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Delito y sociedad

versión impresa ISSN 0328-0101versión On-line ISSN 2468-9963

Delito soc. vol.25 no.41 Santa Fé jun. 2016

 

COMENTARIOS DE LIBROS

Comentario a John Lanchester:¡Huy! Por qué todo el mundo debe a todo el mundo y nadie puede pagar

Anagrama, Barcelona, 2010

 

Por Clara Posse

En la actualidad es común oír hablar acerca de burbujas financieras, créditos, inversiones, de los ciclos económicos de boom y recesión, en suma, de un sistema financiero con períodos de estabilidad e inestabilidad que repercuten de diversas maneras en la economía capitalista mundial y globalizada. Sin embargo, ¿cuánto de esto conocemos y comprendemos realmente? Esa es una de las preguntas que movilizó a John Lanchester, periodista y novelista británico y persona ajena al mundo de la economía, a investigar y adentrarse en ese mundo que ha resultado ser tan complejo, como el de las finanzas —y más específicamente— el mercado de los derivados financieros. Combinando una prosa entretenida, de a momentos irónica y humorística, con datos periodísticos y de cifras financieras devastadoras, el autor logra brindarnos un valioso relato respecto del origen y desarrollo de la última gran crisis económica mundial, acontecida a fines de la primer década del siglo XXI.
Al mayor boom económico nunca antes conocido —reflejado en el incremento de la riqueza mundial entre el 2000 y el 2006 con un PIB que pasó de 36 a 70 billones de dólares— le ha seguido en el año 2008 el mayor crac, dejando un saldo de endeudamiento y desocupación mucho mayor al de la Gran Depresión. ¿Cómo hemos llegado a esto? Lanchester lo sintetiza en cinco causas principales: un clima, un problema, un error, un fracaso y una cultura dominada por la industria financiera. Cinco fenómenos completamente entrelazados entre sí, propiciaron el armado de uno de los mayores fraudes económicos llevados a cabo en la historia de la economía moderna.
A lo largo de los siete capítulos en los que está dividida la obra, el autor desarrolla estas ideas principales, describiendo los actores y procesos implicados. Por un lado,
critica lo que se debería haber hecho y no se hizo —en especial acusando a políticos, banqueros, inversores y economistas, como algunos de los responsables— y también concede algunas propuestas en referencia a lo que tendríamos que cambiar cada uno de nosotros, como participantes de este vasto sistema, si es que deseamos evitar que este tipo de crisis económicas se produzcan nuevamente en un futuro. A su vez, alcanza a explicar cómo funciona el gigantesco aparato financiero mundial, liderado por las bolsas de valores de Wall Street (Estados Unidos) y la City (Londres), y cómo fue que aquellas lograron dominar las economías de sus países respectivos, con la ayuda de una gran cantidad de instituciones bancarias y no bancarias, tales como las aseguradoras de valores, los conglomerados financieros y las agencias de calificación de créditos. Por otro lado, destaca el rol que cumplió un crecimiento desopilante del mercado inmobiliario de las denominadas hipotecas "subprime" y cómo la posterior "caída del 20% en los precios de vivienda de Estados Unidos, lo que a primera vista no es extraordinariamente improbable, fue suficiente para provocar una crisis bancaria mundial que estuvo a punto de destruir todo el sistema". Con lo cual, Lanchester determina que todas las burbujas generadas del 2000 en adelante —del crédito, del precio de los activos, inmobiliaria, de la deuda etc— fueron parte del mismo fenómeno: un complejo entramado de relaciones económicas —la mayoría de las veces— fraudulentas. Asimismo, cabe destacar la acertada utilización del autor de ejemplos de la economía doméstica a lo largo de toda la obra, con el fin de estrechar el abismo que, según su referencia, existe entre el sector financiero y el público general. Dicho llamado de atención tiene su sustento en el hecho de que son pocas las veces en que, en nuestra vida cotidiana, nos detenemos a pensar en cosas como "¿qué es al fin y al cabo todo esto del dinero? (…) ¿qué representan esas cifras abstractas? ¿Qué realidad está representada en ellas?", a excepción de las ocasiones en que "el flujo mundial de capital nos golpea personalmente".
En el primer capítulo, Lanchester comienza explicando qué significó el clima de libre mercado y de proliferación de políticas de laissez-faire, posterior a la caída del Muro de Berlín y la victoria del capitalismo por sobre el comunismo. Lo novedoso de la liberalización de la economía llevada a cabo por los gobiernos de Margaret Thatcher (Gran Bretaña) y Ronald Reagan (Estados Unidos), a partir de la década de 1980, fue el grado en que los intereses financieros fueron ganando terreno político hasta convertirse en abrumadoramente dominantes. La previa eliminación del adversario comunista que había puesto fin a la Guerra Fría, allanó el camino hacia el crecimiento del capitalismo democrático y la transformación tendiente a la "abolición de la prohibición de la tortura", dejando de lado la idea de justicia social previamente desarrollada en las democracias liberales de posguerra. Tan pronto como el sector financiero y su libre mercado se adueñaron del capitalismo, sus fieles empleados comenzaron a embolsar enormes sumas de dinero y los bancos no cesaron de asumir cada vez más riesgos, financiándose con los depósitos de sus contribuyentes. Y con ello, lo primero que cambió fue la concepción respecto del riesgo, proceso en donde Lanchester identifica el comienzo de la brecha entre el lenguaje financiero y el sentido común. Al mismo tiempo, se escindieron los límites entre las históricas barreras que dividían y reglamentaban las áreas de
los bancos (comerciales y de inversión), las finanzas y la participación en el mercado de valores. Y lo llamativo fue la incapacidad de cuestionamiento de este tipo de políticas, puesto que "la disciplina de los mercados" se convirtió en poco más que un dogma religioso, quedando muy por detrás aquellos ideales de igualdad y justicia.
En los siguientes capítulos, el autor se dedica a explorar el mundo de la contabilidad financiera, y específicamente, el modo en que se generó el boom económico y su posterior bancarrota. De este modo, desarrolla otra de las causas mencionadas anteriormente: el problema de la desregulación del mercado de los derivados financieros (CDO y CDS), que a partir de 1980 propiciaron apuestas más grandes y acarrearon mayores riesgos de quiebra u insolvencia, a través de la compra y venta de paquetes de bonos de deuda con un atractivo rendimiento. La flexibilización de las leyes posibilitó que los banqueros, mediante técnicas explícitas como la presión del lobby bancario y los incentivos económicos, lograran ponerse sus propias reglas, junto con la manera de romperlas. Con lo cual, no sólo la regulación brilló por su ausencia, sino que también la débil aplicación de las leyes, generaron un marco y un régimen aptos para ser evadidos. En suma, el autor descubre, tras el velo ideológico de los discursos políticos legitimantes del libre mercado, el contexto mismo que propulsó el boom de los nuevos derivados financieros. Y fueron justamente aquellos los que promovieron la expansión de la burbuja inmobiliaria incentivada por tasas de interés muy bajas cuando, en el año 2000, se introdujeron los paquetes de deudas (como los CDO) en el mercado de las hipotecas subprime. Estas fueron créditos de alto riesgo otorgados a personas con muy bajo nivel de ingresos, cuya único modo de acceso al sueño de la vivienda propia era endeudándose de manera exorbitante. Mientras tanto, todos ganaban de manera vertiginosa: los bancos que emitían los CDO, las aseguradoras que emitían los CDS (seguros frente a las pérdidas de valor de los CDO), los conglomerados financieros de inversión que intercambiaban ambos derivados financieros —Goldman Sachs y Lehman Brothers son algunos de los nombres que más resonaron— y las agencias de calificación crediticia, que accedieron a encubrir deudas monstruosamente débiles y riesgosas (cuyos fondos eran, recordemos, personas luchando por pagar sus hipotecas) bajo el rótulo de AAA, que implicaba un nivel de seguridad tan alto como el de las letras del Tesoro Federal de Estados Unidos. En el corto plazo, los réditos fueron enormes. Pero era un boom muy injusto y muy poco sostenible en el tiempo.
Sabido es que los bancos son el corazón del sistema económico capitalista y la gestión del riesgo por excelencia, cuyo oxígeno consiste en el endeudamiento de terceros, es decir, los préstamos que confiere. Y ese riesgo consiste en la probabilidad de que su pasivo (depósitos de los contribuyentes) supere al activo (créditos que concede), y de ese modo caer en la insolvencia. Siendo un elevado nivel de apalancamiento algo de moneda corriente en bancos evaluados en miles de millones de dólares —tales como Bank of America, Merril Lynch, HBOS, HSBC, BNP, RBS y una lista extremadamente larga— el autor nos muestra la concepción específica del riesgo para los actores financieros: a mayor riesgo, mayor ganancia y, en consecuencia, mayor boom económico. Y aún más importante: que ese riesgo está financiado por nosotros, a través de nuestros depósitos.
En los capítulos cuatro y cinco, Lanchester desarrolla otra de las causas de este entramado que acompañó a las operaciones bursátiles: el error de los malos cálculos del riesgo. Se depositó una extrema confianza en el estudio racional y cuantificable de la probabilidad y el riesgo, como si se tratasen de cuestiones factibles de ser controladas. El avance de la tecnología y la labor de los "quants" —genios matemáticos— hicieron esto posible, a través de la creación de infinidad de cálculos, fórmulas y ecuaciones matemáticas con datos inadecuados. De manera ingenua manipularon los riesgos hasta hacerlos desaparecer por medio de la transferencia a terceros, o, al menos, así lo creyeron durante un tiempo.
No obstante, cuando las apuestas fallan, lo que queda son grandes agujeros en los activos de muchos bancos y empresas. Y si a su vez, dichos agujeros se relacionan con los "activos tóxicos" de las ya mencionadas hipotecas subprime, el resultado es aún más horroroso: la temida incertidumbre se propaga cual efecto dominó, quiebran entidades financieras enormes interconectadas a nivel mundial, las cuales provocan que países como Islandia —famoso por su solvencia económica y seriedad institucional— se quede literalmente sin dinero. Y mientras tanto somos nosotros los que pagamos la factura, porque existen algunas instituciones que son DGPQ (Demasiado Grandes Para Quebrar) y que los gobiernos eligen salvar con el fin de evitar el hundimiento del aparato financiero mundial.
En los últimos dos capítulos, Lanchester se refiere a las dos causas restantes de la crisis: el fracaso y el acompañamiento de toda una cultura económica subsumida en el capitalismo del laissez-faire. Muchos fueron los economistas que supieron diagnosticar el crac una vez acontecido, pero pocos los que intentaron advertir a los políticos a tiempo, respecto de los excesivos niveles de deuda y apalancamiento. El gran fracaso de los reguladores, los políticos y los directores de los bancos centrales, como Alan Greenspan —quien estuvo al frente de la Reserva Federal desde la presidencia de Reagan hasta la segunda de George W. Bush— consistió en hacer la vista gorda a los "olores sospechosos" que emanaban del forzado mantenimiento de tasas de interés muy bajas y del hecho de "estar operando en medio de un boom económico demasiado atractivo como para que fuera cierto". Dicho fracaso se combinó con toda una cultura adherida a las ideas del dinero fácil, la desregulación, el negocio y la creencia de que la riqueza está siempre acompañada de la inteligencia.
La obra de John Lanchester impacta por la claridad con que explica temas tan complejos como los financieros. Representa una contribución a la comprensión de esta última crisis mundial, y a su vez un llamado a finalizar con la dictadura silenciosa de los mercados financieros, y a construir una nueva cultura política y económica de adecuada regulación, en nombre de los contribuyentes, el principal sostén de todo el sistema. Que la socialización de las pérdidas que seguiremos sufriendo en los años venideros, nos ayude a tomar conciencia y frenar la aparentemente imparable ruleta fnanciera. Y que al menos una vez, seamos nosotros los que digamos "no va más".

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