por sus propios moradores hasta proyectos oficiales de construcción. Esta área de "acrecentamiento in situ" (Ford, 1996), resultado de la acelerada expansión de la ciudad en las décadas de 1980 y 1990, presentaba puntajes intermedios en materia de bienestar: no se observan, en esos radios, carencias materiales significativas, aunque sí comenzaba a insinuarse un fenómeno de cohabitación.
Por último, no podemos dejar de notar algunas estructuras celulares que redondean los límites de una morfología a todas luces compleja. Entre ellas, debemos mencionar los asentamientos periféricos, todos ellos con puntajes muy bajos, que mostraban una fuerte concentración de la pobreza y una homogeneidad social que nos permite pensar en la ocurrencia de lo que algunos autores han denominado "efecto vecindario" (Kaztman, 1999). Pero estos procesos de encapsulamiento no solo se dieron "por debajo". Lejos de ello, podemos visualizar una tendencia que se iría profundizando a medida que nos acercamos al presente: urbanizaciones cerradas habitadas por los miembros más encumbrados de la sociedad. No vemos aun esos "enclaves fortificados" de los que habla Caldeira (2008), pero sí prácticas de auto-segregación que combinaban, en dosis equilibradas, el deseo de parte de las elites de tomar contacto con la naturaleza, el de habitar en espacios basados en el principio de la "afinidad social" y una cada vez más relevante preocupación por la seguridad.  La conjunción de ambos fenómenos, countries y asentamientos, nos permite hablar de un proceso de fragmentación, en el que se da una excesiva distancia social en pequeñas distancias geográficas.

Distribución espacial de los migrantes interprovinciales, chilenos y bolivianos

Una mirada superficial de la estructura demográfica neuquina nos alertaría sobre la importancia que tuvieron los migrantes en su modelado. Prueba de ello es que los nacidos en la ciudad representaban, hacia comienzos del siglo XXI, tan solo el 40% de la población (Dirección General de Estadística y Censo, 2002: 44). Al interior del 60% restante, debemos destacar la relevancia adquirida por los llegados de otras provincias argentinas y, en menor medida, por los arribados del interior provincial y de países limítrofes. Por razones heurísticas, en el presente trabajo abordaremos la disposición espacial del primer y del último de los grupos mencionados. Lamentablemente, el Censo 2001 no distingue entre nacidos en la ciudad de Neuquén y quienes se trasladaron a la capital desde distintos puntos de la provincia, lo cual impide que podamos analizar en detalle las características que asumió el flujo intraprovincial. Pese a ello, los datos censales permiten aproximarnos a tres cuartas partes de aquel segmento de la población que, a falta de un menor rótulo, podríamos denominar "no-nativo" (Toutoundjian y Holubica, 1990: 4)
Comencemos este recorrido detallando los principales rasgos de los migrantes interprovinciales, entre quienes se destacaron los llegados desde Buenos Aires, Córdoba y Mendoza. Ante todo, es importante decir que este flujo fue, en buena medida, resultado de la emergencia de un nuevo patrón de asentamiento en la Argentina que modificó la dirección principal de los flujos migratorios: de rural-urbano a urbano-urbano. Así, sin perder la apariencia de un sistema de altísima primacía (el área metropolitana bonaerense conservó, durante la segunda mitad del siglo XX, una participación cercana al 30%), se edificó un modelo menos macrocefálico (Vapñarsky, 1995: 236). Este proceso, que a primera vista puede parecer contradictorio, se explica a partir del acelerado crecimiento de las "nuevas ciudades intermedias".3 Las abanderadas de este nuevo fenómeno fueron las provincias patagónicas y, dentro de ellas, Neuquén. Para medir el impacto de las migraciones interprovinciales, basta con decir que en 2001 más de un tercio de la población capitalina había nacido fuera de los límites de la provincia, pero dentro de los de Argentina (INDEC, 2001).
En cuanto a su disposición espacial, resulta evidente una fuerte coincidencia con aquellas áreas que mostraban una elevada calidad de vida (Mapa 3). La presencia relativa de los migrantes interprovinciales se hace fuerte en centro de la ciudad y va perdiendo intensidad a medida que nos internamos en la periferia: en algunos radios del damero original de la ciudad representaban dos terceras partes del total de la población; mientras que, en otros, que correspondían a "villas de emergencia", su presencia era prácticamente nula. Las únicas excepciones a este esquema centralizado son algunos barrios residenciales de elite, uno de los cuales sirvió de de antecedente a las gatted comunities del presente ("Rincón Club de Campo", en el norte de la ciudad), y dos complejos habitacionales construidos para dar solución al déficit de viviendas que enfrentaban los trabajadores de la educación ("MUDON" y "MUTEN" en el noroeste). En resumen, el patrón residencial de los migrantes podría pensarse como un "continente" que ocupaba el centro y a un puñado de "islas" que comenzaban a abrirse paso en la periferia.


Mapa 3. Distribución espacial de los migrantes de otras provincias (porcentaje). Neuquén, 2001
Fuente: elaboración propia.

En el plano explicativo, este comportamiento centralizado nos conduce inexorablemente a la inserción ocupacional de los migrantes llegados de distintas provincias argentinas. El grueso de quienes arribaron desde otros puntos del país se empleaba en el sector terciario de la economía, en un comportamiento muy similar al mostrado por la población local. Encontramos entre ellos una elevada proporción de individuos con una larga experiencia en escenarios urbanos, que los ponía en mejores condiciones de enfrentarse a un mercado laboral que iba precisamente en esa dirección. Es interesante observar como, conforme avanzaban las décadas, la proporción de trabajadores manuales poco calificados disminuyó de forma sensible. En su lugar, fue cada vez más relevante el peso de los trabajos manuales de mayor calificación, los trabajos de oficina y, en menor medida, el ejercicio de profesiones reputadas. En resumidas cuentas, en el cruce de su elevado grado de instrucción y un origen mayormente urbano, ambos traducibles en una mejor posición socio-ocupacional, encontramos una llave para explicar el comportamiento centralizado de este grupo.
Además del gran caudal de nativos procedentes de otras provincias, Neuquén se destacó por el importante aporte de la población chilena. A diferencia del Censo 91, muy parco en lo que a movilidad se refiere, el levantado en 2001 brinda valiosa información sobre el orígen nacional de quienes integraban el grupo de "nacidos en países limítrofes". Basta con aportar un dato para dar cuenta del enorme peso de los trasandinos al interior de este universo de migrantes: el 92% de los mismos había nacido del otro lado de los Andes. Las razones que explican la prolongada presencia trasandina en la región se vinculan a algunos rasgos económicos que atravesaron a las provincias de la Araucanía chilena durante buena parte del siglo XX. Se trataba de áreas "predominantemente rurales y con zonas de minifundio y estructuras agrarias que han sido incapaces de generar empleos para su creciente población activa" (Orsatti, 1982). Esta dinámica expulsora, en compañía de la cercanía espacial, de los abundantes pasos fronterizos y de las redes sociales hilvanadas en la región, ayudan a entender por qué, hacia comienzos del siglo XXI, los trasandinos representaba un 7% del total de la población. De todos modos, y pese a constituir el principal colectivo migratorio, no podemos dejar de mencionar un claro proceso de envejecimiento por ausencia de recambio y, por lo mismo, una caída tendencial de su participación relativa (INDEC, 1991). 
En cuanto a su distribución espacial, los migrantes llegados del otro lado de los Andes mostraban un patrón que invertía la lógica observada para el caso de los migrantes interprovinciales. Su presencia era escasa en las áreas que exhibían un buen desempeño en materia de bienestar y cobraba dimensión en aquellos espacios que exhibían un bajo ICV. Como podemos observar en el Mapa 4, la participación de los chilenos en los radios céntricos alcanzaba, en el mejor de los casos, el 3%; mientras que, en el cuadrante noroccidental de la ciudad, la misma superaba el 10% y rozaba, en algunos radios censales, el 35% del total. En efecto, notamos una fuerte presencia de la población de origen trasandino en dos asentamientos cuya población había experimentado una auténtica explosión en la década de 1980: Villa Ceferino e Islas Malvinas, en el oeste de la ciudad. Pese a haber sido objeto de algún tipo de ordenamiento, estos vecindarios eran, en los noventa, espacios de relegación. También era importante la presencia trasandina en el confín noroccidental de la ciudad, en áreas que habían comenzado a poblarse hacia comienzos de los noventa. Proliferaban allí viviendas de "maderas, chapas de cartón y otros materiales precarios, muchas de las cuales eran inconvenientes por haberse edificado en "cárcavas o en sus proximidades, exponiéndose a riesgos en caso de lluvias de cierta intensidad" (La revista de Calf, 1997: 8). En pocas palabras, podríamos imaginar el patrón de asentamiento de los migrantes chilenos como una versión más concentrada y segregada del mapa de la pobreza de la ciudad, a lo que debemos sumar una severa exposición a riesgos ambientales.


Mapa 4. Distribución espacial de los migrantes de origen chileno (porcentaje). Neuquén, 2001.
Fuente: elaboración propia.

Para comprender en toda su dimensión este patrón de asentamiento debemos dirigir nuevamente nuestra mirada a la forma en que la población chilena se integró a la estructura productiva local. Tomando distancia de las tendencias que surcaban a la población migrante "en general", más proclive a los empleos no manuales, este grupo mostró desde muy temprano una fuerte inclinación por los trabajos manuales. En la década de 1960, por ejemplo, dos terceras partes de los contrayentes de origen chileno declaraban estar desempeñando aquel tipo de labores (Perren, 2012). En ese momento eran todavía fuertes los oficios desplegados en los bordes rurales de la ciudad, entre los cuales descollaban declaraciones como "peón" o "jornalero". En las décadas siguientes, cuando la capital neuquina apuró los tiempos de su urbanización, las labores ligadas al sector primario perdieron terreno frente a los empleos citadinos, especialmente a los que correspondían al mundo de la construcción y al servicio doméstico (Muñoz Villagran, 2005: 101-105). Este pasaje, claro está, no disminuyó el peso del empleo manual al interior de la población transandina, sino, por el contrario, en la década de los ochenta, cerca del 40% de quienes habían nacido en Chile declaraba estar en aquel casillero ocupacional (Perren, 2009: 119-120). 
En la medida que se trataba de empleos precarios, generalmente ubicados en la parte gris de la economía, no resulta extraño que el centro de la ciudad haya sido para quienes se empleaban en este tipo de labores una opción que complicaba el andamiaje de una trayectoria social ascendente. El periódico pago de un alquiler y las obligaciones que nacían del suministro de los servicios, significaban que una considerable masa de recursos debía ser canalizada hacia áreas que no eran precisamente las de subsistencia. En ese contexto, una opción válida era ocupar un terreno periférico a la espera de una situación propicia para acceder a la propiedad en las áreas más consolidadas o, como finalmente sucedió, forjar allí redes que facilitaran la incorporación de estas barriadas al tejido de la ciudad (Perren, 2017). En tanto se encontraba sobrerrepresentada en los segmentos más vulnerables del mercado laboral, no es sorprendente toparnos con una fuerte presencia de la población trasandina en aquellos asentamientos irregulares que se abrieron paso en la periferia neuquina durante los años ochenta y noventa. Tampoco resulta extraño que, aunque la orientación ocupacional haya ido en un sentido urbano, haya presencia chilena en las antiguas colonias frutícolas que rodean a la ciudad de Neuquén, donde tuvieron un fuerte peso hasta fines de la década de 1970. Recordemos que la amenaza de conflicto con Chile inició un proceso de reemplazo de la mano de obra de ese origen por migrantes del norte del país.
Detengamos nuestra mirada en los migrantes de origen boliviano. A diferencia de los trasandinos, el peso demográfico de los llegados desde el país del Altiplano es mucho menos significativo. Las setecientas personas que formaban parte de ese contingente representaban, hacia comienzos del siglo XXI, un 0,36% del total. Con todo, ese número alcanzaba para que los bolivianos constituyeran por su envergadura el segundo colectivo proveniente de países limítrofes, a varios cuerpos de distancia de los uruguayos, paraguayos y brasileños. Puede que una simple comparación nos ayude a entender su incidencia dentro del migrantes llegados de países vecinos: los bolivianos duplicaban a los migrantes llegados desde Uruguay, quintuplicaban a quienes habían arribado de Paraguay y septuplicaban a la población proveniente de Brasil. En caso de incorporar la variable temporal, veríamos un flujo que, en 2001, experimentaba una fase de expansión que, en los siguientes años, se volvió auge. Las declaraciones que un referente de la Pastoral de Migraciones del Obispado de Neuquén hiciera a la prensa local nos suministra un excelente cuadro de situación: "mientras en la década del 90 los inmigrantes de Chile comenzaron a disminuir, en ese mismo período es cuando comenzó la llegada masiva de vecinos de Bolivia" (Río Negro, General Roca, 4.08.2009).
La reconstrucción de la historia de este flujo migratorio nos conduce a la década de 1960. Si bien existen antecedentes de bolivianos trabajando en la cosecha de manzanas en los cincuenta, mayormente llegados desde Mendoza, el primer contingente arribó a la zona al calor de la construcción de las grandes obras hidroeléctricas. El "Assuan argentino" o la "obra del siglo", como la prensa inmortalizó al complejo Chocón-Cerros Colorados, convocó a albañiles de origen boliviano, muchos de los cuales provenían del área metropolitana de Buenos Aires y tenían conocimiento en el manejo de explosivos. Este saber, clave en la remoción de terrenos, puede explicarse de manera muy sencilla: un importante porcentaje de quienes llegaron a la Argentina en esta década provenía de Potosí, una de las regiones mineras por excelencia de Bolivia. Terminados los embalses, los bolivianos siguieron ligados a la construcción, pero ya de forma independiente, con miniempresas y hasta con emprendimientos de envergadura (Río Negro, General Roca, 2.01.2010). La segunda fase del proceso migratorio se dio en los noventa al calor de la aplicación del recetario neoliberal, cuando el sueño de la "escalera boliviana" parecía hacerse añicos en los mayores escenarios urbanos de la Argentina. En ese contexto, y para el conjunto del Alto Valle del rio Negro y los valles inferiores de los ríos Neuquén y Limay, se registró la llegada de bolivianos que se dedicaron a la horticultura y, en menor medida, al comercio minorista. El éxito económico de este grupo hizo que, en la década siguiente, se activaran las cadenas migratorias, aumentara el porcentaje de arribados directamente desde Bolivia (especialmente de Cochabamba), se equilibrara la relación de masculinidad por el traslado de familias completas y, resultado de todo ello, aumentase el peso de los bolivianos en la estructura demográfica neuquina (Bankirer, 2005: 17).
Como sucedió en el caso de los migrantes interprovinciales y los trasandinos, la inserción ocupacional de los bolivianos nos brinda algunas pistas para entender su localización en la ciudad (Mapa 4). Que los migrantes "tempranos" se insertaran en el mundo de la construcción ayuda a entender por que tiene presencia en los mismos barrios que la población de origen chileno, algunos de ellos ubicados en el "cercano oeste" (Villa Ceferino e Islas Malvinas), en el sur de la ciudad (Don Bosco y Limay) y otros en el extremo noroccidental (HIBEPA, Almafuerte y Toma Norte). Al mismo tiempo, notamos una leve presencia boliviana en un puñado de jurisdicciones que aun conservaba un perfil ligado al sector primario (en el este, Confluencia; en el norte, Colonia Valentina y Nueva Esperanza; en el noreste, la costa del rio Neuquén). Esta localización, explicable a partir de la orientación rural del segundo contingente, fue bastante menos pronunciada que en otras localidades cercanas como Plottier, Centenario o Vista Alegre. En todas ellas advertimos un uso predominantemente productivo del suelo agrícola, a salvo de la especulación inmobiliaria que comenzaba a amenazar al sistema de chacras de la capital neuquina. Por último, notamos cierto nivel de concentración de los bolivianos en los radios que daban vida al centro neuquino, algo que los diferenciaba de los chilenos. Su desempeño en el sector terciario, al frente de puestos en ferias o de pequeños locales, explica su presencia en el corazón comercial de la ciudad, especialmente en el distrito conocido como "El Bajo", pero también en los barrios que rodean el macrocentro y que hicieron las veces de área de madurez, haciendo propias los términos de Griffin y Ford (1981).     
Recapitulemos. Los migrantes llegados desde otras provincias tenían, a comienzos del siglo XXI, un patrón centralizado, aunque resultaba visible una tendencia centrípeta de la mano de los barrios cerrados de localización periférica o de la puesta en valor del frente ribereño a partir del proyecto "Paseo de la Costa". Los trasandinos mostraban una fuerte incidencia en la periferia, tanto en aquella construida en los ochenta como en esa que estiró la mancha urbana en los noventa. Los bolivianos parecieran seguir un camino intermedio. Su presencia relativa era fuerte en aquello que, en otro trabajo, dimos en llamar el archipiélago de la pobreza (Perren, 2014). Sin embargo, no era desdeñable la proporción de bolivianos que residían en el área central de la ciudad y, menos aún, en aquellos radios censales que presentaban una apariencia rural. De ahí que su comportamiento residencial sea bastante menos segregado que el que exhibieron trasandinos y migrantes interprovinciales, ambos concentrados en determinados espacios de la ciudad.  


Mapa 5. Distribución espacial de los migrantes de origen boliviano (porcentaje). Neuquén, 2001.

Fuente: elaboración propia.

Calidad de vida y migraciones: un ejercicio de correlación

El análisis de la distribución del ICV y del porcentaje de población por origen migratorio proporcionaron interesantes elementos de análisis, en especial aquellos relacionados con su disposición en el espacio y su grado de separación en el tablero urbano. La cuestión ahora es determinar la semejanza del comportamiento de las variables consideradas o, lo que es igual, en qué medida los valores que asumen las variables en las diferentes unidades espaciales varían conjuntamente, y en qué sentido (Marcos y Mera, 2009-2010: 158). Para obtener un valor cuantitativo que indique la manera en que los valores de las diferentes unidades espaciales varían conjuntamente, tanto en la intensidad de la relación como en su sentido, utilizaremos el coeficiente de correlación r de Pearson, que surge de la covarianza o variabilidad conjunta de las variables. Su principal ventaja radica en que se trata de una metodología ampliamente utilizada y, por ese motivo, sus resultados probaron ser exitosos para análisis espaciales como el que aquí presentamos (Buzai, 2003; Buzai y Baxendale, 2004; Marcos y Mera, 2009-2010).
En términos prácticos, el valor de r puede variar entre 1 y -1. El limite superior nos habla de una relación de muy alta intensidad en un sentido positivo; mientras que el inferior de dos variables fuertemente vinculadas, pero en un sentido inverso. Cuando r tiene un valor cercano a 0 significa que no hay correlación entre ambos conjuntos de datos. Como complemento visual del análisis bivariado usaremos gráficos de dispersión (scatter diagram) cuya aplicación da como resultado un eje ortogonal y una serie de puntos que coinciden con cada una de las unidades espaciales analizadas (sus coordenadas están dadas por los valores en esa área de la ciudad de las variables escogidas) (Buzay Baxendale, 2006: 251). Como los datos de cada variable se transforman en puntajes estándar, los ejes toman en lugar central del gráfico y quedan a la vista cuatro cuadrantes. El cuadrante inferior izquierdo concentra las unidades espaciales con bajos valores en ambas variables, el cuadrante superior izquierdo aquellas que exhiben bajos valores en x y altos en y, el cuadrante superior derecho alberga los valores altos en ambas variables, y el cuadrante inferior derecho presenta valores altos en x y bajos en y (Figura 1). En pocas palabras, este grafico nos permite visualizar cuan alejados están los valores de la media de cada una de las variables, representadas por los ejes de las abscisas y ordenadas


Figura 1. Espacio de relaciones bivariadas entre variables estandarizadas.
Fuente: Buzai y Baxendale (2006).

Veamos ahora cómo podemos utilizar estos instrumentos para aproximarnos a las relaciones existentes entre calidad de vida y condición migratoria en la ciudad de Neuquén hacia comienzos de los noventa. Lo primero que queda en evidencia de una lectura de los scatter diagrams es la importante correlación positiva existente entre el ICV y el porcentaje de migrantes interprovinciales. Un coeficiente r de 0,83 es la muestra más palpable de ello (Grafico 1). Eso significa que ambas variables se comportaban de un modo similar en el espacio urbano: a mayor puntaje de ICV, mayor era también la proporción de los migrantes de otras provincias. En términos gráficos, lo que observamos es una recta de regresión de fuerte inclinación y una nube de puntos bastante adherida a ella. Aunque cuando se trate de un ejercicio estadístico, que no implica una relación de causalidad, el análisis de correlación nos brinda elementos para reforzar una hipótesis que venimos barajando: la inserción ocupacional de estos migrantes, mayoritariamente en empleos no manuales y con una interesante participación en el estrato profesional, es la clave que nos permite entender el comportamiento idéntico de ambas variables. Después de todo, los estratos medios y altos de la sociedad neuquina, más allá que comenzaba a visualizarse un fenómeno de periferización de sus pautas habitacionales, tuvieron un comportamiento fuertemente centralizado.


Gráfico 1. Correlación entre ICV y condición migratoria.
Fuente: elaboración propia
.

Algo diferente es la relación que puede establecerse entre calidad de vida y el porcentaje de migrantes llegados del otro lado de los Andes. Este caso, la correlación entre ambas variables se encuentra en el mismo rango de la que acabamos de mencionar, pero en el sentido inverso. Un coeficiente r de -0,69 nos indica que, a medida que aumentaba el ICV, la participación de los migrantes chilenos perdía intensidad. En parte por su origen rural y en parte por su inserción en la base de la estructura ocupacional, los migrantes transandinos se instalaron en aquellas áreas de la ciudad que se abrieron paso en la marea urbanizadora de los ochenta y los noventa, donde los servicios eran una cuenta pendiente y las condiciones del hábitat eran deficientes. También con una pendiente negativa, aunque mucho menos significativa, debemos ubicar la relación entre ICV y proporción de población de origen boliviano. Un r de -0,37 nos indica que el comportamiento de la calidad de vida va en un sentido contrario al del porcentaje nacida en el país del altiplano. De todos modos, su relativa equidistribución, con presencia en la periferia, en el centro y en las áreas rurales, hace que ese coeficiente sea mucho más bajo que el ostentado por el resto de los grupos migratorios estudiados.   

Algunas consideraciones finales

Luego de este recorrido: ¿Qué conclusiones, al menos parciales, podemos hacer en relación con la articulación espacial entre calidad de vida y migraciones en la ciudad de Neuquén?
En relación con la primera de las hipótesis que formulamos, pudimos confirmar que el bienestar no se distribuyó de manera homogénea en el espacio, sino que presentó un patrón de localización específico. Cuando analizamos la distribución del ICV, descubrimos los puntajes más bajos se concentraban en estructuras celulares ubicadas mayormente en el cuadrante noroccidental de la ciudad; algo que no resulta casual si tenemos en cuenta que allí se expresaron las consecuencias más dramáticas de la "hiperurbanización" que experimentó Neuquén en los ochenta y noventa: en parte por la dinámica especulativa que adquirió el mercado inmobiliario local y en parte por la nunca suficiente presencia del Estado en materia de construcción de viviendas, las "villas de emergencia" de convirtieron en una opción habitacional de primer orden para los sectores populares neuquinos.
Pasemos ahora a la segunda hipótesis que presentamos en la introducción. Pudimos demostrar que brechas que revelamos en materia de bienestar se agudizaban si prestábamos atención a ciertos segmentos de la población "no nativa". Fue el caso de los migrantes chilenos, que exhibieron una fuerte concentración espacial: la mayor parte de la ciudad correspondía a radios con muy baja presencia de población de aquel origen, mientras que existen unas pocas áreas específicas donde se concentra el grueso de quienes llegaban del otro lado de los Andes. Lo interesante es notar que estas últimas coincidían, en buena medida, con aquellas áreas de la ciudad que mostraban inocultables faltantes en materia de servicios; cuestión que queda a la vista examinando la cartografía, pero también prestando atención a la fuerte correlación negativa entre los porcentajes de migrantes chilenos y el ICV. Exactamente lo contrario sucedió con los llegados de otras provincias argentinas, entre quienes observamos un comportamiento claramente centralizado, más allá que su importancia numérica los haya hecho abundantes en la mayoría de las unidades espaciales estudiadas. Los bolivianos, por último, transitaron por una "tercera vía": era una versión atenuada del patrón de localización de la población de origen chileno, pero -al mismo tiempo- exhibía una respetable presencia en el centro de la ciudad y una creciente incidencia en los radios censales de características rurales.
  

NOTAS

1 En este apartado se retoman planteos realizados en: Perren y Lamfre (2018a, 2018b).

2 Este apartado sintetiza avances realizados en: Perren (2017) y Perren y Lamfre (2017).

3 Por lo general, se entiende por ciudad intermedia a aquellas localidades cuya población se encuentra en el rango comprendido entre los cincuenta mil y el millón de habitantes. Para el caso particular de la Argentina, las aglomeraciones de tamaño intermedio (ATI’s) incluyen a ciudades de más de cincuenta mil habitantes y menos población que la registrada en la aglomeración primada (Gran Buenos Aires) (cf. Vapñarsky, 1995: 228).

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