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Revista psicodebate: psicología, cultura y sociedad.

versión On-line ISSN 24516600

Rev. psicodebate: psicol. cult. soc. vol.18 no.2 Ciudad de Buenos Aires dic. 2018

 

ARTÍCULOS

Cybervictimización y cyberagresión en estudiantes universitarios: problemas emocionales y uso problemático de nuevas tecnologías

 

Santiago Resett1 y Paula Romina Putallaz2

1 Universidad Católica Argentina, Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), Argentina; resettsantiago@gmail.com
2 Universidad de Palermo, Argentina.


RESUMEN

La cybervictimización y la cybeagresión constituyenimportantes factores de riesgo para la salud mental de los individuos ya que, por ejemplo, en algunos casos la cybervictimización puede conducir al suicidio de las víctimas. Si bien en la actualidad en la Argentina se ha prestado una notable atención a estas problemáticas, pocos estudios se han llevado a cabo en dicho país para determinar los correlatos psicosociales de la cybervictimización y la cyberagresión en estudiantes universitarios. Se constituyó una muestra intencional de 410 alumnos universitarios que cursaban estudios regulares de primero a quinto año en universidades privadas de Paraná, Entre Ríos, Argentina. El 75% eran mujeres. Las edades iban de 17 a 36 años, con una media de 21.8 años. El 57% vivía con ambos padres. Los participantes contestaron un cuestionario de cyberbullying, escalas sobre depresión y ansiedad-estrés y un cuestionario de uso problemático de nuevas tecnologías. La participación voluntaria, el anonimato y la confidencialidad fueron asegurados. Los resultados indicaban que un 31% era cybervictimizado y un 27% era cyberagresor, que más mujeres que varones eran cybervíctimas y que no existían diferencias a este respecto en cyberagresión. Las cybervíctimas tenían puntajes más altos en depresión, ansiedad-estrés y uso problemático de nuevas tecnologías, mientras los cyberagresores solo mostraban puntajes más altos de uso problemático de nuevas tecnologías. En la discusión se analizan las implicancias de estos hallazgos, se proveen las limitaciones de la investigación y se brindan sugerencias para futuros estudios.

Palabras clave: Cybervictimización; Cyberagresión; Problemas emocionales; Nuevas tecnologías; Universitarios.

ABSTRACT

Cybervictimization and cyberaggression in college students: internalizing problems and problematic use of new technology

Cybervictimization and cyberbullying is an important risk factor for the mental health of individuals, for example, suffering cybervictimization can lead to suicide in victims. However, few studies have been conducted in Argentina to determine their psychological correlates in college students. Therefore, an intentional sample of 410 university students who studied regular first to fifth year in private universities of Paraná, Entre Ríos, Argentina was constituted; 75% were women. The ages ranged from 17 years to 36, with an average of 21.8 years. The participants completed Calvete et al. Cyberbullying Questionnaire, Lovibond and Lovibond Depression, Anxiety and Stress Scale, and Labrador et al. Problematic Use of New Technology Questionnaire. A 27% was cybervictim and a 31% was cyberaggressor, more women than men were cybervictims, and no differences were detected regarding cyberaggression. The results showed that cybervictims presented more depression, anxiety-stress and problematic use of new technology, whereas cyberaggressor only showed more problematic use of new technology. In the discussion we analyze the implications of these findings and we provide limitations and suggestions for future studies.

Keywords: Cybervictimization; Cyberbullying; Internalizing problems; New technology; College student.


 

El bullying o acoso escolar es un importante factor de riesgo para numerosos problemas de ajuste psicosocial (Card & Hodges, 2008; Card, Isaacs, & Hodges, 2007; Troop-Gordon, 2017). El bullying se define como agresión intencional, repetida y con un desbalance de fuerza física o mental entre la víctima y el agresor (Card & Hodges, 2008). Así, numerosos estudios se han llevado a cabo tanto en el primer mundo (naciones de América del Norte y norte de Europa), como en los países en vías de desarrollo, para determinar los niveles de victimización. Estos estudios trasnacionales indicaron que la problemática estaba extendida en distintos países y no se limitaba a una región en particular (e.g., Bradshaw, Crous, Rees, & Turner, 2017; Cook, Williams, Guerra, & Kim, 2009).
En los últimos años el desarrollo de las nuevas tecnologías, como su popularidad entre los más jóvenes, dio lugar al cyberbullying (Mason, 2008; Olweus & Limber, 2018). A pesar de que todavía se debate acerca de cómo medirlo y definirlo (Mehari, Farrel, & Le, 2014; Patchin & Hinduja, 2015) –el primer estudio a este respecto es de hace una década atrás (Mason, 2008)–, la mayoría de los investigadores señala que es una agresión intencional y repetida que ocurre a través de celulares, computadoras u otros medios electrónicos (Patchin & Hinduja, 2015; Sontang, Clemans, Graber, & Lyndon, 2011), y de la cual la víctima no puede defenderse fácilmente (Slonje & Smith, 2008; Smith, del Barrio, & Tokunawa, 2013). Este tipo de acoso presenta características diferentes y se diferencia del bullying por ser más anónimo, rápido, cómodo, se produce en cualquier momento y seextiendemás allá del ámbito escolar (Li, 2006), por lo cual para muchos autores podría ser más negativo para la salud mental y tener una mayor incidencia que el bullying (Sticca & Perren, 2013). De esta manera, los investigadores han presentado visiones  diferentes entre síacerca del cyberbullying (Kowalski & Limber, 2013). Algunos sugieren que el cyberbullying es meramente una extensión del bullying realizado a través de nuevas tecnologías (Hinduja & Patchin, 2008; Olweus, 2012). Otros autores, en cambio, sugirieron que el cyberbullying difiere del bullying en algunos aspectos importantes (por ejemplo, anonimato, audiencia masiva, entre otros) y también indicaron que –aunque comparten algunas características comunes– son diferentes cualitativamente y con correlatos socioemocionales diferentes al bullying (Kowalski& Limber, 2013).
Si bien el bullying ha sido investigado extensamente en niños y adolescentes del primer mundo y en los países en vías de desarrollo, el cyberbullyingse ha estudiado menos. Del mismo modo, el cyberbullying ha sido todavía menos estudiado en muestras de estudiantes universitarios, a pesar del gran uso de las nuevas tecnologías que hacen estos alumnos, del incremento de los hechos de cyberbullying y de sus nefastas consecuencias para las víctimas (Schenk & Fremouw, 2012; Waasdorp & Bradshaw, 2015). Incluso en los países del primer mundo –donde se genera la mayoría de la investigación en psicología del desarrollo (Facio, Resett, Mistrorigo, & Micocci, 2006)– la investigación empírica a este respecto es escasa (Asher, Stark, & Fireman, 2017).
En lo relativo a los pocos estudios internacionales disponibles en alumnos universitarios, Kowalski, Giumetti, Schroeder y Reese (2012) hallaron que un 30% de los estudiantes universitarios habían sufrido cyberbullying. Schenk y Fremouw (2012) encontraron que un 9% era víctima de cyberbullying.  Como se ve, existe mucha variabilidad en los porcentajes. Sin embargo, los pocos estudios empíricos en estudiantes universitarios sugieren una variación de entre 10%-35% en la involucración en el cyberbullying, cifras que –incluso– pueden llegar a ser mayores que las detectadas en muestras de adolescentes (Kokkinos, Antoniadou, & Markos, 2014; Schenk, Fremouw, & Keelan, 2013).
Con respecto a la cybervictimización, esta se ha asociado a una gran cantidad de problemas psicológicos, tales como ansiedad, depresión –como uno de sus correlatos psicológicos con un mayor tamaño del efecto–, y, en algunos casos, suicidio (Mehari et al., 2014). Los problemas emocionales o internalizantes son un relevante factor de riesgo para una apropiada transición hacia la adultez (La Greca & Harrison, 2005), como puede ser el caso de los alumnos universitarios. Por otra parte, la depresión y la ansiedad son algunosde los más frecuentes trastornos mentales a la cybervictimización (Hughes & Gullone, 2010). En lo relativo a los correlatos de problemas emocionales de ser cybervictimizado, Schenk y Fremouw (2012) encontraron que las víctimas sufrían de mayor depresión, ansiedad, fobia social y paranoia. Algunas investigaciones en muestras de alumnos universitarios detectaron que ser cybervictimizado se asociaba con mayor depresión y estrés (Bauman & Baldasare, 2015; Tennant, Demaray, Cyle, & Malecki, 2015). Así, se sabe mucho de los correlatos psicosociales de la cybervictimización, pero menos se han estudiado los correlatos psicosociales de los perpetradores de la cyberagresión (Slonje, Smith, & Frisén, 2013). En lo relativo a los estudios disponibles a este respecto, los cyberagresores no presentan mayores problemas de salud mental, con la única excepción de una mayor conducta antisocial (Kowalski & Limber, 2013). Tampoco mostraban altos niveles de problemas emocionales, sino que –al contrario– ostentaban una imagen positiva de sí mismo, como baja sintomatología depresiva y ansiosa y altos niveles de autoestima (Resett & Gámez-Guadix, 2017). Sin embargo, investigaciones han hallado que la cyberagresión se asociaba con un peor funcionamiento psicosocial (Wong, Chan & Cheng, 2014). No obstante, la mayoría de estos estudios relativos a la cyberagresión son con muestras de adolescentes. Sería interesante evaluar qué sucede con la cyberagresión y sus correlatos emocionales en una etapa de la vida como la adultez emergente (Arnett, 2000) –en la cual la agresión no es vista tan positivamente– y en un ambiente como el universitario.
Otro importante correlato de la cybervictimización y la cyberagresión es el uso problemático de nuevas tecnologías (Gámez-Guadix, Orue, Smith, & Calvete, 2013). Este se define como una preocupación constante por las nuevas tecnologías, incapacidad para controlar su uso (necesidad de estar conectado todo el tiempo a internet) y continuar con su uso compulsivo, a pesar de los problemas para la salud física y mental (Young, 2011). Algunos estudios detectaron que el uso problemático de nuevas tecnologías se asociaba con mayor cybervictimización y cyberbullying (Gámez-Guadix, Borrajo,& Almendro, 2016).
En los países latinoamericanos, la investigación sobre el cyberbullying es prácticamente inexistente. Con respecto a las escasas investigaciones disponibles, un estudio en Colombia –aunque en lo referido al bullying– halló un 10% de víctimas en alumnos universitarios (Hoyos de los Ríos, Romero Santiago, Valega Mackenzie, & Molinares Brito, 2009). Otro estudio en Colombia detectó que casi un 27% de alumnos universitarios cyberagredía a sus pares (Redondo, Luzardo, & Rangel, 2016).
Por todo lo dicho y debido a la escasa literatura científica, resulta de gran importancia evaluar los niveles de cybervictimización y cyberagresión en alumnos universitarios de la Argentina y sus correlatos de problemas emocionales y de uso problemático de nuevas tecnologías. De este modo, el objetivo del presente estudio fue determinar si los alumnos universitarios cybervictimizados y cyberagresores difieren en el nivel de problemas emocionales (depresión, ansiedad y estrés) y uso problemático de nuevas tecnologías, en comparación con los grupos no involucrados.
Hipótesis:Los alumnos universitarios cybevictimizados presentan mayores niveles de problemas emocionales y mayor uso problemático de nuevas tecnologías, en comparación con los no involucrados. Mientras que los cyberagresores presentan mayor uso problemático de nuevas tecnologías, pero no difieren en su nivel de problemas emocionales.

METODOLOGÍA

Tipo de estudio
Se trató de un estudio descriptivo ex post-facto de corte transversal con una metodología tipo encuesta.

Participantes
Se constituyó una muestra intencional no probabilística de 410 alumnos universitarios que cursaban estudios de psicología, psicopedagogía y abogacía en universidades privadas de Paraná, Entre Ríos, Argentina. Los criterios de inclusión eran: ser mujer o varón, tener entre 17 a 36 años, ser alumno regular, cursar entre primero a quinto año de estudios de psicología, psicopedagogía o abogacía en universidades privadas de Paraná, Entre Ríos. El 75% eran mujeres y el resto varones.  Las edades iban de 17 a 36 años, con una media de 21.8 (DE =4.8). El 30% cursaba primer año, el 18%, segundo, 10%, tercero, 24% cuarto y 18%, quinto año.  El 57% vivía con su madre y su padre y el 18% trabajaba.

Instrumentos
Los participantes completaron un cuestionario sociodemográfico: sexo, edad, año que cursaban, universidad y carrera que cursaban.
El Cuestionario de Cyberbullying de Calvete, Orue, Estévez, Villardón y Padilla (2010). Como el fin era medir cybervictimización y cyberagresión, se empleó dicho cuestionario. Se compone de dos escalas diferentes, una para medir cyberagresión y una para medir cybervictimización. El cuestionario consta de 14 preguntas sobre cyberagredir y 14 sobre cybervictimización. Un ejemplo de pregunta de cyberagresión es “Colgué enlaces donde aparecían rumores, chismes etc. de un compañero para que las leyeran otras personas”. Un ejemplo de pregunta para cybervictimización es: “Me enviaron mensajes amenazantes o insultantes con la Internet o el celular”.  Las preguntas de cyberagresión inquieren sobre: enviar mensajes amenazantes o insultantes; colgar o enviar imágenes amenazantes o insultantes; poner enlaces o imágenes insultantes o desagradables;  escribir o difundir chismes; colgar enlaces donde aparecen chismes o rumores; conseguir la contraseña y enviar mensajes para hacer quedar mal a alguien; grabar o tomar fotos mientras se burlan de alguien; mandarlas a través de las redes sociales; grabar o tomar fotos mientras le pegan a alguien; mandarlas a  través de las redes sociales; difundir secretos a través de las redes sociales; excluir de las redes sociales; grabar o tomar fotos de comportamiento sexual y mandarlas a  través de las redes sociales. La subescala de cybervictimización pregunta la frecuencia con la que los adolescentes han sufrido dichos comportamientos como víctimas. El formato de respuesta utilizado para evaluar la frecuencia de cada comportamiento es una escala tipo Likert con las siguientes alternativas 0 (Nunca), 1 (1 o 2 veces), 2(3 o 4 veces) y 3 (5 o más veces). Sus propiedades están bien establecidas en muestras españolas y mexicanas, las cuales demostraron una estructura bifactorial y α de Cronbach .90 y .79 para la escala de cyberagresión y cybervictimización, respectivamente (Calvete et al., 2010; Gámez-Guadix, Villa-George, & Calvete, 2014). También en la Argentina sus bondades psicométricas fueron detectadas. En lo referente a su validez de constructo, en nuestro país se comprobó la asociación de las dos escalas con la depresión, la ansiedad y los rasgos de la personalidad.Asimismo, se detectaron consistencias internas adecuadas (Resett & Gámez-Guadix, 2017). En esta investigación las ade Cronbach fueron .72. y .73, respectivamente.
Escala de Depresión, Ansiedad y Estrés (DASS-21) de Lovibond y Lovibond (1995). Se aplicó para medir los problemas emocionales. Se trata de una medida de autoinforme conformada por subescalas que miden tres estados emocionales negativos: depresión, ansiedad y estrés. La subescala Depresión evalúa disforia, desesperanza, desinterés por la vida, anhedonia, desaprobación de sí mismo y desmotivación. La subescala Ansiedad mide la activación del sistema nervioso autónomo y la experiencia subjetiva del afecto ansiedad. La escala de Estrés evalúa el nivel de excitación crónica no especifica: nerviosismo, dificultad para relajarse, irritabilidad e hiperreactividad ante los estímulos. Un ejemplo de un ítem de depresión es: “Me parecía que no tenía nada por qué vivir”, un ejemplo de ansiedad era: “Tenía la boca seca” y un ejemplo de estrés era “Reaccionaba exageradamente ante ciertas situaciones”. En el DASS-21, una versión reducida del DASS, cada subescala consta de siete preguntas en lugar de los 14 ítems de la versión original. Como al sujeto se le pide que describa cómo se sintió durante los últimos siete días, el DASS-21 es una medición de estado más que de rasgo. Los ítems constan de cuatro niveles de severidad/frecuencia que van desde 0 (no me pasaba) hasta 3 (me pasaba muchísimo). Los puntajes más altos indican mayor nivel de emocionalidad negativa. En cuanto a sus propiedades psicométricas, Lovibond y Lovibond (1995) informaron unos αde Cronbach de .81 para Depresión, .73 para Ansiedad y .81 para Estrés. Presenta, además, evidencia de validez factorial concurrente (por ejemplo, con las escalas Beck de Depresión y Ansiedad) y discriminativa. Sus propiedades están bien establecidas en la Argentina con una adecuada estructura factorial, con ade Cronbach .88, .89 y .89, respectivamente, y validez de constructo de las subescalas con el Inventario de Depresión Beck y la Escala de Síntomas Psicosomáticos de Rosenberg para medir ansiedad (Facio, Micocci, & Resett, 2008). La alta correlación entre ansiedad y estrés encontrada en muestras argentinas conlleva a que las mismas se sumen en un mismo puntaje (Facio et al., 2008). En la presente investigación el a de Cronbach fue .87 para depresión y .89 para ansiedad-estrés, respectivamente.
Cuestionario de uso problemático de nuevas tecnologíasde Labrador, Villadangos, Crespo y Becoña (2013). Como se deseaba evaluar el uso problemático de nuevas tecnologías, se empleó este instrumento. Este es un cuestionario autoadministrado de 26 preguntas dirigido a identificar el riesgo de conductas problemáticas en el uso de Internet, redes sociales, computadoras videojuegos, celular y televisión. Se compone de tres subescalas:  frecuencia de uso (6 preguntas), frecuencia de su uso problemático (6 preguntas) y problemas asociados con el uso de las tecnologías mencionadas (7 preguntas). Un ejemplo de pregunta del cuestionario es: “¿Te ponés mal cuando por algún motivo no podés usar las nuevas tecnologías?”. Todas las preguntas presentan cuatro opciones de respuestas que se puntúan de 1 a 4. Las opciones de respuesta para la frecuencia de uso van de 1 (nunca) a 4 (todos los días) y para las otras dos subescalas van de 1 (nunca) a 4 (siempre). Su estructura factorial y validez convergente están ampliamente comprobadas en muestras españolas y presentó α de Cronbach por encima de .70 para las tres subescalas (Labrador et al., 2013). Sus propiedades psicométricas fueron detectadas también en nuestro país y demostró evidencia de validez de constructo, como lo era su asociación con el trolling, y adecuadas a de Cronbach (Gonzalez Caino &Resett, 2018). En la presente investigación, ela de Cronbach para frecuencia de uso problemático fueron .82 y .83, respectivamente. En el presente estudio se trabajó con la escala de frecuencia de uso problemático de nuevas tecnologías y problemas asociados con su uso.No se informará sobre la subescala uso de nuevas tecnologías, ya que son objeto de otra investigación.

Procedimiento
Se aseguró a los jóvenes la confidencialidad, el anonimato de las respuestas y la participación voluntaria. Las encuestas se aplicaron en el horario normal de clases o en las horas libres delos estudiantes.

Análisis de datos
Los datos se analizaron en el Programa Estadístico para las Ciencias Sociales SPSS (por su acrónimo en inglés) versión 22. Se extrajeron estadísticos descriptivos (medias, porcentajes, entre otros), como inferenciales para determinar si existían diferencias de sexo y si las cybervíctimas, cyberagresores y grupos no involucrados diferían en las variables dependientes (c² y MANOVAs análisis multivariados de la varianza). Los porcentajes de estudiantes cybervictimizados, cyberagresores y no involucrados se conformaron a partir de dicotomizar las 14 preguntas de cybervictimización y cyberagresión (0 = no involucrado, 1 = cybervíctima, 0 = no involucrado y 1 = cyberagresor). Se usó un criterio conservador de dos o tres veces al mes como mínimo para dicotomizar las preguntas de acuerdo con estudios previos (Kowaski & Limber, 2013; Olweus, 2012). Por ejemplo, si un estudiante contestaba que era victimizado en algunas de las 14 preguntas de cybervictimización, al menos dos o tres veces al menos, se consideraba como cybervíctima.Lo mismo sucedía para cyberagresión.

RESULTADOS

Antes de comenzar con el objetivo específico del presente trabajo, se presentarán los porcentajes de estudiantes cybervictimizados y no involucrados y cyberagresores y no involucrados discriminados por sexo. En la tabla 1 se muestran los resultados de cybervíctimas y no involucrados, según sexo, mientras que en la tabla 2 se presentan los de cyberagresores y no involucrados, según sexo. Los resultados indicaron que un 31% era cybervíctima y 27% era cyberagresor, respectivamente. Se llevó a cabo una prueba de c2 para determinar si el sexo introducía diferencias en ser cybervíctima y ser cyberagresor, respectivamente. Los resultados indicaron que existían diferencias de sexo marginales en cybervíctimas, pero no existían diferencias en cyberagresores c2(1, 409) = 3.48, p< .07 y c2(1, 409) = 1.21, p< .27, respectivamente, como se muestra en las tablas 1 y 2. Como se percibe en la tabla 1, más varones (79%) eran no involucrados, en comparación con las mujeres (67%); en cambio, más mujeres (33%) que varones (21%) eran cybervíctimas. Los residuales corregidos arrojaban 1.9 –valores muy cercanos al 1.96, esto es, celdas en las que existen más casos de lo que debería haber–.

Tabla 1. No involucrados y cybervíctimas según sexo.

Tabla 2. No involucrados y cyberagresores según sexo.

En la tabla 3 se muestran las medias y desvíos típicos en la escala de cybervictimización y cyberagresión.

Tabla 3. Medias y desvíos típicos en cybervictimización y cyberagresión (n = 410).

Con respecto al objetivo específico de este trabajo -determinar si los alumnos cybervíctimas y cyberagresores diferían en los niveles de problemas emocionales y en el uso problemático de nuevas tecnologías (frecuencia de uso problemático y problemas asociados con el uso)-, se decidió llevar a cabo una serie de MANOVAs. Primeramente, se ejecutó una prueba de Levene para determinar la homogeneidad de las varianzas para las cuatro variables dependientes entre los grupos cybervictimizados y no involucrados. Los resultados indicaron varianzas no homogéneas para depresión y ansiedad-estrés ps < .001 y homogéneas para frecuencia de uso problemático y problemas asociados con el uso ps > .145. De este modo, se procedió a realizar el MANOVAs, pero informando un estadístico más robusto para desigualdad en las varianzas como es T de Pillai, el cual también era apropiado al tener cada grupo una N de más de 30 casos (282 de no involucrados versus 128 de cybervíctimas), como indican numerosos metodólogos (Allen & Bennett, 2008; Tabachnick & Fidell, 2007). Al llevar a cabo el MANOVAs con los puntajes en problemas emocionales (depresión y ansiedad-estrés) y uso problemático de nuevas tecnologías (frecuencia de uso problemático y problemas asociados con el uso) como variables dependientes, y la pertenencia al grupo de cybervictimización versus no involucrados como factor entre sujetos, se hallaron diferencias significativas T de Pillai = .15,F(4, 406) = 17.84, p < .001, h2= 15%. Las diferencias, según la pertenencia a los grupos, existían en las cuatro variables dependientes –ver tabla 4–.

Tabla 4. Medias, desvíos típicos y estadísticos univariados en problemas emocionales y uso problemático de nuevas tecnologías según cybervictimización.

Con respecto a la cyberagresión, en primer lugar se llevó a cabo un contraste de Levene para determinar la homogeneidad de las varianzas de las variables dependientes entre los grupos cyberagresores y no involucrados.Los resultados indicaban valoresno significativos para las cuatro variables dependientes ps > .08, por lo cual se asumían varianzas homogéneas. Al llevar a cabo un MANOVAs con los puntajes en problemas emocionales (depresión y ansiedad-estrés) y uso problemático de nuevas tecnologías (frecuencia de uso problemático y problemas asociados con el uso) como variables dependientes y la pertenencia al grupo de cyberagresión versus no involucrados como factor entre sujetos, se hallaron diferencias significativas según la pertenencia a los grupos l de Wilks = .90,F(4, 406) = 11.32, p < .001, h2= 10%. Las diferencias existían en frecuencia de uso problemático y problemas asociados con el uso –ver tabla 5–.

Tabla 5. Medias, desvíos típicos y estadísticos univariados en problemas emocionales y uso problemático de nuevas tecnologías según cyberagresión.

DISCUSIÓN

El propósito del presente trabajo era determinar si los alumnos universitarios cybervictimizados y cyberagresores diferían en sus correlatos de problemas emocionales y de uso problemático de nuevas tecnologías, en comparación con los no involucrados, ya que –a pesar de la relevancia de la problemática– en las naciones latinoamericanas el tema casi no ha sido investigado. Así se constituyó una muestra de 410 estudiantes universitarios que realizaban estudios en universidades privadas de Paraná, Entre Ríos, Argentina. Los participantes contestaron el Cuestionario de Cyberbullying de Calvete et al. (2010), el DASS-21 para depresión y ansiedad-estrés de Lovibond y Lovibond (1995) y el Cuestionario de uso problemático de nuevas tecnologías de Labrador et al. (2013).
Se halló un 31% de alumnos cybervictimizados y un 27% de cyberagresores. Si bien no hay datos nacionales para comparar los hallazgos,estudios internacionales, como los de Kowalski et al. (2012), también detectaron un porcentaje similar con un 30% de cybervíctimas. También un estudio en Colombia halló alrededor de un 27% de cyberagresores (Redondo et al., 2016). Estos hallazgos también ponen de manifiesto que el cyberbullying también está presente en el nivel universitario. Como sugieren muchos estudios (Kokkinos et al., 2014; Schenk et al., 2013), no solo este comportamiento está presente en el nivel universitario, sino que –en ocasiones– su prevalencia es mayor que el encontrado en muestras de adolescentes. Los altos niveles de cyberbullying hallados en el ambiente universitario pueden explicarse por la relación docente-alumno menos personalizada de dicho nivel –en comparación con la de la escuela secundaria o primaria– y por un ambiente menos estructurado que el de los niveles educativos anteriores. En la universidad, por otra parte, los jóvenes no son supervisados en el uso de redes sociales y uso del celular, por lo que esto podríaser un factor de riesgo para un mayor cyberbullying (Walrave & Heirman, 2011). Además, hay que tener presente que la población de estudiantes de los primeros cursos –a los que se puede considerar adultos emergentes (Arnett, 2000)– están hoy en día más cerca de ser adolescentes que de ser adultos, por lo cual las formas de relacionarse están íntimamente ligados al uso de redes sociales y celulares (Dobarro González, Tuero Herrero, Bernardo Gutiérrez, Herrero Díez, & Álvarez-García, 2018).
Si bien no era el objetivo de este trabajo, se halló que más mujeres que varones eran cybervictimizadas, mientras que el sexo no introducía diferencias en la cyberagresión. Como el cyberbullying es una agresión indirecta, esto podría llevar a concluir que las mujeres podrían ser tanto más victimizadas queagresoras (Kowalski et al, 2014). A pesar de que algunos estudios apoyan esta hipótesis (e.g., Kowalski & Limber, 2007), otras investigaciones no han encontrado diferencias entre varones y mujeres a este respecto (Hinduja & Patchin, 2008; Slonje & Smith, 2008). No obstante,otras han detectado que los hombres son más agresores que las mujeres (Li, 2006); al mismo tiempo, algunos trabajos hallaron que los varones agreden más, mientras las mujeres son más victimizadas (Sourander et al., 2010). Sin embargo, la mayoría de las investigaciones evaluaron muestras adolescentes. También las inconsistencias a este respecto pueden deberse a las distintas muestras, los instrumentos de evaluación y los rápidos cambios en las nuevas tecnologías. Muchos estudios hipotetizan que las diferencias más grandes a este respecto se dan en el bullying físico y no en el cyberbullying, en el cual la fuerza física no cuenta (del Barrio, Martín, Montero, Gutiérrez, Barrios, & De Dios, 2008). Por otra parte, es posible que las diferencias de sexo emerjan de acuerdo con eldispositivo empleado (celulares, computadoras o redes sociales) para sufrir la cybervictimización o para llevar a cabo la cyberagresión.
En lo referente a los correlatos de problemas emocionales, se observó que las cybervíctimas presentaban mayor depresión y ansiedad-estrés, mientras que los cyberagresores no presentan mayores puntajes en dichas variables, en comparación con los no involucrados. Estos resultados concuerdan con numerosos estudios internacionales sobre la asociación entre la cybervictimización y los problemas emocionales (Kowalski et al., 2014; Mehari et al., 2014). Algunas investigaciones en estudiantes universitarios detectaron que sufrir de cyberbullying predecía la sintomatología depresiva, controlando los niveles de bullying (Tennant et al., 2015).
En lo relativo a los cyberagresores, las investigaciones indicaron que ellos no presentaban problemas de este tipo y que su salud mental era similar a la de los no involucrados (Resett & Gamez-Guadix, 2017). Sin embargo, otras investigaciones detectaron que los cyberagresores sí mostraban mayores problemas emocionales (Bonanno & Hymel, 2013; Patchin & Hinduja, 2010; Schenk et., 2013).
Se observó que tanto los estudiantes cybervictimizados como los cyberagresores presentaban un mayor uso problemático de nuevas tecnologías –en comparación con los no involucrados–, como usarlas en exceso o tener problemas asociados a su uso, ono poder controlar el tiempo que se les dedicaba. Esto es concordante con muchos estudios extranjeros que demostraron que usarlas en exceso o sin supervisión adulta se asociaba con el cyberbullying (Gámez-Guadix et al., 2013; Gámez-Guadix et al., 2016). Cabe aclarar que la mayoría de los efectos detectados eran de tamaño mediano –entre 3% y 8%–, con la excepción de ansiedad-estrés para cybervictimización (13%) y problemas asociados con el uso para cyberagresión (9%), los cuales eran de tamaño grande. Sin embargo, se necesitan investigaciones longitudinales para determinar la direccionalidad de la causalidad entre el uso de nuevas tecnologías y el cyberbullying. ¿Es el uso problemático del celular, por ejemplo, una causa o una consecuencia de la cyberagresión/cybervictimización? Esto es, el pasar mucho tiempo con este dispositivo y con suuso patológico ¿conlleva a cyberagredir? o, por el contrario, una pauta de problemas de conducta o externalizantes –entre ellas la agresión–¿conlleva también a un mal uso de las nuevas tecnologías? Por otra parte, se puede hipotetizar que una tercera variable no evaluada aquí –por ejemplo, una personalidad con rasgos de alto neuroticismo y baja agradabilidad– es la que hace covariar al cybebullying y al uso problemático de nuevas tecnologías.
En la actualidad se debate si el cyberbullying es una mera extensión del bullying u otro fenómeno cualitativamente diferente (Kowalski & Limber, 2013; Kubiszewski, Fontaine, Potard, & Auzoult, 2015). Del mismo modo, también se discute si sufrir de cyberbullying o de bullying es más negativo para la salud mental (Sticca & Perren, 2013).  Los resultados del presente estudio indicaban que sufrir de cyberbullying –incluso en alumnos universitarios– se asociaba con correlatos psicosociales negativos, como mayores problemas emocionales. Se comprobó también que la cybervictimización en dicha etapa de la vida puede conducir a graves consecuencias (Schwartz, 2010), como el suicidio. Futuros estudios deberían examinar si hay un mayor nivel de bullying o cyberbullying en dichas poblaciones y cuál de los dos es más negativo para la salud mental. Muchos estudios se preguntaron si los efectos de la cybevictmización en los alumnos universitarios son o no normativos (Asher et al., 2017). Si bien en el presente estudios se hallaron niveles no menores de cyberbullying (un 31% de cybervíctimas y un 27% de cyberagresores), los resultados del presente trabajo no son generalizables por tratarse de una muestra de conveniencia.
Este estudio tiene una serie de limitaciones. Primero, el haber sido llevado a cabo con una muestra intencional no probabilística de Paraná, Entre Ríos, lo cual impide su generalización a la población de estudiantes universitarios. Además, el tamaño de la muestra era de 410 alumnos, por lo cual se trataba de una muestra con limitado poder estadístico. Por otra parte, la muestra era desproporcionada con respecto al sexo, ya que contaba con mayor cantidad de mujers que varones. Segundo, el diseño transversal no permite inferir la direccionalidad de la causalidad: puede ser que la cybervictimización afecte a la salud mental, como también que el tener una peor salud mental vuelva a los estudiantes universitarios un blanco más vulnerable para el cyberbullying. Tampoco este tipo de estudio permite evaluar cómo va evolucionando el fenómeno a través del tiempo. Tercero, el haber usado soel autoinforme como único instrumento de recolección de datos es una limitación (se sabe que dicha técnica conlleva al sesgo subjetivo y la falta de honestidad en las respuestas).Asimismo, el haber medido todas las variables con la misma técnica de recolección de datos aumenta artificialmente las relaciones entre las variables.
Sin embargo, el presente trabajo pone de manifiesto que el cyberbullying está también presente en el ámbito universitario y que se asociaba a una peor salud mental de los sujetos. Futuros estudios deberían examinar esta problemática en muestras aleatorias, de mayor tamaño y de diversas ciudades de la Argentina. Sería deseable que midieran la problemática longitudinalmente para observar cómo va evolucionando el fenómeno a través del tiempo, lo cual también permitiría evaluar la direccionalidad de la causalidad. Asimismo, investigaciones longitudinales deberían examinar la continuidad entre ser acosado en la escuela secundaria y en el ámbito universitario. ¿Continúan las victimas del cyberbullying en la escuela secundaria siendo victimizados en la universidad? Por otra parte, se debería evaluar el bullying y el cyberbullying para observar cuál es un mejor predictor de una peor salud mental. Finalmente, se deberían usar otras técnicas complementarias para recolectar los datos, como nominaciones de pares, para superar las conocidas limitaciones del autoinforme.

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Recibido 07-03-2018
Aceptado 06-06-2018

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