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Anales del Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas. Mario J. Buschiazzo

On-line version ISSN 2362-2024

An. Inst. Arte Am. Investig. Estét. Mario J. Buschiazzo vol.47 no.2 Buenos Aires Dec. 2017

 

RECENSIONES BIBLIOGRÁFICAS

La invención de la Historia de la Arquitectura

Designing Antiquity. Owen Jones, Ancien Egypt and the Crystal Palace
Moser, S. New Haven, Estados Unidos: Paul Mellon Centre for British Art, Yale University Press, 2012, 320 páginas.

El Palacio de Cristal, levantado en Londres para la Gran Exposición de 1851, integró uno de los capítulos más conocidos de la historia de la arquitectura y los diseños. Se trataba de un gigantesco invernadero de más de 564 m de frente (1851) imaginado por Joseph Paxton para albergar una muestra de todas las artes y las industrias de su tiempo, en la Gran Bretaña imperial y victoriana. Fue la primera exposición de su tipo, y el edificio, reconocido como uno de los grandes antecedentes de la espacialidad moderna. No menor es el hecho de que varios de los objetos que allí se exhibieron, a menudo tuvieron un puesto destacado en las futuras historias del diseño industrial, gráfico, textil y de las artes decorativas y aplicadas. El conjunto no pudo haber sido más legendario.
Sin embargo, prácticamente desconocida es la historia del Palacio de Cristal, luego de su traslado al parque de Sydenham, al sudeste de Londres. Relocalizado tres años después, parte del enorme espacio – casi toda el ala norte, de unos 10.000 m– fue ocupado por una serie de recreaciones de arquitecturas del pasado. Dos grandes patios dedicados al arte grecolatino y medieval estaban acompañados de varios courts:egipcio, griego, romano, bizantino, medieval y renacentista. Uno más celebraba la arquitectura de Asiria en Nínive; y otro, el Islam español, mediante una reproducción del Patio de los Leones de la Alhambra. El edificio y su interior continuaron en pie hasta que un pavoroso incendio destruyó las instalaciones en 1936.
En una edición sumamente refinada, Stephanie Moser se ocupó especialmente de la recreación de la arquitectura egipcia y de la figura de Owen Jones, arquitecto y decorador, quien fue el artífice de toda la exposición. Una mención aparte merecen las atractivas ilustraciones, que incluyen desde infrecuentes fotos a color de la época hasta reconstrucciones digitales de los espacios. El texto se divide en nueve capítulos. Los tres primeros se ocupan respectivamente de los “diseñadores” del siglo XIX (a Moser parece no molestarle el anacronismo) y su relación con la antigüedad, de Egipto como inspiración y de los estudios sobre las culturas del pasado como reformadores del diseño de su tiempo. Los dos capítulos siguientes se dedican al Patio Egipcio, el objeto de estudio central. La mirada de los visitantes y las maneras de recorrer la exposición son tema del capítulo sexto. Finalmente, la influencia de la exposición para las bellas artes, en general, y para los estudios egiptológicos, en particular, es tema de los capítulos séptimo a noveno.
El Patio Egipcio (el más complejo de todos) era en realidad una caprichosa conjunción de algunos de los grandes logros de la arquitectura faraónica. Incluía parte de la sala hipóstila del templo de Karnak, (a dos quintos del original); un museo; un sector de la tumba de Beni Hassan; un pequeño “patio de Amenofis III” y otros dos más grandes, que recrearon algo de la ornamentación del templo de Isis en Filé. Pero sin duda, el público quedó impresionado con dos de los cuatro colosos del templo de Ramsés II en Abu Simbel representados a escala real, con unos 22 m de altura. Todo el grupo estaba policromado, quizás hasta lo inexplicable. Pero recordemos que Jones había viajado a Egipto en 1832, y había visitado y registrado muchos monumentos cuando aún conservaban parte de su ornamentación y colorido original.
Moser intenta trasmitir una idea simple pero poderosa: más allá de las críticas obvias y fáciles a una exposición que rayaba en lo caricaturesco, logró que la sociedad victoriana –y algunas generaciones posteriores– paseara entre las columnas de Karnak o apreciase las estatuas de Abu Simbel. En su hipótesis, el evento impulsó tremendamente los estudios sobre la arquitectura del pasado, como un tren con Egipto como locomotora (recientemente inventada), que arrastró al resto de los vagones hacia una nueva era para las investigaciones académicas y científicas.
Es muy factible que el proceso que iniciaron loscourts del Crystal Palace de 1854 fuese la motivación de textos posteriores, como los trabajos de historia de la arquitectura publicados por James Fergusson en 1865. La consagración del canon instalado por la exposición cumpliría un ciclo en 1896, con la publicación de la célebre Historia de la arquitectura por el método comparado, de Banister Fletcher.
El texto de Moser recupera un mundo desaparecido. Pero en la operación aparecen varias preguntas, aún sin responder, que vinculan la exposición a un eje argumental más complejo, y la ubican en una secuencia que incluye al programa mismo de la historia antigua y medieval que aún enseñamos en las escuelas de arquitectura.

Horacio Caride Bartrons

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