La reflexión epistemológico-filosófica no ha proporcionado las bases para una (...) ciencia del espacio. Las investigaciones acaban en meras descripciones, que en ningún momento llegan a alcanzar el estatus analítico «mucho menos el teórico», o terminan en fragmentos y secciones del espacio. Hay muchas razones que inducen a pensar que esas descripciones y esos recortes tan sólo aportan inventarios de lo que existe en el espacio, o en el mejor de los casos, dan lugar a un discurso sobre el espacio, pero nunca a un conocimiento del espacio
Henri Lefebre, La producción del espacio(2013[1974])
El impacto del denominado «giro espacial»1
La cita de Henri Lefebvre centra claramente el problema de la cuestión espacial y su relación con las ciencias sociales. En la obra del sociólogo francés 2 , el espacio funciona, por una parte como eje ordenador y por la otra, como una categoría central en su concepción del marxismo. Afirmar que el espacio es un producto social, implicaba focalizarse en el espacio y adoptarlo como un nuevo vector de análisis al interior de su concepción del materialismo dialéctico.
La advertencia espacial que lanzara Lefebvre allá por los años sesenta, tuvo un fuerte impacto en las ciencias sociales, aunque con suerte dispar en las diversas disciplinas. En efecto, el denominado «giro espacial» tuvo su recepción en la antropología europea, y un poco más tarde ocurrió lo propio con la antropología norteamericana, que vieron emerger, como consecuencia directa del pensamiento lefebvriano, una nueva sub-disciplina, la antropología del espacio. Sin llegar tan lejos, en Estados Unidos también se debatió el tema del espacio vinculado a la voz del nativo, mientras que su adopción quasi total se produjo en los estudios urbanos, la arquitectura y la sociología urbana. Sin embargo, el ámbito más afectado por el giro espacial ha sido el de la geografía. De hecho, los trabajos de Henri Lefebvre han horadado lenta pero ininterrumpidamente el reinado positivista que dominó esta disciplina desde sus inicios. Efectos de este desplazamiento son la geografía humana —o geografía crítica humana— así como la emergencia de otras sub-disciplinas como la que aquí nos ocupará: la geografía carcelaria.
Geografía humana y geografía carcelaria
La geografía humana implicó la adopción de nuevas perspectivas y categorías de análisis que la distanciaron de la antigua geografía, incorporando la dimensión social al estudio de los fenómenos geográficos. Para éstos, el nuevo prisma de estudio fue el espacio, concebido como resultado de la actividad humana, es decir más allá de su estricta manifestación material. En esta línea de trabajo pueden enmarcarse los aportes teóricos y las investigaciones de autores como Edward Soja, Mike Davis, Rob Shields, Massey Doreen, Hiernaux o Lindon, por nombrar sólo algunos de los trabajos de mayor circulación en la actualidad. 3
En paralelo a esta reformulación del campo de la geografía, y producto precisamente de este desplazamiento, la nueva geografía humana comienza a abordar temáticas que forman parte del acervo literario y casuístico de otras disciplinas, con las esperables superposiciones de intereses, objetivos y abordajes.
El trabajo de Dominique Moran que aquí se presenta, se enmarca en los esfuerzos de la geografía humana por posicionarse dentro del campo de las ciencias sociales. En este contexto, se analiza pormenorizadamente la geografía carcelaria como un espacio emergente al interior de esa geografía crítica. La geografía carcelaria, que agrupa los estudios de la cárcel realizados desde una perspectiva espacial, constituye el principal objetivo de los trabajos de Moran. La autora propone delimitar el campo de estudio de esta sub-disciplina, rastrear apoyaturas teóricas y conceptuales que permitan su fundamentación como tal y elaborar un programa de líneas de investigación nucleadas al rededor de diversas áreas temáticas. Es importante resaltar que estos esfuerzos han sido realizados también por otros autores en diversas partes del globo: Nick Gill, Jennifer Turner, Anna Schliehe en Inglaterra, Story Brett y Rashad Shabazz en Canadá y Estados Unidos, Olivier Milhaud y Lucy Bony en Francia.
El enfoque que adopta Morán, es de tipo transdisciplinar, poniendo en relación las producciones de la geografía humana, la criminología y la sociología de la cárcel. De hecho, intenta participar activamente en los debates sobre el avance del estado punitivista y, a partir de sus investigaciones en el Reino Unido, Rusia y Escandinavia, propone también otros temas como los espacios de visita en prisión, género y encarcelamiento o inclusive, el punitivismo estatal y las políticas de diseño arquitectónico de los conglomerados prisionales. Entre sus trabajos más relevantes, aparte del aquí reseñado, pueden mencionarse: Carceral Spaces: Mobility and Agency in Imprisonment and Migrant Detention (2013), Historical Geographies of Prisons: Unlocking the Usable Carceral Past (Morin, K. & Moran, D. 2015), Carceral circuitry: New directions in carceral geography (2017), Conceptualizing the carceral in carceral geography(Moran, D. et al., 2017), Carceral Spatiality. Dialogues between Geography and Criminology(Moran & Schliehe, 2017) o The Palgrave Handbook of Prison and the Family(Hutton, Marie & Moran, Dominique, 2019).
De cómo hacerse un lugar
Desde sus primeros trabajos hasta la actualidad, la autora ha reflexionado permanentemente sobre la naturaleza del campo en cuestión. Es en el marco de este proceso que debe leerse Carceral Geography, en paralelo con otros artículos y libros que han sido publicados previa y posteriormente por la autora, y que tuvieron el propósito de pensar sus propias prácticas y producidos, en paralelo a la fundamentación epistemológica que esta nueva sub-disciplina conlleva.
Una primera definición de la geografía carcelaria puede encontrarse en un trabajo temprano de Moran titulado The geography of crime and punishment in the Russian Federation (Moran, D., J. Pallot & Piacentini, L. 2011). De acuerdo a ese texto, la geografía carcelaria sería una disciplina que estudiaría las prácticas de encarcelamiento en el marco de los denominados espacios carcelarios. Éstos estarían constituidos por geografías distributivas y geografías de relaciones sociales y espaciales en una doble dimensión: intra y extra muros. Esta primera aproximación conceptual es clave dentro del proceso de constitución disciplinar, ya que rescata en la definición uno de los aspectos y aportes más percutantes de esta perspectiva: la visibilización de las continuidades entre el adentro y el afuera de la cárcel. Moran recorre, aquí, el camino ya delineado por investigaciones que la precedieron: es el caso de los trabajos pioneros de Philippe Combessie (1996) sobre el perímetro sensible de las prisiones o los aportes de Cunha (2002) sobre el entramado de relaciones entre la cárcel y los barrios. Señalamos, en particular, estas investigaciones porque tuvieron la virtualidad de romper con una visión muy arraigada en las ciencias sociales, que es heredera del trabajo de Erving Goffman y que piensa la cárcel en términos de institución cerrada, auto-determinada y con escasa o nula conexión con el exterior. Desde esta ruptura, escribe Morán.
Desde otro lugar, Chris Philo (2012) ha realizado objeciones a la pretensión constitutiva de la geografía carcelaria en tanto disciplina, afirmando que se trataría más bien, de un subgrupo de estudios de seguridad geográfica, ya que esta rama se dedica a la investigación de los espacios reservados para proteger, mantener, encerrar o alejar a las poblaciones problemáticas de uno u otro tipo. Es decir que la separación de las poblaciones criminalizadas y encerradas, formaría parte de los estudios de seguridad. Frente a esta crítica, Dominique Moran se ha focalizado en la particular naturaleza de los espacios carcelarios, los efectos de los sistemas carcelarios sobre el territorio que rodea el emplazamiento de una prisión, y la modelización de las políticas del estado punitivo sobre «lo carcelario»: estas tres esferas, que hacen a la especificidad de los estudios geográfico-carcelarios, justificarían per se la distinción con la geografía de la seguridad.
Si en la primera de las definiciones de «lo carcelario», la preocupación giraba en torno a la delimitación del campo distinguiendo los circuitos carcelarios entre el adentro y el afuera; en Carceral Geography se avanza hacia un proyecto más abarcativo, aunque muy ajustado al fenómeno del encarcelamiento, incorporando dimensiones individuales y colectivas, con el objetivo de describir prácticas y estrategias, y afirmando además que «lo carcelario» es espacial, emplazado, móvil, vivenciado y afectivo. En este sentido, el trabajo está impregnado de las posiciones de Lefebvre (2013 [1974]) sobre la tridimensionalidad del espacio en tanto que «vivido, concebido y percibido». Dominique Moran vuelve así sobre la definición del campo de la geografía carcelaria sosteniendo que esta nueva sub-disciplina se dedica al denominado carceral turn, definido como el despliegue de un nuevo rango de estrategias de control social y coerción, que se encarna en cambios legislativos, en el tratamiento de las agencias del bienestar social y de la justicia criminal focalizados exclusivamente sobre los sectores empobrecidos de la población. Estos cambios estarían representados por el crecimiento del encarcelamiento legal, las penas de prisión cada vez más extensas, y la masiva supervisión extra-penal de una población cada vez mayor. Esta definición comprende, entonces, otras formas de confinamiento express para asilados y refugiados sometidos a diversas formas de violencia, detención y procesos sumarísimos de expulsión de los territorios, abordando algunas temáticas reivindicadas, también, por la geografía securitaria. En síntesis, así definida, la geografía carcelaria comprende todos estos ejes temáticos, desde una perspectiva diversa y multi-escalar, centrándose en contextos estructurales, políticos e institucionales, así como en la vida cotidiana, las experiencias, prácticas y los agenciamientos.
Carceral Geography, por lo tanto, tiene la virtud de constituirse en una reflexión en movimiento, ya que la preocupación por la fundamentación del campo persiste hasta la fecha, tal como lo denuncia la propia autora en sus publicaciones más recientes. El texto da cuenta de un cúmulo de interrogantes que se plantean en la fundamentación de la geografía carcelaria, y que obedecen en su mayoría, a una búsqueda de respuestas a problemas epistemológicos. El primero, y más evidente, está vinculado al objeto de estudio de esta nueva sub-disciplina, y el segundo, se relaciona con la larga historia de los estudios carcelarios que han dotado al campo de especificidad. Precisamente para sortear la hiper-especialización del campo —esto es, saberes jurídicos, antropológicos, sociológicos y criminológicos que vienen estudiando la prisión desde hace tiempo— Morán propone la transdisciplinariedad que le permite nutrirse de estos saberes introduciendo en ellos la perspectiva espacial.
Carceral Geography: un modelo para armar
El ensayo de Moran sobrevuela sobre varios debates, y está estructurado para problematizar y responder a diversas afirmaciones o lugares comunes que forman parte del campo de los estudios carcelarios. El marco conceptual de Carceral Geography admite al menos dos niveles. El primero, está constituido por la trilogía que conforman Goffman, Foucault y Agamben, a través de sus respectivas nociones de «institución total», «prisión, vigilancia, cuerpos dóciles» y «excepción, zonas de abandono o exclusión»; y se sirve de la noción de «tácticas», producida por Michel de Certau, de las «teorías de la liminalidad» provenientes de la literatura antropológica, iniciadas por el ya clásico trabajo de Van Gennep (1981[1901]) y retomadas por los trabajos de Victor Turner (1995[1969]), y re-utiliza la noción de «movilidad» desarrollada por la geografía humana. El segundo nivel está conformado por los conceptos, aproximaciones y teorías provenientes de disciplinas afines, que de alguna manera han incorporado también la mirada espacial a lo carcelario. Para esto, la obra de Moran dialoga con sociólogos que han trabajado las relaciones entre la cárcel y el barrio o las movilidades entre espacios marcados fuertemente por lo carcelario, como Loic Wacquant (2009, 2010a, 2010b) o los efectos del encarcelamiento masivo como Peck y Theodoro (2009) o Gilmore (2007). Ambos niveles responden a la decisión epistemológica de dotar de especificidad a esta aventura intelectual en un escenario ya colonizado por la criminología, la sociología del control social y la antropología de la cárcel. De ahí la necesidad de recostarse en la dialectique de triplicité(Lefebvre, 2013 [1974]) o el thirding-as-Othering(Soja, 1989, 1996, 2008) para obtener un sustento teórico que diferencie la geografía carcelaria de otros abordajes cercanos.
Desde el punto de vista estructural, Carceral Geography se organiza en tres secciones: la primera, destinada al espacio carcelario en todas sus dimensiones; la segunda, que desarrolla el tema de las geografías de los sistemas carcelarios y los vínculos entre ellas y con sus diversos contextos; y la última, que se ocupa del contexto que engloba a las dos secciones precedentes, profundizando en la relación entre lo carcelario y las políticas del estado punitivo contemporáneo. Presentamos a continuación una breve descripción explicativa de cada una de éstas.
Al interior de Carceral Geography
La primera sección se ocupa de aquéllos estudios sobre el encarcelamiento que representaron un hito en el campo de la geografía carcelaria, desarrollando un interés por la naturaleza y experiencia de los espacios carcelarios. Son importantes aquí, los cruces y debates con las posiciones foucaltianas sobre el encierro, en particular, la noción sobre la docilidad de los cuerpos. La autora selecciona tres investigaciones que contrastan notablemente con la idea de docilidad foucaultiana: la de Dirsuweit (1999) en una prisión de mujeres en Sudáfrica, que muestra cómo las prisioneras resisten el control disciplinario omnipresente por medio de la redefinición de los espacios carcelarios; la de Van Hoven y Sibley (2008) que da cuenta de las estrategias que realizan los prisioneros, produciendo y reproduciendo prácticas y discursos que construyen espacios propios, tanto en lo concerniente al aspecto material, como a las consecuencias imaginarias y simbólicas a partir de las cuales éstos son pensados y revestidos; y la investigación de Baer (2005) realizada en Inglaterra que demuestra cómo las modificaciones y personalización de los espacios de la prisión por parte de los prisioneros, son una manera de construir el sentido de éstos.
Esta serie de investigaciones demuestran la escasa eficacia de la idea de docilidad foucaultiana, por lo que, desde la geografía carcelaria, recurre a investigaciones que hacen foco en la experiencia corporizada del encarcelamiento para revelar dinámicas activas, participativas y creativas, alejadas de la idea de un dominio prisional mecánico.
La segunda sección está dedicada a las geografías de los sistemas carcelarios y en particular, a los impactos producidos por los emplazamientos carcelarios en zonas urbanas y rurales. Aquí la autora problematiza la noción de institución total, demostrando la permeabilidad y porosidad de las prisiones, y para ello, recurre a una lista de investigaciones: la de Glasmeier y Farrigan (2007) sobre el impacto de la localización de complejos penitenciarios en zonas pobres; la de Engel (2007) sobre la construcción de prisiones en el medio-oeste americano; la de Bonds (2006, 2009) que critica la utilización de las prisiones como motor de revitalizamiento y desarrollo de la economía, así como la de Mitchelson (2012) sobre las interdependencias espaciales entre prisiones y ciudades en Georgia, Estados Unidos. Toda esta casuística viene a demostrar que las prisiones son algo más que lugares de encierro y confinamiento de personas a la usanza goffmaniana y se vincula con teorizaciones sobre el poder disciplinario y la movilidad como parte inherente y específica del funcionamiento del sistema carcelario, poniéndose en evidencia la naturaleza híbrida de las fronteras carcelarias —entre lo que históricamente se ha considerado el «adentro» y el «afuera» de las prisiones—, en diálogo con temáticas ya desarrolladas en otros ámbitos por la geografía humana como la movilidad, el afecto y la corporización. 4
Finalmente, la tercera sección aborda la noción de lo carcelario como una construcción social extendida tanto en relación a los espacios físicos del encarcelamiento como en los espacios del «afuera», y que ponen en relación las políticas públicas con lo carcelario, abordando para ello el expansionismo del estado punitivo. En primer lugar y apoyándose en trabajos precedentes, la autora desarrolla críticamente la denominada «nueva punitividad» (Pratt et al. 2011) y sus relaciones con el encarcelamiento masivo y el carceral turn. Para esto, hecha mano a los trabajos ya mencionados de Wacquant (2009; 2010a; 2010b), y los de Gilmore (2007) y Peck y Theodore (2009) que se han ocupado específicamente de la relación entre los complejos prisionales y las metrópolis estadounidenses en un contexto marcado por altas tasas de encarcelamiento, abandono y desmantelamiento progresivo del estado de bienestar y nuevas gestiones policiales de higienización, persecución y marginalización racial. Esto es lo que Wacquant (2002:52) define como carceral continuum entre el gueto y la prisión. Es precisamente el lugar que ocupa la prisión en este continuum lo que habilita la advertencia de Baer y Ravneberg (2008), respecto al lugar común en las ciencias sociales consistente en separar el interior y exterior de la cárcel, en vez de pensar la prisión como espacio hétero-tópico, diferenciada de otros espacios, pero al interior del orden social general. Este punto es central para el desarrollo de la geografía carcelaria, ya que las prisiones vendrían a ocupar un rol específico en el orden social.
Desde esta perspectiva y en línea con los urban studies, la autora sostiene que es necesario el estudio de los diseños carcelarios y de su funcionalidad. En principio, las investigaciones deberían indagar sobre la prisión en tanto manifestación cultural de las filosofías políticas y penales en relación a ciertos tipos de crímenes y delitos. Pero también los complejos prisionales pueden ser interpretados en relación a los programas arquitectónicos y de diseño que constituyen una manifestación de los objetivos que las prisiones cumplen al interior del orden social. Una vuelta más de tuerca, si se prefiere, a los ejercicios interpretativos que Foucault hiciera sobre las estructuras edilicias del hospital (1976) o de la prisión (1975).
Si bien Moran no refiere los debates en torno a la hétero-determinación de la prisión, la serie de planteos descriptos más arriba, puede ordenarse al interior de dicha categoría crítica, tal como ha sido trabajada por otra parte, por Cunha (2002), Salle (2004) o Ferreccio (2017) para las realidades portuguesa, francesa o argentina respectivamente.
El hilo de tensiones subyacente en Carceral Geography
Desde un punto de vista analítico, en la obra que aquí comentamos pueden identificarse diversos órdenes de tensiones: uno, al interior de la propia geografía humana derivado de las disputas con otros sub-campos que se encuentran en pie de igualdad con la geografía carcelaria; un segundo, en relación con el corpus de investigaciones empíricas y trabajos teóricos en los que se apoya toda la argumentación que sostiene esta nueva corriente dentro de la geografía humana. Un tercer orden de tensiones está relacionado con las dificultades propias de la formación de un campo disciplinario dependiente de un único vector de análisis, esto es, el vector espacial. Finalmente, encontramos una tensión que emerge en relación a la extensión y el alcance del propio concepto de «lo carcelario».
En lo que respecta a los debates al interior del propio campo de la geografía humana, existen ciertas tensiones con otras sub-disciplinas, tales como la geografía migratoria o la geografía de la seguridad. En lo que respecta a la geografía migratoria, hay puntos de conexión y temáticas afines. A modo de ejemplo, las prácticas de violencia estatal en relación a la movilidad de las poblaciones, son subsumidas por Loyd (2012), en un mismo núcleo de análisis coincidente entre ambas subdisciplinas. En efecto, los espacios cerrados de las prisiones se analizan en pie de igualdad con los centros de expulsión o con el fenómeno de construcción de muros físicos entre países, como manifestaciones diversas, pero cercanas de la expansión del estado punitivo y regulación de la excedencia social que afecta la movilidad social. En este contexto analítico, surge como una evidencia que la noción de espacio provoca ciertas tensiones entre dimensiones territoriales muy amplias por una parte, y por la otra, espacios de control social —en principio— de distinta naturaleza.
Dominique Moran se refiere explícitamente el ensayo de Loyd, pero realiza las salvedades del caso, argumentando que el esfuerzo de Carceral Geography radica en solidificar el campo, enfatizando la especificidad de la geografía carcelaria. Ahora bien, la preocupación por la especificidad del campo no resulta beneficiada con la selección más bien introductoria de la literatura realizada por la autora, y que no implica además —en sus propias palabras— un trabajo exhaustivo de la misma. Muy por el contrario, se trata de un trabajo de recolección mayormente colonizado por la casuística europea o americana. Si bien en sus orígenes -sobre todo en sus trabajos de campo realizados en Rusia y Escandinavia- la autora trabaja en un diálogo transdisciplinario y en un contexto periférico, dicha producción no deja de ser eurocentrada. 5 En este sentido, y teniendo en miras la apertura de una sub-disciplina al interior de la geografía humana —con pretensiones universales—, resulta crítica la ausencia de trabajos provenientes de otras regiones. En efecto, la autora se recuesta en las figuras más salientes del movimiento de la geografía humana actual, forcluyendo autores de otras latitudes vinculados tanto al campo de la geografía humana, como así también, al de la geografía carcelaria ([6]). Muchos son los investigadores brasileños con trabajos que podrían enmarcanse en el campo de la geografía crítica, y vinculados específicamente a «lo carcelario»: es el caso de Telles sobre trayectorias urbanas (2006, 2010, 2013), Karina Biondi (2010) y James Zomighani Junior, sobre la concentración carcelaria (2013a, 2013b); Daniel De Lucca (2013) y Rafael Godoi, sobre la noción de flujos (2010, 2017).
Esta forclusión de literatura proveniente de regiones periféricas o no-centrales, constituye un obstáculo metodológico no menor en el proceso de conformación de la geografía carcelaria como nueva disciplina.
El tercer orden de tensiones surje de la constitución «espacio-dependiente» de la geografía humana, esto es de la consideración del espacio como vector exclusivo. Concomitantemente a la aparición de la obra de Henri Lefebvre, existieron intentos en el campo de la Antropología social y cultural de conformar una sub-disciplina denominada Antropología del espacio. Un pionero en esta materia fue el antropólogo norteamericano Edward T. Hall que avanzó en una definición de antropología del espacio; bien que subsumida al análisis cultural, y mucho más específicamente, a la comunicación interpersonal y la organización social. Para este autor, existe una ligazón inmediata y directa entre las interacciones cotidianas y las organizaciones espaciales, y entre éstas y la cultura de la sociedad bajo estudio (Hall, T.E., 2003, 125-138). Retomando estas líneas de trabajo, aunque más desinteresadas en los aspectos comportamentales, sino más bien en las apropiaciones del espacio público, la corporización de los espacios y los determinates materiales de los espacios, Setha Low impulsó una nueva corriente antropológica del espacio y los lugares en los Estado Unidos (Setha Low, 2009, 2003, 1996). Más acá en el tiempo, y del lado del continente europeo, Muntañola y Provansal realizaron el intento de impulsar una antropología del espacio, retomando los trabajos pioneros de García que, por su parte, siguió los modelos propuestos primitivamente por Edward Hall, pero realizando una distinción clara entre materialidad y apropiación simbólica, inaugurando la escisión conceptual espacio y territorio (García, José Luis, 1976). En un esfuerzo fundacional trazaron un programa donde definieron el campo, los métodos aplicables y las prácticas etnográficas (Muntañola T. y Provansal D., 2004). En Francia, Segaud realizó lo propio, observando que en todas las culturas existían prácticas repetitivas -y por lo tanto universales- en relación a los espacios, y que consistían en la fundación, la ocupación, la distribución y la transformación de los espacios. Estas prácticas culturales constituirían el «sema» común que permitiría la fundamentación epistémica de la antropología del espacio como nueva subdisciplina al interior de la antropología (Segaud, M., 2010).
Todos estos intentos fracasaron, o quedaron, como es el caso de Hall, como desarrollos teóricos más ligados a las formaciones culturales de los comportamientos, la gestualidad y la interacciones humanas. En este sentido, los reproches tenían directa relación con el enfoque metodológico adoptado y el vector de análisis elegido (Depaule J.Ch., 1993). La definición de antropología del espacio, que remitía a una «disciplina que encuentra sus fundamentos teóricos en la disposición que el hombre detenta en relación a la organización espacial» (Satti, 2004:120), encontraba sus límites y problemas, en primer lugar, en la literatura clásica antropológica que había incorporado análisis muy diversos sobre el espacio, los lugares y los emplazamientos humanos, poniendo dichos análisis en paralelo con el resto de las actividades comunitarias: religión, parentezco, organización social y económica. Pero además, encontraba serios límites en la tautología que atravesaba la propia definición: toda actividad humana tiene su correlato en la disposición, distribución y formas de apropiación del territorio habitado. Por este motivo, cantidad ingente de escuelas y departamentos de antropologías en la actualidad han convergido con la vieja tradición sociológica de estudios sobre la ciudad -hoy devenida en sociología urbana o estudios urbanos-, recostándose en este gran paraguas.
Pero quizá donde mejor se discutió el status del espacio y sus implicancias metodológicas, fue en un número especial de Cultural Anthropology. 7 Allí Appudarai —en la línea de las principales hipótesis de Edward Hall— y también en línea con la tradición simbólica de la antropología, sostiene que los lugares son definidos culturalmente (Appudarai, 1988), y que el verdadero problema radica en la definición que realizan las culturas sobre el espacio, desentrañando —de esta forma— las estrategias de dominación que se tejen detrás de la definición de los espacios y la voz de los nativos que los habitan. Aquí el rol de los intérpretes —es decir, de los antropólogos—, es central, ya que es precisamente en ese escenario, donde irrumpe la ubicación sin nombre del etnógrafo. Se denuncia de esta manera que la posición del antropólogo en el campo responde siempre a una coyuntura histórica que lo antecede. Por lo tanto, el peso de la historia en la construcción de las imágenes que los antropólogos se hacen de los lugares, es clave para entender los problemas del espacio en antropología. Dicho problema «tiene directa relación con el problema del lugar, es decir, el problema de los lugares definidos culturalmente a los que se refieren las etnografías» (Appudarai, 1988:16). Entonces, lugar y voz del nativo forman parte del mismo problema, derivado de las relaciones de poder: hasta tanto no haya un equilibrio de fuerzas entre las voces que pretenden describir los lugares y las voces nativas, no existirá un verdadero diálogo y, por lo tanto, una verdadera descripción de dichos lugares.
En el trabajo etnográfico el diálogo oculta la realidad del monólogo. Esto está relacionado con la cuestión del poder involucrado en la institucionalidad. Hasta tanto la antropología se convierta en una tradición local fuerte fuera de Occidente, no será posible llevar a cabo debates imparciales sobre la política de la migración espacial de imágenes y conceptos, y el panóptico euroamericano permanecerá sin respuesta (Appudarai, 1988:20).
Hablar de los lugares, entonces, implica hablar también de la representación de la voz de los otros; otra forma en definitiva, de hablar de los problemas que acarrean las teorías eurocentradas.
Estas reflexiones sobre el problema del espacio en antropología, sirven para volver sobre ciertos enunciados de la geografía carcelaria. Por un lado, hablar del espacio implica abordarlo con los propios saberes que contextualizan como un a priori la experiencia etnográfica, lo que complica la integración de la compleja y profusa casuística carcelaria, resistente a los intentos de sujetarla a un programa pre-concebido en los países centrales. Por otro lado, la actividad de interpretación que es requerida en la etnografía para escrudiñar la voz del otro y desentrañar de esta manera los espacios que estos otros ocupan, nos lleva a re-pensar la noción de espacio en tanto que único vector de análisis. En otras palabras, la limitación de los vectores de análisis, afecta notablemente las potencialidades de la actividad interpretativa. Esto, que sucedía en la pretendida antropología del espacio, resulta perfectamente trasladable a la geografía carcelaria, en la medida que el «giro espacial» enriquece la actividad interpretativa, pero privilegiarlo en relación a otros vectores, obtura el ejercicio analítico: el adjetivo espacial termina por cancelar la riqueza y los matices del campo.
En este sentido, sería menos arriesgado tomar el «giro espacial» como una advertencia más que como un vector fundador de una perspectiva teórica. Este llamado de atención es importante no sólo para el proyecto de la geografía humana, sino también para aquellas disciplinas como la antropología que han sido observadas por recostarse preferentemente en lo simbólico, sin dar la misma importancia a la cuestión espacial. La advertencia lanzada por el «giro espacial» implica la incorporación de un nuevo vector de análisis destinado a enriquecer la actividad interpretativa en las ciencias sociales. De aquí que el aporte más interesante de Carceral Geography lo constituye el análisis de las investigaciones sobre las dinámicas de movilidad al interior del sistema carcelario, los efectos de éste sobre su entorno territorial y el híbrido entre el «adentro» y el «afuera» carcelarios. Sin embargo, cuando el texto busca adentrarse en cuestiones como el embodiment, la afectividad o las problemáticas ligadas al tiempo y la pena, el análisis parece perder fuerza, ya que no sólo la etnografía carcelaria se ha ocupado de estos temas, sino que existen otras disciplinas —posiblemente mejor posicionadas— para captar con agudeza y eficacia ciertos fenómenos carcelarios (piénsese en la antropología de los cuerpos, el interaccionismo simbólico o los abordajes de los estudios de la salud, o los estudios culturales por caso). En suma, algunos fragmentos de esta última sección resultan suficientemente trabajados por otras disciplinas, sin que la geografía carcelaria represente, en esta línea, un aporte innovador.
El último orden de tensiones que aparece en Carceral Geography, se refiere a la extensión y alcance de «lo carcelario», tema sobre el cual Morán volverá, dos años después, en «Conceptualizing the carceral in carceral geography» (Moran, D. et al., 2017). La metáfora foucaultiana de los círculos concéntricos para graficar la intensidad del poder disciplinario en instituciones muy diversas, puede ser útil pero constriñe a adoptar una definición excesivamente amplia de lo carcelario que pareciera abarcar la totalidad de lo social. Quizás por este motivo, Moran propone reducir «lo carcelario» a la visibilización de las estrategias de gobernanza de las poblaciones; táctica por cierto, que no está excenta de problemas, ya que persiste el inconveniente de establecer los límites de la extensión de los efectos de lo carcelario. Una vez más, como dijimos más arriba, la noción de espacio que abarca dimensiones territoriales extensas y diversas, en concomitancia con el manejo de nociones de espacios de control social de distinta naturaleza, provocan en el concepto elasticidad, polisemia y cierta tensión, que dificulta el trabajo de delimitación de las categorías en uso.
Un punteo de algunas cuestiones sobre los estudios del espacio y Carceral Geography
Llegados a este punto, y como colorario de este análisis de Carceral Geography, resta realizar algún punteo sobre los temas problematizados que fueron descriptos más arriba.
En primer lugar, habría tres tipos de posicionamientos en relación al campo de los estudios sobre el espacio. En primer lugar aquellos ensayos que no teorizan sobre el espacio sino que lo asumen como un elemento dado; es caso de los estudios de los efectos del encarcelamiento tanto en las versiones de Megan Comfort (2008), Caroline Touraut (2012) o Ferreccio (2017). En esta corriente no se prioriza la cuestión espacial, sino que el espacio es un elemento más de la realidad social que debe ser pensado en paralelo a otras cuestiones como la desigualdad, los mecanismos de exclusión, las formas de control, etc. Los debates que aparecieron en el número de Cultural Anthropology, también podrían ser ubicados en esta corriente, ya que para ellos el espacio debe ser problematizado en paralelo al análisis de la voz nativa, resaltando de esta manera, la importancia del análisis simbólico, que tanto ha marcado a la antropología desde sus inicios. Una segunda corriente, es la que teoriza sobre el espacio privilegiándolo como vector exclusivo de análisis en miras a fundar una disciplina sobre el propio espacio. Aquí se encuentran los intentos de la antropología del espacio, tal como lo hicieran Marion Segaud (2010) Muntañola T. y Provansal D. (2004), Setha Low (1996, 2003). En tercer lugar estarían aquellas corrientes en que la categoría espacial constituye una especie de a priori. El espacio es un instrumento necesario para pensar otros problemas: las migraciones, lo carcelario, lo securitario. En este caso, al subsumir estas nuevas subdisciplinas —geografía carcelaria, geografía securitaria o geografía de las migraciones— bajo el gran paraguas de la geografía crítica o humana, no es necesario concentrar energías en pensar sobre la categoría espacial, sino más bien, en reflexionar —tal como lo hemos descripto más arriba— sobre aquellos ámbitos en los que se aplica la reflexión espacial; de ahí la necesidad de Dominique Moran en pensar el ámbito de «lo carcelario» y su extensión.
Carceral Geography intenta sentar las bases y un programa para el desarrollo de una nueva subisciplina al interior de la geografía crítica. En el esfuerzo de fundamentar epistémicamente dicha disciplina la casi totalidad de los autores de esta corriente, tales como la propia Dominique Moran, Nick Gill, Jennifer Turner, Anna Schliehe en Inglaterra, Story Brett y Rashad Shabazz en Canadá y Estados Unidos, Olivier Milhaud y Lucy Bony en Francia, se apoyan en una serie de autores que circulan con gran aceptación, y que han revitalizado la actual geografía crítica, a saber: Edward Soja, Mike Davis, Rob Shields, Massey Doreen, Hiernaux o Lindon. Todos estos, sin excepción, han fundamentado sus trabajos en los desarrollos teóricos de Henry Lefebvre. En el lapso que va de los años setenta a los noventa e inclusive hasta la actualidad, las posiciones lefebvrianas han sido objeto de deslizamientos teóricos que acentuaron ciertos aspectos en desmedro de otros. Así, si bien Lefebvre vino a llamar la atención sobre el impacto del espacio en la organización de la actividad humana, en ningún momento puso en disvalor los axiomas del materialismo dialécto; más bien todo lo contrario, sus esfuerzos eran robustecer el análisis marxista incorporando un elemento de análisis: el espacio social. En su concepción del método dialéctico existió siempre una cierta idea holística en el entendimiento de que la vida social tenía un aspecto material y otro simbólico, y que el espacio era precisamente materialidad que afectaba la vida individual, y al mismo tiempo, era el producido de estructuras dominantes. También entendió que era un lugar totalmente dinámico, donde se disputaban sentidos y prácticas. Dicho en términos marxistas: la superestructura impactaba en la organización espacial, y el espacio podía ser leído como un subproducto de la misma. Existe un claro intento de realizar un aporte al materialismo dialéctico, y por tanto, completar el análisis materialista con lecturas claramente simbólicas, en torno a la materialidad del espacio. La obra de Lefebvre hay que leerla al interior de la tradición del materialismo dialéctico. Por lo tanto, es necesario volver a reflexionar sobre las posiciones lefebvrianas en términos epistémicos y filosóficos, ya que la relación entre aquello que forma parte de la materialidad —en este caso el espacio— por una parte, y lo vivido, experienciado y percibido (en palabras de Lefebvre: l’espace perçu, l’espace conçu et l’espace vécu) por la otra, remite necesariamente a una actividad interpretativa. De ahí la necesidad que tienen todos aquellos que trabajan a partir de la noción de espacio, de recurrir a la categoría de embodiment, para dar forma al concepto espacial: única vía, según Appudarai, para rescatar la voz de aquellos que vivencian y transitan dichos espacios. En definitiva, hablar de espacio es también hablar de una categoría simbólica (los espectros de Wittesteing vuelven todo el tiempo). En este sentido, Lefebvre objetó seriamente la sobrevaloración del espacio en desmedro de otras materialidades, tales como las condiciones de producción, la apropiación de los medios de producción, o el Estado; así como la obturación del concepto espacial al interior de la producción teorética. Para evitar estos desequilibrios, invirtió los términos de la axiología conceptual e interpretativa, colocando al espacio en un lugar central. En este sentido, lejos estaba el pensador francés en privilegiar un vector de análisis, más bien todo lo contrario. Por lo tanto, la utilización del concepto espacio por fuera de un continente teórico —tal como lo denuncia Henry Lefebvre—, tendría implicancias teóricas y epistémicas. En el primero de los planos, desligar la noción de sus referencias teóricas, la convierte en un comodín simbólico. De esta manera, de ser un concepto integrador al interior de una teoría —en este caso, la marxista— se metamorfosea en un vector exageradamente laxo. Epistemológicamente hablando, esta deriva abre serios interrogantes sobre la categoría en sí misma, ya que el concepto pierde precisión expandiendo su capacidad semántica.
Como lógica consecuencia de lo que se viene de señalar, y por analogía a la advertencia de Appudarai sobre la colonización de la actividad interpretativa en relación a los espacios y los nativos que habitan en él, obligan a dar una vuelta de tuerca sobre los problemas que conlleva la noción de espacio, y la traccionan a los debates previos sobre quién es el sujeto que define el espacio y cuáles son las categorías que maneja el sujeto que interpreta. En este sentido, la sesgada selección del acervo bibliográfico y la casuística carcelaria centrada exclusivamente en países «centrales» que realiza Carceral Geography, arrastra una serie innumerable de problemas ligados a la definición del espacio y las categorías puestas en juego. Las cárceles de latinoamérica o las cárceles africanas poco tienen que ver con las cárceles hiper tecnologizadas del mundo europeo o americano. Estos paisajes deben necesariamente leerse a partir de otras categorías, otro matriz conceptual, generada en otras condiciones, en otros espacios, por otros actores; única manera según Appudarai, de lograr conocimientos, categorías, conceptos autóctonos, que permitan poner en equidistancia aquellos países productores de teoría y conceptos, con aquellos países a los que les está reservado el lugar de consumidores de teoría y de conceptos, y de esta forma, dar voz al nativo en todas sus dimensiones, incluido el nativo que se ocupa de producir conocimientos científicos.
Por último, una cierta ecología de los vectores conceptuales parecería ser el camino más pertinente para no caer en «la adjetivación espacial» de todos los fenómenos observables. Por esto, parece más productivo hablar de la «advertencia espacial», e intentar no privilegiar o posicionarse sobre un vector de análisis en desmedro de otros. Este desajuste puede verse en muchos trabajos de la geografía humana, y también se observa en Carceral Geography, que al dar por sentado como a priori el vector espacial, terminan transformando la actividad humana —y por extensión, si se quiere, todo el control social— en una actividad «espacial». La adjetivación como recurso en exceso conlleva un sinnúmero de dificultades en el modelo interpretativo, mucho más si se lo enfrenta a la riqueza de innumerables abordajes y aportes teóricos que durante tanto años realizaron —y realizan— criminólogos, sociólogos y antropólogos en el intento de explicar la complejidad de los fenómenos ligados a la criminalización, el delito, la desviación o el control social.