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Delito y sociedad

versión impresa ISSN 0328-0101versión On-line ISSN 2468-9963

Delito soc. vol.29 no.49 Santa Fé jun. 2020

http://dx.doi.org/https://doi.org/10.14409/dys.2020.49.e0002 

ARTÍCULOS

¿La mundialización de la (in)seguridad? Reflexiones sobre el campo de profesionales de la gestión de las incertidumbres y analítica de la transnacionalización de los procesos de (in)securización1

Globalization of insecurity? Thoughts on the field of the professionals on the management on uncertainties and the analiysis of the trasnationalization of the processes of (in) securitization

 

Didier Bigo

Centro de Investigación Internacional, Sciences Po, Francia / Colegio del Rey de Londres, Inglaterra. https://orcid.org/0000-0002-1908-6532. didier.bigo@sicencespo.fr

 

DOI: https://doi.org/10.14409/dys.2020.49.e0002

 

Recibido: 24/10/2019
Aceptado: 28/11/2019


Resumen

Este artículo tiene como objetivo discutir las premisas en las que descansa una cierta visión de la inseguridad global, que, ante todo, la considera una consecuencia «natural» de los ataques que afectaron a los Estados Unidos, Australia, Turquía, España y, recientemente, el Reino Unido. Y que, además plantea que la mundialización de los profesionales de seguridad se produce como consecuencia y única solución efectiva a esta inseguridad global. A partir del trabajo de Pierre Bourdieu y Michel Foucault, el autor se propone comprender cuándo y cómo se desarrolló este discurso sobre la «mundialización de la seguridad» a través de las nociones de campo de profesionales de gestión de las inquietudes y transnacionalización de los procesos de (in) seguridad. Se presta especial atención a la forma en que estos procesos están vinculados a las transformaciones de la violencia política, pero también al desarrollo europeo y transatlántico del aparato policial, militar y de inteligencia, a su estructuración en un campo profesional y a sus efectos en nuestras sociedades de riesgo, duda, incertidumbre.

Palabras clave: Mundialización / Inseguridad / Transnacionalización / Profesionales de Gestión

Abstract

This article suggests a discussion on the premises on which rest a specific vision of global (in)security  —as a «natural» consequence of the attacks suffered by the US, Australia, Turkey, Spain, and very recently the United-Kingdom— and the corollary of a unique and efficient solution: the globalisation of security professionals and their cooperation against barbarism. Referring to Pierre Bourdieu and Michel Foucault’s works, the author tries to understand when and how this discourse on the «globalisation of (in)security» developed through the notions of field of the professionals of unease management and of transnationalisation of (in)securisation processes. A particular attention is given to the way in which these processes are linked to the transformations of political violence but also to the European and Transatlantic development of the police, military, and intelligence agencies, to their structuration in a professional field, and to their effects on our societies of risk, doubt, and uncertainty.

Keywords: Globalisation / Insecurity / Trasnationalisation / Management professionals


 

Los discursos sobre la necesaria mundialización de la seguridad bajo el liderazgo de los Estados Unidos y sus aliados más cercanos existen desde el final de la bipolaridad, pero han tomado una intensidad y expansión sin precedentes desde el 11 de septiembre de 2001.2 Estos discursos se presentan como el único análisis posible de la serie de atentados que han golpeado a los Estados Unidos, Australia, Turquía, España y, más recientemente, el Reino Unido. Y se justifican por la idea de que la mundialización de la seguridad es la única respuesta posible a la mundialización de la inseguridad, y que la misma sería particularmente urgente frente a la posibilidad de que se desarrollen amenazas de uso de armas de destrucción masiva que podrían ser obra de organizaciones terroristas o criminales y gobiernos que los apoyan. Esta mundialización de la inseguridad volvería obsoletas las fronteras nacionales y obligaría a la colaboración internacional al mismo tiempo que cuestionaría la distinción clásica entre, por un lado, la guerra, la defensa, el orden internacional, la estrategia y, por otro lado, el crimen, seguridad nacional, orden público, investigación policial. De acuerdo a estos discursos, el crimen alcanzaría la magnitud de la guerra, la guerra sería hecha por criminales. Y la respuesta a esta fusión de crimen y guerra sería una fusión de los servicios de policía y de justicia con fuerzas especiales y acciones militares externas, bajo la supervisión de servicios de inteligencia policial y militar, trabajando juntos tanto a escala nacional como transatlántica.3 Esto requeriría un reagenciamiento completo de los aparatos de seguridad locales, nacionales, europeos y transatlánticos y una nueva manera de pensar a fin de hacer frente al «terrorismo global». Además, no es sorprendente que luego de años de silencio e ignorancia, desde el 11 de septiembre de 2001, todo el mundo político occidental y el de los «expertos» en seguridad en particular, parezcan tomados por un frenesí explicativo sobre las relaciones entre defensa y seguridad interior en un contexto globalizado de inseguridad que ya no es discutido ni discutible.

Sin embargo, este artículo apunta a discutir las premisas sobre las cuales reposa esta visión de una inseguridad global, que sería consecuencia «natural» de los atentados, y que desembocaría en una única solución efectiva: la mundialización de los profesionales de la seguridad y su colaboración contra la barbarie. Para hacerlo nos apoyaremos en los trabajos de Pierre Bourdieu y Michel Foucault a fin de proponer un análisis de los discursos sobre las amenazas a la seguridad, poniéndolos en relación con los agentes sociales que los enuncian, especialmente con los profesionales que buscan darles sentido y que conducen prácticamente la implementación de tecnologías asociadas a estos discursos. Intentaremos entender cuándo y cómo se ha desarrollado este discurso sobre la «mundialización de la seguridad» a través de los conceptos de campo de los profesionales de la gestión de incertidumbres, y de transnacionalización de procesos de (in)securización.4 Veremos que estos procesos están vinculados a las transformaciones de la violencia política, y también al desarrollo europeo y transatlántico de aparatos policiales, militares, de inteligencia, de aduanas, de organismos de gestión de migrantes, y su estructuración en un campo profesional, y a sus efectos en nuestras sociedades de riesgo, de duda, de incertidumbre.

A partir de un análisis de la literatura, podemos observar que muchos discursos académicos actuales no hacen más que duplicar los debates internos de los profesionales de la seguridad y de los profesionales de la política. Constituyen su forma eufemística y racionalizada antes que un enfoque diferente. Apuntan a posicionarse como consejeros del príncipe, pero sin tomar sus responsabilidades. A menudo estos artículos y trabajos son ensayos, columnas periodísticas, dirigidas al éxito editorial, en lugar de análisis sociológicos sobre el mundo de la inteligencia y la policía basados en entrevistas.5 Los académicos mantienen a menudo relaciones de connivencia con algunos actores de la seguridad, especialmente cuando su trayectoria está constituida por un multiposicionamiento en el mundo académico y en el mundo de la defensa. Sin embargo, el mundo académico de los especialistas en relaciones internacionales y defensa también tienen sus reglas. No es ni puro reflejo de las luchas internas de los servicios, ni del ego de investigadores que se aprovechan de la violencia para hablar en los medios. En ese campo cada evento «destacado» trae consigo una serie de explicaciones que se pretenden inéditas y destinadas a generar «grandes debates». La Segunda Guerra Mundial habría activado el debate entre idealistas y realistas. La cibernética habría engendrado el debate entre realistas y conductistas. El intercambio desigual aquel entre realistas, dependentistas e interdependentistas. El final de la bipolaridad aquel entre neorrealistas, neoinstitucionalistas y postpositivistas, postestructuralistas. Y finalmente el 11 de septiembre se presenta como la venganza de los realistas, aunque se lanzan en la utopía globalista de la seguridad global y están inspirados en el neoconservadurismo. Los artículos y libros de relaciones internacionales están repletos de estos grandes debates que son tan a menudo falsos debates. Es por eso que no voy a discutir aquí sobre el orden o el desorden mundial, sobre el final de los territorios y de la responsabilidad de los Estados, de si el desorden está invadiendo lo interno o si la anarquía internacional se propaga en las ciudades y afecta a todos los individuos, o si el orden se establece globalmente, sin un centro preciso pero también sin periferia, y no dejando a las multitudes más que la opción de unificarse para resistir o ser cómplice. Las preguntas permanecen abiertas y deben pasar del estado de ensayo al de investigación sociológicamente argumentada. No discutiré tampoco sobre la legibilidad inmediata o no del sentido de la violencia, ni sobre el impacto de su materialidad, desacreditado al mismo tiempo por las tesis empiristas que no quieren ver sino un solo y único significado para los atentados —aquel significado que el analista le atribuye—, y por las tesis constructivo–idealistas, que hacen como si la violencia fuera una forma de lenguaje, y como si no tuviera materialidad propia que afecta las cuestiones de seguridad. Por lo tanto, admito y doy por sentado aquí, un enfoque materialista constructivista que enfatiza, por un lado, la materialidad de los actos de violencia que confieren muerte o buscan conducir la vida de individuos. Y, por otro lado, la construcción social de los significados de esta violencia y de los contextos que la producen; significados que dependen de las prácticas de (in)securización y de las posiciones y trayectorias de aquellos que las enuncian (Bigo, 2005a).

Los discursos de (in)securización: la querella de los Antiguos y los Modernos6

Toda una serie de artículos, de comunicaciones y documentos oficiales o provenientes de la literatura gris de algunos think tanks hace como si este tema de la relación entre defensa y seguridad interior fuese algo nuevo, y como si la pregunta a este respecto no hubiera surgido sino hace cuatro años, delineando un Antes y un Después del 11 de septiembre. Esto no solo es intelectualmente falso, como hemos mostrado en otra parte,7 sino que, además, no es inocente. Esto permite brutales reconversiones de saber, que hacen posible que ahora cualquier especialista en defensa, a partir de un saber constituido sobre cuestiones relativas a las relaciones internacionales y estudios estratégicos, pretenda improvisarse como especialista en problemas de policía, de mantenimiento del orden, de servicio de inteligencia, de terrorismo, mientras que antes despreciaba estas investigaciones o las consideraba fuera de su campo de reflexión.

Esto impacta en el «nuevo debate» sobre la seguridad en la era del Terror, como les gusta llamarlo a sus promotores. En efecto, cada internacionalista especialista (o no) en asuntos militares se siente con derecho a participar y proponer su solución, incluso si los «terroristólogos» de vieja data, aquellos que habían evocado el hilo conductor comunista o los conflictos asimétricos (coloniales), tienen algunas ventajas tácticas en el plano retórico. Cuando se habla en términos de mundialización, se favorece el trasplante de razonamientos planteados en términos de la guerra clausewitziana para pensar la violencia política. En consecuencia, de estos múltiples «relatos» posteriores al 11 de septiembre resulta una «estrategización de lo interno» que insecuriza lo social y las disputas en torno a la pretensión de definir qué es seguridad. Pero estas transferencias «ilegítimas» de conceptos y terminologías de un dominio a otro pueden ser masivas y repetitivas, tienen a bien defender su novedad, apenas ocultan su pasado colonial, su debilidad y su desconocimiento de los problemas. Por lo tanto, la noción de violencia política, en el corazón de la cuestión, queda excluida de estos discursos expertos, o no aparece en ninguna parte o queda relegada a los comentarios. La cuestión de la violencia política es reemplazada por la de terrorismo global, que oculta la dimensión de lo político. Se trata incluso de consideraciones estratégicas y organizacionales de las diversas organizaciones clandestinas que operan, respecto de las cuales los «geopolíticos» fantasean una unidad con «la base» (Al Qaeda) que los oficiales de policía se esfuerzan por descubrir. Estos expertos «barbarizan» a los actores cínicos de estos atentados orientados a maximizar las víctimas, los abordan como «anónimos» cuyas motivaciones no comprenden, sino en la medida que los reenvían a lo irracional y al fanatismo, reduplicando un cierto tipo de relación con el Otro conocido desde las fases calientes de la Guerra Fría.8

La ausencia de reflexión sobre la violencia política de estos autores se presenta como reflexión a través de una serie de terminologías: nebulosa, red sin fronteras, globalización del peligro, incertidumbre, enemigo invisible... terminologías que describen no la figura del adversario, sino el desconocimiento de quien escribe. La obligación de estos «expertos» de responder a las demandas de los medios de comunicación el mismo día de los atentados para ahogar con el flujo de sus palabras el horror del silencio de la violencia, refuerza esta tendencia, así lo han demostrado los acontecimientos de Nueva York, Bali, Madrid y Londres. Incapaces de analizar precisamente la materialidad de una violencia que no habla por sí misma, y ​​a menudo (pero no siempre) inconscientes de la proyección de sus creencias sobre los significados dados a esta violencia, la estrategia de estos autoproclamados expertos es insecurizar (insécurizer) aún más a una población ya cansada de esta violencia cuyo carácter político escapa a la comprensión inmediata, multiplicando las pistas, las posibilidades y el peligro del futuro.9  Los profilers de bases de datos y sus agentes en comunicación se convierten entonces en el equivalente funcional de los astrólogos, pero leen los augurios mediante la técnica en lugar de la religión, haciendo gala de un conocimiento específico y secreto, compartido con las agencias de inteligencia, que sería el de prever, anticipar, conocer el futuro y poder modificarlo a la manera de los mutantes de Minority report (Bigo, 1997b; 2005b; Ragazzi, 2004).

Pero, de hecho, lejos de producir este conocimiento óptimo, al multiplicar el número de personas a vigilar y controlar con la pretensión de manejar mejor las inquietudes, se crea, en nombre de la eficacia, lo opuesto a la eficacia. Se agota un personal policial limitado en número retirándolo del terreno para ponerlo detrás de las pantallas de la base de datos.10 Solo la «estrategización» de lo interno «vía» la idea de una guerra contra el terrorismo continúa desarrollándose, acelerando el uso de tecnologías de la industria de la seguridad relativas a la biometría y la interconectividad informática, porque cumplen con creces las expectativas de los profesionales de la política, que desean demostrar que están haciendo algo y  que tienen la situación «bajo control». Como antes se mostraban tanques y aviones durante los desfiles para impresionar al adversario y la opinión, ahora se muestran datos, sus posibles conexiones y su relación con los identificadores biométricos. Gran Hermano se convierte en una valiosa imagen «protectora» que incluso es preciso querer.11 Para justificar esta elección (la de vigilar masivamente mediante tecnologías informáticas, en lugar de focalizar la vigilancia por medios humanos sobre pequeños grupos), los discursos expertos, insistiendo en la novedad del 11 de septiembre, construyen una vinculación entre lo externo y lo interno, según una dinámica fusional que el término globalización termina por tomar. Pero estos discursos encuentran sus límites. Solo representan una parte de los discursos que sostienen los profesionales de la gestión de inquietudes. Y provienen más de los «pretendientes» que de los «herederos». Solo sus promotores se aprovechan de la desestabilización de los puntos de referencia entre la seguridad interior y exterior vinculada a la repetición de actos de violencia a gran escala, en países que sólo querrían librar una guerra a distancia. Aprovechan la escalada creada por un ciclo de provocación–represión de una violencia que se libera cada vez más de todos los códigos éticos. Y cada atentado adicional, así como la serialización de la que lo hacen objeto con un relato unificador y agonizante, les permite extraer una ventaja frente a las policías tradicionales que no saben cómo manejar crímenes de tal magnitud, y frente a los militares que clásicamente no quieren intervenir demasiado internamente.

La visión «modernista» de estos expertos más radicales reclutados de los medios de la inteligencia, la comunicación, de las industrias de seguridad privada, y a menudo mejor conectados a los hombres políticos que los representantes tradicionales de las grandes instituciones, afirma de hecho la abolición de las distinciones entre interno y externo y proclama que desde el 11 de septiembre de 2001 la guerra nos invade en el seno mismo del pacto social. Todos sus análisis se basan en este predicado de la infiltración de la guerra en lo social y en el carácter aleatorio, pero infinitamente extendido, de una situación de violencia que no puede ser resuelta sino por la eliminación total del enemigo. Este «securitarimo sin fronteras» e «ilimitado» va más allá de los mecanismos de derogación y de excepción que hemos analizado en «la nordislandización del mundo» (Bigo y Guittet, 2004). La lógica de la sospecha se alimenta de la impotencia para prevenir la violencia, y fortalece los sistemas técnicos que, a su vez, fortalecen la sospecha al expandir y multiplicar permanentemente los objetos de vigilancia. Monitorear a todos internamente permitiría identificar a los enemigos infiltrados, ocultos pero diferentes (Ceyhan y Peries, 2001). La más mínima «incivilidad» es luego leída por algunos de estos expertos como un signo de hostilidad; la diversidad cultural, como una debilidad; la diferencia, como el signo de la presencia de enemigos internos, y así, la lectura del Corán aparece como un signo de pertenencia al terrorismo.

Estos análisis llamados estratégicos incurren en una serie de confusiones, entre ellas, por mencionar las más flagrantes, la que respecta a la relación entre la seguridad del estado y la seguridad personal, y la referida a la relación entre amenaza de defensa, amenaza policial, riesgo para la sociedad y cambio social. Lo que la mayoría de las veces resulta en una incomprensión de lo social, con una «estrategización» de los peligros de la vida cotidiana, una insecurización del mundo por la que el riesgo siempre se lee como peligro y no como oportunidad, y un aumento de la intolerancia que hace que el racismo y la xenofobia estén «justificados» por una grilla de lectura que se plantea en términos de conflicto civilizatorio. Entonces, la geopolítica de los estados es repentinamente releída en el plano local y social en términos del peligro que conlleva la mezcla cultural en un espacio geográfico, y lo intercomunitario se convierte al interior en el equivalente de la grilla de lectura geopolítica interestatal.12 Estos discursos que buscan justificar sus posiciones a partir de la confusión entre la guerra y el crimen, generan unas interferencias que perjudican y tienen efectos contraproducentes en la lucha contra la violencia política de las organizaciones clandestinas, en la medida en que les da a estas organizaciones una amplitud que no tienen, y que, además, esto debilita los recursos de los servicios en términos de medios humanos (encuestas dirigidas y de contacto) poniendo todos los recursos en controles realizados por medios técnicos (bases de datos, sistemas expertos, control a distancia). En resumen, en lugar de tranquilizar y proteger eficazmente, perturban e inquietan para generar obediencia, aún sin proteger mejor, se proponen controlar cada vez a más personas, por medios cada vez más intrusivos, que, por supuesto, permanecen siempre ciegos a las tácticas triviales de los poseedores de bombas.

Estos nuevos expertos que se pretenden «modernos» provienen de think tanks, de la industria privada, de círculos periodísticos. También provienen de medios militares herederos de las tropas coloniales, que fueron largamente marginados durante la Guerra Fría y después del fracaso de Vietnam por los responsables de la disuasión y el conflicto Este–Oeste en Europa, y que ahora creen que tienen su venganza (teórica y práctica) con el desarrollo de una forma de violencia en las democracias occidentales que pretenden leer a través de su vieja teoría de conflicto de baja intensidad y combate asimétrico. Ellos son sostenidos por los intereses de una industria de vigilancia masiva en plena expansión que empieza a desarrollarse a partir de las empresas de vigilancia, pero que ahora se convierten en empresas de alta tecnología a través del desarrollo de bases de datos, de su rápida interconexión a pesar de las distancias, de su correlación con identificadores biométricos; industria que se apoya en el cruce de las redes profesionales de jóvenes ejecutivos egresados de las mejores escuelas de negocios y de los jóvenes y no tan jóvenes retirados de las armadas profesionales y de los servicios de policía y de inteligencia. Finalmente, y, sobre todo, proceden de la multiplicación de células de análisis de riesgo, semiprivado, semipolicial, a menudo transnacionales, con el objetivo de anticipar el comportamiento de los actores sociales a partir de amplias series estadísticas multivariables que la minería de datos (data mining), la acumulación de fuentes abiertas, y el desarrollo de «software expertos» de perfilación favorecen. Los servicios de inteligencia y de análisis policial son los que más consumen este tipo de expertise antes reservada al sector bancario. Se ve en ella la solución técnica a la demanda política de tener políticas proactivas que anticipen los acontecimientos.

Estos Modernos se oponen a otros expertos más tradicionales, quienes, proviniendo de la fracción del mundo militar que operaron en las «verdaderas» guerras y teorizaron sobre los conflictos de baja intensidad, o del mundo de la lucha contra el terrorismo, critican esta visión de la mundialización de las inseguridades que conduce a reformas y obliga a la integración de fuerzas, porque ven en ella una retórica vieja y bien conocida. La ven como un falso análisis de la jerarquía de peligros, una exageración de los riesgos, que, aunque eminentemente graves, no ponen en cuestión la supervivencia de la nación y que, además, se ven agravados por las soluciones puramente coercitivas que apuntan a la eliminación total del adversario y generan una escalada de violencia. También ven en estas posiciones un ataque a la soberanía de su país (en nombre de la colaboración), e incluso, como un ataque al poder de las categorías dominantes que ellos representan: alta jerarquía militar y policial, jueces... Ellos prefieren, entonces, las antiguas soluciones relativas a los controles de las fronteras nacionales, de la distinción clara entre guerra y terrorismo, y de la estricta repartición de competencias entre militares y policías con el mínimo encabalgamiento posible entre sus respectivas misiones. Son partidarios de los controles reforzados en las fronteras, pero temen la generalizada la sospecha interna; privilegian a menudo una visión judicial de la violencia, en detrimento de una visión bélica. También son los promotores de una producción humana de información, no masiva sino específica y dirigida, que consideran más creíble que el conjunto tecnológico de la conexión de bases de datos e identificadores biométricos. Aunque más eficaz y menos destructivo de las libertades, su discurso es, sin embargo, poco aceptado por los políticos en la actualidad, porque no proponen otra cosa que intensificar lo que ya existe, mientras que los líderes quieren algo «radicalmente nuevo» para mostrar su actividad política.

Estos «antiguos» todavía ocupan las posiciones de más poder y prestigio en la mayoría de los países, particularmente en Europa y, sobre todo, en el Reino Unido, pero están perdiendo impulso en los Estados Unidos, donde los neoconservadores han optado por una alianza con los «securitarios sin fronteras» (sécuritaires sans frontières) y han abandonado la lógica puramente territorial de protección de la homeland, de la patria. La patria se defiende en el exterior golpeando las «bases» y desmantelando las «redes», haciendo la guerra al terrorismo con la esperanza un poco loca de que no habrá reacción en cadena y de que se pueden prevenir los atentados en casa haciendo la guerra en el extranjero.13

Son múltiples los compromisos y alianzas entre estas dos visiones y las instituciones que las encarnan. Lo cual explica la dificultad de cuestionar las categorías comunes a estos dos discursos. Una «doxa» se impone. Y al mismo tiempo, hay discursos de (in)securización diversos en disputa, y no un único discurso de seguridad homogéneo. Y es esta querella entre Antiguos y Modernos alimentando el discurso de (in)securización la que abruma al mundo político y a los medios. Es ésta la que impide un debate equilibrado en torno a la relación entre peligro, seguridad y libertad, porque la libertad está atrapada entre la seguridad interior y la seguridad exterior como entre un árbol y su corteza. Nada detiene estos discursos de (in)securización si no ellos mismos y sus contradicciones. Las representaciones y las verdades de la inseguridad son contradictorias incluso dentro del espacio discursivo de los profesionales que la gestionan, particularmente, encontramos representaciones muy diferentes respecto de la efectividad del control fronterizo y de las capacidades de las organizaciones clandestinas.

Por el momento, este conflicto nos preserva de la imposición unívoca de una problematización en términos de «máxima seguridad», en la que la sospecha siempre prevalece sobre la confianza hacia los extranjeros. Y esto evita que la vigilancia, rebautizada seguridad, pase por sobre las libertades para convertirse definitivamente en el valor central. Pero los «modernos», buscando crear un estado de emergencia permanente para beneficiarse de los efectos del consenso en período de guerra, parecen querer cambiar este equilibrio. Y actualmente se apoyan en la radicalización hacia la derecha del partido republicano en los Estados Unidos y en la dimensión religiosa de un mensaje de apocalipsis para un futuro inmediato. En este contexto, reclaman más cooperación internacional, más centralización, mayor unificación de los servicios en nombre de la eficiencia. Y cuanto más golpean los ataques sangrientos a los países occidentales, tanto más su discurso se convierte en la única interpretación de los eventos, incluso cuando hay investigaciones que difieren de estas evaluaciones e insisten en las dimensiones locales y «coloniales» de tal violencia.14 Pero estas llamadas a la «unidad imperial» quedan más o menos sin efecto porque juegan en contra de ellas los intereses organizacionales de cada una de las burocracias, los particulares intereses nacionales y las resistencias intelectuales a una visión que busca a toda costa unificar, homogenizar a través de la geopolítica global, situaciones muy diferentes. Desde esta perspectiva, lo que se conoce en los medios como la «guerra de policías»,15 y más allá de los servicios secretos y otras agencias de seguridad, no es una disfunción de la democracia, sino una de las condiciones sine qua non del mantenimiento de un equilibrio de poder necesario para la democracia política representativa. Es necesario que los servicios produzcan análisis diferenciados y no una síntesis productora de unanimidad al precio de discursos huecos, neo–diplomáticos y falta de un análisis detallado. En efecto, hasta ahora solo los regímenes autoritarios han confiado a un solo organismo las funciones de inteligencia, de detención y de lucha contra las «actividades subversivas».

Tan pronto como un régimen esgrime los argumentos de la necesidad de unidad y de centralización, y lo combina con los de urgencia, y de la necesidad de apartar a la justicia que sería demasiado lenta y demasiado laxa, estamos entrando en una serie de prácticas que dependen de la derogación y del «excepcionalismo».16 En este contexto de cuasi «estado de emergencia permanente» se desarrolla una multiplicación de prácticas «antiliberales» (illibérales) en el seno mismo de regímenes liberales.17 Esto es lo que yo más tarde llamaría una forma de gubernamentalidad por la inquietud, por la que, para tranquilizar a las personas y hacer que obedezcan, se exacerba su temor por medio de un discurso del riesgo y la sospecha dentro de un horizonte presentado como el Apocalipsis. Esta forma de gubernamentalidad por la inquietud es entonces generada por la competencia dentro del campo de los profesionales de la (in)seguridad sobre las apuestas del presente y las visiones de futuro, competencia que no impide una creencia común sobre la necesidad de acción, de secreto, y de una decisión soberana y rápida.

El desarrollo de esta gubernamentalidad tiene una dinámica propia, impulsado por redes transnacionales de profesionales de la (in)seguridad que traspasan las fronteras estatales. En la medida en que se transmiten de un Estado a otro, las prácticas antiliberales se ven reforzadas, y terminan «legitimándose» por su simple proliferación.

¿Podemos entonces hablar de una «complicidad global» y de una deriva hacia un nuevo «fascismo»? ¿O de «marcha forzada hacia el imperio», como lo hace alguna crítica? ¿Existe una estrategia unificada de ciertos profesionales (policía, militares, agentes de inteligencia) que apuntaría a producir un cambio de régimen, a reducir las libertades públicas, a controlar siempre y vigilar más a todos los individuos? Esto no es imposible en algunos círculos restringidos, pero por el momento nada lo prueba. Es preciso entender que la (in)securización se alimenta de estas disputas discursivas que saturan el campo profesional y de las luchas organizacionales y políticas que son generadas por estas oposiciones. La conspiración de los servicios de seguridad es tan fantástica como la conspiración global de una sola organización clandestina con ramificaciones y soldados infiltrados en todo el mundo.

El análisis en términos de campo que yo propongo es entonces desplazado ciertos discursos «críticos» propensos a presuponer demasiado rápidamente la unidad de los agentes y las agencias de la seguridad. En este sentido, mi análisis se centra más sobre los efectos de poder que sobre su intencionalidad. Se distancia también del discurso experto que va en busca de una solución más eficaz para reprimir la violencia, y cuestiona la misma eficiencia y legitimidad, la eficiencia a corto plazo y la credibilidad de la solución a mediano y largo plazo. La crítica es sobre el proceso y desconfía de los estigmas y acusaciones que se encuentran en las tesis de la guerra contra el terrorismo como en los de la conspiración de los servicios secretos, que, aunque aparentemente opuestos, se unen en la forma en que se enfocan en un tipo de actor sin estudiar la relación entre ellos (Bigo y Hermant, 1988).

La transnacionalización de los profesionales de la gestión de inquietudes: la (in)securización más acá y más allá de los enunciados políticos nacionales y soberanos

En este enfoque de los procesos de (in)securización, es importante diferenciar las tomas de posición respecto de la jerarquización de las amenazas (terrorismo, guerra, crimen organizado, invasión migratoria) y ver la correlación que existe con las diversas tareas: policía urbana, policía criminal, policía antiterrorista, aduanas, control de inmigración, inteligencia, contrainteligencia, uso de tecnologías de la información, de vigilancia por medio de sistemas para la detección remota de actividades humanas, de mantenimiento del orden, pacificación, protección, combate urbano, acción psicológica, etc. Estas operaciones no tienen la misma lógica, no proporcionan una única función que podríamos llamar seguridad. Son heterogéneas y están en competencia, aunque, como veremos, con los efectos de la transnacionalización, la diferenciación instituida en torno al mito de una frontera estatal impermeable tiende a desaparecer. La estructuración de la relación privado / público define un eje que permite distribuir las agencias que regulan la vida o que se apoyan en el poder de matar. Anteriormente existía un monopolio de los organismos públicos sobre la gestión de la amenaza externa y las graves crisis del orden público. Pero esto es cuestionado por la proliferación de agencias que fusionan lo privado y lo público, por la incorporación de las capacidades de los sistemas de anticipación y previsión bancaria a los servicios de inteligencia pública, o por la organización de la guerra y la «construcción de paz» en términos de iniciativa empresarial. En lo que respecta a la gestión de la (in)seguridad, las competencias gerenciales privadas se imponen al mismo tiempo que la transnacionalización por sobre lo público y nacional. Las agencias que combinan estas propiedades estructurales refuerzan así sus posiciones y están en homología con los discursos de los políticos y los think tanks sobre el terrorismo global. Como resultado, después de siglos de especialización, se produce una desdiferenciación de las actividades profesionales, un aumento de las luchas en torno a los sistemas de clasificación que califican los eventos sociales y políticos como amenazas a la seguridad, y una redefinición práctica de los sistemas de conocimiento y de saber–hacer entre las agencias de seguridad (públicas o privadas) que dicen tener en su poder una «verdad» basada en números, estadísticas, casos de personas que tienen miedo y se sienten inseguros. Desde el punto de vista de los líderes políticos nacionales, esta transnacionalización desestabiliza los efectos de obediencia hacia ellos, que ya no tienen la última palabra sobre lo que es la seguridad (incluso nacional), especialmente cuando se afirma que ésta depende de un contexto global. Entonces, existe una competencia por el saber y por establecer la verdad sobre las amenazas, así como en torno a la capacidad de anticiparlas y prevenirlas de manera efectiva al impedir que se actualicen. Los profesionales de la gestión de las inquietudes a menudo están en una situación, «con números que los respaldan» dicen ellos, de clasificar, jerarquizar lo que es amenazante y lo que no lo es, para determinar qué es la seguridad (reducida a la coacción en relación con la guerra, el crimen, la migración) y cuál es el riesgo (pérdida de empleo, accidente automovilístico, la buena salud que inversamente se insecuriza por el desmantelamiento de las prestaciones sociales), y generar un «campo» de la (in)seguridad, más o menos autónomo del campo de los profesionales de la política, en el que mutuamente se reconocen competentes, mientras compiten por el monopolio del conocimiento legítimo sobre qué es un miedo bien fundado, una preocupación «real».18

En la producción de este régimen de verdad sobre lo que atemoriza, sobre lo que preocupa y sobre la gestión de estas inquietudes (que se apoya en el aumento de la duda y la incertidumbre en las sociedades contemporáneas), estos profesionales, en razón a los enfrentamientos internos que tienen, se ven obligados a cruzar las fronteras nacionales, a establecer alianzas profesionales corporativas que refuercen la credibilidad de sus afirmaciones. Así, para dar solo un ejemplo, la DST francesa ha realizado una prueba de esfuerzo frente a la DGSE19 a propósito del conocimiento de las redes terroristas en el Magreb, estableciendo para ello «intercambios de servicios entre servicios de lucha antiterroristas o contraespionaje», dando de este modo a un servicio por sus funciones limitado a las actividades internas, un conocimiento y capacidades de acción en el exterior. Esto ha resultado en vínculos ambiguos con los servicios tunecinos, marroquíes, argelinos y sirios, que se oponen a la estigmatización política de los regímenes de estos países. La DST, a cambio de la vigilancia de los opositores de estos regímenes en Francia —y algunos rumores incluso mencionan conspiraciones de asesinato— obtuvo información más precisa que la DGSE, y utilizó esta red transnacional para fortalecer su posición interna. Las luchas entre el FBI, la DEA y la CIA también son bastante conocidas. Estas luchas desembocaron en políticas opuestas contra ciertos grupos clandestinos en Afganistán, incluida Al Qaeda en la década de 1990. Los profesionales de estas organizaciones, particularmente los servicios de inteligencia, extraen recursos específicos de esta transnacionalización en términos de saber y de poder simbólico, recursos que pueden eventualmente conducirlos a criticar abiertamente a los políticos nacionales y sus estrategias. Así, como hemos visto, cuando el presidente de los Estados Unidos menciona una amenaza, solo es creíble si la comunidad de inteligencia no la contradice, si no la condición de secreto y confidencialidad, y la imposibilidad de revelar evidencia por razones de imperativo nacional y razón de estado son puestas en duda.20  En caso de oposición frontal entre los profesionales de la política y la seguridad, el secreto ya no es una prueba de una verdad oculta reservada a los políticos sino, por el contrario, una duda sobre el estatus de esta verdad y la creencia de una parte de la opinión en su posible mentira (como la de las armas de destrucción masiva en Iraq y, en particular, su vínculo con Al Qaeda). A menudo a los políticos no les queda más que jugar la carta carismática. Deben entrar en una apuesta de confianza, pidiendo a los votantes una creencia casi religiosa en su juicio, mientras que los movimientos de los ciudadanos aún dudan un poco más de la información.21

La noción de Estado entendido en el sentido clásico que se le atribuye en el campo de las relaciones internacionales, es decir, como un actor unitario expresando un interés nacional, no puede resistir a las tensiones creadas por la existencia de vínculos burocráticos transnacionales entre la policía, los servicios de inteligencia, o ejércitos. Al contrario de las afirmaciones básicas de los autores cínico–realistas de las relaciones internacionales, no existe un interés nacional, ninguna convergencia nacionalista que reúna alrededor de un gobierno posiciones burocráticas diferenciadas. Por el contrario, las distintas posiciones se cristalizan en el corazón de redes transnacionales y autonomizan políticas sectoriales que escapan a los profesionales de la política, especialmente en el ámbito europeo que ha institucionalizado un espacio más allá de lo nacional. Durante más de treinta años, se han desarrollado nuevas organizaciones o al menos redes estructuradas y grupos informales que trascienden las fronteras nacionales, que deslocalizan de hecho los lugares de toma de decisiones políticas. El campo se establece así entre «especialistas», con «reglas del juego» específicas que presuponen una socialización particular, un «habitus» heredado de las trayectorias profesionales y de las posiciones sociales, pero que no necesariamente se fragmenta nacionalmente.

El Estado no es el dios Jano de la antigüedad con su doble faz. Los gobernantes no pueden confiar en la retórica de la soberanía, la ciudadanía, la razón de estado con la misma performatividad. La duda está allí, sobre su capacidad de gestión, sobre la correspondencia entre sus creencias y las situaciones contemporáneas. La dominación se desacoplaría de la forma del estado territorial y de las clases políticas tradicionales. No sería menos poderosa, pero tomaría nuevas formas: transnacionalización de las burocracias de vigilancia y control, cambio de sistemas de rendición de cuentas entre empresas y políticos con respecto al trabajo y formas de redistribución, estilos de vida y culturas profesionales transfronterizas... Sin embargo, al desarrollarse estas formas originales de gubernamentalidad en vinculación con lo transnacional, refuerzan el cuestionamiento de la noción de Estado territorial, como es definido clásicamente por Max Weber y previamente por Hobbes a través de la monopolización del uso de la fuerza, socavando a veces las bases de una legitimidad que estos grupos aún no pueden abandonar por completo (Anderson, 1996; Bigo, 1996; Walker, 1994). En paralelo con el surgimiento de un mundo de empresas, la transnacionalización ha afectado al conjunto de las burocracias y agentes que conformaban el Estado, una vez admitido que éste no es un actor unitario. Esta transnacionalización no solo ha afectado a actores privados, las ONG, los movimientos de protesta, esta ha afectado principalmente a los llamados actores públicos. La transnacionalización de las burocracias ha creado una socialización y unos intereses profesionales diferenciados que tienen prioridad sobre las solidaridades nacionales. La OTAN en círculos de defensa, como Interpol y, más recientemente, Europol en círculos policiales, así como Eurojust en la justicia, han contribuido durante mucho tiempo a la formación de estas socializaciones y solidaridades más allá de lo nacional.

Este «campo» de profesionales en la gestión de las inquietudes explica, al mismo tiempo, la constitución de redes policiales a escala global, la policialización de funciones militares de combate, y la transformación de la noción de guerra, en el sentido de que el poder soberano de matar (atributo militar por excelencia) se convierte en una forma de poder asociada a la conducción de las vidas (atributo más policial de la gestión biopolítica). También explica la criminalización y la judicialización de la noción de guerra, que se desprenden de la emancipación del concepto de guerra respecto del marco estado–céntrico que lo había cautivado lánguidamente para hacer que se refiriera solo al choque armado entre naciones. Y permite comprender la implementación de una forma específica de gubernamentalidad de las inquietudes como una forma de gestión de la vida, que se puede resumir como el establecimiento de un dispositivo Banóptico que pasa por el desarrollo de prácticas de excepción, la exclusión de extranjeros y el imperativo normativo de la movilidad.22

A continuación, precisaré por qué la noción de campo es útil para analizar la convergencia de los procesos de (in)securización interna y externa, y luego mostraré las especificidades de la noción de campo de profesionales de la (in)seguridad, que no implica una estricta y simple aplicación de las tesis de Pierre Bourdieu, sino que conllevan una redefinición de la noción de campo.

El campo de los profesionales de la gestión de las inquietudes: seguridad interior y exterior

Si este campo ha existido durante mucho tiempo, una pregunta preliminar se plantea en términos de conocimiento. ¿Por qué no ha sido aún objeto de análisis? ¿Por qué hemos estado ciegos a este aspecto central de las relaciones de dominación? La idea de que el ejército y la policía son ejecutores, celosos servidores del estado —lo que corresponde tanto al discurso interno de estos profesionales como al discurso crítico sobre el aparato represivo del estado— sin duda ha jugado algún papel en este sentido. Además, la constitución de los saberes disciplinarios en las ciencias sociales, particularmente el corte entre lo doméstico que cae en el campo de la ciencia política y lo externo que cae en el de las relaciones internacionales, ha impedido a muchos comprender las relaciones entre todos estos profesionales y ha tendido a dividir el campo en dos universos sociales autónomos, que serían el mundo de la policía y el de las fuerzas armadas, devaluando al mismo tiempo todas las instituciones «intermedias», como las policías con estatus militar, las guardias de frontera o las aduanas. La estructuración del conocimiento académico según la reproducción de las líneas de partición organizacional de las fronteras estatales (de un lado lo interno y del otro lo externo; de un lado, el pacto social y el monopolio de la violencia, y del otro, la anarquía del sistema internacional y el horizonte hobbesiano trasplantado a escala internacional, con la posibilidad de la guerra de cada estado contra el otro; de un lado, la policía y la justicia nacional, del otro las fuerzas armadas y la diplomacia), bloqueó hasta ahora el análisis.

El simple hecho de describir una actividad como la de los agentes de policía en el extranjero, como hicimos en nuestro libro (Bigo, 1996), o la actividad de los soldados dentro de su territorio, o la vigilancia de Internet por parte de los servicios de inteligencia, o los desarrollos en la justicia penal a escala internacional,23 estos trabajos perturban estas categorías de comprensión tradicionales basadas en esta ruptura entre inside y outside, de la cual Rob Walker ha demostrado tanto la coherencia como los límites en términos de imaginación política.24 Como señaló Ethan Nadelmann en un libro pionero, a propósito de los policías de la DEA (Drug Enforcement Agency) que trabajan fuera de los Estados Unidos:

Esta área de actividad gubernamental, en la intersección de la justicia penal y la política exterior, ha crecido significativamente en los últimos 20 años y todavía no ha sido objeto de investigación académica... es tan importante que necesitamos identificar, describir y plantear una serie de preguntas que generalmente caen en diferentes disciplinas. Por lo tanto, tendremos que atravesar las barreras intelectuales habituales para proponer hipótesis de trabajo que se basen tanto en las relaciones internacionales como en la criminología. (Nadelmann, 1993)

El trabajo de Ethan A. Nadelmann constituye una excepción y es indudablemente innovador en términos del objeto, en la medida en que cuestiona las interpretaciones más convencionales al mostrar que la internacionalización de la policía no puede explicarse por la internacionalización de la delincuencia, sino más bien por la criminalización de actividades que anteriormente no se criminalizaban,  por el fortalecimiento del papel de las agencias federales y las rivalidades institucionales por el apoyo externo, así como por la voluntad del gobierno estadounidense para imponer una cierta visión de la ley y el orden fuera de sus fronteras. No obstante, su trabajo es limitado en la medida en que no ve la conexión entre este campo de la lucha contra el crimen y la lucha contra la inmigración ilegal, así como tampoco percibe la interpenetración entre seguridad interior y seguridad externa, que tiene como algunas de sus consecuencias, precisamente, la criminalización de la guerra, la transformación de las funciones militares de combate en operaciones policiales internacionales y en operaciones llamadas humanitarias o de consolidación de la paz.25 Peter Katzenstein, por su parte, es uno de los autores que en sus diversos artículos mejor percibió que era necesario analizar en conjunto los problemas de seguridad interior y seguridad externa. Él es uno de los primeros en ver las relaciones entre el ejército y la policía en países como Alemania y Japón, donde la limitación de la función militar ha creado una hipertrofia del aparato policial y, en el caso alemán, su despliegue internacional. Él es también uno de los primeros en notar que, después del final de la bipolaridad, los militares se encuentran en una situación donde la pérdida de una amenaza específica los empuja a replegarse sobre amenazas difusas (terrorismo internacional, lucha contra las mafias de drogas...) que ya son tratadas por la policía desde muchos ángulos. Y todos sus trabajos socavan las recientes tesis sobre el impacto fundacional de los ataques del 11 de septiembre en esta área (Katzenstein, 1990; 1993:265–269). En el nivel metodológico, Peter Katzenstein también advierte contra la segmentación de las preguntas y el conocimiento, incluso si se posiciona demasiado estrictamente como un internacionalista. Además, su planteo conlleva más una yuxtaposición de las dimensiones de lo interno y lo externo que su reestructuración; le parece algo más cercano a vasos comunicantes, en todo caso algo distinto de los fenómenos de desdiferenciación. En mi trabajo Polices en réseaux, así como en los diversos artículos subsiguientes, fui un paso más allá mediante la revisión de lo que tradicionalmente se acepta como los límites legítimos en el conocimiento académico, en particular, mediante la propuesta de una sociología política internacional que «normalizara» la interpretación de los fenómenos internacionales convirtiéndolos en hechos sociales ordinarios. Al romper esta dicotomía entre el conocimiento sobre lo interno y sobre lo externo, la frontera entre el mundo policial y el mundo militar se mostró mucho más permeable, y ha hecho posible tomar en consideración todas las agencias intermedias como las policías con estado militar, guardias de frontera, aduanas, funcionarios de inmigración, y permite comprender mejor los vínculos establecidos entre estas agencias y los efectos que estas diferencias de posición tienen en sus tomas de posición, así como en la constitución de un continuo semántico que vincula, en un extremo del espectro, la lucha contra el terrorismo y, en el otro extremo, la situación de los refugiados. La «deconstrucción» de la frontera misma entre estos saberes ha permitido la emergencia de un campo coherente de análisis, una configuración con sus propias reglas y coherencia —el campo de los profesionales en la gestión de las inquietudes—, allí donde antes no podíamos ver más que sujetos marginales en los confines de las disciplinas, ignorándose entre sí y construyéndose en oposición o, en el mejor de los casos, una intersección entre diferentes dominios: policías en el exterior o la justicia internacional en sus relaciones con los militares, o la construcción de la imagen del enemigo interno por parte de los servicios de inteligencia y su aplicación sobre ciertas categorías de extranjeros.

Con la teoría del campo de profesionales de la gestión de las inquietudes, cruzamos la línea habitual de las ciencias sociales entre lo externo y lo interno, entre los problemas de defensa y los problemas de policía, entre el problema de la seguridad nacional y el problema del orden público. Esta hipótesis reúne, en efecto, a los militares, a la policía y a todos los demás profesionales de la gestión de la amenaza dentro de una misma configuración, para usar el término de Norbert Elias, o de campo, para usar el de Bourdieu.

Por esta razón, después de dudar sobre la formulación exacta de la hipótesis a través de diferentes artículos —interpenetración entre sectores, superposición de universos sociales, pérdida de puntos de referencia y límites de actores, lucha de identidades—, prefiero hablar ahora en términos de desdiferenciación de las cuestiones de seguridad interior y exterior (Bigo, 2001b). Esta formulación permite recordar el carácter de construcción social–histórica del proceso de diferenciación, del cual da cuenta la sociogénesis del Estado occidental en Norbert Elias o Charles Tilly. También permite pensar el campo de la seguridad como un campo que atraviesa lo interno y lo externo, como un nuevo espacio de lucha que genera, entre profesionales de la seguridad, intereses comunes, un mismo programa de verdad, y nuevos saberes.

Para comprender este campo, tal como se constituye en tanto que espacio transnacional de gubernamentalidad de la inquietud en las sociedades del riesgo del mundo occidental, es entonces necesario realizar su genealogía, marcar las similitudes en todo este espacio y significar las diferencias, tanto geográficas como profesionales. Uno de los intereses del enfoque es mostrar cómo la cooperación policial se vincula a la cuestión del control fronterizo, a la inmigración, a la lucha antiterrorista y las relaciones con las fuerzas armadas, a las relaciones transatlánticas, y podríamos agregar a las relaciones entre la gestión pública y privada de la seguridad desde un ángulo coercitivo. La idea es negarse a crear un aislamiento académico desde el cual las organizaciones que se llaman policías nacionales se consideren como un objeto evidente y se determine desde allí lo que es la policía hoy. Policializar (faire la police) es cada vez menos una cuestión nacional y cada vez menos una actividad reservada a las organizaciones públicas que se autodenominan Policía Nacional. No repetiré aquí una descripción detallada de las prácticas de colaboración policial a nivel europeo y los archipiélagos institucionales que las alimentan. Varios artículos y libros ya lo han hecho. Me gustaría, después de haber recordado brevemente algunas características, discutir las implicaciones metodológicas y teóricas de lo que el análisis de campo puede mostrar sobre la colaboración policial europea y que otros análisis ignoran.

Policías en red, policías a distancia: los efectos de los archipiélagos institucionales

Las actividades policiales se han expandido. Y se efectúan conectando las diferentes instituciones, se realizan en redes. También están adoptando un nuevo y amplio espectro de actividades que se proyecta mucho más allá de las fronteras nacionales. Estas redes geográficas, en términos de misión, en términos de instituciones, desterritorializan las actividades policiales (incluidas las actividades judiciales con el establecimiento de una Eurojust, por ejemplo). Estas actividades policiales, especialmente las de vigilancia y prevención de desórdenes públicos, ahora se realizan a distancia, más allá de las fronteras nacionales, con el envío de expertos invitados en ocasión de los partidos de fútbol considerados de riesgo, o durante las manifestaciones de las contra–cumbres. Pero estas actividades desbordan las de los policías enviados al exterior. Implican también el envío de asesores de seguridad interior, y la actividad de los consulados para la emisión de visados ​​para ingresar a la zona Schengen,26 a las líneas aéreas en las que se delegan operaciones de verificación de pasaportes, a los militares en operaciones de consolidación de la paz a quiénes se les pide que controlen las actividades de la mafia en estos países, y a los servicios de inteligencia con el intercambio de bases de datos... Todas estas son actividades que participan de lo que se consideran «retornos en seguridad interior», donde la vigilancia se proyecta sobre los territorios, los Estados y las personas considerados peligrosos.

Este más allá geográfico no solo traspasa las fronteras nacionales con las actividades implicadas por el acuerdo Schengen y las de los funcionarios de enlace. También implica el traspaso de las fronteras de la Unión Europea por medio de los requisitos impuestos a los países candidatos. Implica incluso el traspaso de las fronteras de la llamada Europa de los 25, esto por lo que respecta a imposición de condiciones para la ayuda económica: por un lado, restringida al «círculo de amigos», por otro, condicionada a su aceptación de las actividades policiales y de inmigración de los países de la Unión en su territorio.

Estas actividades policiales son, a su vez, objeto de una redefinición que amplía enormemente el espectro. La idea de que las actividades policiales estarían principalmente orientadas a la criminalidad o la lucha antiterrorista es falsa. La principal actividad es mantener alejados a los extranjeros más pobres, controlando los flujos de circulación. Fue al precio de una intensa actividad retórica de más de quince años que se creó la idea de que estos fenómenos están íntimamente correlacionados, pero esto sigue siendo eminentemente discutible. La correlación entre crimen, extranjero y pobreza es falsa (Tournier, 1997; Tsoukala, 2005; Wacquant, 1999; Dal Lago, 1999).

El término seguridad interior utilizado a nivel europeo es un indicador de esta doble extensión: la extensión geográfica, por un lado, con la dimensión de la cooperación europea (¿y transatlántica?), y la extensión del papel y las tareas de varias agencias de seguridad, por otro lado. La extensión geográfica y la redefinición de las esferas de competencia que implica ha sido objeto de muchos comentarios, aunque se han dimensionado mal los cambios que supone en la vida cotidiana la transferencia teórica de controles fronterizos conocidos como internos a las llamadas fronteras exteriores de Europa. Incluso se ha aceptado demasiado rápido la supuesta eliminación de los controles fronterizos internos, cuando estos han sido modernizados y reubicados, pero no se han eliminado. Por otro lado, tanto entre los profesionales de la seguridad como entre los políticos, poco se habla respecto de la extensión de las actividades relacionadas con el control de los flujos transnacionales de personas, que ahora se incluyen en la definición de seguridad a las tareas tradicionales de control del delito. A nivel europeo, la seguridad interior incluye de hecho y en un continuo único: la lucha contra el terrorismo, las drogas, la delincuencia organizada, la delincuencia transfronteriza, la inmigración ilegal, así como el control de los flujos transnacionales de personas (migrantes, solicitantes de asilo, circulación transfronteriza), o incluso el control de cualquier ciudadano que, en principio, no se asemeja a la imagen social de la identidad nacional (jóvenes de origen inmigrante, grupos minoritarios, etc.). Por lo tanto, este control expandido va más allá del control tradicional del crimen y la policía de extranjeros, las actividades policiales incluirán el control de las personas que serán vigiladas en razón de un tipo de identidad y de comportamientos que se supone derivan del hecho de que han atravesado las fronteras o de que viven en las llamadas áreas «en riesgo»: suburbios, zonas céntricas degradadas…

Esta extensión de actividades favorece una nueva lógica de vigilancia más individualizada y beneficia a los Ministerios del Interior y Justicia, ya que han sabido combinar esto con la implementación de una red de relaciones entre funcionarios a nivel de la colaboración policial europea que les permite conocer la situación más allá de sus fronteras. De lo que resulta una capacidad de expertise sobre lo extranjero que permite hablar de la internacionalización de los ministerios responsables de la seguridad interior. Sin ser de suma cero, esta extensión va en la misma dirección que la que afecta a las aduanas y se lleva a cabo en detrimento de los ministerios sociales (de Trabajo) o especializados (Asuntos europeos). Lleva a solapar las esferas de actividad del Ministerio del Interior con las de los departamentos internacionales: Asuntos Exteriores y Defensa. Los Ministerios del Interior toman iniciativas de política exterior en la medida en que la conducción de ésta pueda tener repercusiones en materia de seguridad interior.

Como muchos trabajos han señalado, las policías nacionales se estructuran en redes diferenciadas, recurriendo a los recursos internacionales de acuerdo con actividades profesionales especializadas (drogas, terrorismo, aplicación de la ley y vandalismo...) y por lo tanto no forman una red policial única y homogénea. Es mejor hablar de archipiélago policial o de un mosaico que reagrupa policías nacionales, policía con estatus militar, aduanas, agencias de inmigración, consulados e, incluso, como en los Balcanes, servicios de inteligencia o militares en operaciones policiales internacionales. Estos archipiélagos policiales se estructuran no sólo por la actividad, sino también de acuerdo con las líneas de identificación en términos de nacionalidad (franceses, británicos, alemanes...  o europeos del norte y del sur), de la ocupación u oficio (policías, gendarmes, aduanas), pero también en términos de organización (nacional, local, municipal), de misión (inteligencia, control fronterizo, policía criminal), de conocimiento (percepción de amenazas, adversarios prioritarios), y de innovación tecnológica (sistemas informáticos, vigilancia electrónica, funcionarios de enlace).

El campo de la seguridad se estructura desde hace tiempo a través de estos intercambios transnacionales de información, a través de la rutinización de la inteligencia, y es ingenuo ver en ello un mero efecto de la globalización. Las policías nacionales, desde su creación como instituciones, han estado en redes: redes en plural y no red en singular, redes estructuradas y delimitadas por socializaciones profesionales y concepciones del oficio que se oponen entre sí y crean fuertes solidaridades profesionales entre diferentes nacionalidades. Solidaridades que trascienden las solidaridades nacionales y se imponen cada vez más sobre ellas, a pesar de los esfuerzos de los políticos, a nivel de jefes de gobierno, para recuperar el control. Así, la policía judicial y de inteligencia obedecen a lógicas profundamente diferentes acerca de la sospecha, cuándo arrestar a un sospechoso, las bases legales y las formas de procedimientos que deben respetarse, y la noción de eficacia policial. Los juegos están estructurados por diferencias distintivas entre un polo representado por una concepción del estado de derecho del que los jueces y los abogados son los representantes, y otro polo representado por la regla de la razón de gobierno, cuyos actores más significativos son los servicios especiales y las acciones militares. La policía de inteligencia, a diferencia de la policía judicial, siempre se realiza más allá del territorio, sobre las identidades, reales o prestadas, de las personas y no solamente sobre su ubicación. Se preocupa por conocer las intenciones estratégicas del enemigo declarado y no por detener a uno de ellos. Coloca la eficiencia mucho más allá del respeto por el estado de derecho y no le preocupa la legitimidad, permitiéndose la excepción para justificarse. Es por eso que la policía en general, contrariamente a la justicia, no está tan limitada por la soberanía territorial. Desde fines del siglo XIX, la colaboración policial fue muy activa contra los «subversivos». Y fue entonces cuando se diferenciaron los servicios de inteligencia policiales y militares.27 Pero es sobre todo a partir de la década de 1970, con la creación de los clubes de Berna y Trevi, que la europeización activará una profundización de estas relaciones de colaboración policial, más allá de realizada vía Interpol que se remontaba a la década de 1920. A nivel europeo, el tema de la libre circulación y el control fronterizo volvió fuertemente en la década de 1980. Las categorías legales se vieron socavadas por estas transformaciones: distinción entre las fronteras internas y externas de la Unión Europea, creación de las zonas de espera internacionales en los aeropuertos, un intento de imponer la terminología de los refugiados económicos y restringir el alcance del derecho de asilo, el uso de la categoría de inmigrantes en lugar de la de extranjero, y la relativización de esta última en razón de la distinción entre comunitario y extra-comunitario. Solo que, al no poder retroceder y mantener las fronteras como afirman las retóricas securitarias, cada organismo, cada país, individualmente o en colaboración con otros, busca en la práctica bloquear los flujos transfronterizos río arriba, en los países de origen, y diferir el peso del control efectivo de la circulación y del delito sobre otras policías (Bigo, 1998c).

Esto resulta en una profunda disyunción entre los discursos sobre la seguridad en Europa y las prácticas observadas. Las fronteras externas a veces son lugares de arbitrariedad, pero de ninguna manera son un cordón de seguridad electrónico efectivo. Las fronteras terrestres son muy fácilmente franqueables y los policías a veces permiten la entrada quienes solicitan ingreso si está claro que no permanecerán en el territorio del país que controlan. Por otro lado, las fronteras internas en ningún caso han sido desmanteladas en términos de control, como lo querría la retórica de la libre circulación y las medidas compensatorias. Los controles se privatizan, se delega en las líneas aéreas y los aeropuertos que, a su vez, contratan a compañías privadas de seguridad (Lahav, 1998; Guiraudon, 2001; 2002). A veces también se desplazan unos pocos kilómetros, pero se mantienen. Y es principalmente a través de visas y control en los consulados de los países de origen que se realiza la mayor parte del trabajo policial. Es la articulación del Sistema de Información Schengen (SIS) y las visas lo que estructura las prácticas de control, de ahí el énfasis puesto en la lucha contra los documentos falsos y la tentación de generalizar documentos de identidad infalsificables ya no basados en huellas dactilares sino en otras tecnologías (ADN, retina...), a propósito de lo cual el acuerdo de Prüm (o Schengen 3), entre siete países (Benelux, Alemania, Austria, España y Francia), concluido en el mayor secreto a finales de mayo de 2005, es un ejemplo llamativo. Estas tecnologías que permiten vigilar y castigar más allá de las fronteras a través de la colaboración entre las agencias de seguridad, se están multiplicando. Esto polariza la profesión policial. Dos tipos principales de policía están surgiendo dentro de la institución policial nacional; el primero, emplea personal poco o no calificado que debe ser visible y localmente próximo. Este es el auxiliar del sistema de justicia penal, del alcalde, el prefecto u otra policía. Y está compitiendo con el sector privado. El segundo tipo, por otro lado, emplea a pocas personas altamente calificadas en contacto con otras agencias de seguridad y control social, personas cuyas características principales son la discreción y distancia.28 Estos individuos se consideran en ósmosis con los círculos altos del gobierno y los agentes privados estratégicos, y se dan como misión prevenir el delito actuando sobre sus condiciones de forma activa, anticipando de dónde vendrá, y por quién será cometido. Sería cuestión de hacer una «prospectiva» a partir de las evoluciones, de convertirse en el lugar de reflexión sobre todas las evoluciones sociales. Reunir células de inteligencia que combinan información abierta, conocimiento de las ciencias sociales y la inteligencia operacional de la policía técnica y humana es la ambición de todos estos profesionales que se consideran más profesionales y competentes que los demás. Este sueño de una comunidad epistémica común y consensuada atormenta la imaginación de estos profesionales que pilotearían a distancia —geográfica y temporal a través de la anticipación— los cambios sociales. Estarían, según su pretensión, en un lugar virtual desde donde podrían verlo todo, incluso siendo tan discretos que nos sería imposible verlos y sólo conoceríamos a sus intérpretes (las masas policiales, los jueces y funcionarios de prisiones). La gestión de la población es menos el cuidado de un rebaño que el seguimiento de trashumancias a través de lógicas proactivas.

La vigilancia a distancia, que tiene como objetivo controlar la circulación de flujos, pasa por prácticas que hacen las veces de cámaras de aire, filtros o esclusas (visas, controles realizados por compañías aéreas, controles de aeropuertos, referencias, readmisiones). No conduce a la libertad de circulación, sino a lugares de encierro que no están reconocidos como tales (centros de detención y zonas de espera).29 Instituye una función de policía deslocalizada en los consulados ubicados en los países de origen, la cual es mucho menos visible que la policía de fronteras. El rechazo de visa se convierte en la primera arma de la policía y aquí es donde la arbitrariedad de las decisiones es más fuerte. La práctica policial apunta a la vigilancia de extranjeros o minorías étnicas que son pobres y a ampliar su campo de acción más allá de la investigación criminal, al proponer lógicas proactivas que permitan localizar grupos «criminógenos» gracias a un conocimiento sociológico. La figura del culpable cambia: ya no es el criminal, sino el «indeseable». En este dispositivo las prisiones donde encerrar a los culpables son menos importantes que estos nuevos lugares de confinamiento como las zonas de espera, que reproducen las condiciones materiales de las primeras, pero sin el elemento de la culpabilidad judicial. La relajación de la supervisión individual, demasiado pesada, demasiado maximalista se hace entonces a favor de la recopilación global de información y la focalización en los grupos que circulan más: las diásporas, los migrantes y, si el supuesto es justo, también los turistas. Además, se basa en una diferenciación de las prácticas del Islam entre el buen Islam y el Islam radical, identificando a este último como el que puede proveer de hombres a las organizaciones clandestinas. La sospecha puesta sobre todos, que es discursivamente central, de «facto» se inclina hacia el control específico de algunos, un bando.

Para dar cuenta de estos archipiélagos institucionales dedicados a actividades de seguridad interior (que también se proyectan al exterior), tomé la noción de campo aplicándola a estos profesionales públicos o privados, quienes, en nombre de la seguridad o la buena conducción de nuestra vida, manejan las tecnologías de protección, control y vigilancia, y quieren decirnos a quién y a qué temer y qué es lo inevitable.

Campo y redes

La noción de «campo de profesionales de la (in)seguridad o de la gestión de inquietudes» está muy fuertemente inspirada en la utilizada durante mucho tiempo por Pierre Bourdieu y que define brevemente como:

una red o una configuración de relaciones objetivas entre posiciones. Estas posiciones están objetivamente definidas, en su existencia y en las determinaciones que imponen sobre sus ocupantes, agentes o instituciones, por su situación actual y potencial en la estructura de distribución de los diferentes tipos de poder (o capitales) cuya posesión ordena el acceso a ventajas específicas que están en juego en el campo, y al mismo tiempo por sus relaciones objetivas con otras posiciones (dominación, subordinación, homología). (Bourdieu, 1992:72–73)

Este análisis en términos de campo tiene la ventaja de enfatizar las relaciones y, en cierto sentido, determinar los límites significativos de las redes. Permite evitar ciertas formas de ilusiones individualistas y evita, también, reducir, el análisis de redes al análisis de múltiples trayectorias individuales, o incluso a la posesión de libretas de direcciones o contactos, como a veces vemos en cierta literatura que reivindica la teoría de la acción racional. Desde la perspectiva adoptada, lo importante es centrarse en las relaciones objetivas con las otras posiciones, en las «brechas» distintivas entre estas posiciones y en el interés de los agentes en jugar el mismo juego.

 Hablar de campo (y no de sistema, estructura, espacio o red...) nos reenvía a cuatro dimensiones particulares de análisis siempre presentes, de las cuales para las tres primeras Pierre Bourdieu dio definiciones precisas.

En primer lugar, como señala Bourdieu, el campo debe analizarse como un campo de fuerza o campo magnético, un campo de atracción impuesto a los agentes que participan en él. El campo genera un sentido del juego y una «ilusión» común a todos los agentes que conduce a una cierta homogeneidad expresada por los mismos intereses burocráticos, los mismos tipos de problemas. Tiende a «homogeneizar» los tipos de miradas, a definir un «foco» compartido por todos.

En segundo lugar, el campo es también un campo de lucha o campo de batalla, lo que permite comprender actividades «colonizadoras» de algunos, los «pliegues defensivos» de otros y los diversos cálculos tácticos de luchas burocráticas alrededor de misiones, presupuestos y adaptación al discurso político dominante. El campo es un «campo de lucha para la conservación o transformación de la configuración de estas fuerzas» (Bourdieu, 1992:78). Si existen luchas entre estos actores, si compiten entre ellos, es precisamente porque tienen los mismos intereses, el mismo sentido del juego y de lo que está en juego. Pero no debemos ceder el paso a un cierto objetivismo que vincula con demasiada facilidad las posturas objetivas con ciertos tipos de discurso, o incluso cae en la fabricación de estereotipos. El juego puede verse afectado, en estos pequeños grupos, por la dinámica de los comportamientos interpersonales, por estrategias de multiposición. Además, el análisis de las distancias entre las posiciones no debe hacernos olvidar que las tácticas de «colonización» burocrática no necesariamente se realizan poco a poco, incluso si es necesario hacer creer en su proximidad mediante un continuum discursivo.30  Pero lo que es central en este tipo de análisis, y como evidencia de que se trata de un campo, y no relaciones episódicas al azar o intersectoriales, es que cualquier acción realizada por alguna de las agencias para modificar en su favor la economía de fuerzas tiene repercusiones sobre el conjunto de los demás actores. Estas luchas son, por lo tanto, fundamentales para comprender la economía interna del campo y los procesos de su constitución y extensión.

Tercero, el campo está socialmente estructurado por la posición de los agentes y sus recursos en el campo general de poder. Para comprender las tomas de posición de los agentes, sus discursos deben correlacionarse con su socialización profesional y su posición de autoridad como portavoz de una institución «legítima» dentro del campo y relacionarlos en el tiempo con sus trayectorias específicas. Por lo tanto, es necesario analizar las formas de dominación y subordinación de un campo con respecto a otro campo, y ver cómo el campo específico de acuerdo con su posición en el espacio político y social es capaz o no de enunciar verdades sobre la base del conocimiento y el saber hacer que le son específicos. En mi opinión, esto conecta la noción de campo y de doxa interna del campo con el régimen de saber y enunciación que lo excede y en el que evoluciona. Por lo tanto, es necesario estar más atento a las prácticas discursivas en su conjunto y a las relaciones entre campos, evitando sucumbir a la tentación de creer en la impermeabilidad de los límites del campo y en la ilusión de autonomía que caracteriza a los agentes dominantes. Deben tenerse en cuenta las reflexiones de Foucault para enmendar las hipótesis de Bourdieu sobre los efectos de cierre del campo y del nacimiento de la illusio.

En cuarto lugar, el campo es transversal. No está necesariamente unido al único campo de poder nacional y / o social. Puede desplegarse según líneas de fuerza móviles y su reproducción como un campo no se produce de manera idéntica y por proximidad de posición, porque la forma del campo depende de la materialidad de las cuestiones que tiene a su cargo y el costo de acceso al campo que pueden imponer los agentes dominantes, así como de las acciones a distancia provenientes de otros campos que no necesariamente entran en una relación de proximidad y de diferenciación distintiva con los agentes del campo.

Hablar de un espacio social en términos del campo, por lo tanto, presupone determinar los límites del campo. En efecto, son los límites los que hacen aparecer los efectos de campo. Una vez que se ha aceptado una perspectiva constructivista está de más explicar que estos límites no se establecen de una vez y para siempre, y que dependen de la economía de las relaciones de fuerza.

En cierto nivel, podemos considerar, como lo hace Pierre Bourdieu, que los límites del campo siempre son planteados por los agentes del campo mismo y, por lo tanto, que basta con observar las estrategias de distinción entre ellos (Bourdieu, 1992:76). Pero es sorprendente que, en un punto tan central, nos basemos en el sentido común de los actores y sus percepciones espontáneas. Las estrategias de distinción varían según las posiciones ocupadas, por lo que hay tantas fronteras como agentes comprometidos. Además, la antigüedad en el campo, que es el otro criterio propuesto, no es necesariamente un criterio legítimo para identificar a los agentes centrales del campo, porque la reconfiguración de las fuerzas podría haber marginado marginar a los primeros participantes, los más antiguos. En cuanto a decir que las fronteras son en todo momento el producto de las luchas entre los nuevos participantes y los que ya están instalados, es suponer que la cuestión ya está resuelta al definir por medio de un acto arbitrario, idéntico al del enfoque sistémico, quién está adentro, quién está fuera y quién quiere entrar. En fin, es una tautología definir las fronteras por los efectos de campo, y éstos derivarlos de la distinción entre el interior y el exterior del campo. La tendencia a la indeterminación en el espacio conduce a la sobredeterminación en el tiempo. Y entonces atribuimos al pasado, a la génesis, (a la búsqueda de) el origen del campo un peso a veces excesivo, olvidando precisamente la amnesia de la génesis que caracteriza a las agencias.

Contrariamente a lo que Bourdieu propone, entonces, no hay necesariamente en todo campo, y así lo muestra el campo de (in)seguridad, polos estructurados según el capital utilizado que determinarían las alianzas de los más cercanos contra los más distantes, los más viejos contra los nuevos. Esto puede existir en algunos campos, como la cultura, pero en otros la economía de las relaciones favorece las estrategias de alianza entre agentes más distantes y en contra de otros más próximos. La topografía no es suficiente para determinar los juegos de alianzas. Este es uno de los límites del análisis de homología posicional de Bourdieu. Por lo tanto, la topología de vecindad en la que se basa el análisis de Bourdieu es problemática, porque tiene dificultades para conceptualizar la construcción de fronteras de un modo diferente al de una topología lineal donde el límite actúa como una barrera y un corte entre un interior y un exterior diferenciados. Ahora bien, otra topología es necesaria, una topología del tipo cinta de Möebius (Bigo, 2001b). El campo, que tiene un carácter transversal, por su propia trayectoria reconfigura así, en una sola cara y un solo borde, antiguos universos sociales autónomos, y mueve las fronteras de estos últimos para incluirlos total o parcialmente.

El campo de profesionales de la (in)securisación

Si intentamos una definición preliminar del campo de profesionales de la (in)seguridad o la gestión de inquietudes siguiendo estos cuatro criterios, primero diremos que el campo no depende tanto de la posibilidad real de uso de la fuerza (como la sociología clásica ha demostrado en Hobbes o Weber al hacer de ésta una propiedad de las instancias coercitivas), como sí de la capacidad de los agentes para producir enunciaciones sobre las inquietudes y las soluciones para gestionarlas, así como de la capacidad humana y técnica de realizar una investigación diaria, para desarrollar correlaciones, «perfiles» y  serializar a aquellos que es preciso identificar y vigilar (ver los gráficos del campo que se adjuntan). Lo que está en juego en del campo de los profesionales de la (in)securización es la definición del adversario, el conocimiento sobre este último y los modos de gestión de la vida que dependen de él. Por lo tanto, los agentes del campo tienden a tratar de monopolizar la definición de las amenazas legítimamente reconocidas, excluyendo visiones alternativas y luchando entre sí para imponer su autoridad sobre la definición de aquello que provoca temor.

No se trata solo de la capacidad de hacer morir e imponer una monopolización de la violencia que permita al Estado tener la última palabra, sino que también se trata de gestionar la conducta de los individuos vivos, vigilarlos, controlarlos, corregirlos. No se trata solo de la capacidad de los ejércitos, sino también de la fuerza de la convicción del respeto al orden público, la civilidad y las formas de disciplinamiento. No se trata simplemente del orden de las relaciones internacionales e interestatales clásicas donde la guerra significa el choque entre las naciones, sino que también implica el orden interno y relaciones intersocietales, donde la guerra puede significar lucha interindividual y sometimiento. En resumen, el campo de la seguridad no se encuentra solo en el punto extremo de supervivencia y el de la capacidad de dar muerte, se despliega a lo largo de todo el eje de la gestión de las conductas de los vivos hasta este punto de supervivencia. La policía, las compañías de seguros y las sociedades de protección son parte de este espacio social que no puede reducirse a cuestiones militares y ni a la seguridad nacional.

La ampliación de la esfera de lo que es la (in)seguridad más allá de la supervivencia también nos lleva a comprender que las tecnologías, los recursos capitalistas de destrucción no son más que uno de los polos del campo. No todo se reduce a la manera de sobrevivir. Se trata sobre todo de manejar las inquietudes o el malestar de las poblaciones jugando con el hecho de poder inquietarlas o tranquilizarlas en lugar de protegerlas. Y el orden discursivo es aquí central. Las inquietudes pueden ser temores, riesgos, amenazas involuntarias o intencionales. Están más o menos fundamentadas, más o menos correlacionadas con la estructura del peligro y la materialidad de este último, así como con su posibilidad real de actualización. En el caso de amenazas intencionales con peligro de uso deliberado de violencia física, la credibilidad de la preocupación es mayor que cuando se establece un riesgo no especificado y cuya temporalidad es desconocida o aleatoria.  Y las transformaciones de las tecnologías de violencia tienen un impacto definitivo en el campo de la (in) seguridad. Pero, este no deriva de aquellas. Una de las propiedades del campo es que las agencias, en su voluntad de gestionar y pronosticar, «dicen» la (in)seguridad delimitando sus fronteras y otorgándole jerarquías. Y si el campo se extiende también es porque los agentes dominantes usan la antropomorfización del peligro para justificar su acción y su capacidad de «prevenir» el peligro, cualquiera que este sea. Esto los lleva a construir la imagen de un enemigo incluso donde no lo hay, o donde hay una multitud de ellos, lo que produce, deliberadamente o no, una polarización social que prolonga o reestructura las alianzas políticas ordinarias y los juegos burocráticos. La conexión entre la materialidad del peligro, el ejercicio de la violencia y el significado de esta última es naturalizada, para para provocar el olvido del trabajo estructurante de la enunciación de la amenaza y el enemigo. El proceso de (in)securización se basa en las capacidades rutinarias de los agentes «para gestionar y controlar la vida», para usar la fórmula de Foucault, a través de los agenciamientos concretos que implementan.

Así, en comparación con la definición general de campo dada por Pierre Bourdieu, el universo burocrático estudiado me llevó a criticar la noción de que los diferentes tipos de «capital» (económico, cultural, simbólico) permitirían diferenciar posiciones, y he insistido más bien en una distribución de posiciones en función de un cierto tipo de relación con el Estado (público / privado) que genera un capital específico que disminuye bajo la presión del liberalismo y en función de un cierto tipo de saber (el de gestión de la vida —o biopoder— y de la muerte–soberanía), y traté de mostrar su homología con los tipos de enunciados que cada agencia pretende promover y que se relacionan con la regulación de la amenaza por medio de los controles de frontera o el flujo de poblaciones, y con la seguridad individual o colectiva.31 La distribución del poder dentro del campo se establece de acuerdo con dos ejes: el primero posiciona a las agencias según si pretenden dar muerte y poner en juego la supervivencia colectiva o si apuntan a conducir la vida, a proteger individualmente; el segundo las posiciona de acuerdo con las capacidades tecnológicas y el capital estatal disponible para ellas, así como de acuerdo con sus capacidades gerenciales con respecto a las enunciaciones sobre lo que provoca temor, y son estas posiciones las que permiten comprender las posiciones tomadas por las agencias. Es por esto que el concepto de campo que desarrollo es, en cierto modo, heterodoxo. Los «saberes» de estos profesionales no son un conocimiento neutral o simples esquemas perceptuales, sino dispositivos de enunciaciones y de visibilidades, agenciamientos prácticos propios de un campo específico que condicionan los enunciados sobre la verdad de lo que es la (in) seguridad. Constituyen, en cierto modo, la relación de formateo que se establece entre las relaciones de fuerza del campo de los profesionales de la (in)seguridad respecto de otros campos sociales. Participan en collages, ampliaciones de vistas parciales que cubren el cuadro general y le dan un significado que no necesariamente tiene.32

En el caso del campo de la (in)seguridad, este campo está determinado por las luchas entre la policía, las agencias intermedias y los militares en torno a la definición de seguridad y de la jerarquización de amenazas. La pregunta central para definir la seguridad es, por lo tanto, quién está autorizado, a quién se le ha delegado el poder simbólico para decir cuáles son las amenazas. En este sentido, es imposible quedarnos sólo con los enunciados en sí mismos, es necesario interesarse en los «enunciadores» y sus posiciones de autoridad, sus intereses dentro del campo.

En cuanto al campo de (in)seguridad, lo que constituye su «fuerza» de atracción es que los agentes del campo piensen a partir de las mismas categorías (terrorismo, crimen organizado) y que tiendan a imponer a otros agentes sociales, a través de la creencia de éstos en el conocimiento adicional y secreto de estos profesionales y a través de la eficiencia de su trabajo de rutina, un cierto enfoque sobre el cambio social, los riesgos, las amenazas y los enemigos. El campo de la (in)seguridad como tal está dentro del campo del poder en tanto que campo burocrático, dentro del cual los agentes y grupos de agentes gubernamentales o no gubernamentales luchan por poder «reglar» una esfera particular de práctica (clasificar, ordenar, filtrar, proteger, excluir, encerrar...) por leyes, reglamentos y por el poder de establecer en lo cotidiano la distinción entre lo permitido y lo prohibido. Esto hace que, aunque los políticos nacionales juegan un papel clave en la estructuración de problemas en tanto que problemas de seguridad, las agencias que forman parte del mundo de la seguridad sean prácticamente las únicas capaces de luchar con posibilidades de éxito para imponer su autoridad sobre la definición de quién produce temor. Ciertamente tienen interés en apegarse a las definiciones dadas por los actores políticos, pero invistiéndolas con sus propios significados y prácticas. En este sentido, la lucha entre las agencias se desdobla como una lucha por el reconocimiento de los políticos, quienes siempre tienen el poder para suprimirlos o reformarlos. También se desdobla como una lucha para excluir a otros actores (iglesias, organismos de derechos humanos...) al descalificar sus puntos de vista sobre las amenazas y las políticas públicas orientadas a prevenirlas. Los agentes del campo de la (in)seguridad solo pueden competir con los políticos si el campo va más allá de los juegos nacionales, evoca una amenaza global y obliga a los políticos a admitir que deben cooperar y renunciar a la última palabra de la soberanía. El ascenso de los agentes de inteligencia como capaces de poner en juego las verdades del gobierno se debe a esta presumida globalidad.

Así, si el inmigrante, especialmente el musulmán, y definido como «radical», tiende a convertirse en el adversario común de la policía, el ejército y los políticos, no es porque sea designado globalmente por todos, consensualmente, como adversario, sino porque convergen en él diferentes insecurizaciones  (una policial en relación con crimen, el terrorismo, las drogas; una militar,  en relación con la subversión, áreas grises, la quinta columna; una económica, asociada a la crisis, el desempleo; otra demográfica, vinculada a la natalidad y el miedo a la mezcla, al mestizaje...). El discurso sobre la integración también se convierte en una línea de securización, dado que se trata de una integrar no para el desarrollo, sino para la prevención de futuras revueltas.

Si analizamos ahora la dinámica de las luchas del campo de la seguridad, vemos, por ejemplo, que depende en gran medida de las formas adoptadas por los conflictos políticos en torno a la europeización. Pero no es necesariamente un producto derivado de ella, ni sería el resultado cíclico del fin de la bipolaridad o incluso de la globalización. Estos factores influyen, pero no son el motor que explica la desdiferenciación entre la seguridad interior y exterior. Al volver sobre algunos momentos clave, mostré que, ya en 1986 y luego en el documento de Palma en 1988, encontrábamos las lógicas de securización que se justificaron, luego, por el fin de la bipolaridad. Lo mismo puede decirse de los textos europeos tomados después del 11 de septiembre, pero que se habían redactado antes y especialmente en reacción a los acontecimientos en Génova.33 34 Se puede decir que la dinámica de contactos y redes entre agencias con posiciones geográficas y profesionales cada vez más diversificadas anticipa el marco institucional que luego la consagra y la constriñe. La evolución de las relaciones de Schengen con la Unión Nórdica y Suiza, o de Europol con los Países Candidatos de Europa Central y Oriental y Rusia, o del Eurocuerpo con la OTAN, no son consecuencia de los cambios en el marco institucional. Anticipan la «dirección» que pueden tomar las transformaciones institucionales y las competencias internas entre agencias y sus estrategias de búsqueda de alianzas más allá de Europa en sentido estricto. Entonces, para dar un ejemplo, a nivel europeo, como las luchas se exacerban a nivel nacional, esto empuja a las agencias a fortalecer los contactos internacionales para triunfar a nivel nacional. La búsqueda de alianzas a través de las fronteras para promover una determinada concepción, un cierto estilo de policía dentro de las fronteras, es crucial para entender esta europeización y su impacto. La policía nacional francesa, y especialmente los servicios antiterroristas, han visto en la europeización una oportunidad para fortalecer su poder, y para algunas dependencias de esta policía, ésta ha significado la posibilidad de emanciparse de la visión clásica de la contrainteligencia. Los enlaces pasaron de unos servicios centrales a otros que ahora se pretenden los únicos interlocutores con países extranjeros. Por el contrario, los gendarmes establecieron vínculos locales aprovechando su número en las fronteras y desempeñaron un papel transfronterizo con las policías de landers,35 quienes se oponían a que la BKA36 trabaje con la policía francesa. La historicidad es importante. Estas luchas, al contrario de lo que una rápida lectura de Allison sugiere, no eternizan una economía de deseos personales o una fatalidad burocrática, sino la dinámica relacional que surge de sus trayectorias recíprocas y su conocimiento, de su saber hacer y de las tecnologías de que disponen. La dinámica de las luchas se debe a la configuración particular del campo que tiende a recomponer el proceso de (in)securización por la aproximación de las agencias militares y policiales y, por lo tanto, la modificación de su distancia relativa. En las luchas presupuestarias, las luchas en términos de misión y legitimidad, de lo que se trata es de persuadir a los políticos de que son los mejores para enfrentar las amenazas transnacionales. Las trayectorias de las agencias son decisivas aquí, especialmente aquellas que tejen una nueva red de relaciones conectando agencias que antes no lo estaban. Este es el caso de las gendarmerías que suturan el universo policial y militar, o los jueces de instrucción que conectan el mundo policial y judicial, o el de las aduanas en la lucha contra las drogas, que crean puentes entre la policía y los imperativos económicos de la libre circulación. Los intereses de las agencias intermediarias al vincular los dos universos se oponen a los de las agencias más tradicionales y, dentro de estas, a las que tienen todo que perder con este acercamiento, como los estrategas de disuasión entre los militares y los policías de seguridad pública dentro de la policía. Por lo tanto, las posiciones de los actores, y aún más sus trayectorias, tienden a determinar sus tomas de posición, los tipos de registros discursivos que utilizarán, los enunciados que movilizarán para su combate, impidiéndoles ver sus similitudes.

El campo de la seguridad, por lo tanto, no está institucionalizado de una vez y para siempre a través de los diferentes tratados de la Unión, como los neoinstitucionalistas plantean, sino todo lo contrario.

La noción de campo transversal de seguridad permite analizar un espacio que es al mismo tiempo social y político, pero que trasciende el corte interno/externo, nacional/internacional que plantea el pensamiento del Estado territorializado. El problema no es, entonces, oponer una concepción fijista de fronteras trazadas de una vez y para siempre a una concepción dinámica, sino precisar qué es una concepción dinámica. Las fronteras son siempre concreciones en un espacio dado de relaciones de fuerza precedentes. La fórmula de Michel Foucher (1988) va más allá de las fronteras geográficas. Se aplica a los límites de los campos sociales. Las fronteras son a veces instituciones materializadas como las fronteras físicas de los Estados o inscritas en una relación jurídica que regula por diferenciación el adentro y el afuera. Pero a menudo la fluidez es importante, sobre todo cuando el campo se constituye y no es lo suficientemente antiguo para que los costos de entrada sean prohibitivos. La materialización por la ley o las normas profesionales a menudo va en retraso respecto del estado de las relaciones de fuerza. Legitima y consagra un momento particular cuando a los actores les interesaba negociar. Esto significa que es empíricamente difícil trazar los límites del campo observando solo sus características institucionales, ya que casi siempre estas delinean un momento previo del estado de las relaciones de fuerza.

Este espacio social, o este campo de la seguridad, se construye empíricamente a partir de las posiciones diferenciadas de las agencias de seguridad (policía nacional, local, aduanas, policía de frontera, agencias de inteligencia, fuerzas armadas) en los diferentes países europeos (centralidad de la policía francesa, diversidad de la policía inglesa, federalismo alemán...) y no a partir de su racionalización institucional a nivel de la Unión consagrada en un «segundo pilar» y un «tercer pilar» que lo delimitaría organizándolo en dos modalidades distintas. Si todo campo transgrede permanentemente sus propios límites, existen, no obstante, «concreciones», institucionalizaciones, legales o no, que «enmarcan» y dan puntos de referencia a los agentes mismos. El campo está entonces definido por el lugar que ocupan las agencias en función de los juegos nacionales, pero también por las redes transnacionales de relaciones que las agencias han sabido tejer en un espacio más amplio y que tiene la propiedad coyuntural de ampliarse constantemente negándose a definir sus límites, geográficos o culturales. No es una serie de subcampos autónomos (policía, militares, judiciales) en interacción y/o nacionales (francés, alemán, polaco), sino un campo en el que, por ejemplo, las decisiones y estrategias de la BKA tienen un impacto sobre el BGS,37  pero también sobre la Policía Judicial francesa o la DIA38 italiana a través de una serie de mediaciones que reconfiguran algunas ocupaciones de la policía y algunas ocupaciones militares así como ciertas funciones intermediarias, modificando sus misiones y prioridades, creando convergencias sobre ciertos tipos de peligros e impulsando nuevas alianzas como resultado de la des–diferenciación de lo interno y lo externo resultante de la transformación de las prácticas de violencia y de las tecnologías de identificación y vigilancia (Bigo, 1998a:207). Esta reformulación del campo también incluye nuevos actores (como las compañías privadas de vigilancia) y relega a otros a sus márgenes (como ocurre con los estrategas) creando divisiones internas y nuevas alianzas que cambian las posiciones dominantes, a quienes no les basta la antigüedad para sostener a futuro su autoridad. Esta transversalidad con respecto a los estados precedentes del campo, o para decirlo de otra manera, esta porosidad de las fronteras se acelera por la centralidad de las cuestiones manejadas por el campo para los otros campos y por la multiplicidad de formas de resistencia provenientes de los agentes dominados del campo o aquellos que están afuera, pero se movilizan para cambiar sus fronteras.

Además, la dinámica del campo transversal de la seguridad tiende a ampliarlo cada vez más, pero el abandono también es posible. Algunos temas pueden ser desecurizados o los países pueden volver a diferenciarse y tratar de cerrar su espacio. Uno de los problemas es entonces los «agujeros» creados en el espacio o, para usar otra metáfora, las «diferencias de presión» que estructuran los subcampos. El espacio no es homogéneo dentro de los límites del campo. Esto es cierto en términos de actividades y en términos geográficos. Más que una esfera, el campo se asemeja a la compleja topología de una botella de Klein (o a un gruyere francés con agujeros, pero también continuidades).39

Describir y analizar el campo de la seguridad no es contentarse con la reconstitución del conocimiento práctico de los actores a través de entrevistas, o hacer únicamente el censo de las agencias que lo componen, pensando en poder agregar los actores burocráticos y políticos de los diversos países miembros de la Unión (que sería «naturalmente» el marco de despliegue de las relaciones) y luego, en un segundo momento, mirar sus interacciones y decidir sobre la proximidad o la distancia de las agencias entre sí a través de este criterio nacional societal. Se trata de describir las relaciones refiriéndolas a las prácticas (de vigilancia, de control...). Prácticas que, a partir de ese momento, se acomodan en (o de forma transversal a) diversos organismos e instituciones cuyo espacio es algo a delimitar y puede ir más allá del Estado.

El campo de los profesionales de la (in)securización crea así formas de colaboración y competencia entre agencias que anteriormente apenas entraban en contacto (ejércitos, servicios de inteligencia, policía con estatus militar, policía fronteriza, aduanas, policía judicial, seguridad civil, justicia). Obliga a la policía a cruzar las fronteras y permanecer allí. Presiona a los militares para que se interesen cada vez más en lo que pasa dentro de las fronteras. Incide, sobre todo, sobre las agencias intermediarias entre estos dos mundos, reestructurando sus misiones, ya sean servicios de inteligencia, policía militar o aduanas. Introduce nuevos sistemas de interacción entre las agencias mediante la reestructuración de sus actividades, la creación de eventuales luchas presupuestarias, y poniendo en juego el lugar de cada una respecto de la función de coerción general o, más precisamente, de gestión de amenazas. Impulsa la privatización de algunas formas de seguridad (especialmente individuales, pero también locales y comunitarias) y a la concentración de las agencias públicas en formas de seguridad que se encabalgan en la frontera entre lo interno y lo externo. También tiende marginalmente a cambiar el sentido de las prioridades y a poner el acento del mundo de la policía en el crimen organizado, el terrorismo... (más que en la prevención y la policía comunitaria); y, en el mundo militar, a hacer más lugar a las llamadas amenazas transversales junto con la disuasión. Por lo tanto, el campo contemporáneo de la (in)seguridad a nivel europeo puede describirse como un cierto universo que produce un saber específico y que confronta agentes sociales con diferentes posiciones institucionales.

Entonces, encontraremos como agentes de este campo de la seguridad no solamente a ciertos «representantes» de policías de calle o gendarmes y oficiales de aduanas, sino también altos funcionarios del Ministerio del Interior, de Asuntos Exteriores, de Defensa y políticos, a menudo especializados en estos temas. Los estrategas militares se unen a este campo y entran en sus luchas, alterando un poco las complejas relaciones entre las agencias (policía, gendarmería, aduanas). Esta extensión del campo es correlativa a la estrategización de la seguridad interior y al desinterés en las clásicas cuestiones de defensa. Entonces, estos profesionales de la seguridad provienen principalmente de los ámbitos policiales, aduaneros, de gendarmes, pero también más recientemente de abogados, diplomáticos, militares, industriales que trabajan en la producción de materiales utilizados por estas administraciones, políticos especializados en asuntos de defensa, miembros de asociaciones vinculadas a estos ámbitos, así como académicos que también están especializados en estos estudios de seguridad.40 Por lo tanto, los agentes de seguridad, a pesar de su diversidad, pueden ser definidos como profesionales de la gestión de las amenazas o de las inquietudes, productores de saberes / poderes sobre el par seguridad / inseguridad.

Pero lo esencial no es nombrarlos exhaustivamente, sino ver y analizar lo que conecta, lo que los hace competir por los mismos problemas, a agentes que antes se eran indiferentes los uno a los otros. El desafío es, por lo tanto, comprender si efectivamente se están produciendo efectos de campo, ya que es a través de éstos que podemos determinar si estamos en presencia de un campo o simplemente de una configuración temporal, un espacio de negociación o movilización entre diferentes sectores.

A partir de mis precedentes trabajos, llegué a la conclusión de que los efectos de campo que permiten identificar efectivamente un campo de profesionales de la (in)seguridad son los siguientes:

    • En primer lugar, existe una convergencia de sistemas de representación de los agentes, que anteriormente no compartían, y un interés específico en participar en las luchas para definir y jerarquizar las «nuevas amenazas».
    • En segundo lugar, todos los agentes comparten una lectura en términos del peligro de cualquier transformación social global que afecte a la sociedad y a la que los políticos no puedan responder. La plantean desde el ángulo de una amenaza y eventualmente la representación de un enemigo, incluso si la experiencia inmediata de los agentes los lleva a privilegiar su rol, su propia misión específica y a entrar en competencia por la definición de las jerarquías y prioridades que habría que seguir en la lucha (crimen organizado contra el terrorismo global).
    • En tercer lugar, hay un reconocimiento práctico de que las posiciones de una agencia de seguridad, ya sea de otro país o de una profesión diferente, pueden tener un efecto perturbador o estabilizador sobre el conjunto de las relaciones que una agencia dada tiene con las demás... y la integración de este saber práctico juega en las estrategias de las agencias.
    • En cuarto lugar, uno de los efectos de campo más potentes es la modificación de las imágenes de algunos organismos de seguridad, que aparecían como marginales respecto de los universos policiales y militares, y que ahora, con razón o sin ella, aparecen como centrales para los dispositivos de control y vigilancia (aduanas, agencias de inmigración, gendarmerías...), porque tendrían recursos y un saber–hacer más adecuados para la gestión de amenazas.
    • En quinto lugar, hay una asignación diferenciada de misiones y presupuestos por parte de los políticos que favorece a las agencias «intermediarias» y relativizan el peso de las agencias más tradicionales; esto hace que el campo sea más móvil, porque las posiciones dominantes relacionadas con la antigüedad se ven contrarrestadas por las evoluciones internas del campo y por la materialidad del peligro derivado de repertorios de acciones violentas más o menos inéditas, entre ellas, los atentados a gran escala.
    • En sexto lugar, todos los agentes insisten en la necesidad de contactos y redes internacionales en la economía de las luchas presupuestarias nacionales o regionales, y ya no existen agentes que no busquen tener corresponsales extranjeros, sinergias, intercambios de información. Incluso los más refractarios ideológicamente, lo hacen explicando que se han visto obligados a hacerlo.
    • Séptimo, el éxito de las agencias está vinculado a la influencia decisiva de su saber-hacer en el manejo de las inquietudes y a su capacidad para la resolución de prácticas de violencia, así como a su capacidad para convencer de ello a los políticos. Para lograr estos éxitos, necesitan alianzas transnacionales y solidaridades profesionales compartidas, así como visiones homólogas de la profesión y del sentido de las prioridades.
    • En octavo lugar, mantenerse en el campo presupone la posesión de tecnologías específicas para actuar a distancia. Y sin este último criterio, los agentes son gradualmente excluidos del campo.
    En conclusión, retengo de las obras de Pierre Bourdieu esencialmente la noción de efecto decampo, y la de correlación entre las posiciones adoptadas, los sistemas de disposiciones (ligados a la socialización profesional) y las posiciones objetivas de portavoces e instituciones, portadores de la historicidad del campo y la autoridad que se les reconoce. Pero mi crítica a Bourdieu sobre la fijeza de los criterios de diferenciación dentro del campo y entre los campos me lleva a regresar a Michel Foucault y tomar prestadas sus nociones de programa de verdad, conocimiento y dispositivo. La noción de dispositivo nos impide ver el campo como una configuración de arreglos técnicos y legales monolíticos; y nos permite ver, por el contrario, una configuración de agenciamientos sociales cambiantes. Es lo que permite distanciarse de la fantasía de la técnica específica de los profesionales de la seguridad y de creer que poseen un capital específico, un mayor conocimiento o tecnologías en el sentido estricto del término (satélites de vigilancia, computadoras, electrónica de seguridad...) que los haría más creíbles. No tienen un poder o un capital aparte. Solo tienen ciertas prácticas específicas (y las teorizaciones, justificaciones de éstas).

    Estas prácticas, a la vez discontinuas, fragmentadas y difractadas en toda la sociedad (por ejemplo, la lógica proactiva de las empresas privadas es muy superior a la de las agencias públicas), son más frecuentes en el campo de los profesionales de la seguridad. Hacen converger las trayectorias de los agentes y reconfiguran en un solo campo los universos antes diferenciados de la policía y las fuerzas armadas. Las tecnologías de las armas no letales, del mantenimiento del orden y la valorización de la vigilancia y la prevención ponen en tela de juicio, incluso para las fuerzas armadas, el «derecho a matar». Estas tecnologías acercan las prácticas de la guerra y del mantenimiento del orden. Comprendemos mejor los «regímenes de enunciación» si nos centramos en las trayectorias de las agencias intermediarias (gendarmerías, aduanas, policía de fronteras) y en la convergencia de las preocupaciones de las agencias en torno a la violencia de organizaciones clandestinas que actúan fuera de su territorio (y etiquetada como terrorismo, o guerrilla, o mafia, o crimen organizado según el contexto y las relaciones de poder simbólicas entre los adversarios), así como en categorías concebidas para significar interpenetración (amenazas transversales, seguridad interior, enemigo interno).

    El conjunto de efectos de campo reseñados anteriormente no es sólo el resultado de los procesos y las relaciones entre los agentes del campo. Es también el resultado de sus relaciones con otros campos, a través de dispositivos que cruzan instituciones y no son reducibles a la lógica de estas últimas ni al habitus de sus agentes.41 Estas son las formas que adopta este dispositivo en el sentido foucaultiano, las que abordaré en un futuro artículo que amplía el análisis.

    Postscritum42

    La ocurrencia de la serie de atentados que afecta a París, Bruselas, Niza y muchas otras ciudades entre 2015 y 2018, y que han sido reivindicados por diferentes organizaciones referenciadas con el Estado Islámico, ¿cambia los análisis presentados en este texto, escrito diez años antes, en 2005? Sí y no.

    No, no verdaderamente en los discursos que insisten, en términos de contenido, sobre el hecho de que la situación es inédita. En efecto, vemos que se reproducen en ese período los atentados de la década anterior, y en los análisis posteriores de geopolíticos y periodistas especializados, la misma tendencia: «presentar los nuevos atentados como un cambio de época, radicalmente nuevo y sin precedente, que justifica un estado de emergencia» reforzando al ejecutivo y a los poderes de coerción de los órganos administrativos en detrimento del poder judicial.43

    Es particularmente irónico leer desde esta perspectiva los discursos de François Hollande, de su primer ministro Manuel Valls y de su ministro de Defensa Jean Yves le Drian, o los de Charles Michel, primer ministro belga, o de Jean Claude Junker, presidente de la Comisión Europea en nombre de los 28 Estados de la Unión. Porque al comparar estos discursos con aquellos de la war on terror de principios de los años 2000 vemos que reproducen las mismas estructuras del discurso sobre la originalidad radical del período al que corresponden y rechazan hablar del pasado, para repetirlo mejor. Por lo tanto, necesitan retorcerse e insistir en el carácter repentino y en la peligrosidad de los ataques del Estado Islámico y de sus agentes infiltrados en Europa, sin referirse a las declaraciones de la época precedente (las de Georges Bush et Tony Blair a propósito de Al Qaeda en Afganistán e Irak) más que para distanciarse de ellas. Consideran que el nuevo peligro representado por el Estado Islámico en mucho más grave que el que significa Al Qaeda, que ha quedado rápidamente devaluado en el mercado bursátil de los temores contemporáneo (Le Drian, 2016). También necesitan insistir en que la respuesta de 2018 es mucho más apropiada que la war on terror, la cual habría sido ilegítima. Todo esto introduciendo los mismos mecanismos de «contra–terrorismo tecnológico» en el espacio europeo que, hasta ahora y a pesar de las políticas post Madrid de 2004, se había mantenido relativamente libre de ellos.

    Sin embargo, hay algunas evoluciones significativas que modifican el campo de profesionales de la gestión de las inquietudes: «actores fuera del campo o marginales, se vuelven centrales». Luego de los atentados de 2015 vemos sumarse a las filas de los profesionales de la gestión de las inquietudes mencionados en este artículo un «nuevo gremio transnacional particularmente activo, el de las tecnologías digitales en manos de ingenieros en sistema y de analistas informáticos» especializados en la intercepción de datos personales o su recolección a distancia y en la elaboración de perfiles de cálculo de riesgo sobre individuos hasta ahora ignorados en términos de seguridad.44 La vigilancia a distancia, de todas las personas que viajan a través de las fronteras inteligentes, de sus cuentas bancarias a través de la trazabilidad de los flujos financieros, de las opiniones de los internautas a través de la vigilancia de todos los aparatos electrónicos, va a tomar una dimensión mucho más espectacular, tal como lo denunciaron primero Julien Assange y WikiLeaks, y luego, de manera aún más irrefutable, Edward Snowden, quien pone en conocimiento de periodistas de investigación millones de datos que éstos analizaron cuidadosamente antes de publicar unos pocos datos (y cuidando de no poner en riesgo a ningún actor). (Bauman, Bigo, Esteves, Guild, Jabri, Lyon y Walker, 2015).

    El discurso de prevención en nombre de los riesgos futuros aún se pertrecha con las ventajas de la cientificidad, con el refuerzo de la creencia en la efectividad de los big data y el «razonamiento» algorítmico para detectar comportamientos sospechosos.

    Acreditamos a las agencias de inteligencia, a las grandes empresas digitales (GAFAM),45 a los data brokers tales como Cambridge Analytica, no solo para interceptar los datos y espiar los comportamientos, sino también para manipular las opiniones. Un cierto número de discursos que se consideran críticos se muestran indignados en nombre de la ética, pero no cuestionan el problema de fondo, es decir, la creencia (dóxica) en la «cientificidad» de esas predicciones obtenidas por medio de los algoritmos. Ahora bien, esos algoritmos que pueden tener cierta eficacia en el dominio de las elecciones repetitivas, rutinarias e indiferentes a la existencia de un mecanismo de captura, son particularmente incapaces de encontrar terroristas, cuyas acciones escapan a estos parámetros. Los algoritmos en sí mismos generan errores y solo engrosan el número de sospechosos sin razón mediante un razonamiento analógico desprovisto de causalidad. En nombre del «si no eres tú, entonces es tu hermano» nos alejamos de la prueba judicial y del estado de derecho para desarrollar la duda y la sospecha digital del estado de emergencia permanente.

    A pesar de estos efectos para las prácticas democráticas, y pese a algunos esfuerzos por controlar los servicios SIGINT46 y las GAFAM, en la última década la recomposición del campo de profesionales de la seguridad se efectúa en favor de las profesiones que han utilizado esta digitalización reforzada de los modos de control a distancia.

    Los políticos, los periodistas «querrán creer en la solución digital tecnológica» contra el terrorismo para evitar cuestiones de juicio político sobre organizaciones y grupos sociales, étnicos o religiosos que estarían implicados en la violencia internacional. Esta solución simplifica, en efecto, por su dimensión técnica, un «consenso» antiterrorista contra el Estado Islámico que enmascara las profundas diferencias de análisis sobre el Medio Oriente. Esta aceptación de soluciones tecnológicas, es a la vez el producto y la razón del fortalecimiento de posiciones dominantes en el campo de aquellos que intercambian informaciones personales de grandes masas de individuos y comportamientos.

    Tras el fracaso de la extracción de información mediante restituciones extraordinarias y torturas que había intentado la CIA, este modelo de control va siendo sustituido por en tanto que modelo dominante por el control a distancia de las agencias SIGINT (Signal Intelligence que comprende Internet y teléfonos móviles). La NSA americana47 y la red de los «Cinco Ojos»,48 que de facto se extiende hoy a más de trece ojos, serán particularmente activas para una vigilancia «global» y darán lugar a complicidades estructurales entre las agencias SIGINT (que ya había establecido alianzas transnacionales entre sí durante mucho tiempo) y todas las empresas privadas que trabajan en el campo de la interceptación de datos y la elaboración de perfiles. Este será también el caso de empresas especializadas en el reconocimiento biométrico y en las tecnologías de doble uso (civil y militar) como los drones, que se acercarán aún más a los servicios de inteligencia militar.49

    Fundamentalmente, el «proceso de des–diferenciación del campo» de los profesionales de la seguridad continúa y se acelera multiplicando los ensambles público–privados, que no constituyen una delegación de atributos públicos en lo privado, sino la conformación de redes de actores que, por sus trayectorias, han operado en ambos mundos y se han especializado en una industria global de vigilancia y alta tecnología, y que además, se autonomizan de los políticos nacionales a partir de una gubernamentalidad que articula burocracias transnacionales. También es este punto de divergencia respecto de la definición de interés nacional y seguridad global lo que «socava las relaciones de lealtad entre estos actores de inteligencia y los políticos nacionales», porque los primeros no reconocen los segundos la autoridad para priorizar las amenazas y definir la «seguridad nacional». Se comportan como gremios corporativos, eventualmente reconociendo solo la autoridad de sus pares y entregando información sobre los políticos de sus propios países a sus colegas extranjeros, como lo ha demostrado el caso de BKA en el gobierno de Merkel.

    Si bien los discursos continúan evocando la disfunción de la cooperación internacional, para justificar presupuestos adicionales y explicar los fracasos, el grado de interacción entre los diversos profesionales de la seguridad ha aumentado constantemente y también ha perjudicado a sus competidores, es decir, las agencias policiales y militares más tradicionales que utilizan el intercambio de información a través de canales judiciales, o sobre la base de infiltración y, a menudo, más restringido nacionalmente.

    También en las zonas fronterizas de las áreas de libre comercio de los países más comprometidos con el capitalismo (Estados Unidos, Australia, Unión Europea) podemos ver este papel que juegan los datos informáticos en la construcción de la sospecha relacionada con la seguridad, con una intensificación de los controles tecnológicos por parte de las guardias de frontera, pero también más atrás, por parte de los consulados, las compañías privadas que los ayudan, las compañías de transporte y la retención de datos a menudo ilegal que éstas realizan con el propósito de constituir un «repositorio masivo» de datos.

    La situación en el mar Mediterráneo con respecto al control de barcos donde convergen numerosas y divergentes categorías de exiliados, solo puede ser comprendida en su lógica violenta si se la coloca en este contexto de conflicto entre los gremios transnacionales de la gestión de las inquietudes y los políticos nacionales que recurren a una escalada ultrapatriótica para relegitimarse ante ciertos segmentos de la población que quieren creer en «salvadores de la identidad nacional y las fronteras territoriales».

    Pero estas luchas por el poder simbólico de priorizar las amenazas, para controlar la definición performativa de los límites entre aquello que depende de la seguridad, la inseguridad y / o del destino, escapan cada vez más en términos prácticos a estos políticos, ya sea que se reivindiquen o no como populistas, esto los vuelve impotentes para defender su soberanía en las fronteras por razones de seguridad, tal como había ocurrido antes respecto del control de la producción, el crédito y los bancos, tema analizado por Susanne Strange (1996).

    Entonces, es necesario resituar estas transformaciones de los gremios transnacionales ligados al mundo de la seguridad en el juego más general de las trayectorias congruentes de los universos tecnológico, financiero y económico con los que comparte esta tendencia. No sólo en relación al movimiento centrípeto que favorece la autonomización, la centralización y la diferenciación que Pierre Bourdieu había señalado retomando las hipótesis de Durkheim, sino al contrario, referirlas a un movimiento inverso de des–diferenciación de ciertos universos hasta ahora fuertemente diferenciados, como Norbert Elias había señalado a propósito del bajo Imperio Romano, donde la desdiferenciación se lleva a cabo siguiendo dinámicas centrífugas que bloquean los procesos habituales de monopolización. En la actualidad, estas se realizan a través de la transversalidad de prácticas relacionadas con: en primer lugar, la extensión de los gremios transnacionales; en segundo lugar, la facilidad de la gestión remota de poblaciones no nacionales por medio de la implementación de técnicas y prácticas de identificación; y tercero, la colaboración en estos temas por parte de numerosos actores que juegan simultáneamente en el universo nacional y transnacional (Basaran, Bigo, Guittet, y Walker, 2016).


    Manifestación de familiares de detenidos por las condiciones de detención y represión durante las protestas ocurridas en la Unidad Penitenciaria n° 2 de Santa Fe en el marco de la declaración del aislamiento social por el Covid–19, marzo 2020. © Fotografía: Mauricio Centurión y Matías Pintos, 2020.

     

    Notas

    1 Traducción del francés por Alina Ríos (Universidad de Buenos Aires/CONICET). Fue publicado en 2005 como «La mondialisation de l’(in)sécurité?», Cultures & Conflits 58

    2 Por supuesto, hay precedentes. Pero el macartismo era puramente estadounidense y tenía una dimensión antigubernamental inicial actualmente ausente. En cuanto a la generalización de medidas permanentes de emergencia en el Reino Unido en la década de 1970 en nombre de la lucha contra el IRA, estaba reservado para Irlanda del Norte y no afectaba a la sociedad ni a la totalidad del territorio británico. Ver Bigo y Guittet (2004, 171–182).

    3 Para un análisis detallado véase la Habilitación (HDR, Habilitation à diriger des recherches) de Didier Bigo, «Terrorisme, guerre, sécurité intérieure, sécurité extérieure», IEP, Paris, 18 septembre 2002.

    4  N. de T.: El autor utiliza los vocablos: sécurisation, (in)sécurisationinsécurisations, insécurizer, que traducimos por la serie: securización, insecurización, insecurizaciones, insecurizar, conservando la raíz latina secur.

    5 Como parte del programa ELISE, se ha realizado un estudio de la literatura a través de siete países europeos. Está disponible en el sitio web: http://www.eliseconsortium.org.

    6 Ver Fumaroli (2001).

    7 Ver el resumen de los resultados de la investigación del programa PCRD5 ELISE disponible en http://www.eliseconsortium.org, así como el Cd-rom que contiene todas las contribuciones de los equipos europeos de este programa.

    8 Ver los análisis de los trabajos sobre terrorismo pos 11 de septiembre, publicados en línea en el sitio Challenge: http://www.libertysecurity.org sobre la relación con la guerra fría, ver la intervención de Andrew Wachtel (Northwestern University) presentada durante la jornada transatlántica que siguió al acto inaugural de CHALLENGE. Ver también las recientes intervenciones de John Mueller en el ISA. Ver también Mueller (2005).

    9 Para una crítica de esta estrategización de lo interno y de los intentos de enmascararla bajo la retórica de la mundialización de la seguridad, de la confusión entre guerra y crimen, ver los números precedentes de Cultures & Conflits. Berthelet (2002), Bigo (1992a, 1997b, 1998a), Ceyhan (2001), Guild (2003), Lessana (1998), Wieviorka (1992).

    10 Este es uno de los resultados más claros obtenidos de nuestras entrevistas con los responsables de los servicios de información desde 2002 en el marco del programa ELISE. Ver Bonelli, 2010.

    11 Volveremos sobre este punto al analizar los mecanismos de vigilancia y el espacio nóptico en un próximo artículo. Ver Bigo (2006).

    12 Ver las contradicciones de Samuel Huntington, quien quiere dar definiciones homogéneas de espacios civilizatorios, quiere criticar localmente el multiculturalismo y sus peligros, pero también quiere rechazar la idea de un enemigo interno subversivo e invisible. Huntington (1993, 1997).

    13 Durante la revisión final de este escrito, el Reino Unido acababa de pasar por una triste experiencia que mostró la inanidad de esta esperanza en una guerra a distancia que no tenga consecuencias violentas internamente. Pero la reacción británica es, por el momento, mucho más medida que la de los Estados Unidos.

    14 Considerando la dimensión colonial, parece que detrás de los términos nebulosa, red e islamismo... se oculta una relación que involucra a pares de adversarios diferentes: Estados Unidos, Afganistán, Australia, Indonesia, Madrid, Magreb... y que la línea que conduce a Al Qaeda es tenue, e incluso inexistente.

    15 N. de T.: «Guerre des pólices» es un término que se usa en Francia para referir a la rivalidad de intereses entre distintos servicios policiales y de inteligencia.

    16 Ver el artículo fundamental de Walker (2005). Ver también Armitage (2002), Bhuta (2003), Bruin y Wouters Kees (2003), Cole (2003), Noll (2003), Huysmans (2005), Walker (2005).

    17 Prácticas iliberales es eltérmino utilizado por Desmond King (en In the name of liberalism, Oxford, Oxford University Press, 1999) a propósito de las políticas sociales y que yo extiendo a las políticas de seguridad.  Ver también King (2002).

    18 Sobre estas cuestiones relativas a la privatización de la seguridad, ver Bigo (2003).

    19 N. de T.: DST es la Direction de la surveillance du territoire, antiguo servicio de inteligencia francés que depende del Ministerio del Interior.  La DGSE es la Direction générale de la Sécurité extérieure, es el servicio de inteligencia exterior desde 1982, dependiente de la Armada.

    20 Ver la declaración del director de la CIA ante el Congreso, contradiciendo los dichos de Georges Bush en la televisión el día anterior sobre informaciones concernientes a la existencia de armas de destrucción masiva en Irak, el 11 de febrero de 2002.

    21 Esta dinámica del campo explica, en nuestra opinión, mejor que las teorías de la influencia de las sectas religiosas, las conductas «mesiánicas» de Tony Blair, Georges Bush, Aznar o Berlusconi.

    22 En un próximo artículo de la revista desarrollaré en francés la noción de dispositivo Banóptico y su relación con el campo de los profesionales en la gestión de las inquietudes. Ver Bigo (2006)

    23 Trabajo realizado por el equipo del Centre d’Etudes sur les Conflits y la red ELISE. Ver el sitio web: http://www.eliseconsortium.org.

    24 La lectura de la obra Rob Walker, Inside/outside ha sido particularmente importante sobre este punto, ya que recuerda cómo nuestra grilla de representación espontánea entre lo interno y lo internacional es el producto de un pensamiento de Estado, lógicas académicas disciplinarias y beneficios simbólicos y prácticos que esta separación instituye. Muestra que una conceptualización diferente de la política en términos de flujo y alcance permite la reunificación de categorías de prácticas que se diferenciaron erróneamente y permite diferenciar estas prácticas de una manera diferente. Como tal, mi análisis está en gran parte en deuda con él. Walker (1993).

    25 Para más detalles ver mi comentario a la obra de Nadelmann (Bigo, 1994).

    26 N. de T.: Zona o Espacio Schegen es el área que comprende a 26 países europeos que han abolido los controles fronterizos en las fronteras comunes, y que mantienen una política común de visados. Se estableció a partir del Acuerdo de Schengen, que se firmó en 1985 y empezó a funcionar en 1995.

    27 Ver los trabajos de Sébastien Laurent, especialmente su ponencia titulada «Intelligence and Diplomacy: the Birth of the Military Attachés in Europe in Nineteenth Century».

    28 Agradezco a Laurent Bonelli haber llamado mi atención sobre esta polarización que permite hacer estallar la noción de policía nacional entendida como algo único u homogéneo. Ver respecto de este punto Monjardet (1996).

    29 Ver «Circuler, enfermer, éloigner. Zones d’attente et centres de rétention des démocraties occidentales», Cultures & Conflits 23, así como los números coordinados de Cultures & Conflits 57: «L’Europe des camps: la mise à l’écart des étrangers» y de la revista Politix–Revue des sciences sociales du politique 69: «Etrangers: la mise à l’écart», ambas del año 2005.

    30 En este punto podemos señalar la vinculación con el trabajo de Graham Allison sobre los modelos dos y tres que desarrolla en Essence of decision y con los trabajos sociológicos de Pierre Bourdieu, dado que Graham Allison Graham Allison examina con más detalle los mecanismos de lucha y probablemente permite una mejor comprensión de la fluidez de ciertas posiciones. Ver Allison y  Zelikow  (1999). Ver en particular las diputas disputas en torno de las fronteras borrosas, las misiones inciertas y las actividades colonizadoras de las agencias.

    31 La coherencia teórica de esta lectura cruzada de dos autores que se han ignorado mutuamente de manera deliberada nos parece fructífera, aunque estar sujeta a discusión. Traté de mostrar cómo articular estos dos pensamientos en mi artículo: «Les nouvelles formes de la gouvernementalité: surveiller et contrôler à distance» (Bigo, 2005c).

    32 Sobre la relación entre verdad y seguridad, véase el importante trabajo del equipo de Florencia reunido en torno a Alessandro Pizzorno y Donatella della Porta. La noción de conocimiento policial permite sin duda profundizar la relación entre saber, saber práctico y poder en el campo de la seguridad. Sobre conocimiento policial, véanse los diversos trabajos de Donatella Della Porta, en particular su introducción a la conferencia de Florencia de mayo de 1996. Sobre saber y saber práctico, véase el último capítulo de Polices en réseaux.

    33 N. de T.: Se refiere a la contracumbre de Génova, las manifestaciones contra la cumbre del G8 que se realizaba en Génova entre 19 al 22 de julio de 2001, organizadas por el movimiento antiglobalización.

    34 Bigo (2002), ver también el texto «European Commission draft definition of terrorism», (doc ref: COM (2001) 521 final, 19.9.01 y los comentarios de Tony Bunyan de Statewatch.

    35 N. de T.: Policías alemanas de nivel similar al estadual o provincial, ver Weiss y Hervé (2011).

    36 N. de T.: La BKA es la Bundeskriminalamt, la Oficina Federal de Investigación Criminal de Alemania.

    37 N. de T.: En alemán Bundesgrenzschutz o BGS es una Fuerza de Protección Fronteriza Federal establecida en 1951 por el gobierno alemán, bajo la jurisdicción del Ministerio del Interior Federal.

    38 N. de T.: DIA es la Direzione Investigativa Antimafia, Dirección de Investigación Antimafia, es un despacho del Departamento de seguridad pública del Ministerio del Interior italiano, formado por tres cuerpos de policía (Carabinieri, Guardia di Finanza y Polizia di Stato) con tareas de investigación especializada en la lucha contra las asociaciones criminales de tipo mafioso.

    39 Debo esta idea a la intervención de John Crowley en las Escuelas de Saint–Cyr Coëtquidan, sobre las formas de la seguridad contemporánea, junio de 1999. Topología que no está muy lejos que la de la cinta de Moebius.

    40 Tomo nota aquí de las críticas que me hicieron Ole Waever y Barry Buzan, señalando que el campo de la seguridad tal como lo definí en Polices en réseaux era definido demasiado estrechamente por las relaciones entre agencias esencialmente burocráticas y que esto creaba un «punto fijo», mientras que era necesario partir de la red semántica creada por los sistemas de referencia de la seguridad y extenderla a los actores privados.

    41 Desarrollaré este último punto en un próximo artículo.

    42 N. de T: Las páginas que se presentan bajo este subtítulo fueron escritas por el autor para acompañar la publicación de esta traducción.

    43 Sobre la cuestión del estado de emergencia ver los dos números de la revista Cultures et Conflits, diciembre 2018, marzo 2019.

    44 A propósito de esta evolución ver Bigo (2019). Y un desarrollo teórico sobre el reemplazo de la noción de profesionales por la de gremio en Bigo (2018).

    45 N. de T.: El acrónimo designa al grupo de empresas conformado por Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft.

    46 N. de T.: SIGINT, del inglés Signals Intelligence, es la obtención de información mediante la intercepción de señales electromagnéticas. Además de las escuchas telefónicas, SIGINT incluye la vigilancia de los correos electrónicos y de las redes sociales (fuente: Wikipedia).

    47 N. de T.: La NSA, National Security Agency, es un organismo del Departamento de Defensa de Estados Unidos. Fue creada en 1952 agrupando a las diferentes agencias de inteligencia militares.

    48 N. de T.: Red que surge de un acuerdo multilateral de intercambio de información firmado entre el Reino Unido, Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda en marzo de 1946.

    49 Para un análisis detallado, ver Didier Bigo y Laurent Bonelli (2019).

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