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Boletín de Estética

versión On-line ISSN 2408-4417

Bol. estét.  no.52 Buenos Aires set. 2020

 

COMENTARIOS BIBLIOGRAFICOS

NicolásKwiatkowski. “Fuimos muy peores en vicios”. Barbarie propia y ajena, entre la caída de Constantinopla y la Ilustración. Buenos Aires: Eudeba, 2020, 333 páginas

María Juliana Gandini1 

1IDECU (UBA-CONICET) UNLU

El libro de Nicolás Kwiatkowski, “Fuimos muy peores en vicios”. Barbarie propia y ajena, entre la caída de Constantinopla y la Ilustración (Eudeba, 2020) está dedicado al análisis de los distintos sentidos y representaciones que tuvo la barbarie durante la modernidad clásica (siglos XV a XVIII). Sostiene que si bien no hay sociedad que no haya desarrollado un sistema para discernir lo propio de lo ajeno (esto último, por lo general, en términos poco halagüeños), la expansión ultramarina y los procesos de colonización resultaron en una mundialización de las categorías etnográficas europeas, donde la barbarie tiene un lugar central. Como queda demostrado en el desarrollo del libro, las distintas perspectivas temprano-modernas sobre ella constituyeron el sustrato a partir del cual se construirían las ciencias del hombre. Este solo hecho ya justifica la relevancia del problema abordado en la obra, en cuyo análisis se consideran fuentes muy diversas y representativas de la miríada de instancias en que los europeos temprano-modernos pensaron distintos fenómenos culturales y sociales a través del prisma de la barbarie.

En el desarrollo de la argumentación, las continuidades que pueden establecerse entre los bárbaros de Heródoto de Halicarnaso y los nobles salvajes de Jean-Jacques Rousseau no son más importantes que las fracturas y cambios de sentido que Kwiatkowski rastreó en el tiempo, el espacio y las experiencias de los europeos con “propios” y “ajenos”. La propuesta del autor se aleja de explicaciones generales o deterministas, sea que consideren una continuidad demasiado rígida (y anacrónica) en la definición de la barbarie, o que reduzcan su papel a un mero ejercicio de poder colonial. Porque si bien es cierto -y evidente a esta altura del debate- que la génesis y los usos de la noción de barbarie estuvieron teñidos de prejuicios etno(euro)céntricos, no es esto lo único relevante que puede decirse tras desandar sus tantísimas apariciones. En este registro de la variedad, las discontinuidades y lo particular, el libro realiza un aporte valioso y profundamente histórico a la comprensión de la sensibilidad, los límites y las posibilidades que revistieron las categorías antropológicas con las que los europeos pensaron a sus alteridades culturales y, también, a sí mismos.

El libro está dividido en tres capítulos, enmarcados por una introducción y las respectivas conclusiones. El primero, titulado “El mundo antiguo y el medioevo”, se centra en los antecedentes clásicos y medievales de la noción de barbarie. Si bien el etnocentrismo griego, romano y cristiano colocó a los bárbaros en un lugar de inferioridad, fueron definidos utilizando criterios muy distintos (lingüísticos, conductuales, espaciales, políticos, religiosos). En consecuencia, la barbarie fue considerada ya una naturaleza inalterable en la tradición aristotélica; una frontera que podía cruzarse adoptando nuevas costumbres, en el helenismo y con la romanización; o una distinción religiosa que reconocía un llamado universalista, como planteaba el cristianismo. El segundo capítulo, “Viejos y nuevos mundos”, está dedicado al análisis de la barbarie en los siglos XV a XVII. En este período, sus sentidos se ampliaron considerablemente, acompañando los crecientes conflictos con los musulmanes en el Mediterráneo, los nuevos contactos con sociedades ultramarinas a partir de los viajes de exploración y los procesos de conquista, y la crisis político-religiosa dentro del mundo europeo. Si bien las sociedades consideradas bárbaras siguieron siendo vistas en una situación de desventaja respecto de la forma de vida de los europeos, el autor detectó que la propia aplicación del concepto a grupos tan distintos provocó una intensa movilidad de las ideas etnográficas tradicionales. Así, la renovada percepción de la diferencia cultural encontró expresión a través de la vieja categoría de la barbarie, que funcionó también como un dispositivo de auto-reflexión en el contexto de la fractura de la cristiandad occidental. El tercer capítulo, “Las Luces”, aborda las múltiples perspectivas sobre la barbarie formuladas en la Ilustración. Una de las más importantes fue su re-conceptuali-zación como un estadio en una teoría general del desarrollo humano. Pese a la popularidad de este enfoque, los juicios sobre las potencialidades y características del “estado de barbarie” fueron también muy variados. La capacidad inventiva atribuida a los bárbaros del presente y del pasado (donde se incluían los europeos), los elogios y críticas al primitivismo encarnado en la figura del “buen salvaje”, el énfasis colocado en el desarrollo cultural o en las formas de subsistencia o, finalmente, la crítica abierta a la brutal colonización del mundo ultramarino, evidencian la multiplicidad de las actitudes ilustradas respecto de la alteridad cultural, habitualmente pintadas con tonos demasiado homogéneos.

Podemos indicar cuatro importantes aportes que el libro realiza a la historia cultural, en general, y al estudio de las ideas y representaciones antropológicas europeas temprano-moder-nas, en particular. La primera es el valor de las anomalías como emergentes de relaciones y procesos históricos que suelen no ser percibidos desde perspectivas generalizadoras. Los casos “extraños” son tan reveladores de la sociedad que los produjo como aquellos que se ajustan más a los grandes trazos de cada período, ya que “en rigor, el ‘hápax’ no existe” (Carlo Ginzburg, El hilo y las huellas, Buenos Aires, FCE, 2010: 370). Explicar esas tramas en apariencia anómalas incrementa -en tanto complejiza- nuestro entendimiento del pasado. En el caso de la barbarie, Kwiatkowski destaca tantas excepciones y desviaciones como generalizaciones pueden establecerse sobre sus usos en la modernidad clásica. Por ejemplo, el abordaje de la antropofagia en el Nuevo Mundo o del sati en la India como hechos sociales que puede encontrar paralelos en la conducta de los europeos; la formulación de algunas raras críticas a las sociedades china y japonesa; o los reconocimientos puntuales a la tolerancia de los turcos, son ejemplos (de los muchos posibles) que permiten descubrir el valor explicativo de lo anómalo e incorporar más alternativas al análisis del problema abordado y sus posibles ramificaciones.

En segundo lugar, se destaca el interés por rastrear la ambivalencia. Kwiatkowski demuestra que el sentimiento de superioridad y seguridad cultural que tantas veces acompañó a las atribuciones de barbarie realizadas por los europeos coexistía con otros no menos notables. La sorpresa, el temor, la atracción y aun la envidia emergían cuando los supuestos bárbaros superaban a los europeos en valor, inteligencia o sofisticación. Ade-más, la barbarie despertaba ansiedades cuando era reconocida en sus propias conductas. Si bien estas sensibilidades más sutiles presentes en muchas de las representaciones de la barbarie no son fáciles de detectar y reconstruir, el autor lo logra a través del análisis de las divergencias y tensiones establecidas entre textos e imágenes. Así se hace, por ejemplo, al considerar la producción de representaciones alegóricas sobre América o de retratos de nativos de ultramar en el marco de las expediciones científicas del siglo XVIII.

En tercer lugar, el autor analiza el papel que la barbarie tuvo en la conformación de un esquema que pretendía unificar la historia humana. Esta re-con-ceptualización de la barbarie como un estadio del desarrollo de las sociedades ya podía detectarse, por ejemplo, en las acuarelas en las que John White representó a pictos y algonquinos, cristalizándose luego en el siglo XVIII. Aunque la relación de la barbarie con la temporalidad había sido analizada previamente por François Hartog (Anciens, Modernes, Sauvages, 2005), Kwiatkowski presenta nuevas y nutridas evidencias sobre el caso. Las mismas permiten además establecer los notables efectos que tuvo para los europeos el reconocimiento de la barbarie en su propia historia: el fortalecimiento del anticuarismo, la idea de un posible mejoramiento de las costumbres y las artes y, como veremos a continuación, una práctica comparativa en el análisis de los grupos humanos.

En efecto, como cuarto aporte importante, queda demostrado el vínculo entre los usos de la barbarie y la extensión de una práctica comparativa que les permitió a los europeos temprano-modernos abordar el problema de la diferencia y el cambio cultural de forma global. El nacimiento de una “etnografía comparada” (véase Anthony Pagden, The Fall of Natural Man, 1982) había sido estudiada fundamentalmente en relación con los “bárbaros” del Nuevo Mundo, indagación que Kwiatkowski amplió considerando también la barbarie atribuida a los musulmanes, las sociedades de Oriente y los europeos, tanto en términos sincrónicos como diacrónicos. La comparación emerge, así, como un fenómeno propio del período y del problema analizado, brindando además el esquema analítico general del libro como se anuncia desde su título.

De este modo, la obra de Kwiatkowski pone a disposición de sus lectores un rico y variado fichero de las reacciones, ideas y representaciones que los europeos temprano-modernos construyeron respecto de la barbarie. Su estudio revela la importancia central que el problema de la alteridad tuvo en la constitución de la cultura y la auto-percepción de los europeos, en general, y el lugar clave que la barbarie tuvo en la construcción de una concepción unificada del género humano, en particular. En palabras de Konstantinos Kavafis, cuyo poema de 1904 cierra el libro, los bárbaros fueron (¿son?), “al fin y al cabo, una solución”.

REFERENCIAS

Nicolás Kwiatkowski. “Fuimos muy peores en vicios”. Barbarie propia y ajena, entre la caída de Constantinopla y la Ilustración. Buenos Aires: Eudeba, 2020, 333 páginas [ Links ]

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