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Relaciones internacionales

versión On-line ISSN 2314-2766

Relac. int. vol.27 no.55 La Plata dic. 2018

 

HISTORIA

A cien años de la firma del Armisticio de Compiegne. La finalización de la Gran Guerra y el nacimiento de los Estudios Internacionales.

Patricia Kreibohm 1

Introducción.

Con la firma del Armisticio de Compiegne, el 11 de noviembre de 1918 a las 5.20 de la mañana, se frenaron las acciones militares de la Gran Guerra y se preparó el camino para la firma de los Tratados de Paz, que se rubricarían al año siguiente, en Paris. Así se iniciaba la post-guerra; una etapa marcada por las heridas de la contienda y atravesada por una serie de cambios que afectaría a todos los planos de la vida de los hombres y mujeres que habían sufrido ese conflicto.
Los representantes de la Triple Entente en este acto fueron: el mariscal francés Ferdinand Foch, comandante supremo de los Aliados; el general Maxime Weygand, jefe de Estado Mayor de Foch; Rosslyn Wemyss, representante británico; el contralmirante George Hope, oficial de la marina británica y l capitán Jack Marriott, oficial de la marina británica. Por el Imperio alemán participaron: Matthias Erzberger, representante político; el conde Alfred von Oberndorff, representante del Ministerio de Relaciones Exteriores; el mayor general Detlof von Winterfeldt y el capitán Ernst Vanselow, de la armada.
Los términos más importantes de este acuerdo fueron los siguientes:

La finalización de las hostilidades militares en las seis horas siguientes a la firma del documento.

Como sabemos, los primeros años de esa post-guerra fueron testigos de grandes tensiones. Se calcula que la contienda produjo aproximadamente nueve millones de muertos y seis millones de inválidos; una gran cantidad de pérdidas humanas que oca- sionó un desequilibrio en la población, sobre todo respecto al sexo y las edades. En efecto, estos años negros estuvieron marcados por el hambre, la pobreza y los conflictos sociales dentro de los Estados, lo que terminó conduciendo al debilitamiento de los sis- temas democráticos. Desde el punto de vista territorial, Europa cambió su fisonomía: cayeron los cuatro grandes imperios del continente y se crearon nuevos países, lo cual generó el desarraigo de amplios sectores de la población que, como refugiados, buscaron establecerse en otros Estados donde se convertirían en minorías. Más adelante, las com- plicaciones financieras se incrementaron debido a la cadena de endeudamiento entre los actores, lo cual dio origen al estallido de crisis económicas y políticas muy fuertes. Con el paso del tiempo, la debilidad de las democracias y la penuria económica contribuyeron a exacerbar los nacionalismos; una situación que terminó conduciendo al mundo a una segunda hecatombe.
En general, este período fue de gran inestabilidad social y política y Europa experi- mentó un gran declive que la condujo a perder su liderazgo mundial. Desde entonces fue Estados Unidos – el gran vencedor – quien heredaría la hegemonía de Occidente.
En definitiva, el Armisticio del 11 de Noviembre, fue el punto de inflexión que marcó el inicio de una nueva era y lo que nos ha interesado analizar aquí, son algunas de las transformaciones que se gestaron a partir de ese momento. Específicamente, las referidas al plano cultural e intelectual y que fueron, indudablemente, un resultado di- recto de esta conflagración.

 

La Gran Guerra y sus legados.

Esta contienda, que se había iniciado entre las potencias europeas en julio de 1914, había demostrado que, tanto el espíritu como el desarrollo de las guerras, habían muta- do de manera drástica. En efecto, este enfrentamiento había durado mucho más tiempo de lo que los líderes habían pensado; había generado un verdadero desastre humanitario y había puesto en tela de juicio su legitimidad como instrumento para solucionar las controversias entre los Estados. De hecho, la guerra misma se había convertido en una maquinaria de destrucción impensada, que hacía tambalear, no sólo a los regímenes políticos, sino también la preeminencia de esa civilización europea que, pocos años ante- s, estaba orgullosa de sus logros, su cultura y su modo de vida. En una palabra y como nunca, esta guerra había probado ser lo que afirmaba uno de sus teóricos más relevantes.
La guerra es un duelo a escala más amplia…Un acto de fuerza para imponer nues-
tra voluntad al enemigo...un acto de fuerza, en el que no hay límite para la aplicación de la violencia. En la guerra, cada contendiente fuerza la mano del otro y esto redunda en
acciones recíprocas teóricamente ilimitadas”.2 Este duelo había conducido a Europa y a una parte del mundo, a un nuevo tiempo político, social, económico y cultural en el que los valores, las convicciones y las ideas ya no serían nunca las mismas; un tiempo en el que los hombres y las mujeres tendrían que redescubrir caminos, opciones y posibilidades. Y en ese marco tormentoso y desequili- brado, los desafíos que acechaban al hombre común eran casi tan difíciles como los que tenían que afrontar sus grupos dirigentes.
Desde el punto de vista cultural, los artistas, los músicos y los intelectuales habían sido arrollados por un torbellino que había trastocado su mundo y había arrasado con sus certezas. Cuando los cañones se silenciaron, todos ellos sabían que ya nada sería como era. Así nacieron las Vanguardias; nuevas líneas de creación y de renovación para las que los esquemas estrictos ya no servían. De hecho, las matanzas en masa, los gases, los muertos y las decenas de miles de personas destrozadas física y emocionalmente, obliga- ron a los artistas y a los pensadores a replantearse la idea de civilización. Para ellos, casi todo fue puesto en tela de juicio y empezaron a reinar en el ánimo colectivo, la crítica, el pesimismo y la congoja, que se extendieron como un reguero de pólvora, dando lugar a una explosión de sentimientos y de emociones. El Dadaísmo, el Surrealismo, el Cubismo, el Ultraísmo y el Creacionismo, fueron algunas de las corrientes que buscaron nuevos temas, nuevos contenidos y nuevas vías de expresión. Como sostienen algunos especia- listas: paradójicamente, la guerra había actuado como un horroroso unificador europeo; un ariete que prácticamente exterminó el optimismo y obligó a los artistas y a los intelec- tuales a abandonar los bagajes ideológicos con los que habían vivido hasta entonces.
En principio, estas Vanguardias supusieron una reacción contra la realidad y se ma- nifestaron como un intento de lucha o de respuesta ante un paradigma que, evidente- mente, había fracasado. Por ello, sentían la necesidad de crear un nuevo cosmos artísti- co-literario y filosófico que rompiera de lleno con lo anterior y que ofreciera si no espe- ranzas, al menos alguna alternativa. Antes de la guerra existía la ilusión de que las nuevas tecnologías iban a conducir a los hombres al progreso y al bienestar; sin embargo - como sostiene Alvarez Esteban - ese había sido un sueño que los cañones y los fusiles habían destrozado sin compasión.
En este contexto, los artistas cambiaron la euforia del progreso por la depresión; maldecían la guerra y odiaban a la política, renegaban del presente y del pasado y asegu- raban que había llegado la hora de que los hombres se enfrentaran definitivamente a su pequeñez; que reconocieran el fracaso, la mentira y el error de ese mundo caótico en el que vivían. Así, las letras, las artes plásticas, la filosofía y la música, experimentaron una verdadera revolución conducida por artistas, pensadores y compositores que buscaron afanosamente, nuevos lenguajes, nuevas respuestas y, tal vez, nuevas ilusiones.
El ese marco de turbulencias e incertidumbres, nacieron los Estudios Internaciona- les; una línea de análisis cuyos primeros protagonistas - historiadores y juristas - preocu- pados y azorados por la contienda y sus efectos, buscaron explicaciones para compren- der las razones por las cuales los países más civilizados del mundo habían podido llegar a ese clímax de destrucción.3 De hecho, aspiraban a ir más allá de lo descriptivo para crear un conjunto sistemático de conocimientos; es decir, se proponían trascender el hecho fáctico, para avanzar hacia un análisis profundo y riguroso.
Nacida de la Historia Diplomática y del Derecho Internacional, la nueva disciplina tenía tres objetivos básicos muy concretos: Explicar los sucesos que precipitaron la gue- rra y el colapso europeo; prevenir otros hechos catastróficos y orientar a los gobernantes para que desarrollaran políticas y estrategias que pudieran modificar, de manera positi- va, el curso de los acontecimientos.
La primera cátedra Relaciones Internacionales se creó en Gran Bretaña, en 1919, más específicamente en Gales en la Universidad de Aberystwyth como Cátedra Woodrow Wilson y fue confiada a Alfred Eckhard Zimmern. A comienzos de los años veinte, nació una segunda cátedra en la London School of Economics a petición del premio Nobel Noël-Baker. Pero el primer centro consagrado plenamente a los Estudios Internacionales fue el Institut des Hautes Études Internationales, fundado en 1927 en Ginebra, por Wi- lliam Rappard. Dicho centro tenía por objetivo formar a los diplomáticos asociados a la Sociedad de Naciones y fue uno de los primeros en expedir doctorados en esta área del conocimiento.
Durante los primeros años, estos estudios se centraron en la necesidad de interpre- tar los fenómenos de la vida internacional y de analizar los vínculos entre los actores internacionales. Los cambios estructurales motivados por el desarrollo tecnológico e industrial, la influencia creciente de los movimientos sociales y políticos y la heterogenei- dad de los procesos que se dieron a partir de la Guerra y de la Revolución Bolchevique, el deseo de instaurar un orden de paz y seguridad, la responsabilidad que deberían asumir las grandes potencias sobre este nuevo mundo complejo y cambiante, fueron poderosos impulsores que contribuyeron a su rápido desarrollo. De hecho, y desde sus orígenes, estos Estudios mostraron una doble dimensión: la de la realidad y la de las explicaciones  e interpretaciones teóricas de esa realidad.
En esta etapa, el peso de la perspectiva histórica fue determinante y a pesar de los intentos realizados, no se pudo elaborar una teoría específica; como sostiene Esther Barbé, lo que en realidad hubo fueron esfuerzos de teorización cuyos alcances fueron bastantes limitados. Sin embargo, los principios, los cauces y los enfoques de la materia habían sido establecidos y esto representaba una verdadera conquista intelectual.
Nutrida por la Escuela de los Annales de Francia, los Estudios Internacionales avan- zaron velozmente al compás de las iniciativas de la reorganización de la Paz. Durante la etapa conocida como el idealismo Wilsoniano, los conceptos que más se arraigaron fue- ron los que señalaban a la guerra como un mal moral al que había que eliminar definiti- vamente. Estimulada por la creación de la Sociedad de las Naciones, la paz y la seguridad colectiva se instalaron en el ideario colectivo como pilares fundamentales. Esta idea, inspirada por la obra de Immanuel Kant - El Tratado de la Paz Perpetua – fue uno de los puntos clave de la nueva corriente.
Otra característica fundamental de este Idealismo fue su inquebrantable fe en el progreso. De hecho, estos autores y políticos suponían que la acción humana tenía la capacidad para cambiar el mundo y, por lo tanto, a la Humanidad. Para ello, sólo se nece- sitaba un entorno que favoreciera esta capacidad superadora de la conducta humana. Estaban convencidos de que el contexto no sólo podía transformarse, sino que era impe- rativo que se hiciera mediante la creación de nuevas instituciones que regularan las rela- ciones entre los pueblos. Consideraban que era posible establecer en el sistema internacional un orden político racional y moral ya que, si los individuos podían ser buenos y racionales, los Estados también eran capaces de serlo. Finalmente: sostenían que existía una armonía natural de intereses entre los Estados, lo cual los llevaba a suponer que las relaciones interestatales tendían más bien a la complementariedad que al antagonismo. En este clima, los autores lograron alguna influencia en sus dirigentes. Un ejemplo de esto es la firma del Pacto Briand-Kellogg; un acuerdo firmado en 1928 por Alemania, Estados Unidos, Bélgica, Francia, Gran Bretaña, Italia, Japón, Polonia y Checoslovaquia.  En ese documento, se lee claramente:
“Compenetrados del solemne deber que tienen por fomentar el bienes- tar de la Humanidad; persuadidos de que ha llegado la hora de formular una franca renuncia a la guerra como instrumento de política nacional, con el fin de que las relaciones de amistad y de paz, que actualmente existen entre sus pueblos puedan perpetrarse; convencidos de que todo cambio en sus relaciones recíprocas deberá procurarse que se efectúe sólo por medios pacíficos y que sea el resultado de un proceso pacífico y ordenado, y que a cualquier Potencia signataria que en lo sucesivo trate de mejorar sus intereses nacionales recurriendo a la guerra, deberán negársele los beneficios que proporciona este Tratado; en la esperanza de que, alentados por su ejemplo, todas las demás naciones del mundo se les unirán en este esfuerzo humanitario, y adhiriéndose al presente Tratado tan pronto como entre en vigor, colocarán a sus pueblos dentro del radio de acción de sus benéficas disposiciones, uniendo con ello a las naciones civilizadas del orbe en una renuncia común a la guerra como instrumento de su política nacional; han resuelto celebrar un Tratado y con la tal fin, han nombrado a sus respectivos plenipotenciarios.
Artículo 1° Las Altas Partes Contratantes declaran solemnemente en nombre de sus respectivos pueblos que condenan el que se recurra a la guerra para solucionar controversias internacionales y renuncian a ella como instrumento de política nacional en sus relaciones entre sí.
Artículo 2°. Las Altas Partes Contratantes convienen en que el arreglo o solución de toda diferencia o conflicto, cualquiera que fuere su natura- leza o su origen… jamás procurarán buscarlos por otros medios que no sean los pacíficos.
Artículo 3° El presente Tratado será ratificado por las Altas Partes Con- tratantes… de acuerdo con sus respectivos preceptos constitucionales y entrará en vigor entre ellas tan pronto como los diversos instrumentos de ratificación que hayan quedado depositados en Washington.
En fe de lo cual, los Plenipotenciarios respectivos firmaron este tratado, redactado en los idiomas francés e inglés, y estampado con los respecti- vos sellos.
París, 27 de agosto de 1928. Gustav Stresseman, Frank B. Kellog, Paul Hymans, Aristide Briand, L. Cushendun, W. L. Mackenzie King, CJ Parr, J.S. Smith, T.W. Cosgrave, G. M, August Zalesky , Dr. Eduard Benes.

Al año siguiente, en 1929, el pacto contaba con la firma de más de 60 países. La- mentablemente, la crisis económica del mes de Octubre desató, una vez más, los temores y las desconfianzas y muy pocos años después, las sombras de la guerra volvieron a cernirse sobre Europa

Referencias:

1 Coordinadora del Departamento de Historia de las Relaciones Internacionales.

2 Karl von Clausewitz. De la Guerra. Agebe, Buenos Aires, 2005. P.31

3 Esto no significa que antes de 1914, no hayan existido estudios sobre las relaciones de los Estados entre sí, o de los caracteres y las alternativas de los conflictos, pero lo que aparece aquí es la búsqueda de respuestas desde una nueva perspectiva.

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