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Avances del Cesor

versão impressa ISSN 1514-3899versão On-line ISSN 2422-6580

Av. Cesor vol.17 no.22 Rosario jun. 2020

 

DOSSIER

Estalinización y estalinismo en el Partido Comunista de Chile. Un debate sobre las tradiciones políticas en el comunismo chileno*

Stalinization and Stalinism in Chile’s Communist Party. A debate around its political traditions

 

Rolando Álvarez Vallejos

Universidad de Santiago de Chile
(Chile)
rolando.alvarez@usach.cl


Recibido: 01/05/2019
Aceptado: 23/08/2019
Publicado: 05/06/2020


Resumen

Este artículo analiza el impacto del estalinismo en la conformación de la cultura política del Partido Comunista de Chile. A contrapelo de las interpretaciones que visualizan a esta como producto de cortes abruptos y desconectados del pasado, se propone que, a lo largo de su historia, el PC combinó diversos legados políticos. Estos se ligaron a su origen como POS, al impacto de la tradición bolchevique y a los efectos del proceso de estalinización. De acuerdo a la hipótesis del artículo, la estalinización del PC se produjo durante la década de 1930 y se expresó en tres niveles: ideológico-discursivo, en prácticas políticas y formas de organización interna. Este proceso se consolidó hacia el año 1940, dando inicio al apogeo del estalinismo del PC chileno. Esto, sin embargo, no significó la disolución de las tradiciones anteriores de la colectividad. Esta fase se extendió hasta 1956, cuando la URSS decretó el inicio de la desestalinización del Movimiento Comunista Internacional.

Palabras Clave: Comunismo; Estalinización; Estalinismo; Chile

Abstract

This article analyzes the impact of Stalinism in the political culture of the Communist Party of Chile (CP). Contrary to interpretations that depict this political culture as the result of abrupt and watershed transformations, this article proposes that the CP combined and successfully synthetized diverse political traditions throughout its history. These were related to the CP’s origins as the Socialist Workers Party, to the influx of the Bolshevik Revolution, and to the impact of the Stalinization process. This article argues that the Stalinization of the CP manifested itself in three different levels: ideological discourse; political practice; and internal organization. Nevertheless, the Stalinization of the CP did not lead to the disappearance of the previous political traditions of the party. The process of Stalinization began in the 1930s and achieved wide success around 1940, leading to the apogee of Stalinism in the CP, which lasted until 1956, when the USSR denounced the legacy of Stalinism and stimulated the de-stalinization of the International Communist Movement.

Key Words: Communism; Stalinization; Stalinism; Chile


Introducción

Los sectores de izquierda tuvieron un papel protagónico a lo largo de la trayectoria histórica del siglo XX chileno. Encabezaron algunas de las principales organizaciones sociales populares del país, especialmente en el mundo sindical, territorial y estudiantil. Además, por medio de partidos políticos, obtuvieron una influyente representación parlamentaria, formando parte del proceso de profundización democrática del país. Por último, integraron distintas coaliciones de gobierno, cuya máxima manifestación se concretó con el triunfo de Salvador Allende Gossens en las elecciones presidenciales de 1970. Cabeza visible de la llamada “Vía Chilena al Socialismo”, el liderazgo del médico socialista posicionó a las fuerzas de izquierda chilenas como un referente a nivel latinoamericano. Más tarde, durante la dictadura cívico-militar del general Pinochet, aunque dividida, fue una corriente política y social fundamental para la recuperación de la democracia. En este contexto, se ha señalado que las tradiciones y proyectos de los partidos y movimientos de izquierda se constituyeron a lo largo de una extensa tradición histórica originada en Chile, cuyas raíces se hundirían a mediados del siglo XIX (Illanes, 2002; Grez, 2002). De esta forma, gracias a su estrecha ligazón con las experiencias de luchas sociales, represión, debates, divisiones y proyectos unitarios, además de una presencia hegemónica en el ámbito cultural, la izquierda chilena constituye una de las principales tradiciones políticas del país.
En este contexto, tanto en la esfera política como académica, ha sido ampliamente debatido el papel del Partido Comunista de Chile (en adelante, PCCH) en este proceso. Tal como ocurre con la historiografía sobre el comunismo en general, el eje de la discusión se centra en la manera como inciden y se articulan los factores nacionales e internacionales en el proceso de constitución de su cultura política, definiciones ideológicas y decisiones políticas a través de la historia (Anderson, 1984). En el caso de Chile, el abanico de interpretaciones es amplio, desde los planteamientos conservadores que visualizan a esta corriente política como expresión de la intervención soviética en el país, hasta aquellas que reconocen al PCCH como el más nacional de los partidos políticos del país (Vial, 2001; Ramírez, 1984). En particular sobre la constitución de la cultura política del PCCH y la manera como heredó las tradiciones de las organizaciones sociales y políticas populares chilenas, el debate se ha centrado en torno a la figura de Luis Emilio Recabarren. Fundador del Partido Obrero Socialista (en adelante, POS) en 1912 y diez años más tarde del Partido Comunista, Recabarren, a través de su activismo y numerosos escritos, es considerado el principal forjador del movimiento obrero chileno (Massardo, 2008; Pinto y Valdivia, 2001; Pinto, 2007 y Pinto, 2013). Desde una perspectiva, se ha señalado que la adscripción del PCCH al marxismo-leninismo (“bolchevización” del partido), significó la desaparición del legado “recabarrenista” en el PCCH, entidad que habría representado una cultura política institucionalista, un marxismo ortodoxo y el abandono del carácter creativo e innovador de los tiempos de Recabarren. Otros sectores, presentes en el Partido Socialista de Chile y ligados al trotskismo, habrían sido los “verdaderos” herederos de las tradiciones provenientes de las primeras organizaciones sociales y políticas obreras (Varas, 2010; Salazar, 1994; Salazar 2003; Pérez, 2000; Muñoz, 2014). En una línea similar, se ha planteado que la llamada “bolchevización” del PCCH, vinculada a los dictados de la Internacional Comunista (en adelante, IC) dominada por Josef Stalin, habría implicado un profundo quiebre en la historia de la organización, dando pie a cambios ideológicos, culturales y discursivos. Así, la influencia internacional, expresada en un proceso que asimila “bolchevización” con “estalinización” del PCCH, sería decisiva en la transformación de la organización (Santa Cruz, 1990; Ulianova, 2000; Ulianova, 2005a; Ulianova, 2008; Aránguiz, 2012). Para algunos, la ruptura histórica provocada por la bolchevización-estalinización habría sido tan profunda, que sería pertinente afirmar que el PCCH fue refundado durante dicho proceso (Contreras, 1990). Las consecuencias de este hecho -coyunturales o de largo plazo, según diversas ópticas- habrían significado adherir mecánicamente a los lineamientos de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (en adelante, URSS) (Ulianova, 2009; Vega, 2012). Otros planteamientos matizan este punto de vista, reconociendo la capacidad de la colectividad de reformular en clave nacional las orientaciones provenientes de la IC durante la década de los años treinta (Álvarez, 2017a; Salgado y Urtubia, 2018; Grez, 2011; Navarro, 2017). Por último, se ha propuesto no esencializar la transmisión del legado recabarrenista, demostrando que cuando se dividió el PCCH entre sectores disidentes y oficialistas (1931-1933), en ambos grupos se combinaron elementos de esa tradición con las provenientes de la bolchevización y estalinización (Urtubia, 2017).
En este marco, este artículo se propone reflexionar sobre la manera cómo se ha interpretado la conformación de la cultura política del PCCH. Nos parece acertado visualizar su trayectoria sobre la citada premisa de Contreras (1990), en el sentido que es posible afirmar que el PCCH tiene tres actas de nacimiento, a saber, en 1912 como POS, en 1922 como Partido Comunista y entre 1927-1932, cuando comenzó su bolchevización y posterior estalinización. Sin embargo, desde nuestro punto de vista, la dificultad de estas interpretaciones radica en que visualizan la conformación de la cultura política comunista como un proceso excluyente, en el que cada hito arranca de raíz la tradición anterior. Esto va ligado de la mano a una visión dicotómica de las influencias nacionales e internacionales, como si siempre una predominara sobre la otra. Problematizando estas miradas, proponemos que las distintas tradiciones políticas que conformaron al PCCH se fueron fundiendo en distintas capas geológicas que se amalgamaron a lo largo de su historia. No hubo “tabulas rasas” del pasado, sino más bien imbricación de ideologías, prácticas políticas y formas de organización, las que estuvieron en constante proceso de construcción. De esta manera, contra una óptica que enfoca de manera esencialista la supuesta pureza de las tradiciones políticas (en este caso el recabarrenismo), planteamos que la cultura política del comunismo chileno se fue constituyendo en base a tres tradiciones: el “socialismo mutualista” del POS (década de 1910), la bolchevización cominterniana (década de 1920) y la estalinización (comienzos de los años treinta). El primero significó la adopción de un socialismo en clave de la II Internacional combinado con la experiencia local. El segundo implicó la incorporación del imaginario soviético al recién fundado PC de Chile. El tercer y último proceso representó la adopción de las nociones provenientes de la cultura política estalinista, hegemónica en el Movimiento Comunista Internacional (en adelante, MCI) durante las décadas de 1930 hasta 1956, cuando se inició el cuestionamiento oficial de este legado.
Desde esta perspectiva, la conformación de las culturas políticas no debe enfocarse desde ópticas esencialistas, lineales, estáticas y discontinuas, sino que como un fenómeno combinado y en constante mutación. Por eso, la cultura política comunista, si bien tuvo características definidas durante periodos extensos de tiempo, desde el punto de vista histórico, estuvo en permanentes tensiones, cambios y giros de acuerdo al impacto de las recepciones de los acontecimientos nacionales e internacionales.
En el presente artículo nos detendremos en el proceso de la estalinización del PCCH. De acuerdo a nuestra hipótesis, esta tradición constituyente del comunismo chileno es posible rastrearla en tres niveles: ideológico-discursivo, prácticas políticas y formas de organización interna. La principal característica de la estalinización fue el acatamiento de las medidas impuestas al MCI desde Moscú por Stalin. En el caso de Chile, se configuró entre 1933 y 1940, años durante los cuales se asentaron las bases del estalinismo. Desde esa fecha y hasta 1956, cuando Nikita Kruschev denunció en el XX Congreso del PCUS los llamados “crímenes de Stalin”, el PC chileno vivió su etapa histórica estalinista.
De esta forma, entendemos la estalinización y el estalinismo no como conceptos que describen una sociología partidaria (autoritaria y subalterna a la URSS), sino como categorías históricas que sufrieron cambios y énfasis distintos de acuerdo a los contextos que el medio social chileno y mundial experimentaban. El presente texto cubre el período que se inicia en 1933, cuando se realizó una conferencia nacional del PCCH que significó la ruptura definitiva con la fracción disidente liderada por Manuel Hidalgo. Se cierra en 1956, con el apogeo del estalinismo del PC chileno, simbolizado en la decisión de restar de su historia los diez años como POS, por considerar que la organización no podía ser más antigua que el Partido Comunista de la Unión Soviética.

Estalinismo y estalinización de los Partidos Comunistas: Una mirada al debate

El debate historiográfico en torno al fenómeno histórico del estalinismo y los procesos de estalinización de los partidos comunistas a nivel planetario ha sido extenso y fecundo. Debido a las características transnacionales de la experiencia comunista durante el siglo XX, la perspectiva comparativa es muy relevante para analizar las trayectorias nacionales de los PC. En primer lugar, respecto al estalinismo es necesario establecer que es un concepto que tiene dos connotaciones: ideológica y como sistema político. Algunos especialistas lo han homologado a los totalitarismos y comparado con el nazismo. (Applebaum, 2014; Rousso, 2004). Otros autores prefieren configurarlo como una compleja red de instituciones, estructuras y rituales que constituyeron el hábitat de las personas que vivieron en la Unión Soviética. En esta línea, la definición del sistema estalinista como totalitario resulta insuficiente, porque no daría cuenta de un régimen que no fue monolítico, desestimando los profundos cambios que produjo en la sociedad y la cultura soviética (Fitzpatrick, 1999; Traverso, 2017). Por este motivo, una de las obras más influyentes sobre este período de la historia de la URSS, ha recalcado que el estalinismo no fue solo represión y terror, sino que una fuerza que construyó una nueva civilización. Por lo tanto, fue mucho más allá de ser solo un sistema político, sino que constituyó un sistema de valores creador de una identidad social, capaz de generar consenso social al catapultar al poder a un nueva casta de privilegiados (la nomenklatura) (Kotkin, 1995). Por este motivo, numerosas investigaciones sobre el estalinismo en la Unión Soviética, han revelado la necesidad de evitar comprenderlo como un concepto con un significado unívoco, pues hubo experiencias diversas y opuestas bajo su nombre, y además en su proceso de construcción participó la propia sociedad soviética (McDermott, 2014; Studer, 2000).
Por su parte, una de las características dominantes del estalinismo fue su dimensión represiva. Uno de los principales investigadores de los mecanismos del terror en tiempos de Stalin, ha remarcado la existencia de una mentalidad y lenguaje estalinista. La primera se caracterizaba por una mirada hacia la sociedad basada en el temor, factor que promovió la vocación por la vigilancia, la sospecha y el control dentro y fuera del partido. Por su parte, el “hablar bolchevique” formaba parte de las maneras sobre cómo desenvolverse en la sociedad estalinista. El lenguaje oficial se caracterizaba por su fuerte carga ideológica, contorneando al mundo dividido desde una rígida óptica de clase. Esto definía quienes eran los amigos, los enemigos, los traidores, etc. (Getty y Naumov, 2001). Por su parte, se ha investigado otro componente fundamental del estalinismo: el culto a la personalidad del líder, aspecto que constituye una característica definitoria de esta cultura política. Aunque con Lenin se dieron las primeras señales de esta práctica, fue a partir de 1933 cuando el culto a la personalidad de Stalin cobró inusitados bríos. Su función fue integrar en una sola cosmovisión a la abigarrada gama de integrantes del movimiento comunista internacional. Fue una herramienta que le dio coherencia e identidad política a este y se convirtió en componente de primera importancia en los procesos de estalinización. (Morgan, 2017). De esta manera, la figura de Stalin, mediante el sistema de culto, se convirtió en el símbolo de una ideología, de unas prácticas y de un lenguaje común, que unificaron al comunismo hasta mediados de la década de 1950.
En todo caso, para caracterizar el estalinismo es necesario diferenciar entre los regímenes políticos socialistas y los movimientos que actuaron desde la oposición a los gobiernos capitalistas. (Hobsbawm, 2003; Studer, 2017). Como lo ha afirmado Enzo Traverso (2017), mientras que Stalin realizaba los “juicios de Moscú” para eliminar físicamente a la vieja guardia bolchevique, los comunistas en el resto del mundo formaron parte de los movimientos antifascistas promotores de la democracia y la justicia social. Para ellos, la Unión Soviética y Stalin -que culto a la personalidad mediante, se habían hecho indisociables en el imaginario político comunista- se habían convertido en la manifestación concreta de la utopía. La percepción de esta “heterotopía”, como la denomina Brigitte Studer, producía en la mentalidad estalinista la percepción de que la única manera de alcanzar el comunismo en sus países sería gracias a la subsistencia de la URSS. Sin su contrapeso, sería imposible terminar con la explotación capitalista (Studer, 2015). Alejándose de las visiones que entienden la adhesión al comunismo como similar a una religión política, es decir que la reducen a factores irracionales, se ha puesto el énfasis en la satisfacción y el beneficio propio que implicaba la militancia comunista en los países en donde gobernaban. Estos podían ser de diversa índole: darle sentido a la existencia en base a la lucha diaria por conseguir mejores condiciones de vida; aprender habilidades de tipo organizacionales, retóricas y cultura general. Convertirse en comunista era pasar a ser parte de un mesías colectivo que cambiaría el mundo predestinado a tener éxito y adquirir el orgullo personal de pertenecer a un proyecto histórico de carácter global (Studer, 2017; McAdams, 2017). Es por este motivo que en el caso de la militancia comunista de los países no comunistas, el estalinismo como factor transnacional fue fundamental para comprender su adhesión al partido. Sin embargo, a través de investigaciones sobre la experiencia de la militancia comunista en Gran Bretaña, España y Francia, se ha establecido que ser parte de una organización de raigambre estalinista, no impidió ser influido y co-determinado por el medio social en el que se desenvolvieron (Morgan, Cohen y Flinn, 2007; Bueno y Gálvez, 2009; Worley, 2004). Por esta razón, es importante analizar cuidadosamente la manera cómo se desenvolvieron las consecuencias generadas por la relación dialéctica entre las dimensiones internacionales y nacionales en la que se desarrolló la militancia comunista.
En resumen, en este artículo planteamos que el estalinismo en el PCCh debe ser analizado desde la perspectiva de un partido que operó desde la resistencia y oposición al sistema de dominación capitalista y no desde el poder. Además, que aceptó sin mayores cuestionamientos las definiciones políticas, la ideología, el lenguaje y las prácticas estalinistas. En ese sentido, fue una organización política y culturalmente estalinista. Sin embargo, este legado se configuró influido por las tradiciones previas que constituían al PCCH y por el contexto político que el país experimentó durante los años que el estalinismo fue parte de la doctrina oficial del Movimiento Comunista Internacional.
Por su parte, la cuestión de la exportación internacional del modelo soviético estalinista, ha estado en el centro del debate de la historiografía sobre el comunismo que se enfoca en la primera mitad del siglo XX. El factor internacional, cuyo centro de poder provenía del Kremlin bajo la égida de Stalin, ¿determinó la existencia de un patrón común que permite homologar todas las historias de los partidos comunistas a lo largo del planeta?; ¿o, por el contrario, el énfasis debe estar en las múltiples dimensiones locales-nacionales de las experiencias comunistas? El historiador italiano Silvio Pons (2014) ha planteado lo inconducente de este debate, porque desde su punto de vista del desarrollo historiográfico ha demostrado el equívoco de reducir a factores monocausales la trayectoria del comunismo, así como la imperiosa necesidad de visualizarla teniendo en cuenta la centralidad de la influencia internacional y las características transnacionales de la experiencia comunista.1 De acuerdo a los planteamientos expuestos en este artículo, esta es la premisa fundamental para comprender el proceso de estalinización del PCCH.
El primer aspecto que se requiere para una historia de la estalinización del comunismo chileno, es establecer una definición histórica de este concepto. Este fue acuñado por el politólogo alemán Herman Weber, quien en 1969 publicó un influyente texto sobre la historia del Partido Comunista alemán (en adelante, KPD). En síntesis, el autor estableció que el KPD se estalinizó al convertirse en un partido absoluta y totalmente subordinado a los dictados de Stalin. La dependencia era orgánica, económica e ideológica, desapareciendo la independencia y capacidad de elaboración propia. La consecuencia de este proceso fue el colapso del partido ante la irrupción nazi. Cegado por el sectarismo y las expulsiones, el KPD perdió capacidad de respuesta ante el hitlerismo (Weber, 2008). Si bien este planteamiento se mostró fructífero para explicar el caso alemán y otros, algunos autores, inspirados en las ópticas de la historia social, criticaron el enfoque marcadamente institucionalista de la tesis de Weber. Por el contrario, se centraron en los aspectos nacionales de las trayectorias de los PC y resaltaron la capacidad de agencia de los militantes. De esta manera, rechazaban entender la estalinización como control total “desde arriba” (agentes cominternianos y las conducciones partidarias) (Studer, 2008 y 2000; Weitz, 1997). Terciando en este debate entre “institucionalistas” e “historia desde abajo”, las investigaciones del estalinismo y la estalinización no estuvieron ajenas al “giro cultural” y “lingüístico”, que lo han abordado desde la microhistoria, la subjetivización del yo y la generación de consensos bajo el estalinismo (Hellbeck, 2006). Así, en este artículo definiremos la estalinización como el proceso de subordinación del PC chileno a las políticas, ideología, lenguaje, prácticas cotidianas y formas de organización promovidas por el Partido Comunista de la Unión Soviética durante la dictadura estalinista. Sin embargo, esto no lo visualizamos como un mecanismo articulado solo “desde arriba”, sino como un proceso complejo, fuertemente influido por la capacidad de agencia y modos de recepción que realizó la militancia comunista local.
El segundo aspecto necesario para historizar el origen y desarrollo de la estalinización en el PC chileno, es diferenciarla de la llamada “bolchevización”, que fue enunciada en 1924 durante el V Congreso de la Comintern. El objetivo de esta última fue luchar contra la “desviación trotskista”, fortaleciendo el centralismo y la disciplina partidaria (Wolikow, 2017). Un conjunto de investigaciones han demostrado el quiebre que representó para la bolchevización la irrupción del estalinismo. Por un lado, las 21 medidas para ser aceptados en la Comintern, establecidas en 1921, pueden ser consideradas las antecesoras directas de la bolchevización. Ellas definieron el modelo de partido “bolchevique”, de acuerdo a las concepciones leninistas demostrando que desde un momento muy temprano, la Comintern estuvo interesada en el accionar disciplinado de los PC y que el principio del “centralismo democrático” leninista fuera acatado por todos sus integrantes (Studer, 2015). Por lo tanto, la cultura política bolchevique, previa a la dictadura encabezada por Stalin, tenía características autoritarias, reflejadas en la prohibición de facciones dentro del partido a partir de 1921 y la construcción de una organización jerarquizada y disciplinada. Esto ha permitido que muchos investigadores describan la existencia de una continuidad entre el bolchevismo de raíz leninista y la estalinización (Laporte, Morgan y Worley, 2008).
Sin embargo, por otro lado, el radical desmantelamiento de la democracia interna tanto en el partido soviético como al interior de la Comintern, como la aparición de características distintivas del estalinismo (culto a la personalidad, la inusitada escala de uso del terror, el empobrecimiento del quehacer teórico y cultural y la acentuada pérdida de autonomía de los partidos comunistas), hace necesario distinguir entre la bolchevización y la estalinización (Studer, 2015; Laporte, Morgan y Worley, 2008 y O’Connor, 2008). Como lo ha sintetizado el historiador alemán Andreas Wirsching (2008), la bolchevización fue el paso previo, pero no determinante, de la posterior estalinización. Por lo tanto, es importante para entender la trayectoria de los comunistas, historizar cómo se llegó a la estalinización, dejando de lado las perspectivas teleológicas o deterministas.
El tercer aspecto para historizar la estalinización en el PC chileno se relaciona con las temporalidades históricas. En este punto, la perspectiva comparada es fundamental para demostrar la necesidad de aterrizar un hecho transnacional del comunismo (la estalinización), con las realidades locales de cada partido. Para el caso alemán, se ha establecido que la estalinización habría comenzado en 1924. El KPD era un partido definido como fundamental por la Comintern, razón por la cual fue tempranamente intervenido (Weber, 2008). Para el caso francés, se ha enfatizado que la temporalidad de la estalinización fue diferente a la de Alemania, producto de las diversas características que tuvo la crisis económica de fines de la década de 1920 (Wirsching, 2008). En España, el comunismo habría registrado su estalinización especialmente al fragor de la intervención soviética en la guerra civil iniciada en 1936 (Herman, 2008). En Italia, la bolchevización estaba finalizada en 1926, tras la expulsión del ala izquierda del partido (representada por Bordiga). Pero, producto de la represión y la clandestinidad que alentaron el desarrollo de tendencias favorables a la vigilancia y el sectarismo, la estalinización comenzó recién en 1929 (Agosti, 2008). Estos ejemplos demuestran cómo opera la compleja trama de la estalinización. En tanto proceso de subordinación a una ideología, una política y unas prácticas transnacionales, sin embargo su origen, desarrollo y consecuencias tuvieron temporalidades diversas de acuerdo a las realidades autóctonas de cada partido.

La estalinización del comunismo chileno (1933-1940)

Las numerosas investigaciones sobre los primeros años de existencia del PCCH (1922-1927) coinciden en señalar tres aspectos. Primero, que la colectividad no experimentó una crisis producto de su transformación de POS a Comunista. Como lo ha recalcado Sergio Grez (2011), solo se apreció una radicalización de su línea política, mas no un drástico abandono de las tradiciones y estilo político que habían caracterizado a los socialistas chilenos. Segundo, que desde su etapa como POS y más aún como PC, la organización recepcionó positivamente la influencia política, cultural y simbólica proveniente de la Revolución Rusa. No hubo matices importantes al respecto, destacando el viaje de Luis Emilio Recabarren a la Unión Soviética, el que sirvió como mecanismo de difusión de lo que se consideraban los grandes logros de la revolución bolchevique. Tercero, que hasta 1927, a pesar de haber adherido a la Comintern, la “sección chilena” del PC se caracterizó por su autonomía política, ideológica y financiera respecto al órgano rector del comunismo internacional (Ulianova, 2005b).
A comienzos de 1927 se realizó el 8° Congreso del PC, en el cual participaron Rodolfo Ghioldi y Miguel Contreras, en calidad de delegados del Secretariado Sudamericano (en adelante, SSA). En línea con los contenidos de un documento publicado en la prensa comunista en noviembre de 1926, el principal objetivo del congreso era “bolchevizar” el partido chileno, criticado por sus “concepciones reformistas” y su modo de funcionamiento asambleario, no acorde a las denominadas “normas leninistas” de funcionamiento. Además, representó un momento de apaciguamiento de las rencillas internas que predominaban en la organización (Barnard, 2017). Sin embargo, pocos meses después, se produjo el golpe de Estado que dio origen a la dictadura del general Carlos Ibáñez del Campo, que se prolongó hasta 1931. Durante esta etapa, como lo señalan los informes de los emisarios cominternianos sobre Chile, la conducción del PC quedó casi totalmente destruida. La combinación de los efectos de la represión policial y las diferencias internas en la colectividad, que terminaron provocando su división, redujeron al mínimo su militancia e influencia política y social. Los autores que han detallado la crucial etapa 1927-1931, han coincidido en definirla como de “bolchevización estalinista” (Ulianova 2005b; Muñoz, 2014; Vega, 2012). En efecto, la intervención de los agentes cominternianos, que evidentemente rompió con la tradición autónoma del período previo, es asimilada a estalinización. Sin embargo, desde nuestro punto de vista, estos años corresponden a una fase -traumática por cierto- de bolchevización partidaria. Los contenidos y características de la estalinización y del estalinismo, en strictu sensu, no estuvieron presentes durante gran parte de esos años. Como se explicó en la sección anterior, la restricción a la existencia de corrientes internas disidentes, la estructura celular, el “centralismo democrático” y las purgas dentro de la colectividad, formaban parte de la cultura política bolchevique. La estalinización, por otro lado, es una versión tan radical de estas modalidades de acción, que, unidos a otros aspectos (el control, la vigilancia interna, el lenguaje y el culto al líder), permiten diferenciarla de la “bolchevización”. Esto se ratifica en que el propio proceso de hegemonía de Stalin dentro de la Unión Soviética y la Comintern se consolidó en 1929 cuando el sector estalinista se terminó de imponer a los opositores a la “revolución desde arriba” promovida por su líder. En esa fecha se inició el escarnio público contra las llamadas “desviaciones de derecha” (representadas por los integrantes del politburó del PC soviético Bujarin, Tomsky y Rikov), lo que también se trasladó al VI Congreso de la Comintern, celebrado en 1928. A fines de 1929, Bujarin capituló ante Stalin (Cohen, 1976 y Khlevniuk, 2015).
Como afirman Ulianova (2009) y Muñoz (2014), en la documentación de la Comintern, la acusación de “trotskismo” contra Manuel Hidalgo -líder de la disidencia comunista- apareció después de su expulsión, que data de 1931. Como han señalado Ulianova (2005b) y Grez (2015), la división del Partido Comunista en 1931 estuvo asociada a la imposición de la línea sectaria de “clase contra clase”. Sin embargo, también es cierto que las pugnas con Hidalgo tenían una larga data, incluso desde los tiempos del POS. Por ello, los conflictos internos del PCCH durante la dictadura de Ibáñez se asemejan a los que otros partidos tuvieron durante su conversión en comunistas, producto de su conformación ideológica heterogénea, como el caso del PC francés. La búsqueda de la uniformidad, la cohesión y disciplina interna dentro del aparato partidario eran parte de las características del bolchevismo pre-estalinista. Por ello estamos de acuerdo con la afirmación de Mariano Vega (2012) que fue un conflicto dentro de un paradigma común: la necesidad de la bolchevización.
Recién en 1933, coincidiendo con el fin de la colectivización forzosa y el inicio de una nueva fase del culto a la personalidad de Stalin en la URSS, es posible situar el comienzo de la estalinización del PC chileno. Como han señalado las detalladas investigaciones sobre el período 1931 y 1933, en rigor, existieron dos organizaciones que reclamaron para sí el nombre de “Partido Comunista de Chile”, lo que trascendió públicamente a fines de 1931, cuando Elías Lafertte y Manuel Hidalgo se presentaron como candidatos a la presidencia de Chile bajo ese rótulo. La Comintern se decantó desde la génesis de la crisis por el sector de Lafertte, que a la postre fue el que dio continuidad al PC en Chile. El grupo encabezado por Hidalgo se asoció, de manera posterior a la fractura inicial, a la oposición trotskista, dando origen en 1933 a la “Izquierda Comunista”. Compartimos con Gabriel Muñoz (2014) que esta disputa se dio contra la estalinización del PCCH, pero solo a partir de la última etapa de la crisis, fundamentalmente en 1933.2 Fue en ese momento cuando irrumpieron los elementos distintivos de este proceso, a saber, una visión ideológica, una manera de organización, un tipo de educación de la militancia y un lenguaje típicamente estalinista.
Desde el punto de vista ideológico, la crítica hacia la herencia político-ideológica de Luis Emilio Recabarren debe ser considerada uno de los principales hitos que marcan el comienzo de la estalinización. En el conocido documento de las resoluciones de la Conferencia Nacional realizada en julio de 1933, se llamó oficialmente a “superar rápidamente” la herencia del fundador del partido. Se señalaba que “sus concepciones sobre el patriotismo, sobre la revolución, sobre la edificación del P.” eran una traba para el desarrollo de éste.3 La implementación práctica de esta medida tenía varias aristas, orientadas a construir lo que se consideraba debía ser “un verdadero partido de clase”, es decir, estalinista. Por un lado, debía producirse una transformación ideológica. Hay antecedentes que ya en 1932 se comenzaron a editar las obras de Stalin a través de una editorial creada por los comunistas chilenos (Urtubia, 2017). En el plan de estudios para la formación política-ideológica de la militancia, editado en enero de 1933, el texto “Fundamentos del Leninismo” de Stalin y otros documentos del líder soviético, eran ampliamente citados como obras de estudio.4 Sin embargo, en los años siguientes, una serie de informes internos y públicos del partido demostraron que la consecución de las metas de estalinización de la militancia estuvieron lejos de ser automáticas. En una extensa rendición sobre el estado del PC chileno realizada en Moscú en 1935 por Carlos Contreras Labarca -secretario general de la colectividad-, se constataba esta situación. En efecto, el dirigente chileno reconocía la incapacidad de “crear cuadros políticamente preparados”, porque hasta ese momento “el PC de Chile no tuvo una política clara de formación de cuadros”. Ahondando, reconocía que solo se hacían “intentos aislados”.5 Además, el cruce generacional de las trayectorias militantes de los “viejos” y “nuevos” comunistas fue un factor decisivo parar impedir tirar por la borda las arraigadas tradiciones pre-estalinistas existentes en el caso chileno. Cada aniversario de la muerte de Recabarren, conmemorado con diversas actividades, era ocasión para declarar que “Recabarren murió, pero su obra vive”.6 Estos hechos ratifican la conclusión de la investigación de Urtubia (2017), respecto a que las imposiciones de la Comintern no significaban un cambio automático entre la militancia.
Una segunda línea de la estalinización fue la implementación de un lenguaje o “hablar estalinista”. El ejemplo paradigmático se concentra en la lucha contra el trotskismo. Al respecto, cuando a partir de 1933, Manuel Hidalgo fue homologado al trotskismo, el tratamiento de su figura inauguró un “hablar estalinista” dentro del PCCH.7 A lo largo de la década de 1930, las referencias antitrotskistas de parte de los dirigentes comunistas fueron permanentes, tanto en la prensa, en los discursos parlamentarios y en los documentos internos. En 1937 se publicó un extenso texto elaborado por Carlos Contreras Labarca, a través del cual la colectividad respaldaba los “Juicios de Moscú” que terminaron con la vida de la vieja guardia bolchevique.8 Sin embargo, y a pesar de las proclamas antitrotskistas de los comunistas chilenos, los delegados de la Comintern informaban a Moscú que en Chile se había constituido el Frente Popular con presencia trotskista. Junto con esto, en opinión del Secretariado Latinoamericano de la Comintern, se consideraba que los comunistas chilenos “no luchan consecuentemente contra el trotskismo”. “Horacio”, delegado de la Comintern, opinaba que el PC chileno había cometido “un error garrafal” al permitir la incorporación de los trotskistas al Frente Popular.9 En este caso, la estalinización fue acompañada de la persistencia de algunas de las prácticas tradicionales del PC chileno, como los acuerdos electorales con fuerzas no izquierdistas, como había ocurrido varias veces durante la década de 1920. Tratando de revertir la tendencias a “conciliar” ante el trotskismo, la dirección -utilizando un lenguaje estalinista- todavía en 1938 señalaba que era necesario promover “el odio de clase más irreconciliable” hacia esta tendencia.10 De todas maneras, “Horacio” se mostraba convencido que “el lastre” de Recabarren estaba presente en el “derechismo” del PC chileno, que se manifestaba en su indolente actitud ante el trotskismo.11
Un tercer aspecto de la estalinización fue el proceso de construcción de una organización disciplinada y monolítica, como decía la jerga estalinista. Como ya señalábamos, a comienzos de 1927 se había decidido adoptar la estructura bolchevique de partido, basado en células organizadas en las fábricas y en los barrios. Sin embargo la clandestinidad y represión impidió que la medida fuera llevada a la práctica. A partir de 1931 y hasta 1938, cuando terminó el gobierno de derecha de Arturo Alessandri Palma, el PC continuó existiendo en condiciones de semi-legalidad, lo que también incidió en el retraso de su reorganización (Álvarez, 2017b). Es por este motivo que la conducción comunista informó constantemente a los delegados de la Comintern sobre los graves problemas orgánicos que sufría la colectividad. A fines de 1935, un representante del PCCH reconocía en Moscú que “el partido no dio paso hacia su bolchevización”, lo que se reflejaba en la aparición de algunas muestras de disidencia ante el giro frentepopulista realizado aquel año. Pero el problema era más de fondo, decía el dirigente chileno, porque “la dirección no es capaz de educar a los cuadros. No se ocupa de las cuestiones de organización de las células. Las células siempre juegan un rol secundario en la vida política y la solución de las cuestiones políticas”.12 Dos años más tarde, Galo González, encargado de organización del PCCH, entregaba un negativo panorama de su frente, aunque reconocía mejorías.13 En todo caso, la colectividad todavía estaba lejos de la imagen mítica que posteriormente la hizo famosa, relacionada con la supuesta rigurosa disciplina de su militancia.

Un momento importante en el proceso de estalinización del PCCH, fue la conformación en 1938 de la Comisión de Control. Creada bajo la lógica estalinista de que el “enemigo del pueblo” (trotskistas, provocadores, saboteadores, etc.) se infiltraban dentro del partido, la naciente instancia tenía como principal objetivo promover la vigilancia, investigar las indisciplinas y perseguir las disidencias.14 Su primer encargado fue Galo González, que se convirtió en el “hombre fuerte” dentro de la dirección comunista. Sin embargo, solo con el tiempo la Comisión de Control logró afianzar su labor disciplinadora. Su funcionamiento fue clave en el proceso de estalinización del PCCH, pues al igual que los otros partidos estalinistas, institucionalizó la persecución de las disidencias internas. Ratificando la especificidad del proceso de estalinización durante la década de 1930, esta Comisión se diferenciaba de la “Comisión de cuestiones disciplinarias y solidaridad”, existente en la década de 1920, que carecía de la centralidad orgánica que poseía la comisión estaliniana.15

Los años estalinistas en el comunismo chileno (1940-1953)

Los hitos que culminaron el proceso de estalinización del comunismo chileno y a partir del cual se puede considerar el inicio de los años propiamente estalinistas de la organización, estuvieron relacionados con tres circunstancias que se produjeron alrededor del año 1940. El primero fue de corte institucional. En un pleno del Comité Central (en adelante, CC) del PCCH realizado a fines de septiembre de 1940, la colectividad hizo un fuerte giro hacia los problemas de disciplina interna. El gran protagonista fue Galo González, encargado de la Comisión de Control, autor de un extenso informe que fue publicado en la prensa partidaria, para asegurarse de la difusión de las medidas.16 Andrew Barnard (2017) lo definió como signo del endurecimiento de la disciplina interna (p. 177) y Ulianova y Riquelme (2017) como expresión del “estalinismo más rígido”. (p. 569) La intervención de la Comintern en este proceso aparece avalada por la “proposición” (sic) realizada por la Comisión de Cuadros de Comité Ejecutivo de la entidad al partido chileno. Esta consistió en crear la Comisión de Cuadros a nivel del Comité Central y comités regionales, cuyo objetivo debía ser “limpiar” al partido de “elemento ajenos y enemigos”, como “trotskistas, masones, aventureros, gente propensa a la corrupción”. En base al trabajo de esta comisión, el objetivo era seleccionar rigurosamente a los dirigentes intermedios y nacionales del PCCH, asegurando la disciplina interna.17 La fusión de esta nueva comisión con la que dirigía Galo González desde 1938, dio origen a la poderosa Comisión de Control y Cuadros, genuina expresión del estalinismo en el partido chileno.
Así, tanto el informe de González como el de Contreras Labarca al pleno del CC de septiembre de 1940, hicieron gala de lenguaje estalinista, abogando por “mayor vigilancia revolucionaria”, luchar contra “los espías provocadores trotskistas”, contra los masones (“que han realizado obra de destrucción del partido”), entre otras afirmaciones. El propio Contreras Labarca debió dar explicaciones, producto de su pasado en la masonería. Además, se “purgaron” (sic) distintos comités regionales y, de 1940 a 1941, el CC se redujo en 10 integrantes. Por su parte, el símbolo de la consolidación de la óptica estalinista, fue la expulsión del PC del parlamentario Marcos Chamudes, sancionada en el pleno del CC de septiembre de 1940, quien se convirtió en la cabeza visible de los purgados por “contrarrevolucionarios”. Por su parte, las Juventudes Comunistas realizaron sus propios procesos de purgas y llamados a la “vigilancia revolucionaria”.18 De esta forma, durante los años del estalinismo, el PCCH se enfrentó solo a un gran conflicto disciplinario, representado por la posición crítica de Luis Reinoso, “encargado de organización” en tiempos de la clandestinidad durante la presidencia de Gabriel González Videla (1946-1952) (Loyola, 2012). La exitosa purga del “reinosismo”, que evitó un desangramiento fraccional del partido, demostró que la conducción comunista había logrado consolidar al interior de sus filas la lógica militante estalinista. Este se reflejaba en la alta valoración de “la unidad interna” como principio existencial del partido.
La segunda circunstancia que consolidó el estalinismo en el PCCH, se manifestó en el arraigo de una formación ideológica basado en las concepciones provenientes del líder soviético. Como ya dijimos, desde principios de la década de 1930 se comenzaron a divulgar en Chile los textos de Stalin. Sin embargo, hacia fines de la década este proceso se institucionalizó. En este sentido, tuvo un papel decisivo el libro titulado Curso breve de la Historia del Partido Comunista (Bolchevique) de la Unión Soviética, redactado bajo directa supervisión de Stalin. Según Geoff Eley (2003), este texto debe ser considerado el inventor del diamat, (materialismo dialéctico) “y la simplificación axiomática del marxismo” (p. 257). Como A. James McAdams (2017) lo ha señalado, el texto eliminó cualquier visión crítica sobre la historia del partido soviético; convirtió a Lenin, secundado muy de cerca por Stalin, como las figuras que lucharon por el destino socialista, en contra de sus perversos adversarios, encarnados por la camarilla liderada por Trotsky, Kamenev y Zinoviev. Cuando se produjo el deceso de Stalin en marzo de 1953, se habían editado 42.816.000 copias del libro en 67 lenguajes distintos (McAdams, 2017).
La edición en castellano de este libro data de 1939. Entre 1940 y 1941, la Comintern mostraba su molestia con el PCCH porque se habían divulgado “solo 12.000 ejemplares” del Curso Breve, cifra muy insuficiente teniendo en cuenta que, según se decía, en Chile el PC contaba con 50 mil militantes. De acuerdo al informe de la Comintern, su alto precio había incidido en este hecho. Además, no se compartían los contenidos de las “síntesis” publicadas en el periódico Frente Popular, por no dejar en claro “la verdadera posición de Trotsky” y “el rol dirigente de Stalin al lado de Lenin” durante la Revolución Rusa.19 Por este hecho, las instrucciones de la Comintern a la sección chilena fueron perentorias, en el sentido de “desarrollar una amplia campaña para explicar el significado y divulgar “Las cuestiones del Leninismo” de Stalin y el “Curso Breve de la Historia del Partido Comunista Ruso (b)”. Estas definiciones aparentemente ligadas a temas solo de “propaganda” y “formación”, estaban en realidad estrechamente vinculados a la estalinización del PCCH. El cierre de Frente Popular (considerado un medio “muy objetivo”, es decir poco comunista) y su reemplazo por El Siglo, junto con las fuertes críticas a la edición n° 1 de Principios, la revista teórica del partido, marcaron un golpe de timón. Jorge Jiles Pizarro, director de este último medio y autor de las criticadas “síntesis” del “Curso Breve”, fue apartado de su cargo, en medio de críticas en su contra por su pasado como masón.20 De esta forma, desde el segundo semestre de 1940, El Siglo comenzó a publicar extractos del Curso Breve, Cuestiones del Leninismo y diversas intervenciones de Stalin. Esto se prolongó por el resto de la década. Por su parte, Principios, a partir de su edición del núm.2 (agosto de 1941) publicó de manera ininterrumpida hasta la edición 16 (octubre de 1942), largos extractos del “Curso Breve”, asegurándose su difusión en el conjunto de la militancia. La importancia de esta obra en la formación estalinista de los comunistas chilenos fue significativa. Según recuerda Samuel Riquelme (ingresó al PCCH en 1936 y llegó a ser integrante del Comité Central) “era un libro de cabecera (…) lo conservé por mucho tiempo y lo tenía casi todo subrayado” (Acevedo, 2017, p. 137). Así, a partir de la década de 1940, se consolidó un estalinismo proveniente tanto de la conducción comunista, como desde sus bases. Desde el punto de vista institucional, los estatutos incluyeron entre los deberes y derechos de los militantes, la prohibición “de mantener relaciones personales, familiares y políticas con trotskistas”.21 Galo González se reafirmó como el símbolo de la “vigilancia revolucionaria” y la disciplina partidaria en clave estalinista.22 Por su parte, la generación fundadora del PCCH, todavía activa en la década de 1940 y 1950, continuó sin mayores problemas reivindicando el legado recabarrenista.23 La convivencia y combinación generacional de nuevas y viejas tradiciones, fueron constituyendo la cultura política comunista del período.
El tercer y último hito que adquirió nuevas dimensiones alrededor de 1940, fue el culto a la personalidad de Stalin. Fenómeno universal del movimiento comunista internacional, se convirtió en factor decisivo en el proceso de homogeneización de los PC a nivel planetario. En el caso del PCCH, desde 1932-33 se intentó que los textos de Stalin se convirtieran “de cabecera”, lo que se consiguió recién hacia 1940. A partir de esa fecha, la prensa comunista fue la gran divulgadora de la admiración a Stalin. Esto se expresó en la lealtad a toda prueba hacia sus decisiones, como por ejemplo en el apoyo al Pacto de No Agresión con Hitler en 1939. Durante la Segunda Guerra Mundial, El Siglo publicaba “la orden del día” del Mariscal Stalin. Asimismo, a nivel discursivo, nunca se puso en duda que el PCCH era “marxista-leninista-estalinista” desde el punto de vista ideológico. En el ámbito de la cultura, fueron numerosas las rimas, canciones y poemas dedicados “al querido camarada Stalin”. El triunfo en la Segunda Guerra Mundial, ratificó el “genio” del líder soviético, elevando su popularidad más allá de las filas del comunismo. El paroxismo del culto a Stalin se experimentó en la coyuntura de su fallecimiento en marzo de 1953, ocasión cuando el poeta comunista Pablo Neruda lo definió como “el más grande de los hombres sencillos, nuestro maestro”. La prensa partidaria publicó declaraciones públicas, poemas, textos teóricos, noticias internacionales, que posicionaban a la figura de Stalin en lo más alto del altar del movimiento comunista internacional.24 En el acto de homenaje a su figura, realizado en un céntrico teatro de la capital con la presencia de dirigentes políticos de otros partidos (desde socialistas hasta radicales, pasando por connotados ibañistas) y una variada gama de representantes del mundo de la cultura, dejaban en claro que la popularidad de Stalin no radicaba solo en los comunistas.25
Luis Corvalán -secretario general del PCCH entre 1958 y 1989- narra en sus memorias que luego de asistir en febrero de1956 al XX Congreso del PCUS, en el cual Nikita Kruschev denunció los “crímenes de Stalin”, se efectuó un nuevo congreso del PC chileno. Durante su realización, Corvalán propuso modificar el acta de fundación del partido, que hasta ese momento era 1912, fecha de creación del POS en el Norte Grande. Su argumento era que los PC existían solo después de la Revolución Rusa y que considerar 1912 como la data de fundación, reflejaba “falta de modestia” de parte de los comunistas chilenos (Corvalán, 1997, p. 60). La modificación del acta de fundación del PC chileno, marcó el punto de llegada del estalinismo en Chile, porque fue un típico gesto estalinista de pretender reescribir la historia por decreto. En este caso, para borrar supuestas raíces reformistas en su origen. En paralelo a esta resolución, los comunistas chilenos, desconcertados como el resto de sus congéneres pertenecientes al MCI, comenzaron a caminar el obligado sendero de la desestalinización decretado por el XX Congreso del PCUS.

Conclusiones

El inicio del proceso de estalinización en Chile se encontró con la existencia de un PC muy debilitado por la lucha fraccional en su interior y por el impacto de la represión. Sin embargo, era una organización que tenía real arraigo en el movimiento obrero del país, una tradición de participación dentro del sistema político, de lucha por la democratización del país y un marcado discurso clasista anticapitalista. Sus líderes políticos y sindicales se forjaron bajo este contexto, por lo que la estalinización chocó y mutó al encontrarse con estas condiciones locales. Esto explica la temporalidad tardía (en comparación a Europa) de la estalinización y que se haya prologando durante gran parte de la década de 1930. Más tarde, consolidado el estalinismo dentro de la organización, pasó a ser uno de los referentes fundamentales de su cultura política, aunque no el único. Junto con homogeneizar y darle un funcionamiento disciplinado a la colectividad, incidió de manera determinante en su dogmatismo teórico y sus carencias en el desarrollo de sus concepciones del socialismo.
Hacia mediados de la década de 1950, la cultura política del PCCH se constituía por la combinación, por un lado, de las tradiciones de la lucha por la justicia social y la democracia de la era del POS; por otro lado, por la convicción utópica ligada al estallido revolucionario de 1917, concebido como arquetipo de la emancipación de los trabajadores frente al capital. Y, por último, por la impronta estalinista, concepto tras el cual se configuraba la materialización del proyecto de nueva sociedad, la certeza ideológica sobre el futuro y una concepción organizacional disciplinada y reacia a los disensos. El estalinismo en Chile, cuando había alcanzado su cenit a mediados de la década de 1950, volvió a mutar de la mano de un incierto proceso de desestalinización a la chilena.

Notas

* Este texto forma parte del proyecto Fondecyt regular 1190307 “Estalinismo y desestalinización: Continuidad y cambio en las generaciones militantes de las Juventudes Comunistas de Chile (1956-1991)”.

1 El autor alude a la polémica representada por los textos de Courtois (2010) y Dreyfus (2000).

2 Gabriel Muñoz hace una detallada genealogía sobre cómo desde fines de 1931, el Buró Sudamericano comenzó lentamente a conectar a la disidencia encabezada por Manuel Hidalgo con el trotskismo. Por su parte, se ha determinado que las primeras acusaciones de “trotskismo” en documentos elaborados por los dirigentes chilenos del PC datan de febrero de 1933 (Barnard, 2017). En una reunión en Moscú con representantes de la Comintern, los dirigentes chilenos explicaban que cuando Hidalgo y sus seguidores fueron expulsados en 1931, “no eran un grupo trotskista”. Véase: Reunión del Secretariado Latinoamericano del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista con representantes del PCCH, 20.10.1935 (Ulianova y Riquelme, 2017, p. 197).

3 Partido Comunista de Chile, Hacia la formación de un verdadero partido de clase. Resoluciones de la Conferencia del Partido Comunista, julio 1933, p. 5. Biblioteca Nacional (BN). Sección Chilena (SCH), Santiago de Chile. Sobre la insistencia de la Comintern respecto a la necesidad de eliminar el legado de Recabarren en el PC chileno. Ulianova (2005b).

4 Plan de estudios de un curso de capacitación, enero de 1933. BN, Sección Periódicos (SP), Santiago de Chile.

5 Reunión del secretariado latinoamericano del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista, Moscú, 27 de marzo de 1935 (Ulianova y Riquelme, 2017, p.62).

6 Frente Popular (19 de diciembre de 1936), p. 8. BN. SP.

7 El documento Manuel Hidalgo, colaborador profesional con la burguesía (Santiago, 1933), se debe considerar un referente al respecto.

8 Carlos Contreras Labarca, El trotskismo, 1937. BN. SCH.

9 Las citas son de: Informe elaborado en el Secretariado Latinoamericano sobre la orientación del Frente Popular en Chile, septiembre de 1936 y Reporte de “Horacio” al Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista sobre los resultados de las elecciones en Chile, marzo de 1937. Véase: Ulianova y Riquelme (2017, pp. 342 y 362).

10. Informe sobre la coyuntura política chilena, elaborado por Raúl Barra Silva y otros. (Ulianova y Riquelme, 2017, p. 416)

11. “Sobre el derechismo en el Partido Comunista de Chile. Marzo de 1937 (Horacio)”, Archivo Estatal Ruso de Historia Sociopolítica (RGASPI) documento núm. 49.5.270.17.

12. Reunión de la sección sudamericana del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista con representantes del PCCH, dedicada a las cuestiones de la organización chilena. 13 de noviembre de 1935 (Ulianova y Riquelme, 2017, p. 247).

13. Informe sobre la situación orgánica del PC chileno presentado en Moscú por Galo González. 9 de febrero de 1937 (Ulianova y Riquelme, 2017, p. 355).

14.Sobre la creación de la Comisión de Control, Proyecto de resolución contra la provocación. 13 de febrero de 1938 (Ulianova y Riquelme, 2017, pp. 435-438).

15. Véase El nuevo C.E.N. del PC se constituyó el domingo (12 de enero de 1925). Justicia. BN. SP. Agradecemos esta referencia a la historiadora Ximena Urtubia.

16.(5 de octubre de 1940). El Siglo, p. 7 y 8. BN. SP.

17. Proposiciones de la Comisión de Cuadros del Komintern al PCCH. C.1940 (Ulianova y Riquelme, 2017, p. 567).

18. Véase: El Partido Comunista limpia sus filas (14 de septiembre de 1940). El Siglo y La vigilancia y la educación revolucionaria; deber de todo joven militante comunista (30 de diciembre de 1940). El Siglo.

19. Proposiciones sobre propaganda y educación política, acordadas por el Comintern en Moscú con Andrés Escobar, representante del PC de Chile. 02-04.1941” e Informe elaborado en el Comintern sobre formación de cuadros, propaganda y agitación. Entre abril y agosto de 1940 (Ulianova y Riquelme, 2017, pp.709 y 540-541).

20. Las críticas a Jorge Jiles Pizarro, véase: Informe del responsable de la Comisión Central de Control, Galo González, ante el XI pleno del Comité Central del PCCH. 29 de septiembre de 1940 e Informe de Andrés Escobar al Comité Ejecutivo del Comintern, Moscú. marzo de 1941 (Ulianova y Riquelme, 2017, p. 625 y 725).

21.(4 de noviembre de 1945). El Siglo.

22. Galo González (diciembre de 1941). La lectura y el estudio. Principios, 6; La vigilancia y la disciplina revolucionarias (enero de 1942). Principios, 7; El Partido Comunista en la lucha contras las desviaciones oportunistas (julio de 1942). Principios, 13. y Fortalezcamos la organización del Partido (octubre de 1945). Principios, 52. BN, Hemeroteca (H), Santiago.

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24. Ver artículos: (marzo de 1953). Principios, 17 y de El Siglo durante ese mismo periodo.

25. Grandioso homenaje a Stalin rindió ayer el pueblo de Santiago en el teatro Baquedano. (16 de marzo de 1953. El Siglo. p. 3.

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