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Delito y sociedad

versión impresa ISSN 0328-0101versión On-line ISSN 2468-9963

Delito soc. vol.29 no.50 Santa Fé jul. 2020

http://dx.doi.org/https://doi.org/10.14409/dys.2020.50.e0023 

Comentario de libro

Comentario a Sandra Gayol y Gabriel Kessler: Muertes que importan: una mirada sociohistórica sobre los casos que marcaron la argentina reciente. Buenos Aires: Siglo XXI Editores Argentina, 2018

1Universidad Nacional del Litoral

2CONICET

Muertes que importan: una mirada sociohistórica sobre los casos que marcaron la argentina reciente. Buenos Aires: Siglo XXI Editores Argentina, 2018

Sandra Gayol y Gabriel Kessler comenzaron a pensar este libro en 2009, cuando reconocieron que en sus trayectorias de investigación individual, en los fenómenos que habían abordado, la muerte «siempre estaba allí». No solo sobrevolaba los caminos que ambos habían transitado en la academia sino que además coincidía con el resurgimiento de una serie de estudios sociales sobre la muerte que abonaban nuevas preguntas al campo y ponían en crisis la mirada de los clásicos en la materia.

De principio a fin las páginas de este libro discutirán con la convicción de algunos historiadores, en particular aquellos que a partir de los setenta siguieron las formulaciones teóricas del francés Philippe Ariés (1983) 1 para quien el retrato de la muerte en las sociedades occidentales contemporáneas es un muerto negado y solitario ante una comunidad que rechaza la presencia de la muerte y la rodea de silencio. Como podrán observar los lectores, el libro confronta estas afirmaciones a partir de presentar otras formas públicas de representación de la muerte.

La introducción a la obra nos da pistas esenciales para comprender la posición teórica y metodológica que adoptará su desarrollo posterior, vertebrada en cinco capítulos que se reencuentran constantemente a partir de tres ejes que los atraviesan: muertes violentas, problemas públicos y cambios de la argentina en los últimos cuarenta años.

Gayol y Kessler iniciaron este recorrido con una pregunta que podría resultarnos sencilla pero que encierra una amplia gama de complejidades: ¿por qué algunas muertes —la mayoría— son intrascendentes, en términos de los efectos sociales y políticos que producen, mientras que otras son una especie de quiebre histórico y pueden resultar profundamente desestabilizadoras en un espacio social determinado? La hipótesis fundamental es que algunas muertes en la Argentina reciente podrían haber sido capaces de sintetizar, de mostrar aquello que la sociedad estaba murmurando pero que aún no lograba definirse. En ese sentido señalarán —con un registro de escritura literario— «Todas las muertes son lloradas por alguien, pero no todas son lloradas de igual manera socialmente». Cuáles fueron las razones de la disparidad entre el impacto que tuvieron algunas muertes y la invisibilidad pública de otras fue la pregunta que definió la búsqueda de estos autores. Esto derivó, a su vez, en un interrogante más específico: ¿qué características tuvieron las muertes que logran ser políticamente relevantes?

Las muertes que consideraron los autores son aquellas que lograron transformarse en «casos», ocurridas en contextos de violencia en diferentes espacios de la geografía Argentina entre los años 1985 y 2002. Particularmente se focalizaron en las muertes que lograron un compromiso revelador de una gran parte de la población, que se involucró sentimentalmente con ellas. Es cierto que más adelante observaremos que los autores hicieron algunos análisis menos exhaustivos de otras muertes posteriores a ese período, pero claramente no se profundizó con el mismo nivel de detalle allí, funcionaron más bien como evidencia de apoyo a la hipótesis central.

Si bien en los primeros capítulos trabajaron sobre aquellas muertes que lograron «nacionalizarse» se dedicó luego un capítulo específico sobre otras que tuvieron un fuerte impacto a nivel local. El diálogo entre estas escalas diversas se vuelve fundamental porque nos permite aproximarnos a otro tipo de muertes violentas y otras construcciones de sentido.

La intención manifiesta de los investigadores fue transitar por caminos menos frecuentados entre aquellos que pensaron la reconstrucción democrática en Argentina. Los lazos de los hechos analizados con el pasado dictatorial parecen ser estrechos, pensar los casos sucedidos en democracia dialogando con el pasado reciente nos habilita a comprender que ese pasado se reactualiza en algunas formas de «hacer morir» del Estado; pero también evidencia el sentido histórico de la definición de muerte, definición plagada de disputas sobre sus significados.

El desarrollo de las ideas de cada capítulo fue asombrosamente documentado a partir de un análisis detallado de fuentes primarias, bibliografía secundaria y entrevistas.

En ese marco, el primer capítulo del libro es una especie de mapeo, una reconstrucción en detalle de aquellas muertes que serán consideradas por los autores como de mayor relevancia pública. En ese sentido recuperarán aquellos casos que por diversas razones fueron noticia en los medios de comunicación, generaron interés en la ciudadanía e impactaron en los discursos y las prácticas de los gobiernos.

Este capítulo inicial es, sobre todo, una afirmación del potencial de algunas muertes para convertirse en asuntos públicos y políticos, de gran envergadura. No se trató solo de pensar en los vínculos entre muerte y política sino que se analizaron muertes que son políticas, tanto como la vida, aunque no estaban destinadas a serlo. El texto insiste: ninguna de estas muertes estaba destinada teleológicamente a generar tal impacto, eran hombres y mujeres que podrían nunca haber trascendido el fuero de lo íntimo. Era imposible prever el impacto social y político que tendrían, el devenir de esos fallecimientos era imprevisible. Allí reside, quizás, uno de los aportes más admirables del trabajo de Gayol y Kessler: brindarnos una caja de herramientas para analizar qué factores operaron para «convertir a quien fue “muerto como un perro” en una persona».

Cada una de estas muertes es posible de enlazar a un determinado ciclo político y manifiesta diversas formas de incidencia en dinámicas de poder. En este sentido, y con el fin de ilustrar solo algunos casos que resultan ejemplares, los autores relataron un primer ciclo que se inicia en los años ochenta bajo la presidencia de Raúl Alfonsín, allí el debate público estaba eclipsado por cuatro tipos de muerte: aquellas ejecutadas durante la última dictadura militar, las derivadas de secuestros extorsivos, las producidas por la policía en las calles y los crímenes no esclarecidos e impunes cuyas víctimas fueron mujeres. Uno de los hechos desarrollados más minuciosamente, es el de Osvaldo Sivak un empresario secuestrado dos veces, primero durante la dictadura militar y luego víctima de un secuestro extorsivo —perpetrado por agentes de las fuerzas policíales— en 1985 y que culminó con su muerte. Esta desaparición y el hallazgo de su cadáver dos años después desafiaron la estabilidad política, era demasiado semejante al pasado, reactualizaba de manera feroz las operaciones de la dictadura. Su poder residió allí: no generó movilizaciones masivas pero convirtió al secuestro extorsivo seguido de muerte en la síntesis de aquellos peligros que aún merodeaban la consolidación democrática y puso en el centro de la escena pública —junto a otros casos similares— la participación de un riñón del Estado en estos crímenes.

El problema público originado en el caso Sivak se combinó en el tiempo con un conjunto de muertes reveladoras de la letalidad policial. En 1987 el asesinato de tres jóvenes que tomaban cerveza en la puerta de un bar en Ingeniero Budge, por parte de suboficiales de la policía bonaerense, desató una movilización colectiva que impulsa la construcción de un concepto clave para describir una práctica que volvió a repetirse hasta nuestros días, restableciendo la amenaza: «gatillo fácil». Este será el término que permitirá nombrar aquello que ya no se podía tolerar y a partir del cual la opinión pública se ocupará de cuestionar la represión policial y apuntar a la «falta de garantías individuales», allí reside el impacto novedoso de estos casos. Mientras tanto la crisis económica del período se profundizaba, revivía una imagen que no era nueva: la de un poder díscolo y un estallido social cercano.

Los dos mandatos de gobierno posteriores, presididos por Carlos Menen, estuvieron signados por una serie de casos paradigmáticos: muertes violentas e ideas de corrupción ligada al poder ocuparon el espacio público. Los atentados antisemitas a la embajada de Israel y a la AMIA; las «muertes dudosas» que se volvieron un formato reiterado con la capacidad definir a los años 90 como aquellos que encarnaban la fusión entre muertes violentas, negocios ilegales y política —encarnadas sobre todo en la muerte fraguada de Alfredo Yabrán, pero también en la de María Soledad Morales y el soldado Carrasco— y la aparición de las primeras referencias, en los discursos políticos y en los medios de comunicación, de la categoría «inseguridad» —vinculada al delito urbano— marcaron este período.

Como podrán advertir los futuros lectores de la obra, los noventa finalizan con dos muertes violentas en el centro de la escena pública y política. El asesinato de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán (en 2002) se convierte, a partir de su gran impacto, en «La masacre de avellaneda» y profundiza extraordinariamente la crisis política decantando en el llamado a elecciones por parte del presidente provisional Eduardo Duhalde.

Los autores desarrollaron, como señalo con anterioridad, otra serie de muertes de alta conmoción social que se reiteran hasta nuestros días, incluyendo a Santiago Maldonado y a Rafael Nahuel.

De esta manera se abre paso a un segundo capítulo que intentará definir qué variables se articularon y confluyeron, que rasgos comunes y que particulares dieron lugar a un pasaje asombroso: el tránsito de «muertes individuales» a «problema público nacional». Podría pensarse que este capítulo es, sobre todo, la representación de la vida abriéndose paso ante la tragedia de estas muertes, muertes que poblaron los diarios y la televisión por meses; que se trasladaron de la sección «policiales» —que ocupan aquellas muertes fugaces— a la sección «política» e invadieron las tapas de los diarios. La cobertura periodística usó más palabras que imágenes de los difuntos, le dió lugar a aquellos cuerpos vivos que tenían legitimidad para relatar la vida del muerto, la injusticia de su fallecimiento. ¿Cómo llegaron, entonces, a convertirse en temas públicos nacionales? Los autores aventuraron una serie de cualidades que parecerían haber logrado esa trascendencia: alto nivel de homogeneidad de las coberturas informativas; instalación en el espacio público de manera estable y duradera; familiares que se acercan a las redacciones para informar sus verdades; muertes que emergen de otros problemas que hay que solucionar; poca importancia de la clase social de la víctima; etc.

El tercer capítulo está dedicado a los cuerpos, aquellos que eran capaces portar información y significados. Los cuerpos muertos de estas víctimas, en general, no se mostraron en las imágenes que circulaban en los medios, sin embargo la forma en la que las víctimas fueron asesinadas tuvo un lugar central en la trascendencia que tuvieron. «El derrotero de esos cuerpos» fue claro, todos fueron asesinados por agentes del Estado y, salvo Kosteki y Santillán, todos fueron ocultados y desaparecidos por un tiempo. El ultraje al cuerpos fue el puntapié que dió lugar al reclamo familiar: «¿cómo pudieron hacerles lo que le hicieron?». Se trataba de un maltrato que resistía explicaciones, era imposible encontrarle un sentido, habían sido construidas como «buenas víctimas» y eso habilitaba la indignación popular. Quedará pendiente para quienes puedan explorar las páginas completas de este capítulo el desarrollo sobre las capacidades de estas víctimas para hablar, no sólo de sí mismas.

El capítulo cuarto, se ocupa de mostrar aquellas tramas complejas y variables entre las muertes y los cambios que se le atribuyen. Muertes que se vuelven «hechos sociales totales» en términos de Mauss (1991). Estos cambios son, para los autores, multicausales; en definitiva lo que estas muertes hicieron fue generar condiciones de posibilidad: aunque la relación entre muerte y cambios sea ambigua son estas víctimas y su entorno las que lograron precipitar los tiempos históricos. La experiencia de politización de estas muertes permitió el compromiso de la opinión pública y política con causas similares, o diferentes, pero percibidas como reveladoras de un mismo problema.

El último capítulo es un campo fértil para pensar rupturas y nuevas líneas de indagación. Se analiza aquello que es singular en relación al conjunto de muertes estudiadas, aparecen entonces aquellas «muertes que no»: que no se nacionalizaron —pero tuvieron fuerte impacto a nivel local— y, bastante más desolador, aquellas que no importan. Estas últimas son las que los autores pueden identificar en barrios populares donde la regularidad de la muerte de jóvenes confluyen con procesos de victimización más complejos, donde las muertes incluso refuerzan ciertos estigmas que dificultan la cohesión y la acción colectiva, para que el muerto se transforme en víctima es necesario que su moralidad esté intacta.

Gayol y Kessler nos narraron en este ejemplar una historia de las relaciones entre los seres humanos y la muerte, una historia de desprecio hacia ciertos cuerpos que se convertirán —casi de manera contingente— en un grito que desnaturaliza el horror y la tragedia, un grito de supervivencia.

Notas

1 Ariès, Philippe (1983). El hombre ante la muerte. Buenos Aires, Taurus.

Recibido: 13 de Mayo de 2020; Aprobado: 14 de Agosto de 2020

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