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Anales del Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas. Mario J. Buschiazzo

On-line version ISSN 2362-2024

An. Inst. Arte Am. Investig. Estét. Mario J. Buschiazzo vol.47 no.2 Buenos Aires Dec. 2017

 

RECENSIONES BIBLIOGRÁFICAS

Recuerdos del diseño industrial

25 casos de diseño “grosso”.  Argentina (1920-1981)
Iglesia, Rafael E. J. Buenos Aires, Argentina: Diseño Editorial, 2016, 283 páginas.

¿De qué hablamos cuando hablamos de diseño? Pareciera que esta pregunta sobrevuela el ensayo de Rafael Iglesia a lo largo de sus más de doscientas ochenta páginas.
En primer lugar, la noción comprende solo el diseño industrial, y a esa rama se dedican los 25 casos “grossos”. Es posible que ciertos autores –no sin argumentos válidos– objeten que algunos casos no pertenecen al universo de “lo diseñado”. Tan es así que la lista integra productos de autores reconocidos y de fama internacional (el sillón BKF), y objetos de uso popular y origen desconocido, recreados mil veces en diferentes formas, materiales y estéticas, como el recipiente para tomar mate.
En segundo lugar, ¿por qué “grosso”? Para los lectores de otros países hispanohablantes, la palabra puede remitir únicamente a las acepciones de la voz italiana “grosso”, que en un principio obvio significa ‘grueso’, pero que es realmente polisémica, en tanto y en cuanto también puede, según el contexto, significar ‘grande’, ‘largo’, ‘macizo’, ‘espeso’, ‘extenso’, ‘vasto’, ‘denso’, ‘viscoso’, ‘considerable’, ‘corpulento’, ‘relevante’ o ‘conspicuo’. Estos significados, que aluden a lo ‘destacado’, ‘memorable’, ‘bello’ o ‘trascendente’, son los que mejor se adaptan al uso que el autor hace del vocablo.
Esta polisemia, no exenta de ambigüedad conceptual, resulta conveniente para presentar una colección de objetos cuyo conjunto –desde una lapicera fuente hasta un avión a reacción– complicaría cualquier orientación epistemológica. Sin embargo, todos ellos pertenecen a una misma cultura material, situada y personal, como resultado de la intercepción de factores sociales, políticos o económicos, que integran la disciplina del diseño a otras de inevitables dimensiones sociológicas, antropológicas y psicológicas.
Iglesia indica que es una “pseudo historia del diseño en la Argentina a mediados del siglo XX” y anota que es “pseudo” porque no incluye ciertas formalidades académicas, pero sí historia, en cuanto ejercicio narrativo, “como un cuento que se narra en cualquier reunión de amigos”. En este sentido, también resulta pertinente aclarar que la idea de “Argentina” expuesta en el título no define solamente un recorte geopolítico. Más bien busca incluir objetos y productos de diseño de amplia popularidad en el país y no necesariamente de autoría nacional. Esta aclaración valdría para considerar en la lista otros productos extranjeros, por ejemplo muebles como el sillón Barcelona, de Mies van der Rohe, de 1929, y varios diseños de Ray y Charles Eames, George Nelson o Eero Saarinen. También  automóviles: el jeep Willys, de 1941; el Citroën 3cv (¿2cv?), de André Lefebvre, Pierre-Jules Boulanger y Flaminio Bertoni (1948); y el FIAT 600, de Dante Giacosa (1955), aquí denominado en su apodo criollo: “Fitito”; incluso la lapicera homónima de Kenneth Parker (1941), entre otras creaciones que se instalaron y difundieron masivamente en el país. Una particular atención recibió la producción industrial de los gobiernos peronistas, tema bastante ausente en nuestra historiografía, con referencia a los aviones Pulqui, la moto Puma, el auto justicialista Gran Sport y el Rastrojero, este último, una colaboración de Sergio Rybak.
En la lista y para confirmar que en Iglesia la idea de diseño es una nota más dentro del gran concierto del habitar, surge impar el colectivo, una especie de emblema (real o imaginario) de la creatividad argentina, cuyo grado de mutación y diversidad solo es comparable al del mate.
El autor cita a Aldo Rossi para indicar que todos, en definitiva, son objetos de afecto salidos del desván de su memoria, según declara en la introducción: “No son necesariamente ni los mejor diseñados, ni los más atractivos, ni los más eficaces. Son simplemente algunos productos industriales que contaron en la vida argentina, en determinado momento, ya sea en la vida cotidiana como en la vida imaginaria”. Iglesia es un testigo privilegiado y un autor atento, cuyo testimonio resulta irremplazable al momento de construir una historia del diseño industrial en la Argentina, aún por escribirse.
El libro puede despertar sensaciones dispares. Cada uno puede escribir una lista propia y discutir, como el inefable John Wilkins imaginado por Borges, los criterios para organizarla. Se podrá objetar la adjetivación, las categorías analíticas y, en definitiva, la selección misma. Pero ¿quién se atreve a discutir los recuerdos de una vida?

Horacio Caride Bartrons.

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