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Avances del Cesor

versión impresa ISSN 1514-3899versión On-line ISSN 2422-6580

Av. Cesor vol.14 no.17 Rosario dic. 2017

 

RESEÑAS

LUCIANI, Laura, Juventud en dictadura: representaciones, políticas y experiencias juveniles en Rosario (1976-1983), Colección Entre los libros de la buena memoria 7, Universidad Nacional de La Plata - Universidad Nacional de Misiones - Universidad Nacional de General Sarmiento, 2017, 288 páginas.

 

Valeria Manzano

Consejo Nacional de Investigaciones
Científicas y Técnicas
Instituto de Altos Estudios Sociales
(Argentina)
amanzano@umail.iu.edu

Juventud en dictadura constituye un libro clave para el análisis de la última dictadura argentina desde un ángulo renovado, el de la historia de la juventud. Luciani nos invita a revisar periodizaciones (proponiendo un momento “fuerte” entre 1976 y 1981 en lo concerniente a la combinación de represión y productividad dictatoriales) y también a sacudir ciertos sentidos comunes, como aquel que indicaba que la juventud fue una víctima privilegiada de la dictadura. El libro nos muestra imágenes más plurales: ni la juventud, ni la dictadura fueron bloques monolíticos. Mientras que desde diferentes instancias y voces vinculadas al régimen se produjeron representaciones y sentidos a veces disímiles en torno a qué se entendía sobre, y se esperaba de los jóvenes, el libro también registra las diferencias en las experiencias (y los sentidos) de diversas cohortes de jóvenes vis-a-vis los marcos discursivos y las políticas diseñados para regimentar sus vidas.
Producto de la reelaboración de una tesis doctoral en Historia, el libro se hilvana sobre una sólida base empírica. Además de la utilización sistemática de prensa periódica rosarina y - en menor medida - nacional tanto como fanzines juveniles, Luciani revisó archivos educativos (escolares y universitarios) y otros de inteligencia policial; y llevó adelante 31 entrevistas con personas que fueron etariamente jóvenes en la segunda mitad de la década de 1970. Tal combinación de fuentes variadas posibilitó un entrecruzamiento exitoso entre las tres dimensiones básicas de análisis de la historia de la juventud (representaciones, políticas y experiencias). Escrito en una prosa alejada de todo jargón técnico, el libro se inscribe en las tradiciones de la historia social, en diálogo con la nueva historia política y cultural tanto como con la sociología de la juventud.
Juventud en dictadura se organiza en seis capítulos que siguen un orden a la vez cronológico y temático. El capítulo 1 pone el acento en los modos en que miembros de las sucesivas Juntas tanto como otros voceros civiles y militares se refirieron a la juventud. Luciani reconstruye con precisión cómo Videla, entre otros, refirieron a la juventud como la “heredera” del “Proceso de Reorganización Nacional”. Los comunicados oficiales ponían el foco en la vinculación entre juventud y futuro y, si bien referían a un colectivo (“la juventud”), lo hacían apelando a las individualidades que lo componían, a quienes se convocaba retóricamente a “colaborar desde sus puestos” (el taller, las aulas). Asimismo, se insistía con el subrayado de algunas cualidades que, desde su perspectiva, constituían la singularidad de la juventud: la “plasticidad” de esa edad y su fuerza creadora. Ya desde 1977, Videla realizó encuentros con grupos juveniles y, en ocasión de los festejos del Mundial 78, se produjeron otros, más informales—promovidos en este caso por grupos de jóvenes. Roberto Viola intentó ir un paso más allá, proponiendo acercamientos a los jóvenes mediados por un empresario de rock y también, en 1981, con la propuesta de creación de un “Ministerio de la Juventud”. Más allá del tiempo corto y turbulento de la presidencia de Viola, hubiera sido importante detenerse un poco más en por qué no prosperó la propuesta, ya que permitiría poner en diálogo esta historia con la de la dictadura chilena, donde desde 1974 sí existió una secretaría de la juventud, a cargo de tareas de formación cultural e ideológica de los “herederos” del régimen de Pinochet. En cualquier caso, como acierta a señalar Luciani, “en ninguno de los discursos emanados desde las juntas militares encontramos una mirada estigmatizante hacia los jóvenes, ni son frecuentes las referencias a la ‘subversión’ como una cuestión vinculada a lo juvenil” (p. 47). Ahora bien, como muestra el capítulo, desde otras voces regiminosas—incluyendo a los ministros de educación—las vinculaciones entre juventud y “subversión” sí existieron, aunque las más de las veces ubicadas en un pasado recentísimo. Para esos voceros, la familia y, en igual medida, el espacio educativo debían encargarse de ajustar los controles sobre sus miembros más jóvenes. Por último, los voceros de las fuerzas de seguridad si bien no planteaban que todos los jóvenes fueran subversivos, sí enfatizaban que todos los “subversivos” eran jóvenes y, por lo general, universitarios. En suma, la reconstrucción pormenorizada que realiza el capítulo permite entrever las diferentes posiciones y perspectivas en relación con la juventud, y ponderar al discurso estigmatizante como uno más entre otros.
El capítulo 2 se mueve desde los discursos hacia los esfuerzos del régimen por establecer las coordenadas de represión, disciplinamiento y control en los ámbitos educativos. El capítulo se hace fuerte en el entrecruzamiento de políticas destinadas a transformar las instituciones educativas y las experiencias de las diversas sub-cohortes de edad que atravesaron esos espacios. Tanto para las escuelas como para la Universidad, Luciani se remite a las transformaciones para las condiciones de sociabilidad y activismo político que ya se habían solidificado en el bienio anterior, y que se redimensionaron tras 1976, cuando además se impusieron controles ideológicos mucho más estrictos en las currículas. Como bien señala Luciani, en las escuelas secundarias rosarinas la imposición de cambios institucionales, que incluyeron en algunos casos cesantías de docentes, no fueron homogéneas ni lineales: mucho más afectadas fueron, por cierto, aquellas escuelas donde, en el bienio 1973-4, se habían dado procesos de activación política estudiantil (y docente) más intensas. En la Escuela Superior de Comercio, asimismo, al menos dos miembros de la planta docente fueron sindicados como agentes de los servicios de inteligencia. Para la Universidad de Rosario, el capítulo se aboca al análisis de su funcionamiento en el marco de la gestión del Rector Interventor Humberto Riccomi (desde agosto de 1976 hasta septiembre de 1983, un caso excepcional de continuidad) y sigue con atención una serie de conflictos que se dieron en algunas facultades, concluyendo que “sin dudas, la depuración de la planta docente, su ‘racionalización’, el control y traslado de escuelas e institutos, formaron parte de una lógica que pretendió diezmar especialmente—aunque no de forma exclusiva—a las carreras vinculadas a las ciencias sociales” pero, sostiene Luciani, esa lógica no fue “univoca” y generó—como esos conflictos mostraban—la reacción de algunos funcionarios y docentes (p. 100).  Tanto para los estudiantes universitarios como para los secundarios, a la vez, el capítulo reconstruye una dinámica clave: la importancia asignada a la “limpieza” de los edificios; al respeto a horarios, símbolos, jerarquías; y a los modos de presentación personal (indumentaria, largo del pelo) como modalidad cotidiana de implementación y vivencia del disciplinamiento. En tal sentido, Luciani de modo convincente nos introduce en los sentidos disimiles de ese disciplinamiento de acuerdo al momento de ingreso a los espacios educativos: si para quienes ingresaron a la escuela o la universidad en la primera mitad de la década de 1970 podía ser disruptivo, para quienes lo hicieron en la segunda mitad eran parte de una “normalidad” entramada con la presencia de controles militares en las calles e invocaciones al silencio.
Aunque también en articulación con los ámbitos educativos, el capítulo 3 gira hacia las políticas específicas que las Fuerzas Armadas delinearon respecto a grupos juveniles, siguiendo tres emprendimientos del trienio 1978-1980. En primer lugar, el capítulo analiza las modalidades específicas que asumieron las tareas en el Plan de Acción Cívica. En diversas escuelas, grupos de soldados se hacían presentes con el objetivo de restaurar o construir edificios. Dotados de mucha visibilidad, otras iniciativas fueron la presencia de representantes de la Armada o de la Gendarmería en la inauguración de ciclos escolares o, de mayor envergadura aun, el compromiso de diversas fuerzas en la organización de torneos deportivos escolares. En segundo lugar, el capítulo analiza la participación de estudiantes de las dos escuelas rosarinas seleccionadas para formar parte del operativo delineado por la Gendarmería, “Argentinos: Marchemos a las Fronteras”, desde 1979 a cargo del General Antonio Bussi. Se trataba de un programa de voluntariado orientado a los estudiantes secundarios, que viajarían a zonas de “frontera” para colaborar con tareas de restauración de escuelas. Además de reconstruir los rasgos materiales y las intenciones ideológicas de tal operativo, Luciani se adentra en los sentidos puestos en juego por los propios jóvenes que participaron, que muchas veces no coincidían con las intenciones oficiales. Así, el viaje en sí mismo, la camaradería, o el deseo de encontrarse con un “otro” formaban parte de la paleta de intenciones de aquellos adolescentes que “marcharon”, intenciones que no se encorsetaban decididamente en acuerdos ideológicos con la Gendarmería (pp. 138-139). En tercer lugar, el capítulo se centra en la puesta en practica de un tercer proyecto, la creación del Liceo Aeronáutico Militar en la localidad de Funes. En 1980, 700 jóvenes se inscribieron para comenzar sus estudios secundarios en el Liceo, y de ellos fueron seleccionados 120 para integrar la que sería la primera promoción de liceístas. La cifra de inscriptos es indicativa de la confianza de numerosas familias de la región respecto a las posibilidades educativas que ofrecían las fuerzas armadas. Quienes se inscribieron en el Liceo Aeronáutico sí compartían, al menos en términos generales, un alineamiento con los “valores militares” (p. 158). Centrado en las políticas hacia los jóvenes, el capítulo permite también trazar una mirada sobre las “actitudes sociales” respecto a las fuerzas armadas, mostrando un espectro variado y contextualmente situado.
Mientras los primeros tres capítulos se detienen en discursos sobre y políticas hacia la juventud y los jóvenes, el cuarto y el quinto viran hacia el análisis de la reconfiguración de culturas juveniles y de modalidades de militancia y activismo, respectivamente. Además de analizar la emergencia y los sentidos de las taxonomías propias (por ejemplo, las oposiciones entre “chetos”, “pardos” y “roqueros”), el capítulo 4 reconstruye una historia de la cultura del rock en Rosario, enfocándose en emprendimientos, redes y lugares de funcionamiento de salas de concierto, pubs y bares—y, en ello, productivamente enlazando la historia local en su variante urbana. Como remarca Luciani, los varones y—en menor medida—las mujeres jóvenes lo “veían como un espacio de libertad, como un ‘respiro’ de su vida” (p. 186) o, sintetizando, un “aire de libertad menor” (p. 187). Esas experiencias, constitutivas de un “nosotros”, se entrelazaron también con la emergencia y consolidación de una serie de manifestaciones en teatrales y artísticas, que delinearon las formas de una “cultura alternativa”, a veces vinculada con grupos de la izquierda política. Esos espacios y formas de sociabilidad fueron intensamente monitoreados, ya sea por la Comisión de Moralidad Pública como por la sección de Asuntos Juveniles de la policía provincial. Viniendo desde antes de 1976 y continuándose después de 1983, las razzias policiales condicionaron la sociabilidad juvenil nocturna, especialmente en los ámbitos de los recitales de rock. Muchos jóvenes entendían que esas razzias eran parte de las salidas nocturnas, de alguna manera “normalizándolas” dentro de su experiencia. Esto último constituye un dato significativo que habla, por un lado, de la intensidad del monitoreo y, por otro, de la existencia y consolidación de culturas juveniles con pretensiones de autonomía. Una advertencia similar organiza el análisis en el capítulo 5: el activismo político juvenil, cercenado y limitado, no se opacó por completo, lo cual contribuye a explicar cómo y porqué pudo (re)emerger de modo visible hacia fines de 1981. En este sentido, el capítulo reconstruye las trayectorias de vida de quienes, para 1976, ya habían tenido militancia previa tanto en fuerzas luego ilegalizadas por completo como en otras que mantuvieron una pátina de legalidad, incluyendo las ramas juveniles del Partido Comunista (PC) y del Partido Socialista de los Trabajadores (PST). Luciani, a partir de entrevistas, experiencias de exilio y de “in-silio”, se detiene en analizar los ámbitos donde algunos de esos jóvenes pudieron desplegar una mixtura de activismo cultural y político, incluyendo su participación en revistas “subterráneas” o en grupos teatrales (como Discepolín) o artísticos, como Cucaño, vinculado al PST. Mirando microscópicamente a las dinámicas rosarinas, Luciani reconstruye las modalidades de interconexión entre activismo político y cultural en la intersección de las décadas de 1970 y 1980.
Ubicándose ya en tiempos de “apertura”, el último capítulo se interroga sobre las transformaciones en los discursos sobre la juventud y las experiencias político-culturales juveniles desde 1981 y, especialmente, desde la Guerra de Malvinas. Retomando el análisis de los modos en que las Juntas militares conceptualizaron a la juventud, Luciani muestra que el entonces presidente Galtieri nombró a los jóvenes solo una vez, el 2 de abril de 1982 y luego las referencias etarias se diluyeron en sus discursos guerreros (p. 227). Esa oclusión de la condición juvenil de los soldados en los discursos de la máxima autoridad de la Junta coexistía con la emergencia de una nueva representación en torno a la juventud en los medios masivos (asociándola a la valentía, al coraje, al patriotismo) y también con una renovada y visible participación en iniciativas asociadas con la guerra (desde juntada de víveres en las escuelas y la Universidad rosarinas, como analiza Luciani, hasta el famoso Festival Latinoamericano de Solidaridad realizado en el estadio Obras de Buenos Aires). De modo pormenorizado, Luciani muestra que el momento post-Malvinas, y el fin de la veda política, intensificó y potenció el activismo político y cultural juvenil que ya venia desplegándose desde 1981, algo que retoma a partir de la reconstrucción de la experiencia de una obra teatral llamada Cómo te explico y del éxito de Tiempos difíciles, el primer disco de un representante de la Trova Rosarina, Juan Carlos Baglietto. Asimismo, en el marco de la Universidad y de algunos colegios secundarios, un activismo renovado configuraba, ya para 1981, una crítica a las condiciones de educabilidad que se sobreimprimía con una crítica anti-dictatorial, mucho más marcada entre aquellos y aquellas militantes que habían tenido una experiencia política previa.   
Juventud en dictadura representa un libro fundamental para dos campos de estudios en expansión. Por un lado, permite avanzar sustantivamente en la comprensión de la interacción de las lógicas represivas y productivas de la última dictadura en la Argentina, una comprensión potenciada por la elección de una escala analítica (la local, y especialmente la urbana). Por otro lado, el libro constituye una pieza clave para la emergente historia de la juventud. La apuesta a abordar el cruce de “representaciones, políticas y experiencias” hace de Juventud en dictadura una monografía modélica, que seguramente la tornará como una referencia ineludible para los interesados en los estudios de juventud en la historia argentina reciente.

Recibido: 06/11/2017.
Aceptado: 04/12/2017.
Publicado: 05/12/2017.

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