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Recial

versión On-line ISSN 2718-658X

Recial vol.14 no.23 Córdoba jul. 2023  Epub 30-Jun-2023

http://dx.doi.org/10.53971/2718.658x.v14.n23.41713 

Dossier

Texturas

Textures

Nara Mansur Cao1  2 

Martha Luisa Hernández Cadenas3 

Yulier Rodríguez Pérez4 

Karina Pino Gallardo5 

Agniezka Hernández6 

Kaloian Santos Cabrera7 

1 Poeta, dramaturga y crítica teatral. Egresada de la Universidad de las Artes.

2 Investigadora del Instituto de Artes del Espectáculo, Universidad de Buenos Aires, naraenbuenosaires@yahoo.com.ar

3 Escritora y performer. Egresada de la Universidad de las Artes, La Habana, Cuba, malu_cuba@yahoo.com

4 Yulier P es el seudónimo de Yulier Rodríguez Pérez, yulierp27@gmail.com

5 Creadora teatral, editora y crítico. Máster en Artes Performativas y Espacios Comunitarios, Máster en Estudios del Territorio, Università degli Studi Roma Tre, Italia, karinapinowork@gmail.com

6 Directora del equipo transdisciplinario La Franja Teatral, agnieskajosevna@gmail.com

7 Periodista, fotógrafo y docente. Licenciado en Periodismo, Universidad de La Habana, Cuba, kalofotograma@gmail.com

Resumen

Reunimos, en esta selección, diferentes producciones que hablan de La Habana con una gramática singular, un atlas- textura que integra imágenes, saberes y lenguas. Desde la fotografía, los documentales, la música, el cine, la performance o el teatro organizamos un montaje de imágenes que colaboraran en la tarea de desarchivación y reinvención de una ciudad. Por ese motivo, imaginamos no solo un espacio para hablar “de” literatura sino un archivo de las materialidades múltiples. En ellas, el lector encontrará un conjunto de seis materiales artísticos -cuidadosamente escogidos para esta muestra- que traspasan los límites genéricos de la poesía (Nara Mansur), la narrativa (Martha Luisa Hernández), las artes plásticas y el muralismo (Yulier P), la fotografía (Kaloian Santos), el performance escénico, el teatro o la conservación de edificaciones derruidas (Habitar el gesto y Documental urbano de la fiebre…), para convertirse en modos de intervenir, deshabitar y renombrar La Habana. El conjunto de estos materiales convoca a una reconexión con la materialidad heterogénea, compleja, sinuosa de la ciudad, permite atravesar las capas solidificadas del archivo visual para interrogar el modo en que la ciudad se hace cuerpo y los cuerpos se tocan, caminan, desechan, horadan, inscriben. Las texturas configuran, de este modo, el montaje de la ciudad, una hechura que es singular-comunitaria, que es forma-factura no exclusivamente humana, antes bien se hace de modo heterogéneo (no antropocentrado) con los haceres, sonidos y saberes del mar, del viento, de los árboles, de los entierros y de las columnas manufacturadas.

Palabras clave: atlas; textura; ensamblajes; materialidades; montaje

Abstract

In this selection, we bring together different productions that speak of Havana with a singular grammar, an atlas-texture that integrates images, knowledge, and languages. From photography, documentaries, music, cinema, performance or theater, we organize a montage of images that will collaborate to the task of unarchiving and reinventing a city. Therefore, we envision not only a space to talk "about" literature, but also an archive of multiple materialities. Within them, readers will discover a collection of six artistic materials - carefully chosen for this exhibition - that go beyond the generic boundaries of poetry (Nara Mansur), narrative (Martha Luisa Hernández), plastic arts and muralism (Yulier P), photography (Kaloian Santos), scenic performance, theater, or the preservation of demolished buildings (Habitar el gesto and Documental urbano de la fiebre) transforming into methods of intervening, emptying, and renaming Havana. The combination of these materials calls for a reconnection with the heterogeneous, complex, and sinuous materiality of the city, enabling exploration through the solidified layers of the visual archive to question how the city becomes a body and bodies interact - walking, discarding, piercing, inscribing. In this way, the textures shape the city's assembly, a craftsmanship that is both unique and communal, that is not exclusively based on human form-factor, but rather executed in a heterogeneous way (non-anthropocentric) utilizing the actions, sounds and knowledge of the sea, wind, trees, burials, and manufactured columns.

Keywords: atlases; texture; assemblies; materialities; mounting

Tres palabras como decir Apaga - la - candela

Nara Mansur Cao

(La Habana, 1969)

Poeta, dramaturga y crítica teatral.

Egresada de la Universidad de las Artes.

Investigadora del Instituto de Artes del Espectáculo, Universidad de Buenos Aires.

naraenbuenosaires@yahoo.com.ar

En Tres lindas cubanas. Un romance de entreguerras habla distintas instancias: personajes, presencias que interpelan a la mujer escritora, sujeto poético del libro... voces de esa ciudadanía que la acompaña: lectores, la policía, el editor, el traductor, siempre vínculos conflictivos, en tensión u observación, a veces literarios, de otros -el poder- sobre eso que ella ha escrito, su poema inentendible de tres líneas, su hijo que no se le parece (que nadie ve por otra parte). Ella quiere decir la verdad, esa sería su invención, su radicalización como escritora (no más ficción, no más “novelitas”).

La protagonista se siente interpelada por ella misma, como siente interpelada su escritura, las palabras que ha elegido, el orden, la razón de ese texto. Hay algo de lo extraño -como extranjera- vertido aquí, esa idea de lo ajeno como forma de una misma, ese examen es también al orden natural -la Naturaleza-, a través de una geografía también exótica (el Cabo de Hornos, por ejemplo, o la Isla de los Estados) porque como todo el libro, la idea es de viaje constante, de nomadismo, de tránsitos, a la manera de esas escritoras viajeras que los estudios de género tanto han atendido. Y en mi caso, ese viaje de la memoria y también real, que es ir y volver de La Habana a Buenos Aires siempre, durante más de una década. Es también la idea de que lo propio no existe sino que una es un ser con otras y otros, en otros tiempos, en espacialidades múltiples. Una escritura de dimensión oceánica, ritualística: ponerse el anillo -como sucede en una de las escenas deOrlando, primer material con el que este libro interactúa-, te teletransporta a un pastizal donde hay un hombre dormido, como un bello durmiente o un Blanconieves o un guardabosque que hay que besar, despertar, salvar del naufragio. “La princesa y el princeso / y los plátanos se ponen tiesos”, como se clama en una de las obras de nuestro teatro bufo.

¿Qué es el amor para una mujer? ¿Si tienes la pasión de la poesía eres una “monstrua” en el amor? ¿Cómo se autoriza una misma? ¿un hijo / un poema son equiparables? El poema como hijo / El hijo como poema. ¿Qué hace la heroína de este libro? ¿Es la escritora finalmente de este poema novelado?

Su lucha encarnizada es por lectores que puedan leer su manifiesto. El manuscrito yace sobre su pecho y late como su pecho, se agita. El poema está vivo y adherido como parte de su corazón. El poema debe realizar su deseo. La autora pregunta también por los derechos de autor. Su poema es un compendio de verdad, naturaleza y corazonada. No sabemos quién desea más: si el poema o la poeta, tal es la fuerza de la escritura. Literatura y vida pugnan, “uno siempre, siempre, debe [debía] escribir como otra persona” se lee en un pasaje.

“Tres. La palabra, la madre, la isla. Tres. El hijo, el espíritu, santo. Tres cubanas, tres estaciones”, escribe Ana Arzoumanian en la nota de contratapa. Y acuerdo, que busco en mi “incontinencia una palabra como norma indulgente, no frente al verbo escribir, sino frente a aquello material, salido, público (tres): el libro”. Busco una voz que me “salve de la explosión, de la masacre, del desenterramiento”.

Digo éxtasis sin palabras

digo recuerdo sin palabras

digo tu escaparate abierto y yo abrazada a tu ropa, a las flores de tu blusa, tus pañuelos

digo sin palabras que la gata durmió anoche ahí, que por eso no la encontramos

digo tus pies

digo qué pelambre, qué sed

sin las palabras

encanto, desafío, esplendor, sobresalto, temblor, alegría, incendio, vibración.

Tu cuerpo amado tu cabeza tu cara tu brillo tu futuro

mi despojo;

lo dije ¡al amor! sin palabras

porque la muerte de mi madre es lo único que ha sucedido en el mundo y seguirá sucediendo.

Nunca había escrito con tanta facilidad. Nunca

había imaginado tan profusamente;

predestinada a Persia, ¿será posible?

También ella se va a ir

cuando me vea toda la ropa manchada de tinta, sin saber

qué salvar de lo escrito, qué borrar;

cuando me vea

las ganas de comer pan con mayonesa

las ganas de poner una bomba en el escritorio del editor

(salvaje periquera).

¿Qué digo que quiero comer?

¿Qué digo que quise decir?

¿Qué palabras salvar de la explosión, la masacre, el desenterramiento?

¿Dónde está el Espíritu Santo?

¿El Espíritu Santo se Estrella?

Una pregunta así, cómo se escribe:

¿por qué no han puesto una cuchara para tomar la sopa?

¿por qué mi boca no se abre cuando parlotean los pollos desplumados?

¿a quiénes llama pollos desplumados?

¿quién se ha ganado el premio finalmente?

¿me ha llamado pollo desplumado?

El Espíritu Santo, ¿dónde está? La Estrella, ¿dónde?

1. 2. 3.

Quiero una corona que diga “conozco mis limitaciones” y “el tiempo se detiene en el orgasmo”. No repares en gritos y zarandeos, mejor intenta hacer un plano muy cercano a los momentos en que pareces abrirte y cerrarte rítmicamente como en una canción, en ese ir y venir del estribillo.

Yo soy hermosa ella es hermosa.

No me gustaría volver a vivir aquellos momentos

-los mejores ahora son el pasado-

tengo que poder decir algo con respecto al amor

al ensueño

a la culpa repetida, a la acumulación de la duda

ladrillo sobre ladrillo sobre bandeja de plata.

Tengo que poder decirle algo

al miedo de la ignorancia haciéndose pasar

por futuro

por un arma cargada.

Qué vamos a hacer con lo que va a pasar.

Al principio fue adoración porque adorar es un rebote, un salto en el tiempo;

la niñez queda colgada de las entendederas

y lo sucedido es el futuro como fe ciega;

una experiencia que se siente necesaria, un dolor que libera.

Me abrazo y no veo los límites.

Me abrazo y pienso que la abrazo a ella:

“hijas que son solo hijas”

una superficie plana el suelo, la hamaca desenrollada;

la caricia es toda en líneas horizontales, como flechas y aviones de papel.

Me abrazo y es el retiro de la belleza por la fiebre

un lanzamiento, una inscripción: no hay oprimidas ni opresoras;

la línea es también el horizonte

la mañanita de satén de mi abuela, la escalera a la azotea

los pies descalzos, las jaulas abiertas de las gallinas

el polvo que nunca se va de los muebles ni de los ojos

los trapos sucios

la alergia, las primeras vacunas

el camino de pinos del Hospital William Soler, el primer bosque.

Italia es la piquera de los Alfa Romeo: hay un brazo postizo y muy gordo que nos separa en los asientos de atrás.

Me abrazo y es el acecho, el sobre sellado, la carta sin terminar.

Yo soy ese deseo del abrazo, de la letra ilegible, de la anarquía furibunda.

Escribo que soy la pregunta y le pregunto a ella y al bosque de pinos;

escribo que soy las cosas que se deshacen:

las cosas se deshacen

ella entre ellas

nombres animales malentendidos piñones.

El desvarío se siente como la calma, el agua como un plato:

-esa playa no me moja-

ella flota de cara al sol, vuelve a decir alivio, calma, sal

vuelve y se da al reverso de su camisa y digo

las mismas palabras en ese estar sumergida:

Se oye al agua como una válvula o una campana.

Ese tipo de cambio -monedas- ese tipo de revés -cambiar la posición en el acto-

ahora soy yo la que está arriba y patalea: una brida me entorpece

¿me saca los ojos?

Me animo, me elevo, imprimo su nombre en cada descanso;

en cada sacudida esa cara amada, ese terror del amor, ese volverse nada

una respuesta incapaz de reposo;

ese lugar ansiado que son todos los lugares donde un poco de la sed se abandona.

Un roce, un resfrío, un sonido reconocible. A eso se llega también, eso también se deja atrás.

En la gran ciudad la cabeza se vuelve importante;

tanta gente pasa que si yo gritara ¡no!

no me oirían;

en cambio, muevo la cabeza en círculos y es como caminar patas arriba;

la cabeza se mueve de este a oeste, es gallo y veleta el ¡no!

No de dolor, no de muerte, no de abandono, no de mentira;

digo que la verdad tiene que ser del orden de la Naturaleza

del olor de las frutas, del humeral del cuerpo

porque en ella me siento como en casa;

¿pero qué casa? ¿quién es ella? ¿hay otra acaso?

Cuando abandonas tu casa ya no es posible reconocer el mundo.

-Estás mojada- es el agua que te lleva.

Yo antes de contestar me abrazo

yo antes de cerrar los ojos en un sí digo su nombre.

Tierra prometida. Espíritu santo. Preguntas por dios, por la bondad;

todas las palabras que usas tratan de ti, es tu cuento diabólico, son tus entonaciones.

Aunque dices “estoy pensando en ti”, aprendí que significa “estoy pensando en los usos que doy de ti”: ¿mil tonos de figurar?

Amor, pregunta, insolación, destino, porque todas las palabras tratan de ti;

en mí la palabra es sangre o derrame o madre o rosa

y creo que no he decidido si te perdono o no

si me voy de esta casa. Casa quiere decir

muro o descampado, agonía o hundimiento;

dulce si es dolor, si es campanada, si es aguante, finalmente techo.

Siempre la condición de peligro ¿pero cuál?

Dices que debo cuidarme ¿pero de quién?

y también, si me bajo los calzones y no hay nada nada

ninguna agonía, ningún hundimiento conmigo;

tampoco la figuración de tu mirada hace la ausencia:

nada debajo nada

insaciable

todos mapas sin cartografiar.

Esos no son quejidos, no son mujeres lavando la ropa sobre las piedras;

esos brazos salidos del agua no vienen a ayudarnos

son partes recortadas de una vida anterior que ya no está

no son huesos ni músculos

sino parte de esta nueva apariencia que nos cubre.

Se oye todo, se piensa todo mientras se escribe una parte;

me caigo de nalgas sobre las piedras

-mi voz tomada por otras mujeres-

Ellas con piedras en los dientes adentro de su canto;

el canto cobija y me duerme, me baja los calzones

me abre los labios ese canto en regurgitación.

Otra vida otra ola otras explosiones.

Canta esa boca, cantan en coro las ciudades sitiadas

nacen niños, reptiles, moluscos, todos con las bocas abiertas como ventanas

el soplo pasa de largo, deja tranquilo al corazón.

Hoy no la voy a detener

hoy me salgo yo por mi propia mano.

Esa no es una mano, esos no son mis labios, esos no son pinos.

“No se puede barrer la feminidad. La feminidad es inevitable… a ustedes el desagüe de la feminidad los desborda”. Salgo a caminar las calles redondas - ¿el desagüe?

Digo que esto no es el centro de las cosas, la razón del laberinto.

A fin de justificar la guerra, ni patria ni historia legítima, ni certidumbre, ni propiedad. Pero el silencio es un taladro vencido, perfora y son más los huecos y desbordes que el abismo que se le exige. No se puede barrer, no se puede perforar el agua, las salidas del agua, la corona, los trozos: “el embriagador, el insuperable deseo de caer”.

Once centímetros.

La naturaleza es el vacío, la novela bajo el brazo, el sobaco que la esconde como carterita de paseo o cabeza de escritora o munición: izquierda / derecha.

¿Y su novelita, muchacha? ¿Cuándo va a escribir una novela -usted-, un libro de verdad, así la puedo leer?

¡Reconversión!

Ella es la inminencia, el posible desquite (pero cuánto les interesa, cuán movilizadas estamos nosotras ahora). Fuego fatuo la edad, las páginas completadas. Al fin soy pobre y molesto.

¿Y la fealdad? ¿Y la estrechez? ¿Y las pocas páginas que le he dado a leer al público?

Sobaco es el olor de la encina, a sobaco huele la pechera ahí donde guardas la novela de tres frases, donde guardas al hijo que no te entiende. Ahí también escondes las monedas para el sancocho y las tostadas. No es mugre, es aliento resumido, poema finalmente, cantinela. Con ese sonsonete duermes a tu hijo hasta donde puedes, te duermes tú unos minutos antes de que la criatura avance hacia los preparados de alcohol y benzina.

Esas no son cubanas, esas son las minas enterradas para forzar a la escritura a un desguace, a una mudanza sin retorno, como la novela que te piden a cambio.

¿A cambio de qué? ¿A cambio de qué?

Tres frases. Tres anotaciones. “El conocimiento es la única moral”. Tres frases. Tres anotaciones casi borradas por el sudor y los nervios, por las lágrimas que caen mientras vuelve sobre esas ideas que le parecieron útiles, imprescindibles y que hoy no incluyen la ternura propia ni la del hijo.

Tres palabras como decir Hijo - Espíritu - Santo, como decir Apaga - la - candela.

Dolce far niente.

Sin ella no la habría escrito… lo que sucede durante la muerte no puede decirse;

¿sabes quién soy? -me vuelve a preguntar- y yo digo que sí

y cuento los años: cincuenta y seis.

¡Claro que sé! ¡Ese es el punto!

(el punto: la mosca atontada sobre la panetela);

dice que no es capaz de hacer un niño, de escribir un poco más

lo sé lo sabe cada vez menos

lo que tiene que ver con el esfuerzo o el deseo, no alcanza a diferenciarse.

Entonces, ¿qué le duele ahora? ¿por qué se queja?

Esta mujer está a punto

de poder hablar como su emboscada, como su testaferro

esta mujer -hay otra en su misma-

el público quiere saber lo que compra

de dónde saca ese estuche bordado donde guarda su libro

los pompones de las orejas

el peluche rojo que cubre sus dientes.

¿Dónde están las palabras que no aparecen?

Háganos el favor de anotar aquí los nombres de las palabras borradas, y los gritos, las sentencias, los vahídos, las perforaciones de su garganta.

Háganos el favor de repetir, de clasificar, de asentir.

Dice que no es capaz de hacer las paces con el futuro

lleno de dobles de tinta,

¿Sabe que un día la van a cortar en dos

y van a exhibir sus ojitos en sombras, su rictus de mosca?

Digo que lo único que tengo para escribir es lo que no sé, por eso

a mi poema le queda tanto sitio libre como a los castillos espacios sin muebles ni alfombras, jardines con maleza;

a mi poema le alcanzan por el momento

las tres frases las tres fugas las tres diferencias las tres decisiones.

En la misma figura, tres perlas, tres monedas pulidas en la carterita

tres gotas de leche que le caen de las tetas tres

tres piedras a encontrar;

que sean chiquitas, que estén limpias, que estén secas

tres tres tres lindas cubanas.

(El conjunto de estos textos forman parte del libro Tres lindas cubanas. Un romance de entreguerras. Alción Editora, Córdoba, 2022)

La Habana era emo y ahora tiene un diente de oro

Martha Luisa Hernández Cadenas

(Guantánamo, 1991)

Escritora y performer.

Egresada de la Universidad de las Artes, La Habana, Cuba.

malu_cuba@yahoo.com

La Habana me obsesiona. El reto para mí está en no romantizar ni trivializar mi relación con la ciudad que ha sido saqueada, colonizada y devastada por todo tipo de fenómenos (no) naturales. Soy incapaz de desligar mis proyectos de escritura y artes vivas de su ruido, su arquitectura y su temperatura. Comprendo que es un concepto al que vuelvo con el afán ingenuo de la inspiración. Muy a pesar de mí, es la ciudad en la que vivo por elección y a la que ansío revivir, sacarla de su sofocante equilibrio, de lo tenebroso y distópico que hay en un hotel que entorpece toda idea de urbanismo junto a un balcón que se derrumba.

Mi poemario Los vegueros existe porque existen la rebelión, Jesús del Monte y la tragedia de un tornado (digo: Concha, Infanzón, Pedro Pernas, Berroa, La Ciruela, La Embajada, La Colonia). Recuerdo la lectura polifónica que organicé en el antiguo Lyceum y Lawn Tennis Club como parte de una exposición. En esa ocasión, catorce fundadoras dieron su voz a fragmentos de Memorias de una cubanita que nació con el siglo, de Renée Méndez Capote: “El Vedado de mi infancia era un peñón marino sobre el que volaban confiadas las gaviotas y en cuyas malezas crecía silvestre y abundante la uva caleta”. En mi primera novela, La puta y el hurón, La Habana es un personaje. El Coppelia, Humboldt y Vapor 69 son la carne: “Camino por el Malecón y miro a los ojos a la gente. Miro dentro de sus cabezas. Miro a través de sus cuellos. Caminan rotos, como yo”.

Con una máscara de unicornio, atravesé el boulevard. Hice una deriva mirando a la ciudad a través de diapositivas de la Unión Soviética. Me imaginé a La Habana de Juana Borrero. Leo el Epistolario de Juana para entrar en los aposentos, los pensamientos y la espera de un encuentro o de aquella petición: “Cuando nos casemos ¿podremos irnos bien lejos de aquí? Esa es mi aspiración más ardiente. ¡Si pudiéramos irnos a un país donde jamás saliera el sol!”.

Cólera

La alegre ciudad cambió radicalmente de aspecto. Cayó sobre ella un velo de tristeza. En la mitad del día, las calles estaban solitarias, cruzaban por todas partes furgones y carros conduciendo cadáveres, la mayoría de los transeúntes eran sacerdotes, médicos, notarios, estudiantes de medicina, empleados del obispado y las parroquias que cumplían sus tristes deberes.

Milicia

El tren ha llegado. Tomo una foto del nombre de esta calle. Han escrito MILICIA con la misma precisión que el metrocontador de la electricidad sugiere el consumo del mes: 08119216. No es común que los trenes lleguen a tiempo, pero mi madre corrió con suerte. Mi regreso de Guantánamo en el año 98 duró unas 26 horas. Entonces no existían Tallapiedra, Apodaca o Milicia, yo solo suponía que el tren llegaría a La Habana, y no me equivoqué, a pesar del humo y el carbón por las roturas, llegó.

La Habana fumada

Un señor, parado justo en la esquina de Salud y Campanario, ahí, donde todos los días se venden girasoles para la Virgen de la Caridad y albahaca fresca, trata de convencerme de que le compre un tabaco:

-Niña, ¿tú no le pones un tabaco a Eleguá… a Fidel? Niña, ¿tú no fumas?

La última vez que me fumé un tabaco, no estaba ebria, ebria, que es el estado en el que mejor se sobrelleva esta relación tan tortuosa con la ciudad y el presente, ebria perdida, quiero decir, pues ese no era precisamente el estado mental de aquella tarde noche en la azotea de mi casa.

La calle donde vivimos estaba cerrada por la cuarentena. Recuerdo las carpas verdes en las que se distribuían el pollo y la jaba de aseo. Mi padre estuvo a punto de fajarse porque “el repartidor” decidió que al 572 no le hacían falta los insumos del Estado. Sostengo el puro grueso, visto un modelito “de andar”, tela roja deshilachada. Estaba sentada debajo de uno de los helechos de mi prima. Existe memoria gráfica de aquella última vez, aunque digo “última”, y yo sé que nada será “la última vez”. El vestido se encuentra en una maleta negra con mi ropa invernal. La foto es una bocanada de humo lanzada hacia ninguna parte.

Lo que sí existe en la vida es una primera vez. La primera vez que me fumé un tabaco fue en la boda de dos amigos. Aspiré todo el humo como si no fuera nieta de mi abuelo tabaquero, como si no supiera que ese ritual nunca se ha tratado de vanidad o extravagancia. Esa noche casi me ahogo por la bocanada de muerte que aún revoletea en mis pulmones de fumadora activa. Y como la sospecha de un contagio no era eminente, todo el mundo en el casamiento se pasaba el tabaco de boca en boca.

-Niña, el humo lo dejas ahí, gravitando entre tu dentadura y la lengua, ¿tú no sabes cómo se fuma un tabaco, asere?

Mi abuelo se fumó algún que otro tabaco en El Palacio de las Ursulinas, dejó que los tabacos se gastaran completamente mientras esperaba a su mujer, la mulata achinada más linda de toda la isla, ella, la que zurcía mejor y más bonito que cualquiera de las mujeres nacidas en Cuba. A veces he visto al fantasma de mi abuelo en esa esquina donde pasan gacelas y un amigo artista tiene su estudio de pintura.

El mismo día que me propusieron estos tabacos en Salud y Campanario, en el Vedado se estrellaba una gacela llena de pasajeros contra la acera. Es el fatum de la notoriedad, tabaco y transporte público, voy a hablarle a mi amigo artista sobre esto.

Cada vez que un tabaco se quema en mi boca, lo hace por esta city rompepulmones, por la picadura y la bruma, por la arquitectura neomudéjar y la ceniza, por mis orígenes cienfuegueros y guantanameros (aunque en estas provincias no sea la hoja de tabaco muy popular).

Estudios demuestran que, cada vez que un tabaco se quema en una boca, alguien permuta o vende una casa, alguien le pide permiso a su santo para huir de casi todo. Estudios científicos y académicos demuestran que del tabaco y el azúcar se ha dicho lo necesario, que no hay por qué indagar ahí. Estudios decoloniales demuestran que, cada vez que un tabaco se quema en mi boca, mi abuelo siente orgullo.

Si el señor de la esquina de Salud y Campanario hubiera dicho: “abuelo, arquitectura neomudéjar, fatum de la notoriedad o mulata achinada”, estoy segura de que yo hubiera colaborado con su emprendedurismo de esquina. Quizás, sea una falta de sentimentalismo o romanticismo de mi parte no atender al llamado de proximidad que el vendedor me hacía. Quizás, yo andaba haciéndome la sorda por esa calle que me recuerda demasiado al fin del mundo.

El fin del mundo comienza en Salud, en las alcantarillas y las fosas de la calle Salud, en ese despeñadero donde se comercia casi todo. Ese final, portentísimo y apocalíptico, huele como los tabacos que se comercian en las bodegas de La Habana. Tabacos que no son lo suficientemente gruesos, tabacos cuya picadura se ha mezclado con patas de cucarachas y toda clase de bichos malos, malísimos. Tabacos cultivados en las tierras incorrectas.

¿Podría La Habana ser mi último tabaco?

Mamá ciudad

Mi madre me envió el video de dos mujeres entrándose a golpes en Neptuno, sacaron Havana Club y cigarros H.Upmann, una de las mujeres está embarazada. Mami, vete de esa cola, yo no quiero beber de eso.

Mi madre sube a su estado de WhatsApp el video de dos mujeres entrándose a golpes en Neptuno. Es en la misma tienda donde ella y yo hemos discutido para comprar una butifarra hace apenas unas semanas. Mami, vete de esa cola, yo no quiero vivir de eso.

Mi madre no cree en el progreso de La Habana, incrédula y pesimista, se encarga de observar cómo las madres de una capital acaparan cigarros y alcohol para revender paulatinamente, para dar de comer a sus hijos. Mami, vete de esa cola, yo no quiero acompañarte más ahí.

La Habana era emo y ahora tiene un diente de oro

Una selfi en la escalera de la casa de mi papá. Estoy deprimida porque soy adolescente y me llamo Mariana. El pelo, con la plancha de la ropa, es cuando mejor me queda. Así, un flequillo bien alisado sobre la frente que me cubre el ojo derecho, con un lápiz de carbón de los que venden a cinco pesos delineando los ojos, ya soy la más emo de La Habana.

Una selfi en Parque G.

Una selfi en el Pabellón Cuba, donde le ponemos al café homatropina. Esta selfi se me pierde en el celular que me roban en Alamar. El hombre que me arrebata el teléfono de las manos sale corriendo, pero las personas que observan la escena piensan que es una discusión de parejas. Yo gritaba: ¡un ladrón!, pero los habaneros creían que estaba inculpando a mi amante. Cuando me robaron el teléfono, no era emo, sino repartera. Debió de ser por esa razón que el criminal se fue con la suya.

Una selfi en la clínica donde otros adolescentes y yo hablamos del uso indiscriminado de las drogas. Cuando estoy a punto de irme del ingreso, llega el hijo de Haila María Mompié. Ya casi me toca salir de la rehabilitación por mi buen comportamiento, pero todo el mundo está hablando del hijo de la artista. En general, tengo un buen comportamiento, lo que estoy loca y soy muy inteligente y locuaz. No me interesa saber de otros hijos, yo soy hija de las ruinas, y eso basta para que no tenga que saber de nada.

Mi familia y yo le regalamos a la doctora uno de esos pulsos de plata con cuencas azules que mi papá trajo de México, son de esos accesorios de los que hacen soniditos si gesticulas frenéticamente al hablar. No sé si es un buen regalo, pero bonito sí que es.

La psiquiatra es de las que habla con las manos apoyadas en la mesa, es decir, el pulso, si suena, es porque se anima accidentalmente. En la vida casi todo sonido proviene de un accidente. Las selfis son accidentes.

Cuando se cayó ese edificio de Infanta y Zanja, yo lo que sentí fue un cancaneo semejante al de los pulsitos. Debo confesar que esas bisuterías no me gustan para nada. Pero ya no soy emo, mucho menos repartera, ahora vendo vacunas para perros y quiero irme de aquí.

Cólera

En menos de tres meses, la epidemia barrió en La Habana con una tercera parte de su vecindario. Murieron siete sepultureros y nadie disputaba ya el oficio. No cabiendo los cadáveres en el cementerio de Espada, se improvisó uno frente a la Quinta de los Molinos. Se abrió allí, rozando con lo que es hoy calzada de Ayestarán, una fosa tremenda y muchos, sin estar muertos, fueron enterrados entre cal viva.

Habana skater

El fotógrafo alemán quiere hacerme retratos con mis grafitis.

No sé, no soy tan fotogénica como parezco y últimamente está muy difícil conseguir materiales para pintar.

Quiero que las paredes cuenten historias. Detrás del cemento, de las vigas, de las basuras, paso mis uñas para sacar algo de polvo estelar habanero, encajo mis uñas para aprender de lo que queda. Es por eso que he descubierto cuántos lugares han sido y son cualquier cosa menos lo que parecen. Una tienda. Una iglesia. El primer cementerio de la ciudad. Un almacén. Una mansión. Aquí todo se revela si saco mi uñita.

No sé si hablarle de todo esto al fotógrafo alemán que también quiere hacerme una entrevista.

Últimamente está muy difícil huirle a la policía.

Últimamente está muy difícil posar en La Habana.

Últimamente, amigo alemán, no sé qué podría decir.

Todos mis amigos se fueron.

Mi novia se fue la semana pasada, por ejemplo. No estoy muy segura de que ella quisiera irse.

A veces paso por la peluquería de 23 y G donde maltrataron a mi novia y me dan ganas de hacer un mural bien grande, uno estridente, uno contrarrevolucionario, uno que joda a la peluquera para siempre. Tomar venganza no es algo muy natural en mi signo zodiacal, pero a veces los grafitis deberían servir para eso, ¿no?

Yo quisiera ser una grafitera vengadora, de esas con superpoderes, para sacarme los materiales de debajo de la manga, para huirle a la policía si me agarran con las uñas afuera.

No sé cómo pararme cuando sacan una cámara, mucha gente dice que tengo un estilo singular, que no parezco de este país, no soy absolutamente femenina, no soy disciplinada o correcta, lo que sí aparezco en todas las fiestas y, aunque no soy particularmente feliz, no hay una fiesta en La Habana que sirva si yo no estoy.

Probablemente nada de esto le interese al fotógrafo alemán, y si no le interesa, y si no me va a pagar, que sepa que yo no poso delante de mis grafitis, que mis grafitis son muestras de amor, son cosa sagrada, y no quiero que nadie recuerde quién es la autora de ese dolor en La Habana.

La Habana era emo y ahora tiene un diente de oro

El hombre que me hizo el diente de oro se equivoca. Se ha equivocado tanto que la prótesis dorada no encaja, no encaja en el molar y me jode el diente contiguo como si no se conformara con adornar mi sonrisa solo allí, donde yo imaginé que encajara. Se cree él que le voy a pagar esta mierda, ni que yo fuera anormal. Y, fíjate que fui cuidadosa, fui detallista, preciosista, le expliqué incansablemente lo que quería. Le dije: ponme un corazón ahí, un cráter que deje ver el calcio de mi diente con la forma espectacular de un corazón adolescente. Pero no hay remedio, siempre que me encaja el diente de oro, regreso a casa con el diente más carcomido y gastado.

Los dentistas de La Habana no tienen perdón de Dios.

Una selfi con mi diente de oro.

Dicen que el corazón es un diente de oro solitario.

Dicen que el corazón de oro está dando vueltas para sobrevivir en mi cajetilla.

Soy la primera de mi familia en tener un diente de oro, y eso está bien.

La Habana era un rascacielos

Cuando una casa en L y 23 cogió candela, yo pensé que había sido el rascacielos quemándose y quemándonos más, jodiendo a una familia por la construcción de dos torres grises de concreto. Pero no, esa casa cogió candela por una cuestión doméstica. El fuego fue un fallo, hablamos de un fallo en la cocina que hizo que el humo se elevara más imponente que cualquier pretensión de rascacielos hotelero. Imagino que aquellos que lo perdieron todo en las llamas desearon fervientemente que fuera un incendio causado por ese edificio horrible que no dejará ver ni el Habana Libre, ni ninguna otra cosa importante, como las nubes o el sol. Nunca existió en esta ciudad algo más grotesco y ofensivo. Aunque lo turístico siempre se define así: grotesco y ofensivo. Se trata de un monumento que oprime. En general, aquí conviven la opresión y el fuego como si la supervivencia fuera sacada del arte final de una película de catastrofismo.

A mí se me oprimió casi todo por dentro cuando pasé por L y vi cómo los bomberos llenaban de objetos achicharrados un latón de basura.

Algo me dice que muy pronto será así con todas y todos. Terminaremos invadidos por un fuego tremendo. Terminaremos achicharrados, como si lo que vivimos no fuera memoria de este lugar ni de ninguna esperanza que no fuera turística. De todos modos, el fuego nos iguala, llama por llama, extinción.

La Habana era emo y ahora tiene un diente de oro

El día que yo me muera quiero estar en una playa de Miami tomándome un trago. Me voy a morir afuera, porque yo me voy a ir, de eso no tengo dudas, pero que me entierren en La Habana. Con el pelo teñido de azul y las uñas largas e imponentes, que me dejen reposar en el lugar donde nací e hice el amor por primera vez. No quiero ser un personaje secundario en el cementerio de Colón, no lo merezco. Por eso, el día que yo me muera, voy a dejarlo todo muy bien organizado, destinaré mucho dinero para los gastos funerarios, lo tendré todo previsto, será mucho dinero ahorrado y separado para mi muerte que la agencia de seguros de Miami va a reconocer.

Proscrita Havanity fear

La curadora de Havana Art Weekend me pregunta por las derivas que pueden organizarse en la ciudad. La única deriva artística que para mí tuvo sentido fue aquella vez en la que viajamos, primero en una Girón y después en la lanchita de Regla, para llegar al Cristo de La Habana.

¿Qué tal si trasladamos La Habana a una galería importante del primer mundo?, ¿qué dirán los críticos?, ¿se interesarán?, ¿pondrán un cuño de arte político, arte disidente, arte contestatario, arte ruinoso, arte mohoso?

¿Cuál es el color de La Habana?, ¿rojo bermellón?, ¿pastel pudrición?, ¿mármol estentóreo?, ¿aguada putrefacta?, ¿humedad prostitución?, ¿gris grúa?

Tengo una amiga que ha hecho la dirección de arte de muchas producciones cinematográficas, las locaciones, siempre habaneras, los desastres, siempre en las paredes, la pereza, siempre isleña. Ella conoce los detalles asombrosos, necesito su asesoría para este Havanity fear.

Nunca le respondo a la curadora, no tengo tiempo. Estoy descubriendo música habanera, suena a música sacada de otro confín, pero que conserva el tufillo de sol y aguacero inesperado.

Nunca le respondo a la curadora porque vivo procrastinando. A veces he soñado que soy Margarite Duras visitando Cuba. A veces me imagino que soy Simone de Beauvoir visitando Cuba. A veces imagino que soy una muchacha de buena conducta, para eso, no debe importarme otra cosa que la muerte, la muerte visita Cuba, me visita.

Cólera

Cayendo la tarde, salía una carreta con veintidós cadáveres para el cementerio de los Molinos. Sentado en la barra del vehículo fúnebre, con indiferencia del que ha llevado tanto cuerpo en esta vida que le importa tres pitos dejarla, iba un negro carabalí, medio soñoliento, que arreaba de vez en cuando los mulos para vencer la cuesta de San Luis, o sea, de la Reina. Ya cerca de Belascoaín, que era todo monte, un movimiento de la carreta y un gruñido sordo le hicieron volver la cabeza sorprendido; pero sin duda no dio importancia el africano a una cosa y la otra, porque continuó su camino apaciblemente. La carreta penetró en el paseo de Tacón, que no era tal paseo, sino un camino carretero, por la razón sencilla de que, no habiendo venido aún a Cuba este procónsul, mal podía haber hecho aquel paseo que lleva su nombre.

Ya había rodado un buen trecho el fúnebre convoy entre maniguazos, rompiendo el silencio de aquel solitario paisaje, cuando un nuevo temblor de la carreta y un nuevo ronquido hicieron volverse al carabalí.

Murales y Regalos en La Habana

Yulier P

(Florida, Camagüey, 1989)

Yulier P es el seudónimo de Yulier Rodríguez Pérez.

yulierp27@gmail.com

Soy un artista visual y urbano que reside en La Habana, conocido no solo por los murales y grafitis que he ido realizando en espacios deteriorados de la ciudad, sino también por obras que he realizado en materiales tradicionales como el lienzo, la cartulina, etcétera. Para construir mis obras urbanas, siempre he elegido lugares de la ciudad en mal estado, sin interés, grises, porque considero que ese es un gesto para contribuir a mejorar la imagen de La Habana, además de estimular una actitud de análisis y de intentar mirar con luminosidad el futuro que queremos. Hay obras a las que trato de incorporarles una composición barroca o renacentista a partir del uso de colores, además de vincularlas con el expresionismo y el arte moderno. A nivel conceptual, mi referente es el artista callejero británico Banksy. Otro referente que influyó mucho en mí fue el artista ecuatoriano Oswaldo Guayasamín, pues en sus obras destaca el dolor y me siento identificado con esto. Esa es la zona que yo quiero mostrar de la realidad de La Habana.

Las obras que comparto en esta oportunidad pertenecen a distintos murales que he ejecutado por la ciudad, y las tres últimas están concebidas dentro de un proyecto que comencé a desarrollar en el año 2018-2019 titulado “Regalos”. Para este proyecto realizo las obras con pedazos de escombros y maderas de edificios derrumbados y me interesa usar un lenguaje más crítico en el que expreso mi desacuerdo con el gobierno de la Isla y visibilizo su responsabilidad con la vida, muchas veces lamentable, que llevan los cubanos en la actualidad.

En estos últimos años de mi carrera he convertido mis obras no solo en un espacio de representación, sino también de cuestionamiento, denuncia, resistencia y crítica al poder actual. Cada una de las obras que he ido construyendo para este proyecto las coloco en diferentes puntos de la ciudad y las personas las pueden tomar y llevarlas a su casa como un obsequio. Esto parte de mi interés por lograr una conexión con la gente que camina la ciudad y, a su vez, es un modo de evadir la censura de mis materiales artísticos. Como he dicho en otras oportunidades, “Regalos” me brinda la posibilidad de seguir haciendo arte callejero, aunque desde casa. Son piedras que recojo de derrumbes, las intervengo y las pongo en la calle. Como no tienen la visibilidad que puede tener un grafiti, que deben estar acompañados de documentación y permisos, estos restos son en sí mismos la documentación, porque el objeto es muy efímero. Alguien se la puede llevar y punto. “Regalos” es la foto, el registro.

¿Cómo habitamos un gesto en La Habana?

Karina Pino Gallardo

(Matanzas, 1985)

Creadora teatral, editora y crítico.

Máster en Artes Performativas y Espacios Comunitarios.

Máster en Estudios del Territorio (ambos en Università degli Studi Roma Tre, Italia).

karinapinowork@gmail.com

De Línea y 14, ¿cuál era el lugar que más le gustaba? Hace tanto tiempo que perdí de vista esa casa que ya apenas la recuerdo. Además, ha sido tan desfigurada, tan cambiada… tan mancillada, que prefiero no hablar de ella. ¿Qué expresa el hecho de que usted haya cerrado su tiempo de creación poética inspirada precisamente en aquella casona? Quizá exprese la nostalgia, porque esta casa donde estamos ahora es muy bella, no hay duda. Es arquitectónicamente correcta, tiene muebles y adornos bellos, pero no tiene alma, no tiene personalidad, tendría yo que darle la mía y ya de la mía me queda poco. ¿Aquella sí tenía alma? Aquella sí, sin que nadie se la diera la tenía por sí misma. (Recio, 28 de abril de 2012).

Esa casa.

Que era todo un festival de trinitarias.

El Vedado, un barrio en La Habana.

La Habana, la ciudad pujante y regia, algo decadente y lujuriosa entonces, a mitad del siglo XX.

Allí se escribió la novela Jardín. Y otros tantos relatos y poemas.

Allí los hermanos Loynaz se explayaron excéntricos en su vida y su literatura.

Y se creó una leyenda.

Esa casa hoy es justo lo que no era.

Un espacio “de valor arquitectónico” al que los transeúntes no miran.

Un pedazo de la ciudad olvidado en el que viven familias diversas.

Una casa fragmentada. Antigua. Apuntalada.

Pero habitada.

Sobre ese habitar del presente y esos espíritus de antaño, se gestó un proyecto.

Habitar el gesto: una mirada tres años después

Habitar el gesto: restitución colectiva sobre arquitectura y convivencia social es un proyecto aún difícil de calificar en una disciplina única. Surge como colaboración entre la institución cultural española Naves-Matadero Madrid (entonces dirigida por el gran Mateo Feijoo, el de la idea fundacional y el acompañamiento absoluto), la plataforma de arquitectura social Recetas Urbanas, en Sevilla, liderada por el reconocido arquitecto Santiago Cirugeda, y las teatrólogas, críticas e investigadoras escénicas cubanas Dianelis Diéguez La O, Maité Hernández-Lorenzo y quien escribe estas líneas.

Siempre fue un impulso de colaboración. Juntó gradualmente decenas de personas, espacios, iniciativas, alianzas, y fue apoyado financieramente por otras muchas, entre ellas, Terreno común (proyecto financiado por Siemens Foundation para arte en América Latina), la Oficina del Historiador de La Habana, el Consejo Nacional de Artes Escénicas de Cuba, la Escuela Taller de La Habana Vieja… Habitamos un espacio día tras día, lo habitamos de muchas maneras: limpiando escombros, ideando estrategias de comunión sobre la marcha, construyendo y reparando un inmueble casi en ruinas, realizando performances, conversatorios, comidas y reuniones. Escribiendo emails, atravesando límites burocráticos, estudiando la historia del lugar y compartiendo las vidas diarias de quienes allí viven hasta hoy; escuchando “Constructores por Derecho”, de Los Van Van, para paliar el calor y las jornadas de trabajo; levantando un andamio gigantesco de tablas amarillas, que era como una especie de altar, de mirador de la ciudad desde una esquina olvidada; moviendo ciertas fronteras; plantando pequeños árboles y flores en el jardín descuidado; mezclando inconscientemente energías afectivas y energías de trabajo. El recorrido: un proceso todoterreno de traspasar límites y crear afectos que duran hasta hoy.

Lo fundamental, entonces, sin lo cual este gesto no hubiera podido concebirse, fue la presencia vital de las personas, l@s vecin@s de la vieja casa estando allí cada día, alma absoluta del gesto, los jóvenes de la Escuela Taller que amanecían en el sitio con todo su vigor y frescura, algunos de sus extraordinarios profesores, otros alumnos y maestros de la Facultad de Arquitectura, arquitectos y colaboradores del equipo de Recetas Urbanas, teatristas, artistas visuales e investigadores curiosos que fueron sumándose a la iniciativa.

Lo que ellos aportaron en la amplia idea de restitución que el proyecto exploró es inconmensurable. Por y para ellos, desde ellos fue este proyecto (La Habana, enero-febrero 2020).

Comunicado colectivo (texto para calentar los brazos)

I

Hoy estamos reunidas aquí para celebrar.

Para leer un comunicado corto sobre un gesto largo, ancho, alto.

Abrazando el resto de una tradición aristocrática,

la ruina de unas palabras que el viento tropical se llevó hace 90 años

desde el cuerpo enloquecido de Flor y la desnuda esquizofrenia de Carlos Manuel.

Hoy no estamos rindiendo un homenaje aquí, sino restituyendo algo, evocando.

Recomponiendo

Leyendo

Riéndonos

Sintiendo

Traduciendo

Armando un rompecabezas después de muchos años de olvido.

Aquí crecieron unos poetas grandes.

Aquí se gestó una leyenda.

Aquí se construyeron paradigmas.

Por aquí pasó un movimiento,

Pasaron ciclones, terremotos, luciérnagas.

Aquí se escribieron obras maestras, menores, medianas,

Aquí habitaron almas de fineza extraña, de locura intensa, nacieron poemas altos que luego fueron quemados,

se prepararon cuerpos que luego iban al mar, a beber, a sudar, a buscar la lujuria permitida solo en los rincones y las pieles negras.

Aquí, también, quedaron olvidadas las plantas de un jardín,

que creció en medio de cuidados y perfumes,

que se levantó hasta el sol y se marchitó luego,

un jardín tupido, entresijado, bizarro.

El proyecto (concepto)

Con la idea de investigar y restituir espacios de valor patrimonial de la ciudad de La Habana, y sus tradiciones implícitas, siempre en beneficio y función de las comunidades que los habitan y la energía que estos detonan en función del entorno urbano en el que están enclavados, “Habitar el gesto” fue una intervención artística y arquitectónica (restitución cultural y material) en un edificio de la ciudad de La Habana.

Ubicado en la calle Línea esquina a 14, en el barrio de El Vedado, es más conocido como la casa de Dulce María Loynaz. Allí la escritora residió con sus padres y hermanos durante años, y junto con estos últimos, sobre todo Flor y Carlos Manuel Loynaz, levantaron una leyenda por sus excentricidades personales y literarias.

Hoy viven allí varias familias que han intentado mantener los rasgos arquitectónicos del sitio. Sin embargo, a pesar de este sentido de pertenencia, la gran casona demandaba la intervención y el cuidado por parte de instituciones pertinentes, sin perder, en primer lugar, la calidad de espacio patrimonial y de residencia común de las familias a lo largo de más de 20 años.

“Habitar el gesto” quiso entonces trabajar en una intervención parcial del inmueble y tratar de subsanar los defectos que el tiempo y el olvido habían impreso en el edificio. Al mismo tiempo quiso explorar y rescatar tradiciones implantadas allí, como las tertulias literarias de los jueves y la extraordinaria jardinería de sus lindes. Fue un proyecto de restitución material, pero también de investigación cultural, en toda la extensión de la palabra.

El proyecto se inscribe en un tipo de prácticas transversales que dan valor a las comunidades incorporándolas a los procesos como protagonistas. De algún modo, se reinventan las formas de hacer arte, de trabajar, de curarnos, de amar. Se desarrolla una escucha más atenta hacia el entorno y se despierta la capacidad de transformar(nos) a través de relaciones horizontales donde no hay jerarquías, sino lazos.

Con el afecto y energía de los inquilinos y el voluntariado que participó, se abordaron las obras de manera inclusiva, intentando que la universidad, la escuela-taller, artistas, investigadores, historiadores, escritores y amigos colaboraran en distintos procesos de manera segura, festiva y comunal. Un espacio que fue, en esos meses, de todos, entrando y saliendo a cada hora. Y, en la misma medida que los andamios amarillos se levantaban para sorpresa de quienes pasaban y jamás habían reparado en la casa, la alianza afectiva y el magnetismo de las obras producían una comunidad de manera natural, gestada sin propósitos previos, sino performativamente, o sea, sucediendo en la medida en que se generaba el gesto de restitución.

Habitamos y creamos, sin saberlo, una especie de coreografía social con los andamios como “escenografía”, puliendo maderas, “tirando” pinturas y enfoscados, haciendo tertulias y presentaciones artísticas, cortas sesiones de conferencia, poesía y lecturas colectivas.

Cada jueves, a las Tertulias juevinas (que ideó Dulce María cuando vivía allí con sus hermanos) llegaban invitados para compartir un espacio de intercambio colectivo y muy intergeneracional, en el que estaban siempre los jóvenes de la Escuela Taller, los vecinos e intelectuales invitados, como la escritora Zaida Capote, el historiador Ciro Bianchi, la realizadora Lourdes de los Santos y el arquitecto Orlando Inclán, todos conectados de un modo directo con la casona y su historia.

“Ayúdame, que yo te ayudaré”

Con “Habitar el gesto” pretendimos una pequeña transformación de un inmueble. Terminamos transformándonos nosotros, revolucionando nuestros cuerpos y nuestro mapa afectivo de entonces. Eso quedó visible en los últimos días del proyecto, cuando la gente que visitaba el lugar era cada vez más numerosa, cuando las tablas amarillas del andamio eran más y más altas y vistosas, cuando el jardín se convirtió en escena de un gesto, un happening literario y de restitución con la acción que el artista Yornel Martínez desarrolló, rescatando los nombres de las plantas del antiguo jardín y plantándolas de nuevo, mientras leíamos un fragmento de la novela homónima donde estas plantas se mencionaban.

Y justo el día final, de cierre del proyecto, Mariela Brito, del colectivo teatral El Ciervo Encantado, realizó la acción performática “Criatura de Isla” y subió hasta lo más alto del andamio y nos observó. Éramos literalmente multitud. Lo habíamos construido sin proponérnoslo.

Ese gesto final, esa foto colectiva es lo que creo que permanece hoy cuando volvemos, con la memoria, a pensar ese espacio. Un espacio físico que trascendimos, de algún modo, con nuestras presencias cotidianamente. En ese sentido puedo decir que sí, habitamos la casa.

Comunicado colectivo

II

Quiénes son estas personas que caminan por la tierra hoy,

que abren los surcos de la vida cotidiana,

que dejan gestos insignificantes, simples, perecederos sobre esta Historia desconocida

que hoy nos empeñamos en desenterrar?

Esta acción es, sobre todo, para ellos,

Que rearman

Que descomponen

Que destruyen y construyen

Que reinventan la vida y la muerte

La ausencia y el olvido.

Esta acción es para quienes limpian los ladrillos con el agua del día.

Una acción restitutiva que no es un homenaje a la cultura

Es un gesto a la repetición de habitar silenciosamente,

De levantar otra historia

De hacer hablar las paredes muertas.

Esta acción es para Maritza, Beatriz, para Andy, Jessica, para Arnold y Manolo…

Un jardín de palabras que ofrecemos hoy

Sin ceremonias,

Una construcción de afectos

Un acto de convivencia

Un ansia de compañía

Un gesto de admiración.

QUEDA PERMITIDO EL PASO A TODA PERSONA AJENA A LA OBRA.

Un día como hoy hay que cantar…

Habitar y nombrar

A TODOS los que restituyeron…

Mateo, Joachim,

Santi, Marta, David, Juanjo, Ariel y Ariel, los chicos y chicas extraordinarias de la Escuela-Taller de La Habana.

Maritza, Andy, Beatriz y sus padres, Jessica, Arnold y todos los vecinos de la casa.

Yornel y los creadores de la acción de plantar en el jardín.

Estudiantes de la Facultad de Arquitectura,

Orlando y Suly,

Nelys,

Gabriel, Chris, Yoylán

Nelda y Mariela.

Y a mis colegas entrañables de viaje, desde el inicio, cuando la idea de Habitar era solo una semilla: Dianelis Diéguez y Maité Hernández. Con todo el amor.

En este texto están sus gestos y palabras1.

Figura 1 Acción “Criatura de Isla” (Colectivo El Ciervo Encantado). Fuente: Sergio Boris 

Figura 2 Fuente: Equipo Habitar el gesto (archivo). 

Figura 3 Fuente: Equipo Habitar el gesto (archivo). 

Figura 4 Vista lateral de la casa y el gran andamio durante los trabajos de reparación. Fuente: Equipo Habitar el gesto (archivo). 

Figura 5 Fuente: Equipo Habitar el gesto (archivo). 

Figura 6 Trabajos de reparación (estudiantes de la Escuela Taller de La Habana Vieja y miembros del Colectivo Recetas Urbanas). Fuente: Equipo Habitar el gesto (archivo). 

Figura 7 Fuente: Equipo Habitar el gesto (archivo). 

Figura 8 Dibujo previo al proyecto que piensa el andamio como espacio de convivio entre vecinos. Fuente: Equipo Habitar el gesto (archivo). 

Figura 9 Acción “Sembrar un jardín" (creador: Yornel Martínez). Fuente: Equipo Habitar el gesto (archivo). 

Figura 10 Equipo de trabajo casi en pleno (vecinos de la casa, equipo de coordinación, estudiantes de la Escuela-Taller y profesores, y miembros del colectivo Recetas Urbanas). Fuente: Equipo Habitar el gesto (archivo). 

Figura 11 Tertulia juevina. Presentación de materiales documentales del colectivo Recetas Urbanas. Fuente: Equipo Habitar el gesto (archivo). 

Figura 12 Público en tertulia juevina. Fuente: Equipo Habitar el gesto (archivo). 

Di positivo al asombro (memorias desde la fiebre)

Agniezka Hernández

(Pinar del Río, 1977)

Directora del equipo transdisciplinario La Franja Teatral

agnieskajosevna@gmail.com

Me alegra mucho esta invitación para apuntar algunas memorias sobre nuestra intervención teatral Documental Urbano de la Fiebre, realizada en el Centro Cultural Bertolt Brecht, en La Habana, Cuba, los días 29 y 30 de enero de 2022, como parte de una escritura colectiva escénica creada por las escritoras, teatrólogas, poetas y dramaturgas Nara Mansur, Martha Luisa Hernández Cadenas, Ámbar Carralero, Taimi Diéguez, Elena Llovet, el equipo transdisciplinario La Franja Teatral y esta servidora.

Lo que recojo acá es apenas epidérmico. El proceso en vivo fue comunión, escritura, integración, extensión, hermandad, gesto colectivo, auscultación del espacio, respiración y abrazo después del encierro de la pandemia de la covid-19. Vida después del miedo y la paranoia. Literalmente, abrimos las puertas del teatro para que el público regresara a la sala después del encierro. El brillo y la felicidad estaban en el público y en nuestros ojos.

En Documental Urbano de la Fiebre, invitamos a varios artistas a crear su environment físico y poético, a partir de la identificación del lugar donde más tiempo cotidiano habíamos permanecido durante la etapa de aislamiento y la extensión de fragmentos de escritura de nuestro diario de pandemia. Inmediatamente, nuestras islas de creación comenzaron a intercambiar capas desde la documentación de un cuerpo transpandémico hasta la acogida de un público que había experimentado la soledad, la desesperanza y el desasosiego frente a la enfermedad, como nosotros.

La sala alternativa donde realizamos estas intervenciones no deseaba recibir al público con un espectáculo ya hecho ni ensayado en extremo, ni autosuficiente en sus respuestas frente a la muerte o los vicios del oficio teatral. Importaba estar, sentir, compartir, acoger, celebrar, como una terapia mínima tan simple que nos permitiera aceptarnos, respirar juntos entre las dimensiones del espacio urbano.

Cada artista trasladó al espacio teatral un fragmento cotidiano del lugar donde más tiempo de espera ocupó durante la pandemia. Ámbar Carralero, junto con la sillita y el piso de gateo de su hija pequeña, mientras su lápiz labial y su femineidad quedaban pospuestos, invisibles bajo la mascarilla de una troyana. Inflada de sueños la panza del caballo de Troya, de manera que Ámbar Carralero, a través de la textualidad de Troyanas en cuarentena, aportó al documental urbano su confidencia desde el “yo” materno, sinuoso y femenino, su descubrimiento y participación como cuerpo teatral, bajo la convicción de resistencia de un tiempo en el que detectó que la población en general hacía “cosas peores” que su deseo pospuesto de pintarse los labios.

Ámbar, femenina bajo todas las máscaras y mascarillas que hemos usado. En la página de su diario, se transforma la economía familiar frente a los ojos asombrados de un niño del barrio al que Ámbar Carralero le menciona, por primera vez, la existencia del caballo de Troya, ofreciendo preguntas a la maternidad y a la infancia, mientras el niño sostiene el juguete que es solo la punta del iceberg de un mercado cubano inflado, doloroso, descontrolado y de aspecto povera. Elaborado con materiales que descuidan el contenido de petrolato que debería o no estar entre las manos de un niño, el juguete por el juguete, el descontrol de la calidad, Ámbar se torna preocupación y reflexión materna y nos dice: “Cuántas miradas nos aguardan desde el interior del caballo de Troya. Qué raro brillo el de esas miradas. Cuántos ojos nos miran desde el interior de su panza”.

Escénicamente, Ámbar Carralero y el actor y músico Pedro Rojas completaban con la música y el audiovisual esas zonas donde la escritura, en un momento de dolor y recuperación, prefería no demonizar ni lanzar mordidas sobre una mesa familiar económica tan compleja.

La autora Taimi Diéguez trasladó al teatro el butacón de su sala de estar e invitó a su mejor amiga, una actriz en medio de su embarazo, para que custodiara la belleza en escena y la paciencia de la fecundación. Mientras, la autora Taimi Diéguez se batía a versos con las combinaciones simbólicas que descartaba, por irrepresentables, entre la poesía y las sensualidades inabarcables, perpetuas, del Perro Hembra y un Coro de Hombres Urbanos.

Taimi Diéguez y Nadia Boudet, explorando los límites de la maternidad del perro hembra, el deseo extremo como tejido irrepresentable y genealogía de un íntimo árbol familiar y collage del lienzo más femenino. Durante el proceso colectivo de escritura, la actriz embarazada nos miraba sin artilugios de escena para revelarnos su única duda sobre la gestación: “Dónde lo pongo, si están talando. Dónde lo pongo, si están aullando. Dónde lo pongo, si nadie se está desnudando…”.

Martha Luisa Hernández Cadenas, performer, poeta y escritora, intervino el espacio y la sala teatral resultó anhelo, distancia, deseo y desesperación entre los cuerpos y el sudor de los amantes. Nos convirtió en partícipes de un viaje imposible Havana-Berlín y nos permitió entrar con ella al sexting. Las voces y el deseo estaban justo a la altura de las bocas. Martha Luisa creó escénicamente, en su intervención sonora titulada Un degradado del magenta, todas las condiciones para que la acompañáramos a soñar un aeropuerto, un amor, pero invitaba también a repartir medicamentos y ayuda, como hizo ella durante la pandemia. El gesto íntimo se compartía, allí donde la pandemia debutó como tiempo de importación, paquetería, transportación de amor, cancelación, bolsas y medicamentos.

Escénicamente, Martha Luisa Hernández Cadenas y el actor Carlos Peña Laurencio conectaban la mensajería entre La Habana y Berlín, mientras Androx Rox -con una luz de esas que solo pueden estar en la frente- detectaba en la oscuridad las caras dentro de las multitudes, la lejanía, amar como se ama a un gigante en zancos, o acaso somos sorprendidos por la luz. “My Wild Love”, por The Doors, se extendió al público; un canto de amor tan jipi como lo fue la libertad desde que pudo nombrarse, como salir a performar nuestro amor en los aeropuertos y bailar sin escenarios, o como creemos que tal vez se baila el amor. Bailar con quien está, con quien ha venido a acompañarnos al teatro esta noche. “My Wild Love” para amar esta noche, con los que gracias a Dios quedamos, los que vinieron y los que están. Bailamos con el espectador para despertarle el cuerpo que traía de la calle y porque nada nos preocupó más durante la pandemia que salvar ese riego a conciencia que es el cuerpo.

La dramaturga y poeta Nara Mansur, frente a su escritorio de pensar. Nara en Argentina y Elena Llovet en escena, frente a la pantalla de Nara. La virtualidad y lo más vivencial se rozan en esta instalación. Buenos Aires y La Habana. Nara Mansur sueña el bosque, y Elena, en escena, dispone de todos los árboles, de manera que la promesa creativa entre estas dos mujeres consigue plantar, regalar, extender. La conferencia performativa creada desde la intervención de ambas autoras aniquilaba el asfalto conceptual que se levanta cada vez que los artistas o las políticas o las poéticas o como seres actuantes elegimos por transitividad lo determinado y establecido. El público fue intervenido para florecer, nacer, compartir, desde estas mujeres-encuentro una metafórica y generosa “Conferencia sobre la Naturaleza”.

Desde estas mujeres, la planta viva. Ofrecieron el bosque, la perspectiva de injertar, hundir los brazos, solo plantar, resembrar, recibir, incubar, gestar y ofrecer para hacer florecer. Era Nara Mansur la voz en la oscuridad de la sala para dar la mano al espectador que llegaba de la calle: “Si te sientes un poco perdido, es normal, yo me siento así todo el tiempo, y en ese bosque”. Nara Mansur y Ele Llovet, desde ese bosque, no representaban, solo asistían a la estampida de jóvenes que van y vienen del bosque, siempre con algún documento, una planilla por llenar, un deseo por cumplir, una economía por constatar. El último día de la intervención, el espectador recibió cada fragmento del bosque creado por ellas, el gesto vivo que florecerá o no en la pieza que continúa en nuestras casas, en el ritmo diario, una acción que continúa mañana, dicen Nara y Ele, y que solo dependerá de la condición natural de cada cual, de nuestra naturaleza humana (acá las cito), para “sembrar un árbol o plantar cemento”.

En nuestro caso, trasladamos al teatro la ventana para observar el afuera, traspasar esa ventana, observar el comportamiento de las multitudes en la calle. La ventana donde se convirtió en signo la sintomatología de un país enfermo. Nuestro equipo transdisciplinario La Franja Teatral, integrado por músicos, actores, escenógrafos y filmakers, y a través de nuestra curaduría general y el apoyo de la Embajada de Noruega en Cuba, puso a disposición de estos dramaturgos cubanos una plataforma creativa para explorar en conjunto la escritura e intervención del espacio alternativo de la sala Tito Junco del Centro Cultural Bertolt Brecht. Todos los creadores y artistas entraban al diálogo con la diversidad de los environments creados por las autoras y se fundían entre las poéticas particulares y los límites con el espectador participante. El resultado: un diario colectivo muy personal e íntimo de la transpandemia, extendido a un espectador al que ya necesitábamos tanto como él a nosotros.

El teatro de la transpandemia poco a poco ha logrado armarse, cuando le devolvimos el tiempo. El teatro no tiene demasiadas razones para observar a gran velocidad el edificio teatral como un espacio perfeccionista, y sí más como recinto que también estuvo cerrado, apartado, ajeno, en crisis y modificándose en su infraestructura. Lo primero que deseaba hacer nuestro Documental Urbano de la Fiebre era abrir las puertas, pararse junto al público de a igual, tal vez porque en los tránsitos de la enfermedad colectiva todos quedamos en nuestros países con algún horror sin cicatrizar. De ahí que nuestra primera intención fuese posibilitar una entrada hacia el teatro lo más suave posible, sin escenarios y sin poses, sin personajes ni complejidades gramaticales, sin hiperteatralizar, como quien viene de la calle a la poesía, del afuera canibalizado de este tiempo pandémico a una poética documental que también conoció el aislamiento y la aspereza del entorno.

Desde el Documental Urbano de la Fiebre, estas autoras y todos los artistas acompañantes fuimos el coro de la tos compartida en el miedo; fuimos el dolor, la enfermedad, el asombro, la comprensión, la solidaridad. Intentamos hacer un tránsito suave de la poesía a la esperanza, de la calle a un espacio teatral que no podía ser ajeno al tiempo transcurrido.

Nara Mansur, Martha Luisa Hernández Cadenas, Taimi Diéguez, Ámbar Carralero, Elena Llovet y esta servidora, a lo largo de una semana de exploración del espacio teatral junto con un numeroso grupo de artistas involucrados, trazamos un diario desplazado desde el cierre de las fronteras, marcado en la intervención el 17 de marzo de 2020 hasta el día 510 como fin del aislamiento y comienzo de aperturas, avidez de sol, fraternidad, y no por ello con menos lastre o secuela de pérdidas humanas y materiales que han ido reflejándose en todas nuestras esferas.

La textualidad del Documental Urbano de la Fiebre marca el día 0, el día 310, el día 510, como gestos temporales de una memoria colectiva documental y palpable. Escribimos juntos un documento casi pueblo, casi poetas, casi la espera en las páginas de la multitud, un fragmento del diario muy contenido del otro cuerpo masa, como los cuerpos que se veían desde nuestra ventana, desde el televisor, desde las redes. Un diario de la fiebre para sanar un poco. Quizás.

Apunté en ese diario: “No he visto hoy a nadie con labios. Di positivo al asombro, al desconsuelo”, y, con una obsesión carnavalesca, los cuerpos en representación golpeaban la ventana de la actriz Amelia Fernández. Aé, aé la chambelona. Era la misma línea carnavalesca y a un metro de distancia que huía con documentos bajo el brazo o hacía filas para entrar al bosque de Elena Llovet y Nara Mansur. Era la línea de deseo pospuesto o para esperar alimentos o medicinas en el performance de Martha Luisa Hernández Cadenas. Era la línea bajo el sol, la línea donde también hemos estorbado tanto en este tiempo de pandemia, la línea desorganizada, sentada, organizada, la línea que ha sido fotografiada y demandante.

En la última presentación, por primera vez, quise probarle el gusto a la ventana escénica. Me paré junto a la actriz Amelia Fernández tras el cristal y, juntas, esperamos la comparsa. Amelia Fernández me sostenía la mano. Cuando tuve bajo mi ventana los ojos de la multitud, me miré en ellos y me asusté mucho. Eran los ojos del interior del caballo de Troya a los que se refería Ámbar Carralero. Era el coro irrepresentable de hombres y mujeres frente al deseo del perro hembra de Taimi Diéguez. Eran los ojos de la espera en el aeropuerto de Martha Luisa. Los ojos perdidos en el bosque de Ele Llovet y Nara Mansur, y eran también los ojos que vimos durante todo este tiempo en los policlínicos, las tiendas, los disturbios y los agromercados. Amelia me sostenía la mano porque el poema nos salía agónico, hasta que finalmente Amelia y su voz clara, entrenada, clavaron la verdad en la comparsa.

“Di positivo a la única verdad que tengo: esperar, esas infinitas combinaciones de tu risa, tu perfume, tu amistad, tú reflejándote en mí, yo y lo que espero de ti… Tú y yo, y sus variantes… ¿Prefieres pintar un árbol, o sembrarlo, cuidarlo? ¿Prefieres plantar un árbol, o sembrar cemento?”, dicen Ele Llovet y Nara Mansur. “Quizás tú y yo deberíamos dar gritos y entregarnos medicamentos”, nos dice la intervención de Martha Luisa, convencida de que “todo suena un poco mejor en el metaverso, en los noticieros, en facebook y en whatsapp”. “Niño, mírame, mi niño, te cambio tu juguete hecho en La Cuevita, con plástico robado de los tanques aéreos, por el caballo de Troya”, documenta Ámbar Carralero para enseñar a un niño a pensar. “Papá, se hizo todo lo que se pudo y un poquitico más”, resume una línea del dramaturgo Yerandy Fleites. “Porque un hombre que no ama es constantemente traicionado por la multitud de silencios de su devastada vida”, escribe Taimi Diéguez, sin dejar de mirar el embarazo de Nadia Boudet. Más menos esto escribimos para el Documental Urbano de la Fiebre, con suavidad, con cierta delicadeza, anudándonos las islas de la escritura para no hundir el diente de la escritura en el tiempo de una pandemia que sí deberíamos, incluso, cicatrizar.

Pusimos algunas sillas para que los más cansados se sentaran en las islas junto a nosotros.

Cuando acabó la intervención, descubrimos que el público no tenía deseos de irse a casa tan temprano. Había frío, pero muchos tenían deseos de quedarse.

El último día ofrecimos al espectador participante un trago caliente, un pedazo de bosque, una carta.

Todas las imágenes son cortesía de La Franja Teatral (Fotos by Leyssy O´Farryll).

Figura 1 En escena: Nadia Boudet. 

Figura 2 En escena: La Franja Teatral. 

Figura 3 En escena: Martha Luisa Hernández Cadenas. 

Figura 4 En escena: Pedro Rojas y Carlos Peña Laurencio 

Figura 5 En escena: Taimi Dieguez y Nadia Boudet. 

Figura 6 En escena: Elena Llovet. 

Figura 7 En escena: Amelia Fernández. 

Figura 8 En escena: Pedro Rojas y Androx Rodríguez. 

Figura 9 En escena: Nara Mansur y Elena Llovet. 

Figura 10 En escena: Amalia Gaute. 

Figura 11 En escena: Ámbar Carralero. 

Figura 12 En escena: Todos los participantes en el Documental Urbano de la Fiebre 

Figura 13 En escena: La Franja Teatral 

La Habana que habito

Kaloian Santos Cabrera

(Holguín, 1981)

Periodista, fotógrafo y docente.

Licenciado en Periodismo, Universidad de La Habana, Cuba

kalofotograma@gmail.com

Soy las fotografías que hago. Mi mirada es mi alma, con pros y contras. Podría mentir o disimular en otras cosas, esconder mis mezquindades como ser humano, pero no en la fotografía. Ahí estoy desnudo, poniéndole el cuerpo a lo que defiendo, lo que me duele, lo que amo, lo que me toca… lo que miro y veo.

La Habana me acogió y abrazó tan fuerte un día que, paradójicamente, trato de tomar fotos, pero nunca alcanzo a cubrir todas las sensaciones que me provoca la ciudad y su gente. Es una amalgama de sentimientos encontrados y no meras postales de una urbe, de un país y sus habitantes. Y me gusta que así sea porque es inagotable caminar por los rincones de siempre sintiendo que nunca me fui porque siempre estoy llegando.

Camino y siento que, fotográfica y metafóricamente, esta ciudad y su gente se envuelven mutuamente en un abrazo social, un resguardo, una especie de bálsamo para menguar los embates cotidianos del día a día. Todas mis fotografías de La Habana no tienen un fin. Son panorámicas abiertas donde no solo entra la luz y los colores, sino que se cuelan gestos, sonidos, palabras, olores o comentarios de mi gente al paso.

Cada instantánea de La Habana es un pedazo de mí, es un atardecer huracanado y de olas furiosas. Es la apacibilidad de unas noches. El griterío del barrio. El calor abrazador. La brisa que me trae una canción de Silvio o Los Van Van. Es el disfrute de una cola interminable en Coppelia para unas bolas de helado de sabores que aún no sé.

Referencias bibliográficas

Mansur, N. (2022). Tres lindas cubanas. Un romance de entreguerras. Córdoba: Alción Editora. [ Links ]

Recio, M. (28 de abril de 2012). La Casa del Alma. Recuperado de https://www.cubahora.cu/cultura/la-casa-del-alma?fbclid=IwAR1R-EGkkQg6UB7EFCKKJ25ysyRhp_VDTSemALQVFVpl4fVbuCumLKhVOMULinks ]

1Para una mayor visualización de las actividades de este proyecto, se pueden consultar los siguientes audiovisuales: https://youtu.be/nwbUsqOs6Cw; https://youtu.be/qUA_qvm-v9A; https://youtu.be/--IDi0Uj_3g

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