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Revista de la Facultad

versión impresa ISSN 1850-9371versión On-line ISSN 2314-3061

Rev. Fac. vol.8 no.2 Cordoba dic. 2017

 

HOMENAJE AL PROFESOR ERNESTO GARZÓN VALDÉS

MÉXICO Y MI AMISTAD CON ERNESTO GARZÓN VALDÉS

MEXICO AND MY FRIENDSHIP WITH ERNESTO GARZÓN VALDÉS

 

Rodolfo Vázquez*

* Licenciado en Derecho (Instituto Tecnológico Autónomo de México/ITAM. Master en Filosofía por la Universidad Iberoamericana (UIA). Doctor en Filosofía por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Catedrático e investigador en el ITAM. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores, de la Academia Mexicana de Ciencias (AMC) y del Colegio de Bioética A.C. Catedrático en el ITAM. Imparte las asignaturas Teoría del Derecho, Filosofía del derecho y Teorías de la justicia, además de las cátedras "Ernesto Garzón Valdés" y "Ulises Smill". Dirige con Ernesto Garzón Valdés la "Biblioteca de Ética, Filosofía del Derecho y Política".


Resumen: El artículo describe uno de los encuentros de Ernesto Garzón Valdés con su activa participación en la academia en México, pero también relata la generosidad del catedrático y la historia de una preciada amistad. Refere la participación del homenajeado desde el encuentro personal con el autor en 1989, pasando por la creación de seminarios, creación y recreación de publicaciones hasta el encuentro de varias universidades mexicanas en la creación de la "Cátedra Ernesto Garzón Valdés".

palabras-clave: Ernesto Garzón Valdés - México - Seminarios - Publicaciones - Cátedra de Ernesto Garzón Valdés.

Abstract: Te article describes one of the meetings of the author of the article with Ernesto Garzón Valdés and the active participation of the latter in the academy in Mexico. It also relates the generosity of Garzón Valdés and the history of a precious friendship. It recalls the participation of the honoree from the frst personal meeting in 1989, the creation of seminars, the invigoration of publications, the meeting of several Mexi-can universities for the creation of the "Ernesto Garzón Valdés Chair".

Keywords: Ernesto Garzón Valdés - Mexico - Seminars - Publications - Ernesto Garzón Valdés Chair.


 

Conocí personalmente a Ernesto en 1989 durante la celebración de uno de los Congresos Nacionales de Filosofía, en esa ocasión en Jalapa, Veracruz. Un año antes, y a raíz de la publicación de una reseña que escribí de su libro-compilación, Derecho y Filosofía, editado por Fontamara, recibí una llamada de teléfono en mi casa, en la que su autor me agradecía la reseña y la elogiaba congratulándose de que en México alguien se interesara por la Filosofía del Derecho. Con la emoción y la incredulidad de que el maestro Garzón Valdés (a quien ya había leído en Doxa y de quien tenía referencias por su gran amigo Fernando Salmerón, y también por Alejandro Rossi y Luis Villoro) se hubiera tomado la molestia de tomar el teléfono y charlar unos 15 minutos de reloj. Le pregunté si había posibilidad de algún encuentro para platicar con calma. Decidimos vernos al año siguiente en el Congreso de Jalapa, donde él participaría con una conferencia magistral y podíamos, como me dijo, "cambiar figuritas".

Dicho y hecho, con pocas armas intelectuales –y ahora veo que con gran audacia– me presenté en el Congreso, con el solo interés de ver a Ernesto. Con su proverbial generosidad y ese trato jovial y siempre igualitario que tanto lo caracteriza, iniciamos una plática que sería perseverante, hasta el día de hoy. Se hospedaba en la Ciudad de México, en el Hotel Diplomático y prolongamos la charla iniciada en el Congreso en ese hotel, a la hora del desayuno, muy a la mexicana. Nunca dejaría de asombrarse de lo que los mexicanos podemos comer en un desayuno, pero sobre todo, que alguien de origen argentino pudiera acostumbrarse a ello. Ernesto no pasaba de algún café, jugo o tostadas, con una frugalidad desconcertante.

Como era de esperarse en él, comenzaron a surgir proyectos académicos de todo tipo. Uno de esos proyectos fue la organización al año siguiente (1990) de un par de seminarios en México. Uno de ellos estaría a su cargo y, para el otro, él me propuso invitar a un joven profesor español, "disciplinado y brillante" –son los términos que usó Ernesto– que resultó ser Manuel Atienza. La idea, a través de esos "cursillos", era generar una suerte de "shock" entre los asistentes que pudiera replicarse en varias universidades y reinstalára en México la Reflexión sobre la Filosofía del Derecho, con problemáticas y autores contemporáneos. Había que preparar a gente joven y entusiasmarla para que se dedicara a tiempo completo y, cuando fuera el caso, apoyarlos para realizar estudios fuera del país. Algo que me recomendó hacer desde ese mismo día que desayunamos fue organizar un grupo-piloto de estudiantes y de colegas interesados, que comenzaran a trabajar en los bros de los grandes jusflósofos: Kelsen, Hart, Ross, Alchourrón, Bulygin, Raz y un largo etcétera. Los cursillos sólo serían la ocasión para resolver dudas, discutir problemas y mantenerse siempre actualizados. Así lo hicimos con mucho esfuerzo y conscientes que estábamos llegando a destiempo a todo lo que se venía haciendo en el mundo, especialmente en Argentina, Italia y España, pero que nunca era tarde para comenzar.

México había tenido muy buenos momentos jusflosóficos con García Máynez, kelsenianos y hartianos que seguían productivos, como Ulises Schmill y Rolando Ta-mayo, y analíticos finos como Javier Esquivel, pero este último había abandonado la Filosofía del Derecho y residía en Alemania, y Ulises y Rolando se hallaban cumpliendo encargos político-judiciales, o se encontraban relativamente marginados de las aulas académicas. Pese al apoyo y entusiasmo de Salmerón desde hacía años para incorporar los trabajos y hacer las invitaciones correspondientes a Nino, Bulygin, Rabossi, Ernesto, entre otros, a través del Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM, el interés del Instituto estaba más abocado a la ética y a la flosofía política que a la flosofía del derecho. Creo que esto era lo que desanimaba a Ernesto por ese entonces: tantos esfuerzos y recursos económicos y no se lograba crear una comunidad jusflosófica que fuera más allá de actitudes parroquiales y pensara en la formación de estudiantes no a corto, sino a mediano y largo plazo.

En 1990 se impartieron esos dos cursillos con muy buena asistencia de participantes del ITAM, la UNAM, la UAM y la Escuela Libre de Derecho. Todos juristas, pero con una gran curiosidad e interés por la flosofía del derecho. Creo que fue una experiencia "shockeante", en efecto. El carácter bifronte de la Filosofía del Derecho, a la vez teórica y práctica, y el manejo inteligente de la normatividad jurídica con un sinnúmero de fallos judiciales, legislación comparada, problemáticas universales y autores contemporáneos con gran potencial intelectual, nos abría un mundo del cual era imposible ya desprenderse. Fueron seminarios atrapadores y adictivos. Ernesto y Manolo nos abrieron las puertas de Alemania, Italia, España, Argentina y otros países, con personas concretas y amigas, dispuestas a apoyar las actividades que emprendiéramos en México y en los estudios que quisieran realizar los estudiantes mexicanos en el extranjero. Había mucho trabajo que realizar, pero teníamos propósitos, guías y publicaciones. Era cuestión de voluntad y entusiasmo. Ernesto reuniría buena parte del material que nos presentó en el seminario en su libro Derecho, ética y política, y Manolo en su Las razones del derecho. Teorías de la argumentación jurídica.

Para 1991 diseñamos con Ernesto el seminario que, por sugerencia de él, llamamos "Eduardo García Máynez". Honramos así a un mexicano ilustre y con reconocimiento internacional. Pedimos a Ulises Schmill que ofreciera la conferencia inaugural, en la que no perdió ocasión para continuar su polémica con Eugenio Bulygin, y se dieron cita también Manolo Atienza, Carlos Alchourrón, Julia Barragán, Javier Ezquiaga, Robert Alexy y, por supuesto, Ernesto. El seminario ha llegado con buena salud a su versión XXV y se sumará este año a los homenajes de nuestro querido festejado. Cada año, Ernesto ha propuesto expositores, temáticas y siempre bajo una recomendación que la expreso con sus propias palabras: "Si guardada la calidad académica, vas a pagar el mismo boleto de avión para un colega generoso o para uno indecente, inclínate siempre por el primero. Es importante que las y los invitados dispongan de tiempo para hablar con los estudiantes, estén dispuestos a resolver todas las dudas, aun terminando las sesiones programadas, y construyan puentes entre países y universidades". Por supuesto, no ha dejado de colarse uno que otro indecente, pero en general intentamos cumplir el mandamiento garzoniano. A un año de que se cumpla el centenario del Manifesto de Córdoba frmado, entre otros, por el padre de Ernesto, creo que no está fuera de lugar citar aquí un pasaje en el que se hace patente cómo debería entenderse la relación maestro-alumno, y cuyo espíritu no es difícil percibirlo en el temperamento de Ernesto:

El concepto de autoridad que corresponde y acompaña a un director o a un maestro en un hogar de estudiantes universitarios no puede apoyarse en la fuerza de disciplinas extrañas a la sustancia misma de los estudios. La autoridad en un hogar de estudiantes, no se ejercita mandando, sino sugiriendo y amando: enseñando.

Si no existe una vinculación espiritual entre el que enseña y el que aprende, toda enseñanza es hostil y por consiguiente infecunda. Toda la educación es una larga obra de amor a los que aprenden […]. Los gastados resortes de la autoridad que emana de la fuerza no se avienen con lo que reclaman el sentimiento y el concepto moderno de las universidades. El chasquido del látigo sólo puede rubricar el silencio de los inconscientes o de los cobardes. La única actitud silenciosa que cabe en un instituto de ciencia es la del que escucha una verdad o la del que experimenta para crearla o comprobarla.

Una peculiaridad del "Seminario García Máynez" era que los profesores debían cumplir con algunas obligaciones académicas acordadas con los patrocinadores, lo que significaba trasladarse a algunas ciudades de la República: Oaxaca, Veracruz, Gua-najuato, Querétaro, entre otras, para impartir algún seminario. Si mal no recuerdo, en aquel 1991, o al año siguiente, a Ernesto y a Manolo les tocó viajar a Acapulco. Ernesto nunca ha sido muy amante de los paraísos soleados y arenosos, y menos si entre los compromisos había que levantarse a las 6 de la mañana para comenzar la jornada académica a las 7 y así, de corrido, hasta la hora del almuerzo. Ambos cumplieron como soldados de trinchera, y en el caso de Ernesto, agregó un toque de solidaridad a los afanes aventureros de Manolo. Manolo decidió subirse a uno de esos paracaídas acuáticos ante la mirada incrédula de Ernesto y mía, por supuesto, ambos, a ras de tierra. Nunca he podido acordarme cuál era la temática que nos convocaba en ese seminario, pero no puedo quitarme la imagen de Manolo volando sobre el mar pero, sobre todo, y para tranquilidad de sus amigos, aterrizando en la playa. Nunca más le mencioné a Ernesto sobre la posibilidad de viajar al bello puerto de Acapulco.

En 1992, Ernesto me invitó a visitar al editor de su libro Derecho y flosofía a sus of-cinas en el barrio de Coyoacán. Recuerdo esa visita y la plática con gran satisfacción y emoción. La idea de Ernesto era abrir una colección recuperando algunos de los libros que se habían publicado en la colección de estudios alemanes, que él había editado en Argentina y que había dejado de circular. Ya se habían impreso algunos de los números de esa colección, que Ernesto había seleccionado pensando en su posible interés para los universitarios mexicanos. Faltaba integrarlos, con portadas y diseños adecuados para una nueva colección que ahí mismo, en la oficina del Sr. Ernesto Pérez, decidimos llamarla "Biblioteca de Ética, Filosofía del Derecho y Política".

Reordenamos los títulos con la promesa de otros más por venir, y en uno de los típicos arranques de generosidad de Ernesto, me ofreció que coordináramos la colección conjuntamente. Por supuesto, no dudé en aceptar sin dejar de cuestionarle esa audacia. Lo cierto es que nunca podré agradecerle a Ernesto que haya visto en mí a un cuasi-editor que pudiera acompañarlo en sus aventuras con los libros. En ese momento, Ernesto le hizo la promesa al director de Fontamara que en no menos de dos años podía tener un Mercedes Benz estacionado a la puerta de la editorial con las ganancias que obtendría de esta colección. Para mi sorpresa, el director aceptó con una condición: si podíamos darle el apoyo con respecto a las regalías, es decir, negociar un pago en especie a los autores y no monetario. Por debajo de la mesa, Ernesto me hizo el signo de los piratas: cruzó los dedos simulando la "x" de las dos tibias, señalando la cara del director para imaginar la calavera. Desde entonces, cada visita a Fontamara significó visitar al "pirata". Apodo que, creo, se ha internacionalizado con la complicidad de la comunidad académica. En los años sucesivos, Ernesto y yo dedicamos un buen tiempo a promocionar la colección en las diferentes universidades de la ciudad de México y también en las universidades estatales donde podíamos conseguir algún tipo de financiamiento para los viajes y los cursos. Fue un trabajo de vendedores sólo atribuible a la energía desbordante de Ernesto. Hasta la fecha se han vendido 350.000 ejemplares entre los 140 títulos que llevamos publicados. Algo insólito para una colección de Filosofía del Derecho pero que, al decir del pirata, no le alcanza todavía para un Mercedes, y aún sigue pagando en especie a los autores.

En una estancia sabática en Inglaterra tuve la posibilidad de visitar a Ernesto en Alemania y él venir a Oxford con Delia. En esos encuentros, y tal vez sin los compromisos académicos rutinarios, comenzamos a hablar más de cuestiones personales, en momentos que la amistad alcanza lo íntimo y las complicidades comienzan a ser necesarias. Algo que Ernesto sabe hacer con delicadeza y frmeza. Él es el primero en poner las condiciones de empatía necesarias para la confdencialidad y el tiempo puede transcurrir por horas en relatos, recuerdos, desahogos y corajes, que hace de su cercanía física o anímica, algo invaluable y único. Todas y todos nos hemos beneficiado de esos encuentros y de esa bonhomía y esto explica, por supuesto, la comunidad de afectos y de solidaridad con Ernesto y entre los amigos de Ernesto.

Un día, en México, invitados no recuerdo a qué evento académico en el Colegio de México, estacionamos el coche en algún lugar cercano y la plática se extendió por horas. Nos olvidamos de nuestra cita y tuvimos que reprogramarla con cualquier pretexto. Confeso que estuve tentado a recordarle a Ernesto de nuestro compromiso, pero ¿por qué me iba a privar de ese momento? Ernesto me hablaba de una Argentina que yo no conocía o no recordaba, del dolor del destierro y de un continente latinoamericano que le entristecía y le provocaba mucha amargura. ¡Cómo no ver a México inserto en esa misma historia de pobreza, desigualdad, corrupción, violencia y un largo etcétera: un país que pone la mirada esperanzadora en el norte del continente, pero que arrastra todas las calamidades propias del sur! Nuestras ciudades latinoamericanas despiertan siempre sentimientos de odio y amor, de atracción y rechazo, de dolor que se acrecienta en la lejanía. El arquitecto Teodoro González de León decía sobre la Ciudad de México: "que es complejísima, sucia y corrupta, pero de una intensidad inigualable. Puedes visitar ciudades europeas bellísimas que son pequeños cementerios, o ciudades americanas llenas de jardines con calles vacías". Algo de razón tiene, sin duda, pero creo que Ernesto preferiría bajarle un poco a la intensidad y, de ser posible, trabajar arduamente para hacerlas menos violentas y menos corruptas.

En esa charla, y en tantas otras, por ese entonces, no me percataba que Ernesto iba construyendo un relato largo que terminaría en la publicación de un libro autobiográf-co, que hablaba también de una Argentina y, por extensión, de un continente cargados de ilusiones inacabadas y frustradas. Afuera del Colmex me habló de la ilusión de una justicia a medias con Alfonsín y de la ilusión neoliberal con Menem. La posdata de ese libro es reveladora: muestra a un Ernesto abrigando la esperanza de un cambio, una nueva ilusión, con la llegada de De la Rúa, pero al mismo tiempo se asoma una duda pesimista o realista dado el destino manifesto de nuestros países. 2001 marcaría otra ilusión frustrada para la Argentina. La historia, de nueva cuenta, le daba la razón a Ernesto. Sobre el libro El velo de la ilusión escribía su querido amigo Guillermo O’Donnell:

Juntas, esas dos partes [del libro] historia y testimonio primero, ceñido análisis despuésson una importante contribución al conocimiento de nuestra historia reciente y un sólido argumento por la vigencia de los valores democráticos y liberales que Félix y Ernesto comparten tanto, que a pesar de sus diferentes tonos a veces parece que, en su lucidez e integridad, fueran una misma persona.

Los encuentros siguieron siendo fecundos en proyectos académicos y un buen día en su casa de Bonn,nos sentamos a pensar en una publicación periódica semestral cuyo primer número aparecería en octubre de 1994 y que le dimos el nombre de Isonomía. Ernesto redactó la presentación de la revista. Cito uno de sus párrafos:

La igualdad ante la ley en una democracia representativa es también la mejor garantía contra todo tipo de discriminación racial, religiosa o económica y es, por lo tanto, fundamento de la imparcialidad estatal. En un siglo caracterizado por las manifestaciones más sangrientas de discriminación e intolerancia que registra la historia, no es, pues, ocioso insistir en la relevancia del principio de igualdad y utilizarlo como nombre de una revista sobre temas jurídicos.

Hemos llegado con mucha vitalidad al No. 45 en octubre de 2016. Hermana menor de Doxa, en quien se inspira Isonomía, ha abierto un espacio de Reflexión y debate en la comunidad mexicana, que se unía al seminario "García Máynez" y a la renovación de muchos contenidos curriculares en teoría, metodología y flosofía del derecho, en los distintos programas de universidades públicas y privadas. En estos últimos la guía de Ernesto ha sido determinante.

Los viajes de Ernesto a México se sucedían cada año y se fueron espaciando poco a poco, pero en cada uno de ellos se renovaban los afectos con sus amigos de primera y de última hora: Salmerón, Rossi, Villoro, Margarita Valdés, Carlos Pereda, Carlos de la Isla, Jorge Gaxiola, Pablo Larrañaga, Marcela Serrano, Pedro Salazar, Juan Antonio Cruz Parcero y tantas y tantos amigos y alumnos. Después de la muerte de Fernando Salmerón, amigo que le ofreció las puertas del Instituto de Investigaciones Filosóficas cuando Ernesto fue expulsado de Argentina, nos propusimos visitar a Licha, su mujer, en cada visita de Ernesto a México, y pasar con ella unas horas en su casa de Tlalpan, al sur de la ciudad. Cuando nos despedíamos Ernesto invariablemente le preguntaba a Licha si había sacado lustre a la charola de plata que él había mandado grabar en "La Carreta" de Insurgentes, en la planta baja de unos de los Sanborns del Sur, con los nombres de los participantes en unos de los últimos homenajes a Salmerón. Un ritual que ambos cumplían a la perfección y después de aprobar el lustre de la charola nos despedíamos hasta el año siguiente. Licha le agradeció siempre a Ernesto esa lealtad al amigo y a sus familiares, especialmente en los momentos en que Fernando Salmerón ya no era muy recordado por sus colegas y amigos.

En uno de esos viajes a México, con Ana, mi esposa, se nos ocurrió llevar a Ernesto a un restaurante de comida mexicana, ruidoso, con televisiones en cada esquina, con muchos niños y griterío, de esos que le gustan a Ernesto, y para colmo, con un mariachi que no daba respiro alguno para poder platicar. Creo que el sacrificio valió la pena porque en un momento estratégicamente preparado se acercó el cantante y entonó esa canción que habla de un maestro en una de las artes más gratas que puede desarrollarse en la vida. En su estribillo la canción decía así: "Tengo el pelo completamente blanco / pero voy a sacar juventud de mi pasado. Y te voy a enseñar a querer, como nunca has querido / Ya verás lo que vas a aprender / cuando vivas conmigo". Ernesto entonó la canción de José Alfredo y repetimos el estribillo varias veces. Me preguntó si también la cantaba Chavela Vargas, otra maestra en esas artes, y no supe responderle. Ernesto me estaba descubriendo a la famosa Macorina.

Para 2003 varias universidades mexicanas unimos esfuerzos y propósitos para crear la "Cátedra Ernesto Garzón Valdés". En la ceremonia inaugural participaron Carlos de la Isla, Pablo Larrañaga, Jorge Gaxiola, Carlos Pereda, con la presencia de Ruth Zimmerling, José Ramón Cossío, Rolando Tamayo, Ulises Schmill y con la asistencia de un sinnúmero de amigas y amigos que acompañaron a Ernesto en ese homenaje, dando inicio así a un proyecto de largo aliento. La cátedra iniciaría con nuestro inaugurador oficial, Manuel Atienza, y continuaría con las participaciones de Robert Alexy, Eugenio Bulygin, Paolo Comanducci, Víctor Ferreres, Ulises Schmill, Jorge Malem, Alfonso Ruiz Miguel, José Juan Moreso, León Olivé, Carlos Gaviria, Josep Aguiló, Carlos Peña, y los que vendrán en los próximos años. En su intervención, Ernesto escogió dos temas garzonianos: el "coto vedado" y la "vía negativa". Su exposición fue magistral y emotiva. Al final dirigió unas palabras para los mexicanos:

Desde hace 30 años vengo anualmente a México. La primera invitación la debo a Fernando Salmerón, amigo entrañable, compañero fel de mis recorridos por librerías, universitario cabal y maestro de muchas generaciones de flósofos mexicanos. Desde entonces, la lista de amigos mexicanos ha ido aumentando en tal medida que su enumeración insumiría todo el tiempo de que ahora dispongo. Baste ahora subrayar cuánto valoro estas relaciones que cultivaré hasta el final.

Y, sin duda, así lo ha hecho hasta el día de hoy. Año tras año, la cátedra también es el pretexto para mantener una larga conversación con Ernesto, pensar los temas, sugerir invitados, preguntarnos por nuestras familias, hablar un poco de México tratando de evitar las noticias catastrofstas y recordarme sobre la postergada visita a Bonn, donde, como siempre me dice: "tienes ‘techo y lecho’". Ese maravilloso palacio de la Rolands-trasse: museo-hogar, centro de enseñanza y jardín de ocio, atendido con la fina y suave hospitalidad de Delia. ¡Cuántas veces no habré querido regresar y darle un abrazo al maestro y al amigo fraternal! Hoy he querido dejar este pequeño testimonio cargado de mucho cariño y agradecimiento, que quiere traer el mensaje de ese país que has hecho tuyo hace muchos años y que nunca podrá devolverte todo lo que has hecho y dado por él. Gracias querido Ernesto.

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