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Revista de la Facultad

versión impresa ISSN 1850-9371versión On-line ISSN 2314-3061

Rev. Fac. vol.8 no.2 Cordoba dic. 2017

 

HOMENAJE AL PROFESOR ERNESTO GARZÓN VALDÉS

ERNESTO GARZON VALDÉS: UN GRANDE EN GENEROSIDAD

ERNESTO GARZÓN VALDÉS: A BIG IN GENEROSITY

 

Pablo Ruiz Tagle*

* Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Facultad de Derecho, Universidad de Chile. Master en Derecho (LL.M.) y Doctor en Derecho (J.S.D.), Yale Law School, Yale University. Profesor titular de Introducción al Derecho y Derecho Constitucional Facultad de Derecho de la Universidad de Chile.

Resumen: El autor recuerda en este trabajo las conferencias que Max Weber pronunció en 1919 ante una organización de estudiantes alemanes para hablar de las virtudes que deben animar a las personas que dedican su vida a la ciencia o a la academia como vocación. Pero no sólo se detuvo en Weber para medir el peso de la obra y el valor de la persona de Ernesto Garzón Valdés, sino que también en Manuel Atienza y otros para destacar la generosidad intelectual y académica del homenajeado.

palabras-clave: Virtudes de los académicos y científicos – Weber – Atienza.

Abstract: Te author recalls in this paper the lectures that Max Weber delivered in 1919 before an organization of German students to discuss the virtues that should encourage the people who dedicate their life to science or the academy as a vocation. But not only stopped the author in Weber to measure the weight of the work and value of the person of Ernesto Garzón Valdés, but also in Manuel Atienza and others to highlight the intellectual and academic generosity of the honouree.

Keywords: Virtues of academics and scientists - Weber - Atienza.

Agradezco la invitación a rendir un homenaje al gran Ernesto Garzón Valdés que he recibido de la Universidad Pompeu Fabra y la consideración que han tenido de invitarme a esta solemne actividad universitaria de parte mis grandes colegas y amigos académicos Jorge Malem, Josep Joan Moreso y Jose Luis Martí, entre otras distinguidas personalidades jurídicas europeas.

 

Celebro el homenaje a nuestro querido maestro Ernesto Garzón Valdés como un tiempo para dar buenas razones sobre su valiosa vida académica. También como una oportunidad especial para meditar sobre esas cuestiones que son profundas y duraderas, difíciles de explicar y las más importantes: me refero a esas razones que tienen su sede en nuestros afectos, en el corazón.

Al pensar en que decir en este homenaje tan merecido del gran Ernesto se me han venido a la mente las famosas conferencias que Max Weber pronunció en 1919 ante una organización de estudiantes alemanes para hablar de las virtudes que deben animar a las personas que dedican su vida a la ciencia o a la academia como vocación.

Para Weber, el científico o, más bien, el académico, es el estudioso que, a través de una azarosa carrera, busca aportar al progreso de las ciencias y para ello debe apegarse de modo principal a una ética de la convicción.

Según nos explica Weber, su limitación más importante está dada porque su carrera académica depende de la llegada de la "inspiración" y ésta, a su vez, está marcada por el azar. La finalidad última de la academia es contribuir al progreso del conocimiento. Y en este contexto Weber critica la infuencia de lo que denomina "profesor-caudillo", porque implica un "sacrificio del intelecto", que es actitud incompatible con la actividad verdaderamente académica (1). Con sorprendente actualidad dice Max Weber respecto de las universidades alemanas en 1919:

Tal como están organizadas las cosas, nuestras Universidades, sobre todo las pequeñas, están empeñadas en una ridícula competencia por conseguir el mayor número posible de estudiantes... El ingreso procedente de las matrículas se ve condicionado, hay que decirlo francamente, por el hecho de que estén ocupadas de modo "atractivo" las cátedras más próximas, pero aun prescindiendo de esto, es evidente que el número de matrículas constituye un signo de éxito susceptible de expresión cuantitativa, en tanto que la calidad científica (académica) no es cuantificable y que, frecuente y naturalmente, le sea negada a los innovadores audaces... Para colmo, la cuestión de saber si alguien es buen o mal profesor, es respondida en función de la asiduidad con que ese alguien se ve honrado por los señores estudiantes, y es bien conocido el hecho de que la afuencia de estudiantes a una cátedra determinada depende, en grado casi increíble, de circunstancias puramente externas, tales como son el temperamento del profesor o su timbre de voz (2).

Es difícil igualar las explicaciones que ha dado Max Weber sobre los ideales, las actitudes y creencias que son propias de la vida universitaria, y por eso es que iniciado mis palabras en primer término inspirado en sus ideas.

En lo que se refere a Ernesto Garzón, puedo atestiguar que ha salvado la barrera del azar que se da en toda carrera académica a la que se refere Weber, y con un esfuerzo y un potente talento ha construido un prestigio que traspasa toda clase de limitaciones. Es que, en primer término, la valoración positiva de su obra cruza los límites disciplinarios, porque comprende la historia, la flosofía y la jurisprudencia. Segundo, su buen nombre cruza las fronteras y los continentes desde el sur del Sur de América, hasta el norte de dicho continente y se ha asentado con solidez hoy en buena parte de Europa.

Es bien reconocido en España, Italia y Alemania y Finlandia, entre otros países del continente europeo.

Como si esto fuese poco, ha de señalarse un tercer punto, esto es, que en sus trabajos el gran Ernesto Garzón Valdés mantiene un reconocimiento "inter generacional", porque sus obras se citan entre los mayores o las personas "grandes" (que es la denominación afectuosa con que Argentina se designa a las personas mayores) y también se aprecian entre la juventud.

Pero en este homenaje no quiero referirme sólo a Weber y sus ideas como parámetro para medir el peso de la obra y el valor de la persona de Ernesto, sino que también me inspiro en lo expresado por Manuel Atienza en su libro El Sentido del Derecho (3) que, con una referencia al trabajo de Victoria Camps, dice que debemos Reflexionar acerca de las virtudes que deben gobernar nuestra vida pública. Es en este segundo contexto que propongo agregar a las explicaciones que propone Max Weber sobre la vida académica, una noción que a mi juicio no ha sido suficientemente destacada entre nosotros, que ciertamente resalta en la persona y la obra del gran Ernesto, que es su característica generosidad.

Estamos acostumbrados a considerar como valiosas en una persona dedicada a la vida académica el que tenga un apego irrestricto a la verdad, esto es lo que Weber denomina "ética de la convicción". También se valora entre los intelectuales el espíritu crítico y el carácter creador del trabajo universitario. Pero poco se dice a mi modo de entender sobre la necesaria generosidad o benevolencia que debe acompañar el trabajo intelectual para que éste sea de verdadera calidad y tenga infuencia profunda sobre alumnos y colegas. Si entendemos por ser generoso el ser: "dadivoso, franco, liberal; el que obra con magnanimidad y nobleza de ánimo; que es abundante y amplio; que es noble y de ascendencia ilustre", tenemos que reconocer que estas son virtudes que deben adornar el trabajo del verdadero académico. El profesor que es generoso difícilmente cae en los excesos, tan frecuentes en nuestros días de abyecto narcisismo. Vivimos tiempos en que la mitad o más de los viajantes y turistas llevan una barrita o "stick" para sacarse fotos del tipo "selfe"; una edad en la que todos hablamos con los ojos entornados por nuestro celular, a veces con otras personas, dejando mensaje y en muchas oportunidades hablando con nosotros mismos. Nos hemos acostumbrado a la grosería y el solipsismo ciudadano que transmite en alta voz conversaciones privadas en lugares públicos. La falta de consideración por los demás seres humanos nos hace aparecer como si fuésemos pacientes de manicomio.

Actuamos como si las demás personas que nos rodean no existiesen.

Y los tiempos del narcisismo también contaminan nuestra academia. Las universidades se han poblado de fondos y proyectos irrelevantes. De administradores minúsculos con enormes recursos que imponen requisitos absurdos a sus egos propios y a los ajenos sometidos a su poder. Estamos contaminados de artículos indexados que con suerte los han leído quienes los escriben. Yo he visto en el summum del narcisismo académico un famoso profesor de derecho público embobado con sus propias Reflexiones escritas por él mismo en su libreta Molesky y admirarse hasta alcanzar una especie de estado de orgasmo místico en sus propias notas, como si en ellas se hubiesen detallado por primera vez las leyes de la termodinámica.

Este narcisismo entendido como "cuidar demasiado de su arreglo personal, o preciarse atractivo, o enamorado de sí mismo, como si se tuviese una excesiva complacencia en la consideración de las propias obras o facultades u obras" me parece totalmente contrario a la generosidad académica que distingue las verdaderas experiencias académicas que tienen profundidad e infuencia colectiva y que nos interesa resaltar en estos comentarios y que con toda justicia puede atribuirse al maestro Garzón Valdés.

Porque en la persona que hoy homenajeamos he visto esa generosidad de los grandes al reconocer la obra de Carlos Santiago Nino, al ayudar a los que iniciaban su carrera académica, como es el caso del suscrito, que comencé mis trabajos con críticas a sus ideas del famoso escrito donde pedía no le tocaran a Mozart. Se agrega a estas cualidades la característica del valor serial de los proyectos editoriales que caracterizan los trabajos de Ernesto, que no se explica, sin considerar en muy alto grado esta continua práctica de la generosidad intelectual. El carácter serial de su obra se aprecia desde su trabajo seminal en la colección Estudios Alemanes, que dio acceso al pensamiento germano más actualizado entre los hispano hablantes, y luego con la colección de Fontamara, que lleva más de 140 títulos y que Ernesto ha creado y mantenido con su editor "pirata" y "pornógrafo", hasta la más reciente y magistral colección Coloquio Jurídico Europeo, que reúne lo mejor de los estudios de jurisprudencia en lengua española.

Es de notar además que Ernesto, a pesar de haberse exiliado ya por varios años en Europa, no pierde sus orígenes y los ha retratado con gran cariño en su descripción de la sociedad de Córdoba que presenta en su libro El velo de la Ilusión, con un retrato emotivo que evoca muchas semejanzas y reminiscencias con la estructura social y la organización patriarcal y provinciana de Chile. Esta actitud tan propia de Ernesto, de mirar con simpatía lo distante y lo ajeno y de abrir su trabajo a la creación de espacios académicos para los demás, nada tiene que ver con el narcisismo, con el solipsismo, con la mezquindad, ni con la pobreza, ambiente que vemos tanto en la academia de nuestros días.

Yo no soy el único que puede atestiguar esta generosidad de nuestro querido Ernesto Garzón. Otra prueba de esta generosidad de Ernesto la da Manuel Atienza en su libro El Sentido del Derecho, donde hace notar que Ernesto le ha donado para su publicación una explicación completa acerca de la Teoría de la Justicia de John Rawls. El propio Manuel Atienza escribe un estudio preliminar de la obra de Ernesto que resume su doctrina con un rigor pocas veces visto que culmina en el macizo libro Derecho, ética y política.

Manuel no sólo dedica sus mejores neuronas a explicar el "sistema" de Ernesto Garzón Valdés, sino que, con natural generosidad, se une en un trabajo académico de gran calidad con Juan Ruiz Manero para producir en coautoría su obra Las piezas del Derecho. Además, sin que sea sorpresa para nadie, cada vez que fue invitado a Chile y como amigo de Ernesto me llamaba para vernos y para regalarme sus libros y siempre reservaba unos minutos para reunirnos en torno al debate académico.

Algo semejante puedo decir de Josep Joan Moreso y Josep M. Vilasajona, que dedicaron su libro de Teoría del Derecho destacando en su introducción la generosidad del gran Albert Calsamiglia. O el rasgo abierto y magnánimo de Rodolfo Vázquez, que ha venido desde México y que con ese mismo espíritu dadivoso ha creado una cátedra en el ITAM que lleva como nombre el de Ernesto Garzón Valdés.

Otro tanto puede decirse de las afectuosas y generosas invitaciones al debate académico organizadas por Ricardo Caracciolo, Cristina Redondo, Paolo Commanducci, Pablo Navarro y Hugo Seleme en las sierras de Córdoba, Argentina. O el trabajo académico siempre en sintonía con la obra del gran Ernesto Garzón que se ha destacado en las áreas del error judicial, pornografía y feminismo del gran Jorge Malem, y que con la paciencia y generosidad de un seguidor periódico e infinito ha organizado este homenaje que hoy nos reúne y ha dispuesto todo para que podamos hablar personas que venimos de muy lejos, como el suscrito.

Lo mismo puedo testimoniar acerca de Jose Luis Martí, que en un libro dedicado al concepto republicano de propiedad resumió también con especial generosidad el trabajo de su coautor. O de Roberto Gargarella, que ha debatido y contribuido con sus ideas al desarrollo del constitucionalismo latinoamericano y que recibe las críticas a sus argumentos también con una generosidad que lo distingue.

Estoy, además, seguro que en muchas de las demás personas que concurren a este homenaje, algunas de las cuales no conozco, podremos encontrar muchos ejemplos de esta forma valiosa de conducta que está ligada a la generosidad y la benevolencia intelectual y académica que distingue al gran Ernesto.

Para que nos sirva de contraste, y guardando las distancias, es bien distinto el caso de este grupo de los amigos de Ernesto Garzón Valdés al del gran Juan Jacobo Rousseau y sus amistades. Es que no siempre los buenos intelectuales son buenos en todos los sentidos de la palabra. El propio Rousseau nos cuenta en sus famosas Confesiones que se entristecía de las amistades que surgían entre sus amigos, muchas de las cuales el mismo había iniciado.

Ernesto, en cambio, es siempre el primer amigo, el más esforzado instigador de la amistad ajena. Porque, como Ernesto no se cansa de recordarnos, la amistad requiere esfuerzo y no sólo nos ha expresado tantas veces esta gran verdad, sino que también la transforma en una amable práctica.

Por eso, a diferencia de los amigos de Rousseau, en esta comunidad académica que se ha reunido en torno a la persona de Ernesto Garzón Valdés se han encontrado muchas personas muy distintas que tienen como sello la característica de tener un compromiso con el valor de la generosidad intelectual. La generosidad se valora entre nosotros porque se la considera esencial en la entrega de nuestro trabajo intelectual, sea esta entrega que la dediquemos a un alumno, a un colega, a un par académico, a un lector, esta virtud me parece que distingue a los mejores académicos. El mezquino, el solipsista, el narcisista con dificultad entrega algo a los demás, porque prefere guardarlo como un ratón avaro, prefere gozarlo solo en contemplación onanista, prefere antes que dar o darse a los demás, verse refejado a sí mismo en su propia imagen.

En este ejercicio de dar, que es también benevolencia, como diría el gran Francis Hutcheson, ese gran pensador que inspiro los trabajos de Tomas Jeferson, los generosos y benevolentes terminan recibiendo mucho más de lo que dieron. Porque una vez activada la benevolencia y la generosidad, ésta se revierte sobre los donantes, por una curiosa ley de la aritmética moral que devuelve todo lo que se ha dado a los demás. Es que el mundo es redondo y una parte significativa del bien que hicimos a los demás vuelve sobre nosotros para beneficiarnos. Ese es el sentido de la vida del gran Ernesto Garzón Valdés que hoy honramos en esta comunidad que se ha constituido en torno a la idea principal de amistad, de generosidad y benevolencia intelectual, una vida que hoy celebramos con profunda emoción y con justicia.

(1) WEBER, Max (2012). El político y el científico, Alianza Editorial, Madrid, pp. 191-195; 211-214; 229-231.

(2) WEBER, op. cit., pp. 188-189.

(3) ATIENZA, Manuel (2012). El sentido del derecho, Editorial Ariel, Madrid, p. 205.

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