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Travesía (San Miguel de Tucumán)

versión On-line ISSN 2314-2707

Travesía (San Miguel de Tucumán) vol.22 no.2 San Miguel de Tucumán dic. 2020

 

ARTÍCULOS ORIGINALES

Clubes sociales y deportivos en ingenios azucareros. Tucumán, 1875-1930

Sugar mills’ sport clubs. Tucumán, 1875-1930

 

Etienne Le Bail*

* Université Rennes II - Haute Bretagne, Place du recteur Henri Le Moal, CS 24307, 35043 Rennes cedex, Rennes, Francia. Dirección electrónica: [etienne.lb.ar@gmail.com].

RECIBIDO: 12/10/2019
APROBADO: 14/03/2020

 


RESUMEN

Durante las primeras décadas del siglo XX, la introducción de servicios comunitarios, hospitales, escuelas y viviendas en los ingenios azucareros de la provincia de Tucumán configuró un cuadro de contención para las poblaciones fabriles en el cual las redefiniciones de las individualidades actuaron en un proceso activo, respaldado por una afirmación de las jerarquías económicas y sociales propias de la aparición de una sociedad de rasgos industriales. Inscribiéndose en ese marco general, el trabajo se enfoca específicamente en la creación de clubes sociales y deportivos en las villas obreras. A partir del estudio de estas instituciones donde el fútbol ocupó tempranamente un lugar privilegiado, el artículo trata de evidenciar los canales de difusión de este deporte en la provincia de Tucumán al principio del siglo XX. El análisis retoma la modernidad y el ideal industrial como piedra angular del sistema de representaciones vigentes en las sociedades del futbol, práctica que en el ámbito de los ingenios azucareros significó la integración del tiempo recreativo, de las sociabilidades y de las representaciones corporales en el espacio productivo.

Palabras clave: Ingenios azucareros; Villa obrera; Fútbol; Tucumán; Argentina.

ABSTRACT

During the first decades of the 20th century, the introduction of community services, hospitals, schools, and housing in the sugar mills of the province of Tucumán created a context of containment for their laborers in which individualities were redefined in an active process, backed by affirmation of the economic and social hierarchies characteristic of the emergence of an industrial society. Within this general framework, this paper focuses specifically on the creation of social and sports clubs in company districts. From the study of these institutions where early on football occupied a privileged place, this text discusses the diffusion of this sport in the province of Tucumán at the beginning of the 20th century. The analysis considers modernity and the industrial ideal as cornerstones of the system of representations in football societies, a practice that in sugar mill life meant the integration of recreational time, sociabilities and representations of the body in economic space.

Keywords: Sugar mills; Company town; Soccer; Tucumán; Argentina.


 

Presentación

En Cincuentenario del Centro Azucarero Argentino, publicado en el año 1944, Emilio J. Schleh describe en los siguientes términos la política del empresario Luis Nougués respecto a las condiciones de vida y el entorno sociolaboral de los trabajadores del ingenio San Pablo durante las primeras décadas del siglo XX:

Hemos tenido ocasión de presenciar complacidos desde medio siglo atrás el empeño de sus propietarios para enaltecer moralmente la vida del obrero, de socorrerle en sus necesidades, de llevarle la enseñanza del bien con el ejemplo […] Existen baños públicos y desinfección, limpieza pública y alumbrado público y privado. El Ingenio cuenta con capilla y servicio religioso, hospital con diversas salas, seguros de obreros y sanatorios, campos de deportes, jubilaciones y pensiones, club social, reparto de leche gratis, escuelas y becas para niños, subvenciones a las escuelas de los alrededores, pileta de natación, escuela de adultos, taller de economía doméstica, biblioteca (Schleh, 1944: 80).

En 1876, el ferrocarril que conectó el litoral con Tucumán permitió el despliegue y la modernización de la industria azucarera en el norte argentino. El ferrocarril posibilitó la importación de maquinarias modernas desde Inglaterra, Francia y Alemania, mientras que sus ramificaciones interiores facilitaron el abastecimiento de las fábricas de materia prima, la exportación de productos hacia un mercado interno en expansión y el desplazamiento de trabajadores hacia esos nuevos polos de producción.
Esa revolución infraestructural llevó al segmento más concentrado de las elites comerciales tucumanas a invertir en ese nuevo sector productivo capitales acumulados en las demás actividades en las que se encontraban involucradas. La provincia se convirtió desde entonces en el teatro de expansión de una pujante industria que requirió la acción conjunta de políticos e industriales. En este plano hay consenso en la historiografía que el Partido Autonomista Nacional (PAN), fuerza política hegemónica en la república entre 1880 y 1912, en la que ejercían gran influencia las élites del interior, se reveló muy receptivo a los reclamos corporativos del sector azucarero. Así, el apoyo del Poder Ejecutivo Nacional fue uno de los factores esenciales del éxito empresarial de los industriales que accedieron a la protección aduanera para el azúcar, subvenciones a las exportaciones en períodos de sobreproducción, exención impositiva a la importación de maquinarias, modernización del sistema financiero e inversiones directas en infraestructura (Campi, 2005: 245).
Este proceso de incorporación de Tucumán al mercado nacional en el último tercio del siglo XIX fue el de la transición acelerada de una actividad preindustrial hacia el modelo de la gran industria. De tal manera el azúcar convirtió a la provincia en un polo de desarrollo económico y de atracción demográfica hasta mediados del siglo XX. Las viviendas edificadas en los establecimientos fabriles respondieron, entonces, a la necesidad de “fijar” la mano de obra que requerían los ingenios. Según el censo nacional de 1895, el departamento de Cruz Alta, a la vez el mayor productor de azúcar y el más poblado después del departamento Capital, demuestra la imbricación y la centralidad de los establecimientos azucareros en el proceso de asentamiento y crecimiento de las poblaciones (Wilde, 2017: 99-100). Según Donna J. Guy, hacia 1895, en 35 ingenios tucumanos unos 6.000 obreros y empleados estables y 16.000 temporarios en época de zafra conformaban el núcleo de trabajadores (Guy, 1978). Este proceso modeló la formación de numerosos pueblos azucareros, como San Pablo, Bella Vista, Santa Ana, Ranchillos o Los Ralos, entre otros.
Situamos nuestro artículo en la línea de las investigaciones sobre los ingenios del norte argentino. Al respecto, Campi (1999) centró su atención en diversos aspectos de los pueblos azucareros. Abarcando esferas de la vida cotidiana, la alimentación, la educación y la salud, pone énfasis en las políticas de disciplinamiento desplegadas por los industriales a través de la construcción de las viviendas obreras, sin dejar de apuntar que esas estrategias chocaban con una cultura preexistente en el mundo rural, del que provenían los trabajadores. En estas páginas nos aproximaremos al pueblo azucarero de Tucumán, prestando atención a las prácticas socio-culturales específicas que se conformaron en este mundo agroindustrial.
Interesándonos en la estructuración del tiempo libre obrero, nos proponemos examinar de qué manera la implantación de clubes sociales y deportivos en los distintos pueblos azucareros tucumanos fueron parte de las transformaciones económicas y sociales que tuvieron lugar en la provincia desde la década de 1870.
A partir del postulado según el cual la temprana aparición de servicios comunitarios en el pueblo azucarero convierte el ingenio en el núcleo constructor del espacio social, nos preguntamos de qué manera la construcción de viviendas y la aparición de una primera urbanización favorecieron la aparición de un espacio socio-productivo singular, el ingenio azucarero con su villa obrera.
Haciendo uso del concepto de ingeniería social para analizar la instalación de servicios comunitarios y viviendas en este espacio, evaluaremos las modalidades mediante las cuales el ordenamiento urbano de las villas obreras alentó la sedentarización de la mano de obra en el área azucarera, a la vez que promovió la internalización en los trabajadores de conductas acordes a los requerimientos de los ingenios renovados tecnológicamente. A partir de ello nos introduciremos en la difusión de nuevas actividades recreativas, el fútbol en primer lugar, en los clubes sociales y deportivos de los ingenios. Así, evaluaremos la influencia que ejercieron círculos ingleses en la difusión del fútbol en Tucumán, asociado a la modernidad. Nos ocuparemos también de la manera en que las actividades recreativas implementadas desde los clubes sociales y deportivos apuntalaron la organización de un tiempo libre obrero atado a las lógicas productivas. Asimismo, nos preguntaremos si desde esos clubes los empresarios extendieron su influencia sobre los trabajadores, controlando el ocio y adecuando el mundo recreativo del pueblo azucarero a las exigencias de la producción.
Se respetará una cronología que se extiende desde los albores del auge azucarero en las últimas décadas del siglo XIX, hasta fines de la tercera década del siglo XX cuando se los clubes sociales y deportivos con sus respectivos equipos de fútbol se habían fundado en la mayoría de los ingenios tucumanos.
La investigación se elaboró a partir de fuentes secundarias, de relatos individuales e institucionales expresados en discursos emanados del seno del propio del empresariado azucarero, que complementamos con entrevistas realizadas en la localidad de los Ralos. Consultamos especialmente la obra de Emilio Schleh, investigador y periodista tucumano, gerente-secretario del Centro Azucarero Argentino de 1930 a 1958 y promotor del día de la industria argentina, en cuyos relatos se advierte una clara necesidad por parte de los empresarios de dar amplia publicidad y legitimar las políticas sociales que implementaban en sus fábricas.

Ingeniería social y conformación del espacio fabril

La modernización de la producción de azúcar se tradujo a partir del final del siglo XIX en una concentración de la población de la provincia en el área cañera, más del 80% a partir de 1914 (Wilde, 2017: 100). La edificación de nuevas villas obreras con la instalación de ingenios azucareros modernos caracterizó el período comprendido entre la década de 1890 y la de 1930 y constituyó un proceso regional notable.
De alguna manera lo acontecido en Tucumán puede ser asimilado a las mutaciones económicas de la “segunda industrialización”, que se materializaron en profundas transformaciones de los procesos técnicos, el uso del saber científico en la industria, la mecanización de instalaciones cada vez más potentes, el empleo de la electricidad, el aumento considerable del tamaño de los establecimientos, la concentración cada vez más importante de los hombres en los talleres, la transformación de la relación tradicional patrón-obrero perturbada por la aparición de los ingenieros como nuevo grupo profesional, la intensificación de la racionalización del trabajo y el aumento de la productividad (Noiriel, 1988: 25). Así, como parte de la segunda revolución industrial, los espacios de producción del azúcar en Tucumán experimentaron transformaciones influenciadas por las políticas de ingeniería social que caracterizaron la emergencia de la gran industria en Europa y América durante la segunda mitad del siglo XIX.
En el caso de los complejos industriales y habitacionales que se constituyeron en torno a la producción del azúcar en Tucumán, la presencia del Estado fue difusa hasta la primera mitad del siglo XX, quedando las decisiones sobre el ordenamiento y regulación de las prácticas médicas, laborales, sociales, en manos de los propietarios de ingenio. Como afirma Ana Wilde, el movimiento de traspaso de espacios, funciones y relaciones desde el ámbito privado de los dueños de ingenios a la órbita pública se inició de forma más o menos tardía en la década de 1930, por lo cual es evidente que los trabajadores estaban insertos en un poblado anexo al ingenio, cuyos beneficios y desventajas devenían de iniciativas y medidas tomadas y definidas desde el ámbito privado, específicamente el empresarial (Wilde, 2017: 111 y 120).1
Schleh llamó la atención sobre la gran incidencia que tuvo en el ámbito público Eudoro Avellaneda, uno de los fundadores del ingenio Los Ralos en 1876, quien además fue ministro, senador y legislador provincial, además de diputado nacional–, evidencia de la acción de un empresario del azúcar en la gestión de los aspectos económicos y sociales del espacio tucumano.

Su labor en ese periodo ha sido de la mayor importancia para el desenvolvimiento de la industria local. Su tarea de fomento de la producción, no sólo del azúcar, sino de la de carácter general fue emprendida y desarrollada con empeño desde los primeros instantes. Los cultivos diversos, las obras públicas, las más distintas manifestaciones de progreso local, merecieron siempre su apoyo decidido y la gestión propulsora ante los poderes públicos, al punto que no existe en la provincia obra alguna de beneficio público y de carácter económico en la que no haya intervenido con su actividad (Schleh, 1944: 133).

En el testimonio de uno de los descendientes del mencionado empresario, Roque Avellaneda, residente en el pueblo de Los Ralos durante la década de 1950, evoca la fuerte presencia en el mismo de instituciones escolares y religiosas, infraestructuras habitacionales y sanitarias y espacios formales de sociabilidad promovidas y/o construidas por el ingenio: “Los obreros permanentes tenían la casa, la luz, el agua, el hospital, las escuelas, el convento, la biblioteca y el club social y deportivo”.2 De la misma manera, la Compañía Azucarera Tucumana –que reunía los ingenios Nueva Baviera, La Florida, La Trinidad y Lastenia– se hacía cargo según Schleh de aspectos muy amplios de la vida obrera:

- Ambulancia propia y servicio hospitalario.
- Instalaciones de higienización, conservación y envasamiento de leche, que se distribuía de forma gratuita entre niños y enfermos.
- Seguro colectivo gratuito para el personal de empleados y obreros a sueldo.
- Pensiones a los trabajadores incapacitados.
- Mejoramiento de la vivienda y contribución material a la profilaxis antipalúdica.
- Alojamiento gratuito para peones y obreros, transitorios y estables: casahabitación, luz y agua; y comodidades para la cría de aves de corral y cultivo de plantas y verduras, todo sin cargo, para operarios y personal permanente.
- Sesión gratuita de edificios para escuelas provinciales y nacionales en número de 29 con un valor de $260.000.
- Auspicio a la cultura en sus diversas manifestaciones, como ser bibliotecas, centros sociales y banda de música.
- Fomento del deporte, proporcionando los campos e instalaciones necesarias (Schleh, 1944: 59-60).

Favoreciendo los procesos de sedentarización y concentración de la mano de obra en las nuevas villas obreras, emergieron en el nuevo espacio socioproductivo infraestructuras destinadas a brindarle acceso a la educación y salud, viviendas y espacios de sociabilización formales. La disposición de servicios y seguridades materiales destinadas a las poblaciones obreras alojadas alrededor de las fábricas se convirtieron en una constante de los mecanismos capitalistas de control de la fuerza de trabajo que aparecieron entre el siglo XIX y XX.
Además, en el área azucarera se generaron importantes cambios demográficos por la llegada de trabajadores provenientes de regiones y realidades sociales muy diversas. Así, tucumanos, santiagueños y catamarqueños convivieron con indios chaqueños y con técnicos y empleados europeos. Mientras el ingenio implicó una gran diversidad de situaciones laborales (empleados administrativos, obreros calificados, peones sin oficio, zafreros temporarios,“colonos” con contrato, etc.), todo un entramado humano que da cuenta de la complejidad en materia de sociabilidad de los ingenios. La mediación entre la cultura de estas poblaciones, en abrumadora mayoría de origen rural, y el nuevo ritmo fabril de la producción azucarera implicó una gran tarea de adecuación y condicionamiento de hábitos y costumbre a los requerimientos productivos.
En esa población heterogénea, en la dinámica de urbanización se distribuyeron espacialmente a los diferentes grupos en función de las jerarquías socioeconómicas propias de la nueva sociedad que se iba conformando en torno a los ingenios:

Existía una jerarquía en las viviendas. Cuando de chico le pregunté a mí padre de quién eran las casas, y le comenté que me parecía que las que estaban más cerca del ingenio eran de las personas más importantes, me contestó: ‘Veo que estás empezando a reflexionar’.3

Las viviendas para los empleados administrativos y los obreros de la planta fabril constituyeron una primera línea debido al estatus de trabajadores permanentes que habían alcanzado. La modernidad permitió la llegada de innovaciones a las infraestructuras industriales y a los poblados azucareros, como iluminación eléctrica para casas y calles y el acceso al agua corriente, servicios directamente suministrados por los ingenios:

Uno de los recuerdos que tengo, un día acompañaba a mi padre al ingenio y un obrero se nos acerca y nos dice: ‘Don Marco, no hay luz en el ingenio, no hay luz en la casa’. Es que se les proveía casa, la luz, el agua, todo. Primero había ido al ingenio a ver lo que pasaba, y como no había luz le reclamó directamente a él.4

Por otra parte, en época de zafra el ingenio atraía una gran cantidad de trabajadores temporarios, lo que llevaba la patronal a disponer pabellones sin división interna. Existían igualmente construcciones improvisadas que permitían la instalación precaria muy cerca de la planta fabril. Además de remarcar los límites de los propósitos de integración espacial impulsados por las políticas de ingeniería social, estas construcciones marcaban el contraste existente entre sociedades de características industriales y las sociedades rurales de donde provenían la abrumadora mayoría de los trabajadores de la caña:

El ingenio movía 3.500 personas en tiempo de zafra y tenía pabellones para albergar a los trabajadores que venían para trabajar en ella. Escuché relatos que dicen que había gente que ya ni podían entrar en los pabellones. Entonces con el mismo corte de los brotes de la caña que le llaman “malhoja” armaban un ranchito en cualquier parte. Paraban cuatros palos, tiraban malhoja encima y esa era su casa en tiempo de cosecha. Vivían en esas condiciones.5

Esa difícil realidad contrasta con la imagen de prosperidad que representaban los edificios que elevaron los industriales en sus propios ingenios, los chalets, espacios privados que facilitaron instancias de sociabilización entre los círculos políticos e industriales de la provincia, además de cumplir una función de distanciamiento social con el resto del ingenio: “Los chalets lujosos como los de La Florida tenían sentido para relacionarse con los demás industriales y los grandes cañeros. Organizar fiestas o reuniones en los chalets era una manera de hacer negocios y de hacer política”.6 Esas construcciones sociales basadas en el ordenamiento de espacios socio-económicos diferenciados fueron características de la urbanización en los pueblos azucareros en general. Sin embargo, en el caso del ingenio de Los Ralos parece que esas fronteras espaciales no eran del todo impermeables pues eran espacios contiguos: “Vivíamos en dos chalets. No creo que mis padres compartían mucho con los obreros, pero siempre convivimos con ellos. Nosotros nos criamos con esa gente aunque las diferencias sociales eran evidentes”.7
A partir de la última década del siglo XIX los pueblos azucareros de Tucumán fueron modelados por la reestructuración de los espacios aledaños a los ingenios. Incentivada por la creación de una villa en las propiedades del ingenio, la sedentarización de la mano de obra en la proximidad de las fábricas constituyó el paso necesario al primer desarrollo industrial de la provincia. Destinada a respaldar la racionalización de la producción azucarera, la urbanización de las villas obreras se caracterizó en consecuencia por una distribución espacial específica, poniendo de relieve cambios estructurales claves en la conformación de la sociedad del ingenio: la diferenciación entre obreros permanentes y obreros temporarios; entre obreros fabriles y “del surco”; entre obreros y empleados administrativos y técnicos.
En este proceso la disposición de servicios comunitarios en materia de educación y salud orientadas a las poblaciones obreras, a la par de espacios recreativos como el club social y deportivo, nos proporciona elementos de reflexión sobre los alcances de los cambios sociales y culturales que tuvieron lugar en este tipo de sociedad de rasgos industriales.

Poderes industriales y prácticas corporales en los ingenios azucareros. Presencia británica

Remontándonos a los más remotos antecedentes sobre la promoción de las actividades físicas por el Estado tucumano, ya el gobernador Alejandro Heredia demostraba su interés por las mismas en 1832 cuando en el decreto de fundación del Colegio Lancaster recordaba los principios educacionales de tal institución: “Instruir a los jóvenes en los elementos de una educación moral, civil, física y política”.8 Así, la concepción de un cuerpo cuidado y modelado se entendía a principios del siglo XIX como prolongación de las enseñanzas cívicas, morales y políticas.
En un lento proceso, la introducción de las actividades físicas en los planes de enseñanza se inscribe en el marco de la expansión de la educación primaria y secundaria en la Argentina, proceso favorecido por los sucesivos gobiernos nacionales de la segunda mitad del siglo XIX. En 1874 el Ministro de Justicia e Instrucción Pública, Nicolás Avellaneda, designa al pedagogo francés Paul Groussac como Inspector Nacional de Educación en Tucumán y le encomienda estudiar el estado de la educación en la provincia. Por acción de Groussac, a partir de 1871, paralelamente a la expansión de la educación en la ciudad capital y el interior de la provincia, hacen su aparición de manera incipiente las prácticas corporales, inspiradas en los modelos de la gimnasia francesa practicadas en escuelas y colegios de enseñanza superior (Benejam y Benejam, 1995: 34-35).
La figura de José R. Fierro,9 profesor del Colegio Nacional, uno de los fundadores y dirigente del club Atlético Tucumán, fue clave en la difusión de los deportes en distintos colegios de la provincia durante la década 1890. Llevó el fútbol, en particular, al Colegio Nacional, a la Escuela Normal, a las escuelas Mitre, Avellaneda y Belgrano. Por otra parte, fue el primer director del Gimnasio Escolar 24 de Septiembre, inaugurado el 8 de diciembre 1899, donde existía un campo de fútbol. El decreto del 14 de julio 1897 del Ministerio de Instrucción Pública para la construcción del Gimnasio Escolar constituyó la primera iniciativa de un gobierno local disponiendo la construcción de infraestructura física para la práctica de los deportes (Benejam y Benejam, 1995: 42).
Sin embargo, un sistema educativo que no se caracterizaba por la masividad que adquirió décadas después, no podía brindar por sí mismo la difusión y arraigo popular de la práctica de deportes en la provincia. Por lo tanto, tenemos que buscar en otros ámbitos, en particular el de los industriales, los factores de la aparición a finales del siglo XIX de una práctica deportiva extendida en gran parte del territorio. La vía férrea que comunicó a Tucumán con Córdoba, Rosario y Buenos Aires y con el mercado nacional, modificando las lógicas espaciales que primaron en casi todo el siglo XIX, y la consecuente presencia de intereses económicos y de redes de sociabilidad inglesas en la provincia, abrieron la puerta para la introducción de los deportes contemporáneos en esta provincia. En Tucumán, la importancia de la presencia inglesa en el fomento y la difusión de los juegos atléticos al aire libre se puede comprobar con la construcción del primer gimnasio detrás de la estación del Ferrocarril Noroeste Argentino (o “El Provincial”, como se lo conoció por décadas) a iniciativa de sus empleados británicos. Tenemos registros de los primeros usos de este gimnasio a partir de 1886, año en el que comenzaron las obras de esta línea que uniría San Miguel de Tucumán con Lamadrid, en el sur de la provincia, y que conectaría un buen número de ingenios que se instalaron en la primera mitad de la década en las fértiles tierras de pedemonte recostadas sobre el macizo del Aconquija. Estos inmigrantes ingleses fueron los que difundieron el fútbol en el territorio.
Así, la aparición del ferrocarril y de empleados cuyos momentos de ocio, sociabilidad y prácticas corporales provenían de la modernidad industrial inglesa; y, por otro lado, la estructuración de una escuela primaria y secundaria en la Argentina, características de los elementos de modernidad económica y política de la segunda mitad del siglo XIX, confluyeron en una primera difusión del fútbol y de los juegos atléticos en el ámbito público tucumano. La asociación de estos procesos se expresó en 1892 en la organización de la primera reunión deportiva de carácter público, un evento entre estudiantes varones de la Escuela Normal organizada en el gimnasio de la estación de “El Provincial” (Benejam y Benejam, 1995: 39). En una crónica de la década de 1890, escrita por José R. Fierro, puede leerse:

Mr. Stuart y con él los demás ingleses de la administración del ferrocarril, compartían con los normales en todos los juegos, enseñándoles a progresar y mejorar en cada nuevo ejercicio iniciado.10

De hecho, si consideramos el contexto de florecimiento de los ejercicios físicos en el tránsito de los siglos XIX y XX, los establecimientos educativos y las actividades industriales inglesas ocupan un lugar central. De ese modo, parece que el nacimiento del movimiento deportivo en el mundo coincide con el triunfo del liberalismo en Gran Bretaña, paradigma de la modernidad como noción política, industrial y económica. La difusión del fútbol es, entonces, una de las manifestaciones de la mundialización de las economías, de la multiplicación de los intercambios, de las vías de comunicación y de difusión de informaciones, de la urbanización de los modos de vida y de la penetración del modelo de civilización occidental en las “zonas salvajes” con un ideal que se asumía como “progresista” (Diestchy, 2010; Wahl, 2013).
Por consiguiente, si la práctica del fútbol refleja la influencia económica inglesa en la región, también expresa su fuerte presencia en los espacios en los que se redefinían los valores culturales de esas sociedades. Sin duda, en Tucumán el clima de época se nutría de las teorías económicas y de los avances productivos. Al hacer referencia a las maquinarias y chimeneas –emblemas del nuevo paisaje industrial de la provincia y del proceso de transición hacia una producción de carácter moderno– en la primera memoria del Club Atlético Tucumán, redactada por Agenor Albornoz en 1906, se revelaba la idiosincrasia burguesa y fabril que había impregnado el ambiente del fútbol:

De las energías mecánicas del carbón empleado en las maquinarias como fuerza motriz, está probado que sólo se aprovecha como fuerza efectiva un diez por ciento, perdiéndose lo demás. En las energías humanas puestas al servicio de una causa, ocurre otro tanto. [...] El agricultor que debiendo cosechar como 100, cosecha como 30, tiene pérdidas que el consumidor no sabe apreciar y que para el mundo mercantil no vale sino como 30. Lo demás tiene igual suerte que el 90 por ciento de las energías mecánicas del carbón que en forma de humo denso, se escapa en grandes bocanadas por las chimeneas de las maquinarias en acción. [...] Lo alcanzado representa oro de pura ley que, con el tiempo, ha de cotizarse mejor en los mercados de la conciencia pública. Equivale a un capital en giro que más tarde ha de representar un gran monto, capitalizando sus intereses. Así lo espero.11

El equipo de Atlético Tucumán, primer club de fútbol fundado en la provincia, estuvo integrado por jugadores que adquirieron jerarquía en los ámbitos comerciales, políticos, militares y administrativos de Tucumán. Los ejemplos son numerosos y resaltan la activa participación de ciudadanos ingleses en la expansión de deporte en la provincia. Entre ellos se destacan algunos industriales del azúcar: Stephen Leach, miembro del consorcio familiar involucrado en las actividades azucareras del ingenio La Esperanza (provincia de Jujuy); Percy Hill, propietario del ingenio Manantial y primer presidente de la Liga Tucumana de Football en el año 1915; y Stewart Shipton, deportista inglés que difundió, además del fútbol, el tenis, el cricket y la natación en el marco de su actividad empresarial en el ingenio La Corona de la ciudad de Concepción (Benejam y Benejam, 1995: 63 y 84).12
El arraigo del deporte en las redes empresarias azucareras y especialmente entre los ingleses que estuvieron al frente de algunos ingenios, aporta un elemento clave para entender el éxito que tuvieron este tipo de prácticas en estos espacios. En todo caso, la correlación que existió entre la composición social de los ámbitos industriales y la de los ámbitos deportivos implicó que se compartieran las mismas representaciones burguesas, las que identificaban a los dirigentes del fútbol en las primeras décadas del siglo XX (Dietschy, 2004).
Por otro lado, la integración de las élites industriales en las instituciones a cargo de la dirección del movimiento deportivo debe interpretarse dentro de la dinámica política local, en tanto las instituciones del fútbol formaban parte del espacio político durante las primeras décadas del siglo XX. Un caso ilustrativo de este fenómeno es el del ingeniero José Padilla, administrador del ingenio San Pablo y socio destacado del club de fútbol Atlético San Pablo entre 1915 y 1935, que se convirtió en uno de los presidentes más influyentes de la Federación Tucumana de Fútbol y que luego asumió el cargo de Ministro de Agricultura y Ganadería de la Nación. Esos espacios dirigenciales eran también círculos de sociabilidad de las élites industriales, y la práctica del deporte al parecer sirvió para la consolidación de vínculos internos, a la constitución de un campo social homogéneo, lo que también tenía lugar en otras instituciones. Al respecto, uno de nuestros entrevistados, hijo de un propietario de ingenio, afirma:

Mi padre participaba del Jockey Club, una institución de sociabilidad entre industriales frente a la Plaza Independencia. Los Avellanedas eran sociables desde punto de vista de la institución.13

Creación de los clubes azucareros y composición sociológica de los primeros miembros asociativos

La creación de clubes deportivos y sociales en el área azucarera tucumana sucedió a la primera difusión de las prácticas deportivas en el territorio y se inscribe en el contexto de preeminencia de los valores de la modernidad y la industrialización. Es posible armar una cronología en dos etapas de la instalación del fútbol en los ingenios tucumanos. Los primeros clubes aparecen en el área azucarera de forma temprana, a principios del siglo XX. Mientras el fútbol empezó a practicarse a los alrededores de los ingenios en canchas abiertas, la creación de un primer núcleo de clubes adquirirá relevancia en las sociedades azucareras. En la Tabla 1 se exponen las instituciones precursoras, fundadas durante la primera década del siglo XX. En la década siguiente, la formación de clubes se fortaleció (Tabla 2). Y en la década de 1920 se asiste a una evolución notable (Tabla 3), el fútbol ya era una práctica generalizada dentro de los ingenios. De hecho, posteriormente continuarán creándose nuevas instituciones hasta ya avanzada la primera mitad del siglo XX (Tabla 4).14 Cabe destacar que algunos clubes fundados en los pueblos azucareros se han caracterizado por desarrollar una vida institucional independiente de la fábrica de azúcar aunque su clásico rival estuviera históricamente asociado a los ingenios, tal como presentamos en la Tabla 5.

Tabla 1. Clubes fundados durante el período 1900-1910.

Tabla 2. Clubes fundados durante el período 1910-1920.

Tabla 3. Clubes fundados durante el período 1920-1930.

Tabla 4. Clubes fundados durante el período 1930-1950.

Tabla 5. Clubes fundados durante el período 1930-1950.

Como ya se mencionó, una lectura sobre la creación de clubes deportivos en la provincia debe contemplar la difusión del deporte como parte de la influencia inglesa y la difusión de la modernidad económica en el territorio argentino. Por lo cual mientras se fundaban clubes en las localidades con ingenios azucareros, paralelamente se fundaron, entre otros, el Club Central Norte (29.11.1911), el Club Atlético Ferrocarril Central Córdoba (12.05.1912) y el Club Atlético Talleres de Tafí Viejo (30.10.1915), instituciones surgidas del ámbito ferroviario. Si los empleados ingleses difundieron la práctica del fútbol en los lugares donde se desempeñaron, entonces es necesario interesarse en la composición sociológica de los clubes de ingenio a los fines de establecer similitudes y diferencias con los clubes ferroviarios y reflexionar sobre los vínculos entre industria y fútbol.
Como ya advertimos, existía una importante diversidad de situaciones laborales y, por ende, de representaciones sociales. Si la contratación de mano de obra fue en gran parte destinada a los trabajos de cultivo y cosecha de la caña y numéricamente las poblaciones fueron mayormente de extracción rural, entonces los clubes de fútbol se constituyeron –en un inicio–casi exclusivamente con empleados administrativos y obreros de fábrica, directamente relacionados con el personal directivo de los ingenios, que contaban con el apoyo de las empresas, que pusieron a disposición materiales y terrenos. Por ejemplo, en “el Club Social y Deportivo Lastenia los partidos se jugaban en campos abiertos en terrenos cedidos para la práctica del fútbol por la Compañía Azucarera Tucumana” (Benejam y Benejam, 1995: 191). Según Benejam y Benejam, los fundadores del Club Atlético La Fronterita “fueron empleados y obreros de la firma Minetti que explotaba el ingenio azucarero La Fronterita”. Asimismo, los fundadores de los clubes Atlético Santa Ana, Atlético Concepción y Atlético Bella Vista, fueron empleados administrativos y obreros, mientras que en el Club Atlético San Juan “prevalecían en sus filas trabajadores de fábrica del ingenio” (Benejam y Benejam, 1995: 143, 150-151, 196-197). En el Club Atlético San Pablo también influyó el ámbito fabril, ya que la creación de la institución surgió de los esfuerzos de “los hermanos Enrique y Alcides Lavergne y otros jugadores, todos ya incorporados como obreros especializados en mecánica al ingenio” (Benejam y Benejam, 1995: 196, 154).
Con respecto al Club Eudoro Avellaneda, la Revista comunitaria brinda información valiosa sobre su génesis y la composición social de sus primeros miembros: “Nace a la vida como institución el 25 de septiembre de 1924, resultado de la inquietud de un grupo de empleados y obreros del entonces pujante Ingenio Los Ralos”.15 Del acta fundacional podemos destacar que fueron 49 las personas las que la suscribieron y designaron a Carlos Dahn, jefe mecánico del ingenio, como su primer presidente. La sede social del nuevo club expresaba esa atmósfera fabril que acompañó el crecimiento del club: “una casa debidamente acondicionada fue cedida por los propietarios del Ingenio, frente a lo que entonces era la represa de decantación y refrigeración del agua utilizada por la fábrica”.16
El primer movimiento de creación de clubes socio-deportivos de la década de 1900 hasta el principio de la de 1930 se caracteriza por un elemento preciso y tangible, la generalización de la práctica del fútbol en los ingenios dentro de un cuadro institucional inscripto en el espacio productivo y conformado por un casco industrial y una villa obrera contigua. Así, las evoluciones sociales y espaciales que ilustran la ubicación y propiedad de los distintos terrenos donde se pudo desplegar la práctica del fútbol en las localidades azucareras son elementos particularmente interesantes para exponer la progresiva implementación de las actividades recreativas en el ámbito fabril.

Estadios y sedentarización del fútbol

Para estas primeras décadas del siglo XX es posible sugerir que el fútbol era practicado por las juventudes locales y los obreros de fábrica sin contención institucional en terrenos cercanos a los ingenios. En efecto, existían todavía ciertas dificultades para conseguir terrenos donde reunir empleados y obreros de la fábrica para practicar el deporte. De hecho, durante la década 1900, los primeros partidos en el área azucarera que contaban con público se llevaron adelante en terrenos baldíos en las inmediaciones de los ingenios Concepción –en la Banda del Río Salí– y Santa Ana (Benejam y Benejam, 1995: 143, 150).
Si nos referimos al testimonio de uno de los fundadores del Club Atlético Famaillá, Ramón Alberto Albarracín, pareciera que existió una transición muy rápida entre la aparición de los primeros partidos informales y la práctica en propiedades cedidos por los ingenios.

A principios de 1908, algunos muchachos empezamos a jugar con pelotas de trapo, hasta que, para las fiestas del 25 de Mayo, Ramón Bachi y el suscripto financiamos la compra de una de cuero, la primera que se conoció en Famaillá. Fue Ramón quien la compró en la ciudad. La estrenamos ese 25 de Mayo, en un partido realizado en la banda, en terrenos de don Elías Pérez cercanos al río, entre dos equipos de “changos” de 15 a 18 años. El día 8 de junio del mismo año 1908, reuní en mi casa a una veintena de aquellos muchachos y les propuse la fundación de una institución directriz del deporte que había concitado el entusiasmo colectivo. La idea fue aceptada unánimemente y de inmediato se formó una comisión provisoria, que se encargaría de la organización definitiva […]
Don Miguel Colom, mi patrón y amigo […] accedió a mis ruegos de conseguirme en la ciudad los elementos necesarios para la organización de la asociación cuyos cimientos habíamos echado; y así fue que él nos trajo los estatutos […] los reglamentos del juego, una nueva pelota de cuero y el indispensable inflador. Nada de uniformes, borceguíes, rodilleras, etc.…, cada cual jugaba con la ropa que tenía, calzando alpargatas. Poco a poco, los integrantes del equipo adquirían por su cuenta la indumentaria cuyos colores elegimos. La tarea más importante fue la de conseguir un campo apropiado para la práctica del fútbol, ya que el de la banda era inadecuado, hasta que dimos con el que más convenía […]. El terreno pertenecía al ingenio Nueva Baviera, cuyo administrador era don José Morera, con quien yo me había relacionado a través de don Miguel Colom […] A pesar de la prevención que el señor Morera tenía contra el fútbol, casi todas las personas mayores de la época la tenían, conseguí no solo que nos cediera el terreno, sino que lo hiciera alambrar con buenos postes y trabillas, por los costados norte, sur y oeste. Toda la muchachada, conmigo a la cabeza, nos dimos la pesada tarea de limpiar el terreno, que estaba cubierto de afatas, sunchos y tuscas.17

A partir de la década 1920 los mismos ingenios que brindaron terrenos para la práctica del fútbol, comienzan a asumir la construcción de estadios. Exponente arquitectónico y técnico de la inscripción del movimiento deportivo en el proceso de masificación de las prácticas de ocio, el estadio y las iniciativas que nacieron en los ingenios con el fin de proveer estructuras específicas a la práctica del fútbol durante la década 1920 son elementos que evidencian el interés que existió dentro del grupo de empresarios azucareros por enmarcar tal práctica en un espacio perteneciente al ingenio y directamente relacionado al ámbito de la producción.
En Lastenia, en 1924, “los dirigentes del Club Atlético Lastenia lograron convencer a la administración del Ingenio para que construyera la actual cancha, ubicada en el sector sudeste del ingenio azucarero” (Benejam y Benejam, 1995: 191); mientras que

Con el apoyo del ingenio, el club San Juan construyó a mediados de 1925 su primer estadio, que consistía en un amplio campo de juego para fútbol, cercas exterior e interior de alambre tejido, vestuarios, salida subterránea al campo de juego, tribunas de madera, salón para actos, secretaria, cancha de basketball, canchas de tenis, de bochas y de palitroque, con la que se había convertido en institución de primer plano deportivo de la provincia (Benejam y Benejam, 1995: 151).

El Club Eudoro Avellaneda poseía un estadio “con canchas de football, el que tiene capacidad para 2.000 espectadores, con baños y vestuario para los jugadores” (Schleh, 1944: 133). Según el mismo autor, en la década 1930 el Club Bella Vista contaba con tribunas con la misma capacidad (Schleh, 1944: 86).
Así, la transición de un fútbol practicado en los terrenos baldíos cercanos a las fábricas y su posterior sedentarización en un campo de juego específico propiciado por las empresas azucareras caracterizó la trayectoria del deporte obrero en Tucumán durante las primeras décadas del siglo XX, alejándolo de su nomadismo anterior, época durante la cual generaba conflictos con los vecindarios en tanto no era regulado por un poder legítimo.

Trasladamos a la comisaría Sección Norte, la denuncia que nos hacen los vecinos de la calle Marcos Paz 4º cuadra. En dicha calle, un sin número de muchachos vagos, se juntan por la tarde y por la noche, a jugar a la pelota, con los cuales interrumpen el paso a los transeúntes. Esperamos que el comisario Ovejero, establecerá una mayor vigilancia en esta calle, a fin de que no se continúe molestando a los transeúntes.18

Estas transformaciones espaciales y materiales, que se manifestaban – entre otros elementos– en la construcción de estadios, ilustran la creciente influencia que las empresas azucareras y su personal directivo o jerárquico ganaban sobre las actividades recreativas y asociativas de sus trabajadores.

Promoción de las jerarquías internas del ingenio

Favoreciendo la interiorización de normas sociales en el ámbito recreativo, pronto los clubes y las prácticas de ocio y sociabilidades se convirtieron en objeto de promoción de las jerarquías internas del ingenio:

Hubo equipos de fútbol en el ingenio de Los Ralos. Una vez me acuerdo que me hicieron sentar ahí con uno de mis hermanos. Los hijos del dueño y el hijo del administrador estábamos sentados en primera fila para presenciar un partido.19

“Además, fundaron dos escuelas que siguen estando, llamadas Brígido Terán y Eudoro Avellaneda”,20 al igual que el Club Social y Deportivo Eudoro Avellaneda. Por lo tanto, en la práctica del fútbol las empresas procuraron reproducir las jerarquías del ingenio, en primer lugar imponiendo la figura tutelar de los propietarios de los ingenios.
El Club Atlético San Pablo, desde sus inicios, “contó con la cooperación y decidido apoyo de la familia Nougués, propietaria del ingenio”. Mientras que “El principal sostenedor del Club Sportivo Bella Vista fue el propietario y fundador del ingenio, Señor Manuel García Fernández” (Benejam y Benejam 1995: 154 y 197). Lo mismo ocurrió con el Club Atlético San Juan, con “sede en el ingenio azucarero y la firma Paz Posse [la que] siempre le brindó el más amplio apoyo a sus inquietudes desde su creación […] Damián Paz Posse, propietario del establecimiento azucarero fue presidente del club durante varias temporadas” (Benejam y Benejam 1995: 151). Otro ejemplo es el Club Atlético San Antonio, de Ranchillos, el que también, “En sus primeros pasos […] contó con la ayuda del propietario del ingenio, Solano Peña, luego de sus hijos, los doctores Luis Alberto y Carlos Peña Guzmán, además del apoyo del administrador general del establecimiento, señor Alberto Valentie” (Benejam y Benejam 1995: 200).
Por el nombre del club desde el campo simbólico, pero también a través de las relaciones de dependencia económica, se transfirieron a las asociaciones deportivas conceptos relativos a la estructura social del espacio productivo, en los cuales se resaltaba la inversión de las empresas en el financiamiento y la construcción de las infraestructuras necesarias para la práctica del deporte. Interpretada por ciertos contemporáneos como marcas de “generosidad” y “preocupación social”, no se puede ocultar el interés de reproducir –a través de tales discursos– las relaciones de poder en el espacio del tiempo libre.

Diversificación de las actividades recreativas

Comparando las iniciativas patronales en los ámbitos industriales franceses de la región de París con las prácticas socio-culturales alentadas en la misma época por las empresas azucareras tucumanas, constatamos que en ambos casos se favoreció la disposición de instalaciones periféricas para la distensión y el tiempo de ocio de los trabajadores. Como afirma Julien Sorez basándose en el estudio de la Asociación Deportiva de la Bolsa de París, la Unión Deportiva de las Galerías Lafayette y la Sociedad Atlética de Valmy, vinculada a la industria vinícola, “mientras podríamos pensar que la creación de espacios específicos privilegia los terrenos de deportes propiamente dicho, constatamos, cuando la extensión del espacio y los recursos de la asociación lo otorgan, que el principio de la diversificación de las instalaciones prevalece” (Sorez, 2012: 72; traducción libre del autor). Este fenómeno también se observa con nitidez en los clubes sociales y deportivos del área azucarera.
Además del fútbol, en Los Ralos había canchas de “basket-ball, de bochas, [y] gimnasio infantil, jardines y avenidas, club social para empleados y obreros, sala de diversiones, cinematógrafo, salón de baile, canchas de palitroque y tenis” (Schleh, 1944: 133). En el ingenio Santa Lucía, en el “club social [destinado a] empleados y obreros […] se ha edificado expresamente un amplio local. Cuenta con salón para cinematógrafo, espectáculos, bailes, bar, salas de juegos y billares, biblioteca. Además, hay canchas de Palitroque, Football, Basket-ball, Tenis, con sus respectivas secciones deportivas debidamente organizadas” (Schleh, 1944: 107). Mientras que el club social del ingenio San Juan, “es una importante institución destinada al esparcimiento de empleados y obreros. Está dotado de toda clase de instalaciones y comodidades” (Schleh, 1944: 116). En el ingenio Santa Ana

para el personal del establecimiento existe un club social con comodidades para que el personal de empleados pueda tener sus reuniones en las horas de descanso y un club de obreros de carácter social y deportivo, cuyo número de socios pasa de 1.000 con un capital de $20.000; además se cuenta con una amplia pileta de natación, campo de deportes, cinematógrafo, iglesia y casa parroquial, un hospital, reparto de leche y 10 escuelas primarias (Schleh, 1944: 100-101).

En el ingenio Concepción, según el mismo Schleh,

Se procuró empeñosamente mejorar el nivel espiritual, mental y material del trabajador […]. Con estos fines fue creada y sostenida la escuela nocturna de varones con que cuenta, la escuela de manualidades atendida por hermanas de caridad, un taller de costura, una biblioteca nutrida con libros instructivos y morales, club para empleados y obreros, campos de deportes, juegos infantiles, amplio salón de diversiones y fiestas (Schleh, 1944: 71).

Tal como puede apreciarse, los clubes no solamente fueron instituciones deportivas. Las empresas intentaron que cumplieran, además, una función cultural más amplia, incluyendo actividades convocantes no sólo para los varones jóvenes, sino para todo el pueblo azucarero, como bibliotecas, cinematógrafo, escenarios para eventos festivos como los carnavales o los festejos de fin de zafra:

En el club Eudoro Avellaneda de Los Ralos, se podía practicar todo tipos de deportes: básquet, vóley, jabalina y el palitroque también […] En el pueblo, lo más popular era el fútbol y el boxeo también. Teníamos pasiones argentinas […] Pero no eran las únicas actividades del club. Existían dos funciones de cine. La matinée de dos a las cuatro de la tarde y una para los adultos de las ocho a las doce de la noche. Nosotros de niños nos íbamos colando [ingresar a escondidas] durante la función de la tarde. Las fiestas se realizaban en forma muy esporádica, generalmente para Carnaval, pero también el 1° y el 25 de Mayo, el 20 de Junio y el 9 de Julio. Las niñas se hacían cortar un vestidito para lucir especialmente en esos bailes y los jóvenes las galanteaban con traje y corbata, puesto que no estaba permitido bailar sin saco […] El escenario del teatro con sus maderas y telón era todo un espectáculo. Vinieron bandas y figuras reconocidas: Mercedes Sosa, Atahualpa Yupanqui, [Juan] D’Arienzo y Palito Ortega pasaron por Los Ralos. Lo anunciaban en La Gaceta, tal artista se presentará en Los jardines del Club Eudoro Avellaneda. Los dueños los hacían venir desde Buenos Aires.21

El listado de actividades recreativas propiciadas en el ingenio es amplio e ilumina sobre las políticas empresariales, cuyo objetivo era –del mismo modo que los ámbitos industriales franceses mencionados (Sorez, 2012: 72)– un reclutamiento social más amplio, no reducido a la práctica de deportes.
Este proceso permitió en primer lugar asegurar la presencia de las familias dentro de las propiedades del ingenio azucarero durante sus tiempos libres, de quienes no eran atraídos por las prácticas deportivas, brindándoles también recreaciones y una sociabilidad regulada. En segundo lugar, una oferta diversificada era también una puerta para ampliar el público que asistía a los espectáculos deportivos, que así se imbricaban con las actividades culturales.

Durante los partidos que se organizaban los domingos, el público que asistía era muy diverso. Muchas veces, las familias de los jugadores se acercaban para pasar la tarde. El motivo no era necesariamente el fútbol, sino la oportunidad de encontrarse con los demás y pasar el día afuera de la casa.22

De ese modo en las instalaciones deportivas en los ingenios las prácticas recreativas y sociales convirtieron a los clubes en dispositivos importantes de las políticas de sedentarización y contención de empleados, obreros y sus familias. La implementación de un mecanismo mucho más amplio que el estrictamente necesario para las prácticas deportivas sugiere que regía un principio de extensividad del control social implementado en los espacios recreativos de las villas obreras.

Biopolíticas y teorías de los ocios sanos

Las prácticas sociales, culturales y corporales experimentadas en los clubes deportivos de los pueblos azucareros conforman, entonces, espacios reguladores que inscriben la individualidad y la sociabilidad dentro de las lógicas internas del ingenio. Por esa razón, los valores industriales participaban de las redefiniciones del tiempo libre. Antes del auge azucarero, el ámbito laboral y el doméstico se confundían. Existía una amplia libertad de organizar y disponer del tiempo. La separación del ámbito del esparcimiento y diversión del ámbito laboral enaltecido fue entonces un aspecto nuevo, propio a la implementación de políticas de regulación del ocio en los ámbitos industriales (Campi, 2009: 197). Podemos encontrar elementos de comparación en estos discursos de la industria azucarera de Tucumán y los de las concentraciones obreras de la industria del automóvil en la ciudad de Clermont. En “Juventud industrial y poderes industriales: la Asociación deportiva Michelin en el primer tercio del siglo XX”, Bertrand Blanchard (2008) transcribe una nota acerca de la organización del ocio de los trabajadores durante el tiempo libre:

El trabajo, sano y sagrado, enaltece el obrero: pero esa ganancia, tan preciosa como frágil, puede verse arruinada por el ocio espontáneo; solamente un ocio sano, que educa moralmente e intelectualmente, está en capacidad de consolidar la posición del proletariado en la humanidad. Pertenece a las elites implementar y organizar ese ocio.23

Estamos en presencia de un juicio de valor que discrimina entre ocios positivos, como la práctica deportiva reglada, y otros que no lo son, como la asistencia a cabarets, prostíbulos o simples reuniones espontáneas o improvisadas en las cuales diversiones non sanctas con consumo de alcohol y los juegos de azar formaban parte de la sociabilidad obrera en estos procesos de concentración poblacional en torno a los ingenios. Esas prácticas, que podían derivar en desórdenes, enfrentamientos con la fuerza pública y gran ausentismo laboral fueron combatidas y castigadas por el Estado tucumano y por las patronales (Campi, 2009: 194). De la misma manera, costumbres provenientes del mundo rural como las riñas de gallo también fueron desalentadas. Encontramos situaciones similares en el caso del ingenio de Los Ralos, donde los dueños de la planta fabril “buscaron prohibir las carreras ‘cuadreras’ de caballo, que eran carreras en las cuales se apostaba”.24
Así, el tiempo libre debía convertirse en un tiempo al servicio de la actividad física. El “ocio sano” se transforma en vector de moralización de las sociedades industriales. La narración de Ramón Alberto Albarracín tiene un interés particular ya que explicita los motivos de un verdadero enfrentamiento ideológico y moral a través de la definición de los cuerpos en los campos de deportes del área azucarera:

Yo vi en ello, la gran panacea o, si se prefiere otra expresión, la gran atracción para substraer a la muchachada de entonces y de las futuras generaciones, sobre todo a los de la campaña, de todos los vicios; alcohol, tabaco, naipes, etc., incluso los de índole sexual.25

Como advierten los trabajos presentados en Sports, corps et société de masse (Bensoussan et al., 2012), en el discurso sobre la práctica del fútbol la idea de una cruzada contra la degeneración de los hábitos morales y corporales se define como una superación a partir de la ideología del progreso. El control de los impulsos y las conductas debía ajustarse al ideal del trabajo fabril, por lo que no sorprende constatar que en los ingenios tucumanos el cuerpo también se vuelve objeto de una regulación operada a partir de las políticas deportivas. Las teorías del “ocio sano” implementadas a lo largo del siglo XX dan entonces espacio a la legitimización de una política deportiva capaz de conformar la idea de un “deporte útil”.
La relación entre la conformación de espacios de producción de características industriales y la aparición de procesos de poder que se aplican directamente sobre los cuerpos de los trabajadores conforman entonces el núcleo ideológico de las teorías del ocio sano. Por lo cual, la práctica del fútbol y la creación de clubes deportivos y sociales en toda el área azucarera deben interpretarse también con una mirada dialéctica atenta a la progresiva aparición de políticas higienistas y la instalación de infraestructuras hospitalarias en el espacio de la villa obrera.
Esa cercanía entre los procesos higienistas y la necesidad de mantener en la población hábitos propios de un cuerpo sano y por capilaridad de un cuerpo productivo efectivo es un concepto clave para entender los motivos que llevaron los industriales a invertir importantes sumas de dinero y mantener un esfuerzo constante para implementar medidas de higiene. Lo que Philippe Tichit (1995) llama el “mantenimiento de la máquina productiva” requería de la adquisición de nuevos ámbitos de acción por parte del Estado y de las dirigencias industriales a comienzos del siglo XX, que relacionaban el cuerpo y las prácticas sociales que condicionan las esferas de la individualidad al principio de rendimiento.
En este marco, consideramos legítimo apelar al concepto biopolítica de Michel Foucault, ya que apunta a redefinir el poder a partir de sus técnicas específicas desplegadas sobre los cuerpos y procesos biológicos (Foucault, 2004). Según Foucault, las prerrogativas del Estado moderno sobre aspectos individuales capaces de contener la existencia son elementos que aparecen a fines del siglo XVIII y que se desarrollaron durante los siglos XIX y XX. La ampliación de los dominios del Estado moderno hacia las esferas de definición de la individualidad está –en el pensamiento de Foucault– íntimamente vinculado a la aparición de la biopolítica, concepto que enmarca las políticas de contención de las poblaciones entendidas como masas conformadas en el curso de procesos biológicos y bio-sociológicos. Por ende, el objeto de la biopolítica es la población, entendida como un problema político y científico. Por lo cual, el Estado moderno se constituye como institución reguladora del individuo en aspectos tales como el nacimiento, la vejez, la muerte o las enfermedades y los demás procesos propios a la vida (Genel, 2004).
Durante la segunda mitad del siglo XIX, en los primeros centros industriales en Europa aparece una nueva noción, la de higiene industrial (asociada al surgimiento de la cuestión social o “cuestión obrera”) (Castel, 1997), cuyo objetivo se centraba en la mejora del ámbito laboral de los obreros. De forma paralela, la multiplicación de los estudios sobre el cansancio físico e intelectual y el vínculo establecido con la noción de productividad contribuye al arraigamiento de la doctrina higienista en el mundo industrial. Esos principios de la modernidad económica fueron asimilados de algún modo en el seno de la élite azucarera. Un mes antes de la creación del Centro Azucarero Argentino (CAT), en una carta de febrero del año 1894 y destinada a 49 ingenios argentinos con el propósito de conformar una comisión definitiva, se expresaba admiración por el desarrollo británico, poniendo énfasis en la relación existente entre esfuerzos sanitarios y logros económicos:

La Inglaterra también durante mucho años ha cuidado la higiene en todo su territorio; en las ciudades ha dedicado muchísimos millones para colocarlas en la situación higiénica mejor que se haya podido desear: puertos, hospitales, establecimientos públicos de toda clase, han sido dotados de cuanto pudiera garantizar la salud pública; corporaciones científicas y reglamentos extensos, prolijos y severos, aseguran en cuanto humanamente es posible la efectividad de todas las medidas que se han dictado para garantir la salud y la vida; y gracias a todas esas ventajas, conquistadas durante mucho tiempo, a costa de muchos millones y sacrificios […], ha podido suprimir sus cuarentenas, dando libre entrada a sus puertos a los navíos de todas las procedencias aunque vengan infestados [sic].26

Si consideramos la creación en la provincia en el año 1888 de las comisiones de higiene y caminos públicos que se encargaron de controlar la salubridad de los alimentos y del agua, parece que el interés del gobierno provincial por las políticas higienistas coincide con el movimiento de industrialización activo en esos núcleos de poblaciones fabriles que son los ingenios. Sin embargo, no existen amplias políticas de higiene antes de las primeras décadas del siglo XX. La realidad sanitaria en los pueblos azucareros era precaria. Roque Avellanada recuerda: “Hasta la década de 1950, hubo epidemias de poliomielitis: Recuerdo que en una ocasión a nosotros, que éramos ocho hermanos, nos confinaron en un chalet para aislarnos unos meses del resto de la población”.27
Según algunos autores, Tucumán estaba dentro de las “sociedades que todavía se encuentran fuertemente expuestas a la acción de las enfermedades que, por otro lado, ya habían sido controladas, en el país o en el exterior, con medidas sociales o con la mejora de los niveles de ingreso” (Bolsi y D’Arterio, 2001: 38). La presencia de enfermedades requirió, entonces, una enseñanza de hábitos precisos basada en la aplicación de disciplinas corporales. Esas disposiciones fueron las primeras iniciadas. En el ingenio de Los Ralos, frente a situaciones epidémicas o enfermedades infecciosas se disponía higienizar las viviendas: “Todos los años encalaban [blanqueaban] las casas. La idea era de desinfectar las casas, además de los árboles, por la presencia de vinchucas y de langostas también”.28
En un segundo momento, los ingenios se dotaron de infraestructuras hospitalarias y para la salud. Varias referencias remiten a la instalación de consultorios y hospitales en el territorio de los ingenios. Según Schleh (1944), en el ingenio San Pablo “existen baños públicos, desinfección y limpieza”; en el Esperanza “cuentan con un dispensario y asistencia médica permanente, consultorio y medicamento gratis”; en el Concepción los trabajadores se “benefician de un servicio de asistencia médica gratuita, una farmacia y reparto de leche gratis”; en los cinco ingenios de la Compañía Azucarera Tucumana “disponen de una ambulancia propia y de un servicio hospitalario, además de instalaciones de higienización, conservación y envasamiento de leche, que se distribuye gratuitamente entre niños y enfermos” (Schleh, 1944: 81, 120, 71, 59-60).
Así, desde principios del siglo XX los ingenios empiezan a prestar asistencia médica a sus trabajadores, aunque en algunos casos de manera bastante elemental o precaria. Pero hacia la década de 1930, en parte por exigencias del Estado provincial, las empresas ofrecían asistencia médica a sus trabajadores de mayor complejidad (Campi, 2009). En Los Ralos, la instalación del hospital respetó esa cronología. Primero existió un centro de asistencia médica que luego se vio reemplazado en la década de 1940 por un hospital con una capacidad de atención importante: “Tenían dos hospitales, uno más viejo que estaba cerca del convento de las monjas, un convento que construyó mi abuelo. Y otro más grande, muy moderno, en el que se invirtió bastante y es el que todavía funciona en el pueblo”.29 En el libro del Cincuentenario se hace mención al segundo hospital:

El ingenio cuenta con un hospital con todas las comodidades para la atención de los enfermos. En este solo concepto invirtió en el año 1940 la suma de $47.535. Durante el año 1940, se han atendido en el consultorio del hospital del Ingenio la cantidad de 7.706 enfermos y la cantidad de enfermos hospitalizados en el hospital del Ingenio ha sido de 131. Posee el hospital 12 camas para hombres y 6 para mujeres; tiene consultorio médico, sala de curaciones, consultorio para enfermedades de señoras; tiene médico permanente, así como enfermero y enfermera diplomados, partera; se curan las enfermedades de la vista; hay gota de leche, con la que se atiende a los niños (Schleh, 1944: 133).

No obstante, la disposición de infraestructuras sanitarias en los ingenios subraya más las intenciones de los actores que el impacto político e ideológico de estas realizaciones, alertándonos a no dar por sentado los supuestos efectos de una puesta en escena o de una planificación en materia de política social por parte de los dueños de ingenios.

Conozco datos de hospitales de ingenio que en un solo corredor con cuatro camas, sin sábanas ni fundas ni mosquiteros hacían aparecer cada rincón como una sala distinta. Sé que gran parte de los ingenios, de modo particular uno que yo conozco, no dan recetas cuyo valor pase de seis pesos. La Comisión de Higiene y Fomento de Lules ha podido comprobar en más de una oportunidad esa deficiencia porque ella ha abonado recetas para que un hospitalizado de un ingenio de la vecindad no muera entre esas camas sin sábanas, ni fundas ni mosquiteros. Cuando a un médico se lo llama a las 8 de la mañana termina presentándose en casa del enfermo a las 8 de la noche, no por culpa suya sino porque el ingenio no le da medios de movilidad. También sé que no ha faltado la insolencia de un administrador de ingenio que diga a su médico: sepa que el ingenio está para fabricar bolsas de azúcar, no para curar enfermos, a lo que el médico contestó: podría cobrar en el hospital y ganaría más plata que en la fábrica. Hay una vieja tradición de miseria en lo que se refiere a atención médica en los ingenios.30

Cuerpo y producción

La moralización de los hábitos sociales del cuerpo productivo a través la reelaboración de los hábitos corporales y recreativos en esas sociedades industriales tiene entonces por objetivo la conformación de un cuerpo ligado a los modos de producción modernos. El sociólogo Jean-Marie Brohm hacía notar que “el deporte se destacó poco a poco de este caos confuso y complejo de gestos naturales para formar un corpus coherente y codificado de técnicas altamente especializadas y racionalizadas adaptadas al modo de producción industrial” (Brohm, 1985: 23; traducción libre del autor). En efecto, considerar el fútbol como una práctica neutra sería un error si consideramos su marcada inscripción en la conformación de las sociedades industriales. Parece que existe una función de las “técnicas del cuerpo” en la elaboración de las culturas. Según Georges Balandier (2004), el tratamiento cultural dado al cuerpo lo ubica como un operador social, lo que implica la posibilidad –a través la definición de la esencia y utilidad de éste– de construir las identidades individuales, las configuraciones sociales, las simbolizaciones, las representaciones, las prácticas y las jerarquías de un colectivo. La sociedad acompaña y elabora, por consiguiente, la percepción de su cuerpo a su imagen.
La modernidad económica que se constituye como un fenómeno nuevo en las sociedades, desea ampliar los criterios de la industria en una componente de la identidad de sus integrantes. A partir de la práctica de la actividad física, cronometrada, cifrada, se podría decir hasta mecanizada y productiva, estructura e integra el tiempo libre de los individuos con el propósito de amplificar la fuerza útil de los cuerpos individuales. Para Corbin (2001: 48), “al principio del siglo XX el tiempo libre se ve alcanzado por el tiempo comercial que lo integra en una economía ante todo deseosa de racionalidad y de productividad.” El cuerpo es entonces tratado como un material moldeable con el concurso de las “industrias” que lo trabajan “a destajo”. La necesaria técnica adquirida de los gestos que sobresale de la observación del fútbol remite a la maquinaria elaborada, y ella misma a la aspiración de la época por la industria y el productivismo. La descripción del ingenio Concepción de Schleh es elocuente de esa centralidad de las maquinarias en el ideal fabril:

El más alto exponente de la industria tucumana y el más completo por sus adelantos modernos, es su capacidad de molienda y elaboración directa del azúcar. Dispone en la actualidad de dos poderosas baterías de trapiches, clarificadores Dorr, modernas centrífugas automáticas Roberts, sección completa para fabricar, envolver y envasar azúcar en pancitos, todo mecánicamente, encontrándose electrificadas la casi totalidad de las instalaciones de la fábrica. Posee un amplio taller de construcción y reparación de máquinas, perfectamente montado, con hornos de fundición con capacidad de 20.000 kilogramos (Schleh, 1944: 70).

A la imagen de la máquina capaz de lograr el récord de producción, el deporte lleva al obrero a interiorizar con esa fantasía moderna acerca del rendimiento. La repetición de los gestos, la gestión del tiempo con aspectos del rendimiento cifrado, son concepciones que la práctica del fútbol como juego y disciplina viene a respaldar. Los cuerpos obreros se transforman en apéndices de las máquinas y tecnologías incipientes, por lo cual disciplina atlética o disciplina en la fábrica son ambas sumisas al ritmo del tiempo laboral.
Las concepciones de un cuerpo atado al ciclo productivo integran la práctica del fútbol en un conjunto de disciplinas, entendidas como conductas repetidas e interiorizadas por el individuo. Por lo cual podemos afirmar que la práctica del fútbol viene en los ingenios tucumanos haciendo eco a la rutina impuesta por las sirenas y las campanas que anunciaban la rotación de turnos. En efecto, la concepción cronometrada y finita presente en el fútbol se confunde con el tiempo de la coerción productiva. El aspecto cronométrico es entonces la concepción de un tiempo frente al cual se miden esas actividades, un tiempo que delinea la división del trabajo y de la vida social, hasta en el tiempo libre o el tiempo del ocio, hasta en las canchas de los ingenios azucareros.

Consideraciones finales

La creación de clubes sociales y deportivos durante las tres primeras décadas del siglo XX, financiados por los recursos patronales e iniciados por los empleados y obreros fabriles es una característica marcada en los ingenios azucareros tucumanos.
El fútbol como práctica global, difundida por redes de trabajadores, técnicos y empresarios británicos, se inscribió entonces en una trama social e ideológica propia de la modernidad capitalista. El análisis de los ámbitos sociales y culturales de los clubes deportivos que surgieron en Tucumán a fines del siglo XIX y comienzos del XX en Tucumán corrobora la existencia de una sociedad del fútbol identificada con la industria.
En primer lugar, por medio de la construcción de estadios y la inscripción de las prácticas deportivas en espacios integrados a las propiedades de los ingenios, que además del campo propio de deportes disponían de salón de baile, jardines, cinematógrafo, etc., de modo que al diversificarse las prácticas recreativas se ampliaba el perímetro de reclutamiento social. Así, los clubes sociales y deportivos del área azucarera participaron de la necesaria sedentarización de la mano de obra.
Por otra parte, la homogeneización de la mano de obra, el aumento de los efectivos fabriles, la aparición de obreros especializados caracterizaron la conformación de las nuevas poblaciones del mundo de los ingenios. Por lo tanto, la aparición de prácticas de ocio reguladas en las poblaciones obreras se generaliza por un nuevo contexto de organización del trabajo directamente relacionado con la taylorización en curso durante las primeras décadas del siglo XX. En un espacio en formación, las empresas industriales ofrecen ocios sanos, modernos y normados que persiguen una eficiente recreación de las fuerzas físicas y mentales (Clastres y Dietschy, 2006). En una población de hábitos rurales, además de reproducir las jerarquías del ámbito laboral en el espacio recreativo, las políticas deportivas implementadas por los empresarios azucareros buscaron orientar al individuo hacia normas, representaciones y sociabilidades inscriptas en ese nuevo ideal fabril. Plasmado en la práctica de actividades físicas, conformó el tiempo libre en una herramienta de regulación basada en la integración de los individuos en la cotidianidad de los modos de esparcimiento vinculados a concepciones de un tiempo cifrado y de prácticas corporales repetitivas asimiladas a la organización del trabajo en la fábrica. Por ende, la práctica del deporte en los ingenios, disciplina útil al tiempo productivo, aceleró la conformación de una masa laboral imbuida de estos valores.
En este marco, mediante una institucionalidad difusa pero apta para la redefinición de la individualidad y del tiempo libre, las prácticas socioculturales promovidas por los ingenios respaldaron las actividades productivas de estos núcleos fabriles. Por lo tanto, la creación de clubes deportivos y la difusión del fútbol en las villas contiguas a las fábricas se puede interpretar como parte de nuevas estructuras económicas, sociales y espaciales en el contexto inmediatamente posterior a la segunda revolución industrial.

Segunda consecuencia del arte liberal de gobernar es la formidable extensión de

los procesos de control y de coerción que van a constituir la contraparte y el contrapeso de las libertades. Insistí bastante sobre el hecho que esas grandes técnicas disciplinarias que enmarcan el comportamiento de los individuos día a día y hasta en su detalle más fino, son exactamente contemporánea en sus desarrollos, en sus explosiones, en sus diseminaciones dentro de la sociedad, de la edad de las libertades. Libertad económica, liberalismo y técnicas disciplinarias, otra vez las dos cosas están perfectamente vinculadas […] Todos esos problemas tienen como núcleo central, por supuesto, lo que llamamos población. En consecuencia, es a partir de ese planteo que algo como una biopolítica podrá formarse (Foucault, 2004: 68; traducción libre del autor).

Asimismo, la asociación de los conceptos de ingeniería social y biopolítica facilita el análisis de los procesos de sedentarización y urbanización activos en los pueblos azucareros poniendo de relieve sus correlaciones con la conformación de un cuerpo productivo para los ingenios. La construcción de viviendas, de escuelas, la atención dada a la higiene y la creación de clubes sociales y deportivos instalaron un modo de sociedad fundada en la dimensión política e institucional de los mecanismos de regulación. Esos nuevos procedimientos actuaron bajo el poder de soberanía clásico asumido por el agente estatal y se expresaron a través de un amplio espectro de decisiones privadas. Por lo tanto, en pueblos donde “existía una aceitada articulación entre las atribuciones de los poderes políticos y la empresa privada” (Landaburu, 2015: 44), las seguridades materiales y los beneficios sociales brindados a las poblaciones revelan la imbricación de las prerrogativas de las empresas sobre ámbitos pertenecientes al poder de regulación del Estado moderno.
Consecuentemente, en la industria azucarera tucumana el proceso de sedentarización de poblaciones obreras en los pueblos azucareros se materializó con la aparición de un poder patronal que apuntó a retener y disciplinar una mano de obra cuyas conductas y hábitos no se adaptaban a las nuevas exigencias de la organización fabril del trabajo (Campi, 2009: 193). En el contexto de la provincia de Tucumán, de acuerdo a Campi:

en el marco de este contraste de sensibilidades, el sector dominante implementó, con suerte diversa y con el auxilio estatal, una serie de medidas correctivas tendientes a moralizar y civilizar al sector subalterno que debían apuntalar el ordenamiento social y elevar la productividad del trabajo (Campi, 2009: 197; destacados en el original).

De la misma manera, la construcción de instalaciones deportivas y recreativas en los ingenios se llevó a cabo al margen de las decisiones parlamentarias. En nombre del bienestar de los individuos, los clubes de ingenios constituyeron consecuentemente una pieza suplementaria del dispositivo de contención de empleados y obreros, ilustrando la voluntad patronal de invertir en el ocio de sus trabajadores. Esta “disciplinarización” de los cuerpos, un eco de los comportamientos sociales cada vez más reglamentados del siglo XX, da sentido a las prácticas deportivas como una herramienta más de un poder en proceso de afirmación en su afán de imponer reglas de vida social en todos los ámbitos.
Aunque la presencia de los jugadores en los campos de deportes difiere considerablemente de la que tenían en los lugares de producción, ya que el principio de coacción no era enunciado en el espacio deportivo, “las exigencias espaciales de la práctica y las vías de su perennización, al introducir una vertiente política y social, contribuyeron sin duda, más de lo que se pensó o escribió, a determinar las prácticas de ocios de los individuos” (Sorez, 2011: 71; traducción libre del autor). Apartándose de una opción fundada solamente en la coacción, el sector empresario incorporó dispositivos de control social activo a través de los clubes deportivos y sociales. Que jugadores y espectadores se hayan dirigido a los espacios recreativos por voluntad propia no invalida el rol disciplinador complementario que cumplieron en función de las exigencias productivas.
A modo de cierre, las fuentes escritas consultadas, que contienen los discursos del empresariado azucarero, permitieron tratar la aparición de los clubes de ingenio en íntima relación con la función misma de este núcleo fabril, es decir, con la producción, función a la que en última instancia debían ajustarse todas las relaciones que se conformaron en ese espacio social. No obstante, los obreros y empleados de ingenio que se involucraron en la organización y el sostenimiento de esas entidades deportivas fueron los actores principales de su vida institucional, participando de un nuevo esparcimiento y de nuevas instancias de sociabilidad, en la que dejaron su impronta. Es necesario un estudio enfocado en esa impronta, referido al desempeño de estos sectores en la gestión y el mantenimiento de los espacios dedicados al ocio y la recreación de los pueblos azucareros, en los que sus iniciativas no necesariamente se habrían correspondido siempre con las de las empresas. Si los niveles de autonomía, independencia y hasta de rebeldía que los trabajadores demostraron tener en la propia fábrica (Campi, 1991; Bravo, 2004) se replicaron en los clubes, los rastros de esas conductas deben haber quedado registradas de algún modo.
De todos modos, no hay referencias de clubes en los pueblos azucareros tucumanos conformados por los propios trabajadores al margen de las políticas empresariales en el período bajo estudio.

NOTAS

1 Esta afirmación puede matizarse a partir de los resultados de investigaciones recientes. Por ejemplo, en el pueblo de Santa Ana, la presencia estatal evidenciada por la creación de un destacamento policial y de una Comisión de Higiene y Fomento encargada de trazar los caminos rurales, como la participación de vecinos ajenos a la producción del azúcar en la vida económica y en el abastecimiento alimentario del pueblo, dieron lugar a conflictos con los propietarios del ingenio del mismo nombre, fundado a principios de la década de 1890, por lo que en algunas situaciones el control empresario sobre los territorios azucareros distó de ser absoluto (Sanchez, 2019).

2 Roque Avellaneda, descendiente de la familia Avellaneda dueña del ingenio de Los Ralos, entrevista realizada el 5.12.2018 en San Miguel Tucumán; Miguel Leal, residente de la ex villa obrera de Los Ralos, entrevista realizada el 5.04.2017 en Los Ralos; Marcelo Lencinas, fundador del medio comunitario Los Ralos TV, entrevista realizada el 6.12.2018 en Los Ralos.

3 Roque Avellaneda (en adelante: R. A.), entrevista realizada el 5.12.2018.

4 R. A., 5.12.2018.

5 R. A., 5.12.2018.

6 Marcelo Lencinas, 6.12.2018.

7 R. A., 5.12.2018.

8 Artículo 1° del Acta de fundación del Colegio Lancaster, 1832, en Benejam y Benejam (1995).

9 José R. Fierro fue durante muchos años un relevante actor del ámbito educativo tucumano. Maestro normal, formó parte del reducido núcleo de jóvenes que fundó en 1882 la Sociedad Sarmiento, del que fue un actor clave en sus dos primeras décadas de existencia. No carece de interés que en esa asociación cultural se gestó la Universidad Nacional de Tucumán, que inició sus actividades en 1914 (Vignoli, 2015; Amenta y Estévez, 2017).

10 Crónica de Don José R. Fierro, en Benejam y Benejam (1995: 39).

11 “Primer Memoria del Club Atlético Tucumán”, 1906, en Benejam y Benejam (1995: 64-65).

12 En 1906 y 1907, una delegación de futbolistas de Atlético Tucumán se trasladó a los ingenios La Corona y Concepción, respectivamente, a los fines de participar en demostraciones deportivas (Benejam y Benejam, 1995: 63-64).

13 R. A., 5.12.2018.

14 Todas las fechas de creación de estos clubes se pueden consultar en Benejam y Benejam (1995). Existe, además, una amplia memoria e identificación de los residentes de los pueblos azucareros con estas instituciones por lo que se puede cruzar estas informaciones. La web [http://www.futbolinterior.com.ar/] constituye una fuente valiosa, por sintetizar iniciativas locales y memorias respecto a la historia de las ligas del interior del país.

15 Revista comunitaria, Editorial Zona Este, n° 3, Los Ralos, Enero 1993.

16 Ibíd.

17 Ramón Alberto Albarracín, fundador del Club Atlético Famaillá, testimonio transcrito en Benejam y Benejam (1995: 146-148).

18 El Orden, Tucumán, 18.04.1911.

19 R. A., 5.12.2018.

20 R. A., 5.12.2018.

21 Miguel Leal (M. L.), el 5.04.2017.

22 M. L., 5.04.2017.

23 Citado en Thiesse (1995: 305); traducción libre del autor.

24 R. A., 5.12.2018.

25 Testimonio en Benejam y Benejam (1995: 146-148).

26 “Circular enviada a los 49 Ingenios del país por el Centro Azucarero Argentino”, Febrero de 1894, en Schleh (1944: 13).

27 R. A., 5.12.2018.

28 R. A., 5.12.2018.

29 R. A., 5.12.2018.

30 Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados de la Provincia de Tucumán, 1946, Tucumán, pp. 855-856.

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