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Anales del Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas. Mario J. Buschiazzo

versão On-line ISSN 2362-2024

An. Inst. Arte Am. Investig. Estét. Mario J. Buschiazzo vol.46 no.1 Buenos Aires jun. 2016

 

ARTICULO

Trabajo de “campus”: el viaje de un educador chileno por universidades norteamericanas (1918-1919)

Field work: the trip of a chilean educator around U.S. Universities (1918-1919)

Rodrigo Millán Valdés *

* Sociólogo y magíster en desarrollo urbano, ambos por la Pontificia Universidad Católica de Chile. Cursa el doctorado en Historia de la Arquitectura y el Urbanismo en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de San Pablo (FAU-USP). Actualmente desarrolla su proyecto de investigación doctoral sobre arquitectura deportiva en el Cono Sur, proyectada entre las décadas de 1920 y 1950 (“A urbanização esportiva no Cone Sul: modernização e ordem social. Montevidéu, Buenos Aires, Santiago e São Paulo, 1920-1950”).

Facultad de Arquitectura y Urbanismo. Universidad de San Pablo (FAU-USP). Rua Aureliano Coutinho 43, ap. 96. Vila Buarque (01224-021) San Pablo, SP. República Federativa de Brasil. Email: rodrigo.millan@usp.br

El presente artículo ha sido realizado como parte de las investigaciones correspondientes a la tesis doctoral “O urbanismo esportivo no Cone Sul: Modernização e ordem social. Santiago, São Paulo, Buenos Aires e Montevidéu (1920-1950)”, desarrollada al interior del programa en Historia de la Arquitectura y del Urbanismo de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de San Pablo (FAU-USP). La investigación cuenta con el patrocinio del programa Becas Chile, dependiente de la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica (CONICY) del Ministerio de Educación de Chile.

RECIBIDO: 30 de septiembre de 2016.
ACEPTADO: 20 de octubre de 2016.


RESUMEN

El presente artículo investiga el viaje académico de Enrique Molina Garmendia, en aquel entonces presidente del comité pro-Universidad de Concepción, luego primer rector de la casa de estudios, realizado por varias universidades norteamericanas entre octubre de 1918 y junio de 1919. El objetivo detrás de su visita era observar los proyectos arquitectónicos y urbanísticos de estas instituciones, junto a su gestión financiera, con el fin de fundamentar un modelo para la nueva universidad de la región sur de Chile. Tomando su libro De California a Harvard: Estudio sobre las universidades norteamericanas y algunos problemas nuestros (1921) como principal referencia, se analizará cómo, a lo largo del recorrido, Molina va convenciéndose de las bondades de aplicar el modelo de campus universitario en la Universidad de Concepción, dando así inicio a la primera experiencia de ciudad universitaria en América Latina.

Palabras clave: campus universitario; arquitectura escolar; universidades norteamericanas; Concepción; Chile; Estados Unidos; década de 1910.

ABSTRACT

This article investigates the academic trip of Enrique Molina Garmendia, president at the time of the pro-University of Concepción Committee, later Rector of the University, around several universities in the United States between October 1918 and June 1919. The main purpose of his trip was to observe architectural and urban projects of those institutions, as well as their financial management, in order to support his model for the new university of the southern region of Chile. Using his book De California a Harvard: Estudio sobre las universidades norteamericanas y algunos problemas nuestros (1921) as the main reference, we will analyze how Molina convinced himself of the benefits of following the campus model at the University of Concepción, initiating the first university city experience in Latin America.

Keywords: University campus; school architecture; American universities; Concepción; Chile; United States; 1910s.


Entre estos monumentos de la cultura, los institutos norteamericanos ocupan un lugar eminente y pueden soportar sin desventajas el parangón con los mejores del mundo.
El viajero que no haya conocido las universidades de Estados Unidos se quedará ignorando una de las fases más interesantes del alma americana. Podrá hablar de Broadway, de cabarets, de rascacielos, de almacenes gigantescos, de ajetreo comercial, de la caza del dólar; pero no de honduras ideales y espirituales que habrán pasado tan desconocidas para él como tiene que serlo el corazón de una mujer para quien mira sólo su traje.

Enrique Molina Garmendia

INTRODUCCIÓN

¿Cuándo Estados Unidos se convirtió en eje crucial para entender las relaciones entre intelectuales sudamericanos y cosmopolitismo? ¿Cómo operó el panamericanismo cuando el país del norte buscó transformar la atracción que suscitaban sus universidades en cierto tipo de diplomacia del saber? ¿Qué papel jugó el modelo de campus universitario en toda esa divulgación que, como describió De Grazia (2006) para otras dimensiones del American way of life, tuvo mucho de irresistible?
Por décadas, las investigaciones confirieron mayor atención a las trayectorias centro-periferia que a las ocurridas en el sentido inverso. No por nada la revisión de los intercambios ideológicos, que varias veces tomó la forma de viajes de expertos o asesorías, ha sido ampliamente cultivada. Antes de que apareciera el enfoque transnacional, la necesidad de alterar el lente interpretativo ya había conquistado los estudios más comprensivos que dudaban del mecanismo que convertía en unidireccional cualquier cartografía intelectual, mucho más si esta figuraba lejos de los polos convencionales del poder.
Desde octubre de 1918 hasta junio de 1919, Enrique Molina Garmendia, presidente del comité pro-Universidad de Concepción, visitó algunas de las principales universidades norteamericanas como parte de una comisión encargada por el gobierno de Chile, directamente por el presidente de la república, Juan Luis Sanfuentes. Con el propósito de buscar referencias que orientasen al proyecto de la nueva Universidad de Concepción, Molina recorrió Estados Unidos de costa a costa, y conoció los campus de las universidades de California en Los Ángeles, Stanford, Wisconsin, Chicago, Northwestern, Columbia, Yale, Filadelfia, Princeton, Harvard, el City College de Nueva York y el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT).
El educador tenía por objetivo observar los proyectos arquitectónicos y urbanísticos de las universidades norteamericanas, así como los modelos de financiamiento y gestión de recursos, tanto de casas de estudios públicas como privadas. La visita a Estados Unidos era decisiva para ayudar a fundamentar el modelo universitario que quería fundarse en la ciudad de Concepción. ¿Sería un campus universitario ubicado en el área de expansión urbana de la principal urbe del sur chileno? ¿Serían edificios monumentales, localizados al interior del centro de Concepción, los que alojasen las dependencias universitarias? ¿O más bien sería una operación urbanística que reuniese los edificios de la casa de estudios y consolidase un barrio universitario, sin alejarse demasiado del centro? Ya a finales de la década de 1920, la idea de un “campus” se consolidaría en Concepción, que luego se constituiría en la primera ciudad universitaria en América Latina, anterior a varias otras iniciativas, como la fallida propuesta del italiano Marcello Piacentini para la Universidad de Brasil en Rio de Janeiro y las posteriores ciudades universitarias de Córdoba, México D.F., Caracas, Buenos Aires y San Pablo. La visita de Molina a los Estados Unidos también puede ser entendida como parte de los primeros pasos del proyecto panamericanista que el país del norte intentaba consolidar desde las primeras décadas del siglo XX. Conocida es la visita del expresidente Theodore Roosevelt a Brasil, Argentina y Chile en 1913 (Zusman, 2011), así como el establecimiento de las Conferencias Panamericanas entre 1889 (Washington D.C.) y 1910 (Buenos Aires), retomadas desde 1923 con el Congreso de Santiago de Chile.
Su viaje fue una parte importante de la ruta trazada por las elites de la ciudad de Concepción (de ahora en adelante utilizaremos el gentilicio “penquista” para referirnos a ellas) a partir de marzo de 1917, cuando formalmente establecieron el comité pro-universidad. Este no fue el único proyecto que promovía el comité: en sus demandas estaba también la construcción de un Hospital Clínico para la ciudad, que fuese la base para la constitución de una escuela de Medicina que sirviese a toda la región y al sur del país. El anhelo de institucionalizar la educación superior en la región a través de un proyecto autonomista era compartido por varias importantes personalidades de la ciudad, varias de ellas pertenecientes a la masonería local, como el ya mencionado Molina, Edmundo Larenas, Virginio Gómez, Esteban Iturra, los presbíteros Guillermo Jünemann y Obligario Saez, René Coddou y Aurelio Lamas, entre otros. La idea compartida era dar un paso más allá del curso de Derecho que era dictado en el Liceo de Concepción desde hacía ya cincuenta años.
Cuando emprende el viaje, Molina lo hace no sólo como director del comité pro-universidad sino también como rector del Liceo de Concepción, cargo que detentó entre 1915 y 1935. No es un dato somero que dirigiese esta institución: de arquitectura neoclásica y monumental, el Liceo era seguramente el mayor edificio educacional del país a mediados de la década de 1910 –sólo rivalizado por la Casa Central de la Universidad de Chile en Santiago–, instalado frente al Parque Ecuador, la más importante área verde urbanizada de la ciudad. Molina conocía este edificio y por tanto las virtudes (y defectos) de alojar en un solo espacio arquitectónico todas las dependencias universitarias. Antes de llegar a Estados Unidos, también conoce de cerca la experiencia de otros modelos universitarios (tanto de ciudades-universitarias como de grandes edificios académicos) cuando visita Europa en 1911, enviado por el gobierno de Ramón Barros Luco para conocer experiencias pedagógicas en Francia y Alemania.
Para Molina, el proyecto universitario no puede sino desarrollarse bajo el formato de campus, a pesar de que en los primeros años posteriores a la fundación de la Universidad de Concepción las actividades académicas sean desarrolladas en edificios céntricos en arriendo. En 1924, en un texto publicado en la hasta hoy día existente Atenea –la revista de ciencias, letras y bellas artes que Molina anhelaba editar mientras leía las publicaciones producidas por las universidades norteamericanas–, el rector Molina deja en claro el programa que aspira desarrollar al interior de su ciudad universitaria:

Para dotar a sus Escuelas de edificios apropiados a la enseñanza, construye actualmente una casa en que funcionarán las Escuelas de Farmacia, Química Industrial y Medicina, y ha adquirido, en el barrio de la ciudad que más se presta a este objeto, un terreno de seis hectáreas de extensión donde se elevará la futura universidad, dotada de numerosos pabellones, campos de juego, piscinas, residencia y hogar de estudiantes, todo conforme a las más modernas exigencias de la edificación escolar. (1924, p. 68)

Si bien uno de los edificios se construye fuera del campus, lo que puede haber estado relacionado con las necesidades operativas de la universidad, tensionadas por los tiempos de ejecución del proyecto de la compra y urbanización del terreno definitivo, Molina entiende que si se quiere desarrollar el proyecto educativo en toda su potencialidad, este debe ser acometido en un área lo suficientemente amplia como dar cabida al complejo sistema pedagógico-cívico-urbanístico que significa la nueva Universidad de Concepción.1
Sería ingenuo pensar que la compra de los terrenos para el campus en 1923 y la construcción de una ciudad universitaria en Concepción fueran el resultado exclusivo y directo de la realización del viaje de Molina, pues estaríamos minimizando la participación de otros agentes de la mesa directiva del comité pro-universidad, así como la acción de otros actores que aportaron importantes ideas para la consecución del campus, como fue el caso de sucesivos concursos y propuestas de arquitectura y urbanización: las de Edmundo Eguiguren, Edmundo Arrau y Ricardo Zuleta (1925), el proyecto no construido para el Instituto de Fisiología del arquitecto Ricardo Müller (1927), el edificio de la Escuela Dental del arquitecto Arnoldo Michaelsen (1930) o la propuesta plan maestro de Karl Brunner (1931) (García, 2004 y Mawromatis, 2015). El presente artículo toma el viaje de Molina como una experiencia de formación del gusto de un mandante, que en los años venideros será la cara visible de un enorme intento de educación cívica a través de la construcción de una ciudad universitaria en Concepción, e interlocutor con los diferentes arquitectos y proyectistas que propondrán alternativas de ocupación para el terreno penquista.
Este artículo tomará como base el libro De California a Harvard: Estudio sobre las universidades norteamericanas y algunos problemas nuestros, publicado en Santiago de Chile en 1921. Es un hecho que el libro fue publicado con anterioridad a la compra de los terrenos (que se produjo en 1923) y la puesta en marcha de las obras (en 1928). En sus páginas están contenidas las tensiones que vivirá el proyecto universitario durante toda la década de 1920, y por lo menos hasta que el plan maestro trazado por Karl Brunner en 1931 consiga tomar forma y consolidarse tanto al interior de la directiva universitaria, como entre algunas autoridades nacionales que aún creían posible transformar el proyecto penquista en un apéndice regional de la Universidad de Chile.2 Desconocemos si el libro es la divulgación de notas de viajes escritas en cada lugar visitado o, si más bien, es una reflexión construida por Molina a la vuelta de su visita a Estados Unidos. Como sea, el texto entrega importantes apuntes sobre las características arquitectónicas y urbanísticas que le interesarán a Molina para llevar luego al sur de Chile. Encontraremos también a un autor que constantemente enfrenta sus deseos con las reales posibilidades de desarrollar, por lo menos en el corto plazo, un campus con los atributos de los visitados en Norteamérica.

ON THE ROAD: COAST TO COAST

Molina desembarca aparentemente en San Francisco, desde donde inicia su recorrido por el área más poblada de la Costa Oeste. En las primeras páginas de su crónica, hallamos al autor intentando desmitificar la idea de un far west californiano. En su documento, no queda claro qué era lo que esperaba encontrar. Sin embargo, sí nos deja en claro que queda maravillado con la red de pequeñas ciudades unida a través de la importante expansión de la red de carreteras asfaltadas. Ya en estas primeras páginas, Molina expresa algo que será recurrente en sus análisis de las ciudades universitarias norteamericanas: la relación entre lo construido y la naturaleza artificial, los edificios entre árboles, prados y grandes áreas verdes, que de alguna u otra forma permitirían desarrollar el intelecto en armonía con el entorno que se habita. No son pocas las veces que ocupa el adjetivo “pintoresco”para hacer referencia a esta localización de las universidades al interior de medios poco urbanizados, a veces totalmente rurales, donde los edificios universitarios se entremezclan con la belleza del paisaje. Cuando visita las lomas de San Francisco y Berkeley –aquellos barrios donde una década antes había sido construida buena parte de los proyectos residenciales de Coxhead– destaca algunos atributos que luego reconocerá en varios de los campus que visitará posteriormente: no existen cierres perimetrales; los lotes son totalmente abiertos a la calle. El campus de Berkeley, planificado por el arquitecto parisino Émile Bénard tras adjudicarse el concurso internacional de 1898, también tenía esta característica. Sin rejas ni límites físicos con el exterior del campus, el único acceso que puede ser clausurado es el de la vía principal, con el fin de prohibir la circulación a los vehículos motorizados.
Al circular por Berkeley, Molina describe los pabellones universitarios como “los palacios del parque”. Las diferentes facultades y departamentos ocupan edificios monumentales, “construidos de granito blanco y en muchas partes revestidos de mármol en el interior” (1921, p. 26). Sin embargo, lo que más llama la atención del viajero es la existencia de un campanil en el centro del campo de pabellones. Afirma que

se yergue el hermoso campanil […], como un gigantesco obelisco blanco, como un símbolo de idealismo. A cualquiera hora que se le contemple, produce una refrescante impresión de belleza y eleva los pensamientos a las regiones más altas de la vida espiritual. Uno se siente inclinado a ir a mirarlo a todo momento, en la mañana, en la tarde, en noches oscuras o a la luz de la luna. (Ídem, p. 27)

El campanil es relevante para Molina en cuanto elemento simbólico; no por nada será uno de los elementos que llevará para el proyecto de la ciudad universitaria penquista. En 1941, un par de años después del gran terremoto de Chillán, la Universidad de Concepción y el Municipio convocarán a un concurso para el diseño y construcción del campanil (¿será este obelisco también una representación de la ciudad que se vuelve a poner de pie?). La rectoría, encabezada por Molina, escogerá uno de estilo italiano, más parecido al visto en Berkeley que a la torre art-decó propuesta por Alberto Cormaches (García, 2004).3 En 1944, el año del 15º aniversario de la universidad, fue inaugurado el campanil junto a la Casa del Deporte. Como veremos en las siguientes páginas, las crónicas de viaje de Molina demuestran que su visión de proyecto universitario hacía del deporte una parte importante de la formación de los estudiantes. La universidad era el lugar privilegiado para hacer convivir a Atenas y Esparta.4
Podemos advertir cómo Molina va sintiéndose seducido por el modelo de campus universitario, en desmedro de facultades distribuidas en distintos lugares de la ciudad, lo que denomina como “universidades de metrópolis”, como veremos más adelante. La idea de una ciudad universitaria tiene mucho de iluminista: un ambiente controlado, donde sea posible desplegar al máximo las capacidades intelectuales, pero al mismo tiempo abierta a la sociedad a través de editoriales, departamentos de extensión, teatros y campos deportivos; un espacio de libre circulación del cual la ciudad pueda servirse. Cuando visita Stanford, destaca algo parecido del campus, al que describe como un lugar que da la impresión de un “grato y hondo recogimiento espiritual” (1921, p. 43). En ocasiones se cuela en los relatos de Molina una línea de interpretación parecida a la de Max Weber en La ética protestante y el espíritu del capitalismo –libro que también es tributario de un viaje a Estados Unidos en 1904–, como en este texto sobre la universidad en Palo Alto:

No hay aquí la magnificencia refinada de los palacios construidos para el placer de los monarcas de siglos de despotismo; pero sí, dentro de mayor sencillez, la misma grandiosidad de la concepción y el mismo aprovechamiento de la naturaleza para dar majestad y amplitud al ambiente. (1921, p. 45)

Molina describe la forma en que el capital de algunas ciudades norteamericanas se dota de centros académicos. Alejado de la ostentación aparente, varias de las ciudades optan más por construirse una tradición que aparente un carácter clásico, sin intentar sobresalir dentro del paisaje en que se localiza. Así describe los edificios de estilo gótico de Princeton y Chicago, “diseminados en los parques y escondidos a medias tras la espesa fronda” (ídem, p. 97). Tal vez la descripción del campus de Cornell sea una de las más poéticas que Molina desarrolle en su libro: “Se encuentra aquí una nueva confirmación del buen gusto, de la devoción con que los norteamericanos han buscado, donde les ha sido posible, la cooperación de las bellezas de la naturaleza en favor de la educación” (ídem, p. 113).
A pesar que en Concepción aún no se había hecho efectiva la compra de los terrenos al momento de publicar el libro, Molina seguramente ya tenía en mente una visión de dónde localizar su universidad al interior del área urbana de Concepción. Si bien pesan cuestiones económicas –el terreno que terminan adquiriendo es un humedal que debe ser drenado para ejecutar la urbanización–, la idea de una ciudad universitaria parque sólo puede ser alcanzada en el área de extensión de la ciudad, donde era posible conseguir un terreno grande que asegurase poner en disponibilidad espacios libres en las sucesivas fases de ejecución del proyecto.
Tal como Weber, Molina se interesa por la figura de Benjamin Franklin, de quien destaca que es el creador del primer instituto universitario de Norteamérica nacido no con fines religiosos sino con objetivos “ampliamente humanos”. El origen religioso de Harvard, orientada a mediados del siglo XVII a la formación de ministros para la colonia puritana de Massachusetts, le interesa como una historia de desarrollo institucional, pero no como un modelo práctico para su propia universidad. Más le llama la atención la estrategia de subsistencia de otro centro académico de la Costa Este, la Universidad de Brown en Providence, que logra subsistir a un período de penuria económica a inicios del siglo XIX gracias a la donación de 5000 dólares de Nicholas Brown. Esto da pie a que Molina discuta en varias ocasiones el modelo de financiamiento de las universidades privadas norteamericanas. Grandes donaciones de las principales fortunas de cada región (el matrimonio Stanford, que funda una universidad en homenaje a su hijo fallecido; el multimillonario John D. Rockefeller que aporta la mitad del financiamiento requerido para echar a andar la Universidad de Chicago y Henry Sage, que dona el edificio para la biblioteca de la Universidad de Cornell, entre otros), a su juicio orientadas más por el deseo de construir una base de formación de conocimientos científicos y técnicos, antes que como máquinas de aceleración de sus propios negocios. La filantropía norteamericana será uno de los elementos que Molina más envidiará cuando piense cómo sostener financieramente su propio proyecto universitario en el sur de Chile:

En Estados Unidos los millonarios hacen caer sin cesar una verdadera lluvia de oro sobre los institutos de educación. La mayor parte de las cátedras y cursos extraordinarios […] se mantienen con los intereses de capitales donados por particulares. Entre nosotros no acaece todavía proporcionalmente nada semejante. ¿Se les ha ocurrido a algunos de esos señores acaudalados que declaman en contra de los estudiantes y de la universidad, fundar algún curso permanente por el estilo? Jamás. ¿Se les ha ocurrido levantar un estadio o un gimnasio o abrir una biblioteca? Jamás. Sólo declaman. Parecen ignorar que obras son amores. (Ídem, p. 235)

Ni de cerca podrá construir un modelo así en Concepción, a pesar de contar con la participación de las elites locales en la conceptualización y financiamiento del proyecto, especialmente después de la creación del Sistema de Donaciones por Sorteo en 1920. Como la mayor parte de las universidades del país, la de Concepción se sostendrá financieramente a través de los aportes directos del Estado. Esto es advertido por Molina como una de los grandes lastres que cargarán las instituciones de educación superior chilenas: “Mientras la universidad no reciba una cooperación efectiva y generosa de los particulares y viva atada a los solos dineros del Estado le será imposible llenar la amplia misión social que se debe esperar de ella” (ídem, p. 236).
La encrucijada presupuestaria que vislumbra Molina está relacionada con un sistema de bienestar que observa en Estados Unidos. Residencias para los estudiantes segregados por género, sistema de salud, áreas deportivas, programa de extensión para la comunidad universitaria y habitantes de la ciudad, bibliotecas, laboratorios, auditorios, editoriales, revistas, así como una activa presencia de las autoridades y profesores en la formación del estudiante:

Siguiendo el ejemplo de las universidades alemanas y francesas, entre nosotros a los estudiantes después de la matrícula se les abandona a su suerte. Se presume que a esas alturas de la vida han alcanzado la madurez necesaria para saber manejarse por sí mismos. Muchas veces no pasa de ser esta una presunción gratuita y los pobres muchachos se hallan sumidos en una desorientación abrumadora. En Estados Unidos […], la universidad se preocupa desde el primer momento de la salud de los estudiantes, de sus habitaciones, de su moralidad, ejercicios y entretenimientos. Nada de esto ocurre aún en nuestro país. Se agrava esta situación de aislamiento en que queda el estudiante con el hecho de que por lo general los profesores se mantienen muy alejados de él. Se comprende que esto suceda así con profesores que no son universitarios de profesión. Están ahí sólo para hacer sus clases y no para ser psicagogos, conductores de almas. (Ídem, p. 231).

¿Cómo financiar todo eso sin disponer de grandes fortunas que sostengan el proyecto universitario? Y más aún, ¿existirán voluntades al interior de la universidad para desarrollar un proyecto pedagógico que “conduzca las almas” de los estudiantes? El desafío que se autoimpone Molina es de una magnitud tal que los sucesivos grandes proyectos urbanísticos para el campus –Brunner, 1931; Duhart, 1956; Depto. de Ingeniería UDEC, 1971– se vieron en la continua necesidad de repensar espacios de residencia, deporte, esparcimiento y servicios asistenciales a la comunidad, además de proveer recintos a facultades y departamentos en razón del sostenido aumento de la matrícula.

CULTURA, ESPÍRITU Y CUERPO

Si hay una institución al interior de las universidades que impresiona a Molina, es el museo. Central dentro de varias casas de estudio visitadas, el museo universitario es relevante como espacio de colección, investigación y extensión académica. Seguramente Harvard sea la universidad que más le interesa, principalmente por la calidad de uno de sus museos y la variedad temática que cubren. Además del museo de artes y sus colecciones de arte antiguo y renacentista, existían los de cultura germánica, zoología, botánica, mineralogía, geología, arqueología, etnología americana, cultura semita y medicina, cada uno con sus propias dependencias. Harvard no era la única; la Universidad de Chicago y su museo de arte oriental, lo mismo que la de Pennsylvania y su colección de arte grecorromano, y las pinacotecas de Stanford. Seguramente construir una colección de arte fuera un anhelo de Molina y de distintos agentes que hacían parte de aquel primer comité pro-creación de la universidad, pues las artes eran parte importante del proyecto liberal, laico y modernizador que se intentaba construir para el sur de Chile desde la Universidad de Concepción. Si bien no es central en este texto, posteriores investigaciones debieran indagar en las razones de por qué la universidad penquista sólo consigue consolidar institucionalmente su pinacoteca a mediados de la década de 1950, con la llegada de Tole Peralta a la dirección de la Academia Libre de Bellas Artes y el apoyo del rector David Stitchkin (Echeverría, 2004).
El proyecto laico promovido por Molina para la Universidad de Concepción –que hace parte de una discusión más amplia en la sociedad chilena que acabó traduciéndose, a través de la Constitución de 1925, en la separación formal de la Iglesia Católica y el Estado– comparece en varios pasajes y observaciones de su viaje. En este sentido, tal vez uno de los lugares más destacados por Molina sea un templo ecuménico existente en Stanford. ¿Lo asimilaba a la Logia Masónica de Concepción? Imposible saberlo. Sin embargo, concibe como importante la existencia de un lugar dentro de la universidad donde cualquiera pueda tener un momento de espiritualidad:

[Uno] entraba silenciosamente y se acomodaba en los asientos con entera libertad, sin pose, sin preocuparse del vecino y buscando sólo lo que podríamos llamar en confort para su mayor abstracción mental. Seguramente muchos comulgaban en diferentes credos, quién sabe cuántos no tenían ninguno, pero en todos había de común que iban tras un momento de reposo y elevación espiritual. (Molina, 1921, p. 58)

Otro de los aspectos que llaman la atención a Molina en su recorrido es la relevancia dada al deporte en las universidades norteamericanas, y muy especialmente la infraestructura existente al interior de los centros académicos. En una descripción que mucho se parece a algunas de las escenas del largometraje College (1927) de Buster Keaton, Molina destaca la utilización de las extensas áreas verdes en Stanford para la práctica deportiva:

[Los estudiantes] dedican bastante tiempo a los deportes y al entrenamiento (perdóneseme el término si no es castizo) para las partidas de football americano en que compiten frecuentemente con la muchachada de otros institutos. Era muy interesante ver a medio día y sobre todo en la tarde, a gran número de jóvenes, casi desnudos, sin otra vestimenta que algo semejante a un traje de baño más corto que los ordinarios. Corren libremente por las avenidas del parque o juegan a diversos juegos en el estadio; y es hermoso contemplarlos ágiles, alentados, cantando sus entusiastas coros y con los musculosos brazos y piernas sonrosados por el fresco viento de fines de otoño o de invierno. (Ídem, p. 39)

El fútbol americano como fenómeno universitario, pero también nacional, lo motiva a seguir discutiendo sobre los recintos deportivos existentes al interior de los campus, tal como cuando enumera algunos de los elementos que más le llamaron la atención de su visita a Princeton.5

El gimnasio de Princeton es uno de los más amplios y mejor equipados de todo el país. En lo que podríamos llamar su piso inferior o subterráneo […] se halla un hermoso estanque enlozado para baños. La universidad ostenta al aire libre un gran estadio de piedra y cemento. Una extensa arcada forma su contextura exterior; parece un medio anfiteatro o un teatro clásico restaurado y, en la llanura verde, ligeramente ondulada y de dulce horizonte, el conjunto evoca perspectivas de la campiña romana. Tiene capacidad para treinta o cuarenta mil personas, porque a las partidas de football que los estudiantes de Princeton sostienen con Harvard, Yale u otras universidades, acuden espectadores de toda la Unión. (Ídem, p. 98)

Sin dudas que la escala debe haber sido impresionante para cualquier visitante a los estadios de los campus universitarios de la década de 1910, pues la capacidad de estos recintos de diseño neoclásico sólo rivalizaba con la de algunos recintos británicos, especialmente aquellos diseñados por el arquitecto Archibald Leitch. Sin embargo a Molina no sólo le interesan las infraestructuras, sino también las prácticas. Exámenes médicos, mediciones antropométricas y cursos de educación física obligatorios para quienes tienen “una salud y un desenvolvimiento corporal no satisfactorios” (ídem, p. 194), como los que tienen lugar en la Universidad de Wisconsin, son valorados por el intelectual chileno, en la medida en que representan una preocupación por el bienestar de los estudiantes de parte de las instituciones académicas.

LA METRÓPOLIS, LA VICIOSA

Tras visitar Boston, Molina sigue su viaje hacia los estados de Pennsylvania y Nueva York, en donde visitará dos instituciones académicas que denomina “universidades de metrópolis”: la Universidad de Pennsylvania en Filadelfia y la de Columbia en la ciudad de Nueva York. Si bien en ambas destaca el prestigio de sus programas de estudio, así como la calidad de sus bibliotecas, museos y edificios institucionales, deja en evidencia su predilección por los campus universitarios, en desmedro de los edificios dispersos por la ciudad. Es evidente también cómo Molina mira con preocupación la convivencia espacial de estudios y entretención en la ciudad, más si esta implica actividades nocturnas:

Pero a Columbia le falta lo que podríamos llamar esa personalidad material que distingue a las universidades erigidas en el campo o en pueblos pequeños. No puede levantarse como se alzan la de California en Berkeley, la de Wisconsin en Madison y la de Cornell en Ithaca, señeras, soberanas y dominantes, desde lo arquitectónico, por la originalidad y belleza de sus construcciones, hasta lo espiritual por el lugar preponderante que ocupan en la conciencia de las poblaciones que las rodean. Columbia en Nueva York es algo grande al lado de muchas otras casas grandes. Establecida definitivamente en Morningside Heights, en un lugar que pareciera un tiempo enteramente apartado de la ciudad, se encuentra hoy, a causa del inmenso crecimiento de esta, en uno de los barrios más densamente poblados de Uptown, estrechada por residencias colosales, y al lado de Broadway, la arteria gigantesca donde deslumbran y atraen al transeúnte brillantes tiendas y almacenes de toda especie, teatros, restoranes, biógrafos y cabarets. (Molina, 1921, p. 108)

A pesar de esta mirada, Molina destaca que Columbia tiene también “las ventajas que resultan de estar en medio de un gran centro de cultura, del primer centro del Nuevo Mundo”. De cierta forma, Molina se coloca en una posición subalterna, hasta provinciana, pues sólo una ciudad con la densidad cultural neoyorquina podría hacer contrapeso a los vicios de la vida metropolitana. ¿Cómo podría Concepción, una ciudad con más cantinas que bibliotecas, sin museos ni prensa especializada en temas culturales, ofrecerle algo a la universidad? Solo valdría la pena someterse a la metrópolis y sus vertiginosas pautas cotidianas en Nueva York. Para el resto, mejor optar por la quietud, la calma y la concentración. Un discurso dado por Molina en 1944, durante el 15º aniversario de la fundación de la Universidad de Concepción, es demostrativo de esta idea:

La ciudad universitaria crea un ambiente hogareño y de camaradería. Los primeros cimientos de la nuestra se pusieron a fines de 1928, de suerte que se encuentra en la primavera de los quince; pero su belleza –pues, quizás por el amor que le tenemos, la creemos bella– no es la belleza inquietante de la mocedad sino la más tranquila de cierta madurez. Todo comunica ahí placidez y serenidad y permite el perfecto reposo que sólo se logra cuando se unen en un mudo abrazo el silencio y lo bello. (Molina, 1944, p. 86)

El plan proyectado en De California a Harvard… ya había tomado forma en 1944. Varios edificios habían sido construidos, mientras que varias operaciones inmobiliarias –previas y posteriores al terremoto de 1939– habían ido construyendo lo que hoy se conoce como “Barrio Universitario”. La ciudad universitaria opera en una doble condición: hacia adentro es reposo, silencio, placidez y serenidad. Hacia afuera es un área de Concepción ya conectada por una moderna diagonal con el centro de la ciudad, mientras que varios de los residentes del vecindario son profesores de la casa de estudios que han decidido encargar viviendas cuyos diseños siguen los preceptos del movimiento moderno. De cierto modo, el Barrio Universitario es la frontera de un campus universitario que decide no tener rejas. El barrio sirve como espacio de transición entre la tranquilidad interior y el ruido de la vida mundana de la ciudad, es una operación inmobiliaria que a través de la restricción de los usos del suelo garantiza cierta intimidad a la universidad respecto de la ciudad.


Figura 1:
Clase de gimnasia, Berkeley, Universidad de California, 1911. Fuente: Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos.

Figura 2: Ilustración del campus de la Universidad de Cornell, Ithaca, NY, c. 1920. Fuente: Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos.

Figura 3: Estadio de Fútbol Americano, Universidad de Yale, New Haven, CT, 1914. Fuente: Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos.


Figura 4:
Universidad de Columbia, Nueva York, 1916. Fuente: Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos.

IDEAS FINALES

La expedición académica de Molina resulta de una extrema relevancia para consolidar su visión respecto al modelo universitario que debía ser desarrollado en Concepción. Visto en retrospectiva, parece un viaje ambicioso para provenir de una ciudad que ni siquiera era la capital de un país periférico en el concierto internacional de producción de saberes. Molina, filósofo interesado en las producciones de pedagogos y cientistas sociales producidas en los Estados Unidos –durante su carrera produce textos sobre el pragmatismo de William James, George Santayana y la relación de esta corriente filosófica con el pensamiento de Henri Bergson (Da Costa Leiva, 1994)–, centra su interés en Estados Unidos, más allá que hubiese visitado universidades europeas años antes de la Primera Guerra Mundial. Desconocemos los detalles sobre cómo se gestan las invitaciones de las universidades norteamericanas y el porqué de su interés en recibir a un educador chileno. A la hipótesis del panamericanismo pedagógico6 podemos añadir el interés que suscita en Molina una arquitectura escolar distinta a la que venía siendo construida en el país y en América Latina. A través de su recorrido, el educador va construyendo un argumento favorable a adoptar el campus como forma arquitectónica y urbanística.
A las características físicas que descubre en las dependencias de universidades como Cornell o Wisconsin (¿no es la geografía de Madison de lo más parecido a Concepción que se puede encontrar en Estados Unidos?), donde la escala de las obras y la relación con el paisaje parecen seducirlo para replicarlas en algún terreno de la ciudad penquista, se suma el modelo financiero norteamericano como centro de su interés. La universidad norteamericana dispone de una serie amplia de prestaciones y amenidades para estudiantes y público externo, que implican enormes gastos de mantenimiento. Molina entiende que la compra del terreno para la Universidad de Concepción es sólo un primer paso para una misión que deberá sostener a largo plazo. A su juicio, adoptando el formato de ciudad universitaria, su casa de estudios conseguirá proveer ese acceso al bienestar, constituyéndose además en un foco cívico para la ciudad y la región sur del país. La realización de sucesivos planos maestros desde 1931 da cuenta de la complejidad de administrar un proyecto de esa envergadura y pretensiones.
Sin embargo, Molina prevé las dificultades presupuestarias que se mantendrán en el tiempo, en la medida en que su universidad tenga al Estado como único sostén presupuestario. Su interés por la acción filantrópica norteamericana es recurrente a medida que recorre Estados Unidos de oeste a este. A pesar de su condición de proyecto educativo privado, la Universidad de Concepción mantendrá su funcionamiento durante el siglo XX principalmente a través de los aportes fiscales. Esta discusión, contemporánea como pocas en la última década en Chile, agrega un nuevo punto de vista desde el cual analizar el pensamiento de Enrique Molina. Bajo qué fórmula participan los privados en la provisión de educación y hasta dónde debe llegar el aporte público a proyectos particulares son preguntas que Molina levanta a lo largo de su viaje por Estados Unidos, a sabiendas de que las respuestas incidirán directamente en conseguir dar una particular forma edificada, el campus, a su proyecto pedagógico regional.

NOTAS

1. En 1924, Molina señala que al momento de compra de los terrenos, la universidad contaba ya con cuatro Escuelas operativas –Farmacia, Dentística, Química Industrial y el curso de Inglés de la Escuela de Pedagogía–, además de una sección popular que funcionaba en la ciudad-puerto de Talcahuano, que impartía cursos técnicos y cátedras de cultura general. Sumando ambas áreas, la matrícula de la Universidad de Concepción alcanzaba los quinientos alumnos. La ciudad, según el Censo de 1920, tenía 72.071 habitantes en áreas urbanas, mientras que 24.012 personas residían en el puerto de Talcahuano.

2. En 1928, mientras Enrique Molina realizaba su viaje a Europa como Superintendente de Educación Pública del Ministerio de Instrucción Pública, el rector de la Universidad de Chile, Daniel Martner, visitó Concepción. Su objetivo era conseguir el traspaso de la Universidad de Concepción al Estado chileno. La propuesta no prosperó por oposición de la Corporación rectora de la universidad penquista, que abogaba por mantener el carácter privado y regional del proyecto (García, 2004).

3. La ciudad de Concepción, post-terremoto, no se opone a adoptar al funcionalismo arquitectónico. Basta pensar en algunas obras, como los Tribunales de Justicia del arquitecto Orlando Torrealba, la diagonal Pedro Aguirre Cerda o el mercado de Tibor Weiner y Ricardo Müller, así como la actuación profesional de Santiago Aguirre, Inés Frey y Jorge Aguirre, entre otros. Sin embargo, en la opción de Molina por el eclecticismo se ve la persistencia de la frase dicha por un funcionario de la Universidad de Chicago al verlo deslumbrado por las lujosas dependencias de los edificios de estilo gótico que remitían a las “históricas casas de Oxford y Cambridge”. En aquel pasaje de la crónica, el secretario le señala que todos los visitantes admiran “nuestro ready made antique”, es decir, una arquitectura que rápidamente evoque tradición, prestigio y pasado para la principal institución académica de una ciudad en vertiginosa transformación desde las últimas décadas del siglo XIX.

4. Agradezco a Gonzalo Cáceres Q. por el comentario y la metáfora.

5. Mardges Bacon (2001) destaca la vista de Le Corbusier al estadio Palmer de Princeton en 1935. Según la autora, aquella visita habría llamado poderosamente la atención al arquitecto suizo, en cuanto experiencia pública y masiva de la sociedad norteamericana. Aquel proyecto le habría servido como referencia para el centro deportivo no construido de París (1936-1937).

6. La Universidad de Concepción mantendrá una relación continua con las universidades norteamericanas. El rector Stitchkin fue invitado a la Universidad de California en 1956, mientras que Ignacio González Ginouvés visitó la Universidad de Minnesota en 1964. Ambas visitas técnicas sirvieron para el desarrollo de planes maestros para la ciudad universitaria (García, 2004).

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

1. Bacon, M. (2001). Le Corbusier in America. Travel in the Land of the Timid. Cambridge, Estados Unidos: The MIT Press.         [ Links ]

2. Da Costa Leiva, M. (Comp.) (1994). Enrique Molina Garmendia. Obras completas. Concepción, Chile: Editorial Universidad de Concepción.         [ Links ]

3. De Grazia, V. (2006). Irresistible Empire America’s Advance through Twentieth-Century Europe. Cambridge, Estados Unidos: Mass Belknap London.

4. Echeverría, A. (2004). Pinacoteca de la Universidad de Concepción. Atenea, 490, pp. 158-173.         [ Links ]

5. García, J. (2004). El Campus de la Universidad de Concepción. Su desarrollo urbanístico y arquitectónico. Concepción, Chile: Ediciones Universidad de Concepción.         [ Links ]

6. Mawromatis, C. (Ed.) (2015). Karl Brunner en Chile. Urbanismo Revisitado. Santiago de Chile, Chile: Facultad de Arquitectura y Urbanismo - Universidad de Chile.         [ Links ]

7. Molina, E. (1921). De California a Harvard. Estudio sobre las universidades norteamericanas y algunos problemas nuestros. Santiago de Chile, Chile: Soc. Imprenta Litografía Universo.         [ Links ]

8. Molina, E.  (1924). La Universidad de Concepción (breve reseña de su labor). Atenea, 1, pp. 67-69.         [ Links ]

9. Molina, E.  (1944). Discursos universitarios. Santiago de Chile, Chile: Editorial Nascimento.         [ Links ]

10. Zusman, P. (2011). Panamericanismo y conservacionismo en torno al viaje de Theodore Roosevelt a la Argentina (1913). Modernidades. La historia en diálogo con otras disciplinas, 1 (11), año 6. Disponible en línea en <www.publicaciones.ffyh.unc.educ.ar>         [ Links ].

 

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