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Recial

versión On-line ISSN 2718-658X

Recial vol.13 no.22 Córdoba dic. 2022  Epub 08-Dic-2022

http://dx.doi.org/10.53971/2718.658x.v13.n22.39355 

Dossier

“No ha sido mi fortuna favorable”: Cuauhtemoc en las crónicas mestizas novohispanas

“No ha sido mi fortuna favorable”: Cuauhtemoc in the novohispanic half-blooded chronicles

1 Universidad de Buenos Aires, Argentina, inesaldao@hotmail.com

Resumen

En el presente artículo me ocupo de un personaje de relevancia para la historia y conquista de América, el guerrero tenochca Cuauhtemoc, conocido como el último tlatoque mexica y famoso por resistir el embate de los conquistadores durante el asedio de México. Las crónicas de Indias se ocupan escasa y ambiguamente de dicha figura y aluden, en particular, a la resistencia durante la guerra en Tenochtitlan, su apresamiento, rendición y asesinato, desde una perspectiva que difiere entre textos. En esta oportunidad, me centro en la representación de Cuauhtemoc en las crónicas mestizas novohispanas compuestas por Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, Bernardino de Sahagún, Diego Durán, Cristóbal del Castillo, Domingo Francisco Chimalpahin, entre otras, para analizar los distintos posicionamientos enunciativos que dan cuenta de la condición argumentativa de los textos que relatan la caída de Tenochtitlan y sus protagonistas. Este enfoque contrastivo intenta visibilizar las implicancias y complejidades del sujeto colonial, así como los silencios en torno a figuras clave de la historia de la conquista y sus representaciones discursivas.

Palabras clave: Cuauhtemoc; crónica mestiza; conquista; Nueva España; caída de Tenochtitlan

Abstract

In this article I analyze a character that is relevant to the conquest and history of America: the tenochca warrior Cuauhtemoc, also known as the last tlatoque mexica, famous for resisting the attack of the conquerors during the siege of Mexico. The Indian Chronicles do not deal with this character in detail and they only mention his resistance during the war and his imprisonment, surrender and murder, from a perspective that differs between texts. This time, I focus on the representation of Cuauhtemoc in the novohispanic half-blooded chronicles written by Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, Bernardino de Sahagún, Diego Durán, Cristóbal del Castillo, Domingo Francisco Chimalpahin, among others, to analyze the different enunciative positionings which explain the argumentative condition of the texts that retell the fall of Tenochtitlan and its protagonists. This contrastive analysis intends to highlight and make visible the implications and complexities of the colonial subject as well as the silence that surrounds the key figures of the history of the conquest and their discursive representations.

Keywords: Cuauhtemoc; half-blooded chronicle; conquest; Nueva España; fall of Tenochtitlan

¡Ya aprehendieron a Cuauhtemoctzin: una brazada se extiende de príncipes mexicanos! ¡Es cercado por la guerra el tenochca; es cercado por la guerra el tlatelolca! “Cantos tristes de la conquista”, Cantares Mexicanos

Cuauhtemoc en las crónicas

Las crónicas que conforman el archivo colonial latinoamericano prestan especial atención a los hechos relativos a la conquista de México, en particular, a la gesta comandada por Hernán Cortés. No obstante, podemos identificar peculiares silencios en torno a personajes históricos, omisiones que, a su vez, significan. Entre estas llamativas exclusiones, existe un personaje cuya relevancia tanto biográfica como textual ha sido por lo menos soslayada en los estudios literarios. En esta oportunidad, me ocupo de Cuauhtemoc,1 último tlatoani mexica, quien lidera Tenochtitlan durante escasos meses antes de caer en manos del invasor. Cuauhtemoc es conocido como aquel que soporta la embestida del ejército compuesto por unos pocos españoles y un enorme grupo de guerreros de pueblos aliados formado por tlaxcaltecas, texcocanos, cholultecas, chalcas, entre otros. Su resistencia, don de mando y dignidad en su rendición y cuidado de los suyos, aun en cautiverio, lo han convertido en una figura heroica, símbolo de entrega, devota obstinación tenochca y amor por su pueblo. Contrariamente a la representación de Motecuhzoma, figura descripta como dubitativa y poco criteriosa en algunos textos, no hay cronista que ponga en duda la actitud de Cuauhtemoc ante el invasor.

La figura nos enfrenta una vez más a cuestiones relativas al archivo: Juan Bautista Pomar narra en su Relación de Texcoco (1582) que los españoles quemaron el archivo general del palacio de Nezahualcóyotl, donde se registraban los nacimientos de los pipiltin del Anahuac. Quizá sea por eso, y por las diferencias en las crónicas, que no sabemos a ciencia cierta cuándo nació (¿hacia 1501?), dónde (Tlatelolco, Tenochtitlan), quién fue su padre,2 por ende, desconocemos su parentesco con Motecuhzoma, aunque la opinión que prevalece es que fue su sobrino. Tampoco se sabe con precisión si tuvo mujer y quién fue,3 si dejó descendencia,4 o cuántos años tenía al ser erigido tlatoani (la edad varía entre los dieciocho y veinticinco años).

A pesar de estas oscilaciones biográficas, y que han suscitado ríos de tinta, Cuauhtemoc es una figura en cuyo interés convergen las crónicas de tradición tanto indígena como occidental. Está presente en crónicas de soldados, historiadores, religiosos (Francisco López de Gómara, Bernal Díaz del Castillo, Hernán Cortés, Gonzalo Fernández de Oviedo, Juan de Torquemada); en anales (Relato de la conquista de Tlatelolco, Anales de Tlatelolco), en algunos códices (Tira de Tepechpan, Códice Ríos), en cantares nahuas posconquista (Cantares mexicanos, editado por Miguel León-Portilla) y en las crónicas mestizas, que son las que me interesan en esta ocasión: me refiero a la Historia general de las cosas de la Nueva España compendiada por Bernardino de Sahagún (ca. 1582), Historia de las Indias de Nueva España e Islas de la Tierra Firme del fraile dominico Diego Durán (1581), Compendio Histórico del Reino de Texcoco de Fernando de Alva Ixtlilxóchitl (ca. 1625), Crónica mexicáyotl de Hernando de Alvarado Tezozómoc (1609), Séptima Relación de Domingo Francisco de San Antón Muñón Chimalpahin Quauhtlehuanitzin (1606-1631) e Historia de la conquista de Cristóbal del Castillo (ca. 1599).5

Independientemente de la perspectiva con que se recupera esta figura, las crónicas que aluden a Cuauhtemoc se centran en tres episodios relevantes ligados a la caída de Tenochtitlan: su resistencia durante el asedio a la ciudad, la consecuente rendición o entrega, y su asesinato en viaje a Hibueras.

“Toda la tierra venía contra él”. El asedio a Tenochtitlan

La voz de los informantes de Sahagún en el extenso relato del Libro XII de la Historia general de las cosas de la Nueva España narra desde una perspectiva indígena y hace hincapié en las disputas internas de los guerreros de México, recogidos en Tlatelolco, con los pueblos aliados (Xochimilco, Cuitláhuac, Mízquic, Iztapalapan, Mexicatzinco, entre otros). Aquí el sufijo reverencial “-tzin” acompaña al nombre del tlatoani, quien es llamado “el señor de México”, y representado como un sabio guía que lidia con dos frentes de batalla: los españoles y las deserciones internas, por ejemplo, algunos xochimilcas que fungen, según el texto, como espías o cambian de bando. En esta versión, Cuauhtemoctzin es tan protagonista del asedio como sus guerreros, que son nombrados en largo listado, gesto típico de la cronística mestiza.6 Según el relato, Cuauhtemoc entrega los atavíos de su padre Ahuitzotzin (además del arco y la saeta de Huitzilopochtli que tenía por reliquia) a un “mancebo valiente” llamado Tlapaltécatl teniendo por agüero que, de esa forma, espantaría a los españoles (Sahagún, 2016, p. 173). Al igual que en la versión de Ixtlilxóchitl, es un líder activo: envía espías, controla entradas, establece tácticas, prevé embestidas. Es el gran organizador de la defensa de la ciudad y del ataque.

La Historia de las Indias de Nueva España e Islas de la Tierra Firme de Durán parte del momento en que Cuauhtemoc es coronado con solemnidad en medio de un clima de alboroto y llanto (2006, p. 558). Señala que el año de preparación de los españoles luego de la Noche Triste, fue también para México momento de repliegue y reorganización. Recordemos que durante el lapso previo al asedio de Tenochtitlan, Cuauhtemoc intenta revertir la alianza con los tlaxcaltecas, con resultados infructuosos. Estos detalles acerca de la tensa espera de lo que derivará en la guerra por México desde la perspectiva indígena los encontramos solamente en la cronística mestiza, cuyos informantes reponen los silencios de la tradición occidental. En la versión de Durán, el tlatoani conoce qué pueblos se aliaron (chalcas, xochimilcas y tepanecas), pide socorro, hace sacrificios y adora a sus dioses. Es astuto, precavido, estratega. Es representado como un líder fiel a su pueblo que manda decir a Cortés que se ha propuesto “defender su ciudad hasta su muerte” (Durán, 2006, p. 561), episodio que retoman otras crónicas. En esta historia encontramos la extensa arenga que “Cuauhtemoczin, señor de México, viendo que toda la tierra venía contra él” (2006, p. 563), realiza en discurso directo:

Valerosos mexicanos: ya veis cómo nuestros vasallos todos se han rebelado contra nosotros. Ya tenemos por enemigos, no solamente a los tlaxcaltecas y cholultecas y huexotzincas, pero a los tezcucanos y chalcas y xuchimilcas y tepanecas, los cuales todos nos han desamparado y dejado y se han ido y llegado a los españoles y vienen contra nosotros. Por lo cual os ruego que os acordéis del valeroso corazón y ánimo de los mexicanos chichimecas, nuestros antepasados (…) oh valerosos mexicanos, no desmayéis ni os acobardéis; esforzad ese pecho y corazón animoso para salir con una empresa la más importante que jamás se os ha ofrecido. Mirad que si con ésta no salís, quedaréis por esclavos perpetuos y vuestras mujeres e hijos, por el consiguiente, y vuestras haciendas, quitadas y robadas (…) No miréis a que soy muchacho y de poca edad, sino mirad que lo que os digo es la verdad y que estáis obligados a defender vuestra ciudad y patria, donde os prometo no la desamparar hasta morir o librarla. (Durán, 2006, pp. 563-564)

Observamos en esta cita tres puntos clave que recorren el relato de la caída de Tenochtitlan en la versión de Durán. Por un lado, el señalamiento del origen valiente de los mexicas, a cuyo recuerdo apela el enunciador. Por otro lado, el lamento por los otrora aliados que cambian de bando y traicionan los estatutos jerárquicos, gran frente enemigo que engrandece por contraste la valentía de los mexicas. Por último, el temor que el enunciador pretende infundir en su pueblo por la esclavitud perpetua en la que, afirma, caerán en caso de lograr resultados adversos en la lucha. Así, la arenga de Cuauhtemoc es un punto de quiebre en el relato, un giro que marca un antes y un después de la batalla cuya finalidad es demostrar que el éxito de la conquista de Tenochtitlan se debe no tanto a la capacidad militar del español como a su estrategia de adhesión de los antiguos vasallos de México.

El enunciador de la historia de Durán detalla las fortalezas de Cuauhtemoc: es “valeroso” y “animoso”, incluso es desventaja numérica, y sale a “hacer rostro” a los españoles” (Durán, 2006, p. 568). También señala sus debilidades, por ejemplo, no se proveyó de bastimentos para tanta población, falta de previsión por la que muere más gente de hambre que a manos enemigas (Durán, 2006, p. 564). Es un líder omnipresente que, desde una canoa pequeña, armado con espada y rodela “volaba de una parte a otra, para ver el concierto de sus gentes y lo que hacían” (Durán, 2006, p. 564). Y es relevante esta representación del héroe (ya presente en los testimonios que recoge Bernardino de Sahagún) que no solo conduce a los suyos, sino que participa como un guerrero más, distinta a la de Cortés que, en las crónicas mestizas, dirige un ejército que lucha por él.

El Compendio Histórico del Reino de Texcoco de Ixtlilxóchitl es uno de los textos que dedica mayor extensión al relato del asedio. Al igual que en la versión de Diego Durán, aquí Cuauhtemoc es un “rey” apenado porque Texcoco se torna enemiga de México (1975, p. 456). El tlatoani mexica es el antagonista de Ixtlilxóchitl,7 de esta manera, la guerra no está protagonizada por las facciones de Ixtlilxóchitl y Cortés contra la de Cuauhtemoc, sino que los dos señores indígenas se enfrentan con un encono particular por parte del tenochca a causa de la rebelión del señor de Texcoco, otrora aliado de México. Así, visibiliza el don de mando del texcocano y minimiza fuertemente el de Hernán Cortés, líder absoluto en la ofensiva según las historias de tradición occidental. Como señala Clementina Battcock, el objetivo de Alva Ixtlilxóchitl es exaltar la alianza entre Texcoco y España y demostrar que su antepasado fue el único tlatoani que no dudó en colaborar con Cortés ni en aceptar sin reparos la fe católica (2022, p. 171). Además, el narrador del Compendio detalla cuáles fueron los pueblos leales a Cuauhtemoc, como Xochimilco, Cuitláhuac, Coyohuacan, Mízquic, Culhuacan, Iztapalapan y Mexicatzinco, información que no suelen dar las crónicas escritas por soldados, que pretenden mostrar que el abandono de los pueblos indígenas hacia Tenochtitlan fue absoluto.

“Que tome ese puñal y me mate”. ¿Rendición o apresamiento?

Luego del sitio de aproximadamente noventa días a Tenochtitlan con sus batallas, repliegues y arremetidas, la ciudad es tomada por un ejército mayoritariamente indígena comandado por Cortés (Navarrete Linares, 2022, p. 245). En la cosmovisión nahua, al ser apresado el tlatoani sus guerreros dejan de luchar, pues la rendición o captura del señor simboliza el inexorable fin del pueblo ante el cual sería un sinsentido perpetuar la pelea.8 Es por esto que un episodio aún más narrado que la participación de Cuauhtemoc durante el asedio a México es su rendición, entrega o apresamiento, posicionamiento que oscila según los intereses de cada cronista,9 pues no es lo mismo narrar que el líder mexica es tomado prisionero por soldados del bando contrario que lo descubren en plena huida o mientras batalla, que indicar que el señor se entrega luego de verse rodeado por un poderío que lo ha superado.

La historia de Sahagún, por ejemplo, se detiene en un hecho simbólico: luego de días de lucha, los mexicanos observan en el cielo un torbellino de fuego que echa brasas.10 A partir de esa visión, reina el silencio en el campo de batalla, prolegómeno del fin de Tenochtitlan. Cuauhtemoc cumple con la palabra dada a Cortés y se entrega junto a sus principales en el tlapanco.11 Esto es relevante porque en las crónicas de soldados se narran instancias en las que Cuauhtemoc promete rendirse, pero nunca se presenta ante los españoles, ergo, es representado como un hombre escurridizo, sin palabra.

Desque llegaron a tierra el señor de méxico Cuauhtemoctzin, con los que con él iban, saltaron en tierra cerca de la casa, donde estaba el capitán: y los españoles que estaban cerca del agua tomaron por las manos a Cuauhtemoctzin, amigablemente, y lleváronle a donde estaba el capitán Don hernando cortes encima de la azotea: y como llegó a donde estaba el capitán, luego él le abrazó, y mostró muchas señales de amor al dicho Cuauhtemoctzin, y todos los españoles le estaban mirando con gran alegría: y luego soltaron todos los tiros por alegría de la conclusión de la guerra. (Sahagún, 2016, p. 177).

Esta escena en la que Cortés recibe con misericordia al tlatoani rendido contrasta con la violencia desatada a posteriori a través de la inmediata sucesión de robos y desmanes de los “vencedores”. Asimismo, los vítores por el fin de la guerra encuentran su contrapartida en la recurrente pregunta de Cortés, Malintzin mediante, a Cuauhtemoc, Cohuanacochtzin y Tetlepanquezatzin: “no hay más oro que este en México?” (Sahagún, 2016, p. 180). Así, los estragos sobre la destrucción misma y la codicia explicitada marcan el inicio de la ciudad nueva que se erige por sobre la derruida Tenochtitlan.

En la versión de Diego Durán, Cuauhtemoc pretende huir de la ciudad, pero es descubierto. Esta historia incluye la conocida anécdota en la que el tlatoani quita el puñal a Cortés y se lo da para que lo ejecute con él, como castigo por no haber podido defender a su pueblo:

El valeroso mancebo le respondió: -“Decidle al capitán que yo he hecho lo que era obligado por defender mi ciudad y reino, como él hiciera en el suyo, si yo se lo fuera a quitar. Pero, pues que no pude y me tiene en su poder, que tome ese puñal y me mate.” Y extendiendo la mano, sacó al Marqués un puñal que en la cinta tenía y se lo puso en la mano, rogándole lo matase con él. (Durán, 2006, p. 568).

Esta escena visibiliza tanto la dignidad del tlatoani como la imperdonable distracción del capitán que deja que su adversario hurte su arma. Luego de esto, Cuauhtemoc pide a Cortés que libere a los prisioneros mexicas, solicitud que, según el texto, es respondida satisfactoriamente por el conquistador (Durán, 2006, p. 569). El enunciador no silencia la sorpresa de Cortés al presentársele Cuauhtemoc: “viendo un mozo de tan poca edad, aunque gentil hombre y de buen parecer”, reprende su obstinación pues había sido llamado en diversas oportunidades para que se dé de paz (Durán, 2006, p. 568).

La versión de Fernando de Alva Ixtlilxóchitl narra una rendición lentísima, desde el patetismo. Casas destruidas, gente hambrienta y sedienta, calles abarrotadas de muertos en las que solo se pisan cadáveres: “Era cosa admirable ver a los mexicanos: la gente de guerra, confusa y triste, arrimados a las paredes de las azoteas mirando su perdición, y los niños, viejos y mujeres llorando” (Ixtlilxóchitl, 1975: 478). Cortés es representado como un líder que decide unilateralmente, sin contemplar la opinión de Ixtlilxóchitl a pesar del acuerdo implícito de ejercer una suerte de doble comandancia con Texcoco. También es un cruel soldado que, al no presentarse en la plaza Cuauhtemoc como se le había demandado, cumple con la promesa de terminar con los mexicas “a fuego y sangre sin perdonar a nadie la vida” (Ixtlilxóchitl, 1975, p. 477). Aquí dice el narrador que “hiciéronse este día unas de las mayores crueldades sobre los desventurados mexicanos que se ha hecho en esta tierra” (Ixtlilxóchitl, 1975, p. 478). En la versión de Ixtlilxóchitl, las tremendas consecuencias del asedio provienen más de la innecesaria furia cortesiana que de la guerra en sí. Cuauhtemoc no se rinde, sino hasta que ve peligrar la vida de su círculo íntimo: García Holguín, capitán de un bergantín, a sabiendas de cuál es la canoa del tlatoani por un mexica que tenían preso, se acerca y lo rodea. Aun con esa desventaja, Cuauhtemoc pretende embestir al enemigo, rodela y macana en mano. No obstante, decide entregarse cuando apuntan con ballestas y escopetas a quienes estaban con él. Esta magnanimidad del señor mexica que piensa primero en los suyos contrasta con un Cortés fuera de sí que, lejos de la representación misericordiosa de otras crónicas, no perdona ni contempla los consejos de sus capitanes.

Al ser llevado ante Cortés, en línea similar a la versión de Durán, Cuauhtemoc exclama:

“Ah capitán. Ya yo he hecho todo mi poder para defender mi reino y liberarlo y librarlos de vuestras manos, y pues no ha sido mi fortuna favorable, quitadme la vida que será muy justo y con esto acabaréis el reino mexicano, pues mi ciudad y vasallos tenéis destruidos y muertos”. (Ixtlilxóchitl, 1975, p. 478).

No hay quita de puñal, sino un tlatoani afligido que es consolado por Cortés e intimado a que solicite a los suyos la rendición. Seguidamente, Cuauhtemoc sube a una torre y “les dijo a voces que se rindiesen pues ya estaba en poder de los enemigos” (Ixtlilxóchitl, 1975, p. 478). A diferencia de la versión de Durán, aquí Cuauhtemoc es desprovisto de su majestuosidad a partir del énfasis de la pérdida de su poder en manos del español. Su representación, más lastimera y doliente, es la de un señor devenido prisionero que llora sobre la destrucción de la ciudad, imagen que el cronista texcocano pretende enfatizar.12

La rendición de Cuauhtemoc es recuperada por la cronística mestiza desde la dignidad del tlatoani, sinécdoque del pueblo mexica. Es partícipe de una honrosa batalla y consecuente derrota. Llevado ante el enemigo, explicita su vergüenza y pide piedad para su pueblo. Por su parte, las crónicas de tradición occidental subrayan la victoria y misericordia de Cortés quien, como sabemos, no acuchilla a Cuauhtemoc en el momento en que este se lo pide, sino que lo somete a una humillante prisión y lo asesina camino a Hibueras.

“Grillos en los pies”. La tortuosa prisión

Nuevamente se confrontan las versiones respecto del trato que recibe el tlatoani una vez prisionero. Según el Libro XII de la historia de Sahagún, sobre el atuendo guerrero de Cuauhtemoc los españoles colocan unas mantas pobres y sucias (Sahagún, 2016, p. 179). Como explica Valeria Añón, la vestimenta ajada sobre los pipiltin apresados remite al ritual mortuorio e inscribe la escena en una alegoría de la muerte (2016, p. 207).

Desde una perspectiva chalca, Chimalpahin es contundente respecto del maltrato hacia Cuauhtemoc, ya que cuando, dice, se “enfrió la guerra en Tlatilulco”, “se recostaron las armas”, “se enturbió la mexicayótl”, Cortés lleva maniatados a los cinco tlatoque hacia Coyoacán, los encierra, pone grillos en sus pies e interroga violentamente por el oro:

A estos cinco precisamente los buscó el capitán Hernando Cortés, los hizo atar, los llevó a Cuyohuacan; sólo a Panitzin no lo hizo atar. Allá fueron a ser encerrados, allá siguieron atados en Cuyohuacan; les pusieron grillos en los pies, y al teohua Cuauhcóhuatl y a Cohuaíhuitl Tecohuatzin Tetlanmécatl los interrogó, cuando se destruyó Tolteca Acaloco, [acerca del] oro del tecpan del que se juntaron ocho barras que se ocultaron y las tomó el de nombre Ocuiltécatl que era guardián, pero que entonces murió, lo mató la viruela que se había extendido. (Chimalpahin, 2003, pp. 203-205).

La reposición de los nombres en náhuatl junto con la repetición típica de dicha lengua y las referencias a la codicia del invasor son características de la cronística de tradición indígena, muy presente también en la historia de Cristóbal del Castillo. En la versión de Chimalpahin, el uso del plural multiplica la violencia de la conquista. La escena de los tlatoque inmovilizados a través de la referencia a las ataduras y grillos contrasta claramente con la activa búsqueda del oro por parte del capitán.

Estas torturas son recuperadas por Ixtlilxóchitl. Es el bisabuelo del cronista quien pide que cesen los tormentos no solo por humanidad, sino porque generarían revueltas. En esta versión, Cuauhtemoc es un señor que, incluso cautivo, tiene poder sobre su pueblo, invisibilizado en otras crónicas, como en las Cartas de Relación de Cortés. Por ejemplo, el relato cuenta que en 1524 llegan los “primeros” doce franciscanos a México e Ixtlilxóchitl y “el rey” Cuauhtemoc se ocupan de los preparativos del recibimiento. Con este gesto, el enunciador muestra la participación del texcocano y la injerencia del mexica sobre los indígenas, superior a la del mismo Cortés; además, muestra a un pueblo predispuesto para una fácil conversión, gesto que recorre toda la cronística mestiza.13

Por su parte, la Historia de la conquista de Cristóbal del Castillo no narra las torturas de la prisión,14 en cambio, muestra a un Cuauhtemoc integrado al consejo de señores que, ante la llegada de los franciscanos, alistan lo necesario para recibirlos. Cuauhtemoc aprueba la sugerencia de Cortés respecto de la morada de los religiosos, la antigua pajarera de Motecuhzoma en Totocalco: “Los que levantaron este palacio hicieron siempre mucho aprecio de él y por eso conviene que habiten allí los religiosos” (Del Castillo, 2001, p. 159). Con estas palabras, el texto muestra no tanto la importancia brindada a la experiencia de Cuauhtemoc como su sumisión al ceder dicho espacio a los frailes, reemplazo violento que indica un cambio de orden total.

Lo acontecido durante la prisión de Cuauhtemoc es recogido con brevedad por pocas crónicas. Llama la atención su omisión, teniendo en cuenta que implica para la tradición occidental la victoria del español, y para la tradición indígena, la constatación de la introducción de la fe. No obstante, el escaso material que hallamos en la cronística respecto de este suceso fundamental para la historia americana nos permite reflexionar sobre los distintos posicionamientos enunciativos y relatos que, como en el archivo latinoamericano entero, discuten, refutan y revisan versiones.

“Murió allá, en Huei Mollan”. El asesinato de Cuauhtemoc

La muerte de Cuauhtemoc también es motivo de debate. Contrariamente a las versiones encontradas respecto del asesinato de Motecuhzoma, la duda no gira en torno a quién decide su muerte, sino a qué motivos tuvo Cortés para hacerlo, pues algunos relatos plantean que Cuauhtemoc, desde su prisión, camino a Hibueras, planeaba un levantamiento aprovechándose de la inferioridad numérica y desconocimiento geográfico de los españoles. Cortés se habría enterado de esto por un indígena, le hace un breve juicio, testifican en su contra, y manda ahorcarlo junto a otros señores.

En un artículo sobre pena de muerte en la Colonia, Batalla Rosado explica que durante el siglo XVI en Nueva España se lleva a cabo la ejecución de la misma forma que en Castilla. La horca sobre maderos (dos clavados en tierra y otro transversal) o, en su defecto, en un árbol, era la pena que se utilizaba para ajusticiar a plebeyos, mientras que a los nobles les correspondía la decapitación (1995, p. 74). Esto no sucede en el caso de Cuauhtemoc ni de otros pipiltin, sino que Cortés aprovecha la ejecución para infamar a los señores y degradarlos en su estatus, gesto que no comprendían los indígenas, pero sus soldados, sí (1995, p. 106).15 Además, podría haber mandado realizar el cadalso, quizás por prisa o como parte de la intención de rebajar a los señores indígenas manda que sean ahorcados de un árbol.

El texto de Durán recupera el relato del supuesto complot de los señores (2006, p. 575). La Crónica mexicáyotl de Tezozómoc y la Relación de Chimalpahin refieren a esto como la calumnia de un tlatelolca. Estas versiones detallan que el árbol en cuestión es una ceiba, árbol sagrado para las culturas mesoamericanas, y que previo a su muerte Cuauhtemoc es bautizado con el nombre de “Don Fernando”:

Así, murió siendo cristiano, pusieron la cruz en sus manos; pero grillos y cadenas de hierro le asían los pies para que estuviera colgando en la ceiba. Mucho por eso se entristecieron, se afligieron, lo lloraron los tlahtoque mexica a quienes llevaron: don Juan Velázquez Tlacotzin, cihuacóhuatl; don Carlos Oquiztzin, don Andrés Motelchiuhtzin, don Diego de Alvarado Huanitzin. Todos los que fueron ahorcados: Cuauhtimoctzin, don Pedro Cortés Tetlepanquetzatzin, tlahtohuani de Tlacopa, y don Pedro Cohuanacochtzin, tlahtohuani de Tetzcuco. Lo hizo el tlatilúlcatl de nombre Cotztemexi, quien acusó falsamente a los tlahtoque y los pipiltin, por lo que fueron ahorcados. (Chimalpahin, 2003, pp. 215-217).

Cuauhtemoc muere bautizado, cruz en mano, encadenado: el adversativo subraya la paradoja de la evangelización que corona episodios de violencia. La responsabilidad aquí es compartida: un falso testimonio indígena es aprovechado por Cortés para eliminar a los tlatoque, quienes lloran a su señor antes de morir ahorcados, previo otorgamiento del nombre cristiano. En Historia de la conquista Cristóbal del Castillo también hace hincapié en que Cuauhtemoc no fue el único colgado por Cortés en Huei Mollan: “Cuauhtemotzin murió allá, en Huei Mollan, y también muchos otros gobernantes y capitanes. Allá los colgó, los ahorcó el capitán Hernando Cortés, cuando los llevaba a Huei Mollan Xallixco” (2001, p. 163).

Por otra parte, Ixtlilxóchitl ofrece una versión laudatoria de Cuauhtemoc, que muere junto a los demás señores “sin culpa” y por “falso testimonio”. Sostiene que las rebeliones fueron provocadas por Cortés a causa del maltrato hacia los prisioneros, y anticipadas por Ixtlilxóchitl quien, verdadero y astuto líder del texto, advierte los agravios sufridos durante el camino, por ejemplo, la falta de alimentación. Brinda escenas precisas en las que, ante el pedido de los señores de que les den un poco de maíz, los españoles se negaban explicando que era para los caballos (Ixtlilxóchitl, 1975, p. 499). De hecho, es Cuauhtemoc quien sosiega a su pueblo ante la posibilidad de una revuelta (1975, p. 496). Este punto es importante, ya que el enunciador insiste en que ningún tlatoque mostró flaqueza y que, pudiendo enviar un ejército contra los españoles, se abstuvieron. Asimismo, se muestra con “harta pena” cuando Cortés ordena el ahorcamiento y sostiene que su verdadera intención era eliminar a los señores naturales (Ixtlilxóchitl, 1891, p. 419).

Humillado, agraviado, ahorcado. Aunque alguna crónica pretenda minimizar la culpa de Cortés en la muerte de Cuauhtemoc aduciendo que preparaba una rebelión, no hay dudas de su responsabilidad en la decisión de asesinarlo. Si las versiones respecto de los asesinos de Motecuhzoma distan diametralmente, no hay dudas sobre quién mató al último tlatoani: fue colgado en tierras ajenas a pesar de haber perdido su poderío o, quizás, por temor genuino a la posibilidad de que lo pudiera recuperar.

Cuauhtemoc en la tradición occidental

Aunque este artículo se basa en la representación del tlatoani en las crónicas mestizas, quisiera realizar una breve observación sobre su inclusión en dos crónicas de soldados. La presencia de Cuauhtemoc suele ser más escueta en las de tradición occidental, sin embargo, la Historia verdadera de Bernal Díaz del Castillo16 le dedica mucha atención, y describe al tlatoani en tres oportunidades. Primero, como un “mancebo de hasta veinte y cinco años, bien gentil hombre para indio”, “esforzado”,17 ante el cual los suyos temblaban. En los otros dos momentos menciona nuevamente su juventud, su condición de “gentil hombre”, su rostro alegre.18 Agrega que no había falta en sus ojos “halagüeños”, que miraban “con gravedad” (2000, p. 112). Siempre es descripto como un gran señor que sesiona con su concejo personal, y que no es necio, pues entiende que debe rendirse cuando la guerra está resuelta.

La versión de Díaz del Castillo repite el episodio del puñal representado en algunas crónicas mestizas. Según el enunciador, al entregarse Cuauhtemoc (“Guatemuz” en el texto) ante los españoles se escucha el llanto de los indígenas. Al respecto, en el texto encontramos numerosas imágenes auditivas: por un lado, quedaron sordos los soldados por los noventa y tres días de gritos y silbos constantes sumado a la corneta utilizada por el tlatoani para dar avisos; por otro lado, cuando toman a Cuauhtemoc, reina un silencio sepulcral.

Respecto de la muerte de Cuauhtemoc, para el enunciador de la Historia verdadera fue injusta pues el mexica efectivamente planeaba una revuelta, pero, dice, la idea no fue suya, posicionamiento que suaviza la responsabilidad del tlatoani, pero adhiere a la versión de intentos de rebelión. Es por esto por lo que Cortés los manda ahorcar, momento en el que Cuauhtemoc pronuncia un lastimoso discurso final:

Y cuando le ahorcaron dijo el Guatemuz: “¡Oh capitán Malinche! Días hacía que yo tenía entendido e había conocido tus falsas palabas, que esta muerte me habías de dar, pues yo no me la di cuando te entregaste en mi ciudad de México; ¿por qué me matas sin justicia? Dios te lo demande” (Díaz del Castillo, 2000, p. 276).

Este reclamo directo que no aparece en otras crónicas representa a un Cortés injusto e inconmovible y reprocha el impedimento de morir luego de la honrosa derrota, tal como Cuauhtemoc había solicitado. El enunciador parece haber establecido un vínculo con el tlatoani, por lo que asegura que su muerte pareció mal a todos (Díaz del Castillo, 2000, p. 276).19 Como señala Valeria Añón, este episodio de la Historia verdadera refleja la pérdida de autoridad de Cortés y rebaja su figura (2012, p. 315).20

Es distinto el caso de las cartas de Cortés. En la Tercera Carta (1522), que relata el asedio a Tenochtitlan, “el señor de la ciudad, que era mancebo de edad de diez y ocho años, que se decía Guatimucín” (Cortés, 1945, p. 383), es representado como un obcecado, caprichoso y escurridizo rival, que no acata la insistente y piadosa demanda de rendición de Cortés. El enunciador se esfuerza por contraponer el infantilismo del recién coronado señor con la templanza de un capitán experimentado, versión que, como vimos, refutan las crónicas mestizas. Aquí, Cuauhtemoc es una figura que desaparece militarmente para solo reaparecer en la rendición, no se lo menciona en la batalla (Muriel, 1966, p. 37). Encontramos también la anécdota del puñal, en una escueta escena de la que excluye la palabra del tlatoani y se hace hincapié en la misericordia de Cortés (1945, p. 399). Respecto de la muerte de Cuauhtemoc, narrada en la Quinta carta (1526), el enunciador explica que los señores tramaban una rebelión, según un mexicano “honrado”, adjetivo que contrasta con la mención a “Guateumucín” como “hombre bullicioso” (1945, p. 531).

Como pudimos observar, la cronística de tradición occidental enfatiza la posibilidad de sumisión que tuvo Cuauhtemoc y lo señala, a través de su negativa, como el responsable de las muertes acontecidas durante la guerra. A su vez, es un discurso que no repara en su condición de líder, sino en su obcecación y mocedad. Las de Cortés y Díaz del Castillo no son, claro, las únicas crónicas que mencionan a Cuauhtemoc, pero resultan significativas por haber sido dichos cronistas protagonistas del asedio a Tenochtitlan y haber entablado una suerte de relación con el tlatoani. Erigen una suerte de “discurso colonialista” (Altuna, 2002) en tanto textos que, si bien no se originan como un mandato de escritura, establecen una descripción particular del espacio y del otro. En palabras de Elena Altuna, son sujetos coloniales inmersos en una situación colonial que cuentan en sus relatos fracasos y esperanzas, historias otras cuyo sentido, así como los cronistas, migran (2004, p. 20).

Recuperación y homenaje

Sin adentrarme demasiado en este terreno, quiero señalar que en México hubo dos momentos fuertes de recuperación de la figura de Cuauhtemoc.21 El primero surgió hacia fines del siglo XIX mediante un proceso de vindicación del pasado como modo de afianzar el nacionalismo mexicano, acorde con la “línea de crear relatos nacionales integradores” (Campos Pérez, 2017, p. 1835) a través de un héroe con atributos romanticistas como el honor, la lealtad, la actitud sacrificial. Durante el porfiriato y por iniciativa ciudadana, se anuncia una fecha conmemorativa (que queda fijada, después de muchas discusiones, para el 21 de agosto) y se inaugura un monumento el 21 de agosto de 1887 en uno de los lugares más emblemáticos de la ciudad, Paseo de la Reforma e Insurgentes.22

Mucha bibliografía se origina a partir de este gesto, como la infinidad de discursos nacionalistas en prensa cada 21 de agosto hasta principios del siglo XX en el que se presenta a Cuauhtemoc como promotor de la lucha independentista (Campos Pérez, 2017, p. 1843). Un ejemplo de esto es el sintagma “el héroe completo” acuñado por Ignacio Manuel Altamirano en Diario del Hogar (1899). Otros muchos periódicos de la época se hicieron eco de estos discursos acalorados, como Diario El Hogar, El hijo de Ahuizote, El Siglo Diez y Nueve, El Monitor Republicano. Pero también hicieron lo suyo las Historias sobre México, como México y sus revoluciones de José María Luis Mora (1836), con aderezos útiles a la construcción de un héroe nacional; la Historia de Prescott (cuya primera edición en español data de 1844), que representa a un Cuauhtemoc admirado por Cortés, la Historia de Orozco y Berra (1880) que sigue casi literalmente a Bernal Díaz del Castillo, o el primer tomo de México a través de los siglos de Alfredo Chavero (1884). Todas estas versiones romantizan, entre otros, el episodio del puñal.

El segundo es a mediados del siglo XX, momento que produjo muchas biografías y consecuentes discusiones sobre Cuauhtemoc a raíz del descubrimiento de sus supuestos restos en una iglesia de Ixcateopan, Guerrero. El 16 de septiembre de 1949 la arqueóloga mexicana Eulalia Guzmán declara públicamente el hallazgo de los restos de Cuauhtemoc en la iglesia Santa María de la Asunción, Ixcateopan. La comisión multidisciplinaria enviada por la Secretaría de Educación Pública, luego de diecisiete días de rastrillajes y búsquedas, llega a la conclusión de que no son los restos del tlatoani. Las investigaciones continuaron, hasta la publicación final del proceso en el Dictamen de la Gran Comisión (1976).23 Luego de muchos debates y excavaciones (por ejemplo, en 1951), se dictamina que los restos no pertenecen a Cuauhtemoc. En este contexto se enmarca el frenesí biográfico sobre la figura que originó, entre muchos otros, trabajos como Cuauhtémoc de Salvador Toscano (1953), Cuauhtémoc. Datos biográficos y cronológicos de Eulalia Guzmán (1955), Cuauhtémoc, el héroe del pueblo de José López Bermúdez (1956), Cuauhtémoc. Vida y muerte de una cultura de Héctor Pérez Martínez (1957). Estos libros abordan la figura del tlatoani desde una perspectiva histórica, sin ahondar en la representación enunciativa de las crónicas de Indias.

El año pasado se conmemoraron los 500 años de la caída de Tenochtitlan y podría haber sido un tercer momento de recuperación del tlatoani. No obstante, entre los innumerables eventos académicos, libros y artículos producidos, la figura de Cuauhtemoc fue silenciada y reemplazada por la de Cuitláhuac, el último gobernante tenochca. Esto es importante porque incluye una discusión purista respecto de la doble ascendencia de Cuauhtemoc que era tlatelolca por parte de la madre y tenocha por rama paterna, es decir, un mexica no completamente tenochca, que termina gobernando Tenochtitlan.

“No ha sido mi fortuna favorable”

Como observamos a lo largo de este trabajo, con diferencias en tono y posicionamiento y respecto de su accionar en combate, las crónicas mestizas presentan una imagen positiva y hasta laudatoria del último tlatoani mexica. Si el Cuauhtemoc de carne y hueso no ha tenido una “fortuna favorable” (Ixtlilxóchitl, 1975, p. 478), al menos la historia ha preservado su recuerdo bajo el mote casi unánime de héroe fiel a su pueblo y símbolo del gobernante idóneo por antonomasia.

La inserción de la figura de Cuauhtemoc es un ejemplo de los distintos posicionamientos enunciativos de la cronística colonial. En este caso, aparece en estrecha relación con la defensa y posterior caída de Tenochtitlan, de aquí que las voces lo representen de acuerdo a la postura respecto de los pueblos cabecera, procedencia y objetivos del cronista. Su inclusión u omisión revelan las versiones en torno a hechos que una parte de la historia intenta homogeneizar.

Estas disonancias constituyen uno de los puntos clave de la cronística mestiza, relacionadas estrechamente con la “inestabilidad constitutiva del sujeto colonial” (Altuna, 2006, pp. 60-61). En relación con la importancia de los sujetos de “hacerse oír” (tanto los mestizos como los tlatoque, religiosos y soldados) más allá de la lejanía (Altuna, 2006, p. 61), el discurso que esgrimen difiere en tanto representativo de una situación particular. Observar las perspectivas respecto a distintos eventos o personajes centrales de la conquista resulta útil para repensar la cronística mestiza y entenderla, en palabras de Poupeney Hart, como “discursos persuasivos”, con verdadera carga argumentativa que, en una lectura atenta, resisten las versiones oficiales (1995). Podemos concluir, entonces, junto con Elena Altuna, que “la re-lectura de los textos del pasado constituye, pues, una deuda de la memoria social que aspira a ser descolonizadora” (2006, p. 66).

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1Del náhuatl “Kuaujtemok: águila que desciende” (Diccionario Nauatl-Español, 2001).

2Según Eulalia Guzmán, Cuauhtemoc es hijo del príncipe Ahuízotl. Para Chimalpahin, en cambio, su padre es el rey Ahuízotl (Muriel, 1966, p. 10).

3Algunas versiones señalan que su mujer fue una de las hijas de Motecuhzoma, pero se desconoce con precisión si Xuchimatzatzin (María) o Tecuichpo, bautizada como Isabel. Isabel fue primero casada con Cuitláhuac. Al enviudar, habría contraído nupcias con Cuauhtemoc. Luego, tuvo una hija con Cortés (Leonor Cortés Moctezuma) y fue casada con diversos capitanes españoles (Alonso de Grado, Pedro Gallego y Juan Cano).

4Algunos historiadores como Eulalia Guzmán afirman que Cuauhtemoc tuvo un hijo, llamado Juan Cuauhtemoc Chimalpopocatzin.

5Es una figura ligada al asedio y posterior caída de Tenochtitlan, por eso no está presente en Historia de Tlaxcala de Diego Muñoz Camargo (1592), crónica que no relata la guerra, y apenas en las de Del Castillo y Pomar, por una cuestión de la materialidad del archivo, en este caso, los manuscritos rotos o incompletos. Sí está la imagen del ahorcamiento de Cuauhtemoc en la Descripción de la ciudad y Provincia de Tlaxcala de Diego Muñoz Camargo.

6“Aquí se ponen los nombres de los valientes hombres mexicanos y tlatilulcanos que se hallaron en esta guerra” (Sahagún, 2016, p. 174).

7El cronista Fernando de Alva Ixtlilxóchitl es bisnieto del protagonista de su historia, Hernando Ixtlilxóchitl (hijo de Nezahualpilli, nieto de Nezahualcóyotl).

8Algo similar ocurre en el relato del “encuentro” en Cajamarca entre Atahualpa y Pizarro según la Historia General del Perú del Inca Garcilaso de la Vega, aunque aquí el enunciador admite que es el mismo curaca quien solicita a su ejército que deje de luchar: “El Inca, viendo lo que passava, mandó a los suyos, a grandes vozes, que no hiriessen ni ofendiesen a los españoles, aunque prendiessen o matassen al mismo Rey” (1944, capítulo XXV, p. 72).

9Prefiero “cronista” antes que “autor” pues, siguiendo a Elena Altuna, “si la literatura concebida como bellas letras demostró su incapacidad para dar cuenta de la riqueza de los textos producidos en el Nuevo Mundo durante los siglos XVI y XVIII, la imagen clásica de autor, por su parte, reveló su insuficiencia para evidenciar las posiciones que el sujeto productor de discursos debió asumir, en razón de la situación colonial en que se encontraba inmerso” (1998, p. 3).

10Señala Guy Rozat Dupeyron al respecto: “El símbolo de este fuego celeste es muy claro, da vuelta alrededor del reducto donde están atrincherados los últimos defensores aztecas, los envuelve de chispas y luz y se ahogará en medio de la laguna. Este cometa viene a marcar en el cielo el fin de los combates y está cargado de una simbología muy especial, que hace referencia a otros cometas: aquellos que hemos encontrado en la Antigüedad clásica y durante la época medieval” (2002, p. 212).

11“Tlapanco”, también “tlapantli”: terraza, azotea (Diccionario Nauatl-Español, 2001).

12Durán menciona en repetidas ocasiones la participación de Ixtlilxóchitl en la batalla, por ejemplo: “Ellos, con este favor, tomaron ánimo y corazón y, tomando la delantera del ejército y con ellos Ixtlilxóchitl, señor de Tezcuco, con su espada dorada en la mano, entrando con tanta furia entre los mexicanos, ayudándoles los españoles y arcabuces y artillería y ballestas, que cegando muchas puentes y haciendo pasaje, ganaron el cú grande de la ciudad y se aposentaron en él y en las casas que antes habían desamparado” (Durán, 2006, p. 567).

13Curiosamente es la crónica de Bernal Díaz del Castillo la que asegura que, a causa de la desaparición del oro y con la sospecha de que Cuauhtemoc lo había arrojado a la laguna, los españoles acordaron atormentar al tlatoani y a Tetlepanquetzaltzin quemándoles los pies con aceite.

14Infiero, de todas maneras, que se debe a su condición de manuscrito fragmentario.

15Resulta extraño, a su vez, que el ahorcamiento carezca de otro tormento previo a la muerte, como la tortura que consiste en colocar fuego bajo los pies o la cabeza (en caso de que el prisionero fuese colgado de las piernas).

16Bernal Díaz del Castillo finaliza su escritura hacia 1568 y envía su manuscrito a España en 1575.

17“Esforzado: Significa también valiente, animoso, de grande brío, corazón y espíritu, valeroso y denodado” (Diccionario de Autoridades, III, 1732).

18En primer lugar, explica por qué México erige otro tlatoani: “Habían alzado en México otro señor por rey, porque el señor que nos echó de México había fallecido de viruelas, y aquel señor que hicieron rey era un sobrino o pariente muy cercano del gran Montezuma, que se decía Guatemuz, mancebo de hasta veinte y cinco años, bien gentil hombre para ser indio, y muy esforzado; y se hizo temer de tal manera, que todos los suyos temblaban dél” (Díaz del Castillo, 2000, pp. 488-489). En otra descripción señala: “el Guatemuz era mancebo y muy gentil hombre de buena disposición y rostro alegre, aun la color tenía algo más que tiraba a blanco que a matiz de indios, que era de obra de veinte y tres años y era casado con una muy hermosa mujer, hija del gran Montezuma, su tío” (Díaz del Castillo, 2000, p. 97). Finalmente: “era de muy gentil disposición, así de cuerpo como de facciones, y la cara algo larga y alegre, y los ojos más parecían que cuando miraba que eran con gravedad y halagüeños, y no había falta en ellos, y era de edad de veinte y tres o veinte y cuatro años, y el color tiraba más a blanco que al color y matiz de esotros indios morenos, y decían que su mujer era sobrina de Montezuma, su tío, y muy hermosa mujer y moza” (Díaz del Castillo, 2000, p. 112).

19Según el relato, los frailes franciscanos confiesan a los tlatoque antes de morir. Y agrega el enunciador: “e yo tuve gran lástima del Guatemuz y de su primo, por haberles conocido tan grande señores”, además de detalles sugerentes, por ejemplo, que los señores daban a Díaz del Castillo indios para buscarle yerba a su caballo, escena que pretende exaltar su figura (Díaz del Castillo, 2000, p. 276).

20Bernal Díaz del Castillo “aprovecha la escena para profundizar la distancia entre éste —temeroso, perdido, cruel incluso— y una piadosa figuración de sí mismo” (Añón, 2012, pp. 315-316).

21Agradezco a la Dra. Clementina Battcock la orientación brindada acerca de estas cuestiones.

22Se propuso el día 13 de agosto, pero prevaleció el 21 del mismo mes pues supuestamente es el día en que Cuauhtemoc soportó las torturas con estoicismo (Campos Pérez, 2017, p. 1824). También fueron contempladas como fechas posibles el 16 de septiembre y el 30 de junio (Campos Pérez, 2017, p. 1825).

23Hubo otra comisión (la “Gran Comisión”, liderada por Alfonso Caso y Manuel Toussaint) entre 1950 y 1951, cuyo fallo también resultó negativo. La última, la “Comisión para la Revisión y Nuevos Estudios de los Hallazgos de Ichcateopan” de 1976, estuvo presidida por el prestigioso Eduardo Matos Moctezuma.

Recibido: 30 de Agosto de 2022; Aprobado: 23 de Octubre de 2022

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