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Anales del Instituto de Arte Americano e Investigaciones Estéticas. Mario J. Buschiazzo

On-line version ISSN 2362-2024

An. Inst. Arte Am. Investig. Estét. Mario J. Buschiazzo vol.48 no.1 Buenos Aires June 2018

 

Carta del Director

Suele atribuirse a Empédocles el mérito de poner en circulación el principio –de dilatada fortuna en la posteridad– de los cuatro elementos. Mientras su ciudad, Agrigento, en la costa sudoeste de Sicilia, culminaba la construcción de sus grandes templos dorados, él elucubraba la teoría de que todas las cosas del mundo se componen por la mezcla de cuatro, y solamente cuatro, elementos primarios, en sí mismos homogéneos e indestructibles: la tierra, el agua, el aire y el fuego.
Este volumen 48 de los Anales del IAA, preparado por el Programa de Arquitectura y Construcción con Tierra (Arconti) apunta precisamente a uno de esos cuatro elementos para examinar todas las actividades y significaciones que lo rodean como materia y como noción propiamente dicha. La tierra será lo que nuestro pensamiento haga de ella, se integrará en el marco de las diferentes matrices culturales, con sus respectivos lenguajes, técnicas, valores y narraciones, y en los muy distantes climas y geografías que van de los Alpes a la Puna y del Chaco a Mesoamérica.
En América, Empédocles se encuentra con la Pachamama. Dijo tiempo ha Rodolfo Kusch:

En Buenos Aires nunca llegaremos a ser ni magos ni brujos, porque no creemos en el cuento de los cuatro elementos. Desde muy antiguo, una buena magia consistía en dominar el agua, la tierra, el fuego y el aire, eran los cuatro elementos que constituían el universo y que mantenían cierto elemento estable, hasta el momento en que ellos se independizaban y ocurría un cataclismo. Los incas llamaban a esta rebelión “pachacutiy”; o sea, “cutiy”, ‘revolver’, y “pacha”, ‘tiempo’ o ‘tierra’... Pero en Buenos Aires ningún rastro ha quedado de los cuatro elementos. Mejor dicho, los hemos envasado. El agua viene por las cañerías, el fuego se administra en garrafas, el aire se llama aire acondicionado y la tierra... Bueno, la tierra es barrida prolijamente por el ama de casa para que resalte el brillo de los pisos.

Las tensiones y las vicisitudes de la arquitectura, el territorio y el patrimonio no son ajenas a estas imágenes. Al cumplirse 70 años de nuestra revista, Anales 48 regresa a la tierra para renovar y expandir estos antiguos y vigentes intereses. Ya en el Anales 1, de 1948, Manuel Augusto Domínguez se refería a los aspectos materiales de la vivienda colonial porteña y daba cuenta de una evolución que llevó de la tierra manejada en forma simplemente “telúrica” a una mayor elaboración que denominaba “latericia”. Pasando por el pertinente estudio de la capilla abierta de Copacabana presentado por José de Mesa y Teresa Gisbert en Anales 15, de 1962, se llegaba al concepto actual de “arquitectura de tierra” formulado a propósito de la región andina, por Graciela Viñuales, en Anales A27-28, de 1989-1991.
Pensando más y más en la tierra, viene a cuento citar a Charles Baudelaire: “… cuanto más sea la materia, en apariencia, positiva y sólida, más sutil y laboriosa es la necesidad de la imaginación”.

Mario Sabugo
Director del IAA.

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